DESCUBRIR EL
ARTE Año IV no 43 • Septiembre 2002
El
retorno de los faraones Dos exposiciones y una película resucitan una cultura milenaria
Museos en números rojos La crisis pasa factura a las más prestigiosas pinacotecas del mundo
Pasión española en París El Museo de Orsay enfrenta la obra de Manet y la de Velázquez
El arte del desastre Román Gubern analiza cómo ha fascinado a los creadores la estética del horror
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Cabeza de Akenatón procedente de Tell el-Amarna, XVIII Dinastía, Berlín, Museo Egipcio.
Espejo de la reina Ahotep, hacia 15501525 a.C., oro, bronce y madera de cedro, El Cairo, Museo Egipcio.
El retorno de los
FARAONES Las exposiciones en el Palazzo Grassi y en la Galería Nacional de Washington, junto al reciente estreno de una película sobre Cleopatra, devuelven a la actualidad el interés por el arte egipcio
DATOS ÚTILES Los Faraones. Venecia, Palazzo Grassi. San Samuele 3231 Información: www.palazzograssi.it De 9 de septiembre de 2002 a 25 de mayo de 2003
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Estatua de Hatshepsut sentada en el trono, XVIII Dinastía, hacia 1470 a.C., Nueva York, Metropolitan Museum of Art, izquierda. Estela de altar representando a la familia real de Amarna, hacia 1300 a.C., XVIII Dinastía, Berlín, Museo Egipcio, derecha. Cabeza de una estatua del rey Amasis, hacia 550 a.C., XXVI Dinastía, Berlín, Museo Egipcio, abajo.
Una fascinante civilización producto de la voluntad del Nilo
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Cabeza de Hatshepsut, piedra calcárea pintada, proveniente de Der el-Bahari, XVIII Dinastía, Nueva York, Metropolitan Museum of Art, izquierda. Esfinge de alabastro procedente de la tumba de Tutankamon, El Cairo, Museo Egipcio.
MARGARITA BRU ROMO Profesora de Arte Egipcio
S
on varias las exposiciones que el Palazzo Grassi ha dedicado al mundo antiguo: Los Fenicios (1988), Los Celtas (1991), Los Griegos en Occidente (1996) y Los Etruscos (noviembre 2000/julio 2001). Ésta es su cuarta gran muestra arqueológica. En esta ocasión se trata de una espléndida muestra de arte egipcio, una de las más refinadas culturas de la Antigüedad. Bajo el epígrafe de Los Faraones ofrece la posibilidad de contemplar, reunidas en Venecia, unas piezas que, probablemente, no volverán a salir de su sede habitual en varias generaciones. Más de trescientos objetos, procedentes de colecciones de todo el mundo, ordenados en siete secciones, muestran las grandes etapas de la historia egipcia, ilustrando las diversas facetas de la función real: la ad-
ministrativa, la religiosa y la política, pero también su vida familiar y la fastuosidad de sus ritos funerarios. El Palazzo Grassi recibe al visitante en su patio central con obras de gran formato, que sirven de introducción al Egipto monumental. Le sigue una extraordinaria galería de retratos de los gobernantes de Egipto. La tercera sección
con sus hazañas el orden del universo; su vida familiar; y su participación en los festivales religiosos, a través de cuyas representaciones conocemos los ritos más importantes de la cultura egipcia. El recorrido se cierra con los suntuosos Tesoros de Tanis y la reconstrucción de una de las tumbas reales. En el antiguo Egipto habría que des-
Más de trescientos objetos muestran en Venecia las grandes etapas de la Historia de Egipto presenta una rica colección de imágenes de la realeza con sus diversos atributos, que ayudan al espectador a comprender dos conceptos inherentes a la monarquía egipcia: su carácter divino y su dualidad, ya que representa la unión de las Dos Tierras: el Alto y el Bajo Egipto. Las siguientes secciones muestran al faraón como guerrero victorioso que garantiza 23
tacar una serie de factores que determinan su cultura. Ante todo, los factores geográficos. El Nilo, un oasis en el desierto sahariano, con sus dos zonas bien diferenciadas, el Valle y el Delta, que determinan las dos regiones del país conocidas como el Bajo y el Alto Egipto. El río es, sin duda, la arteria que ver-
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había disminuido su fuerza vital, bien a causa de una enfermedad o de los años. Por ejemplo, una sucesión de sequías, de malas cosechas o de cualquier otro tipo de desastre podía indicar que algo así estaba sucediendo, y había que ponerle remedio; para ello se recurría a la ceremonia sed o jubileo real, en la cual, mediante una serie de rituales mágicos, volvía a recobrar su vigor juvenil y se coronaba de nuevo como rey.
tebra el país, su única vía de comunicación interior; regula todas las actividades de sus gentes que, sin lluvias ni otras fuentes de agua, dependen para su subsistencia de sus periódicas crecidas estivales. Los factores religiosos se estructuran en torno a dos ciclos, el de Ra, dios solar y el de Osiris, dios y juez de los muertos. Los innumerables dioses egipcios se agrupan en tríadas, padre, madre e hijo. Ptah, Sejmet y Nefertum en Menfis; Amón, Mut y Jonsú en Tebas; y, so-
bre todo, Osiris, Isis y Horus, que son los más venerados. En cuanto a los factores políticos habría que recordar que la estabilidad de la monarquía egipcia reposaba sobre el carácter divino de su rey, hijo de Ra, que era también encarnación de Horus en vida, y de Osiris tras su muerte.Al faraón se le suponía responsable, no sólo del bienestar de su pueblo, sino también del orden del universo o maat. Si la capacidad del monarca para asegurar el maat mermaba, significaba que 24
Factores artísticos. Éstos estaban determinados principalmente por dos elementos: el culto al faraón vivo o muerto, que en la realidad se traduce en la propaganda política mejor estructurada que se conoce, y por una concepción de un Más Allá eterno y beatífico, pero cuyo disfrute estaba condicionado, en primer lugar, por la conservación del cadáver del individuo o de algo que le representase, bien su estatua, o una pintura, o incluso una simple inscripción con su nombre; y, en segundo, que en el Juicio de los muertos, cuyo tribunal presidía Osiris, fuese declarado justo. De todos estos factores enumerados insistiremos sobre todo en dos, porque son realmente a los que va a dar relevancia la exposición del Palazzo Grassi: por una parte el concepto y la expresión de la monarquía egipcia; por otra, su manifestación artística. Aunque el pensamiento egipcio sea rigurosamente dualista y se funde sobre la necesaria asociación de contrarios, la institución monárquica tiende a recomponer los elementos geográficos e históricos en un sistema de pares antinómicos. Mediante la acción y la palabra, el faraón es el creador del espacio egipcio donde se proyecta la simetría que rige la organización del universo, del cielo y de la tierra, de los dioses y de los hombres. A Egipto se le conoce como el País de las Dos Tierras, el valle del río, Alto Egipto, encajonado entre desiertos, y su amplio delta o Bajo Egipto. Es también el País de los Dos Nilos, el visible y el subterráneo; de las Dos Señoras, la diosa buitre Nejbet, patrona del Alto Egipto y la diosa cobra Uadjet, que tutela el Bajo Egipto; el País de la Tierra Roja (el desierto) y de la Tierra Negra (el suelo fértil); es el País de Horus y de Seth; tiene por emblemas la abeja y el papiro en el Bajo Egipto y la juncia y el lirio en el Al-
to; y, por último, el rey porta dos coronas, la blanca del Alto y la roja del Bajo Egipto. Estas dualidades enuncian la perfección de una totalidad y no la yuxtaposición contingente de dos entidades dispares. De igual forma, el poder del faraón se basa en una bipolaridad: “Tu has nacido a causa de Horus y a causa de Seth”. Esta doble monarquía es la condición y la expresión del mantenimiento del equilibrio cósmico. Además, la fundación de la monarquía egipcia es la consecuencia de una acción bélica, de la victoria de un príncipe del Sur sobre la población del Delta. Según los testimonios arqueológicos, la expedición del rey Escorpión precedió a la de Narmer (en torno al año 3000 a.C.). Sobre la cabeza de su propia maza de guerra, que Escorpión dedica a su dios local en Hieracómpolis como símbolo de su triunfo, se representa al rey con la alta corona blanca del Alto Egipto, abriendo un canal y en una procesión ritual, acciones que evocan la conquista del nuevo territorio. A su sucesor Narmer se debe la organización política y administrativa del Estados. En su paleta conmemorativa, hallada también en Hieracómpolis, le vemos, en el anverso con la misma corona que lleva Escorpión, símbolo de su dominio en el Alto Egipto, pero en el reverso ha adoptado una nueva corona, la del Bajo Egipto, mediante la cual se hace manifestación efectiva del dominio sobre las tierras del delta. Desde este momento, los faraones por-
Busto de Amenemhat III hallado en Hawara, hacia 1843-1798 a.C., Colección Jorge Ortiz, izquierda. Placa de Ipui II, XXIII Dinastía, Edimburgo, National Museum of Scotland, página izquierda. Estatua de Amenofis III, XVIII Dinastía, Berlín, Museo Egipcio, abajo.
La simetría rige todo el universo, el cielo y la tierra, los dioses y también los hombres tarán ambos atributos en momentos esenciales de su reinado, tales como el de su coronación y en el de su jubileo. De esta manera queda configurada la doble monarquía en una unidad, que viene a reestructurar la división en varios distritos o provincias –que se llamarán nomos a partir de la III Dinastía– del Egipto primitivo. A lo largo de toda su historia, la ausencia o la debilidad de un poder centralizado provocará la división de Egipto en estos mismos distritos o en principados independientes y rivales. 25
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Detalle de un barco hallado en la tumba de Amenotep II, hacia 1427-1400 a.C., El Cairo, Museo Egipcio.
Estela de Nebnakht y familia, hacia 1550-1458 a.C., El Cairo, Museo Egipcio. Esfinge de Tutmosis III, hacia 1479-1425 a.C., El Cairo Museo Egipcio.
Tesoros egipcios en la Galería Nacional de Arte de Washington Desde el 1 de julio y hasta el 14 de octubre del 2002 se exhibe en la Galería National de Arte de Washington un centenar de piezas del antiguo Egipto. La muestra se titula En busca de la inmortalidad. Tesoros del Antiguo Egipto y es la mayor colección de arte faraónico prestada por el Gobierno egipcio a los Estados Unidos. Betsy Bryan es la comisaria de la exposición.
El día de su inauguración ya tuvo más de cinco mil visitantes. La muestra está dividida en seis secciones tituladas: “La senda hacia el más allá”; “El Reino Nuevo”; “La tumba real”; “Enterramientos privados”; “La morada de los dioses”; y por último como colofón, una reproducción a escala de la “Tumba de Tutmosis III”.
La exposición está planteada con intención de que el visitante adquiera al menos una noción de lo que significaba el Más Allá para el antiguo egipcio. Los objetos proceden en su mayoría del Imperio Nuevo, del Tercer Período Intermedio y de la Dinastía Saíta. Sin embargo la pieza más antigua se remonta al año 2002 a.C., y es un reposacabezas de alabastro.
Del Imperio Medio se exhibe un precioso pectoral de oro cornalina y feldespato de la princesa Neferuptah. Algunas de las piezas del Imperio Nuevo, como el sarcófago de oro de la reina Ahhotep, con varios preciosos brazaletes y un espejo en su interior o las piezas de la Dinastía XXVI, son verdaderamente exquisitas.
Colgante con la imagen de la diosa Hator, hacia 874850 a.C., El Cairo, Museo Egipcio.
Brazalete en forma de buitre de la reina Ahotep, hacia 15501525 a.C., El Cairo, Museo Egipcio. Collar de la princesa Neferuptah, hacia 1831-1786 a.C., El Cairo, Museo Egipcio.
En cada crisis política, estos principados, de fronteras fluctuantes según determinen las victorias de sus ejércitos, tenderán a reagruparse en torno a un jefe más poderoso que los demás que se va a arrogar prerrogativas reales.Y siempre serán los del Sur los que consigan la victoria. Efectivamente, tras el dominio del Delta conseguido por Escorión y Narmert, son de nuevo príncipes procedentes de Tebas los que, al final del Primer Período Intermedio, se enfrentan y vencen a los de Heracleópolis: la victoria de Mentuhotep inaugura el Imperio Medio (en torno a 2040 a C.); y otro caudillo del Sur,Ahmose, derrota y expulsa a los hicsos del Delta, terminando así el Segundo Período Intermedio y dando comienzo al Imperio Nuevo (en torno a 1550 a C.). La dirección política y los movimientos de unificación del país proceden siempre del Sur, más duro, austero y tradicional, que no está en contacto con las culturas asiáticas y mediterráneas, más cosmopolitas e internacionales. Cada una de las victorias del faraón es la victoria del orden sobre el caos. Principios artísticos. La concepción de la monarquía y de la parafernalia que la rodea, cuyo conjunto constituye el acervo de toda la cultura egipcia, se expresa artísticamente en su estatuaria, relieve y pintura mediante tres leyes o principios que, tal como fueron definidas a principios del siglo XX por tres personalidades clásicas de la egiptología, Lange, Schäfer e Iversen, se conocen como los principios de la frontalidad, de la representatividad y la ley de las proporciones. En Egipto no existe ningún tratado de Estética, pero el estudio de las imágenes que decoran las tumbas les indujo a enunciar estos tres principios, según los cuales los artistas transformaron la realidad de la Naturaleza que veían sus ojos en imágenes mentales, mediante las cuales se trasmitía la esencia de lo representado. Su objetivo es conseguir la absoluta claridad y comprensión del ser o del objeto. Por eso, en la figura humana el rostro aparece de perfil con el ojo de frente; hombros y clavículas de frente y el resto de perfil; los dedos de las manos tienen todos el mismo grosor y los dos pies están vistos por su lado interior.
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Arte para la eternidad Cuando se mencionan las antigüedades egipcias, lo primero que nos viene a la mente es una pirámide, un templo o una estatua colocada en una tumba. Efectivamente, la civilización egipcia se caracterizó por una profunda creencia en la resurrección y en la eternidad. El miedo y la ansiedad instintivos ante lo desconocido obligaron a los seres humanos a respetar todos los poderes de la vida, tanto los ocultos como los aparentes, especialmente los cósmicos. La religión tuvo aquí sus cimientos y estuvo definitivamente influida por este hábitat y esta naturaleza. En ese sentido, la religión egipcia tuvo una característica especial, que encaja en el hábitat agrícola, en el que el egipcio antiguo solía plantar sus semillas, criar su ganado y contemplar cómo el Nilo fertilizaba su tierra. También las estrellas y los planetas del cielo llamaban su atención. Los fenómenos cósmicos, especialmente el sol y la luna junto al Nilo –con sus periódicas crecidas– tenían una gran influencia en el sistema de creencias. El sol tiene un ciclo diario, sale por la mañana, cruza el cielo y se pone, y el ciclo se repite al día siguiente
y así sucesivamente. La luna comienza en un creciente a principios de mes, luego pasa por varias fases durante el mismo. El Nilo tiene un ciclo anual, que pasa por la inundación y después la bajada de las aguas. Los tres fenómenos universales tienen un ciclo idéntico: nacimiento, vida, muerte y renacimiento. La creencia en el renacimiento y en la eternidad en el Antiguo Egipto comenzó por su relación afectiva con estos fenómenos. Lo que animó a los egipcios a creer en la reencarnación después de la muerte fue ver a muertos que les hablaban en sueños. A partir de ahí, el antiguo egipcio se construyó una imagen de sí mismo en el otro mundo e imaginó otra vida similar a su existencia real, pero Annubis, dios de los muertos, época tolemaica, hacia 300 a.C., Hildesheim, Museo Pelizaeus.
interior. Por eso, los egipcios usaban términos como “ir a la vida” y la “vida repetida” para describir a la muerte. Así es como el egipcio definía la muerte, como otra parte de su persona para la que debía prepararse, de forma que momificaba su cuerpo, se hacía estatuas que le representaran y se construía una tumba con muros esculpidos que le garantizasen la resurrección y la eternidad. En el Antiguo Egipto, además, la divinidad del rey fue fundamental en el sostenimiento del sistema político. El rey era el representante de Horus en la tierra, de manera que se le conocía por este nombre y por otros que demostraban su divinidad, como hijo del adorado Ra y también Dios Perfecto, y Gran Dios. Estaba emparentado con todos los dioses y era su primer sacerdote. Eso le convertía en el centro de la civilización egipcia y toda la moral y la religión giraban en torno a él. Las creencias religiosas impregnaban toda la vida de los antiguos egipcios, su escritura, sus técnicas textiles y todas sus formas artísticas y culturales. MAMDOUH ELDAMATY Director del Museo Egipcio de El Cairo
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No utiliza escorzos, perspectiva o juegos de luces y sombras porque no le interesa, como le interesó al griego, la percepción subjetiva que ven los ojos de un determinado artista, sino la esencia de lo representado. Resulta indiscutible que el egipcio se inspira en la naturaleza y la idealiza. Ello es particularmente evidente en la estatuaria. Dado que la función de una estatua consistía en asumir la personalidad del retratado en todos los instantes de su vida, se la dota de un carácter intemporal, lo cual lleva a no reproducir rasgos demasiado personales. Hombres y dioses. Esto resulta especialmente importante cuando se trata de estatuas funerarias. Cada individuo, al encargar su tumba, y siempre según su medios económicos, se “crea” las imágenes que van a acompañarle en el Más Allá. Por eso no existen escenas violentas o desagradables, y por eso la imagen del difunto es bella e idealizada. A pesar de la dificultad que ello entrañaba, los escultores egipcios, con una maestría inigualable, consiguieron que esta representación, a la vez idealizada e intemporal, tuviera un cierto parecido con el retratado, reflejando no tanto su aspecto físico como su carácter y personalidad. Los retratos reales, si se exceptúan los de la Dinastía XII o los de Amenofis IV, suelen ser más convencionales, porque se trata de conferirles ese aura inmarcesible que emana de un ser sobrehumano, de un héroe o de una divinidad. Algunos son bellísimos; otros, como el de Kefrén, modelo para futuras generaciones, constituye la expresión más completa de un poder que a la vez fascina y aterra. Ningún rasgo personal sugiere la presencia del hombre, del individuo. Su actitud de reposo y de inmutabilidad trasmite el equilibrio que produce en el monarca la conciencia de su propio poder. Cualquiera de las obras presentadas ahora en Venecia, sea la cabeza de Akenatón del Museo de Berlín, la monumental figura de Tutankamon, la cabeza de Hatshepsut del Metropolitan Museum o el Ramsés IV arrodillado, producen esa misma sensación de inevitable fuerza. Su conjunto marcará otro nuevo hito en la serie de las grandiosas A exposiciones del Palazzo Grassi. ●