NADIE ESCAPA A ELIZABETH TAYLOR Manual de supervivencia
UNO OBERTURA 1
ELIZABETH: Hice del escarnio, mi más nítido escenario. Me serví del abucheo, para engarzar piedras preciosas. Sumergida en desventajas, provoqué mi más fulminante suceso.
Mi reino no existiría si no lo destruyera sistemáticamente. Mi estado de gracia es el error y el hundimiento: mi estola de zorros.
Diva en permanente estado de avería.
DOS NADIE 2
ELIZABETH: Inicié esta novela con el único propósito de acabar definitivamente con la literatura.
Como el obeso que devora sus dientes, hasta volver completamente inútil a su boca.
Hice de cada página escrita: un filete para mi cena.
Durante el último ataque al refrigerador eliminé diecisiete párrafos de mi biografía.
A este apetito ya no lo sacian ni boletos en primera, ni farmacéuticos aficionados.
Demando sílabas fornidas. Atomatadas. No existe mejor norte que una croqueta. La mejor parte de la cuchara ha sido siempre la garganta.
Regida en la urgencia y el traspié, arrastro mi gloria de varios tomos.
Cada capítulo es una granada de mano y estoy destinada a lanzarlo mar adentro.
Una buena actriz en poco se diferencia de un terrorista.
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Debería intercalar sucesos livianos. Desperdigar croutons entre episodios de alpinismo y primicias mundiales. Anécdotas, donde equilibrar el paladar. Morder, y que no resulte siempre una esmeralda.
¿Pero tendré yo la culpa de portar una vida demasiado condimentada? He sido rodeada sistemáticamente por la espectacularidad.
Aún en las más insignificantes rutinas, me recubren con una pátina de caramelo.
Tomar un baño, es espolvorear a millones de voayeurs con la cocaína de mi fama.
Pero me resisto a fragilizar mi obituario. Asumiré el riesgo. Soportaré la infección. La justicia llevará mis iniciales.
Bombardeada de aplausos, no podré escapar nunca a Elizabeth Taylor.
TRES PARAMÁUNTICA
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ELIZABETH: Nadie.
Sino en un formidable estado de ebriedad, podría creer que llevo los ojos violetas.
¡Si es de circos!
No existen tal par de ojos. Ni mujeres barbudas. Sólo un fauno podría llevarlos.
Sin embargo, la MGM convenció al planeta de mi excepcionalidad. Y mi madre, en sus últimas bocanadas, se jactaba de así haberlos concebidos.
No he podido heredarlos, sino de un desquiciado experimento en el revelado de negativos. La honestidad jamás me ha rozado. Si yo misma lo admito: son violetas.
Deberían encerrarme en el Zoo.
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Me han decapitado la infancia.
Una bruja aplastaba mi busto a los trece años.
Fajada para entronar la inocencia, forniqué delante del arco iris.
Debí ser yo, y no Judy, quién se quedara con el papel. Hollywood ha tenido siempre debilidad por los alaridos.
Me han colmado de fragancias, cuando mi actuación apestaba. Soy veinte veces más torcida que un cuento de hadas.
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– “Repite las líneas que lanzo a tu mente, querida.”
Tennessee no se cansaba de repetirlo:
-“Sólo entrego hojas en blanco a mi editor. En toda mi carrera no he escrito otra cosa que Elizabeth Taylor.”
Ese marica debió estar poseso para intentar sobornarme con semejante patraña.
Katharine Hepburn, Deborah Kerr o cuanta starlet se cruzara en su camino habrá tenido que soportar la misma chorreada de halagos. Sobre todo, si del brazo cargaba un marido lo suficientemente dotado como para ser bisexual.
¡Cómo supe amar a esa despiadada gallina!
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Si mis espectadores no han derramado lágrimas, al menos han lanzado babas sobre sus palomitas de maíz.
Deshidratados, han valorado mi mejor hallazgo: la monstruosidad.
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El postre de la Costa Oeste.
Mis ojos violetas en las alacenas de cada cocina americana.
De Hawaii. Espléndidamente traídos.
Ananá. Piña en latas.
Mi rostro en la portada de cada lata. Cine en Latas.
Fruta.
La pulpa de la diva en Primer Plano. Envuelta en almíbar, soportaré Pearl Harbor.
Mi marido y su empresa. Una familia dulce.
Un dólar con noventa el kilo de fantasía.
Nacerán niños de arrope.
La industria del hambre y el entretenimiento. Una estrella resbaladiza.
A mis colegas les resulta imposible sobrevivirme.
La única alfombra roja que he pisado, ha sido mi lengua.
No tolero la vida, sino es en Cinemascope. No hallo intimidad, sino delante del fogonazo de los flashes.
Estaría perdida delante del ginecólogo, si no llevase conmigo a mi Director de Fotografía.
Soy el mejor error desde que Hollywood inventó la Naturaleza. Existo para que el mundo comprenda el significado de la palabra inflamable.
Debería entrevistarme Carl Sagan.
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He peleado con el león de la Metro en una Sinagoga de Santa Bárbara.
Le he reventado el cráneo, muñida de dos premios Oscar. Una experta en triturar adversarios. Eso he sido siempre: inteligentísima.
Me han dejado envejecer, repitiendo hasta el hartazgo mis antiguos films. Conservando antropófagos, mi belleza entre los dientes. Mi voluntad en nada se parece al entretenimiento.
No puedo escapar de la fama, como no puedo desprenderme de mi esqueleto. Momificada por el celuloide, fui lanzada para el deporte de fisgonear.
Las miradas se empecinan con mi bolso. El diseño de mis aretes es debate en los baños del Palacio de Buckingham.
La máquina se ha activado. Y nada puedo hacer por impedirlo. Revestida por la chisme, es imposible hallar respiro. Escapatoria, dentro de la Vía Láctea.
La prensa se masturba con las delicias de mis divorcios.
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CUATRO AZOTEA
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CARLA: Soy la reina de los quehaceres. La virgen sobreactuada del Woolite.
Aireo sábanas, como quien domina motines. El sol condena a mis postizos. He sido coronada con una ristra de broches de madera.
Una cuarentona muerta de miedo y sin un puto diamante.
Pero lustro un ánfora en secreto. Mi marido no sospecha la alfombra en la que vuelo. Rebatida, aguardo la noche eminente de mi estreno.
Fregar un calzón, cocer una carne, cerrar el pico. Las he vuelto tareas de faraona.
La ficción es la única memoria que dispongo.
CINCO SÓLO SOMOS LOS KILOS QUE PERDEMOS EN BETTY FORD
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ELIZABETH: Entro al ocaso con un sobrepeso inusitado. A medida que mi carrera desaparece, ensancho mis caderas.
Con una cuchara de postre cavo mi tumba. Contratos. Pollo frito. Críticas en el New York Times. Proyectiles lanzados a mi boca.
No domino las guarniciones. Acabo las ovaciones a dentelladas. Regreso al anonimato entrada en carnes. Cubierta de párpados.
La miel me vuelve corrupta. Estoy imposible de entallar. Propulsada, soy un dirigible entrando en Corseterías. En leotardos amarillos.
Me tengo rodeada.
Bajo los reflectores, las estrellas de manteca suplican misericordia.
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Soy el almacenamiento. Elizabeth en el Paraíso.
El único papel por el que he peleado, ha sido la cubierta de un chocolate Godiva. Y he estado magnífica mascando en Technicolor.
Mi obesidad es hermética. Un antifaz impenetrable que no deja títere con cabeza.
Soy un ave de tormenta dispuesta a traicionar su popularidad por un cheesecake. La reina de la aniquilación. Me han educado obesa, en una cintura de cincuenta y cuatro centímetros.
Vieja, gorda, alcohólica y divorciada. ¿Cuánto metros de celuloide pesa una estrella?
Directora de la Fundación para la lucha contra el Sida desde 1978.
Me han volado cartílagos. He padecido hemorragias bajo un secador de pelo. Cristo se ha puesto de rodillas ante a mi colección de pestañas postizas.
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Touché.
Concurso de Esgrima. Bastoncitos de queso. Dados de salamín. Salchichitas con mostaza. Destrezas, si las hay.
Copetín al paso, en casa del Embajador.
Touché.
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Me he quebrado las costillas por calzarme el último Lanvin. He lavado los platos sucios de mis divorcios ante un séquito de abogados. Engordo, ingiriendo sentencias en un juzgado.
A los fideos les voy a poner crema antiage.
He vendido la virtud por una albóndiga, y conocí la hermandad sobre una fuente de fetuccinis.
Mi cuello es una pantera que exige tarteletas. Llevo las manos repletas de proteínas pero he perdido el rumbo de mi boca.
Sueño con matas de calabacines cubriéndome las espaldas. Con alcanzar besos de sopa crema durante una siesta.
Íntima y marítima, me sumerjo en las bondades del sambayón. Revisto mis encías con sémola y recuerdos.
Las huestes se acumulan y entro en sopor.
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Mi busto de avispa ha sufrido infecciones que el blanco y negro supo disimular perfectamente.
Trozada. Morfinómana. Traspasada. Una jaula en plano americano.
Llevo una rosa de tallo largo en la mano. Intento ocultarme. Distraer mi volumen. Un bouquet sería más adecuado.
Donde supo brillar mi cintura, se alza ahora un panteón.
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SEIS
CORTOMETRAJE I: DEVOTA
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CARLA: 1. Panadería. Exterior. Día Entra una dulce viejecita.
2. Panadería. Interior. Día
Hurga en su monedero, y cuenta los pocos centavos. Es claro que no le alcanza. El panadero de pésimo humor, la observa.
La viejecita halla entre sus miserias, una estampita de Elizabeth Taylor. La besa.
El panadero descorre una cortina detrás del mostrador. Un altar dedicado a la diva se ilumina entre rosquillas y baguettes. Leal a su reina, le ofrece a la anciana una generosa cantidad de bocadillos.
Se oye un bucólico coro de ángeles.
Funde a violeta.
SIETE BOURBON. RICHARD BOURBON
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El único modo decente de llevar una sortija matrimonial en el dedo, es cargando una copa de bourbon en la mano.
Puedo tolerarte la bebida. Fingir que lo que te metes, son antigripales. Me he vuelto una experta en el arte en disimular los trastos de tus infidelidades.
Pero lo que no puedo soportar, es que hayas sido tan endiabladamente hermoso. Eso sí, que no podré perdonártelo.
Desmiente el Vaticano que el pene de Richard Bourbon sabía a chocolate. Stroessner criticó la relación y la KGB nos miró con sorna.
Me han elegido marido en el peor casting de la historia. Me han matrimoniado a las apuradas con Dios y María Santísima.
Hombres en papel dorado. Cajas de maridos. Es imposible que Suiza deje de tentarme. Soy el diablo desenvolviendo pecados.
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Practico mis días, organizando rubíes. Insulto a mis fanáticos que pagan fortunas por verme sobreactuar. Abrazo las seis cifras de mis divorcios.
La única electricidad que ilumina a Hollywood son mis orgasmos con Richard.
Un panal de mucamas recoge las esquirlas de nuestras peleas. Cada resaca acaba siempre en Beneficencia. El último Gauguin recibió tantos botellazos, que lo hemos tenido que venderlo por el valor del marco.
Mamuts en tacones de doce centímetros.
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Ocho matrimonios.
Siete divorcios.
Dos premios Oscar.
Un derrame cerebral.
Embisto con la precisión de un oso. Domino a sopapos a la crema inglesa. Amontono vodka en mis cachetes.
Me he vuelto una experta en el bandejeo.
A sartenazos obtendré el Sí en un altar. Eso, a sartenazos.
He montado en mi almohada un criadero de flores carnívoras.
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ELIZABETH: Mustang. Recién comprado. Su convertible hundido en la maleza. Exceso de velocidad.
No supo.
No debió intentar escapar.
El marido de la estrella acusado de fraude.
Los titulares volverán a destrozarlo.
La cajuela dejó escapar cientos de latas.
Rodajas de piña alfombran la carretera.
La sangre y el almíbar dibujan un autógrafo que jamás imaginé firmar.
Llego desesperada.
Me ha traído un Oficial.
“Ha muerto en el acto.”
Cruzo miradas por el espejo retrovisor.
¡A quién se le ocurre flirtear en estos momentos!
El viento roba mi pañoleta lila.
Jamás he sabido diferenciar una boda de un cataclismo.
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OCHO CORTOMETRAJE II: NO TODO LO QUE BRILLA ES RÍMEL 30
TRES LIMONES
CARLA: Casino. Interior. Noche.
Máquina tragamonedas.
Una mano de mujer jala la palanca. Inicia el juego.
Plano detalle: lleva un anillo con una importante piedra violeta.
El azar cobra movimiento.
Espera la coincidencia de las tres figuras. La maquina se detiene.
En el primer casillero: la carita de Elizabeth.
Casi inmediato: también Elizabeth es la elegida. Y por último y como debe ser: Elizabeth.
Suena la sirena. Las luces giran. Una catarata de justicia y monedas.
Redención, y milagro.
¡Martingala Taylor!
Corte a:
CONSERVAS
Supermercado. Interior. Día.
La misma mano. El mismo anillo con la piedra violeta. Conduce un carrito por los pasillos del supermercado.
Se detiene entre dos góndolas. Vemos perfectamente apiladas. Faraónicamente expuestas. Cientos de latas de piña con la carita de Elizabeth.
La Dama del carrito adquiere velocidad. Es claro su objetivo: embestir la pirámide.
Toma impulso y corre.
Corte abrupto a:
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VIOLENCIA FAMILIAR
Living Clase Media. Interior. Noche. Violentamente se abre la puerta de entrada.
Un marido borracho llega a su hogar.
Su mujer asustada deja caer un plato al piso, que se destroza.
Nota de Audio: Se oye el caer de las latas de la escena anterior.
Le cruza la cara de un golpe.
Ella intenta huir, forcejean, le jala del pelo.
Una desagradable situación.
Baño Clase Media. Interior. Noche.
Ella logra encerrarse en el baño. Corre el pasador. Temblando y sangrando presiona el botón anti-pánico.
Fachada Casa Clase Media. Exterior. Noche. Un patrullero de la Policía llega a gran velocidad. Se detiene delante de la casa.
Dos enormes agentes descienden del coche. Nunca vemos sus rostros.
En la espalda llevan bordado: “E.T. Patrol”.
Baño Clase Media. Interior. Noche.
La mujer aterrada, observa cómo la madera de la puerta se agrieta con cada embiste.
La bestia está punto de entrar.
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Living Clase Media. Interior. Noche.
Una enorme mano masculina, detiene por el hombro al golpeador. Lleva uñas pintadas de violeta rabioso.
Derriban al piso al agresor, y lo esposan. La mujer sale del baño. Sonriendo, aliviada, con lágrimas en los ojos.
Plano de los policías: Dos masculinos agentes llevan pelucas y maquillajes que nos recuerdan a Elizabeth Taylor.
Uno de ellos protesta con un chistido. Con el forcejeo una uña se le ha despegado.
Corte a:
GLOBO
Calle céntrica. Exterior. Día. Una niña de rulos juega en la calle.
Lleva un globo violeta en la mano. De pronto, el viento vuela su inocente compañía. La niña llora desconsoladamente.
Aparece una mujer no muy alta y regordeta, lleva un body de lycra y una capa violeta.
Jamás vemos su rostro.
Vuelve a salir de plano. Conocemos que vuela.
La niña con lágrimas aún en los ojos, observa su ascenso, esperanzada.
Un instante y la heroína regresa con el globo. La niña festeja y aplaude.
Veinte palomas blancas cruzan el horizonte.
En plano detalle notamos que nuestra heroína, debajo del guante, lleva un anillo con una piedra, que adivinamos violeta.
Sale, hacia sus amigas las palomas.
Corte a:
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Cine “Los Andes”. Exterior. Tarde. Fachada del cine. Llueve torrencialmente. La cartelera anuncia: “De pronto, el último verano” en un glorioso blanco y negro. Carla entra con su carterita.
Cine “Los Andes”. Platea. Interior. Tarde. Carla se acomoda en la butaca. La sala se encuentra prácticamente desierta.
El característico rugido del león de la Metro, anuncia el inicio de la función.
Mansión de Bel Air. Exterior. Noche Fachada.
Mansión de Bel Air. Interior. Dormitorio. Noche. Delante del espejo tripartito, Elizabeth en camisón se quita su enorme anillo de piedra violeta, -aunque es blanco y negro lo sabemos violeta.Lo apoya en su coqueta.
Volvemos al color.
Cine “Los Andes”. Platea. Interior. Tarde. Carla extasiada por lo que sucede en la pantalla, come automática palomitas de maíz.
De pronto, algo la atraganta. Un instante de pánico.
ELIZABETH: Supermercado. Interior. Día. El carro embiste contra la pirámide de ananá enlatado. Rodando. El desparramo es monumental.
Cientos de caritas de Elizabeth caídas. Desparramadas, decapitada.
Cine “Los Andes”. Platea. Interior. Tarde. Carla logra escupir aquello que la tenía ahogada. Es el anillo de piedra color violeta.
Blanco y negro
CARLA: Mansión de Bel Air. Dormitorio. Interior. Noche. Elizabeth durmiendo en su enorme cama king size. Plano detalle en la coqueta: donde debía estar el anillo, hay ahora una pieza de pollo frito.
Nota de audio: Se oye la sirena del tragamonedas otorgando el Premio Mayor de la escena 30.
Corte Final.
NUEVE GAFAS NEGRAS
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ELIZABETH: 1 ½ medida de vodka
5 de jugo de tomate
3 gotas de salsa tabasco
1 pizca de sal de apio
1 vuelta de pimienta negra
1 rama de apio
1 rulo de cáscara de limón.
Semejante tributo a la rotura del himen de María me resulta enervante.
No llevo tiempo para sacrilerías.
Delante de una copa, la más ruda de las urgencias me precipita.
No podría en ese estado diferenciar mi pulgar, de una cáscara de limón.
Mi huella digital quedaría guillotinada hundiéndose en el trago.
Me importa un bledo el Bloody Mary.
He bebido las colinas de Hollywood. He gozado de sus acantilados.
Mi blusa ha sido festejada por miles de fanáticos.
Me han abucheado en Moralidad.
Llevo la juerga impresa a la médula espinal. La fama me ha confinado a la libertad más despiadada.
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ELIZA VETE
El hígado se me ha escapado. Saltó de mi busto.
A las puteadas intenté detenerlo.
No hubo modo de convencerlo. Harto de estertores. Aduciendo ensañamiento, me abandonó.
Nada más obtuso que un segmento. Sin previo aviso. Ni cuchillos.
Tomó envión, y escapó por sobre mi vestido. Ha sido imposible hacerlo entrar en razón.
Temo que el ejemplo cunda. Mis piernas, aunque inútiles, se han mantenido fieles. Pegadas a mis caderas, digo.
Pero esta traición no quedará impune. Su alegría no tendrá mucho para decir.
He tolerado sus juicios. Sus migrañas. Hemos convivido a base de Reliverán.
¿Desde cuándo las hendijas gobiernan?
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Habré inundado mi apellido.
Vomitado los cumplidos. Esparcido acaroína en mi nariz. Pero siempre he tenido conciencia de equipo. De ombligo.
Ya no podré secretar bilis, pero nuevamente estaré completa. Ese manojo será replicado.
He mandado a construir una coqueta cartera a Nina Ricci para su reemplazo.
Han abierto la fábrica para mí. En víspera de año nuevo, no evitará esa gelatina, que alce mi copa a las doce.
Un modelo de la próxima temporada habita sustituto en mi interior.
Sintética, pero vanguardista.
La prensa ha descubierto al insensato cruzando la frontera. Aseguran haber visto a mi antiguo hígado volando en clase turista hacia un exótico país de Latinoamérica: México.
Y hay quienes defienden que ha sido la primera glándula en recibirse de quiropráctica en La Sorbone.
Me toman por estúpida.
Me encierro en un frigorífico a esperar la llamada de mi agente.
(Se queja de una dolencia en el costado derecho).
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DIEZ ACOMODADORA
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CARLA: Roque no entiende. El orgullo lo enceguece. 7,50 la hora.
– “Claro que sí”, le dije.
Pensá lo bien que nos vendría una estufa en el cuarto. Cuatro horitas, tres veces por semana.
Elizabeth aprendió de chiquita a pelear sus contratos. Como un halcón luchó su primer millón de dólares.
Perdé cuidado. A Gutiérrez se lo dejé clarito:
– “Matinée y vermouth. Nada más. Noche, mucho menos trasnoche. A esas horas por la calle. Una tiene su frente alta.”
A la primera asisten mayormente damas y niños. Algún caballero que prolonga su horario de almuerzo -vaya a saber con qué excusa-.
Les indico sus butacas, ilumino hasta que se acomodan y les sonrío. Eso es todo.
Si alguien pregunta, y lo reconozco honesto, no puedo negarme. Ocultar mis conocimientos.
Es una satisfacción compartir años y años de experiencia. Me muerdo los labios por no lanzarles una metralleta de nombres con el elenco completo.
Una breve crónica del rodaje y una modesta crítica constructiva. Pero calladita.
Si no preguntan. Nada. Pero si me habilitan, abro compuerta y entro a mis anchas.
- “¿Cómo te fue?“, me pregunta al regresar.
- “Bien. Aburrido, como siempre.“
Los detalles, a Roque se los evito.
¿Para qué? El orgullo. El orgullo.
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Me compré un par de zapatos. Para que la letra me saliera más linda. Más segura.
En mi corazón iba a estar frente a Mister DeMille cerrando por una cifra escandalosa.
No voy a negar que esperaba que me invitara a su despacho, y no apretados en la boletería apoyándome sobre una revista porque la birome no marcaba.
Borraneada. Horrible. Quería romperlo. Pero quieras que no, es mi primer contrato con La Industria. El tema es entrar. Empezar.
El Cine Los Ándes, desde ahora “el empleador”, se compromete a pagar a la Señora Agüero 314.60 pesos mensuales. Es decir 7,15 la hora.
– “¿Cómo 15? ¡Habíamos arreglado con 50, Gutiérrez!”
El sindicato. El sindicato. DeMille nunca me hubiera hecho esto.
– “Pero las pilas para la linterna las pone usted.” Ahí me planté. Orgullosa, como el Roque.
– “A fin de mes tenemos estufa, viejo.”
Exigí, imploré y tanto le insistí, que al final accedió. «Tiene que ofrecer prestigio. No todo son disparos y trompadas. Una sala como ésta, Gutiérrez, tiene la obligación de ampliar el gusto de su distinguida clientela.”
La semana que viene arrancamos con «Lassie». Va a ser un boom. Estoy segura.
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ONCE VADEMÉCUM
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ELIZABETH: Fractura de pie.
Dedos rotos.
Una esquirla en el ojo derecho, que bien valía un divorcio.
Hernia múltiple de columna.
Derrame intravenoso.
Tumor cerebral.
Disentería amébica, laringitis, faringitis.
Agotamiento. (Eso es normal).
Trastornos alimentarios múltiples.
Alcoholismo.
Adicción a los barbitúricos.
Un niño maneja mejor las canicas, que los médicos mis recetas.
Un total de 26 operaciones. Sin contar una liposucción frenética en la primavera del 86.
He viajado a la Luna sin poner un pie en la NASA.
Simplemente bebo hasta que un pájaro azul se posa sobre mis hombros.
Nuevamente internada en el Betty Ford. Esta vez atiné a traer un par de gargantillas y los adornos de mi aparador.
Soy Heidi con demasiadas cabras. La Embajadora del Prozac.
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Mi segundo matrimonio con Richard ha desencadenado más portadas que las caídas de las Torres Gemelas.
Y el mismo estruendo.
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Cada vez que me han exigido sobriedad, me he ido por las ramas. Puedo convencerlos de ser Godzila, o una gatita siamesa.
He perdido la virginidad cientos de veces. He sembrado rosas por atraer culebras.
Se atreven a llamar alcoholismo, lo que a las claras resulta ser homicidio.
Aplauden, por verme aniquilar a Elizabeth Taylor.
Cuando mejor supe comportarme, fue estando ebria.
Masculina. Siempre. Jamás descuidé eso.
Bebo whisky como quién expende semen. Hay una nube de tabaco. Una sombra de bigotes que me asoma al intoxicarme.
He mandado al Diablo corpiños y enaguas. Cuando trago huelo a fiera. Podría comer carne cruda. Recibir azotes.
Si es que no los he recibido ya.
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Me he vuelto una especialista en deslizar mi vida hacia los acantilados. He volcado. Dado trompos en las licorerías de San Diego.
Envuelta en insultos y diamantes, me he paseado desnuda por Rodeo Drive.
Nadie miraría mi cuello, si no para arrebatarme de un zarpazo la personalidad.
Cientos de paparazzis exigen la exclusiva. Aguardan mi tropiezo.
La diva juega en la nieve.
Pero la cámara insiste en lo imposible. El calendario me ha dado con su bate de béisbol.
Caigo empapada sobre mi traste. La fama no ha hecho otra cosa que confinarme a un quirófano.
Preferiría que me arrolle un jet antes de volver a enamorarme. Pero daría mis dos piernas por ser deseada nuevamente.
Detrás del horizonte, no hay mas que un viejo proyector.
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DOCE
EL GUIÓN QUE EL DIABLO NO SE ATREVE A RODAR 49
ELIZABETH: Anclamos en mitad del océano. Bahamas. O podría ser el archipiélago de Maldivas.
Me resulta imposible asegurarlo. Al menos, no en este estado.
El Capitán promete barracudas, peces-espada, los ambiguos delfines. Pero la jaula y mis expectativas son contundentes: aspiro a cruzarme con las mejores dentaduras.
Al sumergirme, las piernas regresan aliadas. El agua esquiva mi parálisis.
La sirena de los ojos más viejos del mundo está dispuesta.
Soy tan violeta como el turquesa que me rodea.
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La prensa insulta la maniobra tildándola de “capricho”, “extravagancia”.
Conservan, como siempre, la superficie de los hechos.
Catalogan de “aburrimiento” a la urgencia.
Especulan si mi cerebro será capaz de resistir la presión.
Subestiman, la profundidad de mi alcance.
Munida de un arpón y un guía mancebo, aguardo redonda y descalificada. De pronto un alarido ruge en las profundidades. Es el mejor aplauso que jamás se me ha brindado.
Soy la carnada perfecta. La voz se ha corrido de inmediato entre mis puntualísimos fanáticos. Vengo a alimentar tiburones con AZT.
Abro la jaula. Aterrado, el mancebo intenta detenerme.
Pero un golpe seco, lo deja fuera de combate. Leona.
Me lanzo a la libertad, despliego mi avatar volando océano adentro. He mandado construir una gargantilla acorde. Despliego un rosario de píldoras, anchoas, besugos, antivirales, efavirenza y esmeraldas.
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De mi cuello parten ofrendas, destellos y esperanzas finamente hilvanados.
Son cientos. Miles. Nace la eucaristía.
Se acercan. Giran.
Un trompo ofreciendo sino milagros, treguas. La formidable Fedra. Si sobreviven es gracias a las joyas, y no a las medicinas. No se acercarían sin el brillo.
Puedo identificar cada mirada. La cicatrices en el lomo.
Aquél que sólo conserva una de sus branquias.
Mi antiguo coiffeur. Amputados. Con llagas. El mayordomo que huyó de la Mansión, sin que mi idiotez percatara la verdadera razón de esos pañuelos manchados con sangre.
Regresa apresurado. Sin tiempo para el rencor. Pero las heridas son inolvidables. La naturaleza empecina a sus hijos a sobrevivir.
Podría perder un brazo en el reparto. La lengua de acero de mis abandonados escualos me destrozaría en un descuido.
Su piel de lija con sarcomas, deshacerme un instante. Enfermos terminales devorándome en segundos.
No alcanzo ni a pensarlo. ¡Es el ballet del AZT!
Lápices labiales para mis depredadores. La espina me bendice.
Una emperatriz necrológica.
Luciérnaga entre bombardeos. Apaciguo con pétalos, sus calumnias.
Se aglutinan en torno a su madre. Sirvo. Devoran.
Protagonizan el guión que el Diablo no se atreve a rodar.
TRECE SEVEN UP
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CARLA: (Maquillándose.) A las 3 empezó con los vómitos. Yo dije: “Es el pescado.” Seven up, y a otra cosa.
Pero no terminé de dar la segunda vuelta con la cucharita, que empezó a nombrarla. A los gritos, la llamaba.
Que la tengo escondida…
Que yo no quiero que él sea feliz…
Un disparate tras otro.
Al principio pensé que me estaba cachando. – «¿Dónde, me querés decir?»
Y él insistiendo.
Que me iba a denunciar al FBI… Que esa mujer no tiene pasaporte… Que los directivos de los Grandes Estudios son todos mafiosos… Que van a mandar a sus gorilas.
Y que le van a venir a romper las piernas a él, si yo no la hago aparecer.
– “¡Mirá si ella va a aceptar esconderse en el cuartito de los cachivaches, Roque. Razoná, por favor!”
Yo, encantadísima, pero ¿qué va a venir a hacer Elizabeth Taylor a Boedo? ¡Llamo ya a una ambulancia!
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– “Yo entiendo, Roque, que estés delirando. Entiendo que la salmonella te brote, pero respetá.”
Ahí me puse firme, che.
“Si bien no la conozco, la considero mi hermana. Y lo sabés.” En todas las familias, hay uno que logra despegarse del resto.
Y él: – “Te la voy a encontrar y es peor. No me hagás enojar.”
– “Vos ya estás enojado y yo no te hice nada. Es el pescado, viejo. Calmate.”
– “Ya estuvo con un plomero. Su sexto marido fue un hombre de la construcción. plomery le dicen allá. ¿Por qué no me va a querer a mí?
¿Qué tengo sarna?”
Y me dio ternura. Porque es verdad, es un as reparando calefones.
¡Las veces que lo han llamado de BGH!
Hasta su propio maletín con herramientas, le ofrecían.
¡Qué son carísimas!
Pero él: nada. Orgulloso.
Por eso odia a Gutiérrez.
La relación de dependencia no va con su modus operandis.
Y se dice plumber. No plomery, viejo.
Plumber, como Christopher.
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Me tuve que encerrar en el baño. Y eso que él que: nunca. Jamás me levantó la mano.
Me revuelve las cosas. Busca.
– “¿Qué llave, Roque? A ese cuartito no entró más nadie, desde que mamita partió.
-¡Qué se yo, dónde está! Cuidado con mis perfumes.”
Y él a las patadas. Que hasta que Elizabeth no salga del baño, no se calma…
Le recita poemas en inglés para seducirla… – «Roque no hablás una palabra en idioma. Un cocoliche sos.»
Va a bajar la puerta a trompadas.
(Se coloca sobre la peluca , una tiara en forma de serpiente. Cambia el tono de voz.)– Ok, ok my Darling… I love you too, Julius Caesar.
“¡Roque qué hacés desnudo. No juegues con eso. Es carísimo ese papel!”
- ¿Ahora qué le digo a la police? ¡Bueno, me asustaste! Es mi husband, pero está irreconocible.
¿Cómo les explico?
– «¿Qué clase de family tiene?», me van a decir.
Yo vestida de Elizabeth Taylor. Y vos desnudo envuelto en papel plateado para horno, gritando que sos el Oscar.
Vamos a salir en los diarios. Todo el mundo te conoce. Sabe perfectamente que sos el Roque de Quintino Bocayuba, un gasista de confianza.
Olvídate que la police vuelva a venir si un chorro entra en esta casa. No hicieron la cruz.
–
CATORCE DIOS EN RUEDA DE PRENSA
55
ELIZABETH: Años de acumular lípidos. Brandys, barbacoas, pollo frito adquieren, por fin, utilidad.
Despiertan.
Me habitan frenéticos.
El calor me inunda. Estoy irreversible. Trepo a temperaturas inauditas.
Una pátina amarillenta me acompaña. Me blinda. ¡Entro en combustión!
Muta mi fragilidad. Cede la piel. Un cosquilleo inicia la revolución.
Con un leve movimiento, avivo las llamas. Adquiero majestuosidad. Soy la quintaescencia del asombro.
Ardida, me echo a rodar por las laderas de Hollywood. Encendida, devoro nísperos y abedules.
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En el descenso la W se adhiere a mi brazo. Sin su cartel, Hollywood no es más que una vergüenza.
La hija de Hefesto sentencia, y la estructura obedece. Los hierros se retuercen. Son de chocolate. Guantes, que llevo a mi cortejo.
La dragonería se adueña de mi volumen. Incrusto mi venganza.
Actúo con soltura. Lanzo proyectiles redentorios. Expulso escarmientos molotov.
He sido entrenada para decapitar la verdad. Encender la ficción con el chispazo de una cámara. Pero, por única vez, es la honestidad será la que me consagre.
Dos hornallas en las caderas guisan mi monólogo final. Estoy violando la sensatez. No hallarán ni una página de esta novela.
Es tiempo de freírlos. La pantalla es combustible.
Suplicaban poseerme. Esta vez seré yo, quien termine satisfecha.
Lava. Roca fluida. Piedra pómez entre los dientes. Estoy pariendo el incendio de mi fama.
Sirvo Capitana, la última orgía.
Un ejército de antihistamínicos alimenta la hoguera.
Dinamito porciones de soledad con cada paso.
Llevo impresa la cacería.
Una esfera incontrolable vestida por Cardin. Mis pantorillas no conciben el suelo.
Soy Juana de Arco envuelta en perlas.
No habrá cuerpo de Bomberos que logre detenerme.
Resulta imposible separar al hielo del whisky.
La carne es innegable.
Vencer a la muerte, ha sido ya suficiente castigo. Me he vuelto incandescente. Propalo meteoritos.
Soy el 911 contra los abusos del séptimo arte.
Una estrella chamuscada. Entrada en carnes. Asada.
Sin más altar que el rencor.
Una diva echada a la parrilla. Una carbonada con lentes oscuros.
La flama gobierna. Soy un alarde en erupción.
El amor no ha hecho otra cosa que volverme cada kilo más rabiosa.
Debo procurarme amantes con interiores plateados, con trajes de amianto y casquetes del Departamento de explosivos. Ninguno ha logrado acompañar mi sobrenaturaleza.
Diecisiete metros de carne humeante. Voy cocida.
Sería capaz de probarme.
Morder y deglutirme la mano.
¿A qué sabe una estrella?
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El diablo que tanto me ha fisgoneado las enaguas, hierve ahora en sus pantalones.
Soy de hule.
La mozzarella de una formidable porción de pizza. Mis huesos conforman una pasta independiente a la razón. Yo misma no doy crédito. Pero los ojos son irrevocables.
Sucedo como las grosellas, explotando ante el calor del verano. Cada centavo de este prodigio me pertenece.
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Alcanzo la puerta principal. Han colocado una barricada. Pero equivocan el género. Esto es comedia.
Palmeras de cartapesta obstruyen el ingreso. Defienden lo que nunca han tenido.
Sin el Departamento de Efectos Especiales no son más que un grupo vocacional.
Las criaturas de Marvel disponen su mejor maniobra. Un cofradía de egocéntricos repletos de mohínes.
Hombres de acero hormonados dignos de un mejor parripollo. El desclasado de Bond, un sirviente adornado por Armani. Una pieza de museo con mas jetlag que compromiso.
Spielberg envía su atracción turística. Solo un idiota se atrevería llamarlo dinosaurio.
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¿Es todo lo que tienen?
He convertido a la Fábrica de sueños en un enorme pastel sin cumpleaños.
Las velas arden.
Estoy magnífica en el rodaje y nadie gritará: «¡Corten!»
QUINCE SOSIAS Y SOCIAS
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CARLA: Recibimos el Oscar con idénticos peinados. Ella con sus esmeraldas. Yo, con mis repasadores.
Compartir sus parlamentos. Saber, a miles de kilómetros, acomodarme entre sus brillantes. Latir con sus perfumes.
El día que Elizabeth y yo corramos de la mano por una isla del Pacífico. Felices y bombardeadas.
Ataviadas de milagros, salvando pandas.
No concibo la felicidad, sino es en treinta y cinco milímetros.
DIECISEIS ÁGUILAS, ÁNGELES Y ASTRONAUTAS
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ELIZABETH: “Congratulations!”, gritan todos. Huelo a arándanos.
Empadronada al cielo viajo tremebunda. Inquieta, como las diéresis. Cabalgo por los ombligos de Dios.
Quizás lleve mi cafetera. Me purifico. Estoy dispuesta a servir salmón. Llevo en andas mi cintura de avispa.
Soy el manjar de los poetas.
Digo “sí, sí, sí” a todas las águilas a aquella nave aerodinámica que me parpadea homenajes.
Respondo “acepto”, “Claro que sí, mon Dieu!” Lanzo cascadas de astronautas. Satélites adornan mi busto de princesa en bancarrota.
Bebo del Espacio. Mojo mis pies en el estallido Universal. Me lanzo en órbitas hacia Saturno.
Soy un aladelta. Derrapo ángeles.
Ovacionan mi alianza. Regia de carterita, soy jet. Malabarista en nupcias.
La Vía Láctea me bendice. Hablo idiomas.
Enjabonada de aplausos me libero en nuevas creaciones.
La sonrisa gira alrededor de mi dedo. Blanca hasta la transparencia, los pájaros me admiran.
Reboto en rabinos
Escapo vertical.
Rumbo a la fiesta desfilan mis palabras.
El tramo final. La luz al fondo del pasillo. Protesto, ante tan mezquina imaginación. Dios podría haberme reservado mejor producción.
Sin embargo, no pienso desistir. Curiosa avanzo, como cuando besé por primera vez a Montgomery Clift.
Resignada conquisto mi destino, como cuando vi regresar a Lassie y robarme el protagónico.
No podría ser más humilde. Ni existir mejor recibimiento.
El Universo desencadena en el cine “Los Andes“ de Boedo.
DIECISIETE SIAMESAS
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CARLA: Ensayamos milimétricas.
CARLA y ELIZABETH: Estrenamos el relevo sobre la pantalla de la Sala
2.
CARLA: Toda mi vida supe que podría dominar al cielo. Nadie notará el reemplazo.
ELIZABETH: Aprenderé sus recetas. Disfrutará Roque a su Elizabeth, 24 sobre 7.
CARLA: Jamás sabrá que fue la verdadera.
ELIZABETH: En matinée y vermouth.
CARLA: Cada miércoles y jueves seré el cadáver de Elizabeth Taylor. Actuaré su idolatría.
ELIZABETH: Regreso al anonimato por la puerta trasera de las Pirámides.
CARLA: El único par de ojos aquí, han sido los de la serpiente.
DIECIOCHO COROLARIO 63
CARLA: Celosamente ocultos casos similares han ocurrido.
ELIZABETH: Cierta Olivia de Hallivand ha reencarnado en una vendedora de tamales de 11 años en la antigua Nicaragua.
CARLA: Aseguran que Jerry Lewis ha sido visto en bikini por las heladas costas de Oslo.
ELIZABETH: Y que desgraciadamente, otro intrépido Buster Keaton cayó del Empire State destrozándose contra el pavimento.
CARLA y ELIZABETH: Nadie escapa a su biografía.
THE END