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En
un poblado de Portugal llamado Montemayor el Nuevo, en el aĂąo de 1495, nace Juan. A los 8 aĂąos, por razones desconocidas, fue llevado a EspaĂąa, a la Villa de Oropesa, donde crece junto un buen hombre llamado Francisco Mayoral, realizando el trabajo de pastor.
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De joven se alista como soldado con las
tropas del Conde de Oropesa, al servicio del emperador Carlos V. Terminada la campaña regresa a Oropesa a su antigua labor de pastor. Luego participa en la Batalla de Lepanto y al final de la guerra viaja a su pueblo natal; enterándose de la muerte de sus padres. Surge en él la inquietud por servir a Nuestro Señor Jesucristo.
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Retorna
a España, donde inicia su búsqueda para un seguimiento radical a Cristo haciendo obras de caridad: ayuda con su trabajo a una familia en desgracia en Ceuta; de allí se dedica a vender libros promocionando aquellos virtuosos y cristianos. Llegado a Granada, en su oficio de vendedor de libros, escucha la predica de Juan de Ávila, con la cual queda conmocionado… gritando por las calles: “soy un pecador, soy un pecador”. Muchos se burlan de él, otros se apiadan y tomándolo por loco lo llevan al Hospital Real.
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El
hospital de la época no era como lo conocemos hoy, había mucha gente mezclada, hombres y mujeres, con diferentes enfermedades. En medio del caos, Juan sufre en su propia carne los abusos de las terapias de la época: cadenas, insultos, azotes, baños de agua helada, etc. Sensible a este espectáculo Juan decide hacer algo por todos los que padecen sufrimiento.
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San Juan de Ávila se encuentra con nuestro
Juan e inician juntos la aventura de la hospitalidad. Sus sabios consejos lo conducen al desarrollo de una nueva forma de acoger y asistir a todos los pobres y enfermos que va encontrando en su camino. Para ello viaja a Guadalupe para recibir formación en el arte de curar enfermos. En una aparición la Virgen se le presenta y le dice: “Juan toma a mi hijo para que aprendas a vestir en Él a los pobres”.
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De retorno en Granada se dedica a ayudar
a cuantos enfermos y necesitados que encuentra en las calles, así como también a las mujeres que eran obligadas a prostituirse. Logra conseguir una casa donde los acoge a todos, sirviéndolos y atendiéndolos él mismo con mucha caridad y diligencia.
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En vista que iba llegando muchos enfermos
y necesitados, el lugar se hizo pequeño, así que consigue un espacio mayor donde organizar su primer hospital. La profesionalidad, el orden y la limpieza eran sus mejores aliados. También ya comenzó a contar con personas de buen corazón que secundaron su obra. El primer ejercicio de caridad al llegar el paciente era lavar sus pies, como si se tratase del mismo Jesús.
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Para tan loable misión, sin renta, obtenía la
fuerza de una mística unión con Cristo y su Santísima Madre la siempre entera, a quienes acudía constantemente a través de la oración. También hizo posible acercar a los vecinos a Cristo a través de la limosna para sostener la obra. En cierta ocasión se desató un voraz incendio en el Hospital Real, allí acudió Juan y heroicamente salvó a todos los pacientes que allí se encontraban, sin sufrir daño alguno.
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En
vista de su ejemplar vida muchos se fueron sumando queriendo imitar su insigne vida, y así consagrarse al Señor en el servicio de los más humildes, pobres, enfermos y necesitados. De esta forma ya comienza a gestarse la Orden Hospitalaria, conformada por hombres valientes que ofrecen gratuitamente su vida para la construcción del Reino de Dios en medio de la miseria humana, bajo el maternal patrocinio de Nuestra Señora.
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Juan de Dios gastó su vida al servicio de los
más débiles, de los enfermos, de los que nadie quería; fue tanta su entrega que su vida se fue apagando, para dar luz y esperanzas a otras vidas; muriendo en actitud de humildad de rodillas con un crucifijo en sus manos el 08 de marzo de 1550. En la actualidad, la Orden Hospitalaria está presente en 51 países de los cinco continentes, con unas 400 Obras Apostólicas, 1.105 Hermanos, más de 40.000 Colaboradores, 33.000 plazas sanitarias y sociales y, más de 20 millones de beneficiarios. 21