En mi vida cometo errores porque no nací con un manual de instrucciones.

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Diario de una comunicadora En mi vida cometo errores porque no nacĂ­ con un manual de instrucciones.

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Capítulo único Ella terminó de comer la copa de helado que había comprado y él sonrió. – No puedo creer que te haya invitado y hayas pagado tú – dijo en un tono divertido. Ella se encogió de hombros. – Dijimos salida de amigos ¿no? – rebatió tranquilamente. – Que seriedad – susurró César con diversión– . ¿Ni siquiera me dejarás hacer el intento? Angelhí no respondió y miró, a través de la ventana del segundo piso de la heladería, hacia la calle. Pensaba en las palabras correctas, estaba un poco agotada y desanimada de aquel juego en donde, sin apretar el gatillo, siempre conseguía terminar con la bala apuntando hacia ella. – Créeme, últimamente suelo darle problemas a todos... No sé cómo lo hago, pero lo hago... – No entiendo – respondió él frunciendo el ceño. Ella sonrió tímida. Angelhí estaba vestida con apenas un pantalón y un polo morado claro, elegido al azar. Su maquillaje era natural y su cabello se asemejaba a la melena de un León por no haber tenido tiempo para arreglarlo. Él, en cambio, estaba bajo su traje formal de verano. Era gerente del departamento de logística del banco y sus tratos eran muy cordiales y amables. Era alto, de complexión fuerte, bajo la tela de la camisa se atisbaba un cuerpo bien formado; usaba lentes y el cabello oscuro y corto, sin mencionar la sonrisa conciliadora y los dientes parejos y blancos que a ella le hacían suspirar de un deseo antes ignorado. Angelhí aclaró la garganta cuando él le guiñó uno de sus ojos con picardía.

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– Err... Amm... –tartamudeó nerviosa. – Puedes seguir mirando todo lo que quieras, no me enojo. – Sonrió él divertido– . Me halagas. – Eres un pesado... –espetó sonrojada mientras él sonreía. La risa era agradable y muy sexy por lo que tuvo que hacer grandes esfuerzos para no reír junto con él. – ¿Me dirás por qué te pones tan difícil? –preguntó César una vez tranquilo. Ella asintió con lentitud. Acomodó un mechón de su cabello rebelde detrás de su oreja y respiró hondo. – Suelo salir con varias personas, hombres y mujeres, a conversar, a escucharlos, incluso a algunos les entrevisto. Soy el oyente eterno y si deseas ayuda, ahí estaré. Pero todo tiene un precio ¿verdad? – Hizo una pausa y lo miró directamente a los ojos– . Al terminar les digo, a quienes me dan una buena historia, que escribiré sobre lo que me contaron y hasta ahora no hay quién me haya dicho que no; sin embargo, con algunos chicos de los que salgo... no les pregunto nada. No pienses que soy una “mariposa de la noche” – Claro que no – interrumpió el con seguridad– . Si te dicen eso, me llamas y los pongo en su sitio. Sé la clase de persona que eres y por algo estoy aquí. Si fueses una “mariposa de la noche” no estaríamos conversando. – Gracias –respondió Anghelí con sorpresa– . Me gusta salir para intentar encontrar una persona especial, pero no pasa, siempre se terminan convirtiendo en historias. No sé, me aburro... Hace poco me gustó mucho una persona, pero no funcionó y lo metí en líos gratuitamente. – ¿A él le gustabas? – ¿Eh? –Ella dio un brinco ligeramente– . Oh, bueno, él me dijo que sí. – ¿Y por qué estás sin compromiso? ¿Por qué estás soltera? – preguntó asombrado. Ella parpadeó sin comprender– . Es un estúpido si te dejó ir.

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Ella entonces comenzó a reír con ganas. – ¡Qué va! ¡Qué va! ¡Fue lo más inteligente que hizo! Soy un drama con patas y encima complico todo. Mi psicólogo dice que él, para mí, fue un capricho y que realmente estuve enamorada del joven que alguna vez sí llegué a querer y que al adulto con quien me encontré, no; que me encapriché y eso combinado con el factor “estoy soltera, recién salida de una relación de cinco años”, me confundió. Pero no lo sé… Yo siento que sí lo quise. De igual forma, no importa, él siguió su camino y yo también. Mejor en todo caso porque realmente le causé muchos problemas. – No lo creo... Y aún si fuese así… – No soy tan buena como crees. Digamos que él no me hizo caso porque simplemente busca algo especial que yo no tengo y eso no lo puedes reclamar. No puedes obligar a ninguna persona a que te quiera o corresponda, cada ser tiene libre albedrío de sentir. Y yo, muy aparte de él, no sé cómo, pero termino con algunas personas detrás de mí... sin creerme, no quiero sonar pedante. – No lo haces, ocurre que tienes un aura muy especial. – ¿Hablas de aura? –preguntó ella con curiosidad y percibió que él se incomodó por lo que decidió no hacer más preguntas. Guardaría aquella para otro momento– . Bueno… hay muchas personas a las que no quiero así que escribo sobre ellas. Escribo las salidas, sus intentos, los analizo y los comparo con lo que leo, a veces de acuerdo a un comportamiento, les crítico o les halago, pero de forma escrita. Y son varias personas que lo leen. Ellos a veces no se enteran, pero lo hago y nunca se me ocurrió que fuese malo hasta que un amigo se vengó. Lo conocía desde hace mucho y me pagó con la misma moneda... Habló sobre mí en un periódico y en sus redes. Él es periodista y consiguió muchos seguidores con mi historia. No me dolió la acción sino que no fui yo quien escribió sobre mí misma y, obviamente está la traición a varios años de confianza. – ¿A él también le gustabas? – Sí... – Entiendo –concordó César sorbiendo su jugo de naranja.

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– ¿Te decepciono? –preguntó ella insegura. – No. Para nada. ¿Vas a escribir sobre mí? – preguntó con seriedad y ella tras unos segundos, asintió– . Vaya... Me has causado mucha curiosidad, más de la que ya tenía. Dime, ¿te has enamorado alguna vez? Hablas de tus salidas como proyectó de clase. Angelhí captó la llamada de atención y agachó la cabeza culpable. Quería decir “lo siento, lo siento, lo siento”, pero esa palabra la estaba erradicando de su lenguaje. Al final, su psicólogo, le había dicho que se trataba de su misma consciencia quien la llamaba a decirlo puesto que en el fondo sabía que no era correcto estar escribiendo a espalda de los demás. No quiso responder así que esperó. César bufó. – Creo que ya sé la respuesta. Eres muy compleja... y a la vez bien sencilla. Escritora debías ser. A ver... ¿Y por qué no puedo intentarlo? – Porque siento que no estoy preparada para una relación. – Pero sales con chicos, aceptas salidas ¿soy el único al que le dices que sólo seremos amigos desde el principio? – Ella negó– . Bien, progreso, les dices a todos lo mismo. ¿Soy el único que intenta algo más a pesar de eso? – Ella negó nuevamente– . ¿Y tú escribes sobre esto? – Ella asintió– . ¿Qué más haces? Esa carita dulce oculta más cosas. – Como leo mucho, a veces, se me ocurren teorías locas y las pruebo con las personas, eso hace que mi historia se ponga más interesante... – admitió a punto del llanto interno. Hacerlo no se sentía tan mal como admitirlo. – ¿Teorías? ¿Tienes alguna para mí? Anghelí quiso salir huyendo de aquella heladería, de pronto ya no estaba cómoda, sentía que el espacio se iba reduciendo y que, poco a poco, se asfixiaba. – Pues… como eres gerente de banco –musitó y agachó la cabeza,

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no podía sostenerle la mirada– . Pensaba hacer que entiendas que el dinero no lo es todo y quería ammm… quería que me quieras y bueno… Ya me entiendes… Lo siento… Él guardó silencio un momento extremadamente largo. Ella quiso desaparecer, era mucho más sencillo escribir las cosas y manejar tus sentimientos a decirlos en persona. En persona era una mezcla de colores difusos ya que su corazón la traicionaba continuamente. – Querías darme una lección. ¿Es eso? –preguntó el hombre de 31 años. Ella asintió– . Y te sabes muchos trucos para hacerlo ¿o me equivoco? –Ella negó– . Pero no te ibas ni vas a enamorar de mí –concluyó. Ella cerró fuertemente los ojos por un segundo. – Perdón –susurró. – ¿Ahora me estás intentando conquistar adrede para luego dejarme con mis sentimientos en un vaivén incierto? Ella alzó la cabeza y negó rápida y repetidas veces. – ¡No! –exclamó– . No. Estoy siendo sincera. No quería hacerte daño, al contrario, quería que aprendas que una mujer no es una cosa que puedes comprar… – Ibas a aceptar mis salidas, mis cortejos y poco a poco adiestrarme para que dejase de comprarte cosas, supongo, o hasta que hubieses visto que te valoro por lo que eres y no por todo lo que pueda darte. Y a parte, ibas a ir escribiendo sobre todo lo que pasaba… ¿a quién más le has hecho de samaritana? No, espera, ¿eso incluía besos o algo más? – ¡No! –volvió a exclamar avergonzada y asustada– . Por Dios, no, no me acuesto con nadie salvo que tenga muchos sentimientos. ¿A– a eso te referías? – Sí. Es decir, ibas a ser una presa muy difícil y así me ibas “a encaminar”. Vaya… no sé si decirte santa o mala persona. – Lo siento…

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– No, no te preocupes –dijo César– . ¿Vas a escribir sobre esto? –Ella asintió por enésima vez– . ¿Puedo leerlo cuando lo termines? ¿Me lo podrías enviar? – Lo siento... pero si es lo que deseas, sí, claro que sí. Estás en todo tu derecho. Lo siento, en serio… – Te he dicho que no te preocupes, no te disculpes más. ¡Hey, no llores! –exclamó y se puso de pie rápidamente para atenderla. Se sentó al lado de la joven y la abrazó sin dudarlo– . ¿No dices la verdad así no más o esto es parte de todo? – ¡No! ¡Nunca lo digo antes dé! Quiero enamorarme, pero siempre encuentro algo en lo que pueda ayudar a alguna persona e intento hacerlo, pero me equivoco mucho… me meto en líos por idiota y debo dejar de hacerlo. – ¿Desde cuándo lo haces? ¿No tenías pareja? – Lo tuve y, en ese entonces, yo con él no… – Calló de pronto y mordió sus labios. Decidió no contar su secreto– … digamos que cuando lo veía no teníamos mucha afinidad y suplimos esa carencia con temas académicos. Él fue quien me instruyó en todo el tema psicológico. Siempre le contaba todo y él me decía cómo aconsejar, cómo ayudar; pero ahora que estoy sola, no sé qué sopa he hecho éste último año con mi vida. No te enamores de mí y no me vuelvas a buscar porque será lo más sano para ti. Soy peligrosa porque no mido las consecuencias de mis acciones; pero te juro que no quiero dañar. – Eres pequeñita y como un osito de peluche, no creo que puedas hacerle daño ni a una hormiga –rió ligeramente y besó la cabeza, de cabellos largos, con amabilidad– . Ocurre que quieres hacer cosas por las personas cuando estas no te las piden y si, al menos, las hicieses y te quedases con ellas, te diría que estás martirizándote, pero las ayudas y te alejas, que es lo gracioso. E irónicamente, en vez de asustarme o alejarme, haces que… – ¿Qué? – No, nada, olvídalo… ¿Estás mejor? –preguntó y ella se alejó limpiando sus ojos– . Pareces un panda, mírate, todo tu rímel se corrió.

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– ¡Ay no! –exclamó y se cubrió el rostro. – Pero si estás linda. – ¡Calla! Después de un momento, en donde ella habló un poco más y el pacientemente escuchó, estaban de regreso a casa de Angelhí, el sol era insoportable, un verano caluroso de aproximadamente 30 C°. Él manejaba su BMW en silencio mientras ella se divertía mirando unos videos por youtube en el Ipad de César. – ¿Puedo hacer una pregunta? –interrogó de pronto tras girar una curva. – Claro, pero no sé si la vaya a responder. – Tú… ¿qué harás ahora? ¿Seguirás haciendo lo mismo? Ella dejó el video en reproducción automática y miró hacia la calle, el semáforo estaba en rojo y un joven estaba haciendo malabares con unas pelotas pequeñas con el fin de recibir un par de monedas. Abrió su cartera y extrajo unas cuantas. “Pobre, debe estarse muriendo de calor allá afuera”, pensó. – Sí –dijo él– . Seguirás haciendo lo mismo. – ¿Qué? – Que creo que seguirás haciendo lo mismo. Al final… eres escritora… eres artista… eres tú. – No te entiendo. –Ella frunció el ceño y dio las monedas al chico que se fue contento. – Cambiarás cuando te enamores. – Quiero hacerlo, pero la verdad es que no tengo tiempo para una relación. Tengo muchas cosas qué hacer y en las noches escribo, pocos entienden que ese espacio es intocable; pero lo haré, ya lo he hecho antes… sólo que tengo mala suerte cuando lo hago, supongo que la vida me cobra lo que hago y hasta sé que puedo terminar soltera. – Angelhí… – pronunció él lentamente– . Buena elección con el nombre…

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– De pronto rió fuerte y alto. A ella eso le asustó– . Tranquila, no pasa nada. Llegamos a tu casa. ¿Y bien? – Adiós supongo… – respondió ella y sonrió extendiendo la mano. – ¿Cómo que adiós? ¿Crees que me voy a rendir? – ¡Pero si te he dicho la verdad! Debes odiarme, yo me odio un poquito. ¿O es que no me crees? –preguntó horrorizada– . No quiero nada… y desde ahora, cuando sienta que alguien desea algo conmigo, diré todo de frentón y ya si ellos quieren, pues… ¿qué puedo hacer? – Exacto. Y yo quiero intentar enamorarte, pero prométeme algo… cualquier idea loca para ayudarme: me la dirás. – No puedo prometer eso… la ayuda se da, no se cuestiona… y tampoco se saca en cara… a no ser que me importes, te subas demasiado y me enoje… – respondió recordando. Al ver la cara de extrañeza en su amigo, sonrió y negó– . No, no pasa nada. Vas a perder tu tiempo y pueda que te metas en problemas por mi culpa. – No importa. Hoy escribirás sobre esto… quizá algún día me gane tus letras, por ahí leí en tu Facebook que cuando un escritor se enamora… – Te hace vivir por la eternidad… – terminó ella con una sonrisa. Suspiró y asintió– . Conste que yo sólo quiero una amistad y sepa usted que mis letras, carecen de dueño, pero sí tienen una inspiración. – No apuestes conmigo, señorita, que soy muy hábil, si tengo dinero es porque sé muy bien mi próximo movimiento. Él apretó la mano de ella con calidez y sonrió. Angelhí sonrió cordial y pronto bajó del auto. Por alguna razón se sentía triste, quizá decir las cosas desde el inicio era lo correcto. – Realmente estoy aprendiendo las lecciones a palos… – susurró, respiró hondo e ingresó a su casa. Ahí su perro, Rus, la recibió con el ánimo de siempre. Ella no resistió, lo abrazó y rió cuando él le comenzó a lamerle la cara como un loco– . ¡Calma, calma! ¡Ya llegué! ¡No me iré! ¡Tranquilo!

FIN

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