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Tontos útiles
Una de las cosas que ha resultado muy recurrente en los últimos días, días en los que hemos atravesado, y de alguna manera todavía seguimos haciéndolo, por la que es ya, de lejos, la crisis política más aguda por la que ha atravesado el Perú en lo que va del siglo XXI, ha sido el ver cómo un número importante de dirigentes y manifestantes involucrados en las protestas realizadas en las últimas semanas, no solo desconocían olímpicamente en qué consistía en realidad aquello por lo que estaban reclamando, sino que además tampoco parecía importarles en lo más mínimo el hecho de no saberlo. Así, no era raro que, interrogados por la prensa respecto de, por ejemplo, qué entendían por Asamblea Constituyente, o, incluso, por Constitución, las respuestas que brindaron tanto los unos como los otros fuesen las más de las veces tan descabelladas, tan desatinadas, tan absurdas, que resultaba inevitable preguntarse quiénes estaban detrás de toda esta bien orquestada asonada. Pues quedaba claro que gran parte, que una grandísima parte, de ese llamado “pueblo” que se encontraba en las calles no tenía ni la mínima idea de las verdaderas razones por las que se encontraba allí. De las razones de fondo, queremos decir.
Y no hablamos, por supuesto, de que la gente participante de las protestas no tuviese claro que se encontraba reclamando, entre otras cosas, por una mejor atención del Estado, por que termine por fin esa relegación consuetudinaria a la que las diferentes administraciones habían estado sometiendo a no pocas regiones del país. Que eso está fuera de toda duda. Hablamos, por supuesto, de que por lo menos dos de las principales banderas de los manifestantes durante las protestas desatadas luego del golpe de Estado realizado por Castillo, implicaban cuestiones que, por su complejidad, por su dificultad, por su hondura, requerían que cuando menos se las explicasen grosso modo, a fin de que quienes se estaban jugando la piel en las calles, quienes se estaban jugando la vida, por una causa que apenas alcanzaban a vislumbrar a duras penas pudiesen tener claro que si acaso no volvían ya jamás a casa, era por algo que realmente valía la pena.
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Porque si estaba claro, si está claro ahora más que nunca, que la gran mayoría de la gente no sabe qué carajos es una Asamblea Constituyente, o qué diablos es lo que está mal en la Constitución para querer cambiarla, lo está aún más el hecho de que seguirá sin saberlo mientras no haya alguien que se lo explique como se
Gabino González Jorge Farid Escritor,articulista,profesor deLenguayLiteratura
tiene que hacerlo, mientras no salga alguien al frente a decirle por qué aquello por lo que están reclamando es tan importante como para que, de llegar el caso, pueda incluso hasta perder la vida.
Tarea de instrucción, esta, que, lógicamente, se supone que debería correr a cuenta de los grandes ideólogos de aquella izquierda extremista empeñada en el establecimiento de una Asamblea Constituyente y la elaboración de una nueva Constitución. Lástima que, como se ha advertido en estos últimos días, en que han corrido los ríos de sangre que reclamaba en su momento cierto personaje nefasto del extinto gobierno de Castillo, esos ideólogos, esos dirigentes, o no existen, o tienen cosas más importantes que hacer que estar perdiendo su tiempo explicándole a la gente por qué diablos aquello por lo que están reclamando es tan importante como para arriesgarse a perder la vida.
No de otra manera se puede explicar el que hasta el momento no hayan hecho otra cosa que brillar por su ausencia. Que dejar a su suerte a esas miles de personas que, engañadas por su demagogia barata, han sido embaucadas por estos granujas de toda la vida. ¿Dónde estaban, si no, las grandes figuras de la izquierda recalcitrante cuando la gente, cuál carne de cañón, se encontraba sucumbiendo bajo la esperable represión policial? ¿Alguien los vio quizá encabezando las marchas, asfixiándose con las bombas lacrimógenas, pereciendo alcanzados por una bala?
Todo hace indicar que han de haber estado donde normalmente suele estar esta gente cuando las cosas comienzan a complicarse: debajo de su cama. Porque, claro, para eso está el pueblo, han de pensar. Para salir a tragar polvo y a que le den una buena sacada de mierda. A diferencia de ellos, desde luego. Señoritos y señoritas que para azuzar a la población son, por supuesto, bastante buenos. Pero que, cuando de lo que se trata es de pelear sus propias batallas, huyen como ratas de alcantarilla.
Lo bueno, en medio de tanta desgracia, es que la gente parece haber comenzado a darse cuenta de que no vale la pena dejarse la piel por cobardes, por cabrones, que a la menor oportunidad se hacen a los desentendidos, y los dejan literalmente a su suerte. Prueba de ello es, entre otras cosas, el que el número de manifestantes con que contaron los primeros días de protestas ha ido decreciendo sustantivamente con el pasar de las horas. Y ello se debe, en gran medida, a que poco a poco la gente va tomando conciencia de que, una vez más, los han estado tomando de tontos útiles.