Ortodoxia

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G.K. Chesterton

Ortodoxia

VII. LA ETERNA REVOLUCIÓN

Se han analizado las siguientes proposiciones: Primero, que nuestra vida requiere una creencia, hasta para mejorar; segundo: que es necesario sentir un descontento por las cosas, hasta para sentirse satisfecho; tercero, que para tener el obvio equilibrio del estoico, no basta tener ese descontento necesario y esa necesaria satisfacción. Porque la simple resignación no encierra la gigantesca levedad del placer ni la magnífica intolerancia del dolor. Hay una objeción vital para aquel consejo: haz un visaje y soporta. La objeción es que si usted soporta, usted no hace visajes. Los héroes griegos no hacían visajes; las gárgolas sí, porque son cristianas. Y cuando un cristiano está contento (en el sentido exacto), está terriblemente contento; su satisfacción es terrible. Cristo profetizó toda la arquitectura gótica, en aquella hora en que la gente nerviosa y respetable (tal como la que hoy se opone a las gaitas), se opuso a que los tapagoteras de Jerusalén, gritaran por las calles. Cristo dijo: "Si estos callaran, las mismas piedras gritarían." Bajo el impulso de su espíritu surgieron, como un coro clamoroso, las fachadas de las catedrales medioevales, reforzadas con caras de bocas abiertas gritando. La profecía se había cumplido: las mismas piedras gritaban. Si esto se acepta, aunque más no sea que por el argumento, podemos volver a tomar el hilo del pensamiento donde lo habíamos dejado: en el hombre natural, la cual los escoceses llaman (con una familiaridad lamentable) "El Hombre Viejo". Podemos hacer la siguiente pregunta, tan manifiesta e inevitable. Es necesario sentir alguna satisfacción, aún para mejorar las cosas. Pero ¿qué entendemos por mejorar las cosas? La mayor parte de las conversaciones modernas sobre este asunto, es simplemente un argumento en círculo, ese círculo que ya mencionamos como símbolo de la locura y del mero racionalismo. La evolución sólo es buena si produce bien; el bien sólo es bueno si facilita la evolución. El elefante sobre la tortuga y la tortuga sobre el elefante. Evidentemente de nada valdría que tomáramos nuestros ideales de los principios de la naturaleza; por la sencilla razón de que (excepto para alguna teoría humana o divina) la naturaleza no tiene principios. Por ejemplo un antidemócrata barato de hoy día, solemnemente nos diría que en la naturaleza no hay igualdad. Y tiene razón; pero, no ve lo que sigue. No hay igualdad en la naturaleza; y tampoco hay desigualdad. La desigualdad o la igualdad, presupone la existencia de un tipo de valor. Descubrir aristocracia o descubrir democracia en la anarquía de los animales, es algo puramente sentimental. Ambas, democracia y aristocracia, son ideales humanos: una que dice que todos los hombres son apreciables, y otra que dice que unos hombres son más apreciables. Pero la naturaleza no dice que los gatos son más apreciables que las ratas; la naturaleza no hace ninguna observación sobre ese asunto. Ni siquiera dice si el gato es más digno de envidia y la rata más digna de lástima. Pensamos que el gato es superior, porque tenemos (o muchos tenemos) una filosofía particular según la cual la vida es mejor que la muerte. Pero si el ratón resultara ser un ratón alemán pesimista, no pensaría en absoluto que el gato le ha vencido. Pensaría que ha vencido al gato porque llegó a la tumba antes que él. O podría sentir que actualmente impuso al gato el castigo tremendo de dejarlo vivir. Tal como un microbio podría sentirse orgulloso de haber propagado una peste, así el ratón pesimista podría regocijarse pensando que renovaba en el gato la tortura de la existencia consciente. Todo depende de la filosofía del ratón. Ni siquiera es posible decir que hay victorias o superioridades en la naturaleza, a menos de poseer una doctrina referente a qué cosas son superiores. Ni siquiera se podría decir que el ratón roe, si no hubiera un modo o sistema de roer. Ni siquiera es posible decir que el gato lleva la mejor parte si no hay una parte esteblecidamente mejor que otra. 60


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