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TAWA, por Alexis López
En las últimas décadas y en diferentes países se ha especulado con la existencia de libros encuadernados con piel humana, no obstante, a la hora de la verdad, pocos se han demostrado auténticos. En nuestro país, esta tétrica leyenda ha acompañado como a ningún otro a un ejemplar custodiado en una pequeña biblioteca de Pontedeume, en La Coruña.
A comienzos del siglo XX, la Biblioteca Nacional de España recibió la visita de un caballero elegante, vestido a la manera eduardiana, con chaleco y corbata, aunque una mirada atenta hubiese dejado al descubierto el desgaste de las coderas y algunos zurcidos aquí y allá, prueba acusadora de la vetustez de la indumentaria. El recién llegado saludó con cortesía al funcionario que lo recibió y se presentó como José Luis de Altalarrea y Fernández-Wood, historiador y bibliófilo.
De este personaje ha trascendido poco en la historiografía moderna, salvo algunos apuntes acerca de su biografía. Nacido en Soria en 1866, de padres españoles con un cierto ascendente de origen inglés por vía materna, pasó sus primeros años como interno del Winchester College, una escuela masculina, privada y elitista, de la antigua capital sajona de Inglaterra. Se graduó en Ingeniería Civil en la Royal Polytechnic Institution de Londres, hoy conocida como Universidad de Westminster, aunque nunca llegó a desarrollar esta profesión y se mostró como un diletante de las artes y entregado a la vida disipada, lo que a la postre lo condujo a dilapidar con celeridad su patrimonio. Sin embargo, fue su denodado interés por catalogar obras editoriales de naturaleza excéntrica lo que nos interesa. De su entrevista en la Biblioteca Nacional obtuvo gran parte del material para su magnum opus, Obras Singulares del Archivo Español, libro publicado en Soria en 1927 y costeado de su propio y maltrecho bolsillo.
De Altalarrea recogió en este índice, por tanto, muchas de las obras ya inventariadas en la colec- ción de impresos antiguos y reservados de la BNE, añadiendo sus propias disquisiciones que no dejan de tener un valor intrínseco, pero al mismo tiempo se ocupó de registrar otros volúmenes menos conocidos, a veces solo mentados en el acervo de los pueblos, y a partir de su aparición comenzó la malograda fama del ejemplar que nos ocupa.
TAWA, escrito en mayúsculas sobre la cubierta de piel de un tono cadavérico, es una palabra que recuerda a la transcripción fonética del término con el que los japoneses se refieren a una torre. En su interior se contiene una heterodoxa mixtura de epístolas, descripciones de algunos lugares de Japón (enclaves de la isla de Honshu en su mayoría) e incluso algunas someras recetas de cocina autóctona del país nipón. Pero lo que más llama la atención es un dibujo de cuerpos humanos entrelazados y apilados unos sobre otros, en lo que se podría parangonar, precisamente, con una torre. Se presume que la autoría de TAWA corresponde a Nuno Barrié, marino mercante de oriundez gallega, que habría compendiado en este volumen tanto las cartas que escribió durante las prolongadas travesías por el Pacífico como todo aquello que llamó su atención durante el tiempo que permaneció en las islas japonesas. A raíz de un trabajo de documentación promovido por la autoridad cultural gallega, y para zanjar la polémica que generaba el libro, se analizó un fragmento ínfimo de la cubierta. Los resultados del hallazgo resultaron sorprendentes: sin ninguna duda se trata de piel humana, mongólica (asiática) y con una alta probabilidad de procedencia nipona.
A quién pudo pertenecer o por qué Barrié decidió encuadernar sus memorias con piel humana siguen siendo preguntas sin respuesta. Tras el eco del hallazgo en la prensa y debido al revuelo que generó la noticia, hoy en día TAWA se mantiene bajo llave y los responsables de la biblioteca optan por un prudente silencio al respecto.