Relato original de Diana Bacalla (Dianchi) Había una vez una aguja Lima, Perú – Noviembre 2014 Mi sitio web: http://diana_bacalla.bubok.es/ Contacto: Dianamaria.bp@gmail.com Página en Facebook: https://www.facebook.com/dianabacalla.p?ref=ts&fref=ts Twitter: https://twitter.com/DianaBacalla Portada: No encontré al dueño de la portada, pero todos los derechos son para esa persona. Solo tomé la imagen para adecuarla a la portada. Gracias. La distribución de este libro, impresión, reproducción y alojamiento en hosts diferentes del host de origen están permitidos mientras se conserve el nombre del autor original y este no sea cambiado bajo ninguna excusa. Por favor, seamos conscientes que este material es gratis pero, es producto de nuestro esfuerzo y por ello vale demasiado para nosotros. Así mismo la descarga de estos relatos es gratis como se mencionó arriba, pero, está terminantemente prohibido utilizar este escrito con fines comerciales sin el permiso y acuerdo previo con la autora.
HabĂa una vez una aguja
Dedicado a mi mamĂĄ, por apoyarme en cada locura que se me ocurre. Con mucho cariĂąo para ella. Gracias por tenerme paciencia y compartir conmigo este mundo maravilloso, de los mĂĄgicos cuentos.
I
En un pequeño joyero que se encontraba sobre un mueble de caoba, vivía una pequeña aguja rodeada de pulseras, anillos, collares y otras joyas de fantasía. Desde que había sido rescatada de un basurero por una señora de buen corazón, vivía feliz entre las hermosas bisuterías. Pero, escondida y temerosa, ya que los objetos a su alrededor parecían observarla y burlarse de su pequeñez.
Desde aquel joyero de madera, la pequeña aguja observaba tímidamente toda la habitación; un cuarto pequeño pero elegante, con cuadros y fotografías de personas felices a quienes jamás había visto. De seguro, familiares y amigos de la señora de la casa.
Muchas veces escuchó voces alegres, pasos apresurados y risas pero, nunca se atrevió a salir del joyero por temor a perderse o regresar al basurero. Ella pensaba que siendo tan pequeña y delgada nadie se tomaría la molestia de buscarla. Estaba muy agradecida con aquella señora por haberla recogido de aquel triste lugar pero, creía que si la situación volviese a repetirse no la rescataría de nuevo.
Aquel joyero era su mundo, el único agradable que había conocido hasta ahora, más allá de eso todo era desconocido, un extraño lugar donde a los pequeños como ella los descartaban inmediatamente.
Lo recordaba bien, muchas veces cuando el sol se ponía, ligeramente se asomaba a ver la llegada de la noche por la ventana, recordaba cómo había terminado en aquel basurero. Había sido comprada en una tienda
de modas y vivía en una cajita muy bonita de color plateado, donde ella y sus hermanas se preguntaban todos los días como sería el mundo exterior.
Aquellos sonidos y luces extrañas que veían a través de la caja las asustaban pero, se sentían muy protegidas en una suave envoltura de papel que las mantenía juntas y a salvo de todo peligro. La pequeña aguja jamás había visto nada más allá de aquellas luces y pensaba que algo maravilloso las esperaba una vez que la caja fuera abierta. Todas sus hermanas estaban ansiosas por explorar aquel mundo, tanto que no podían quedarse quietas y daban pequeños saltitos dentro de la cajita.
El día soñado llegó. Una señora entró a la tienda, compró algunos hilos de colores, botones y una cajita de agujas.
Todas ellas se quedaron quietecitas, esperando el momento para ver el rostro de su nueva dueña. La aguja recordaba muy bien la primera luz que la cegó por algunos segundos al ser abierta la cajita, no pudo reconocer a la persona que se las había llevado de la tienda ya que la luz era muy brillante.
Intentó abrir sus ojitos y de repente sintió como era sujetada, se asustó al ver unos ojos castaños mirándola con curiosidad. La señora notó algo diferente en ella. Por desgracia, la agujita era un poco torcida y más pequeña que las demás y esto hizo que la expresión de la mujer cambiara. La aguja intentó estirarse un poco sin lograr mejorar su figura. No pudo describir la cara de decepción de quien había sido su dueña aquellos breves minutos, junto con algunas palabras la cogió y desechó así de simple, lanzándola sobre un montón de tierra y basura que había a un lado del camino.
Tristemente, observó como aquella señora se alejaba con sus hermanas, dejándola en ese lugar. Después de todo, las agujas no tenían sentimientos. O al menos, eso es lo aquella mujer creía.
La pequeña se entristecía con aquel recuerdo, imaginaba a sus hermanas felices y siendo útiles, aunque, realmente no tenía la menor idea de las cosas que una aguja podía hacer, siendo pequeñas y delgadas quizás su destino era terminar en la basura como ella. ¿Y si sus hermanas también habían sido desechadas? Aquel pensamiento deprimió más a la aguja, extrañaba mucho a sus hermanas.
- ¿Por qué nací? ¿Cuál es mi misión? - se preguntaba a cada instante, temiendo que algún día la señora se diera cuenta que no servía para nada y la regresara a la basura.
II
Una tarde de primavera la aguja estaba contemplando la hermosa puesta de sol como de costumbre. De repente, entró una chica de cabellos cortos a la habitación, hija de la señora, vistiendo un hermoso abrigo color violeta y llevando un extraño paquete entre las manos. La aguja curiosa asomó la cabeza intentando ver lo que había dentro de la caja pero, se ocultó debajo de un pequeño brazalete al darse cuenta que la joven podría notar su presencia.
Ella abrió la caja y sacó un objeto que hizo un ruido pesado al ser puesto sobre la mesa.
Aquel día era el cumpleaños de la señora de la casa. Las voces que escuchaba desde el primer piso eran alegres y al parecer había mucha gente en la sala, las risas se oían hasta la habitación. La agujita quería tanto hacer algo por ella, pero ¿qué podía hacer una simple aguja?, la sola idea era absurda.
En esos momentos, escuchó el sonido de la puerta cerrándose y los pasos apresurados de aquella chica bajando por las escaleras. Todo quedo en silencio salvo por aquellas voces lejanas de los invitados. La aguja se levantó y tímidamente se asomó por el joyero, tenía miedo pero su curiosidad era más grande que ella, así que después de algunos segundos de silencio con voz muy baja se atrevió a decir.
- ¿Hola?
Nadie le contestó. Pero en esos momentos, escuchó unos extraños ruidos.
La agujita se irguió todo lo que pudo, lo único que logró ver fueron los restos de una caja envuelta en papel de regalo, con dibujos de estrellas, en la esquina de la cómoda, pero estaba vacía. Asustada, quiso volver a su escondite pero, cuando iba a refugiarse debajo de aquel hermoso
brazalete una voz le respondió haciendo que
temblara ligeramente del susto y volviera a su posición anterior. La aguja se asomó al borde del joyero intentando ver quien era el dueño de aquella gruesa voz, y esta vez lo
encontró. Ella
se quedó sorprendida al ver
un
elegante reloj de mesa, observándola con curiosidad.
- Buenas tardes, ¿quién eres tú? Sal y déjate ver -dijo el reloj con voz amigable.
Para ser un reloj costoso, brillante y recién traído de una tienda, tenía muy buenos modales y eso animó a la tímida aguja a salir de su escondite, ella se asomó al borde pero aún así no se decidía a salir completamente del joyero.
El reloj la miraba con intriga y curiosidad esperando que se dispusiera a salir y poder verla de cerca, pero algunos segundos pasaron y la aguja seguía indecisa. Según lo que veía en su cuerpo, el reloj notó que el tiempo pasaba y nada sucedía, así que empezando a saltar y avanzar, lentamente llegó junto al joyero y observó a la aguja que parecía mucho más pequeña y frágil desde aquella distancia.
- ¿Qué sucede? ¿No puedes salir?
- Me gustaría pero me es imposible - respondió con voz muy bajita, haciendo que el reloj tuviera que acercarse más para lograr escucharla.
- ¿Acaso te atoraste con algo? Podría ayudarte a salir.
- No es eso, es que nunca he salido de este joyero desde que llegué, tengo miedo de perderme.
La aguja se sintió muy cohibida al escuchar las risas del reloj. En esos momentos la observaba tímidamente, era un reloj muy elegante y nuevo, no tenía fallas y por su tamaño jamás podría perderse. - Me gustaría ser un reloj, se ve tan grande, de seguro jamás fue devuelto ni despreciado por nadie – se dijo la agujita con voz muy baja sintiéndose demasiado pequeña e inútil a su lado. Las risas del reloj
cesaron en esos momentos al darse cuenta que había logrado hacerla sentir mal.
- No quise reírme, pero ¿cómo es que nunca has salido de ahí? ¿Es una broma? – dijo el reloj con voz amable e intentando disculparse.
- No es broma, a mí me abandonaron en un basurero, por eso tengo miedo de salir.
- Pues eso está muy mal mi pequeña aguja, deberías salir, te darías cuenta que no todo es malo en este mundo.
- Mi mundo es este joyero, ¿qué sería de mí si me perdiera?
- La señora te buscaría.
- No creo que lo haga, lo mejor será que jamás vuelva a salirdijo la aguja escondiéndose entre algunos aretes de fantasía.
- El mundo es muy grande ¿no quieres conocerlo? – preguntó el reloj intrigado por su comportamiento.
- Por eso mismo no me agrada, es grande y tenebroso.
- No deberías ser tan negativa. Imagino que al menos sabrás cual es el propósito que tienes en la vida ¿no? La razón por la cuál estás aquí.
- ¿Eh? No entiendo de qué hablas.
- Sobre tu verdadero valor, lo que haces o harás en el futuro. Por ejemplo, yo soy un reloj y gracias a mí los humanos saben que hora es.
- No creo que tenga nada de eso. – respondió la aguja agachando la mirada.
- Creo que no has vivido lo suficiente como para saberlo, todos
debemos
descubrir
nuestro
verdadero
valor y propósito en la vida.
La agujita escuchaba atenta las palabras del reloj, ¿propósito en la vida? Ahora parecía que el reloj se burlaba de ella, ¿para qué podría servir una pequeña y torcida aguja? La sola pregunta le parecía sin sentido.
Muchas veces había intentando afinar su figura, verse como las demás agujas que habían sido sus hermanas, pero estaba resignaba a vivir toda la vida en aquel joyero y nunca salir de ahí.
Aquel dĂa no quiso asomarse a ver el atardecer, ya que no le interesaba en esos momentos. La pregunta formulada por el reloj la habĂa dejado meditando en el asunto.
III
La fiesta de cumpleaños duró hasta la noche y nadie volvió a entrar en la habitación para su alivio. Claramente, oyó cuando las visitas se marcharon y el sonido del tic tac del reloj, que ahora estaba profundamente dormido.
¡Qué equivocado estaba en decir que todos tenían una misión! La agujita pensó en sus hermanas y supuso que ellas estarían
diciéndose
lo
mismo.
De
todos
modos,
ignoraba muchas cosas ya que no conocía más mundo que aquel joyero, ¡hasta la misma habitación le parecía enorme! Lo que habría fuera de aquella puerta solo le parecía triste y desolado como aquel basurero en donde fue abandonada.
A la mañana siguiente, el despertador la hizo sobresaltarse y observar asustada a todos lados. Había soñado con su antigua vida y cuando vivía en aquella caja con sus hermanas. Muchas
veces
pensaba
en
ellas
y
las
extrañaba
demasiado. Pero, al ver los anillos y demás joyas se dio cuenta que se encontraba en su nueva casa y se sintió agradecida
por encontrarse aún en ese lugar. En eso,
escuchó como alguien se acercaba y sintió una luz muy fuerte
cuando
la
cajita
se abrió. La señora estaba
preparándose para salir y busco en el joyero algo para ponerse, rápidamente eligió un hermoso anillo y luego dejo la caja en su lugar. La aguja escuchó el sonido de la puerta y los pasos apresurados de costumbre, y entonces abrió los ojos estirándose un poco.
Empujó la tapita del joyero y observó el cielo de la mañana, había olvidando la charla del día anterior con el reloj y
se levantó dispuesta a ordenar un poco aquella cajita ya que era lo único que había logrado pensar para ayudar a la señora, que había sido muy amable con ella. Cuando estaba en su trabajo de mover algunos botones, la voz del reloj se escuchó.
- ¡Buenos días! ¿Aguja? ¿Dónde estas? - dijo el reloj con un bostezo, estirándose levemente.
- ¿No eres algo dormilón para ser un reloj despertador?
- Claro que no, es que me aburre escuchar todos los días este tic tac, tic tac, solo hace que me de sueño.
- Es extraño que un reloj se queje de eso – dijo la aguja sonriendo levemente y poniéndose de mejor humor.
- ¡Ah!, con que ahí estás ¿qué estas haciendo? – preguntó el reloj acercándose con pequeños saltitos.
- Arreglando el joyero, tengo mucho por ordenar, por cierto ¿son las ocho de la mañana? ¿No es verdad?
- ¿Dudas de mí? - dijo el reloj con cierta mirada molesta y viendo sus minuteros con mucho recelo.
- Lo siento mucho, no estoy acostumbrada a hablar con otros y puedo decir tonterías a veces.
- No, espera... ¿aguja?
La agujita avergonzada se hundió en la caja del joyero, disponiéndose a no salir a pesar de que el reloj fuera un buen
compañero de charla. Estuvo largos minutos así, escuchando aquel tic tac que se oía fuertemente, pero, el reloj intrigado al ver que no salía, lentamente fue acercándose y se asomó cuanto pudo al joyero observando el interior con sus enormes ojos.
- ¿Piensas pasarte toda la vida ahí? Es una mañana hermosa, ven y continuemos charlando.
- ¿Y si digo algo malo?
- Te lo haré saber, de eso se trata ser amigos, hablar, reír, llorar, compartir cada momento bueno o malo, ¿o me dirás que no quieres ser mi amiga?
- ¡Claro que quiero! - dijo saliendo de nuevo y sintiéndose un poco tonta por haber pensado que el reloj ya no le hablaría.
En esos momentos la aguja empezó a reír muy bajito, feliz de haber encontrado a un amigo. Quizás la vida no fuera tan mala después de todo, aún así no conocía lo que había más allá de aquel joyero, mucho menos de aquella habitación. Por momentos, tenía mucha curiosidad en investigar, pero la imagen de aquel basurero se le venía a la cabeza, a su pequeña y delgada cabeza de metal ¿cómo podría saber que había más allá? El mundo era demasiado grande o quizás ella era muy pequeña.
Aquella mañana estuvo charlando con su nuevo amigo quien le contaba relatos de cuando vivía en aquella tienda de relojes. La aguja escuchaba atenta sintiendo miedo de la multitud de gente que vio, los comentarios que hacían y también se enteró que una vez fue devuelto, cosa que no le entristeció en lo más mínimo, ya que el reloj sabía que su destino era ir con otras personas.
La aguja sentía que aquel reloj había vivido muchas cosas interesantes y quizás ella nunca podría ni soñarlas.
Sin embargo, era muy agradable estar a su lado y ver la puesta de sol junto el, hace tanto tiempo que no se había sentido de ese modo y rogaba que siempre fuera así.
IV
Una tarde de primavera llegó visita a la casa. La dueña había invitado a sus sobrinos a cenar y se podían escuchar sus voces hasta el segundo piso. Como si hace años no hubieran visto a su amada tía los niños gritaban y hacían un alboroto tremendo, y cuando las señoras se sentaron en el cómodo sofá de la sala, dejaron a los pequeños libres a su antojo, al menos hasta la cena. Por lo que ellos fueron a jugar al jardín y no se volvió a escuchar sus risas o gritos por largos minutos.
No parecía ser más que un simple día de visitas que pronto terminaría. Pero, algo sucedió mientras las personas mayores tomaban café y conversaban sin darse cuenta de nada. En un
descuido la menor de los sobrinos subió a la habitación de la señora. La pequeña estaba escondiéndose de sus hermanos, no tenía más que cuatro años pero poseía una curiosidad única. Rápidamente, entró a la habitación ya que la puerta se encontraba entreabierta y solo basto empujarla
un
poco. Luego de observar por algunos
segundos se dirigió hacia un reloj que brillaba gracias a la luz que entraba por la ventana, a sus ojos era algo muy bello y la niña intentó alcanzarlo pero, estaba muy lejos. Se quedo pensativa unos segundos y posó su vista sobre un joyero con decoraciones de flores. La pequeña se empinó todo lo que pudo y sus deditos alcanzaron la preciosa caja tallada en madera, apenas la tuvo en las manos quitó la tapa y sonrió al ver las cosas bonitas que guardaba.
Se probó un anillo y le quedó muy grande así que lo
devolvió, iba a regresar a la sala pero en eso un objeto de metal delgado y pequeño, que estaba escondido en un rincón, le llamo la atención. En esos momentos, lo cogió y dejó el joyero a un lado de la mesa, y fue corriendo a buscar a su mamá, pero no llegó muy lejos. La aguja no pudo evitar resbalarse y caer de su pequeña mano, la niña no lo notó y regresó a la sala como si nada hubiera sucedido.
La aguja al notar que no estaba más en su querido joyero despertó asustada.
- ¡¿Dónde estoy?! - exclamó con temor viendo a los alrededores y buscando a su amigo el reloj. Estaba a los pies de la escalera que daba a la sala y nadie la veía. La señora reía sin imaginar siquiera que ella estaba ahí. La aguja sintió mucho miedo y en esos momentos se levantó, dando
pequeños saltos intentó hacerse notar cosa que fue imposible.
Todo era tan grande y al ver las enormes escaleras se sintió peor ya que no podría regresar por sí misma. En eso, escuchó un nuevo sonido de pasos y vio a un perro que entraba, rápidamente fue a ocultarse debajo de un pequeño mueble cercano al ver semejante monstruo peludo. El perro
regresó al jardín con los niños pero, cuando
imaginaba que estaba a salvo, escuchó una voz que la hizo saltar del susto.
- ¿Qué cosa eres tú? Te vi saltando hacia aquí, ¡muéstrate! La aguja asustada, tímidamente salió de su escondite y levantó la vista. Le pareció tan grande aquel mueble y no veía al dueño de aquella voz, intentó saltar alto pero solo logró
que
su
cuerpecito
quedara
ligeramente
lastimado. La aguja se dispuso a irse pero en eso vio algunos cables y un par de ojos enormes que la veían con molestia desde lo más alto.
En esos momentos notó que podía subir por una pequeña rampa cerca de la pared, así que esforzándose mucho llegó hasta la parte superior y notó con sorpresa como un extraño y blanco aparato la veía con la misma mirada molesta de antes.
- Contéstame, ¿quién eres? – preguntó abriendo mucho sus ojos con expresión enfadada.
- Hola, soy una aguja, mucho gusto en...
- ¿¡Una aguja!? ¡Cuidado con rayarme! ¡Tengo que estar en buen estado para la señora! - exclamó interrumpiéndola con descortesía.
- Nunca haría eso. ¿Tú vives aquí? La señora debe cuidarte mucho.
- ¡Tiene que hacerlo! ¡No hay teléfono mejor que yo!, tengo una buena memoria y soy de último modelo, las llamadas nunca se cortan – dijo muy orgulloso de sí mismo.
- ¿Un teléfono? Nunca había visto uno.
- ¡Y uno muy importante! ¡De mucha utilidad! Aunque una aguja como tú no entendería, a todo esto... ¿para que sirves tú?
La aguja se quedó en silencio durante algunos segundos pensando en muchas cosas. No podía ver al teléfono de frente ya que ni ella misma sabía su propio valor. ¿Para que servía? No lo sabía y dudaba de que tuviera alguna utilidad, pensó tal vez en inventar algo pero no lo hizo, ya que las mentiras eran malas y tarde o temprano el teléfono las descubría, solo pudo quedarse callada con la mirada hacia abajo. El teléfono poco acostumbrado a soportar aquel comportamiento, la miró con severidad y con su grueso cable la lanzó al suelo.
- ¡Fuera! ¡No sirves para nada! - gritó mientras empezaba a hacer un ruido muy fuerte que resonaba por toda la sala.
V
La aguja escuchó pasos en esos momentos, se sentía tan triste que rápidamente fue a esconderse sin darse cuenta de que la señora venía a atender una llamada. Entró sin pensarlo por una puerta entreabierta esperando tener más suerte. Acababa de conocer a alguien desagradable y pensaba que todos serían iguales, ¡cómo extrañaba su joyero!
La aguja notó que había muchos libros y cuadros antiguos en aquella habitación, había entrado a una pequeña biblioteca u oficina y al menos era más tranquilo que donde había estado antes. - Quizás me pueda quedar aquí - pensó la aguja avanzando lentamente.
La habitación tenía un ligero olor a antiguo pero el piso de madera brillaba como si lo hubieran acabado de encerar, la ventana estaba entreabierta y dejaba entrar un poco de aire fresco, tenía un ambiente agradable y no había objetos escandalosos a la vista. La aguja avanzó un poco más y empezó a subir por algunos libros y revistas que estaban acomodados en el suelo como si fueran una larga escalera.
Tal vez, aquella habitación podría convertirse en su nuevo hogar y la señora algún día la encontrara, pero entre aquellos enormes libros era algo difícil. Mientras subía intentaba no pensar más en esas cosas ya que sentía que se ponía muy triste y puso todo su empeño en llegar a la cima de un mueble con manijas un poco oxidadas, esperando poder quedarse ahí y terminar aquel viaje
desagradable. Apenas llegó arriba se quedó viendo toda la habitación que no se veía tan grande ahora.
- ¡Qué silencio! Creo que podría acostumbrarme a este lugar – dijo observando cada rincón con expresión de curiosidad.
La agujita daba pequeños saltitos intentando ver un poco más, estaba tan entretenida que no se había dado cuenta de que alguien la observaba con curiosidad desde una zona oscura del mueble. Unos ojos brillantes seguían todos sus movimientos. Nunca había visitas y encontraba a aquella aguja muy interesante y quizás su futuro medio de diversión. En esos instantes, lentamente se acercó al desconocido y con voz baja le preguntó:
- ¿Quién eres tú?
- ¡¿Eh?!
- Responde, ¿por qué invades mi escritorio?
Por algunos segundos, se quedó en silencio. Aquella voz la había asustado y tenía miedo de que la echaran de nuevo. La aguja
volteó
lentamente
esperando
encontrarse
con
alguien atemorizante pero, se sorprendió al ver una lámpara mediana de color plateado, en sus ojos no se veía desprecio sino mucha curiosidad. Aquello la alivió un poco, al menos esperaba poder quedarse en aquel lugar hasta que consiguiera a donde ir. La lámpara la analizaba en silencio, preguntándose si podía confiar en ella o no.
- ¿Una aguja? ¿Qué haces por aquí? En esta habitación solo hay libros – dijo la lámpara con una voz más amigable que la de antes.
- Lo siento, me perdí y no sé cómo regresar al joyero.
- ¿Joyero? No he visto uno de esos hace tiempo, pero si quieres puedes quedarte aquí.
- ¿En verdad? ¡Muchas gracias!
- Seremos amigas, siempre he estado sola y me hará bien tener con quien hablar.
La aguja se sintió un poquito animada, desde que había salido del joyero había visto todo el mundo gris y triste, realmente los recuerdos que tenía de su buen amigo el reloj la entristecían pero ahora con su nueva amiga la lámpara quizás podría empezar una nueva vida.
Pero, a los pocos días se llevó una gran decepción, ¡Se había equivocando tremendamente! La lámpara lo trataba peor que un esclavo, pidiéndole que moviera algunos
lapiceros
porque
a
cada
instante
le estorbaban el camino o
mandándola a quitar, aun sabiendo que no podría mover, un enorme cenicero hecho de cristal.
Al principio había sido muy amable pero de repente se había transformado en un completo monstruo. La pobre aguja estaba cansada y en las noches, la lámpara ocupaba por completo una franela, y no podía dormir por el frío que hacía.
No soportó mucho a su nueva amiga y empezaba a creer que la amistad no existía. La lámpara la había tratado bien solo para convertirla en su sirviente.
En aquellas noches de desvelo pensaba muchas cosas, imaginaba que quizás el reloj también la hubiera tratado así, si se hubiera quedado más tiempo con él. La
aguja
aprovechando que la lámpara dormía profundamente salió una mañana muy temprano, bajando por los libros y huyendo por debajo de la puerta.
Estaba decepcionada y pensaba que nunca podría encontrar algún lugar donde vivir, la imagen de sus hermanas disfrutando de un cómodo alfiletero se le vino a lamente. Yo jamás podré ser feliz, en este mundo solo hay cosas malas - pensó la aguja en medio de la sala a donde había regresado. A esa hora no había nadie despierto y todo se veía muy tranquilo y silencioso.
VI
- ¿Por dónde debería ir? - se preguntó la aguja viendo algunas puertas a lo lejos. Estuvo observando por algunos segundos, había tantos caminos por donde ir y no sabía cual elegir. Lentamente, cerró sus ojitos y se empezó a dirigir hacia la primera puerta que tenía cerca, esperaba encontrar amistades buenas que la aceptaran. Cuando estuvo muy cerca abrió los ojos y entró fácilmente por una abertura.
Era un lugar muy extraño, con objetos de metal que brillaban a lo lejos, los muebles eran de madera pintados de blanco y sobre una mesa había una pequeña caja con objetos muy puntiagudos, eran enormes y se veían tenebrosos.
La aguja no sabía que había entrado a una cocina. Todo se veía inmenso y empezó a retroceder lentamente, tal vez lo mejor sería regresar y probar otra puerta. Un enorme reloj indicaba la hora y su tic tac resonaba por toda la cocina, la aguja avanzó poco a poco viendo con temor a todos lados, había viajado mucho y aún no encontraba la manera de cómo regresar al joyero, pero lo que más la hacía sentir triste era que no había conseguido hacer amigos que valieran la pena. Todos pensaban que no servía para nada y eso era peor, quizás tenían razón y ella estaba equivocada. Junto a objetos como la lámpara, el teléfono y hasta su amigo el reloj, ella no era la gran cosa y tal vez nunca debió de salir de aquel basurero.
La aguja se sentía muy deprimida y estaba perdiendo las esperanzas de regresar a su hogar junto con las pulseras o volver a hablar con su amigo, todo aquello se veía
tan lejano como si hace semanas se hubiera perdido. Solo eran recuerdos alegres que en ese momento no le ayudaban en nada, cada vez que pensaba en los atardeceres que veía desde el joyero o las charlas con el reloj se sentía muy decaída. La aguja se detuvo en medio de la cocina, quizás encuentre al fin un lugar donde quedarme - se dijo a sí misma intentando animarse un poco, pero aquella habitación era tan extraña, se sentía sola y sin nadie a quien le importase.
Se quedó algunos segundos pensando qué debía hacer, sentía que la observaban y le daba miedo porque no sabía qué objetos podría encontrar en aquella cocina. De repente, vio a dos tenedores allá, en lo alto de una mesa, estaban cerca de un enorme cuchillo que se veía muy filoso, ellas la veían con curiosidad y no se atrevían a acercársele, pero el cuchillo saltó desde esa altura y cuando cayó al suelo hizo
un sonido muy extraño. La aguja se detuvo e intentó retroceder pero era tarde, el cuchillo estaba en frente de ella y la veía de un modo que la hacía recordar al teléfono, la aguja agachó la mirada porque sabía lo que él iba a decir,
el
cuchillo
la estuvo observando por largos
segundos.
- ¿Por qué has venido aquí? En este lugar solo admitimos objetos de cocina – dijo con voz muy gruesa.
- Lo siento mucho, no tengo a donde ir y pensé que tal vez podría quedarme aquí.
- ¿Quedarte aquí? Mmm... ¡Solo si nos demuestras que eres un objeto que sirve en esta cocina!
- Pero yo soy solo una aguja, no sirvo para nada.
- ¡Entonces lárgate! ¡No damos albergue a inútiles!– gritaron los tenedores desde el mueble.
- Lástima, tendrás que irte – dijo el cuchillo disponiéndose a regresar a su lugar.
La aguja iba a marcharse, prefería irse antes de quedarse con aquellos objetos tan groseros, pero en eso escuchó una voz que dijo:
- ¡Dejen a la aguja en paz! ¡¿Por qué se aprovechan de su tamaño?! – gritó alguien desde otro mueble que estaba cerca de la estufa. El cuchillo se puso nervioso y regresó rápidamente con los tenedores, ellos se fueron a quién sabe donde y dejaron a la aguja sola. La voz había sido muy amenazante pero, la aguja
no
tenía
miedo,
estaba
agradecida de que alguien la hubiera defendido y fue a buscar al dueño de la voz.
Los muebles eran altos pero encontró una pequeña subida y esta vez llegó mucho más rápido arriba, - todo se ve tan diferente cuando uno es grande - dijo viendo el panorama desde aquel lugar. Desde ahí, pudo ver al cuchillo y a los tenedores escondidos debajo de una servilleta, evitaban mirarla y murmuraban cosas entre ellas. La aguja se quedó con la boca abierta al ver un objeto muy grande mitad metal y mitad vidrio, era preciosa y nunca había visto algo igual.
-
Muchas
gracias
por
ayudarme
-
dijo
la
sonriéndole tímidamente – ¡Eres tan grande y hermosa!
aguja
- ¡Soy la licuadora más bella del mundo! Lo sé, lo sé – dijo sonriendo coquetamente - ¿Qué hace una pequeña aguja como tú por aquí? – preguntó acercándose a ella.
- Me perdí y no sé cómo volver al joyero, nadie quiere ayudarme.
- Si quieres puedes vivir conmigo, yo te cuidaré de esos tenedores y del cuchillo, solo son unos envidiosos que hacen la vida imposible a los demás.
- ¿Todos son así por aquí? He estado buscando un lugar donde quedarme, pero no logro encontrarlo.
- Bien, desde hoy te adoptaré y te enseñaré muchas cosas – dijo la licuadora sintiéndose muy orgullosa por su elección.
La aguja se quedó a vivir con la licuadora desde ese momento. Cada mañana ambas veían la salida del sol por la ventana y eso le agradaba mucho. Ella tenía muchas cosas que contar y parecía saber todo. No obstante, la aguja no entendía porque, cuando la señora venía a cocinar algo, le decía que debía ocultarse debajo de ella. La aguja quería que la señora la viera, aun no perdía las esperanzas de regresar al joyero y volver a ver a su amigo el reloj, pero la licuadora había hecho tanto por ella que no podía desobedecer sus órdenes.
Cada mañana observaba con tristeza a la señora y a su hija, entrando y saliendo de la cocina sin que se den cuenta de que ella estaba ahí. En las tardes salía de su escondite y hablaba con su nueva amiga. No se quejaba, no podía hacerlo. Había hallado un lugar donde quedarse y a una protectora.
Los tenedores la odiaban y muchas veces escuchó que planeaban la manera de librarse de ella. El cuchillo no había olvidado como fue ridiculizado por la licuadora, odiaba también a la pequeña aguja, solo que siendo protegida por el objeto de cocina más respetado por todos no podía hacer nada. La licuadora era nueva y la señora la apreciaba mucho, por eso todos la obedecían, tanto que ella era muy vanidosa.
Aquellos días la aguja pensó que tenía mucha suerte, se sentía feliz de tener una amiga como la licuadora, solo que no sabía porqué ella la obligaba a esconderse de la señora o no hablar de su amigo el reloj. Por más que se lo preguntase mentalmente, no lograba encontrar una respuesta.
VII
La aguja vivía tranquila al lado de la licuadora, pero siempre extrañaba a su amigo el reloj y notó que la vida en la cocina no era tan hermosa como pensó los primeros días. Los tenedores una vez le gritaron que mejor se fuera cuando la licuadora estaba dormida, el cuchillo le mandaba señales desde el otro lado diciéndole lo mismo, la aguja empezaba a sentirse muy triste.
Una tarde, ella se empezó a dar cuenta que la licuadora no era lo
que
pensó.
Estuvo
dando
órdenes
a
los
tenedores, cucharas y todo lo que se cruzaba en su mirada, se reía de una manera escandalosa y no le gustaba que la contradijeran.
Ese día empezó a ordenarle también a la aguja, todo lo que hacía estaba mal y a veces la obligaba a decirle cosas como “eres hermosa”, “no hay nadie como tu” y muchas otras tonterías. Ella siempre decía que era perfecta y que la aguja podría arañarla si se acercaba demasiado.
- No hay nadie mejor que yo, ¿qué opinas? – le dijo un día a la aguja cuando observaban la puesta de sol.
- No he visto otras licuadoras, así que debe ser cierto.
- Oye, has estado aquí muchos días y hasta ahora no has hecho nada por mí, los tenedores me temen y hasta el cuchillo cumple mis órdenes.
- ¿Qué quieres que haga?
- Mañana le levantarás temprano y me traerás la franela, tu trabajo será limpiarme, así la señora me verá brillante todos los días.
- Pero, ¡eso es imposible! ¡Soy demasiado pequeña! – dijo la aguja observando la enorme franela roja, que estaba doblaba cuidadosamente a un lado de la estufa.
- Entonces los tenedores tenían razón, eres una inútil.
La aguja no supo qué decir. A la mañana siguiente intentó arrastrar la franela y hacer lo que la licuadora le pidió, pero era muy grande y no podía moverlo. Ahora se daba cuenta de que ella era igual a la lámpara, solo daba órdenes y se creía perfecta. Se sentía desilusionada y antes de que la señora entrara a cocinar, ella salió sin que nadie la viera, no podía quedarse más ahí.
Después de tanto caminar no le quedaba otro lugar adonde ir. La aguja entró de nuevo a la sala y se quedó observando hacia el techo, tenía que reconocer que se había perdido y jamás regresaría a su joyero, todos habían sido iguales. Ahora estaba convencida de que no servía para nada y que debía regresar a la basura, la aguja se quedó en silencio, encogida en un rincón hasta que una voz dulce la llamó rato después.
- ¿Hola? ¿Aún estás ahí pequeña aguja?
La aguja abrió los ojos y se dio cuenta que se había quedado dormida, no veía a nadie y pensó que era un sueño, después de lo sucedido con la licuadora no quería saber de nadie más. Lentamente, empezó a alejarse sin saber a donde ir, pero aquella voz la volvió a llamar, -¿Por qué te vas? Quédate un rato – la aguja no quiso oírla y siguió avanzando, solo
que al darse cuenta de que no tenía a donde huir se detuvo y volteó a ver quien la llamaba.
En una mesita de vidrio pudo ver una figura hermosa, era un adorno muy fino con forma de mujer, su rostro era delgado y sus ojos reflejaban cierta melancolía. La aguja se sorprendió mucho pero no se movió ni dijo nada, la figura tenía cabello oscuro que le llegaba hasta los hombros y vestía un traje antiguo. Al verla bien notó que era una muñeca de porcelana, una bella y pequeña muñeca que sujetaba una canasta de flores en su mano derecha.
La aguja se quedó observándola por largo tiempo, era muy bonita y mucho más que la licuadora, sobre todo por su aspecto humano. No supo qué decirle y pensó que lo mejor era irse, pero la muñeca la detuvo y le hablo con voz suave.
- Hola aguja, ¿estás bien?
- Yo, creo que no.
- ¿Qué te sucede? ¿Puedo ayudarte en algo?
La aguja se quedó en silencio, era la primera vez desde que salió del joyero que alguien era amable con ella, se había vuelto un poco desconfiada y quizás detrás de aquella mirada había otras intenciones como burlarse o despreciarla, porque en verdad al lado de aquella figura no era nada. Le habían sucedido tantas cosas y no tenía ánimos de seguir, pero la muñeca lentamente se movió de su lugar y se agachó arrodillándose sobre la mesa, su vestido largo no la dejaba moverse libremente pero, la aguja pudo ver aquellos ojos verdes y brillantes observándola fijamente.
- ¿Necesitas algo? – Preguntó la muñeca sujetando su sombrero con la mano libre, intentando que no se cayera.
- Estoy perdida, yo vivía en el joyero y por cosas del destino terminé aquí, no sé como volver y pienso que la señora no se ha dado cuenta que me perdí.
- ¿No has intentado regresar al joyero?
- Realmente, no.
- ¿Por qué? ¿No sabes dónde está?
- En la habitación de la señora.
- Yo fui traída hace poco y no conozco mucho sobre los humanos, pero en la tienda donde vivía las personas tenían su habitación arriba, en el segundo piso.
- ¿Arriba? – dijo la aguja viendo las enormes escaleras.
- La única forma de regresar sería subiendo por las escaleras.
- Es imposible.
- ¿Imposible? Nunca debes decir eso, yo sé que si te lo propones regresarás a tu joyero.
- Nunca podré hacerlo, soy una inútil y no sirvo para nada.
La muñeca cambió su expresión y su bello rostro de porcelana se entristeció. La aguja estaba muy deprimida y no
sabía cómo ayudarla a sentirse mejor. Pero después de algunos segundos de silencio, una sonrisa se asomó en sus labios carmesí y le dijo:
- ¡No te desanimes! Yo sé que las agujas son muy útiles... ¿no te has dado cuenta de tu propio valor?
- ¿Somos útiles?
- Todos tenemos un propósito en la vida, todos, grandes o pequeños.
- Eso sí lo sé, pero he conocido muchas cosas, por ejemplo el reloj nos da la hora, con el teléfono podemos hablar con quien sea, la lámpara ilumina cuando todo está oscuro, la licuadora y los cubiertos son muy importantes en la cocina.
- Sí, todo lo que dices es verdad, pero...
- Y usted es un bello adorno en esta sala gris, lo primero que ven al abrir la puerta y lo que la señora de seguro cuida con mucho cariño.
- ¿Cómo puedo ayudarte? Me has mencionado el valor de muchos objetos pero no el tuyo.
- ¿El mío?
- ¡Sí, el tuyo! Alguna vez te darás cuenta de lo que vales. Y sé, que será muy pronto.
VIII
En eso, la muñeca escuchó un sonido de pasos provenientes del segundo piso, era la señora que salía de su habitación y se disponía a bajar las escaleras. Rápidamente, volvió a su lugar y se acomodó el sombrero con mucho cuidado. La aguja no se había dado cuenta y cuando reaccionó no tuvo de otra que dejarse caer inmóvil al suelo.
La señora llegó a la sala y como había dicho la aguja, lo primero que vio fue a la muñeca pero, notó algo extraño y se acercó a la mesita. La muñeca no tenía la canasta de flores en su mano y pensó que tal vez sus sobrinos habían estado jugando con ella. Empezó a buscarla por todos lados
hasta que la vio abandonada al borde de la mesa junto al florero.
La mesa era pequeña y de cristal y por eso su espalda empezó a reclamarle el esfuerzo, tuvo que agacharse un poco y cuando iba a cogerla, de repente vio algo brillante en el suelo.
- ¡Oh! ¡Así que aquí estabas! – dijo la señora con expresión alegre.
Ella la cogió y cuidadosamente la guardó en un bolsillo mientras arreglaba a la muñeca y le ponía la canasta de flores. La aguja no quería saber cual sería su destino, quizás el basurero la esperaba, pero un rato después al sentir cómo la señora la ponía sobre una mesa, abrió los ojos tímidamente.
¡No podía creerlo!, ¡la señora la había llevado de regreso a la habitación! La aguja estaba realmente conmovida y notó que la mujer la había puesto a un lado de aquel amado joyero que tanto extrañó pero, ¿por qué?, ¡si ella no servía!
- Bien, ahora podré arreglar esto – dijo la mujer sacando una blusa de seda y algunos hilos de la caja. La aguja se quedó observando. La señora la cogió suavemente y luego de ponerse sus lentes, atravesó un hilo de color blanco por el agujero de su cabeza, en esos momentos cogió el botón que se le había caído y empezó a cocer, luego de algunos segundos la blusa quedó bien y la mujer
dejó la aguja
dentro del joyero. Sonriendo, la señora salió por algunos instantes de la habitación, dejando a la aguja completamente sorprendida. La aguja no podía creerlo, todo había sido extraño y sin querer había descubierto su verdadera utilidad, así de fácil.
En eso, escuchó una voz muy conocida y se asomó por el joyero.
- Te dije que servías aguja, si no te hubieras encerrado en tu mundo te hubieras dado cuenta de todas las cosas que puedes hacer.
- ¡Reloj! ¡Te extrañé mucho! – dijo la aguja saltando de felicidad.
- Yo también, pensé que nunca volvería a verte, me sentía muy solo.
- ¿¡Viste eso!? ¡Por fin pude ayudar a la señora! ¡Soy tan feliz! - Me alegra mucho de que hallas descubierto eso y que volvieras, ahora... ¿¡dónde has estado todo este tiempo!?
- ¡Tengo mucho que contarte!
Y
así
fue
como
la
pequeña aguja
descubrió
su
verdadero valor y se dio cuenta de que todos tenemos un propósito en la
vida,
seamos grandes,
medianos o
pequeños, o aún seres inanimados. Nadie puede despreciar a otros por su apariencia, nadie puede hacerte sentir menos por no ser igual a otros. Cada ser es individual y posee su propio valor y misión en la vida. Nunca permitas que otras personas te hagan sentir como si no valieses nada, ahora sabes que eso no es verdad.
Y si no me crees, puedes preguntarle a nuestra pequeña aguja…
. . . ~ Fin~ . . .