Maestro

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revista de los profesores de la

N煤mero 1 路 mayo 2011

Pontificia Universidad Javeriana Cali



Editorial Luis Bernardo Peña

igualmente válidos e incitadores de escrituras más flexibles, en las que no se nos censure por hablar con una voz propia o en primera persona del singular. Una revista en la que tuvieran cabida temáticas, puntos de vista y formas de escritura diversas y restableciera el diálogo y la argumentación escrita, que tanta falta están haciendo en la escritura académica. Una apertura como la de la revista Maestro invita a escribir a cualquier miembro de la comunidad universitaria y permite que convivan bajo una misma carátula cuentos, poemas y escritos sobre la condición humana, la mujer en la obra de Andrés Caicedo, la necesidad de una poesía menos elitista, una reflexión crítica sobre el plagio, o una noticia sobre la pervivencia de la granada en el Valle del Cauca… La aparición de este primer número de la revista es una celebración de la palabra del Maestro y una reafirmación del propósito con el que despedimos el Seminario: “Que el hilo de la escritura no se rompa”

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¿Puede existir en la universidad un espacio para otros modos de escribir que nombren otras dimensiones igualmente importantes del pensamiento y la vida universitaria?

La abrumadora respuesta a la convocatoria de la Oficina de Gestión Profesoral de la Universidad para participar en un Seminario-Taller sobre Producción Intelectual pone en duda la presunta apatía de los docentes universitarios por la escritura. Al Seminario se inscribieron cerca de 60 profesores, lo cual nos obligó a organizar dos versiones del curso. A pesar de las intensas jornadas de trabajo, los asistentes participaron en todas las sesiones, esbozaron el plan de una publicación y empezaron a darle forma en un texto escrito. Muchos profesores aprovecharon el Seminario para elaborar el plan de un libro, iniciar o avanzar en la escritura de un artículo científico, incluso “desempolvar” y revisar uno escrito con anterioridad. Pero había también un grupo importante de profesores cuyos proyectos de publicación no encajaban muy bien en los marcos de lo que suele llamarse “escritura académica”. Poco a poco fue tomando fuerza la pregunta por otros modos de escribir: ¿es la escritura académica o científica la única forma posible de expresión escrita en la universidad?, ¿puede existir en la universidad un espacio para otros modos de escribir que nombren otras dimensiones igualmente importantes del pensamiento y la vida universitaria? En medio de esta tensión fue surgiendo la idea de una revista que sirviera como medio de expresión de otras maneras de decir el pensamiento, otras vibraciones y registros del lenguaje, menos formales quizás, pero

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Sobre el debate a las publicaciones universitarias: entre verg端enza, defensa y sensatez Obra de Jairo Rosas


Ecos de una discusión sobre las publicaciones universitarias que instaló la revista El Malpensante. Es momento de pensar para qué y para quien escribimos en las universidades.

Antonio Albarracín Centro de Expresión Cultural

En el seminario taller de producción intelectual escrita, realizado en nuestra universidad a comienzo de año, el maestro Luis Bernardo Peña nos introdujo a un debate que hubo recientemente en la revista El Malpensante sobre la calidad de las publicaciones universitarias, el cual se inicia por una arrasadora crítica que Pablo Arango hace sobre el tema, palabras más palabras menos no deja títere con cabeza y en resumidas cuentas estamos en un estado lamentable respecto a la producción universitaria escrita, entre otras cosas, provocado por la perversión mercantilista de los decretos 1444 y 1279, los cuales definen estímulos a la producción intelectual de los docentes universitarios. A partir de este artículo se genera una serie de reacciones que aparecen en los números posteriores de la revista en su mayoría en contra de la posición de Arango. Es sobre este debate que quiero escribir unos cuantos párrafos con una reflexión muy general, más como provocación para que el lector se interese por los artículos referenciados y por supuesto en un debate de hondo interés para la comunidad académica universitaria.

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“Según Colciencias, solo en el área de “ciencias humanas” hay actualmente 96 revistas especializadas en Colombia (en esas ciencias incluyen, por motivos bastante misteriosos para mí, la

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teología). Se supone que estas publicaciones tienen como fin principal mostrar las ideas y descubrimientos de los investigadores, eruditos, críticos y demás miembros de una comunidad académica. Se espera, por lo tanto, que contribuyan al avance de las disciplinas mediante la discusión abierta de cualquier tópico que se presente. También se supone que cualquier neófito o diletante con curiosidad encuentre en ellas iluminaciones sobre los fenómenos estudiados, pues tratándose de ciencias humanas, puede esperarse que sus materias sean más o menos de comercio cotidiano para todos. Sin embargo, lo anterior solo son pajaritos en el aire. Porque lo que uno encuentra cuando consulta esas revistas es una serie de escritos contrahechos, triviales, autocomplacientes y, desde luego, casi ninguna discusión o crítica genuinas. Quizá esto explique por qué la mayoría de estas revistas especializadas tiene tan pocos lectores –si es que los tienen.” Este es el tono con el que Pablo Arango desarrolla su crítica a la producción escrita universitaria en el artículo ya mencionado, se imaginarán las primeras reacciones. Al respecto quiero exponer lo que me sucedió cuando leí estos artículos y que creo se pueden sintetizar con las palabras vergüenza, defensa y sensatez. Vergüenza: debo decirlo, me he reído mucho con la publicación de Arango, por las frases, exclamaciones y calificativos que usa cuando hace sus críticas al estado de las publicaciones universitarias, reduciendo la producción académica universitaria colombiana al ridículo, a la

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caricatura. A pesar de ello, considero que este articulo es interesante en tanto evidencia un problema mayor, que se refleja tanto en la pobre calidad de algunas producciones escritas universitarias como en la generación institucional y social de prácticas absurdas y dañinas para la producción académica (algunos ejemplos de Arango son los círculos de jueces mutuos para evaluar artículos y los “carruseles” entre autores, quienes se intercalan coautorías de artículos para sumar puntos); problema mayor que defino como la colonización del mercado en todas las esferas de vida humana, al menos en occidente. Lo que ha sucedido con los decretos que reglamentan la producción escrita académica, y con las prácticas individuales y colectivas de ciertos círculos académicos que describe Arango, me ponen a pensar que siempre tenemos que estar más allá de la formalidad de ley cuando el mercado afecta de manera significativa ámbitos de la vida como la producción académica. Mundo al cual pertenezco así sea marginalmente y del cual me gustaría participar como productor intelectual. Me reí, pero mi risa era nerviosa, vergonzante, la que provocó el bufón del Medioevo, la que provocó y sigue provocando Jaime Garzón o su versión contemporánea más grotesca, el argentino Peter Capusotto. Pues parece ser que aún en la academia, ese lugar que creemos y queremos protegido de las pobredumbres del ser humano, se revelan todo lo que de humanos, corrientes y comunes tenemos con quienes no han escogido como su oficio pensar, investigar y educar en el mundo académico universitario. Defensa: Pero también, en buena hora, me adherí a la defensa de la producción intelectual colombiana que hace sobre todo Nicolás Morales (las otros artículos al respecto no me gustaron tanto porque las consideré algo apasionadas y reaccionarias, en tanto reproducían lo que criticaban, falta de mesura y argumentación), aunque creo que Morales se dejó seducir por la provocación de Arango y apuntó sus crítica no sólo a sus ideas, sino a la persona. Comparto que Arango se excedió al generalizar la

Parece ser que aún en la academia, ese lugar que creemos y queremos protegido de las pobredumbres del ser humano, se revelan todo lo que de humanos, corrientes y comunes tenemos.


producción intelectual colombiana, sus afirmaciones categóricas sin ejemplificación o comprobación levantan automáticamente sospechas sobre su sustento. Unos cuantos ejemplos, que considero afortunados, denuncian algo que sucede en las universidades pero que no pueden sustentar un comportamiento generalizado o sistemático de la academia como institución. La generalización que hace Arango desvirtúa su denuncia sobre prácticas muy cuestionables y hasta delictivas que suceden y que deben ser un campanazo de alerta, más que una simple defensa airada de la institución porque sí. En este sentido no puedo dejar pasar por alto el reclamo que le hacen al autor en mención de que su acción consecuente debería ser abandonar la academia y la universidad, algo que considero sin sentido cuando el ejercicio crítico (a veces radical) constituye la vida universitaria. Tampoco quiero dejar pasar por alto el reclamo de Morales cuando resalta el carácter no propositivo de Arango. Primero, no tiene por qué hacerlo, segundo, hizo dos muy sensatas: que le paguen mejor a los docentes investigadores y que

Me reí, pero mi risa era nerviosa, vergonzante, la que provocó el bufón del Medioevo, la que provocó y sigue provocando Jaime Garzón o su versión contemporánea más grotesca, el argentino Peter Capusotto.

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Obra de Jairo Rosas

los incentivos económicos no tienen que tener un peso significativo en la producción de artículos y libros. Sensatez: Por último, quedé con una sensación de sensatez, tanto por varias cosas que dijo Arango como varias que dijo sobre todo Morales: Además de la que mencioné en el párrafo anterior, Arango denuncia con urgencia las prácticas corruptas y los “carruseles” entre pares académicos que le hacen mucho daño a la producción intelectual ¿Se hacen? Sí. ¿Hay que erradicarlas? Sí. ¿Algunos sellos editoriales han permitido que ocurra? Según los ejemplos, sí. Y de Morales, ¿Que también existen excelentes producciones intelectuales colombianas avaladas por editoriales universitarias? Sí. ¿Qué existen proyectos y esfuerzos que es necesario respaldar para mantener y potenciar la calidad editorial universitaria? Sí. ¿Qué debemos dejar crecer y madurar los proyectos editoriales universitarios en gestación? Sí. ¿Qué debe existir legislación al respecto? Sí. ¿Que debe estar acompaña de prácticas personales y colectivas que no perviertan los propósitos de la ley? Sí ¿Que los sellos editoriales universitarios deben funcionar en clave de difusión de la producción investigativa e intelectual de la academia y no del éxito comercial? Sí. Para terminar, quiero volver al problema que considero mayor y del cual la baja calidad de algunas producciones universitarias es sólo uno de sus síntomas, pues se despliega por todo el mundo académico como tal, y que, para continuar con el tema central de los artículos se puede enunciar con la pregunta: ¿por qué tenemos la sensación de que nos leemos tan poco entre nosotros? Pienso que la colonización del mercado sobre la vida académica nos quita tiempo precioso para pensar para qué y para quién escribimos, para pensar mejor la lógica entre investigación y docencia, para pensar la difusión pública del conocimiento científico, para pensar la pertinencia social y política de nuestra oferta formativa y de saber, en fin, del papel del intelectual en la sociedad (otro debate histórico, actual y polémico) 5


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A propósito de la Feria Internacional del Libro, la profesora nos presenta esta aproximación a la narrativa vibrante y cargada de imágenes de este escritor brasileño.

Guimaraes Rosa: Gran sertón veredas y La tercera orilla


Obra de Jaime Mendoza

Departamento de Humanidades

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Florencia Mora

Gran sertón veredas es una narrativa de mitos, leyendas y tradiciones. El sertón es un universo mítico, limitado por la ciudad: la ciudad acaba con el sertón... ¿Acaba? En realidad, el sertón está al margen de la realidad citadina. Guimaraes Rosa caracteriza el sertón en su rigor climático, vegetación árida, animales exóticos y gente que se mueve con valentía y valores grupales que se oponen al individualismo. El sertón es el espacio autónomo en el que la pregunta es la constante, puesto que ésta hace parte de la vida del sertanero; en el sertón no existen cosas seguras, ni normas establecidas, ni tiempos precisos: Yo, ¿quién era yo, de qué lado estaba yo? Vivir -¿No lo es?- es

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El narrador asume que su relato no tiene orden, que es atemporal, como el flujo de la conciencia, y se desencadena como la memoria que sale de la mente, al ritmo de las palabras.

muy peligroso… Preguntas sin respuesta definitiva. ¿A quién cuenta Riobaldo su relato? Al parecer, quien escucha el relato es un hombre ilustrado, el “doctor”. ¿Será el autor de la novela? ¿El propio Guimaraes Rosa, recopilador de historias? En el sertón, el lenguaje es móvil y variable: “Me columpié así, adelantando en la noche, en tantas ramas, en tantas tristezas, con todas las nuevas dudas e ideas, y esperanzas, en el claro de un desvelo”. El narrador asume que su relato no tiene orden, que es atemporal, como el flujo de la conciencia, y se desencadena como la memoria que sale de la mente, al ritmo de las palabras: ¡Arre! Que esa boca mía no tiene ningún orden… Disculpa me dé usted, de que estoy hablando demás, por los codos. Resbalo. Esto es lo que hace la vejez. También, ¿qué es lo que vale y qué es lo que no vale? Todo. (…) Los hombres del Sertón no pueden tener miedo o incumplir la palabra dada, viven al margen de lo legal, su ética se define por la fidelidad a la naturaleza humana

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que es como decir fidelidad a la tierra y al Sertón. El Sertón también es vida y muerte: a la vez que se muestra, también guarda secretos. El sertón es un territorio de viajeros, de hombres que van y vienen: “El Sertón es esto, usted lo sabe: todo inseguro, todo seguro. Día de luna. La luz de luna que pone la noche hinchada”. El sertanero transforma palabras y construye nuevos significados: “muyfuriado”, “bellibelleza”, “sobrenacer”, “siempremente”, “nonada”, “tontuna”, “abrenuncio”, “aquí yo me entiendo”, “todo es y no es”, “usted va”, “oí mal oí”, “todo turbulento”, “el señor apechugue”, “¿entenderá usted?”, “yo no entiendo”, “el sertón es cuando menos se espera”. “Viví sacando lo difícil de lo difícil, el pez vivo del asado: quien está a las duras no fantasea”. Estos y muchos otros dichos reflejan la vida de Riobaldo, el sertanero, quien a través del relato va informando al lector cómo piensa, cómo ha vivido, qué siente y cómo son su moral y entendimiento frente a los hechos que va contando y diciendo al mismo tiempo: “Lo más difícil no es ser uno bueno y proceder honesto, lo dificultoso, de verdad, es saber uno, definido, lo que quiere, y tener el poder de ir hasta el rabo de la palabra”. La vida de Riobaldo empieza cuando conoce a Reinaldo y comienza a aprender a no sentir miedo. Un día, Reinaldo le dice: “Riobaldo, pues hay un particular que tengo que contarte y que esconder más no puedo... Escucha: Yo no me llamo Reinaldo de verdad. Este es nombre apelativo, inventado por necesidad mía, es preciso que no me preguntes por qué (…) Mi nombre verdadero es Diadorín... Guarda este secreto mío. Siempre cuando estemos solos, es de Diadorín como debes tratarme, digo y pido, Riobaldo...”. Gran Sertón Veredas es una novela sin capítulos ni subtítulos, en la que la narración se extiende envolviendo tierras y sucesos. Una novela que va soltando relatos diluidos en un tiempo ficción que transcurre entre vocablos y decires. Las páginas iniciales nos atrapan en un presente que se nos viene hoja tras hoja hasta el


Gran sertón veredas es una novela sin capítulos ni subtítulos, en la que la narración se extiende envolviendo tierras y sucesos.

Obra de Jaime Mendoza

día tras día. El río lo acoge en su huida interminable, con su profundidad y sus matorrales, melancólicamente a lo largo de la corriente. En la tempestad, el padre sufre el dolor del río, en la tristeza llora lágrimas de río; algunas veces la lluvia lo lava en su comunión con el río, lo disuelve lentamente en el agua que va saliendo de la calabaza que procura que la canoa no se llene de río. El río mantiene vivo al padre, a la deriva, sintiendo la muerte sin orgullo. En La tercera orilla del río, el padre nunca más pisó tierra, ni para ver a su nieto que le mostraban desde la orilla. Envejeció. El hijo también, y por eso un día fue a decirle al padre: “Usted está viejo y ya cumplió lo suyo, yo tomo su lugar en la canoa”. El padre remó hacia el hijo, pero el hijo corrió; puedo pensar en mi padre, con dos nubarrones en su mirada de ancla, quieto y sin alegría. Creo que se está disolviendo en el aire para que lo soñemos indefinidamente; ha escuchado el grito que lo invita a subir, girar y deslizarse para desaparecer cayendo. Gran sertón veredas y La tercera orilla del río, dos obras por las que la vida vale la pena

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momento en que el cuerpo de Diadorín descansa en la tierra, “en un llano de vereda, donde nadie lo encuentre, nunca se sepa”. Diadorín, Reinaldo… ¿hombre, mujer? Lo cierto es que al final Riobaldo añade: “Ella tenía amor de mí. Le he narrado a usted. En lo que narré, usted tal vez encuentre más que yo, mi verdad. Fin que fue. Aquí la historia se acabó. Aquí, la historia acabada. Aquí la historia acabada. Riobaldo entonces, dice adiós a todos, dejando su vida acabada, “siempremente”. En La tercera orilla del río, Guimaraes Rosa nos remonta al complejo de Caronte, en donde la muerte es un barquero que se adentra en las aguas, se disuelve y desaparece. Sin vejez, sin agonía, sin rictus u otro signo. Tercera Orilla, mitad del río, río abajo, río adentro o río afuera, lugar donde está la muerte que se adormece, solitaria y callada, en el va y viene de las aguas de la vida. La historia cuenta que el padre prepara su mortaja de palo en la que se envuelve para entregarse a la corriente del río, quizá sueña con ser el navegante de la muerte para que lo recuerden indefinidamente, atiende el llamado del río que le dice cómo es morir dulcemente, navegando

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¿Aún es válida la pregunta por la condición humana? Obra de Kurosh Sadeghian

John Jairo Cuevas Mejía Departamento de Humanidades


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El tránsito por el significado de lo humano incluye la emergencia de lo inhumano. La labor educativa debería centrarse en dignificar la existencia de las masas enteras de seres humanos.

¿De qué está hecho lo humano? ¿Cuál es su ruido de fondo? “El verdadero fondo del hombre es la angustia, la conciencia de su propia fatalidad”, contesta André Malraux; “el hombre es nostalgia y búsqueda de comunión, por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad”, agrega Octavio Paz; “Soy extraño amasijo de palabras en la pérdida de mis ternuras”, complementa Carlos VásquezZawadzki. Ahora bien, arriesgar una respuesta para resolver el interrogante que reclama sobre lo humano en estos días en que los rostros desfilan dejando entrever sus miedos, no solamente remitiría a heridas no cicatrizadas, sino también exigiría poner en evidencia las sombras que en tal condición dormitan: esa distorsión de la luz que supone el andar del hombre sobre la tierra. Mejor aún, cuando se decide posar los ojos en el siglo XX, aquel que se tornó en especie de gran teatro a donde pudo irse a contemplar las aguas negras de lo humano, su historia se va develando tras un guión color púrpura que representan actores de bocas en silencio y miradas al acecho tal como se los imaginara Brecht. Así las cosas, pensar lo humano, es decir la hechura del hombre, parece ser que debiera dar inicio por su negación, por su sistemático desvanecimiento. Kafka, a manera de ejemplo, avistó la representación de lo humano por el camino de su ocaso, por la lenta marcha hacia su desaparecimiento: Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después 11


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de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, pardusco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. Fue en el siglo XX donde se hizo posible concebir lo humano por vía de su ordenado y casi que acelerado desmantelamiento. Dicho de otro modo, fue el siglo XX el que hizo posible la vivencia de la metáfora de la caída, la puesta en marcha de las condiciones que hicieran posibles encender las llamas del infierno sobre la tierra ¿Qué imaginarios tuvo que acumular la conciencia de Occidente para que Kafka, de manera visionaria, advirtiera que lo humano apenas terminaría siendo el sobretodo de lo inhumano?, es decir, al despertar el hombre en el siglo XX, al igual que sucediera con Gregorio Samsa, su sueño le dejó despojado de cualquier signo que evidenciara lo humano en el sentido de aquellas señas distintivas de la condición humana. Así las cosas, pensar desde allí lo humano prescribe, necesariamente, su representación por el camino del reconocimiento de lo inhumano, no como negación, sino, más bien, como consecuencia suya al mismo tiempo que origen y punto de partida. En últimas, lo inhumano viene siendo el ruido de fondo de lo humano. Pareciera una paradoja, pero el siglo XX develó el conjunto de sombras que en el hombre había. Por tal razón, George

Pensar lo humano, es decir la hechura del hombre, parece ser que debiera dar inicio por su negación, por su sistemático desvanecimiento.

12 Steiner reflexiona acerca de lo humano cruzando entre las márgenes de aquello del hombre, como ya se ha dicho, había empezado a írsele esfumando: En menor medida que nuestra competencia técnica para construir el infierno sobre la tierra, nuestro conocimiento del fracaso de la educación, de la tradición humanista para aportar ‘dulzura’ y ‘luz’ a los hombres es un claro síntoma de lo que se perdió. El siglo XX, ese gran laboratorio para la puesta en marcha de lo inhumano, reescribió entonces el significado de lo humano respecto de lo que de él se dijo en el proyecto cultural de la Modernidad de origen europeo. La Modernidad había planteado como posible conducir al hombre hacia su perfectibilidad ética y moral al amparo de la luz de la Razón y los valores que como proyecto cultural pregonó (Igualdad, Fraternidad y Libertad). Sin embargo, tal concepción terminó siendo cuestionada pues, como lo llegara a sostener Wittgenstein en uno de sus aforismos, tal tarea respecto del hombre fija una encrucijada: No es posible guiar a los hombres hacia lo bueno; sólo puede guiárseles a algún lugar. Lo bueno está más allá del espacio fáctico. La incursión en lo humano, el pavonearse con sus vestiduras, no es garantía para el mantenimiento y resguardo de la condición humana en su más noble sentido. Por el contrario, la incursión en el universo de lo humano conduce a la posibilidad de la emergencia de lo inhumano, esa otra cara suya que muy en el fondo descansa pese a los buenos ideales con que suelen arroparse las representaciones del hombre vía su ida de bruces hacia la humanidad. En relación con ello, las diversas instituciones sociales, esas formas de cohesión de lo humano tras las que se asegura y ordena su vida individual y colectiva, también fueron puestas en cuestión en el devenir del siglo XX. El lenguaje, siguiendo a John Searle, es la institución por excelencia, dado que sobre ella descansan los variopintos trazos que asumen las demás instituciones humanas al tiempo que, algo en últimas paradójico, ella también es una institución. Ahora bien, ésta no quedó indemne a las re-significaciones del


Al igual que sucediera con Gregorio Samsa, su sueño le dejó despojado de cualquier signo que evidenciara lo humano en el sentido de aquellas señas distintivas de la condición humana.

Obra de Jairo Rosas

es en últimas del hombre de lo que se trata. La “tarea de esperanza” entonces radica, a modo de hipótesis en revisión, en apelar por un tipo de educación que pueda contribuir a dignificar la existencia de las masas enteras de seres humanos que han venido a engrosar las filas de lo que Zygmunt Bauman no ha dudado en nombrar como las vidas desperdiciadas del actual sistema económico, especie de desechos humanos que claman por ser tenidos en cuenta. Si la mirada se torna atenta sobre la puesta en escena de la “civilización” que en este tiempo se pavonea sobre el teatro del mundo, quizás pueda advertirse que es aún de la condición humana de lo que se trata ¿No consiste acaso en ello la tarea Ignaciana sobre la educación?

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siglo XX, una grieta empezó a abrirse en sus cimientos. Apropósito de esto Steiner afirma: A medida que la conciencia occidental se independiza de los recursos del lenguaje para ordenar la experiencia y dirigir los negocios del espíritu, las palabras mismas parecen haber perdido algo de su precisión y vitalidad. Lo anterior pone en evidencia la reconfiguración de lo humano, la inédita manera de representárselo. La pregunta entonces por lo humano, por la hechura de su condición, debe responderse bajo el aire de fatalidad en el que hoy vino a quedar flotando lo humano. Es ahí, tras la aceptación de esa fatalidad, a donde se ha encaminado lo humano – nada nuevo en últimas pues en la Grecia antigua algo de esto ya se había dicho – y donde debe centrarse la honda mirada sobre la humanidad. Marguerite Yourcenar en su poema Fedón o el vértigo, delineado en una prosa maravillosa, recrea este encuentro y aceptación de la conciencia de la fatalidad tomando como punto de partida los últimos momentos de Sócrates, y es este encuentro con la fatalidad lo que al final viene a ser el vaho disperso sobre el cristal de la condición humana: Mas ya las palabras no se escapan, sino con pesar, de aquella boca serena: sin duda, el sabio comprendía que la única razón de ser de sus paseos por el Discurso, que él había recorrido incansablemente durante toda su vida, era conducir hasta el silencio donde late el corazón de los dioses. Siempre llega un momento en que se aprende a callar, tal vez porque al fin uno es digno de escuchar por haber aprendido a mirar fijamente lo inmóvil (…). Vista así, la tarea de educar en estos tiempos donde la desimbolización de las imágenes del mundo, resultante de la expansión globalizada de las mercancías a todas las instancias de la vida individual y colectiva, clama por la puesta en funcionamiento de un tipo educación que instale en su centro la mirada sobre lo humano y el enmarañado laberinto de su subfondo. La universidad contemporánea da cobijo a un muy amplio abanico de profesiones, disciplinas y oficios, y ello está bien, pero

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Algunos factores inciden en los problemas de salud que presentan los docentes universitarios en su entorno laboral. Este art铆culo nos habla de ellos.

Ambientes de trabajo enriquecidos para la prevenci贸n de riesgos ocupacionales en los profesores universitarios


Obra de Jaime Mendoza

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Sandra Liliana Londoño Departamento de Ciencias Sociales

Los directores de departamento tienen entre sus funciones favorecer el desarrollo de áreas de conocimiento para garantizar la calidad en los servicios que presta la Universidad en investigación, docencia y servicio. También tienen la función, no menos importante, de proteger el proyecto y la trayectoria profesional de sus profesores adscritos. Los profesores sus estudiantes son quienes producen la mayor riqueza en la vida universitaria y son, por eso, parte del núcleo fundamental de su actividad. Los profesores universitarios deben adecuarse a condiciones que actualmente son de muy alta competitividad. El estrés en los profesores puede emerger en el espacio laboral cuando los recursos personales, real o subjetivamente, superan las posibilidades de enfrentar renovadas y crecientes exigencias en la investigación, aumento de demandas en la gestión académica y de recursos, e incremento en los requerimientos de producción intelectual de muy alta calidad, que superan las exigencias que hasta hace muy poco se les hacían. Adicionalmente, los profesores lidian a diario con la 15


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interacción más o menos difícil con sus jefes, con la institución en general y con sus compañeros de trabajo y se esfuerzan por construir relaciones profesor-alumno desafiantes en términos de destrezas pedagógicas requeridas y adaptación a generaciones muy cambiantes y con nuevas necesidades. Además del potencial estrés laboral, el profesor está expuesto a factores medioambientales y ergonómicos que representan riesgos potenciales para su bienestar y calidad de vida. Las condiciones de iluminación, ventilación, temperatura, organización de los espacios, mobiliario y hábitos de vida pueden llegar a tener incidencia en muchas de las enfermedades ocupacionales que presentan y que se manifiestan en ausentismo, incapacidades médicas frecuentes, falta de motivación, crítica excesiva a la institución no expresada por los canales adecuados, indolencia, despersonalización, debilitamiento de la confianza y enfermedades que llegan a requerir hospitalizaciones prolongadas (Sánchez y Clavería, 2005; Verdugo, Guzmán, Moy, Lara y González, 2008; Guerrero y Tobón, 2009). Aunque el profesor parecería estar libre de muchos riesgos respecto de otras profesiones, se encuentran problemas de salud frecuentes derivados de su actividad laboral, como enfermedades cardiovasculares, osteomusculares e infecciosas, así como problemas con componentes emocionales importantes entre las que se pueden mencionar: depresión, ansiedad, trastornos de pánico, estrés agudo y síndrome Burnout o de agotamiento laboral (Guerrero, M., 2000; Barbosa, Muñoz, Rueda y Suárez, 2009; Restrepo, Colorado, y Cabrera, 2011). Lograr ambientes positivos de trabajo para los profesores implica reconocer los valores institucionales que en teoría estarían asegurados en instituciones universitarias y trabajar aspectos de cuidado en la relación individual

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y colectiva, ocuparse del cuidado en las condiciones materiales de trabajo e investigar de manera constante y creativa sobre mejoras en las prácticas, contextos y dinámicas laborales. Algunas recomendaciones para aportar en la construcción de factores protectores de riesgos a la salud y bienestar laboral de los profesores pueden ser: Cuidado de la relación individual y colectiva. Esto puede interpretarse como conocer y cuidar del proyecto profesional de cada profesor; brindar información clara y oportuna sobre lo que sucede en el entorno laboral, dar participación en las decisiones y reflexiones que atañen al profesor y al área; brindar apoyo y facilitar la constitución de redes y equipos de trabajo con sus colegas; crear ambientes para aprender; participar de la construcción conjunta de un plan de vida armónico entre la Universidad y el profesor reduciendo la incertidumbre de una institución compleja como es la Universidad; aportar al fortalecimiento de su autoestima y autonomía; ser confiable y prodigar confianza; interesarse genuinamente por el otro; ser diligente en tramitar sus asuntos, especialmente los que tienen que ver con su salario, sus oportunidades y los medios necesarios para su desarrollo profesional; reconocer sus opciones de promoción y formación, crear las condiciones para que su desarrollo sea posible y estar atento a los signos de cambio para orientar el futuro del departamento y concomitantemente el futuro de los profesores vinculados. Cuidado en las condiciones materiales de trabajo. Esto podría traducirse en una acción decidida de mejoramiento de las condiciones ergonómicas de sus oficinas, ocuparse de que tengan los recursos necesarios para realizar las actividades propias de su cargo, estudiar las condiciones ambientales de los lugares donde trabajan, detectar factores de riesgo para su salud y corregirlos; considerar los espacios de descanso y relajación necesarios para

Lograr ambientes positivos de trabajo para los profesores implica reconocer los valores institucionales que en teoría estarían asegurados en instituciones universitarias y trabajar aspectos de cuidado en la relación individual y colectiva.


Obra de Jairo Rosas

Referencias Barbosa, L., Muñoz, M.L., Rueda, P. Suárez, K. (2009). Síndrome de Burnout y estrategias de afrontamiento en docentes universitarios. Revista Iberoamericana de Psicología: Ciencia y Tecnología 21(1), 21-30. Guerrero, E. (2000). Una investigación con docentes universitarios sobre el afrontamiento del estrés laboral y el síndrome del “quemado”. Revista Iberoamericana de Educación de los Estados Iberoamericanos. 16, 1-21. Recuperado: 30 de marzo 2011 en: http://www.rieoei.org/ profesion17.htm Guerrero, M. & Tobón, F. (2000) Condiciones de Trabajo en Docentes de Odontología de la Universidad Nacional de Colombia. Revista de Salud Pública. 2(3), 272-282. Restrepo, N.; Colorado, G. & Cabrera, G. (2006). Desgaste emocional en docentes oficiales de Medellín, Colombia. Revista de Salud Pública, 8(1), 63-73. Sánchez, M & Clavería, M. (2005). Profesorado Universitario: Estrés laboral. Factor de Riesgo de salud. Revista Enfermería Global. 4(6): 1-16. Recuperado: 30 de marzo 2011 en: http://revistas.um.es/ eglobal/article/view/512 Verdugo, L., Guzmán, J., Moy, N. Lara, M. & González O.P. (2008). Factores que influyen en la calidad de vida de profesores universitarios. Revista Psicología y Salud. 18(1), 27-36.

y sus prácticas, así no toda idea proveniente de ambientes o de distintos propósitos y orientación pueda aplicarse sin mediación en la universidad, pero también significa que, como espacios de aprendizaje y desarrollo, las universidades permiten intentar algunas de estas ideas poco habituales en otros ambientes organizacionales. Huelga decir, finalmente, que hay que trabajar por una cultura organizacional que dé soporte a un trabajo en beneficio del profesor y en la consolidación de una actitud positiva de los maestros que les permita reconocer las oportunidades, confiar en la institución y construir su proyecto de vida en ella. Es decir, se requiere de profesores permeables a la acción positiva sobre su plan de carrera y desempeño, capaces de aprovechar un ambiente enriquecido para su beneficio y el de la universidad, con autocrítica y voluntad de acción propositiva. También se requieren complementariamente instituciones que confíen e inviertan en su talento humano y que estén dispuestas a ser congruentes con la libertad y empoderamiento que otorgan al profesor. Cada universidad podría trabajar por encontrar su modo propio para hacer esto posible. Se trata al fin y al cabo de trabajar sobre mejores relaciones laborales, de crear o fortalecer el capital social, que se construye entre todos como una postura colectiva y no como ideas que se imponen o se decretan

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su comodidad; estudiar sistémicamente los factores implicados en el ausentismo y las incapacidades que se presentan, aportar recomendaciones para estimular hábitos saludables, tramitar con oportunidad las mejoras necesarias y disponibles para su espacio laboral sea confortable; reconocer sus necesidades fuera del espacio laboral, dar lugar a que coexistan sus espacios afectivos y laborales; ser flexibles e inteligentes para brindar apoyo en el momento necesario. Investigación constante y creativa de mejoras en las prácticas, contextos y dinámicas laborales. Las universidades se debaten entre prácticas y ritos decimonónicos que la han hecho la institución sobreviviente hasta el presente. Las empresas exitosas en innovación parecen mostrar que dar espacio a las ideas de las personas, tomar nota de ellas como un capital importante de la organización; permitir al empleado proponer y dar viabilidad a sus emprendimientos, enriquecer los ambientes con recursos y espacios flexibles para crear y desarrollar ideas; trabajar sobre el salario emocional referido a compensar a los trabajadores con tiempo libre, posibilidad de atender a su familia, buenas condiciones de trabajo, vislumbrar su futuro en equipo y como miembro de un equipo; procurar no hacer pasar al colaborador tanto tiempo en reuniones y en gestiones que no tienen que ver con su trabajo directamente y ayudar en la gestión de sus proyectos personales y académicos para que sean posibles y para que se tramiten con eficiencia, podría aportar al desarrollo de ambientes saludables y positivos de trabajo. Esto aplicado al mundo educativo podría tener sentido y oportunidad. Seguramente estas ideas no se pueden llevar como un recetario a la vida de los profesores de toda universidad, pero algunas de estas sugerencias quizás se puedan probar e incorporar en la medida de las posibilidades y del contexto. Es importante reconocer que a la vez que innovadora, la universidad actual es también una Institución canónica, estructurada y de rancia tradición. Eso implica que se exige reconocer sus jerarquías, sus ritos

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Compartir la lectura

La moda de olvidarse de las palabras como constructoras del mundo.

Obra de Jaime Mendoza


VJ Romero Departamento de Humanidades

quitando el valor a las palabras. Y no se trata de buscar culpables, pero uno puede intuirlos cuando ve que a las escuelas los niños ya no llevan juguetes (muñecas y carritos), sino celulares, computadores y toda suerte de electrodomésticos. Y como padres y profesores no les dan importancia a las palabras, los niños les van perdiendo el amor a los textos y crecen convencidos de que las palabras son como cada uno quiera escribirlas y que, por supuesto, no importan. A esos niños, a esos padres y profesores jamás se les ocurre pensar en el mal que se hacen cuando maltratan a las palabras. Y sufren ellas y sufre el discurso y se pierde la historia, pues deja de ser historia con mayúscula y pasa a ser trino de un twitter o simplemente chat, basura de computador y celular. Solo algunos profesores se preocupan en los colegios de infantes de amar a las palabras. Solo unos pocos padres juegan con sus hijos y los diccionarios. Y eso, a pesar de que muchos padres comparten un sinnúmero de actividades con sus hijos: les muestran el mundo, los llevan de paseo y les ayudan a entender cientos de cosas. Todas las cosas, menos las palabras. El precio de poder llevar las palabras a todas partes es que las convertimos en algo así como en unas desechables bolsas de plástico, tristes y despreciables. Parece que

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Y ahí estaban. Parecían tan obvias. Eran tan comunes y las usábamos tanto y todos, que ya ni nos percatábamos de que de verdad no eran ni tan comunes ni tan frecuentes. Eran como el aire que se respira, que solo se nota cuando está contaminado por algún olor profundo o extraño. Y hay tantas cosas así, que se hacen sacramento diario y que de tanto repetirse pareciera que van perdiendo su sentido, su valor. Y entre ellas, las que a mí más me preocupan, porque me gustan, claro, son las palabras. Esas mismas que me sirven para contar lo que estoy tratando de contar y que gracias al computador (otrora la máquina de escribir) puedo hacer llegar a otros. Y no obstante, las palabras, esas que ya desde el colegio van perdiendo su valor, tenían mucho sentido en la infancia. De hecho, cada uno puede recordar, por su propia experiencia o por la experiencia de hermanos, hijos o sobrinos, lo maravilloso que es ese día primero en que uno vuelve de la escuela y ya puede ir leyendo lo que dicen los avisos en las calles y más felicidad se siente cuando otro día puede volver a la casa y escribirle al padre o a los hermanos todo aquello que uno tiene ganas de decir y que en lugar de decirlo lo pone por escrito, para que perdure, pues la palabra escrita se vuelve cuento o afirmación, pero también historia, con mayúscula. Nos parece, entonces, que así era antes o que eso ya solo ocurre en algunas pocas casas, pues se da el caso, ya tan frecuente, de que es en la infancia en donde se les está

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muchos padres creen que es más que suficiente con que los hijos sepan comunicarse. Se les olvida que en los colegios, en la escuela, en los centros de educación superior y en las universidades se comercia, para usar una palabra borgiana, con las palabras. Y que de amarlas y respetarlas depende muchas veces el que alguien llegue a ser un buen estudiante. Pero también, por ese mismo camino, el lenguaje, la lengua, va perdiéndose. Ya no valoramos nuestro idioma. Una palabra nos da igual que otra. Hasta preferimos hablar en un dialecto que es solo una mezcolanza de palabras de los idiomas de los países de los que hemos sido colonia, mental o económica. O, peor aún, muchos estudiantes tienen un lenguaje propio de su gueto, pero olvidan que esa jerga es de uso privado y la llevan a la casa y al salón de clases. Y van imponiendo un idioma lejano y trivial que incluso es el que terminan hablando sus padres y sus maestros, como si todos fueran miembros del gran gueto de sus hijos. Y sus giros y sus formas verbales se van convirtiendo en parte de la cotidianidad de todos, incluso de los periodistas, de los medios de comunicación. Y no solo se ha perdido el gusto por las palabras. También se ha perdido el amor por la escritura. Se cree que si se escribe como se dice, si se escribe como se habla, se está ante una gran obra literaria o ante un buen trabajo universitario. Lo de la ortografía y la puntuación (a esos extremos hemos llegado), se dice en los corredores de los centros educativos, lo puede hacer el computador. Es claro que quienes dicen eso son de aquellos que creen que los computadores piensan (al parecer no les han contado que los computadores solo pueden hacer aquello que les está

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Solo algunos profesores se preocupan en los colegios de infantes por amar a las palabras. Solo unos pocos padres juegan con sus hijos y los diccionarios.

indicando la persona que está sentada frente a ellos). Y es una suerte que así sea, porque donde de verdad pensaran quizás hasta eliminarían toda esa mole de inmundicias que a diario les embuten millones de usuarios en todo el mundo. Y por ese camino, el niño que a los tres años quería escribir, y escribir bien, ya a los cinco prefiere hablar por celular o parlotear a través de la red. Obviamente a los nueve años está dedicado a hablar por Skype y a los doce solo reconoce los teclados de los computadores personales de menos de quince centímetros y los tableros de los black berrys. Y de esa misma manera fueron muriendo las ganas de escribir, los escritos y, por supuesto, los escritores. Claro que también ha ayudado el hecho de que antes no había un mundo efímero, sino un mundo real, lento y provincial. Era un mundo en el que la gente tenía tiempo para los demás, para los libros y hasta para sí misma. Era un mundo en el que los escritores, los escritos, las cartas y hasta los marconis nos hacían saber de un mundo que quedaba más allá de nuestro horizonte y que era posible de alcanzar gracias a que alguien había puesto todo aquello al alcance de nuestros ojos. Ahora lo que hay es un mundo global y efímero. Un mundo en el que hasta la mayor de las glorias, un triunfo, el advenimiento o la caída de un imperio e incluso la muerte de los famosos y los pobres solo dura unos segundos en la pantalla de un computador que en cuanto se apaga lo condena todo al olvido. Y al despertar, cuando el computador vuelve a prenderse, todo vuelve a arrancar como una dinamo loca y errática, es como si el mundo acabara de surgir de las manos de Dios y todo fuera nuevo, pero es un nuevo que no tiene el encanto que tuvieron para Adán y Eva todas las cosas. Es un nuevo sin color y sin novedad, pues todo ya se sabe, todo es repetición, todo es lo mismo: si pasa ahí en la pantalla, sea ficción o sea verdad, es solo eso, una mezcla de colores y comandos. Es la demostración de que es cierto aquello de que la energía ni se crea ni se destruye, se transforma. Y como todo es


hoja o hacia el abismo, pero intentan hacer lo mejor que pueden. Otros parece que escribieran con letras de tipo. Y otros más nos muestran unas indescifrables letras que agobian los ojos y la razón. Eso, aunque sabemos que a esos niños, más que escritura, les faltó lectura. Les faltaron profesores que los contaminaran con los sueños que vienen empacados en libros y que para desentrañar hay que leer, hay que arrebatárselos a las hojas, y hay que fatigar los ojos. Y es importante no castigarlos con las lecturas, hay que hacerlos nuestros cómplices. Hay que darles la mano, para guiarlos de nuevo a través de los libros, para quitárselos a internet, a los celulares y la televisión. Recomiendo que volvamos a leer Como una novela, de Daniel Penac. Y también recomiendo la lectura en clase y en voz alta. Quizás se lea poco y hasta se avance poco en eso de los conceptos y los contenidos de la materia, pero lo poco que quede, quedará para siempre. Vean los resultados que propone el señor Keating en la película La sociedad de los poetas muertos. Obviamente, unos alumnos y unos profesores que lean se convertirán pronto en escritores compulsivos, pues no es posible quedarse con todo eso en el alma, en el corazón. A los lectores no les queda otro remedio que amar a las palabras, no dejarlas pasar de lado como si no importaran y, por supuesto, quienes aman las palabras serán capaces de sacar sus propios sueños a la superficie, para contaminar al resto de la clase, a la universidad, a los compañeros de barrio, a la familia. Esa es la meta a la que debemos apuntarle los docentes, lo demás, el conocimiento y la profesión, se les dará por añadidura

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Se cree que si se escribe como se dice, si se escribe como se habla, se está ante una gran obra literaria o ante un buen trabajo universitario.

energía transformada nada vale tanto como para mecer más que los 15 minutos (ahora 5 segundos) de fama. Pero antes no era así. Y digo un antes que no va más allá de cuarenta años atrás. No se crea que habló de siglos pretéritos y olvidados. No. Estoy hablando de apenas hace un par de décadas. Eran aquellos días en los que seguían existiendo las cartas, los escribanos y los amanuenses, esos que hacían cartas de amor y documentos en los parques, y los escritos y los escritores. Estoy hablando de un antes anterior a ese día en el que todas las cosas se volvieron formas, prototipos, formatos. Ese mismo antes en el que los libros se hacían a mano, como todo lo que en la vida merece ser hecho y amado. Pues bien: en aquel antes uno decía que escribía y mostraba el cartapacio de hojas. Una carpeta café y sucia que llevaba por varios días o años bajo el brazo. Y la gente abría tamaños ojos de solo ver la tal carpeta y más aún cuando se adentraba en ella y veía los textos a máquina y los textos en rojo y en azul y hasta a lápiz con los que los escritores habían ido ampliando o arreglando sus trabajos poéticos. Ahora ya no hay nada qué mostrar, en ese hermoso sentido que tenía mostrar cartapacios de hojas gastadas por los días de andar a mano. Ahora no. Ahora los escritores sacan una usb, de uno por tres centímetros, y declaran que allí está todo, pero no solo el libro, sino incluso todo, todo lo que han hecho en la vida. O, peor (mejor) aún, muestran un computador de quince por 12 centímetros y asegura que allí está todo: sí, señor. Y hasta tengo memoria (quiere decir espacio, no que las recuerda) para las novelas de otras dos generaciones. Por ello, como una manera de que los alumnos aprendan más en nuestras materias, a lo que debemos apuntar es a que mejoren sus niveles de lectura y escritura, para que produzcan más conocimiento, investiguen y piense cada uno por sí mismo. Yo he vuelto, como muchos profesores de lectoescrituras, a la escritura a mano y al papel y al lápiz. Y los alumnos, créanme, no se resisten. Algunos dicen que les cuesta trabajo, pobrecitos, y muestran sus letras encorvadas que se van escapando hacia el cielo de la

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Hernando Prado Departamento de Ciencias de la Ingeniería y la Producción

Obra de Jaime Mendoza

Disciplinando la norma

Una historia que permite reflexionar acerca del carácter formativo que entrañan las normas en la educación y en la vida.


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(Reglamento de Estudiantes – Pontificia Universidad Javeriana). “Artículo 113. Constituye falta grave: El fraude en actividades, trabajos y evaluaciones académicas y la posesión o utilización de material no autorizado en los mismos”. “Artículo 117. La falta grave será sancionada con amonestación escrita con cargo a la hoja de vida del estudiante y la imposición de matrícula condicional durante el tiempo necesario para cumplir la condición”. “Artículo 118. Adicional a la sanción disciplinaria, el fraude en actividades, trabajos y evaluaciones académicas se sancionará académicamente con la pérdida de la asignatura, la cual será calificada con nota definitiva de cero punto cero (0.0)”. “Artículo 114. Constituyen falta gravísima: Todas las modalidades de plagio”. “Artículo 119. De acuerdo con los atenuantes o agravantes de responsabilidad, las faltas gravísimas serán sancionadas con la expulsión del estudiante, a quien se le cancelará la matrícula y no podrá ser admitido posteriormente a ninguno de los programas ofrecidos por la Universidad”.

Las sentencias sancionatorias son claras y precisas, además categóricamente concluyentes. Es más, revive en mi memoria cierto pasaje de mi vida… «No comprendí la razón por la cual mi colega Villena* denunció ante la Dirección de la Escuela el fraude que cometió el alférez Mijares: le había arrebatado el examen de Cálculo a su condiscípulo, el alférez Ocoró, para copiarle el segundo punto de la prueba parcial que presentaban en el curso 56. Menos comprensible en Villena, que además de ser reconocido como el mejor profesor de la Academia Militar, gozaba de la simpatía de todos por su carisma de calidez y amistad sinceras. Era indiscutiblemente el mejor amigo de sus estudiantes. Pero, para mi sorpresa, así como lo narro, ocurrió esa mañana. De hecho, la citación de los dos estudiantes a la Junta Militar de evaluación disciplinaria sólo era un trámite protocolario previo al deshonroso retiro radical e irreversible de ambos implicados. El único hijo de mi Coronel Mijares, y para mayor infortunio, el mismísimo Comandante Director del Escuadrón Académico, y el hijo de la lavandera, la negra Itsmina Ocoró, a quien se le dio la prerrogativa de estudio para su hijo por su antigüedad al servicio de la institución castrense y especialmente por las altas calificaciones en bachillerato de su único hijo, el primero y único alférez negro de la Fuerza. Al profesor Villena debió afectarle mucho la naturaleza del fraude, ya sea por el desparpajo del atrevimiento, o por el abuso de su confianza, o quizás su sentida indignación por la deslealtad de sus estudiantes, porque, como si Villena hubiese querido desaparecerlos por siempre, con su solo acto de delación selló el retiro ipso facto de los alféreces de la Academia, y de paso, colocó en vergonzosa situación a su inmediato jefe laboral y amigo, mi Coronel Mijares. Las posteriores consecuencias no pudieron ser peores. El alférez Ocoró, en una profunda crisis de depresión nerviosa por no encarar a su madre, sin despedirse, optó por colocar el fusil de dotación en su garganta para dejar su cuerpo inerme entre las sábanas de su litera esa misma tarde.

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Jamás la Junta Militar tuvo otra solución diferente que retirar al implicado de turno. Y ante este último y nefasto hecho trágico la decisión, era de por sí inflexible, antes que fuera decretada oficialmente. Bastaba una gestión simple, rápida y cortante después de recordar en voz alta, con la comparecencia del implicado, todo lo que su expediente militar de negativo tuviese o se ocurriese, y en un postrer acto de degradación y desprestigio se levantaba el acta del retiro, muy sucinta, refrendada con las firmas manuscritas de todos los militares participantes en la Junta disciplinaria. Jamás participó en las Juntas un profesor del Escuadrón Académico aun cuando un alto porcentaje de las citaciones de la Escuela correspondían a faltas al régimen disciplinario de lo académico. Ante la desesperación de padre angustiado, mi jefe y amigo, el Coronel Mijares, tímidamente me insinuó cómo podría ayudarle. Se veía muy afligido. Estaba en juego la carrera profesional de su hijo, la estabilidad emocional de su esposa como madre del alférez y se hallaba envuelto en una situación de descalificación por su cargo. No hallé qué responderle. Quizás porque pensar en cambiar el rumbo de lo que es irremediable e irreversible nos deja sin palabras ni respuestas. Realizaba las obras de construcción eléctrica para dotar la Escuela Militar con los recursos eléctricos de iluminación para el arribo nocturno del Santo Padre a Colombia, y mi cercanía con el General Director de la ESCUELA MILITAR DE FORMACIÓN DE CADETES era muy estrecha, a raíz de las frecuentes aclaraciones técnicas acerca de las obras en progreso. “Mi General, ¿cómo es posible que una Junta Militar citada por faltas disciplinarias en el Escuadrón Académico se juzgue sin la presencia de un profesor y se resuelva sólo por aspectos exclusivos del comportamiento militar?” – “¿Sabés, Prado? Tenés razón. Desde ya, estás citado como jurado en la Junta de mañana. Veamos cómo resulta”. Tamaño lío en el que, un instante después, sentí que me había involucrado, pues movido por el

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Al profesor Villena debió afectarle mucho la naturaleza del fraude, ya sea por el desparpajo del atrevimiento, o por el abuso de su confianza, o quizás su sentida indignación por la deslealtad de sus estudiantes.

corazón terminé comprometido con una citación que jamás hubiera deseado conscientemente y, menos, atrapado sorpresivamente sin remedio y, para colmo, por una propuesta que yo mismo había formulado espontáneamente. La verdad, sólo esperaba generar una oportunidad para que mi colega Villena recapacitara en favor del hijo de su amigo y jefe, mi Coronel Mijares, con una mentalidad seguramente ya más calmada y comprensiva. Y más rápido que despacio, llegó el crucial momento de mi intervención en la Junta. Después de la lectura de la gravísima falta disciplinaria cometida por el alférez Mijares acompañada de sus más severas implicaciones colaterales, entre las que no se omitió el lamentable desenlace de Ocoró, se dio paso al pronunciamiento de cada miembro del jurado. Siendo que me correspondió el último turno, pude escuchar uno tras otro los veredictos condenatorios, cada vez más tajantes y vehementes, de cada uno de los oficiales directores de las dependencias administrativas de la Institución. No habría sorpresa alguna posible en la sentencia condenatoria que se presagiaba con mayor certeza cada vez que se concluía un veredicto. ¿Qué puede ocurrírseme para detener esta avalancha reprobatoria? Con mi mente en blanco y preso del nerviosismo que no permite siquiera balbucir palabra alguna, sin quererlo, mi angustia me sustraía del contexto haciendo que mi mirada se cruzara, sin fijarla, con la del acongojado alférez Mijares, a la vez que, sin quererlo, de modo apremiante, me hacía contar cuántos oficiales aún quedaban por refrendar su veredicto antes que me llegara ese temeroso instante cuando, todos los oficiales con sus miradas atentas dirigidas hacia mí, el nuevo miembro convocado para la Junta, sin antecedentes de otro profesor como jurado, se le escuchara lo que tenía por decir, me imagino que pensando al unísono, “si es que algo se le ocurre que pueda llegar a decir ante tan grave falta disciplinaria al reglamento”… Dejé todo al instinto…


intencionalidad en el propósito formativo que debiera desarrollarse con su aplicación? Es posible que los profesores desistan de notificar las faltas disciplinarias ante las sanciones radicales de tipo académico que desencadenan, con mayor razón cuando sopesan las consecuencias existenciales que conlleva una delación por fraude: el retroceso académico del estudiante y su mayor riesgo de entrar en prueba; y más, una delación por plagio: de una parte, la pérdida radical de un proyecto adelantado en la formación de la vida profesional de un estudiante cuando es retirado, y de otra, la consecuente frustración de los esfuerzos y esperanzas de su familia. ¿No será por ello que los profesores optan entonces por sancionar estas faltas en privado y conforme a su criterio muy personal? Muy diverso sí, ¿pero justo, equitativo y coherente? ¿Y formativo acaso? Se desconocen estadísticas válidas del fraude y el plagio académico debido a que las extremas sanciones que se imponen restringen las denuncias por parte de los profesores, las que quizás sancionadas con una visión formativa menos radical y represiva, más comprensiva y proactiva, podrían facilitar el conocimiento de estas faltas disciplinarias por parte de las autoridades universitarias. ¿Los profesores están convencidos que las faltas disciplinarias que denuncian tienen un efecto provechosamente constructivo en el estudiante en la medida que le corrigen y le comprometen con su propia formación? El punto esencial es que, por ningún motivo, debemos dejar de conocer estas faltas disciplinarias al Reglamento Estudiantil durante el proceso formativo de cada uno de nuestros estudiantes, no sea que sin advertirlo se nos estén pasando por alto, perdiendo toda posibilidad de ejercer nuestra acción educadora para la mejor formación de nuestros estudiantes en la misión que abanderamos y nos comprometimos con la sociedad. La Academia tiene la palabra NOTA: *Los nombres y apellidos en el relato son ficticios.

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No hallé qué responderle. Quizás porque pensar en cambiar el rumbo de lo que es irremediable e irreversible nos deja sin palabras ni respuestas.

«Lo que recomiendo a mi General y sus oficiales es conformar un grupo para manipular conjuntamente una brocha de grandes dimensiones, bien entrapada en pintura negra, y desplazarla hasta la fachada de nuestra institución para tachar del aviso las palabras “DE FORMACIÓN” porque los cadetes que ingresan a la Escuela pareciera que deben ser perfectos, porque a la primera falta que cometen los desechan por no tener la formación que engañosamente la Escuela propone en su misión institucional desarrollarles. Y el proceso de “FORMACIÓN” necesariamente exige caracterización de la falta, concientización reflexiva y emocional de sus implicaciones, oportunidad de recapacitar para la autoformación, compromiso honesto de mejorar y su consecuente seguimiento y evaluación permanentes». Y siendo alférez, desde aquel remoto pasado cuando tuvo la oportunidad de proseguir su carrera militar hasta la fecha, me recuerda este pasaje anecdótico cada Diciembre con una tarjeta que silenciosamente llega a mi casa, sin falta por todos estos años pasados, con solo una palabra: “Gracias ” . Mi General Mijares, no me refiero al padre, sino a su hijo alférez, hoy retirado, se le considera el más sobresaliente Director de la Fuerzas Militares de la Nación que se recuerde y en el fondo de mi corazón, sé que aquella lección de su pasado fue el preludio de su brillante formación como persona y profesional. Es más sencillo concluir mi historia destacando cómo una oportunidad que se concede ante una grave falta disciplinaria cambió para bien el rumbo de la vida personal y profesional de mi agradecido y reconocido General Mijares, pero debo ser justo en mi relato, porque quizás su encomiable cambio pudo ser la amarga expresión de un profundo sentimiento de culpa, porque la verdad es que no le devolvió la vida al joven alférez Ocoró, ni su hijo amado a la pobre negra Itsmina. ¿Las normas del Reglamento de los Estudiantes de la Pontificia Universidad Javeriana cumplen su

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La Filosofía agoniza en la capital mundial de la salsa

“La rosa es sin porqué” ÁNGELUS SILESIUS Para nadie ha sido una sorpresa que las inscripciones para el pregrado en Filosofía, desde su inicio hace ya casi dos años, sean las más bajas de la Universidad. Al parecer, el sentido común dicta que muy pocas personas en su “sano” juicio optarían por una profesión que, a primera vista, no sirve para nada o al menos no tiene una utilidad visible en la economía de mercado actual. ¿Alguien ha contemplado iniciar estudios de Filosofía? Grave error. ¿Por qué mejor se le aconseja de buena fe al inexperto no pensar en algo más productivo que se le parezca, digamos, Derecho, Psicología o Comunicación? O en el mejor de los casos, si tercamente insiste en el error, ¿por qué no sugerir que inicie una carrera más rentable (una ingeniería, por ejemplo) y que tome una o dos materias de Filosofía por semestre, mientras tanto, para ver qué pasa, es decir, para ver si se le pasa semejante locura?

Carlos A. Duque Departamento de Humanidades

La Universidad Javeriana de Cali hizo una apuesta fuerte al crear una carrera de Filosofía en contraposición a un mundo marcado por el mercantilismo, la superficialidad y la banalidad.

Obra de Carlos Ortega


Sólo necesitamos técnicos y profesionales adaptados al sistema: la crítica y el pensar la utopía, no son necesarios. Seguiremos embotándonos de alcohol, fútbol, silicona, rumba e internet.

exhorta a no rendirnos, a no refugiarnos simplemente tras nuestros precarios logros materiales o simbólicos, en fin, “A luchar sin descanso por una altísima existencia” (Goethe). A partir del diálogo siempre fecundo con los autores clásicos, desde Platón hasta Kant, desde Hegel, Marx, Nietzsche y Heidegger hasta Habermas, nos permite contemplar nuevamente la utopía, a abrazar, una vez más, el Ideal como guía de acción. Ciertamente, los entusiastas del pensar filosófico no se hacen grandes ilusiones con un número desbordado de estudiantes, pues comprenden que, más que una carrera (curioso e ilustrativo término: ¿carrera contra quién?), la Filosofía, como el arte y la poesía, es y ha sido siempre una vocación de minorías. A pesar de esto, es necesario recordar el fundamental papel que tiene la Filosofía en la concepción de universidad completa (Emmanuel Kant, “El conflicto de las facultades”; Jacques Derrida, “La universidad sin condición”); resaltar, así pueda sonar dramático, que, la frustración o gloria de esta iniciativa es una frustración o gloria de todos en esta comunidad. La precariedad de las matriculas en Filosofía dará un mensaje claro a la sociedad vallecaucana: no necesitamos (más) Filosofía, la Filosofía agoniza en la capital mundial de la salsa (¡Somos más que folclor!). Sólo necesitamos técnicos y profesionales adaptados al sistema: la crítica y el pensar la utopía, no son necesarios. Seguiremos embotándonos de alcohol, fútbol, silicona, rumba e internet. Cada uno de nosotros tiene, pues, un profundo compromiso con esta apuesta tan vulnerable y frágil, que valientemente la Javeriana como universidad privada con profundo sentido social ha emprendido en el suroccidente colombiano. Esta responsabilidad está íntimamente relacionada con el oponer a una ética del consumo, a la superficialidad y la banalidad reinantes, una ética de valores no mercantilistas, una ética de la serenidad que rescate lo valioso en sí: el arte, las humanidades, el pensamiento, la lentitud, el silencio. Aquello que no precisa de un “¿para qué?”

Maestro Número 1

¿Estudiar algo productivo?, ¿algo útil, rentable? Esta es la generalidad en el sistema académico universitario. Comprensible, pues hemos interiorizado que en este mundo economicista todo debe tener una aplicación práctica, una utilidad palpable, unos réditos económicos basados en las ofertas y demandas del mercado. Pues, ¿cuántos artistas, poetas, historiadores o filósofos, necesita un banco, una empresa manufacturera, una construcción o una fábrica? Ninguno. Sin embargo, o precisamente por esto, aquí es donde radica la trascendental importancia de la filosofía en la universidad. Su valor radica en su inutilidad. Desde luego, su inutilidad para el orden existente (hēgemonía), pues desde que fue nombrada así por Pitágoras (philosophía) hace más de 2500 años, la Filosofía ha sido crítica implícita y explícita de la desvalorización de la vida, de la pérdida de sentido de lo humano, del olvido del ser; de la injusticia, de la alienación, del dogmatismo. Y hoy más que nunca, continúa cuestionado la explotación económica, el abuso de los recursos naturales, la creencia en el nuevo dios dinero; recordándonos con sus agudos interrogantes, que vivimos sumergidos en la banalidad de las relaciones pasajeras, liquidas, “light”; en la progresiva cosificación del cuerpo humano, en la era de las cirugías estéticas; en fin, en la búsqueda individualista de salidas fáciles. Así mismo, el pensamiento filosófico humanista, nos interpela haciendo visibles la depresión y ansiedad propias de este acelerado ritmo de vida, donde “el tiempo es oro”; denunciando la violencia, la siempre absurda e innecesaria guerra; la subordinación de las mujeres, de los afrodescendientes, de los indígenas, de los desplazados, de los homosexuales, en fin, de los diferentes. Esta inutilidad, tan útil en otro sentido de la Filosofía, nos permite ir afinando las preguntas siempre abiertas sobre la libertad, la solidaridad, el amor, la convivencia, la justicia, la finitud, el conocimiento, la ciencia. Y entre estos inútiles interrogantes, nos invita a abrirnos a la urgente pregunta por un otro mundo posible, nos

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Hemos perdido A partir de una clase y unalo trivial propuesta de coloquio de estudiantes podemos analizar los vacíos que se presentan en torno a las humanidades, y a la universidad misma, como constructoras de cultura. Obra de Jaime Mendoza

Pedro Rovetto Facultad de Ciencias de la Salud

Hace unos días invité a mis estudiantes de Historia de la Medicina a un coloquio que íbamos a realizar una semana después… Silencio en la clase con caras de sorpresa. Dos estudiantes atrevidos y sinceros me preguntaron: ¿Eso qué es?, ¿qué es un coloquio? Entonces la cara de sorpresa fue mía ¡no sabían qué era un coloquio! Realizamos, a pesar de las dudas, el coloquio cuyo tema era “Ignacio de Loyola como herido y universitario”. Cuando Ignacio cae herido en la ciudadela de Pamplona a comienzos del siglo XVI podemos verlo como un nuevo tipo de herido. La artillería con pólvora empezó a ser usada en Europa apenas durante la Guerra de los Cien Años. Podemos especular que Loyola, intoxicado por la vida cortesana y los libros de caballería como Don Quijote, esperaba luchar y ser atacado con espada, lanza o flecha (heridas relativamente limpias). No esperaba que una burda bala de cañón le pasara entre las piernas con destrucción severa de una de ellas (lo que llamamos los médicos una herida sucia). Estos nuevos heridos requerían un nuevo tipo de medicina. Y es una de las tantas razones -además entre otras de la Peste Bubónica y la inflación económica subsiguiente, el crecimiento de la burguesía urbana, el descubrimiento de la imprenta, América y después en el Barroco la circulación de la sangre- que llevan a la caída del paradigma médico galénico y de toda la cultura medieval. Loyola sobrevive la herida y entra en una larga convalecencia. Es ejemplo entonces de un nuevo tipo


Lo triste es que si hemos perdido lo trivial en nuestros días, tarde o temprano perderemos lo coloquial y no tendremos otro Sócrates para nuestros días.

ya va orientado a unos “major” y “minor” particulares con poco contenido humanístico en la mayoría de los casos. Se observa un debate permanente en revistas y medios de comunicación sobre la utilidad de la educación clásica en nuestros días. Muchos arguyen que esta educación es hoy “trivial” desconociendo el origen preciso del término. ¡Y tienen razón! pues al inicio de la educación universitaria, opino yo, debería existir un Trívium adaptado a nuestros tiempos y cultura. Surge entonces la pregunta: ¿qué Trívium debe proponerse en una facultad de medicina donde fundamentalmente se enseña un saber práctico, un oficio? No puede proponerse aquel Trívium medieval de gramática latina, lógica escolástica y retórica ciceroniana (aunque a mí personalmente me gustaría intentarlo). Hay que sugerir un nuevo Trívium. Yo propondría: historia de la medicina, filosofía de la medicina y ética para la medicina, en varios momentos curriculares durante la carrera. Intenté explicar esta propuesta a los estudiantes en el coloquio, para lo cual tuve que narrar la historia de Ignacio de Loyola (a ver si con la pólvora y la herida se interesaban) y explicar la palabra trivial. Pero mi desencantada conclusión es que ha desaparecido lo “trivial” en nuestra cultura y lenguaje. No tenemos un conocimiento fundamental compartido por todos. O este conocimiento común está sólo constituido por chistes, anécdotas de celebridades y ocurrencias de YouTube. Incidentalmente he observado al entrar a clases que los estudiantes están muchas veces proyectando y viendo videos de YouTube. Quizás entonces Ignacio de Loyola no hubiera tenido hoy que aprender latín para hablar de Dios, sino más bien hacer un video en YouTube. Explicado lo trivial les expliqué lo coloquial (del latín colloqui, col-loqui, hablar juntos, conversar según la Real Academia de la Lengua). Lo triste es que si hemos perdido lo trivial en nuestros días, tarde o temprano perderemos lo coloquial y no tendremos otro Sócrates para nuestros días. Pero mientras esperamos los bárbaros (no me refiero a nuestros estudiantes sino al poema de Kavafis) sigamos intentando coloquios interdisciplinarios en nuestra universidad

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de herido y un nuevo tipo de paciente que sufrirá por largo tiempo los efectos de su enfermedad y su primitivo tratamiento quirúrgico. Le “compusieron” los huesos rompiéndoselos de nuevo por lo menos dos veces y quedó cojo toda su vida. En el Renacimiento aparece un nuevo tipo de paciente crónico que exige un nuevo hospital donde no se va simplemente a morir como en los hospitales medievales, sino a convalecer y recuperarse. Entre otras nuevas cosas llegará desde América en el Renacimiento la sífilis, enfermedad crónica por definición y cuyo primer tratamiento (las sales mercuriales de Paracelso) producía a veces un envenenamiento que prolongaba los sufrimientos del paciente, otro ejemplo de “incurabili”. De ahí el antiguo dicho: “una noche con Venus, una vida con Mercurio”. Pero Loyola durante la dolorosa convalecencia tras su herida descubre que hay pensamientos y fantasías que lo dejan triste y ansioso, y otros pensamientos que lo dejan sereno. Lo que él llama “discernimiento de espíritus” será piedra clave de su histórica conversión religiosa que lo lleva a fundar la Compañía de Jesús. Pero no siendo aún clérigo necesitaba estudios universitarios para “hablar de Dios” e Ignacio no tenía sino una pobre educación elemental. Por esta razón, cuenta él mismo, le toca estudiar con estudiantes de mucha menor edad. ¿Qué le tocó estudiar a Loyola antes de entrar a la universidad? Probablemente lo que se llamaba el Trívium: gramática (latina), dialéctica (o lógica) y retórica clásica. Volviendo al coloquio, les recordé a los estudiantes que cuando discutimos el inicio de las universidades y la medicina escolástica a partir de los siglos X y XI de nuestra era hablamos del Trívium. Palabra que es origen de la nuestra “trivial”: lo que todo el mundo sabe. O sea fundamento archiconocido de todo el conocimiento y necesario a todo estudiante universitario en aquel entonces. Surgió la pregunta si había un Trivium en nuestra educación contemporánea. Evidentemente no lo hay. En la universidad de nuestros días no existe siquiera lo que se llamó después “estudios generales”. Aún en la educación norteamericana el college

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Inmensidad, o el hombre que no palideci贸 ante el tiempo Obra de Kurosh Sadeghian


Para Alberto que se oculta en la sombra de un naranjo en flor.

I

Departamento de Comunicación y Lenguaje

Maestro Número 1

Adriana Villamizar Ceballos

Sus manos pequeñas y desmedidamente blancas acarician la tersa piedra, tan oscura que el sol de la tarde se le arrellana regalándole destellos malvas sobre la superficie. El chico se incorpora sin titubeos, a pesar de que no alcanza ni el metro de estatura. Sobre sus hombros brillan los flecos de una cabellera leonada que se mueve gracias al viento que llega de una serranía cercana. Los ojos al borde de cerrarse, sonríen y observan despacio la ciénaga. Mira de nuevo el granito, siente por segundos su llanura, y lo lanza. En ese lugar comienza la historia del hombre que no palideció ante el tiempo, en el instante preciso cuando sintió que inmensidad era la palabra que el universo revelaba ante él. Bajo las sombras de otros árboles, pero en exacto paraje termina la historia, varias décadas después cuando el chico se ha convertido en hombre. Aún sigue siendo inmensidad la palabra, como un manifiesto del légamo. Los pies y su cuerpo desnudos sienten nuevamente la tibieza de la hierba, aunque ahora palpa una roca más grande, más suave, más plana, y fulgurante en vetas azules. El hombre ha sobrepasado su patrón originario y la cabellera ya atravesó hace un buen rato las blancuras, pero conserva impecable la palidez en su piel, y en su mirada continúa la sorpresa que auguran los placeres. Muchos tramos ha caminado para llegar de nuevo a este 31


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lugar, se apoderó de varios vientos y derrotó casi todas sus batallas para sonreír en calma ante el sembrado de zarzamoras que sus ya callosas manos han sembrado; los otea desde la ciénaga sin ni siquiera pensar en su más fuerte contrincante, ante el que estos lapsos después puede proclamarle su libertad y dejarlo en el olvido como una existencia anónima. Así, el desafío que se propuso aquella tarde cuando aún era un niño, maravillosamente desapareció al tiempo. Cumplida su tarea, se entrega como aquella vez primera a la curiosidad que le propicia el canto melancólico de las cigarras y el verdor de los saltamontes. En el cielo los arreboles naranja anuncian que cae la tarde, se entretiene entonces con los retozos de tres colibríes que anuncian su presencia en el cantón que han construido junto al plantío de los jazmines y las zarzamoras. Y qué más podría hacer este hombre, al fin y al cabo ya no tiene que pensar en el maligno que domina las ciudades que lo circundan de cerca y de lejos. Recuerda al niño que aún quiere ser, el momento exacto en que sus labios pronunciaron la palabra inmensidad, y a su memoria llegan como fotogramas antiguos, el torso, el rostro, y las piernas inacabables de la inaugural mujer con la que derrotó el tiempo y descubrió, también el inicio, el amor.

II

Ya es una mujer, pero sólo uno que otro se ha arremolinado en su estancia para perderse en los sinfines de su vientre. Avanza a zancadas violentas, clandestinas; mueve ágilmente cada extremidad de su alargado cuerpo, descubre los recovecos tostados por el sol, mientras se despoja con prisa de un vestido en algodón que parece molestarle. Apresura el paso hacia la cascada sin notar la presencia del niño que palidece aún más, apenas la bella mujer recibe el agua cristalina sobre su rostro. Al chico le es imposible ocultar el asombro, su boca se entreabre para pronunciar la palabra que lo acompañará,

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como el único signo de perpetuidad, como su exclusiva emancipación, ésa que lo aborda en el momento en que transita despacio para derrotar la lejanía de la mujer que hasta ese momento cree inalcanzable. Los ojos de ella están cerrados y revelan el placer en cada poro alcanzado por la fuerza del manantial. Los abre lentamente y descubre al hombrecillo que apenas despierta al inagotable, le sonríe plácida y él siente que tiene licencia para atreverse a ella. Jamás podré alcanzarla, es ella la desmesura, piensa. Pero la mujer avanza hacia él como la Venus impulsada por ninfas y vientos del oeste, y es su inmensidad quien lo posee sin treguas para darle comienzo al eterno aprendizaje.

III

Bajo la sombra de la zarzamora el vientre del hombre se rebela ante el ensueño en que ha caído tras los recuerdos del jolgorio y el extenuado rito de iniciación. Un búho se anuncia con su canto mientras se protege en una rama gruesa. A unos pocos pasos del estanque se enciende un farol viejo que ilumina el portal de una pequeña casa, el último de sus transitorios refugios. Tal vez alguien lo espera con una bebida caliente, o es la quimera incalculable de este tramo, donde la sabiduría en otras artes no le ha permitido el regocijo. Se acerca permitiéndose la maravilla ante el árbol de naranjo dulce que sembró en algún otoño pasado. Se asemeja a él cuando extiende los brazos al despertar, al igual que en la delgadez y en su tardo talle, y hasta en la exquisitez nácar de sus azahares. Pero también se parece a la mujer que aún evoca, ella, quien le enseñó a sembrar, ella con quien entendió que era un desatino fraccionar amor y liberación, ella con quien plantó, aunque las raíces solamente alcanzaron la superficie, para hacerlo comprender cuál era el sabor amargo de la melancolía, la certeza desgarradora del no regreso.

El hombre ha sobrepasado su patrón originario y la cabellera ya atravesó hace un buen rato las blancuras.


charlando con la bruma. O acaso, ¿por qué no?, pronto esté de vuelta y ligera de equipajes de una de las tantas ciudades donde siempre encontró un lugar.

IV

V

El hombre prepara otro poco de la bebida escarlata, aspira su olor mezcla perfecta del dulce y el amargo. Muerde un trozo de pan que ha guardado en el horno de leña. Momentánea llega la mujer que olía a cereales, a trigo blanco y suave amasado con leche y azúcar. Con su olor se entreveran los instantes, la deriva, las travesías que emprendieron juntos, los laberintos donde siempre al final, y con los pies muy cansados, un faro les legaba sus secretos. Quiso detenerla, ser el otro andariego hacia el mismo horizonte, y ella, como una y otra vez, partió hacia el claroscuro de sus rumbos. Quizás encontró un refugio

VI

Quiso detenerla, ser el otro andariego hacia el mismo horizonte, y ella, como una y otra vez, partió hacia el claroscuro de sus rumbos.

Termina el pan suave y la memoria dulce de los bailes interminables por senderos bifurcados. Una corriente de aire muy fría lo lleva a buscar un trago de licor denso, fuerte. No lo embriaga la ambrosía, ya de tales arrebatos tuvo más que suficiente. Con solo recordarla caen sobre su cuerpo la fatiga y los excesos, aunque su presencia fuera tan efímera. Extenuante, extrema, extensa y tan descomunal, que todos los pactos se rompieron en las aristas de la desmesura. La redención tuvo poco de espontánea, pero finalmente encontró el sosiego internándose en las montañas durante largas noches donde penetró acorazados y espesuras. Ahora los escudriña a un lado del camino, ese trecho donde después del recorrido prefiere permanecer.

VII

Las hojas del naranjo dulce danzan en vaivenes que se entreveran perfectos con los vientos de la madrugada. Por las rendijas de puertas y ventanas se cuela sin discreciones un aroma que hace despertar al hombre y anuncia la presencia que se acerca al portal de la cabaña. En la distancia podría creerse que es un manojo de nardos, freesias o jazmines, pero es un puñado de azahares recién cortados, y de su propio árbol de naranjo dulce. El hombre se incorpora lento, no es época de apremios, ni el trance es pasajero, a quien aguarda viene esta vez de retornos que lo eximen, del querer que lo libera, de las intachables lealtades. Cierra los ojos y sonríe como si escuchara cantos y barahúndas. Después, sin ningún intento de urgencias, aspira el bálsamo que arriba con ella, y al amor, la inmensidad que no le permitió palidecer ante el tiempo

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Las partículas de grava caen sobre la diminuta duna que se erige sobre la base del reloj de arena que el hombre conserva desde décadas atrás. Es el único medidor al que le ha permitido el arresto, pero sólo hace uso de él cuando se permite ensimismarse en la estela de las migajas que caen y le hacen recordar. Un vaho ardiente emana de una bebida carmesí que el hombre saborea con embeleso. Mientras, reta a su ancestral enemigo y observa cómo el polvillo atraviesa el diminuto ojal. El hombre frunce un tanto el entrecejo y su cuerpo se estremece. Las memorias no pueden borrarse con la ingenuidad de los buenos olvidos. No fue la segunda, ni la tercera, no quiere saberlo, y tampoco quiere asignarle un lugar o un peldaño en su larga estancia. Parecía haber heredado las palabras del ancestral conejo blanco de la madriguera, quiso calcular cada instante y que él aprendiera de memoria la mesura. Fue tal vez la más hermosa de todos los amores que habían bordeado con algarabía en su territorio, pero como seres cósmicos y de un segundo a otro, los intervalos la desaparecieron de su vida, bajo un abismo muy oscuro que se la devoró una tarde y él no logró ni siquiera darle un adiós.

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Con una rica tradición, este fruto llegó de Europa. Crece muy bien en tierra caliente y es una interesante alternativa en la dieta, además de que sus cualidades terapéuticas para prevenir el cáncer.

La granada: un fruto con mucha historia Obra de Jairo Rosas

Juan Fernando Conde Departamento de Humanidades

En el patio de la casa de mi amigo Víctor González, en mi pueblo natal, Ginebra, en el Valle del Cauca, había un gran granado. Pienso que podía medir unos cinco metros de altura y daba estupendas granadas. Recuerdo también que en otros patios de casas ginebrinas también había algunos y la fruta era relativamente fácil de conseguir. Las señoras del pueblo usaban los granos como adorno y también para dar sabor exótico a los postres. Por algún motivo que desconozco este fruto empezó a desaparecer. No sé si hoy haya algún granado en Ginebra. Es muy posible que el apellido Granados provenga de la fruta. El granado es un arbusto común en el Mediterráneo europeo que trajeron los españoles a América. En Colombia, en tierra caliente, prosperó mucho. Por fortuna, yo pude encontrar una matica con tres ramas y hoy tengo tres arbustos creciendo, uno en mi casa y dos en una casita de campo que tenemos en Pichindé. A esta rica y exótica fruta se le han descubierto grandes propiedades anticancerígenas. En Estados Unidos se consiguen píldoras de Pomegranate, como se denomina a la fruta en lengua inglesa. Su nombre científico es Punica granatum. El granado es un árbol frutal caducifolio que puede alcanzar de cinco a ocho metros de altura. El nombre del género, Punica proviene de los fenicios, quienes fueron unos difusores activos de su cultivo, en parte por razones de tipo religioso. El nombre de la especie Granatum deriva del adjetivo del latín granatus, que significa “con granos” -debido a las semillas del fruto/ grana: el arma granada más tarde derivaría del nombre de la fruta-. Sin embargo, en el latín clásico el nombre de la especie era malum punicum ó malum granatum, en donde “malum” es manzana. Esto ha influido en el nombre


a este fruto, y siempre en su defensa. Fueron los bereberes quienes llevaron la fruta a Europa, y la ciudad de Granada, en España, fundada en el siglo X, recibió su nombre a partir de esta fruta. Muchos pueblos han visto la granada como un símbolo de amor, de fertilidad y de prosperidad. Según la mitología griega, el primer granado fue plantado por Afrodita, la diosa griega del amor y de la belleza, mientras que el dios del inframjundo, Hades, le ofreció su fruto a la bella Perséfone para seducirla. En Java, está asociada a ciertos ritos que acompañan el embarazo. Según Shakespeare, bajo su follaje se ocultó Romeo para cantarle una serenata a Julieta. En China, se tiene la costumbre de ofrecerle una granada a los recién casados como auspicios de una descendencia numerosa -el color rojo de esta fruta es considerado por la tradición china como un color que atrae la buena fortuna-. En el Islam se considera al granado como uno de los árboles del Paraíso de acuerdo con referencias del Corán y de las tradiciones del profeta Muhammad o Mahoma. Hay dos variedades ornamentales de la granada. Una es la Punica granatum Nana gracilissima, y la otra es la Nana racemosa. Son muy hermosas en materos pero sus frutos no son comestibles. A comienzos de 2008, una de las secretarias de la P. U. Javeriana de Cali, mi amiga Ivonne Plaza, me trajo una matica recién prendida. Se trataba de una mata de granada que tenía tres ramitas. En casa las separamos y las sembramos por separado. Hoy son tres arbustos de casi dos metros de altura y ya han florecido y una de ellas, la que aparece en las fotografías, ya dio sus primeros dos frutos. Dos de los tres granados los tengo sembrados en Pichindé a mil quinientos metros de altura y el otro aquí en Cali. En los dos climas se han dado bien. Aspiro que nos den buenos frutos para sacarles hijos y volver a dar a conocer este precioso frutal. A muchas personas les he preguntado si conocen el arbusto o la fruta y son muy pocos los que responden afirmativamente. Si le saco hijos traeré algunos para el campus de la Universidad

Maestro Número 1

En el Islam se considera al granado como uno de los árboles del Paraíso de acuerdo con referencias del Corán y de las tradiciones del profeta Muhammad o Mahoma.

Pomegranate -en inglés-, que se le da en muchos idiomas –por ejemplo, Granatapfel (manzana con semillas) en alemán-. Incluso, Pomegranate tiene este mismo significado; pomum es el nombre en latín para manzana. Otra raíz muy extendida para “granada” es la egipcia y la semítica rmn. Encontrándose en el antiguo egipcio, y en el hebreo rimmôn, y en el árabe rummân. Esta raíz ha pasado del árabe a otro gran número de lenguas, incluida el portugués –romã-. Las hojas son opuestas ó sub-opuestas, brillantes, oblongas, estrechas, enteras, de tres a siete centímetros de longitud y dos de anchura. Las flores son de un color rojo brillante, de tres centímetros de diámetro, con cinco pétalos. Su fruto es una baya globular con una corteza coriácea. En el interior esta subdividido en varios lóbulos que contienen numerosas semillas revestidas con una cubierta, llamada sarcotesta, de pulpa roja y jugosa. Se abre espontáneamente al llegar la madurez por fisuras que dejan al descubierto el contenido de cada lóbulo. Las aves son atraídas por el color vivo de las sarcotestas, y consumen las semillas que así son transportadas con sus heces. Es un caso notable de dispersión endozoócora. La planta es originaria de una región que abarca desde Irán hasta el norte del Himalaya en India. Fue cultivada en toda la región mediterránea incluyendo Armenia. La fruta es muy apreciada en las zonas desérticas por estar protegida de la desecación gracias a su piel gruesa y coriácea, lo que permitía a las caravanas transportarla a grandes distancias sin que se deteriorara. Se sabe del cultivo de la granada, desde hace al menos 5.000 años en Asia occidental y en el Norte de África. Se encontraba en los jardines de Babilonia y en los bajorrelieves egipcios. Los antiguos egipcios preparaban con su jugo un vino ligero con sabor a frambuesa. Hipócrates recomendaba el jugo de la granada contra la fiebre y como fortificante contra la enfermedad. Los romanos conocieron la granada gracias a los fenicios. La Biblia también hace referencia en numerosas ocasiones

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La mujer como sujeto activo en ÂĄQue viva la mĂşsica!

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Obra de Kurosh Sadeghian


Alejandro Alzate Méndez Departamento de Humanidades

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Teniendo como telón de fondo la rumba, en los años 70 se rompieron paradigmas sobre lo femenino que prevalecían desde el siglo XIX en Cali.

La presencia femenina, vigorosa e irreverente, es transversal a esta literatura de la trasgresión y la psicodelia. Así, María del Carmen Huerta, la protagonista, izó las banderas de la nueva mujer que, liberada de los atavismos del pasado, desafió todo y a todos, empezando por ella misma, como el primer paso para emanciparse de lo que le había sido transferido como tradición. Una vez libre de los arquetipos y concepciones de su familia se adentró en el descubrimiento de la marginalidad urbana que le ofreció una constante oferta de placeres y destrucción a cuotas. La aparición de María del Carmen en el universo narrativo de Andrés Caicedo tiene una clara función connotativa que reside en la exaltación del carácter efímero de los personajes y la desacralización de la vida misma. No hay solemnidades ni deseos de alcanzar la longevidad como tributo a la inmortalidad. En el decurso de los estados alterados de conciencia de los jóvenes habitantes de esta prosa sólo el vértigo, el escape posibilitado por el embale narcótico y el desconcierto ante una realidad asfixiante terminan por otorgar valía sagrada a la fugacidad. Los nuevos proyectos de vida trazados sobre el desencanto de un plan de ciudad excluyente y sin grandes iniciativas hacia la reorganización del aparato cultural y social encontraron su único sentido en la vivencia ilímite de la rumba, preferencialmente latina, que hirvió exaltando los aires populares y el fomento de la mixtura inter barrial como forma de representación y afianzamiento social. Así, la joven protagonista, muchacha de extracción burguesa, como la mayoría de personajes de primera línea en la narrativa de Caicedo, se hace símbolo de la nueva condición femenina que sepultó el sometimiento instaurado por el orden patriarcal decimonónico; al tiempo que constituye la encarnación de la rebeldía contra una larga tradición romántica, en esencia europea, que dictaminaba formas conductuales y rituales, para convertirse en “Su negación absoluta en el perfil de una mujer trashumante que explora la ciudad

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mientras descubre la rumba para destruirse en ella. En su vertiginoso transcurrir rompe con un estilo de vida y luego con su clase, de la que denigra, motivada por la lectura de El Capital, el descubrimiento de la salsa y la inmersión en las drogas. Los indicios más claros de su ruptura generacional y clasista están en los nuevos comportamientos que asume: consumir drogas; irse de la casa paterna para vivir en unión libre con su novio; incorporarse a un grupo marxista; renunciar a un título universitario que le hubiera servido para ubicarse profesionalmente integrada a su clase social; practicar el lesbianismo; vivir la rumba frenéticamente y trasegar por las calles en busca de una libertad sin límites”1 Amparada en su gran belleza física y en el esplendor de su cabello rubio que antagoniza metafóricamente con el abatimiento de la ciudad a raíz de la mutación generacional, María del Carmen logró consolidar una forma de relacionarse con su medio que resultó avasalladora y condujo a quienes la rodearon a imbuirse en el afán por lograr una experiencia de vida auténticamente libre. El rechazo a toda norma fue un gesto que se aliteró en ella y la convirtió en una vedete tropical cargada de cierto solipsismo en el que, como acto profundo de conciencia, sólo interesó la reafirmación y conocimiento de su propio yo a partir de lo sórdido y el rompimiento de los paradigmas socio-culturales tradicionales. María del Carmen se hizo reina del norte de Cali con la música de Richie Ray y Bobby Cruz, rompió corazones ajenos, procuró no entregar mucho el suyo y pasó noches

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de interminable paroxismo entre sonidos que iban de lo latino a lo anglo de los Rolling Stones. Al igual que ella, encontramos en el panorama de la literatura urbana latinoamericana un importante número de mujeres que, desde su edificación como símbolos, han asumido un estar totalmente activo en el contexto de sus respectivas nacionalidades para trazar con autonomía sus propios destinos. Así, por ejemplo, en Tres Tristes Tigres de Guillermo Cabrera Infante, Estrella Rodríguez sorteó, desde la ironía y la deconstrucción de arquetipos estéticos, la exclusión hacia los artistas pobres, afro y no pretendidos por los cabarets de primera línea como el Tropicana o el San Soucí. Por su parte, Quítate de la vía perico, de Umberto Valverde, presenta con crudeza a una Elizabeth fría, exuberante desde la narco-estética y calculadora que satisfizo sus ambiciones de extravagancia y lujo hasta los límites del hartazgo. El amor pasó directamente por la transacción y se satisfizo sólo en la perspectiva del atesorar bienes y dinero. Asimismo, Vamos tocando como bestias, de Fabio Martínez, detenta dentro de su reparto estelar a Violeta González, una joven irreverente que lejos del precepto monogámico imperante en el siglo XIX, experimentó como parte de su afianzamiento afectivo el amor con varios hombres: Humberto, Jalisco y el psicoanalista Fortunati, para después desaparecer sin dejar rastro e iniciar una nueva vida para todos desconocida. Finalmente, las mujeres de La importancia de llamarse Daniel Santos, de Luis Rafael Sánchez, sucumben ante el ídolo sin más apuros que la atención del goce que exige el cuerpo porque no importa ya la disposición del alma, como lo argumenta el diálogo platónico, sino la mediación del deseo carnal. No hay el menor atisbo de remordimiento ni impedimentos de orden moral. Muy lejos ha quedado el legado casto de un pasado que ejerció una importante influencia en Hispanoamérica. Ahora, si bien no fue fácil romper con esta tradición, la literatura colombiana de los años setenta, revitalizada por la emancipación de Macondo y, al mismo tiempo,

Su negación absoluta en el perfil de una mujer trashumante que explora la ciudad mientras descubre la rumba para destruirse en ella.


La obra valida la emergencia no sólo de los pobres habitantes de sectores periféricos sino también la de los jóvenes ricos que fueron invisibilizados por las élites tradicionalistas y las modas extranjeras, incluido el rock.

“Caminó despacio hasta el centro, saludando amable. Llegó al edificio de Telecom, subió en ascensor (cosa que siempre le dio miedo) y se tiró de cabeza, con las manos tapándose los oídos, desde el treceavo piso”3 Mariángela fue la primera reina del nortecito que esbozó las iniciales tentativas de los jóvenes suicidas y, al mismo tiempo, la primera que deconstruyó todo el glamour de la sociedad élite y mojigata de Cali. En su condición de pionera, también fue la primera que terminó sucumbiendo al desenfreno exageradísimo que la llevó a la muerte como acto supremo de liberación, o de estupidez, y de apología de la juventud según la concepción propia de Caicedo. Con este panorama, apocalíptico y al mismo tiempo detonador de nuevos ordenes sociales, la obra valida la emergencia no sólo de los pobres habitantes de sectores periféricos sino también la de los jóvenes ricos que fueron invisibilizados por las élites tradicionalistas y las modas extranjeras, incluido el rock; logrando así el verdadero fresco de la idiosincrasia caleña en torno a la recepción de la música del Caribe urbano; asumiéndola como el más fuerte de los dispositivos para tejer marcas de identidad adecuadas a las nuevas búsquedas de representación simbólica. A manera de síntesis, basta decir que las mujeres de estas novelas rompieron con un legado histórico no autónomo que demarcó el modelo formativo de castas generaciones femeninas a lo largo y ancho del siglo XIX, para instalar otras formas de vivir desde el vértigo de la trasgresión y el placer irreverente de la sanción de clase que, auspiciado siempre por la descarga magistral del Caribe, y como decía María del Carmen, moldeaba las ansias porque “A la rumba grande se viene a bailar y hay que buscar la forma de ser siempre diferente”4 ULLOA, Alejandro. La salsa en discusión. Facultad de Artes Integradas. Universidad del Valle. Página 31. 1

2

CAICEDO ESTELA, Andrés, ¡Que viva la música! Editorial Norma. Página 111.

3

Ibíd. p. 109

4

Ibíd. p. 117.

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alimentada por los ecos ideológicos de los años 60, instó a una revaloración de la mujer como un ser activo en los procesos de transformación social. La relación con el entorno se tejió desde la paridad con el hombre, sujeto al que nada le era vedado y para quien la sanción social redimía los vientos de la autoafirmación, la rebeldía y los gestos de lo contestatario. Para María del Carmen, cuya superioridad sobre los hombres se manifiesta en la obra página tras página, cada noche, cada pase de perico, cada pepa fue tejiendo el camino de su propia degradación como la más estridente forma de habitar la ciudad desde el ejercicio de la ruptura con lo canónico y el concepto de una masculinidad todopoderosa que pasó a ser minimizada a partir de la conveniencia, la sátira y la ironía. “Había miles de planes en mi cabecita. Decidido estaba ya que dejaba a Leopoldo, pero él lo sabría de último. Me conseguiría un novio viajero y con el conocería la Guajira, las islas encantadas, y no exigiría tanto en cuanto a equipo, un estéreo con dos salidas y listo, basta”2 Como presupuesto común, María del Carmen, Estrella la cantante de boleros, Elizabeth y Violeta dialogan desde el lenguaje universal de la música porque todas ellas, sin excepción, tenían clara la consigna de que la músicacantada y bailada- era la mejor y más rápida forma para satisfacer sus ambiciones, por diversas que fueran, en el contexto de una masculinidad configurada bien a partir de la brutalidad, bien a partir del derroche producto de la bonanza del ilícito. Cada una de ellas se instaló en un momento histórico donde la consecución de lo deseado pasaba por los trámites de configurar a sangre y fuego la colonización de nuevos espacios de igualdad y, porque no, superioridad. Ahora bien, si María del Carmen instala su presencia en la obra para imprimirle esa cadencia frenética, no se puede obviar un personaje que la antecedió y demarcó totalmente la conformación de su carácter hasta en los mínimos detalles; se trata de Mariángela, quien desaparece trágicamente del relato tras su suicidio:

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“La correcta escritura, el buen uso del léxico y el dominio de las reglas gramaticales constituyen los tres grandes ámbitos que regula la norma de una lengua”, comienza diciendo la nueva edición de la Ortografía de la lengua española. Constantemente se dice que la buena escritura es la carta de presentación que nos muestra como individuos cultural y profesionalmente competentes en el medio social y por lo tanto debemos ser muy cuidadosos con nuestros escritos que finalmente nos exponen al escarnio público. Todos hemos tenido la experiencia de encontrar terribles errores en textos donde se supone que no debería haberlos, como revistas, periódicos, documentos profesionales, correos electrónicos, por mencionar algunos. La sensación es de censura para quien cometió el error por su ignorancia o por la falta de cuidado al no verificar la ortografía antes de publicar el texto. Pero, ¿y qué pasa con nuestros propios textos?, ¿cuáles son los mecanismos con los que nos aseguramos de no cometer este tipo de errores? Aunque hay acuerdo sobre la importancia de una expresión correcta, cada vez son más evidentes las dificultades para lograr este objetivo. Los afanes cotidianos y la cantidad creciente de información, además de las prácticas educativas que se manejan actualmente en gran parte hacen que descuidemos el uso correcto de las normas de escritura, sin mencionar la expresión oral. Llama la atención de manera especial los frecuentes errores ortográficos que a veces no son detectados o percibidos por parte de los lectores, justamente por los mismos motivos que provocan

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La ortografía: ¿un dinosaurio en peligro de extinción? Violeta Molina Natera Departamento de Comunicación y Lenguaje

Los problemas en el uso del idioma están al orden del día en las universidades no sólo desde la perspectiva de los estudiantes sino también de los profesores. Los emoticones remplazan la gramática.

su aparición, y los contextos informales de comunicación tienden a generalizar las formas de interacción a los contextos más formales. En primer lugar, el mundo globalizado cada vez nos expone a más volúmenes de información que son consumidas en un menor tiempo para procesarla. Esto hace que no se preste atención a las formas adecuadas de expresión y lo que importe sea captar la idea esencial dejando de lado el gusto por una escritura elaborada. De la misma forma, es necesario comunicar más información a través de distintos canales, como correos electrónicos, chat, documentos profesionales de todo tipo, entre otros, y en el afán olvidamos revisar la forma en la que producimos los mensajes. En muchos casos la información se produce en el procesador de textos Word, que cuenta con un sistema de corrección ortográfica para español y que para muchos es infalible. Sin embargo, este sistema simplemente es una base de datos que compara las palabras producidas con las que tiene almacenadas, lo que hace que desconozca las palabras nuevas, o las producidas con una conjugación poco usual como “abríamosle” (la puerta). Para el caso de


Los afanes cotidianos y la cantidad creciente de información, además de las prácticas educativas que se manejan actualmente en gran parte hacen que descuidemos el uso correcto de las normas de escritura, sin mencionar la expresión oral.

como trabajos de investigación o cartas, por mencionar un ejemplo. Lamentablemente estos errores son tan frecuentes que los pasamos desapercibidos, y este, ciertamente, es el principal problema. Por ejemplo, se ha vuelto muy común el abuso de las mayúsculas sin una causa distinta al criterio de quien escribe, como marcar el “Informe” o el “Proyecto”, que son sustantivos comunes, con mayúscula inicial solo porque para ese alguien son documentos muy importantes. Por más costoso que sea el presupuesto del proyecto o del informe, ambos no dejan de ser sustantivos comunes (y corrientes). Esto pasa desapercibido y no es concebido siquiera como un error ortográfico, precisamente por el desconocimiento de la norma que indica que los sustantivos comunes no llevan mayúscula inicial. Cuando un error se generaliza (Mal de muchos, consuelo de tontos), esa sociedad pierde un valor cultural que difícilmente puede recuperar. La ortografía es un valor cultural que forma parte de una esfera más amplia que es el idioma. Todas las lenguas buscan la unidad para favorecer la interacción entre su comunidad de usuarios, y, en nuestro caso, esa es la tarea de la Real Academia. Reza la nueva ortografía, recién lanzada al mercado: En la actualidad, junto a la obligación de «establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección», la Real Academia Española se impone en sus Estatutos el objetivo prioritario de velar por la unidad del idioma, con el fin de que «los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de los hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico» (art. 1). Las lenguas son dinámicas, flexibles, variables e incluyentes, pero en tanto sistema no pueden ser un caos anárquico en el que todo sea válido por el simple hecho del capricho del usuario. Si nos comunicamos sin atender ninguna regla estaremos presentándonos de la manera que habremos censurado antes y también estaremos cercenándole la unidad al idioma y condenándolo a la lenta y agónica extinción

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las tildes, es aún más evidente la dificultad del corrector ortográfico porque las palabras que se diferencian en su función por esta marca ortográfica no son modificadas. Un caso frecuente es el adverbio de tiempo “más” (Quiero más helado) que requiere que se le digite la tilde so pena de convertirse en una conjunción adversativa (Me duele, mas no me quejo). Y se podrían mencionar muchos más ejemplos similares. Por otra parte, los sistemas educativos actuales han desestimulado el cuidado de la expresión escrita, llegando casi a satanizar la enseñanza de la gramática y la ortografía que, en la mayoría de los casos, ha desaparecido de los pensum escolares. En los últimos años el análisis del discurso y la gramática textual hicieron su triunfal entrada a los cursos regulares de español de la educación básica, lo cual, sumado a modelos pedagógicos como el constructivismo, marcaron la apresurada desaparición del estudio de los aspectos formales de la lengua. Es frecuente escuchar a los estudiantes universitarios justificar sus errores porque nadie les ha enseñado a escribir correctamente y porque en el colegio no se tenía en cuenta la ortografía. Sumado a lo anterior, estos mismos estudiantes encuentran la excusa perfecta al ingresar a un sistema educativo donde estos errores son pasados por alto, en procura de que “lo importante es el contenido”. ¿Será que los profesores no son conscientes de estos errores?, ¿será que no conocen (y por consiguiente no aplican) las normas de ortografía?, ¿será que consideran una pérdida de tiempo esta corrección?, ¿a quién le están pasando la responsabilidad de hacerlo?, ¿es responsabilidad de alguien en particular prestar atención o enseñarlo? Como si todo lo anterior fuera poco, en los últimos años el advenimiento de nuevas formas de comunicación como el chat o los mensajes de texto han provocado que la escritura se acerque o pretenda imitar al código oral. Ello se evidencia en la casi desaparición de las vocales, el uso de los emoticones para expresar estados de ánimo y la abreviación de las palabras con la consecuente violación de todas las normas ortográficas. La generalización de estos usos tiende a trasladarse a los escritos formales, por lo que es frecuente encontrar letras solas como “q” o “x” reemplazando una palabra (que y por, respectivamente) en escritos formales

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Maestro Mayo - 2011 Obra de Jairo Rosas

Jorge Manrique Grisales Departamento de Comunicación y Lenguaje

El pasado 24 de abril, un fiscal confirmó el archivo de la investigación por la muerte del cronista Julio Daniel Chaparro. Más allá del hecho judicial, quedan las buenas lecciones de un gran contador de historias.

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Hace poco más de 20 años, al filo de las once de la noche, terminaba de escribir una nota en la redacción del diario El Espectador que titulé: Si no se da la vida por algo, se acabará dándola por nada . Esa frase, atribuida a Jean Paul Sartre, estaba pegada en el cubículo que ocupaba en el periódico Julio Daniel Chaparro, y sirvió para sellar una crónica póstuma que dos horas antes me había encargado el entonces jefe de redacción, Pablo Augusto Torres (q.e.p.d). Esa noche, en una oscura calle del municipio de Segovia, Antioquia, caían asesinados por desconocidos el periodista Julio Daniel Chaparro y el fotógrafo Jorge Torres, ambos al servicio del diario de los Cano. La noticia llegó al periódico por boca del propio comandante de la Policía de Segovia, quien con los carnés de los periodistas en la mano indagó por ellos vía telefónica. Quienes estábamos esa noche en la redacción supimos que había que hacer bien el trabajo, pues aparte de una noticia judicial, se trataba de un compañero de trabajo. Veinte años después, el pasado 24 de abril, se confirmó lo que ya presentíamos. El crimen de Julio Daniel Chaparro y Jorge Torres entraría a engrosar la triste lista de la impunidad en Colombia. El fiscal del caso determinó que no había nada que hacer ya que los presuntos homicidas estaban muertos, pero también, en su momento, las pruebas tampoco sirvieron para aplicar pronta justicia. Antes de su muerte, hablé con Chaparro. Era un excelente cronista y para ese fin de semana, yo en calidad de editor de la Sección Bogotá de El Espectador, le había pedido una historia relacionada con un desalojo judicial en un

Las buenas historias de Julio Daniel Chaparro


ante la falta de agua en los barrios del sur, especialmente en un sector llamado Pastranita . Pues como el alcalde era Andrés Pastrana, construyó una historia llena de contrastes y de ironía. Mientras estuvo trabajando para la Sección Bogotá, no tuvo fuentes asignadas. Era el cronista que le medía la temperatura a la ciudad y cuando alguno de los jefes de redacción me preguntaba si sabía dónde estaba Chaparro, la respuesta ambigua, pero cierta: Debe estar en algo . Otras veces, sacaba toda su artillería poética como en una crónica que tituló La noche equis , en la que describió el miedo de una ciudad sitiada por las bombas del narcotráfico y que al día siguiente elegiría presidente de la República. La historia la contó desde un barcito de Chapinero llamado Bilongo al que a veces íbamos después del cierre de periódico. Al acercarse la conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América, en 1992, casi con un año de anticipación, en su mente bullía una gran historia. Al estilo de los cronistas de Indias quería ir a Cádiz y desde allí hacer en barco el viaje que trajo a Colón y sus carabelas hasta el Caribe. Hablaba emocionado de los detalles de la gran crónica, pero primero tenía que convencer a los directivos del periódico de financiar su aventura Hoy estoy convencido de que esa historia se hubiera convertido en libro, al estilo de lo que hizo Germán Castro Caycedo con El Hurakán, a bordo del buque escuela Gloria. No sé si todos entendimos a Chaparro cuando decía que quería ganarse el Premio Nobel de Literatura. A veces no lo tomábamos en serio porque sabía ser un buen mamagallista. Lo cierto es que la noche en que don Pablo Augusto Torres me pidió que escribiera sobre la vida de Chaparro, lo primero que se me ocurrió fue irme a sentar en su escritorio, mirar las fotos y los papeles que tenía pegados en las tablas del cubículo, encender su computador y esperar que la fuerza de sus relatos me inspirara. Esa noche lloré de rabia Veinte años después aquella frase de Sartre cobra sentido: Chaparro dio la vida por hacer lo que más le gustaba: escribir historias, pero la justicia en Colombia, con su decisión de archivar el caso, dijo que la había dado por nada...

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Al estilo de los cronistas de Indias quería ir a Cádiz y desde allí hacer en barco el viaje que trajo a Colón y sus carabelas hasta el Caribe. Hablaba emocionado de los detalles de la gran crónica, pero primero tenía que convencer a los directivos del periódico de financiar su aventura.

humilde barrio del sur de la capital. En realidad, él fue quien se interesó por la historia y me había dicho que quería escribirla una vez regresara de Segovia. Hasta habíamos visto las fotos y separado las que ilustrarían el artículo. Ese era su cuento, las historias lo buscaban, pero esta vez era la muerte quien lo acechaba. Al leer hoy a Alberto Salcedo Ramos, me acuerdo mucho de Julio Daniel Chaparro. Las historias que contaba fluían con la naturalidad de quien sabe instalar todos sus sentidos en la vida. Recuerdo que por aquellas cosas de la vida, le tocó un buen día cubrir la inauguración de la Hidroeléctrica del Guavio. Una ceremonia con presidente y alcalde a bordo, muchos invitados y demasiada información de la oficina de prensa de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Medio aburrido, me preguntó si podía hacer “una cosa distinta”. Ya me había acostumbrado a sus locuras y le di el visto bueno. Ni siquiera se acercó al hervidero de la prensa donde estaban las cámaras, los personajes y las declaraciones. Vio la ceremonia desde una de las volquetas que sacaron la tierra para la construcción de la presa. Allí se la pasó conversando todo el tiempo con el conductor, quien le contó, desde su óptica, todo el proceso de construcción de una de las obras públicas que más sobrecostos ha tenido en el país (lo de los Nule no es nuevo en Bogotá). Al final, saqué los datos fundamentales para hacer una noticia muy escueta de la inauguración y le di la primera página de la Sección Bogotá a la crónica de Chaparro. Era un monstruo escribiendo. Recuerdo también cuando Pablo Escobar hizo estallar una bomba al paso de la caravana en la que se transportaba el entonces director del DAS, el general Miguel Maza Márquez. Chaparro narró el drama que vivió la capital desde la historia de un muchacho que se levantó con la noticia que su mamá había muerto en el estallido (esta es una de las cosas que recomendaba hacer el maestro Tomás Eloy Martínez). Otra vez se apareció a la redacción con cara de circunstancia. Había visto el drama de los vendedores ambulantes que eran perseguidos por la Policía en el sector de Metrópolis, en la calle 80. Venía camino al trabajo y se percató de todo. Fue una nota corta, pero bastante humana. No faltó tampoco su sensibilidad

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La literatura: polémica sobre un asunto vital Obra de Jairo Rosas

Klaus D. Hebenstreit Departamento de Humanidades

Crítica a la poesía ensimismada, sectaria, egocéntrica y excéntrica, amanerada e intelectualoide, cargada de símbolos y claves que sólo comprenden el autor y unos pocos iniciados.


La literatura para ser popular ha de ser entretenida, “divertida”, como diría Bertolt Brecht.

Esta pequeña polémica quiere señalar unos síntomas que padece una parte considerable de la literatura y en especial de la poesía: a menudo ensimismada y sectaria, egocéntrica y excéntrica, amanerada e intelectualoide, cargada de símbolos y claves que sólo el autor y unos pocos iniciados comprenden. Se parece no pocas veces a un acto de autognosis o autoterapia sin preocuparse por establecer una comunicación beneficiosa para el lector, cayendo en lo elitista y terminando enclaustrada en la famosa torre de marfil. ¿Cómo sacarla de allí? O, mejor, ¿cómo evitar que quede atrapada en la marginalidad y el elitismo? En fin: ¿cómo presentar la literatura y en especial la poesía de manera atractiva y accesible para un público amplio, cumpliendo con sus dos funciones básicas: servir y divertir? Dan fe de estos dos principios fundamentales dos de los más grandes poetas de este y del otro lado del océano: Pablo Neruda, al buscar nuevos horizontes después de las Residencias, y Bertolt Brecht, con su manifiesto sobre el teatro épico en El pequeño Organón. La literatura tanto de Brecht como de Neruda sigue siendo atractiva y actual, por ser literatura popular en el mejor sentido: más allá de lo ideológico es clara, sincera, dinámica, progresiva, poética (es decir de cuidadosa y virtuosa expresividad), universal, humana, antielitista y ante todo divertida, ¡porque da aliento para vivir mejor! Sobran los poetones y poetistas ególatras, copiones, charlatanes, chicaneros y misántropos, que esconden su miseria tras una retórica embaucadora y trillada. Lo que necesitan estos tiempos son poetas cuya profundidad poética nace de la valentía y la capacidad de expresar con profundidad, claridad y sencillez lo esencial: el compromiso sincero con el mundo que los rodea. Si la poesía logra establecer una comunicación, un vivo diálogo que ayude a los necesitados (pobres y ricos) a humanizar su vida: bienvenida sea. ¡El resto sobra!

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El arte y dentro del arte la literatura son una necesidad vital. Más que los artistas profesionales lo demuestra de manera impresionante el sinnúmero de aficionados que se miden a las tablas, a la poesía, al cuento. Aún así nos encontramos con el lamentable hecho de que gran parte de una producción literaria de calidad no llega a un público amplio. No son solamente las editoriales y librerías que con su oportunismo comercial obstaculizan y hasta impiden la popularización de una producción literaria amplia de calidad que se merece más que una existencia marginal. La literatura para ser popular ha de ser entretenida, “divertida”, como diría Bertolt Brecht. Pero la “buena” literatura es cosa seria. Ejemplo tenebroso de ello son los recitales de poesía, en especial cuando se trata del lanzamiento de una nueva obra, evento cargado de una solemne seriedad de ámbito académico de siglos pasados con el autor/los autores, más unos expertos atrincherados detrás de una mesa que emana con su blanco mantel y sus vasos de agua un aire de cátedra de anatomía. Delante o, mejor dicho, en frente de la ilustre rosca literaria el dócil público: en su mayoría familiares, amigos y uno que otro discípulo. Y comienza, tras la introducción y benévola presentación del autor por parte del experto-amigo, el acto solemne a no decir fúnebre: la lectura. Marcando el ritmo con la vitalidad de un marcapasos, el poeta en persona brinda a su agradecido público con voz grave muestras de la sutileza y profundidad de su virtuosa obra, entrelazando las pruebas cuidadosamente escogidas con humildes comentarios, que tampoco ayudan mucho a comprender el fenómeno de unos ojos (los de la amada que cae rendida) temblando en las manos del poeta, tratándose tal vez de un delirium tremens del poeta después de enlagunarse con el clásico e infalible coctel de pasión, luna, vino y soledad. Con un cálido y generoso aplauso el público despide al autor y a su obra. ¿Le quedaría una inquietud? Acaso la de no quedarse sin la copita de vino.

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Importancia de la producción escrita en la universidad

Carlos Andrés Ortega García Departameno de Humanidades


Del tablero a la investigación en diseño, un camino en el que se combinan saberes y competencias para acercar el conocimiento con el mundo laboral. Obra de Jaime Mendoza

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Los buenos regalos serán siempre bien recibidos, hace algunos días recibí uno, un libro de investigación, que relata minuciosamente los resultados de ser un buen docente. A muchos no les atormenta ser los mejores, pero afortunadamente a la mayoría les preocupa dejar una huella en el estudiante. No me refiero a que en veinte años todavía recuerden el profesor que los llevó al mundo clásico, que les habló del Partenón, que le buscó relaciones al Imperio dibujado en el siglo IV a. C. por Alejandro Magno con ejemplos cotidianos, es más, que les insistió que a los griegos no se les puede caracterizar como “Gays”, porque es una palabra moderna. Por el contrario aquella huella, infiere un proceso de cuestionamiento desde el estudiante mismo, es él en últimas quien indaga dentro de sus propias expectativas para poder entender cual es su misión con la Universidad y claro con él mismo. La universidad alberga un ambiente fantástico: el intercambio de conocimiento, la maduración de un proyecto de vida y la interacción social. Pensar no es una

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tarea fácil decía mi abuelo y claro, tenía razón el viejo, también argumentaba con ironía que es una acción que se extingue con rapidez preocupante. El pasar del tiempo ha permitido establecer relaciones con el concepto “pensar”, se ha convertido en una experiencia extenuante, laboriosa, específica, ahora se habla de pensamiento transdisciplinar. Las clases están enfocadas hoy en dicha práctica, fundamentando la aprehensión teórica, el hacer manual y el proceso creativo, tanto individual como colectivo. La asignatura de arte clásico y diseño, propone realizar el ejercicio de innovar o proponer a partir de lo visto clase, direccionando desde cada propuesta teórico - práctica una contextualización tangible de las posibilidades discursivas de los estudiantes frente a una temática particular. Definitivamente, el diseño es un mundo que propone miradas y alternativas convincentes para la población, sin duda desde la imagen se cautiva al otro y se le brinda una verdad. Lo anterior plantea propiciar la construcción desde las necesidades de quien elabora el objeto, sin olvidar que dicha metodología reconoce como vital el apoyo conceptual externo a toda producción humana. La escuela debe ser el espacio para que se generen discusiones críticas en relación al entender y al hacer diseño. El “ser diseñador”, es una labor compleja, si se tiene en cuenta que el mercado cada día es más exigente. Los diseñadores “freelance” entienden muy bien, la preocupación de ser competitivos en la actualidad. La función del diseñador es asumirse como un agente participativo en su conocimiento, responsable de su escenario académico y comprometido con la calidad de su hacer. Por tanto, es a través del proceso educativo como el futuro diseñador construye nuevas maneras de relacionarse con el entorno. El espacio académico es responsable de brindarle al estudiante elementos para entender, relacionar y proponer, siempre amarrando su producción con un entramado ético y profesional. De nada sirve un esfuerzo

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Obra de Jaime Mendoza

La universidad alberga un ambiente fantástico: el intercambio de conocimiento, la maduración de un proyecto de vida y la interacción social.

de cinco años, sino se alimenta en cada individuo un potencial ético. Sin embargo, no se pone en duda que el conocimiento es un convencimiento individual. Resulta de decisiva importancia trabajar al interior de las clases, lecturas que dimensionen el ambiente académico, motivando en el estudiante una preocupación por explotar sus competencias interpretativas, argumentativas y propositivas. Alineando su perspectiva profesional hacia una disposición pedagógica clara y afortunada. Para Fredy Fernando Chaparro Sanabria, diseñador y docente, es necesario reconocer el incalculable aporte de la universidad a la comunidad, especialmente al


Referencias Mesa redonda. Ámbitos y procesos del diseño gráfico en la década del noventa, una mirada a través de sus protagonistas. En: Arte en los Noventa. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, 2004. CHAVES Norberto. Enseñar a diseñar o aprender a comunicar En: El oficio de diseñar, propuestas a la conciencia crítica de los que comienzan. Gustavo Gili. Barcelona, 2001. Pág. 134

La investigación no siempre recogerá elementos acertados o funcionales, también dará paso a campañas desafortunadas o teorías incoherentes, tan necesarias como las primeras.

El diálogo es un factor preponderante en el estímulo discursivo de cada persona, a través de éste, el docente puede conocer las capacidades comunicativas de sus estudiantes, así como sus concepciones acerca del oficio de diseñar. ¿Qué es diseño? Podría ser una pregunta obligada, para iniciar todo trabajo de investigación en esta rama. Posiblemente será un ejercicio complicado, teniendo en cuenta que el resultado puede ser frustrante, debido al poco interés o a la incapacidad de muchos estudiantes para expresarse. La investigación no siempre recogerá elementos acertados o funcionales, también dará paso a campañas desafortunadas o teorías incoherentes, tan necesarias como las primeras. Lo que realmente debe importar es el ejercicio de hacer, enfatizando en el convencimiento de aprender y enseñar por parte de los agentes implicados, entonces se motiva desde aquí un desprendimiento de la formación mecanizada o del adiestramiento descontextualizado, para proponer una educación más abierta y arriesgada. Es comprensible que reconocer el aprendizaje como una responsabilidad individual, es un largo camino. No se trata de estimular en el estudiante la repetición de conceptos ajenos, más bien, es incentivar su capacidad para digerir e interpretar desde lo leído, para construir su propio saber. Solo aprende quien interioriza su necesidad de hacerlo

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mundo laboral, gestando a partir de la estructuración de espacios de discusión, nuevas alternativas educativas en caminadas actualizar constantemente las condiciones formativas de los futuros diseñadores. Es a partir de dichos ambientes como se reduce la brecha de “… ruptura y poca interrelación de la academia y el medio profesional…”. Es en esta disposición como se ajusta cada día el perfil profesional que los estudiantes de diseño deben tener. En éste sentido, es pertinente indagar, si el Sistema Educativo de la Universidad se proyecta como una alternativa de investigación acertada. Promoviendo entre sus miembros la cultura de alimentar su posición crítica a partir de su producción teórica. La educación superior necesita comprometer a educandos y educadores en la gestación de semilleros de investigación, que cuestionen de una manera lúdica sus propios procesos pedagógicos. Estas reflexiones permiten la construcción de canales de comunicación enfocados en el avance de nuevas propuestas educativas, fortaleciendo sus capacidades argumentativas e investigativas, indispensables para poder salir avante en la confrontación entre el conocimiento académico y el escenario laboral. Las asignaturas de investigación académica son de vital importancia para generar este ambiente proactivo, pero son los mismos estudiantes quienes deben dirigir sus esfuerzos a mejorar la estructura educativa. Por otra parte, el docente desde su labor de acompañante del proceso productivo, actúa como agente dinamizador de lo indagado por cada educando o por cada grupo de estudio, bien sea desde la teoría o desde la práctica. La discusión tiene sentido en aras de favorecer el carácter dialéctico que ha movido a la universidad desde sus inicios. “Hacer diseño gráfico es definir todas las características de un mensaje gráfico, antes de que éste se produzca materialmente”, es decir, planear a partir de una metodología la búsqueda y el análisis mediante el cual se va a estructurar el producto.

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Lenguaje, discurso y comunicación: de la interpretación En educación, muchas competencias se construyen desde la capacidad de entender el potencial de la comunicación en la construcción de sentido. Óscar Marino Zambrano Departamento de Humanidades

Obra de Jairo Rosas

“La palabra el habla es la casa del Ser. En su morada habita el Hombre. Los pensantes y los poetas son los vigilantes de esa morada” MARTÍN HEIDEGGER Es de todos aceptada la afirmación según la cual, el lenguaje es el instrumento o herramienta de comunicación de los seres humanos; según la expresión de Heidegger, el lenguaje es la morada en que habitan los mortales. Siguiendo la orientación fijada por tan magno pensador, todavía podemos reconocer un papel aún más significativo para el lenguaje: es en el lenguaje, y con él, como los humanos llegamos a ser y somos, en un proceso continuo de edificación. El lenguaje es la forma más amplia que el hombre y la mujer utilizan para expresarse, y como bien sabemos, el proceso de comunicación es de vital importancia para las


relaciones e interrelaciones que tejen los “hombres de un día”, como diría Sófocles. Todos tenemos la capacidad de entrar en comunicación con otros, y para lograrlo utilizamos, fundamentalmente, un “organón” a través del cual interactuamos con la realidad natural, mental y social, logrando entrar en contacto con la cultura que produce la misma sociedad; ese instrumento es el lenguaje. El lenguaje, hemos señalado, es la forma más amplia que el hombre utiliza para expresarse. Y, como sugería Paúl Valery, la comunicación es el vehículo de intercambio entre los habitantes de nuestro planeta; tiene por rol poner en orden la casa, para que esa morada pueda ser habitada y vivida con decoro. Nosotros vivimos, siguiendo a Valery, al lado de dos grandes abismos que nos amenazan constantemente: el orden y el desorden. El lenguaje nos salva de ese abismo y nos acoge en la casa. Como se puede calcular a partir de lo anterior, la responsabilidad de quienes trabajamos con la lengua, con la materia de su objeto, es muy grande. Por eso queremos suscitar, a partir de estas consideraciones mínimas, unas reflexiones que conduzcan a profundizar conceptualmente, en el dominio de la lengua y la

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Los procesos de lectura, por ejemplo, permiten que el estudiante plantee hipótesis, al tiempo que ejercita la interpretación, aventurando su conjetura.

comunicación. Por supuesto que en estos dominios tenemos nuestros predecesores, por ejemplo, Vigotzky, quien consideraba que el lenguaje es producto de una interacción social; Chomsky pensaba que la estructura gramatical es innata al ser humano; el hombre construye su lenguaje a través de la experiencia. Hay posturas diferentes en relación al proceso de asunción del lenguaje por parte del hombre. Y estas posturas es preciso conocerlas. Quiero señalar, en esta pequeña nota, que frente a la importancia del lenguaje, siempre alguien tiene algo que decir. Recordemos que el Plan de Desarrollo del gobierno actual se interesa en determinar las fortalezas y debilidades de la formación de los estudiantes en el área del lenguaje. Se pretende generar una reflexión de docentes del área, y de las otras también, en torno a su acción educativa en el aula, para tener lectores y escritores efectivos y en últimas, personas que se comunican exitosamente. Volviendo a lo anterior, la comunicación, por medio del lenguaje, pone en juego el intercambio de significados, que se construyen en textos orales, escritos o mímicos. Estos textos se articulan dando un sentido a través de los cuales expresamos procesos de pensamiento. Estos procesos se dan en el entramado de relaciones entre los elementos de la comunicación: un emisor, que tiene una intencionalidad y es quien construye el mensaje, utilizando el lenguaje desde su eje sintagmático y paradigmático. Al producir el acto comunicativo el receptor, que también utiliza un código y que lo reconoce, identifica la temática global. El sentido de lo que se dice se construye en la medida en que se da el acto comunicativo. Y este es el punto que nos interesa resaltar, en este diálogo con nuestros colegas de estudios y labores: en una educación por procesos se privilegia la edificación de saberes y conocimientos. Los procesos de lectura, por ejemplo, permiten que el estudiante plantee hipótesis, al tiempo que ejercita la interpretación, aventurando su conjetura. Él construye el sentido del texto, de cualquier texto

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Vanalidad ¡Qué tontería dejarnos diluir entre la prisa y la urgencia; perdernos la dicha de oírnos y aplazar la alegría que alborota mil mariposas en pos de ti!

Poemario

Viajeras Viajan lentas las gotas de lluvia sobre las horas que nos separan del último encuentro

Luz Ángela Torres Departamento de Ciencias Básicas de la Salud

Viajan lentos los latidos en la nostalgia que ya reclama el próximo beso. Viajan, solo viajan, los te amo entre las gotas nostálgicas de mis recuerdos

Lo que pasa Obra de Jaime Mendoza

¡Algo pasa cuando no estás y aun así te tengo! ¡Algo pasa cuando me miras y todo lo demás pierde sentido! ¡Algo pasa cuando me abrazas y se esfuma la incertidumbre! ¡Algo pasa cuando miro el futuro y tu risa envuelve mi alma! ¡Algo pasa! ¡Todo pasa… cuando me amas, cuando te amo!




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