Número 8 DICIEMBRE 2014
Horacio Ferrer Montevideo, 2 de junio de 1933
Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizón en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!... Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo... (Cantado)
Escritor, poeta e historiador del tango uruguayo, nacionalizado argentino. Compuso más de doscientas canciones y escribió varios libros de poesía e historia del tango. Es especialmente famoso por los tangos canciones realizados con Astor Piazzolla, como “Balada para un loco” –incluida entre las 100 mejores canciones latinas de la historia- “Chiquilín de Bachín” y de la opereta “María de Buenos Aires”. BALADA PARA UN LOCO (Recitado)
Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos. . .
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao... No ves que va la luna rodando por Callao; que un corso de astronautas y niños, con un vals, me baila alrededor... ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá! Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao... Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión; y a vos te vi tan triste... ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!... el loco berretín que tengo para vos: ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! Cuando anochezca en tu porteña soledad, por la ribera de tu sábana vendré con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón. ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! Como un acróbata demente saltaré, sobre el abismo de tu escote hasta sentir que enloquecí tu corazón de libertad... ¡Ya vas a ver! (Recitado)
Salgamos a volar, querida mía; subite a mi ilusión super-sport, y vamos a correr por las cornisas ¡con una golondrina en el motor! De Vieytes nos aplauden: "¡Viva! ¡Viva!", los locos que inventaron el Amor; y un ángel y un soldado y una niña nos dan un valsecito bailador. Nos sale a saludar la gente linda... Y loco, pero tuyo, ¡qué sé yo!: provoco campanarios con la risa, y al fin, te miro, y canto a media voz: (Cantado)
Quereme así, piantao, piantao, piantao... Trepate a esta ternura de locos que hay en mí, ponete esta peluca de alondras, ¡y volá! ¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení! Quereme así, piantao, piantao, piantao... Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir... ¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará! (Gritado)
¡Viva! ¡Viva! ¡Viva! Loca ella y loco yo... ¡Locos! ¡Locos! ¡Locos! ¡Loca ella y loco yo
Jorge Rivera Educador boliviano, escritor
LA DAMA DEL APELLIDO COMPUESTO Coincidíamos, con frecuencia, por las calles de Recoleta. En ese barrio residencial y prestigioso de Buenos Aires, hoteles lujosos de hoy fueron, antes, palacios, como el Duhau o el Laprida. El Ortiz Basualdo o el Pereda son ahora embajadas. Ostentosos y exclusivos clubes, fueron alguna vez residencia de familias ilustres, los Alzaga Unzué, para mencionar apellidos de alcurnia. Los Anchorena cedieron su Palacio a la Nunciatura Apostólica. Art Nouveau. Belle Époque. Nombres de arquitectos europeos labrados en las piedras. Nos cruzábamos muchas veces por esas vías de memoria aristocrática, algunas de las cuales alfombran, todavía, sus aceras, al despuntar la primavera, para resaltar el paso de distinguidos y exigentes compradores. Mozos de librea ofreciendo champán a la entrada de los almacenes de marca. Violines y chelos esparciendo a Vivaldi en el ambiente cálido de los atardeceres de noviembre. Mujer alta, con porte de señora y belleza ajada por el tiempo, tenía rasgos claramente caucásicos y perfil de princesa rusa. Mejillas encendidas a la fuerza sobre su tez blanca, alguna vez con color en las pestañas, envejecida, calzaba zapatos cerrados, estilo europeo, y vestía siempre un batón largo de
tonos claros. La cabeza, de cuando en cuando, tocada por un pañolón más bien doméstico. Vestía como para estar en casa. Se paseaba, a todas horas, con soltura. Claramente, aquellas eran sus calles y alguno de los edificios, su residencia, su mansión, tal vez, su palacio. Cruzaba cada calle como si estuviera, en su casa, recorriendo la promenade de la antecámara al salón y de éste, a otra antecámara y otro salón. Una y otra vez. Cuando no, permanecía estática, de pie, bajo el dintel de una puerta callejera labrada exquisitamente en madera y enchapes de metal dorado, la mirada fija en la pared de enfrente, en actitud contemplativa. ¿Vería antigüedades, objetos de países exóticos, alguna colección de arte que la clase alta atesoraba como señal de categoría en sus aposentos? Estaba, a no dudarlo, acostumbrada a observar pinturas y gobelinos. Se sentía dentro de casa, aún bajo el dintel de la puerta de calle. Alguna vez, la encontré extrañamente sentada en el pretil de uno de los muros de un palacio, que, pensé para mis adentros, bien podría ser el suyo. Me pareció un embeleco. No tuve manera de saber si ella estaba, en ese momento, pensando en cuál de los cajones de su chifonier habría puesto la mantilla aquella que ahora no encontraba. O dándole vueltas a cómo recuperar la carta del amante, escondida en el
secretaire de la salita que le gustaba tanto. O eligiendo qué vestido se pondría al posar para un retrato de torso semidesnudo. O en qué intrincado laberinto de su vida se perdió la idea de llegar a ser abadesa de las Catalinas… En cierta ocasión, la vi merodeando por la Carlos Pellegrini, caminaba entre los setos de ligustre que demarcaban el trazado de la plaza, arrastrando algo que noalcancé a distinguir bien. Me preguntaba si estaría pretendiendo ingresar al exclusivo Jockey Club. No le faltaba aire de amazona elegante que habría jineteado briosos pura sangre o robustos caballos criollos. Tampoco, esta vez, tuve manera de saber si estaría ella soñando con el último juego de bridge. O evocando, junto al verde de la plaza, recuerdos de su infancia en los campos veraniegos. Quizás, gozando internamente la noche aquella cuando la llevaron, del brazo, al Ortiz Basualdo, entre encajes, tafetanes, máscaras y levitas. Nos cruzábamos a menudo, sea en las plazoletas, sea en las calles de casas distinguidas, sea en las áreas del comercio exquisito o del rutinario aprovisionamiento familiar. No hablaba, más bien diré, yo no la escuché hablar. Al salir, temprano en la mañana, solía coincidir con ella frente al supermercado que se hallaba al paso, como si siempre aguardara a que le abrieran las puertas. Alguna vez la vi ingresar con el primer empleado, en quien percibí cierta sospechosa deferencia y
complicidad, llevando un avejentado carrito de arrastre. Salió, al poco, sin bolsa de compras, pero, eso sí, con brillo en la cara, pelo reluciente y su frondoso cabello cano, alisado y recogido en coleta.
No supe nunca en qué portal dormía o en qué palacio entraba furtivamente a cierta hora de la noche. Ni cómo lograba estar puntualmente a la hora en que el supermercado abría. Ni cuándo ni por qué su agobio interior se tornó insoportable y salió a deambular con su maletita en la mano y su porte de dama de alta sociedad. Solamente la veía estar en los dinteles de las puertas del barrio elegante, cruzar calles como aposentos, confundir pretiles ásperos con sofás mullidos. Dama añejada entre las flores de primavera y la escarcha del invierno. Sólo una vez alcancé a escuchar un cruce de palabras entre ella y una persona interesada y compasiva, al pie de las gradas de la Iglesia del barrio.
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¿Cómo se llama usted?, dijo una inquisidora y diligente muchacha. García Fernández de Le… Ríos-Prado y Rodrí…. No, no. Pacheco del Solar Dorre… Perichón y Liniers de… ¿importa? No mucho, la verdad. Dígame, ¿tiene usted dónde dormir? A Dios –dijo ella, señalando con su rostro la puerta abierta del templo- no le pido cama, sino sueño.
Y la vi alejarse, mujer alta, bella, señora, con el carrito a rastras en el que almacenaba todo su ajuar y sus recuerdos. Fue la última vez.
Rotciv Sedivaneb Médico Peruano, poeta y aventurero de las palabras
LA REENCARNACIÓN No soy un político profesional y si, de alguna forma, la política me toca es porque, como humano, soy “un animal político” (según dicen) No suelo hacer viajes interprovinciales y hace muchísimos años que no los hago al extranjero; soy un modesto automovilista “urbano, inter-urbano”. No bebo cerveza y sí, de vez en cuando, un buen ron. No fumo. No pertenezco al gremio de los “parlanchines telefónicos” y menos a los “chateadores cibernautas”. Tengo, porque hay que tenerlo, un teléfono móvil (prepago) más que para llamar, para que me llamen los que necesiten de mis servicios; aunque cada día sean menos. Hace algunos años ejercía como Ingeniero Agrónomo, ahora “arreglo” jardines y la mayor parte de los días soy “taxista pirata” en mi Lada (gasolinero); así es que, como verán, no tengo muchas utilidades – ni como jardinero porque los que tienen jardines cada día los pueden atender menos ni como seudo taxista pues, un máquina a gasolina es casi un acto desesperado – y sigo viviendo. He venido viviendo en el Perú (es válido para muchos países)desde los “últimos días” del llamado “Gobierno de Bustamante” (1945) y, como todos los de mi generación, he tenido que soportar no solamente “caricaturas democráticas” sino dictaduras “de la más alta pureza”. Asesinos,
locos, cacasenos, ignorantes, borrachos; todos, en mayor o menor grado, ladrones o “inocentes cómplices” que viene a ser lo mismo; porque si no se robó, se permitió que otros lo hagan. Decía, que he venido viviendo en este país donde, si bien es cierto que tuve espejismos o atisbos de tranquilidad, la mayor parte del tiempo he tenido que emplearlo, como la gran mayoría, en sobrevivir. No se me dio por el fanatismo religioso, es más, siempre he sido un escéptico; diría casi un ateo, y hasta creo que sin el casi. Pero hoy, de pronto, he comenzado a creer en algo de lo que ni en la más remota de las posibilidades de mi hasta ahora, conocida personalidad hubiese pensado en otras épocas: ¡Creo en la Reencarnación!... ¡Sí, soy un reencarnado!... ¿Qué cómo he llegado a este punto?... Pues es muy simple, además no cabe otra posibilidad. Tiene que haber otra vida, o para el caso, tienen que haber habido otras vidas en las que, éste, ahora ex Ingeniero Agrónomo, actual decorador de jardines y pirata del volante debe haber sido, si no un asesino, ladrón, traficante, drogadicto, cacaseno o presidente tercermundista; por lo menos: ¡Una buena mierda! Por lo que, ahora, en ésta, mi nueva reencarnación, he sido“transferido” o “trasmutado” a esta localidad para que pague... ¡Y vaya si pago! todo lo adeudado en mis otras “encarnaciones”. Solo pido, al Hacedor, en el que ya creo, que ésta sea la última para poder, cuando Él lo tenga a bien, descansar en paz. Amén.
Solum Donas Artista plástico y escritor uruguayo LA MORENA DEL BAR Aunque era previsible, pero poco probable, el azar o lo que fuere hizo que sucediera. El encuentro se dio cerca de las once de la noche, en un bar maloliente de la calle Olave, conocida como una de esas calles que te llevan al puerto o a la muerte. A esa hora, en la calle, hacía frío, hacía niebla, hacía garúa. A esa hora, en el bar, hacía sopor, hacía humo de cigarros y olor a tragos, hacía un ambiente cargado de manoseos, puñales, y una fuerte vibración a gresca pronta a estallar. Serían las once y ocho minutos; la puerta vaivén del bar dejó entrar una bocanada de frescor turbio y una voz de macho que dio un rápido vistazo como de ojo de águila en celo, se acercó a Edith, abrazó su cintura, la apretó fuertemente contra su pecho, al tiempo que tronó en desafío: esta noche, esta morena es mía, esta noche y todas las noches que yo la desee. Desde una esquina escondida y huraña, otra voz de macho matón saltó al ruedo: al fin te encuentro rata de barco; ¡conque decís que sos el dueño de la Edith!, ¡sólo eso me faltaba oir! Una navaja reflejó relámpagos veloces que se entrecruzaron con otros mas audaces, se tiñeron
de rojo y se fueron silenciando hasta el silencio total. Serían las once y veinte minutos de la noche; en el bar hacía calor, hacía dos cuerpos inertes, hacía dos navajas caídas y hacía la voz triunfante de la morena, de Edith: ¡y, estos matones querían que yo fuese su esclava!
SOLUM DONAS TODAS LAS PALABRAS DEL MUNDO Lo pedí prestado. Prestado porque no recuerdo de qué novela ni de qué autor es el personaje y la idea. Al personaje lo llamaré simplemente Él. Lo pedí prestado para disfrutar del recuerdo. Recuerdo de un momento mágico que tantas veces nos produce la lectura de un texto. Recuerdo que recrearé desde el recuerdo. El suceso acontece en una ciudad europea bajo un bombardeo. Él, es un escritor bohemio, dueño de un cierto cinismo que lo ubica en el rango de los intelectuales. Como tal, tiene una extensa biblioteca que, cuando la enseñaba a los pocos contertulios que lo visitaban para compartir una sabrosa plática, aderezada con un buen tinto francés, decía: ésta es mi biblioteca de leídos. El cúmulo de libros siempre estaba desordenado. En la pequeña sala se podían ver los escasos muebles que poseía: una mesa de roble de tres patas finamente tallada que alguien le había regalado, dos sillas forradas en cuero ya luido por las décadas de uso, una mesita esquinera donde reinaba una botella de whisky y tres o cuatro vasos, y un cuadro de Klimt (claro, El Beso) el mas apreciado por Él. Su cama de una plaza, desprolija y cubierta de libros, y un pequeño armario con dos o tres camisas, un pantalón azul oscuro y un par de botas de cuero viejo, era el ajuar que completaba el insigne mobiliario de un apartamento ubicado en el tercer piso de un edificio que se regodeaba con la vista de un rio, (¿el Danubio, el Sena, el Volga?), bordeado por elegantes álamos. En invierno, el regodeo crecía con las nieves que cubrían la planicie próxima, y los picos de las montañas, un poco mas lejos.
Hacía ya varios días que la ciudad era bombardeada en forma permanente, y las casas derrumbadas, eran lápidas del desgarro humano. El día del suceso, Él, aprovechando un poco de sol que le entibió el ánimo, salió a caminar para desherrumbrar su cuerpo y sus pensamientos. Su corazón era una tumba de amigos y amarguras. Cruzó el puente. Se encaminó hacia una tienda a comprar vituallas y el vino que le servía para disolver el moho acarbonado de sus sentimientos. Fue entonces cuando sonaron las sirenas de alarma; oteó, sin sorprenderse, el raudo vuelo de los bombarderos, una vez mas. ¡Otra vez! ¡Ésta vez! Ésta vez, ve caer las bombas sobre su apartamento. Las llamas y el humo oscurecieron su vista. Se devuelve; con rabia acumulada, cruza el puente para ver la destrucción. Sin dudar, corre, sube con aliento exhausto al tercer piso, y entre los restos quemados encuentra un libro que al cogerlo, le hace saltar de alegría: su diccionario. Baja apretándolo fuerte contra su pecho y sonriendo nuevamente ante los ojos lacrimosos de sus aterrados vecinos, que no logran entender esa sonrisa. Él, sin detenerse les dijo: lo que he salvado, lo que me llevo, es el mundo de las palabras. ¿Entienden? ¡Todas las palabras del mundo!
BEATA La beata se persignó una vez, y otra vez, y otra vez. Juntó sus manos palma con palma, las puso frente a su cara y rezó un ave maría una vez, y otra vez, y otra vez. Cuando abrió los ojos,
Solum Donas ¿QUIÉN ES EDITH? Esa noche, como de costumbre, entré al dormitorio oscuro. Me acosté, como de costumbre, le di un beso en la frente a mi Elizabeth que dormía tranquila, acomodé, como de costumbre, mis almohadas, tomé un sorbo de agua y me dormí. Un sacudón y la voz acongojada de Elizabeth me despertaron, no se a qué horas de la noche, ya que el dormitorio continuaba en plena oscuridad. ¿Qué te pasa Arthur?, ¿por qué gritas?, ¿quién es Edith?
*** Yo estaba ahora acostado en una cama que no era la mía, en una pequeña habitación que no era mi dormitorio, a oscuras, salvo por la tenue luz de un monitor que provenía de una de las esquinas, que me permitía vislumbrar el perfil de Mark Markus de espaldas a mí. A mi lado, jadeando intensamente estaba Edith.
*** Mark Markus y yo somos compañeros de trabajo en el laboratorio de neurobiofisiología de la prestigiosa Universidad Humbolt. Formamos parte de un equipo que, desde hacia varios años estamos inmersos en una investigación tecnológica que a nuestro entender revolucionaría el estudio de los
sueños, ya que deseamos captarlos y grabarlos mediante una técnica y un dispositivo inalámbrico que nosotros inventamos, (déjenme aclarar, por su importancia, que deseamos grabar las imágenes, sonidos y emociones de los sueños en una computadora), lo cual nos permitiría reproducirlos cuantas veces deseáramos. Esto serviría para que el soñador los pudiera ver, (no olvidemos que la mayoría de los humanos no recordamos los sueños que soñamos), y nos permitiría mejorar los diagnósticos e interpretaciones psicológicas de los mismos. Además, las grabaciones serían usadas para docencia y la investigación, en humanos y en animales, ya que una de nuestras hipótesis es que los animales también sueñan. De alguna manera, otra cosa que pretendemos con esta avanzada investigación, es elaborar nuevas hipótesis sobre la importancia de los sueños en la historia, sobre lo cual Sigmund Freud elaboró un documento que publicó en La Interpretación de los Sueños, y la importancia de los mismos en la actualidad, tanto en culturas aborígenes, (recordemos el chamanismo), y en la sociedad moderna sofisticada, (que utiliza “los videntes, echadores de cartas, etc.”), para conocer lo que el destino les depara. Otrosí, también pretendemos que nuestro trabajo sirva para revisar la metodología del diván de los analistas, resabio de los estudios freudianos.
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Habiendo estimado que nuestro esfuerzo de años estaba pronto para ser probado, decidimos realizar la primera experiencia esta noche. Mark Markus está a cargo del registro y yo el investigado.
*** Ésta noche, como de costumbre, entré al dormitorio oscuro, acomodé, como de costumbre mis almohadas, le di un beso en la frente a mi Elizabeth, tomé un sorbo de agua y me dormí. Desperté jadeando, en plena convulsión orgásmica, no se a qué horas, ya que el cuarto estaba totalmente oscuro, salvo la tenue luz del monitor y Edith, la pequeña Edith, jadeante y sudorosa a mi lado. ¡Mark Markus!, ¡prometiste no grabar si mi sueño era erótico!
*** Un fuerte sacudón y la voz acongojada de Elizabeth, me despertaron. ¿Qué te pasa Arthur?, ¿por qué gritas?, ¿quién es Edith?
DONDE HAY IMPUNIDAD NO EXISTE JUSTICIA
Solum Donas LECTOR Le escribo porque quiero tener la seguridad de que alguien sabe que he existido en este planeta llamado tierra. Aunque no podamos estrechar nuestras manos como quisiera, deseo que sepa mi nombre, Adilis Hamsi Dinsky, y hoy cumplo veinte años, porque otros veinte los he pasado en la cárcel, y no puedo contabilizarlos como vida. Nací en Rundst, un pueblo pequeño en las montañas del este europeo, que pocos días después quedara destruido por un bombardeo, en una de las tantas guerras de aquellos años. De mi padre no guardo recuerdos ni fotos, ya que fue reclutado cuando yo tenía apenas tres años y nunca regresó. Mi madre siempre dijo que era un buen hombre; ella logró criarme junto a mis dos hermanos menores, bajo el crudo rebozo de la guerra, el hambre y la intemperie. .. (oigo sirenas)….; ayudé a mi madre en lo que pude y un día, cansado de la vida monótona y que sentí sin perspectivas, decidí huir del pueblo cuando tenía 13 años sin saber leer ni escribir. Comencé entonces a vagar por el mundo, por tierra y por mar. Siete años fueron, siete años...Me hice fuerte, con carácter violento, mas buen trabajador. Hice amigos y también enemigos. ¿Mujeres? Siempre uno encuentra en el camino mujeres que lo acogen con cariño, también prostitutas… (las sirenas se oyen mas próximas)… Apenas había cumplido mis 20 años, cuando en uno de los puertos que tocamos después de varios
meses en ultramar, compartíamos tragos con un compañero de travesía y nos emborrachamos; ¡maldita ocurrencia del compañero!, se le ocurrió maldecir a mis padres; el resto fue sencillo: saqué de entre mis ropas el fiel cuchillo y sin mucho pensar, con la rabia inundando mi cabeza, se lo hundí en el pecho. Cayó ahí, sangrando, delante de mí, gritándome maldiciones,…. (oigo las sirenas aun mas próximas)…., fue cuando caí preso de sus maldiciones y las torturas de la policía. Terribles torturas; no se las razones por las que pensaron que yo era un espía indocumentado. Cadena perpetua dijo el juez en un idioma que no entendí, lo leí en su cara. Hace pocos días logré huir de la cárcel. Huyo sin derrotero en esta ciudad que no conozco. Huyo con destino conocido. Mientras se acercan las patrullas, tomo un café que será el último de mi vida, no tengo con qué defenderme, no tengo escapatoria… (oigo que me gritan: salga con las manos en alto, está rodeado)… mi huída ha concluido… es el fin. Espero que la policía le entregue en sus manos este testimonio final.
San José-Escazú, Costa Rica Edición literaria: Solum Donas Edición digital: Jorge Rivera