El enamorado del gol

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Romeo, Bernardo Bernardo Romeo, el enamorado del gol: un romance azulgrana. - 1a ed. - Gorina - La Plata: el autor, 2014. 240 p.: il.; 17x21 cm. ISBN 978-987-33-4353-7 1. Autobiografía. I. Título CDD 920 Fecha de catalogación: 13/01/2014



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Producción, redacción y edición: Pablo Cavallero, Diego Paulich y Diego Santonovich. Colaboración y edición: Ricardo Sapia. Diseño: María Luz Romeo.

Bibliografía y fuentes: Revistas “San Lorenzo campeón” (Olé, 2001); San Lorenzo, el guapo del siglo (Radio Ideas, 2008); Diario Clarín; Diario Olé; Diario La Nación y Museo de San Lorenzo. Fotografía: archivo personal, desanlorenzo.com, archivos Diario Clarín y Diario Olé, Radio Ideas, El Gráfico, gentilezas Diario Ultima Hora (España) y Diario Navarra (Pamplona, España). * Nota: las citas en las portadas de cada capítulo corresponden a la obra Romeo y Julieta (William Shakespeare, 1597).

AGRADECIMIENTOS

Familia Romeo, Manuel Pellegrini, José Pekerman, Viggo Mortensen, Marcela Nicolau, Departamento de Prensa y Comisión Directiva del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, Giuliana Pasquali, Yamila Feffer, Noelia Walter (peña Bernardo Romeo, Pilar) y Blas Pugliese (compañero en infantiles del Club Gimnasia y Esgrima de Tandil).


En primer lugar quiero agradecerle a Dios por permitirme cumplir y disfrutar de tantos sueños. Luego, a mis padres, Carlos e Inés. A mi mujer, Brenda; y a mis hijos Juliana, Gaspar y Lara. A mis cinco hermanos. A mis abuelos, primos y sobrinos que me apoyaron incondicionalmente. A mis amigos, todos, que me siguieron incansablemente por las canchas que corrí. Finalmente, a todo San Lorenzo, compañeros, entrenadores, dirigentes, hinchas y a toda la institución, con la que creé un vínculo inseparable por siempre.

¡Gracias!


BERNIE (*): Lo primero que pensé al saber que había que encontrar un nuevo técnico para el CASLA después de la partida de Juan Antonio Pizzi al Valencia, tras ganar el Torneo Inicial 2013, fue: ¡Bernie! Sabía que eso era imposible dada su plenitud en el puesto de manager, un cargo importante que ha desempeñado muy bien, pero pienso que sería un DT genial para este San Lorenzo que conoce mejor que nadie, y que tanto lo respeta a él. A comienzos del milenio, jugando para Manuel Pellegrini, Bernardo Romeo y sus compañeros ganaron el Torneo Clausura y la Copa Mercosur, regalándonos un estilo de fútbol vistoso, casi siempre buscando el gol, la hazaña. El proyecto que Pizzi armó en tiempo récord, guiando al CASLA desde el sótano hasta la cima del fútbol argentino de Primera División en poco más de un año, se parece un poco a lo que construyó el Ingeniero en su época con el Ciclón. Creo que con Romeo al mando se podría seguir adelante con los buenos planteamientos y la química ideal entre jugadores veteranos y pibes que caracterizaron al San Lorenzo de 2013 tanto como al de 2001. En estos tiempos no puede ser, pero esperemos que un día se dé la oportunidad... Ni las lesiones, ni los momentos esquivos, ni el tiempo mismo pudieron borrar lo que fuiste y seguís siendo para el hincha Cuervo, Bernie. Como jugador, y también como pieza fundamental de la dirección del club, siempre has sido un compañero fiel, respetuoso con la hinchada y los dirigentes de San Lorenzo, incluso en las ocasiones cuando a vos no se te valoró como merecías. En las buenas y en las malas has sido grande, generoso y leal, un ejemplo a seguir.


Al igual que tus compañeros el Pipi Romagnoli y el Beto Acosta, que triunfaron con vos en 2001, te ganaste nuestro amor para siempre por tu talento y tu humildad. Tengo la gran suerte de haberme sentado a tu lado, de haberte escuchado hablar del club y del fútbol en general. Tu sincera devoción por el Ciclón y, sobre todo, por el bienestar de los jugadores de San Lorenzo no es sorprendente. Para los del primer equipo y para todos los pibes de nuestro club sos la muestra de lo que es ser no sólo un extraordinario futbolista, sino un buen maestro y hombre de palabra. Boedo está con vos, Bernie, y sabemos que vos estás con Boedo. ¡Gracias, campeón!

Viggo Mortensen * Hay algunos que escriben “Berni” y otros que escriben “Bernie”, como yo. Es lo mismo, él es y siempre será un capo de cualquier manera.


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ROMPECABEZAS DEL GOL Gritos en la incubadora. Tomá y hacelos. 13 Scorer democrático.

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TATATA DIOS Un rompe guinda. Del ataque de “cangurismo”al Superman de Tandil. 35 Con los goles a otra parte.

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ROMEO PARA TODO EL MUNDO El planeta en el arco. Tan joven y a los gritos. 61 Un pasaje al dulce hogar.

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GLORIA AL 2001 Manos a la obra, Ingeniero. Copate conmigo.


INDICE

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BERNI, QUERIDO, BOEDO ESTÁ CONTIGO El ídolo sensible. Banderas en tu corazón. 109 Guapo de Boedo. El idioma del gol.

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FOR EXPORT Si te gusta el durazno, bancate al Pelusa. Hazte fan. A por ellos, oé… 133 Y pega la vuelta.

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VOLVER A CASA La familia unida. 159 El cielo puede esperar.

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LOS MEJORES SOCIOS

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¡ROMEO Y NO LO CREO!


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1

ROMPECABEZAS DEL GOL

¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se llamara, conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. 13


Cuando Berni llegó de Estudiantes,

poco inhibido con mi vuelta.

al poco tiempo yo me fui a Portugal.

Ahí nos conocimos más e iniciamos

Después jugamos juntos en la

una linda amistad. Además, en general,

Mercosur, pero ya en esos primeros

todo el plantel era un grupo bárbaro y

momentos pintaba para ser un gran

futbolísticamente era un equipazo.

goleador. Me acuerdo de que antes de

Siempre fue un jugador muy táctico,

que me fuera tuvimos una charla, yo

pero, con el tiempo, lo que a uno más le

ya tenía cierta experiencia, y le dije

queda es la persona. Con Romeo no te

que no se preocupara, que él iba a ser

podías pelear nunca.

mi reemplazante. Le veía condiciones.

Siempre fue un tipo bonachón, muy

Luego, llegó Ruggeri y le dio lugar.

introvertido y tranquilo. No era de

Cuando empezó a jugar demostró todo

hablar mucho pero sabías que siempre

lo que aparentaba y para el momento

podías contar con él en todo momento.

en que volví de Europa él ya era ídolo de esa etapa gloriosa de Manuel Pellegrini. Me acuerdo de que estaba un

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Alberto Federico Acosta


1. Rompecabezas del gol

El ataque de Barracas, tenue, termina casi sin querer en los botines de Fernando Meza, quien le gana un tiempo a la jugada, y cruza rasante de derecha a izquierda para Gabriel Méndez. El volante agiliza la transición y supera rápido la línea de la mitad de cancha. A la altura de tres cuartos, sin frenar ni titubear, suelta la daga al centro del área, con un galón de veneno. La pelota pica y queda en zona franca, libre de impuestos, detrás de los defensores, delante del arquero Elías Gómez (treta del destino, justo un ex Huracán); clamando por su entrada a escena. Diego Martínez se pasa, él no. Se zambulle cual clavadista, como si hubieran inundado el pasto, y empuja con la cabeza a la red. Van 37 minutos 49 segundos del primer tiempo. La palomita retoza en el nido, como tantas otras veces, como le exige el oficio. Agita las manitos, salta y hunde el puño izquierdo en el aire. En ese arco, el local de la cancha de Argentinos, no grita nadie, la tribuna no fue habilitada para el partido. Tiene la camiseta 9, su camiseta 9, y la cinta de capitán. Mientras se arrima a la mitad de campo, no para de recibir abrazos y sus puños siguen vibrando, primero el izquierdo, con mayor intensidad, luego el derecho. Para él, el duelo es como la final intergaláctica, es la actitud que invirtió a lo largo de su carrera, lo que le inspira la bandera, la profesión. San Lorenzo le gana 1-0 a Barracas Central por octavos de final de la Copa Argentina, terminará empatando y venciendo por penales. Es 2 de mayo de 2012, el foco está en el certamen local, donde el Ciclón padece la posibilidad de perder la categoría. Ante el Camionero, rival dos categorías debajo de la elite, Caruso Lombardi, el DT, pone una alineación alternativa. Pero Bernardo Romeo grita su tanto, hay desahogo en el gesto, por el sufrimiento colectivo en tránsito, claro. Y porque se trata de su conquista número 99 con la casaca del club que lo adoptó. 15


La centena quedó ahí nomás, a tiro de ese mano a mano del segundo tiempo, cuando se filtró entre los centrales, aunque la definición cruzada le salió suave, y provocó su lamento, un par de agarrones de mechones. No lo sabe, tampoco lo intuye, pero será el último festejo de una trayectoria regada de ellos, de una cadena de goles que nutrieron títulos, que sellaron hitos, en Estudiantes, en Quilmes, en Hamburgo, en Mallorca, en Osasuna, en la Selección. Y en San Lorenzo, por supuesto… La guadaña del promedio pasó cerquita, al fin y al cabo la gambeta resultó efectiva. El Cuervo ya empató 1-1 con Instituto por la revancha de la Promoción, con el 2-0 obtenido en Córdoba se asegura otra temporada en la terraza. El gol lo conquistó Ortigoza de penal; Carlos Bueno fue el héroe en La Docta. Sin embargo, el uruguayo se pone en andas al hombre con el buzo del 9 tatuado, que no tuvo minutos, pero se une a la estruendosa catarsis. A esa altura, habían pasado el insomnio, los días de carácter irascible por la coyuntura, la bronca porque el año que había planificado para el cierre de su carrera con los colores que lo catapultaron a la constelación de los goleadores terminó siendo un Vía Crucis. “Romeeeo, Romeeeo”, atrona, como si recién hubiese acabado de ejecutar el penal consagratorio ante Unión, en 2001. “Lo de la gente fue impresionante. Siempre nos apoyó. Y eso es muy importante para los jugadores en una situación como la que tuvimos que pasar”, declaraba, en un hilo de voz con altibajos y quiebres. “Hubiese sido una mancha muy grande haber descendido con San Lorenzo”, se sacaba el costal que cargó 12 meses sobre los hombros. Saco beige, algo más tenso que cuando enfrentaba a los zagueros, sentado a la derecha de Matías Lammens y de Juan Antonio Pizzi en la sala de conferencias del Gasómetro. Aquel 12 de octubre de 2012 habían pasado apenas tres meses y 11 días del alivio en la repesca ante la Gloria, del paseo a caballito de Charly Bueno. Otra vez el lazo con San Lorenzo volvía a hacer el nudo, aunque los goles se hubieran mudado a la oficina bajo la platea Norte, 16


frente a la Intendencia. Bernardo, el ídolo, no había podido pasar demasiado tiempo afuera de la cobija azulgrana. Convocado por el presidente y por Marcelo Tinelli era presentado como el manager del plantel profesional. “Estoy contento por estar de regreso en San Lorenzo, no hace falta decir lo que quiero al club. Estoy con muchas ganas e ilusión. Cerré la etapa de jugador, ésta es una etapa nueva. Estoy convencido de que lo vamos a hacer bien, con honestidad y trabajo”, dice, con la casaca bajo la camisa. Ni un rayo que no deja relumbrón, ni un tanque inasible. El combo de “esfuerzo, garra, ganas de llegar”. “Pícaro”, como le gusta definir su estilo como terrateniente del área, jugando siempre en el imperfecto límite de la vista de los que accionaban el banderín, porque “lo mío era manejarme bien entre los centrales y al borde del offside. Si estás muy atrás es difícil llegar al arco. Entonces había que jugar al límite. Sacaba ventaja de jugar de espaldas y de la potencia. Muchos árbitros me decían ‘dejá de jugar al límite’, porque los podía dejar mal parados. Pero lo mío era eso, ser astuto, típico rebotero”. Un goloso del gol, sin prioridad estética, de apetito insaciable. “Yo hice goles de abajo, de arriba, con el culo, me ha pegado y entrado… Cuando jugaba en la Sexta de Estudiantes, andaba bien. Y el Carancho Agüero, el técnico, me decía: ‘Si son para ganar, los goles valen todos tres puntos’. Y no me importaba, no me calentaba el cómo. Mi expresión siempre fue el gol. En la línea del arco, de suerte, es la vida del delantero. Yo fui un oportunista. El gol es gol, lindo, malo, feo. Un gol era misión cumplida”, describe su vocación. Con ese traje tan especial, se arrodilló bajo el balcón de Boedo. Agasajó a su pueblo con alegrías inolvidables, flores perpetuas; y gestos de los que hoy no abundan y que han logrado calcificar una historia de amor. La de San Lorenzo y Romeo, el Enamorado del gol. ¿Cómo ha llegado a conseguir la mansa rendición de las redes, en el Ciclón y en el mundo? ¿Quiénes lo han forjado como scorer, quiénes lo han asistido y le han cedido las luces, conociendo u olfateando su pericia? ¿Quiénes 17


han sido sus víctimas? ¿Cómo se ha erigido como el propietario de los gritos en el Nuevo Gasómetro? Líneas atrás, ha sugerido algunos lineamientos de su receta. Pero para confeccionar el cuento completo hay que retroceder a los sueños enhebrados en su Tandil natal. “Si bien de chico tenía habilidad, no deslumbraba. Y siempre me apoyé en la mentalidad. De hecho, mi hermano Leandro jugaba mejor que yo. Cuando íbamos a jugar al fútbol, era el más chico del grupo. Pero la vida plantea un montón de circunstancias en las que tenés que ver cómo estás de la cabeza, mantenerte firme. Me fui a vivir a los 14 años a La Plata, solo, en la pensión; después en un departamento con unos flacos amigos de mi hermano… Pero mantenía la mentalidad de llegar. Pensaba en llegar, llegar y llegar. Quería ser jugador de fútbol. Cuando venís a participar del fútbol de la AFA, se empareja todo, eh. Y yo fui encarando las cosas enfocándome en jugar como 9 de área. De más chico me movía más como enganche; después te quedás más con lo que tenés que ser, te encasillan de una manera y trabajás para perfeccionarte. Lo mío pasó a ser jugador de área, goleador, y quedó de lado la habilidad. Y, para alcanzar los objetivos, lo principal es la cabeza”, puntualiza, y en su explicación brinda tips para entender cómo se imponía con naturalidad en la jungla del área desde sus 174 centímetros. ¿Por qué la convicción de que el fútbol grande le tenía destinado un asiento en la platea vip? “Me encantaba el fútbol. Y, cuando fui creciendo, hacia el fin de la primaria, no me importaba nada más. Iba al colegio porque mi vieja era docente, pero no estaba concentrado, pensaba en jugar al fútbol permanentemente. Sabía que iba a llegar, era la meta que tenía en mi cabeza. Y mi virtud fue esa, la constancia y la perseverancia”, insiste. Los genes burbujeaban en la sangre. “Venía de una familia de fútbol. Mi tío Daniel había jugado en Estudiantes (entre el 69 y el 74), era técnico…”, detalla el mandato del ADN. Fue un viaje el que le dio la última cucharada de hierro al sueño. El tío dirigió el Nimes de Francia, allá por el amanecer de los 90. Toda la parentela se trasladó a tierras galas, de visita. Y El niño Romeo posa con Claudio Caniggia. Fue en 1987, cuando la Selección de Bilardo, por iniciativa del tío Daniel, trabajó en Tandil. 18


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¿Quiénes acompañan a Romeo? El francés Jean Pierre Papin y el inglés Chris Waddle. Un viaje a tierras galas que martilló la vocación.

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el joven Bernardo, en transición entre la infancia y la adolescencia, quedó fascinado con el mundo que le presentó credenciales. Hay imágenes que respaldan el éxtasis, documento del clic. En el medio, Romeo junior. De un lado, Chris Waddle, extremo inglés que tuvo doble experiencia mundialista (México 86, Italia 90). Del otro, Jean Pierre Papin, megagoleador francés, cinco veces artillero de la liga de la Torre Eiffel, tres de la Champions League, que también supo ganar reconocimiento sin la necesidad de imponerse desde el físico (metro 77), ¿un reflejo involuntario? La foto fue tomada en ocasión de un amistoso entre el Nimes y Olimpique de Marsella, equipo en el que militaban las celebridades que, sin querer, le dieron otro empujoncito a la voluntad. Gritos en la incubadora. Gimnasia y Esgrima de Tandil, Ramón Santamarina, en su ciudad, fueron los primeros clubes que tomaron la arcilla del ariete. Hasta aquella tarde en la que los ojos curiosos de Miguel Ignomiriello se transformaron en la Julieta a conquistar. Estudiantes de La Plata, institución que captaba la simpatía de Berni, había enviado a su observador a detectar promesas para su cantera. También calentaban, detrás de una oportunidad, su hermano Leandro y un tal Mauro Camoranesi, dos años mayor. “Me acuerdo de que era un día de mucho frío, me senté en los escalones, contra la pared, en un rincón, para resguardarme del viento. Se probaba la categoría 77”, elabora el preámbulo Don Miguel, una eminencia respetadísima en el fútbol argentino, que trabajó en la Selección, Independiente y San Lorenzo, con juveniles y Primera, desde 1953, cuando se recibió como técnico (aunque su mano ya empezó a verse en el 43). “Mi mayor experiencia es como seleccionador. Tuve la suerte de conocerlo a él y a su tío. Y la verdad es que Bernardo me impactó”, retrocede Ignomiriello en el tiempo. “A esa edad, su habilidad era sobresaliente, mostraba un buen manejo del balón, con dribling. Uno mira a los chicos y se fija plazos, planifica hacia delante, a un año y medio, dos, pensando en que pueda ser titular en Quinta, en Tercera. Y los 21


elegí a él, a un arquero y a un marcador central”, completa la radiografía de época, que después tuvo su evolución hacia el monstruo de área. Esa mirada intuitiva que lo siguió desde el cemento no se borró jamás de la mente del delantero. Tampoco la figura de aquel purrete entusiasta en el portador del dedo que lo señaló. “Yo vivo de satisfacciones personales, espirituales. Mis hijos me cargan, me dicen: ‘¿Con eso pagás la boleta del gas?’. A mí no me importa, es un orgullo que chicos como Romeo construyan una carrera como la que él logró. Tengo un elevado concepto de su persona. Siempre fue un muchacho bien, de buena familia, una familia que respaldó de la manera que uno pide, que los futbolistas necesitan”, cotiza el contexto. Y lo fortalece con una anécdota: “Cuando Bernardo estaba en el Sub 20, un día pasé por el predio de Ezeiza. Se estaba entrenando, pero cuando me vio salió de la fila y vino a abrazarme. En proporción alta, los jóvenes se olvidan del seleccionador que los eligió. El, no. Por algo los jugadores distintos son distintos”. Al tiempo que en La Plata se forjaba la personalidad a través de la maduración express (“me abrió mucho la cabeza irme a vivir solo. Al principio lloraba mucho, me cocinaba yo, me lavaba yo…”), el Pincha lo formateaba con los conceptos de una verdadera universidad de atacantes. Palermo, Pavone, el propio Berni, el Tecla Farías, son algunos de los exponentes que ofician como ejemplos. “Es una escuela que enseña y educa, por eso ha sacado muchos jugadores; muchos delanteros que han logrado trayectoria. No es casual. Ahí te dotan de mañas, aun sin ser grandote. De chico te mandan a jugar de arriba, para que sepas arreglártelas contra los defensores. Me acuerdo de que me hacían trabajar mucho el cabezazo. Para perfeccionarlo, o colgaban una pelota de un árbol, o nos llenaban de centros hasta que saliera bien”, enumera las asignaturas. La materia prima Romeo pasó por varias manos que lo fueron dotando de valor agregado. Continuando con las vivencias en City Bell, Berni menciona a “la Bruja Verón padre y el Bocha Flores, que eran los coordinadores de Inferiores, Marcos Conigliario, Agüero, el Beto Avalos en la 22


Séptima… Estudiantes te marca con su mística”. Muchos de ellos son glorias de la época dorada del albirrojo. Con el último mencionado, el feeling tuvo un plus. Roberto Avalos fue zaguero y capitán de los afamados “Albañiles”, aquel equipo que dejó marca por el juego y la calidad en la edificación de paredes en Lanús. También pasó por Defensa y Justicia. Y trabajó largo con las promesas en Estudiantes. Ahí coincidió con un pujante Romeo. Y le dejó su sello. “Entrenarlo era hermoso, porque tenía una vocación… Se veía que era un proyecto grandísimo. Si llegan a las divisiones juveniles de un club de Primera, se supone que todos pueden tener un futuro, pero hay quienes sobresalen, y él era uno de los adelantados. En su grupo, todos tenían ganas de mejorar y de crecer, pero él tenía una actitud y una técnica especial”, comenta Beto. “El trato era muy amable, era obediente, abnegado, ha aprobado todos los exámenes”, anexa, con tono docente. Es que, ya en aquella época, el sabor del gol había pasado por su paladar. Y no quería dejar de percibirlo. “Hacía goles todos los partidos. Uno, dos, tres… Era notable. La desventaja en la altura, la estatura mediana, la suplía con agilidad con la pelota. Uno no puede hacer un pronóstico de una carrera para cada futbolista, porque existen muchos factores. La suerte, que incide, las lesiones… Pero él era muy completo, tenía todas las virtudes, las condiciones físicas para destacarse. Se merece todo lo que ganó”, se advierte el sentimiento en sus palabras. “Ver el camino que recorrió es la conformidad de un trabajo realizado, aunque es todo mérito de él, de su capacidad y de su mentalidad”, remata, con modestia. La formación fue sumando aprendizajes en cada paso. Su extensa etapa en las Selecciones Juveniles lo hizo absorber las ideas de José Pekerman y su exitosísimo staff en su paso por la AFA. “Con José estuve cinco, seis años. Integré el Sub 17, Sub 18, Sub 20, Sub 21, Sub 23… Y me dejó un montón de enseñanzas. Bielsa también, en la Selección Mayor. Son tipos que se han portado muy bien conmigo en todo sentido. Empezaron a armar una disciplina a nivel Selección. José trabajaba con excelentes profesionales, como Hugo 23


Tocalli, los profes Salorio y Urtazún. Y estás rodeado de buenos jugadores, si tenés constancia, con él, te terminás formando. Yo estaba lunes, martes y miércoles en el predio, estaba prácticamente toda la semana, entonces era lógico que, en ese momento, me sintiera más identificado con Argentina que con Estudiantes… Me tocó llegar a la AFA con pocos años; pensaba: ‘De acá no me quiero ir más’. Estaba en Disney, ja. No entendía nada: pasar de Tandil a la Selección, en la previa del Mundial 98; el técnico de la Mayor era Passarella. Y me llamaba a mí para ser sparring. Jugaba contra el Ratón Ayala, Verón… Me quedaba en la AFA hasta que me echaran, ja”, se sumerge Berni en esa vinculación. “Y uno escuchaba al técnico, que nos pedía que descansáramos bien, que comiéramos bien… José es un técnico respetuoso. Y yo me identifico con ese tipo de entrenadores, tranquilos, de perfil bajo. Y laburadores, porque todo su equipo era muy laburador, te inculcaba un montón de conceptos, de valores…”, amplía. No es casual, entonces, que de los orientadores que lo han guiado ya habiendo desembarcado en Primera, todos siguieran la misma línea en cuanto a perfil. Miguel Angel Russo, quien junto a Eduardo Manera lo hizo debutar con los profesionales, y luego coincidió con él en San Lorenzo en 2008. El chileno Manuel Pellegrini, quien entendió cómo exprimirlo al máximo, “también muy respetuoso. Me marcó, porque me supo explotar. Por algo, con él, en dos campeonatos salí goleador”. Y Kurt Jara, quien lo condujo en la adaptación al fútbol alemán (lo dirigió en 57 encuentros) y obtuvo su versión más realizadora en Europa. Tomá y hacelos. Para ensamblar un goleador voraz como Romeo, es indispensable la compañía, que el destino, o la visión del técnico, le ubique a la pieza precisa para alimentarlo y reducir el esfuerzo de la autogestión. Al fin y al cabo, los gritos de Bernardo fueron los gritos de todos. Del plantel, de la tribuna. Pues bien, en cada ámbito encontró quien le alcanzara el insumo, el compañero perspicaz que intuyó que el negocio colectivo pasaba por 24


arrimarle la pelota al flaquito tandilense, que él se encargaría de encender la mecha… En San Lorenzo, donde alcanzó su cenit, hubo un hombre que, mientras compartieron campo, podría decirse que vivió para fomentar su estrella. Sin exagerar; los propios protagonistas aceptan la sociedad de hecho, constituida a alarido limpio. “Lo que se armó con el Narigón Estévez fue como cuando jugaban Guillermo Barros Schelotto y Palermo. El siempre me decía: ‘Yo no quiero hacer goles. Te veo a vos, tiro el centro, y ya está’. Y te sacaba un centro en un metro, eh, era increíble. Me ubicaba en el área porque sabía lo que se venía”, revela la fórmula el beneficiado. Y a Raúl, el Pipa, no le fue mal en su rol de cocinero, sirviendo el plato… “Creo que nos potenciamos todos, realmente logramos formar un gran equipo, con una tremenda camada de jugadores. Y sin dudas con Berni supimos aprovechar ese momento e hicimos un gran campeonato. Es verdad que nos complementábamos perfecto, creo que eso se dio por las características de ambos. El era un jugador totalmente de área y mi trabajo era tirar el centro y tratar de habilitarlo, para ser más precisos, yo jugaba para él, ja. El hacía los goles y era la figura; yo ni salía en las fotos”, se divierte como en la cancha. ¿Por qué la química? ¿Dónde nace? ¿Nace? ¿Hay un componente de azar? ¿Cómo hacía para ubicar el espacio donde iba a aparecer el definidor? “No había un lugar específico para buscarlo. El tenía una intuición increíble. Tengo que admitir que a veces le tiraba cada chancletazo terrible… Pero él siempre se las ingeniaba para meter ese cuerpito compacto y hacer el gol, era un crack de verdad. Siempre estaba donde iba a caer la pelota y obviamente tenía la facilidad para dejarla adentro del arco. Tuve la suerte de jugar con grandes delanteros, pero sin dudas él está en los primeros puestos”, analiza Estévez. No fue el único encargado de la nutrición del delantero. Romagnoli, con otro estilo, también comprendió que Romeo podía ser la llave de los triunfos. Además, la relación sobre el césped tuvo varias etapas y se mantiene incluso después del retiro del 9, ya en tándem manager-referente. “El Pipi es un jugador muy habilidoso, gambeteaba más, 25


la ventaja era jugar con su arrastre”, indica Bernardo. “Lo conocí cuando me subieron a Primera, en el 97. El venía de Estudiantes, incluso jugamos algunos partidos en Reserva, y después también nos tocó estar juntos en Primera, tuvimos la chance de salir campeones… Yo siempre jugaba más atrás, como enganche. Y por ahí se notaban más los desbordes de Estévez, que él aprovechaba porque tenía un gran pique corto para ir a buscar la pelota. El Pipa le hizo hacer muchos goles, siempre gracias a la viveza de Berni”, desarrolla Leandro Atilio. La onda del trío terminó trascendiendo los fuegos artificiales que le sacaban al pasto. “Estábamos en un excelente nivel. Pipi te encaraba y te pasaba por arriba, a veces, olvidate de que te la tocara, ja. Me acuerdo de que, después de un partido, nos peleamos porque le recriminé que no me dio un pase, y me mandó a cagar. En la concentración nos agarró Ruggeri, que era el técnico, nos encerró en una pieza y nos dijo: ‘Ahora los dejo acá, cáguense a trompadas’. Cuando nos vimos solos, nos miramos, nos morimos de risa y nos fuimos a comer. La anécdota marca que fue un gran momento de los tres, así nos tomábamos las cosas. Y Berni concretaba todo lo que se creaba”, apela al humor Estévez. Y apela a fondo. “No sé si me describiría como chistoso, sí como un pibe pesado. Era muy joven y estaba pendiente de la maldad que podía hacer. Y Berni tiene toda la pinta del típico hombre serio, habla todo correcto, se viste como viejo con esas camisas tipo mantel a cuadritos, los zapatitos con flecos, ja. Pero el que lo conoce sabe que es un fenómeno. Y, ojo, tiene un humor lindo, que te hace reír mucho”, tira paredes del otro lado de la línea de cal. “Fue siempre una persona espectacular, humilde. Y deportivamente está claro lo que significa para el club. Es ídolo y está a la vista lo que lo quiere la gente”, le da la asistencia filtrada Romagnoli. Aunque merecidamente los nombres de Estévez y del Pipi lleven luces de neón entre los socios no han sido los únicos en el Ciclón. Antes, Néstor Gorosito había usufructuado su apetito. “Con Pipo también tenías pase gol Berni, sin casaca, le grita un gol al cielo. Romagnoli lo acompaña. Y la platea Norte completa del Nuevo Gasómetro lo quiere abrazar… 26


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seguro, era buscar el espacio y ya estaba. Amagaba a pegarle y te la ponía a vos entre los centrales”, ilustra el scorer el gesto técnico que se transformaba en habilitación. Fuera del ámbito de Boedo también se rodeó de compinches que lo ayudaron a acrecentar su estatura de goleador. Desde chiquito, en las Selecciones Juveniles. Nombres que, con el tiempo, también alcanzaron notoria celebridad. “En el Sub 20 era terrible... Con Riquelme, con Aimar, Quintana, con el que jugué la final del Mundial... Si no te movías, no podías jugar. Era un gusto, te divertías un montón. La Selección Sub 20 y el campeón de 2001 en San Lorenzo fueron los equipos que más me marcaron. Si sabías los movimientos, ya está, hacías goles Así me erré un montón también, ja. Pero el problema es cuando no tenés las ocasiones. Y ahí las tenía”, se remonta a aquellas panzadas. ¿Y en Alemania, donde dejó otro hito en su carrera? ¿Quiénes le arrimaban el sustento? En tierras bávaras, no hizo falta apelar al idioma para conectar. El dialecto del gol, quedó comprobado, es universal. “En Hamburgo fue importante Pelusa Rodolfo Cardoso, tenía una calidad bárbara, y porque además me llevaba bien. Y con Barbarez al lado alcancé un buen nivel”, plantea Berni. ¿Quién era Sergej, el asistente menos conocido por estos lares? Bosnio nacionalizado alemán, con el 9 bonaerense mantenía una empatía desde el apetito. Clase 77, físico extra respetable (1,88 metro); más allá de que le gustaba arrancar desde atrás, en la temporada 2000/2001 había sido el máximo anotador del conjunto, con 22 tantos. Ante la llegada de un ariete como Romeo, prefirió unir fuerzas. Y abastecerlo. “Disfrutaba mucho dando pases gol, a pesar de que había sido el goleador del equipo. Lo curioso es que, a pesar de jugar arriba, un partido lo terminó jugando de central. El técnico Klaus Toppmöller fue el que tomó la decisión. Allá se estila mucho, los grandotes o enganches de buena contextura, se van tirando atrás. Pasó en su momento con Lottar Matthäus. ¿En qué hablábamos con él? En lo que fuera. En alemán, en inglés, con gestos… Yo me las rebuscaba bastante. Afuera del campo se me hace más complicado hablar, porque soy vergonzoso. Pero en 28


la cancha hablaba en lo que fuera con tal de hacer un gol, olvidate. Hacía lo imposible para hacerme entender. Y puteaba en español… Terrible”, desmenuza el acta de la sociedad. El suizo Raphael Wicky, el checo Marek Heinz y el holandés Eric Meijer completan la nómina, que bien podría integrar las Naciones Unidas, de futbolistas que pescaron el olfato de Bernardo en sus trances inspirados en Hamburgo. Como dato color, en Osasuna, supo hacer tándem con Roberto Soldado, ex Real Madrid y hombre de la selección española. Scorer democrático. El escenario, muchas veces, puede obrar como tutor en la mentalidad. Van como testigos los 64 goles que anidan en el Nuevo Gasómetro, donde Romeo ostenta el cetro de máximo realizador. “Me encanta la Vuelta a Boedo, es algo histórico y la apoyo. Eso no quita que, cuando me hablan del Nuevo Gasómetro, se me ponga la piel de gallina, por todos los recuerdos que uno ha vivido allí, que son impresionantes. Ser el máximo goleador del estadio es algo que nunca hubiera imaginado. Yo llegué al club en septiembre del 98, con la ilusión de andar bien, pero todo lo que vino después… Una cosa viene de la mano de la otra, cuando tenés una chance de jugar en una institución como San Lorenzo, la tenés que aprovechar. Cuando me contrató, me dije: ‘Esta es la mía’. Y me esforcé cada vez más para ir superándome. Ya desde el arranque fue espectacular. Es lo más lindo que tuve en mi carrera, y lo que me pasó en el Nuevo Gasómetro es lo máximo. Porque hice goles, me sentí cómodo desde el primer minuto, vino el 2001, el campeonato, no hay una explicación lógica. Y eso que tenía competencia, en los primeros tiempos, con el Coco Basile, jugaba más en la Reserva. En el plantel estaban el Beto Acosta, el Pampa Biaggio, Adrián Coria, Guille Franco; delanteros tremendos; el equipo peleó la Copa Mercosur hasta semifinales. Después se fue dando lo de la gente, desde el minuto uno me hizo sentir bien. Y llegaron todos los goles”, se enjuaga en la atmósfera que ayudó a crear en el Bajo Flores. Desde el primer tanto en su tránsito profesional, 29


El lamento de un gol errado frente a Boca, el único entre los grandes de la Argentina al que Romeo no pudo convertirle goles. Schiavi, detrås, respira aliviado‌

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con la casaca de Estudiantes, el 29 de septiembre del 95, ante Nacional de Uruguay por la Supercopa; pasando por la piedra bautismal en el idilio con el Cuervo, aquel grito ante Belgrano en Córdoba del 28 de noviembre del 98, se sucedieron las víctimas. Tiene nombre el primero que se resignó ante su contundencia, con el buzo del Bolso charrúa. Se trata de Carlos Nicola, de quien terminó siendo compañero en Boedo, tres años después de abatirlo. Tiene rostro el primer damnificado por su puntería en la era azulgrana. El portero del Pirata era Bernardo Ragg, quien lo padeció tres veces mientras Berni lució la aureola de Santo. ¿Había víctimas predilectas, guantes que despertaran el hambre? ¿Y adversarios que, por rivalidad, piel o costumbre, la ligaron en continuado? “Le he hecho goles a Racing, Lanús (los que más lo sufrieron: siete veces), River (segundo blanco top: seis tantos), pero no tenía un rival preferido. Me gustaba hacerle goles a Huracán (dos anotaciones); por haber surgido de Estudiantes, a Gimnasia (cinco conquistas), pero a mí me gustaba hacer goles. A Belgrano, a Colón, a Talleres, a quien fuera. Hacer goles era lo que tenía en la cabeza, por lo que es San Lorenzo, es lo que la gente te pide”, vuelve a la teoría de la producción a granel. De todos modos, Mario Cuenca, seguramente, es el guardavallas que más se acuerda de su presteza: lo soportó cinco veces. En la tabla local, lo siguen Rodrigo Burela, Sebastián Cejas, Leo Díaz, Gastón Sessa y Jorge Vivaldo, con cuatro. Y, en el exterior, Frank Rost no lo tendrá en sus oraciones. Bernardo lo castigó en cinco oportunidades, mientras defendía los arcos de Werder Bremen y Schalke 04. Nada personal, muchachos… Sólo Boca se salvó de su habilidad para acertarle al rectángulo. Un detalle particular en una foja de anotador casi sin excepciones. “Después del triunfo 1-0 del Inicial 2013, los muchachos del plantel me preguntaban, ¿cómo sos el jugador que más goles hizo en el Nuevo Gasómetro si no le hiciste goles a Boca? Y es verdad, a pesar de la paternidad, cero gol. Qué sé yo. Quedó como cuenta pendiente”, acepta. Aunque el currículum no deja demasiado resquicio como para lamentarse… 31


Habiendo armado el rompecabezas del goleador, ojeado la olla donde se cocinó a fuego sonoro, se puede concluir en que el núcleo son dos órganos. La mente. Y el corazón. Romeo es goleador porque quiso serlo. Y encontró en el Ciclón a la pareja perfecta para ofrendar sus creaciones. Tuvo su espejo, tozudo, igual que él: “Miraba mucho a Gabriel Batistuta, me gustaba cómo jugaba. Y en 1998 me tocó ser sparring suyo, me identifico porque la peleó para llegar y la rompió. Nunca se lo dije, en la Selección Mayor nunca coincidimos y como sparring lo miraba como a un monstruo, no me animaba”. Y transformó al gol en su modus vivendi, su obsesión. “Cuando no hacía goles me preocupaba, la pasaba mal. No comía, no dormía. Es tanta la exigencia, te marcás objetivos y si no hacés goles, decís: ‘¡Qué burro sos!’. Empezás a maquinar y no es bueno. El tema es que jugaba con Gimnasia y hacía tres goles, con Racing, otros tres, en Juveniles, goles; en las giras por el Interior, en los torneos oficiales… Y quería hacer cada vez más. Buscaba perfeccionarme, miraba videos…”, afina la garganta. Después, qué importa del después, como dice el tango. El clímax, para Romeo, está en el momento en que la pelota traspasa la línea de gol, no en la prefabricación de lo más sagrado que tiene el fútbol, aunque eso le haya costado ser carne de bromas por parte de sus compañeros. En 2007, cuando se sumó al CASLA para encarar su segunda etapa en el club, fue partícipe del épico 4-3 a Racing, luego de que San Lorenzo arrancara 0-3. Y, por su reacción en sus dos goles, Diego Rivero se despachó con todo. “Me decía que hacía así con las manitos (imita el gesto, agitándolas a ambos costados), que no sabía festejar. Es que es lo más lindo y uno quiere abrazar a todos los hinchas”, explica. Así, en el camino que lo llevó a transformarse en un goleador serial, Berni patentó los brazos abiertos, las palmas al frente, o hacia el cielo. Y, en alguna ocasión especial, o espontánea, los besos multiplicados por millares, como un Romeo contemporáneo. Y tan eterno como el de Shakespeare.

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Desde Tandil al mundo, con refugio en Boedo Los inicios de Romeo como futbolista en Gimnasia de Tandil lo impulsaron a llegar a Primera División como delantero con la casaca de Estudiantes; luego, el arribo a San Lorenzo, su hogar, que le abriría las puertas de Europa. CLUBES

163 GOLES

6 1995-1998

1998-2001 2007-2010 2011-2012

2002-2004

0,38

PROMEDIO DE GOL POR PARTIDO

2005

2005-2007

TITULOS

3

2010-2011

427

PARTIDOS JUGADOS

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TATATA DIOS El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niĂąo que deja sus juegos para tornar al estudio.

2 Bernardo con la pelota junto a sus compaĂąeros en un torneo bonaerense. 35


No tuve la suerte de jugar mucho con

recientes jugaron puntas de la talla de

Bernardo, pero de su carrera siempre

Palermo o el Tecla Farías. Berni fue

me llamó la atención el olfato goleador

un delantero muy completo, por eso

que lo caracterizó en todos los clubes

pudo convertir muchos goles tanto en

por los que pasó. Era sorprendente

el Pincha, como en la Selección Juvenil

cómo, siendo relativamente petiso, no

y ni hablar en San Lorenzo. Si hasta se

de gran porte, se las ingeniaba para

destacó en Alemania, con lo difícil que

anticipar a los rivales, o adelantarse a

es eso. Pasó a jugar en Europa como si

los movimientos de los defensores para

lo estuviera haciendo en un campito de

ganarles la posición, no sólo de abajo,

Tandil. Y hay que hacer goles allá, eh…

sino también de cabeza, vía por la que

Más en un equipo como Hamburgo,

marcó cualquier cantidad de goles.

que no es de los más grandes.

Romeo ha sido un goleador terrible, de los mejores que he visto, incluso en Estudiantes, donde en las décadas

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José Luis Calderón


2. Tatata Dios

Vaya paradoja: llamarse Bernardo en homenaje a un sacerdote, el Padre Marinsalta, de la Orden de las Carmelitas Descalzas… ¿Quién iba a decirles a Carlos Romeo y a Inés, su esposa, que el quinto de sus seis hijos, el cuarto varón, iba a sacarles canas verdes? La pinta de angelito, rubio, prolijito, respetuoso, “señorcito”, según la definición de sus maestras de Jardín de Infantes, escondía, en realidad, a un “personaje” dispuesto a hacer las mil y una bromas. ¿Maldad? ¿Trastornos de desarrollo? Nooo, nada que ver. Simplemente cosas de un niño con una meta clara desde los tres años. “Yo voy a ser futbolista o no seré nada”, les decía el pequeño Bernardo a papá y a mamá, con tanta insistencia que, a sus cuatro años, tuvieron que pedir un permiso especial en el club Gimnasia y Esgrima de Tandil para que lo dejaran jugar allí a pesar de no tener edad suficiente. Sí, el mismo delantero que llegó a las Selecciones Nacionales surgido desde la cantera de Estudiantes de La Plata había dado los primeros pasos de su carrera en el Lobo… El sábado 10 de septiembre de 1977, la familia Romeo recibió al quinto hijo, sucesor de María Paz, Luciano, Leandro y Santiago (luego llegaría María Luz), ampliando la mesa de una familia cuyo sostén era el trabajo de papá Carlos como empresario minero y el rol de docente de mamá Inés. Paz, la mayor del clan, tiene fresco el recuerdo de la llegada del gurrumín a la casona de la calle General Paz, desde la candidez de sus seis años: “El día que nació, yo iba a primer grado y estaba convencida de que si nacía un varón se iba a llamar Matías, por esos pactos que uno cree que hace con los padres: yo era la única mujer y como venía el quinto podía elegir el nombre… Pero no fue así: mamá llamó por teléfono a casa y me dijo ‘nació tu hermanito, ¡se llama Bernardo!’. Ja, enseguida me encantó el nombre”. A la hora de hablar de 37


Mamá Inés y el rebaño: Luciano, Santiago, Leandro, y María Paz, sólo falta Malú, ahí, un proyecto. En las faldas, un Romeo cachetón.

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preferencias, ninguno de los parientes cercanos de Bernardo duda en afirmar cuál fue desde siempre su juguete favorito. “Lo único que tenía en mente todo el tiempo era una pelota”, se replica la respuesta constantemente. Y los primeros pasos del futuro delantero de San Lorenzo confirman la aseveración, según recuerda su madre: “Desde los 3 a los 6 años, Bernardo concurrió al Jardín de Infantes Nº 1 de Tandil. Transcurrió esa etapa disfrutando de los juegos, principalmente del amplio patio en el que podía armar sus partiditos de fútbol. Fue siempre un niño muy tranquilo y respetuoso de sus pares y maestras. Tanto es así que, por ser tan “señorcito”, era el elegido entre sus hermanos para hacer los mandados. Esto provocaba en él cierto enojo y salía por el pasillo rezongando. ‘Siempre a mí, siempre a mí… por qué no van mis hermanos’, se quejaba”. Es de esa época, de los primeros años de quien sería masivamente conocido como Berni, el primer apodo, que todavía perdura en su tierra natal y entre sus seres más cercanos. “Como no podía pronunciar la palabra abuela, hablaba de ella o la llamaba diciendo ‘Tatata’. Esto no fue conocido en el grupo de sus amigos hasta que fueron más grandes, y terminaron abreviando el apodo original al Tata que aún usan para nombrarlo. Y antes de que miles de personas corearan el apellido en las canchas, en algún partido con Gimnasia lo vivaron al grito de ‘Tataaa, Tataaa’, lo que hizo público este apodo familiar”, rememora Inés. Y Mariano Zabaleta, el ex tenista, amigo desde cuarto grado, cierra la polémica en torno a cuál es el sobrenombre correcto para llamar a Bernardo Romeo: “Los amigos lo tenemos agendado en los teléfonos como Tata. Le podemos llegar a decir Berni en alguna charla, pero para todos es Tata”. Hablando de canchas, las postales de la carrera de Romeo empiezan a aparecer con la camiseta rojiblanca a bastones, de Estudiantes, sobre la piel. Por eso mismo, radicado en La Plata desde la adolescencia, e identificado con el Pincha desde tiempos en que su tío Daniel jugaba en el Campeón del Mundo, Bernardo ha tenido que dar más de una explicación cuando 39


visitantes platenses veían en sus vitrinas personales trofeos o plaquetas del club tandilense en el que se forjó como jugador de baby fútbol: “Cuando un hincha de Estudiantes ve los colores de Gimnasia en mi casa se espanta. Por eso más de una vez tuve que contar la historia de mis inicios, je. Igual, con el paso del tiempo, la casa se fue pintando de azulgrana”. Los años avanzaron y el fanatismo por el juego se acrecentó. Como también los cuidados familiares. Entre ellos, el secreto mejor guardado: las tostadas de la abuela Chola. “Como padres estábamos preocupados, porque los trabajos nos impedían asistir a sus prácticas y viajes. Por eso estamos muy agradecidos al grupo de profesores y madres de sus compañeros, quienes lo cuidaban y mimaban permanentemente. Y como Tata pasaba largas tardes en el club, mi preocupación era que no se alimentara bien en tramos tan largos del día, máxime realizando tanta actividad física (llegaba a jugar hasta tres o cuatro partidos diarios de baby fútbol). Al cuestionárselo, él se defendía contestando ‘no te hagas problema, que tomo la merienda en lo de la abuela Chola’. Mi suegra vivía al lado del club. Entonces, merendar con ella era la condición para tener el permiso de asistir a los partidos”, expone mamá Inés. Y el goleador en ciernes sostiene la confesión: “La abuela hacía tostadas, o iba y le afanaba galletitas. Era impresionante, por ahí le llevaba cuatro o cinco compañeritos y les daba de comer a todos en la casita de la calle Sarmiento, o iba con mis hermanos… Así, mamá se quedaba tranquila…”. Y Leandro, cinco años mayor que él, agrega: “Las tardes en la casa de la abuela eran una fiesta. Y recuerdo la desesperación que teníamos cuando llovía y no nos dejaban jugar: la peleábamos con la gente grande para que tiraran aserrín en las canchas para, al menos, poder patear entre nosotros”. Desesperación, justamente, es una buena palabra para definir lo que el fútbol le generaba al más pequeño varón de la familia Romeo. “Era tanto su fervor por el fútbol que, aún con 40º de fiebre, picaba la pelota al lado de su cama en sus períodos de convalecencia”, grafica su madre. Y, a la vez, pone 40


sobre el tapete el costado gremialista del más chico de sus “nenes”: “En la primaria, Bernardo comenzó primer grado en la Escuela Nº 2, a la que asistió hasta casi fin de 6º grado, en 1988. Su rendimiento escolar era muy bueno, pero su vocación por el deporte era tan fuerte que esperaba con ansias la hora de Educación Física. Y como era habitual que por un motivo u otro el profesor no asistiera, Bernardo y su grupo tuvieron la ocurrencia de redactar una carta a la Directora, expresándole tal situación. Se la pasaron por debajo de la puerta de su oficina y, al día siguiente, cuando la Directora la vio, los llamó al orden explicándoles que no era la forma de presentar un reclamo, ya que a ellos no les correspondía hacerlo”. Así como dos décadas después sabría imponerse como uno de los máximos referentes en diferentes planteles de San Lorenzo, o de Quilmes, en su breve paso, ya de chico marcaba el ritmo. Para cosas buenas y no tanto… A los siete años, recuerda Romeo, su tío Daniel era entrenador de Santamarina de Tandil, que en 1985 disputó el Nacional de Primera División, por lo que ese petiso rubión enfermo por el fútbol empezó a “ir a los entrenamientos del equipo. Por eso, de a poco, empecé a jugar con gente más grande que yo. Eso me ayudó un montón a formarme como futbolista: en mi categoría tenía soltura, lo que hacía que me llamaran para jugar en categorías mayores, algo que resultó clave cuando llegué a Estudiantes”. Justamente, el hermano de su padre fue un sostén vital en la vida de Berni, además de una motivación visible. El propio pariente recuerda que “para mí era un hijo más y entre los cuatro varones de su familia y mis tres hijos había varios que jugaban mejor que él, pero Bernardo mostró desde muy pequeño algo que ninguno más tenía: tenacidad. Entonces, de chico se perfilaba como un jugador diferente y con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un goleador intuitivo. Y a sus condiciones le sumó siempre capacidad de trabajo, es muy laburador”. Para reforzar el concepto, recuerda la anécdota del viaje de tres meses a Francia, donde él dirigía, para vivenciar cada entrenamiento y, además, suma 41


Bernardo, con los botines tatuados, oficia de guardaespaldas de MarĂ­a Luz, la mĂĄs chica del clan, compinche en mil ocasiones.

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otra historia: “En 1987 Carlos Bilardo me había llevado a la Selección para que colaborara con él y viajamos con el plantel a Tandil para trabajar unos días. Obviamente, Tata no se la iba a perder: no faltó a una sola práctica y se dio el lujo de viajar todos los días con los jugadores en el micro. El sólo quería tener esa vida. Y vaya si lo consiguió: se ganó con sudor todo lo que vivió. Y merecidamente”. Lo dicho, si algo cabía en la cabeza de ese chiquitín era pensar en cómo desarrollarse como futbolista. Entonces, hasta la Escuela 2 le quedó chica, según corrobora su madre: “Durante la primaria insistió mucho para cambiarse de colegio, ya que, en los recreos, los permisos para jugar al fútbol eran muy restringidos. Cómo sería su insistencia que la maestra me llamó para decirme que tuviese en cuenta este deseo de Bernardo de cambiarse de institución, ya que su pasión por el fútbol era muy notoria. El patio embaldosado del Colegio San José era muy amplio y había más permisos para ejercer estas prácticas. Además, en esa época, el Colegio no era mixto y practicar fútbol era más común al ser todos varones. El Colegio San José contaba, y cuenta, con la quinta San Gabriel, que tiene cancha de fútbol profesional de césped. Una fiesta para Bernardo y sus amigos. A finales de noviembre de 1988, culminando 6º grado, se pidió el pase”. Otra vez ganaba la pelota, algo que se repetiría en la vida de Romeo, sobre todo en la adolescencia. Pero claro, esa fijación por la número 5 comenzaría a generarle problemas en los años de preadolescencia, sobre todo para la óptica familiar, bajo la que el estudio era prioridad absoluta. El Mister Hyde que habitaba en Romeo empezaba a asomar, dejando en un segundo plano a ese atildado, prolijo, respetuoso, “señorcito”, doctor Jekyll. Pasados 30 años, todos recuerdan aquella época con sonrisas a flor de piel, pero entonces, el pequeño Tata era la “oveja negra de la familia. Era muy vago, pero no de malo, sino porque tenía la pelota en la cabeza”, tal como él mismo se define. Y así como años después tuvo socios indispensables dentro del campo de juego, en el cole no le faltaron aliados, esos 43


Primer equipo de Gimnasia que integró. Arriba, de izquierda a derecha: García, Sollazo, Rico, Peralta, Escruela, Sosa, Pugliese, Garrido, Profesor Gil. Abajo: el capitán Romeo, Martens, Montoya, Fittipaldi, Arnaiz, Theil, Diez y Presso.

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capaces de solucionarle los problemas de estudios, como también de ponerse a la par suya a la hora de las travesuras. Uno de ellos fue Luis Ponzi. Luigi, en el ámbito Romeo. A la distancia, y con una carcajada siempre a mano, Luigi también oficia de delator, aprovechando que las causas de antaño prescribieron. “Yo le hacía todas las pruebas… El era muy personaje, pero sabía que iba a jugar al fútbol, por eso no le importaba otra cosa. Se la pasaba haciendo payasadas, tenía salidas muy ocurrentes todo el tiempo. ¡Y sus hermanos son iguales! De todos modos, siempre se caracterizó por ser un gran profesional”, abre el grifo el amigo de siempre. Y hablando de profesionalismo, saca a la luz el nulo interés que Bernardo tenía por el colegio, a pesar de la marca familiar de tener una madre directora de escuela. Ok, desde la visión propia de Romeo, la meta era ser futbolista. Pero, ¿cómo lo veían los demás? Ponzi es contundente al contar cómo era Tata: “Yo jugué en contra suya, pero él siempre iba más allá y jugaba contra chicos dos o tres categorías más grandes que él, marcando diferencia. Era muy notoria la ventaja que le sacaba al resto, era muy habilidoso y rápido, pero además cabeceaba muy bien siendo más bien petiso, porque saltaba mucho, era tiempista para cabecear. En la fila de la escuela siempre fue de los del medio, pero así y todo en la cancha se las arreglaba para ganarles a los más altos. En los años previos a la secundaria, en Tandil jugaba de diez, por la velocidad y la capacidad para gambetear”. Una definición similar, pero con un dejo de malicia, es de su hermano Leandro: “Tata arrancó jugando de diez, por eso nosotros lo jodemos diciéndole que con el tiempo se fue poniendo más torpe con la pelota, ja. Pero cuando era chiquito, y hasta en sus primeros tiempos en Estudiantes, se pasaba a seis pibes y hacía el gol. Era tremendo”. Los lógicos elogios para un chico que ya mostraba cosas de grande tienen un límite, impuesto por su padre, Carlos: “De mis cuatro hijos, él era de los peorcitos jugando al fútbol: Santiago era un zurdo tremendo y Lolo un 5 fenomenal, pero algo redondea la capacidad de Bernardo: su perseverancia y el nivel de profesionalismo con el que encaró 45


El dueĂąo de la pelota: Romeo, el tercero de la fila inferior, de izquierda a derecha, no suelta la bola. Arriba: el Profe Belsito, Sosa, Bonana, Fittipaldi, Pugliese, Rico, GarcĂ­a, Peralta y Sollazo. Abajo: Palahi, Romeo P., Bernardo Romeo, Montoya, Presso, Ibarra, Ferragine y Escruela.

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su carrera desde chiquito”. Justamente Luciano, Lucho para todo el mundo, que reconoce no haber sido un especialista del balompié, contradice al padre: “Tata era un jugadorazo desde chiquito, distinto, con mucha técnica. Cuando volvía de jugar en Gimnasia le preguntábamos cómo le había ido y era todos los días ‘metí cinco goles, metí siete goles’. Se notaba que algo tenía”. Incluso, la mirada del mayor también manda al frente a Santi, el más contemporáneo con Bernardo: “Santiago también era buenísimo, pero le gustaba la noche más que a la luna, ja”. Poniendo un manto de piedad a las chicanas entre hermanos, María Luz, la menor de la familia, expone que la contención del clan fue determinante en la carrera de Bernardo, incluso en cuestiones casi esotéricas: “Antes de que empezara a jugar algún partido, mamá despedía a Tatata (sí, Malú sigue nombrándolo con el apodo original) dándole palmaditas en la pierna. Lo importante era la cantidad de golpecitos que le daba porque eso indicaba los goles que iba a meter. Era un juego, pero si se olvidaba, Bernardo volvía hasta donde estuviera mamá para llevar a cabo el ritual. Lo mejor es que muchas veces coincidía la cantidad de palmadas con los goles, entonces, cuando nos encontrábamos todos después del partido festejábamos aplaudiéndolo y a él le encantaba”. Un rompe guinda. El crecimiento, es claro, acentuó su apuesta. Y, con algo de pesar, la madre confiesa: “Por tanto dedicarse al fútbol, le resultaba difícil mantener su rendimiento escolar al ingresar al nivel secundario. Pero la ayuda de sus compañeros le iba resolviendo situaciones. Al terminar de almorzar, antes de ir al club, salía en bicicleta con su mochila escolar, y si se le preguntaba ‘¿a dónde vas Tata?’, su rápida respuesta era ‘unos los hacen y otros los copian’, haciendo referencia a los deberes”. Como si no fuera suficiente su pasión por el fútbol, en la primera adolescencia se enamoró de otro deporte: el rugby. Siempre despuntaba el vicio de jugar a algo con el tenis, el ping pong o el frontón, pero durante un par de temporadas le quitó horas a la 47


Primera Comunión del futuro romperredes. Elegante foto familiar con papá Carlos y mamá Inés como wines y sus hermanos en el equipo.

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número cinco. “Otra de sus grandes pasiones es el rugby. Lo jugó desde los 9 a los 13 años, porque sus hermanos y muchos de sus compañeros del Colegio San José lo practicaban en el Club Los Cardos. Jugaban la Liga de Mar del Plata, que era muy competitiva. Viajaban a enfrentar a Sporting y disfrutaban los clásicos con los clubes “Los 50” y “Uncas”, ambos de Tandil. Al ser muy rápido, jugó casi siempre de wing o centro, pero el puesto que más le gustaba era el de fullback. Esa fue una etapa difícil, porque si bien disfrutaba mucho este deporte y cualquiera que involucrara el juego de pelota (tenis, ping pong, pádel) se decidió por el fútbol, el cual practicaba paralelamente en el Club Santamarina de Tandil, al que eligió por su infraestructura y por la preparación física que le brindaban. Estuvo a préstamo un año y luego volvió al Club Gimnasia y Esgrima”, expone Inés, recalcando que “el Club Los Cardos es muy importante para Bernardo. Cada vez que llega a Tandil, lo visita y lo disfruta con familiares y amigos. Se crió y pasó veranos enteros ahí. Sus hermanos jugaron en la Primera de rugby y sus hermanas al hockey. El siente que, de alguna manera, los momentos vividos junto a entrenadores y jugadores lo ayudaron a formarse en el aspecto humano y a saber cómo manejarse en un grupo, lo que se logra por medio de las prácticas, los terceros tiempos y viajes compartidos”. A la hora de recordar esos instantes, el propio Romeo coincide en la valoración de su madre: “Todos mis amigos son del rugby, del Colegio San José y de Los Cardos, pero siempre supe que lo mío era el fútbol. Metía tries, pateaba a la H, a los 11 años jugaba para el equipo de mis hermanos, que eran más grandes. Y me cagaban a pedos cuando la gente de Gimnasia me veía jugando. Siempre me gustó jugar, pero también el tercer tiempo: es un placer juntarse los dos equipos después de haberse matado en la cancha. El rugby me dejó muchísimo”. Siendo así, y habiéndose convertido en cara conocida gracias a los goles que marcó jugando fútbol de elite, cabe la pregunta: ¿cómo era el Romeo rugbier? Su hermano Leandro lo define: “Como wing la rompía, hacía tries cada vez que agarraba la pelota, porque era muy rápido. 49


Una vez jugó una final con mi equipo y no sé cuántos puntos hizo, ganamos el partido gracias a él”. Del ataque de “cangurismo” al Superman de Tandil. Cuando la idea es fija, ni los valores del rugby modifican conductas. Al menos eso sucedió en un Bernardo Romeo dispuesto a quebrantar normas en pos de poder irse a jugar a la pelota. Y si ya en la primaria generaba problemas con el solo fin de que lo dejaran patear un rato, ni hablar en la secundaria. Y Berni no oculta su lado maldito: “Era un estúpido… Cuando nos juntamos con mis amigos de esa época siempre me dicen ‘cómo cambiaste vos’. Tuve muchos conflictos con mis viejos, porque mis hermanos se recibieron todos, estudiaron… En primer año de la secundaria hacíamos unos quilombos tremendos. Yo sólo quería irme a La Plata, donde me estaban esperando para jugar. Por suerte me fue bien…”. ¿Para tanto? Vea, si no, lo que él mismo cuenta: “En primer año me aburría, no podía estar quieto… En una clase de matemática, con la señora De Palma, conocida por todo Tandil, me acordé de que una vez había escuchado algo sobre un trastorno que se llama Ataque de Cangurismo; y le dije a un amigo ‘mirá, ahora me va a agarrar cangurismo’. El pibe no la podía creer. Empecé a moverme de atrás para adelante, balanceándome, me paré, saltaba, iba de acá para allá pateando todo. Obviamente la profesora me echó del aula y me fui saltando hasta la preceptoría, mientras mis compañeros se morían de risa. Una locura…”. Y eso no es todo. De la ficticia enfermedad, Romeo pasó a convertirse en el salvador de la humanidad, en una acción desopilante, aquí relatada por su amigo Luigi: “Siempre lo echaban de las clases y atrás de él íbamos sus amigos. Una vez, en un aula que tenía un ventanal que daba al patio, nos echaron a varios y nos hizo poner en posición para gatear, uno al lado del otro, y él se acostó arriba para hacer como que volaba… Nos movíamos de atrás para adelante con Tata arriba y él cantaba la canción de Superman. Hasta que el profesor nos vio y se terminó 50


el chiste. Pero él no paraba, tomaba para la joda a todos los profesores. Una vez se sacó un uno en una prueba y gritó más que si hubiera metido un gol. La profesora le preguntó qué hacía y le dijo ‘qué quiere, si dupliqué mis notas anteriores, siempre me saco cero’. Barbaridades así hay miles para contar. Otra vez, una profesora tenía el escritorio arriba de una tarima y lo mandó a preceptoría. El se puso a discutirle y le terminó pateando una pata de la mesa, que se cayó al piso haciendo un quilombo tremendo. Era un escándalo tras otro”. Pero, claro, como todo paladín, ese Superman tandilense tenía un enemigo, muy cercano en este caso: su hermana menor, María Luz. “Siempre tuvimos una relación muy especial con él, por ser los más chicos de la familia. Cuando volvía todo sucio de jugar al fútbol, por ejemplo, quería acostarse en mi cama y me molestaba con eso. Pero yo tenía un as bajo la manga: más de una vez encontré debajo de los colchones de Tata y de Santiago pruebas en las que se habían sacado cero, y nuestros papás no sabían. Entonces, yo los extorsionaba y, si no hacían lo que les pedía, los mandaba al frente”, se autodelata Malú, quien muestra su costado tierno: “Nunca me voy a olvidar del cachetazo que ligó Lucho por defender a Tata el día que repitió primer año”. Ese traspié también marcó a Berni, quien así y todo siguió en la suya: “Cuando repetí, con mi amigo Ignacio Mazza, que estaba en tercer año con mi hermano, fuimos a ver a un profesor que se llamaba Pasucci a su otro trabajo, en la Municipalidad. La idea era pedirle que nos perdonara las materias suyas, que nos habíamos llevado a marzo. Apenas le contamos, sólo atinó a decir ‘váyase de acá Romeo’. Ya hacíamos cualquier cosa para zafar”. Lejos de contradecir a sus hijos, Carlos Romeo, el jefe de familia, asume: “Yo me recalentaba cuando me enteraba de que le iba mal en la escuela, porque más allá de su obsesión por el fútbol yo le decía que la cultura era algo realmente necesario, pensando en su futuro. Pero llegó el día en que escuché lo que no quería: nos sentamos todos en la mesa familiar, yo estaba en una punta, él en la otra, y me intentaba decir algo, pero hablaba dando vueltas, en bajo tono, 51


Tata Romeo se banca a uno de sus mejores amigos casi colgado de ĂŠl: Mariano Zabaleta, luego tenista profesional.

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hasta que me dijo ‘papá, repetí’. ‘¿Cómo?’, le pregunté y se metió Luciano, mi hijo mayor y me gritó ‘que re-pi-tió, papá’. ¡Quería matarlo!”. Y no exagera, don Carlos. Luciano, el mayor de sus hijos varones, recuerda igual la escena y suma: “Papá no podía creer lo que había pasado ni cómo se lo decía Bernardo. Empezó a correrlo alrededor de la mesa y yo, que era el más grandote, me tuve que parar para frenarlo y decirle que aflojara, que por más que renegara, lo hecho, hecho estaba…”. El tiempo pasaba y tanto fue el cántaro a la fuente… Llegó el casting de Estudiantes, el pálpito de Miguel Ignomiriello y el viraje definitivo en la vida de un Bernardo Romeo que rápidamente dejaría atrás la niñez, sumiéndose en una adolescencia con aires de adultez. En todo sentido. Luis Ponzi establece una definición que pinta de cuerpo entero el “estilo Romeo”, que lo marcaría para siempre: “Su actitud contrastaba con su imagen, siempre prolijo, engominado, impecable, pero no paraba de joder. Después le empezamos a decir ‘el abuelo’, porque a los 15 años ya tenía barba; siempre envejeció antes que nosotros. ¡Hasta en la música! Escuchaba a José Luis Perales a los 12 años y a los 24 metía Los Charros, insólito”. Con los goles a otra parte. El gran cambio se precipitó. En 1991 se concretó el tan ansiado arribo a un club de Primera División (Estudiantes), en medio de una movida que resultó, tal vez, la más fuerte para la familia toda. “A mis padres les costó asumirlo, me fui de casa a los 14 años, pero desde mucho antes tenía en la cabeza irme a La Plata. Si hasta llamaba a los colegios platenses buscando cupo, para acelerar todo, porque le había prometido a mi mamá que no iba a dejar el estudio. Para mi papá era difícil porque sabía que su hermano, Daniel, había podido jugar hasta los 23 años debido a las lesiones, entonces también me insistía con que estudiara, por eso, durante un año y medio cursé la secundaria a la noche... Fue un conflicto para todos: me fui un miércoles en marzo, fue triste, pero había que tomar la decisión 53


de irse, no fue una salida feliz. No me olvido más del momento ése, no tenía nada: me fui caminando solo a Pico Deportes, que era la casa de ropa más conocida de Tandil, perteneciente al padre del tenista Juan Mónaco, y me compré un bolso, aprovechando que mi familia tenía cuenta corriente”. Para matizar la nostalgia, María Luz aporta la mirada naif, otra vez describiendo a ese Bernardo que lucía como un “señorcito” pero en su interior era Judas: “Antes de irse a vivir a La Plata, él tenía que ir a buscar su único par de botines, porque lo había mandado a arreglar, y me pidió que lo acompañara. Yo tendría diez años… Cuando volvíamos para casa, pasamos por Halley, una casa de videojuegos, donde paraban todos los pibes de Tandil, y como estaban sus amigos me preguntó si yo podía volver sola a casa. Le dije que sí, pero los dos sabíamos que, si yo regresaba sola, mamá y papá se iban a enojar, entonces me pidió que lo cubriera. Dicho y hecho: tuve que hacer malabares para no contar que se había quedado con sus amigos, dejándome sola a mí, la más chiquita…”. Con el bolsito a cuestas, el paso ya estaba dado. E Inés, la madre que veía la partida del más chico de sus cuatro varones, la recuerda así: “Cuando Bernardo dejó Tandil para mudarse a La Plata tenía sólo 14 años. Fue a vivir a un departamento con un primo, que comenzaba su curso de ingreso en la Facultad de Odontología. Pero él se volvió a Tandil porque extrañaba y Tata se quedó a vivir solo. También extrañaba, pero estaba tan decidido que sostuvo su sueño, a pesar de su corta edad. Volvía a Tandil cada fin de semana que podía y disfrutó mucho esa etapa desde lo deportivo, pero haciendo mucho sacrificio al estar lejos de sus amigos y familia, perdiendo momentos únicos para su edad como fiestas, salidas, viajes, vacaciones y hasta el casamiento de uno de sus hermanos. Como mamá, si bien tuve siempre mucha confianza en él por su seriedad, respeto, educación y su adaptación a las circunstancias que la vida nos va presentando, no dejaba de preocuparme por su tan joven alejamiento familiar”. Obviamente, con la distancia en su favor, Berni se las 54


ingenió para concretar tretas que lo cubrieran. “El celador de la secundaria era Pincha y me decía ‘está viniendo al colegio, quédese tranquilo’. Al tiempo me enteré de que era mentira, que había arreglado con Bernardo que no me contara sobre sus inasistencias, y como Tata jugaba en Estudiantes el tipo lo apañaba”, descubre el truco papá Carlos. A la vez, evidencia el modo de ocuparse por su varón menor en aquellos años. Tan encima trataba de estar que el propio Tata cuenta: “Cuando llegué a Estudiantes me fui a vivir a la pensión del club, que era un desastre. Hasta que mi viejo me fue a visitar y, viendo lo que era, me dijo ‘¡no podés vivir acá!’. Entonces me fui a vivir a la casa de mi primo hasta que él se volvió a Tandil. Ahí me fui a Buenos Aires con mis hermanos y rendía las materias libre. Viajaba todos los días a La Plata y volvía para estar con María Paz. Prefería eso antes que estar solo, y lo hice hasta fin de año, para no perder el año en la escuela. Después volví a La Plata”. Con la mudanza a Buenos Aires entra en escena María Paz, la hermana mayor, “una madre para todos”, según la definición unánime del clan Romeo. Ella, instalada con su familia en Salta, recuerda que “¡era un niño! Muchas veces me partía el alma verlo tan chico con vida de grande. Obviamente debía extrañar, pero, inmutable, seguía para adelante. Iba y venía a La Plata por el camino viejo: todavía no había autopista. Junto con Lucho, Lolo y Santiago lo acompañábamos a la parada del micro a Retiro todos los días, hasta que lo convocaron para la Reserva de Estudiantes. En ese momento se le cayó la condición que le impusieron en casa: terminar el colegio”. En esos años, las tostadas de la abuela fueron reemplazadas por las encomiendas semanales que enviaba la familia para que el joven Bernardo tuviera sustento alimenticio. “Había un hambre…”, recuerda Romeo. Y en el retroceso imagina sobre la mesa los platos enviados por la abuela Eligia, los frascos de aceitunas (mimo preferido por el futbolista) y cualquier preparación que pudiera paliar el vacío estomacal. Esa apretada realidad, remarca Romeo, fue piedra basal para formar su carácter: “Hasta los 14 años era muy 55


vago, pero vivir solo me abrió mucho la cabeza. Pasé de estar en Tandil con todo servido a vivir en La Plata, una ciudad grande, no tenía plata para comprar comida afuera, tenía que cocinarme, lavarme la ropa... Eso te da la posibilidad de crecer mucho más rápido. Al principio me costó un huevo, lloraba mucho, me quería volver... Estuve a nada de pegar la vuelta. El primer año me volvía los sábados a Tandil, hasta que mi viejo me dijo que no podíamos pagarlo y era duro, pero yo quería llegar, nadie me iba a parar”. En la Ciudad de las Diagonales, quien también supo cobijarlo, durante cinco años, fue Ignacio Mazza, aquel que lo había acompañado a pedirle a un profesor que le perdonara una materia. Y asume: “Yo vivía con mi hermano y un amigo, y al ser íntimo de Santiago, el hermano de Tata, él me preguntó si Bernardo podía vivir un tiempo con nosotros. ‘Obvio que sí’, le dije. Y terminé siendo el tutor legal suyo, con papeles y todo. Yo en mi vida era un desastre, de hecho hice la carrera de abogacía en 13 años, pero con la de él no: lo acompañaba a las canchas, a las concentraciones, me dediqué a Berni. Lo contenía anímicamente, él me consultaba muchas cosas. Y nada de joda, aunque parezca mentira. Lo único de malo que tenía era que no cocinaba, no lavaba nada. Un vago para esas cosas. Por eso, cuando empezó a ganar sus primeros pesos se iba a comer a la pizzería de Carloncho: era un bar de mala muerte, un antro, pero a él le encantaba...”. Entre los obstáculos que menciona Romeo se encuentra la diferencia de comportamiento que él mismo debía establecer respecto de sus amigos, que solían ir los sábados a La Plata para verlo jugar y, sí, salir a la noche de parranda. Luis Ponzi establece la pauta: “Nosotros terminábamos siempre mal y él nada que ver, porque al otro día tenía que entrenarse. En esa época la pasó mal, le costaba mucho. Sólo nos importaba salir y chupar, y él era todo responsabilidad: éramos como 12 hijos que Bernardo tenía”. De esa etapa data también la versión atleta de Romeo: luego de una salida a un boliche de Pinamar con su grupo de amigos, Bernardo intervino para evitar una riña, con la insólita propuesta de disputar una carrera 56


con quien les buscaba pelea en la madrugada costera. En dudoso estado, un personaje increpó a la banda de Tandil en la puerta de la disco y Berni le dijo “te corro hasta la esquina: si te gano, no nos hacés nada; si me ganás, nos fajás”. Insólitamente, el latente agresor aceptó el duelo y, obvio, perdió con el rapidito que ya jugaba en las Inferiores de Estudiantes, salvando el pellejo propio y el de sus secuaces. El propio Zabaleta, quien en ese momento daba los primeros pasos de su carrera profesional, recuerda: “No podíamos creer la situación. Tata le habló como si nada, sabiendo que el tipo era más grandote y que no estaba bien. Tendríamos 15 años: rezábamos para que no perdiera. Pero lo más gracioso de esa noche no terminó ahí: estábamos parando en un departamento que alquilaba mi familia y volvíamos caminando por la playa, cuando vimos un tiburón muerto en la orilla. Fue insólito. Nos quedamos como una hora mirándolo y Bernardo nos hablaba de la vida de los tiburones como si fuera Jacques Cousteau, ja, qué caradura”. Con un par de años en las Inferiores del Pincha, donde los entrenadores ya lo habían adelantado en el campo de juego, quitándole la responsabilidad de armado y, a la vez, quebrando esa relación carnal que tenía con la pelota, Romeo empezaba a llamar la atención como centrodelantero, incluso midiendo menos que todos los defensores rivales que le tocaban. Su hermano Leandro concluye que la clave futbolística para la carrera de Bernardo fue “su inteligencia. Era muy vivo para moverse, llegaba a la pelota dos segundos antes que los que lo marcaban, por eso hizo tantos goles de cabeza, de palomita… A eso hay que sumarle la convicción: desde que se fue de Tandil, él vivió para el fútbol, demostrando que no era un pibe normal. Es que cuando la mayoría de los adolescentes empiezan a encontrar su vocación a los 1820 años, él ya la tenía desde chiquito y en la adolescencia ya trabajaba de futbolista. Como hermanos, tratábamos de acompañarlo en lo que nos fuera posible y le poníamos garra: siempre alguno iba a ver los partidos desde Capital, donde vivíamos en Ecuador y Arenales, hasta La Plata o donde jugara”. 57


Entre tanto apoyo, Luciano levanta la bandera como si fuera un juez de línea para delatar el que quizá fue el único desliz en la carrera de un profesional de absoluto compromiso: “Cuando vivía en la casa de Juani Brown, una vez pusieron el despertador pero al día siguiente no lo escucharon y por eso faltaron al entrenamiento. Fueron al otro día y se comieron el reto de sus vidas. Creo que nunca más debe haber faltado…”. El cómplice, Juan Ignacio Brown, hijo del Tata, familia de prosapia pincharrata si las hay, no esconde la mano: “Eso nos pasó en nuestra primera pretemporada con el equipo dirigido por Miguel Angel Russo. Mis viejos se habían ido de vacaciones y, después de pasar cuatro días en Pinamar, nosotros habíamos vuelto solos a casa. Y nos quedamos dormidos mal, por eso dijimos ni vamos. Al otro día nos recagaron a pedos pero pasó… Y decidimos no contarle a mi papá. Claro, a él lo conoce todo el mundo en La Plata y, cuando volvió de las vacaciones, se enteró. Una noche llegó a casa y nos llamó a los dos. ‘Vayan para el quincho’, nos dijo. No me olvido más de la cara de Berni, quien nunca había visto así a mi viejo. ¡El reto que nos pegó! Y vino con castigo: a mí ya me daban el auto de mi mamá para que fuéramos al club y me lo sacaron. Estuvimos como dos meses yendo en bondi de nuevo a las prácticas, ja. Sin dudas fue la única vez que Bernardo falló en su profesionalismo. Desde chico se cuidaba mucho en todo, y se veía que iba a llegar lejos. De hecho, cuando se sumó a Estudiantes, en Octava División, se cansaba de hacer goles, era una bestia”. Con el paso de los años, con la dedicación personal y la contención familiar, una cosa llamó a la otra y Bernardo Romeo dejó de ser un desconocido para los futboleros: las citaciones a la Selecciones Juveniles se volvieron frecuentes, al tiempo que iba quemando aceleradamente las etapas en las menores pincharratas. Zabaleta cuenta que en la intimidad de su grupo de amigos “ninguno se animaba a arriesgar que Tata o que yo pudiéramos llegar a convertirnos en profesionales, pero veían el esfuerzo que hacíamos, yo viviendo solo en Mar del Plata para entrenarme ahí, Bernardo en La Plata… 58


Si hay algo que me impresionó siempre de él fue la conducta: su meta era ser futbolista y a medida que se acercaba a Primera División se esforzaba aún más. Y todos nos dimos el gusto de verlo campeón del mundo con la Selección, rompiéndola. Entonces nos quedamos tranquilos: después del Mundial de Malasia, con el nivel que tenía y cómo se tomaba su carrera, era muy difícil que le fuera mal. Aunque no se lo dijéramos, todos sabíamos que le iba a ir bien en Primera”. Dicho y hecho. En 1995, Bernardo Romeo cumplió su gran sueño.

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ROMEO PARA TODO EL MUNDO Se ríe de las heridas quien no las ha sufrido.


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En mis últimos tiempos en Estudiantes

como Calderón, Farías, Pavone, yo;

coincidí con Bernardo en el plantel de

hasta Fúriga, quien no tuvo tanta

Primera División y ahí pude conocerlo

continuidad. Aunque Bernardo nunca

y ver qué tipo de jugador iba a ser.

tuvo un físico imponente, sino una

Enseguida noté cosas típicas de la

contextura más normal, siempre

formación que Estudiantes les da a

sabía dónde ubicarse para estar en

sus jugadores desde chiquitos: Romeo

posición de gol, además de que tenía

mostró siempre tener mucha conducta,

un cabezazo tremendo. En síntesis: fue

seriedad y ser un gran profesional, aun

un gran goleador. Así se nace, eso es lo

desde pibe. Por eso pudo conseguir los

más importante.

logros y la carrera que tuvo, por ser tan

Con el tiempo, en San Lorenzo logró

responsable desde chico.

consolidarse y destacarse con una gran

Su surgimiento se dio, además, en

cantidad de goles.

una época en la que el club sacó varios delanteros importantes,

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Martín Palermo


3. Romeo para todo el mundo

Nada. Ni un pelo. Ni un rizo, o mechón lacio, abandonado por impericia de la maquinita, o de los improvisados coiffeurs. La pinta es lo de menos. No necesitó de una melena frondosa para desalentar defensores, o intimidarlos, así como tampoco precisó de una caja torácica amenazante para ofrecer la espalda y aguantar la pelota. O llevarse puestos los obstáculos. Nada, ni un pelo le quedó. No era la idea, claro, pero terminó siendo una especie de marca registrada, las entradas avanzadas en el cuero cabelludo, dibujadas por la sombra de la naciente del cabello. Nada de nada. Y todo, a la vez. “Había una cena por el Mundial de Malasia, con todas las delegaciones, en un hotel impresionante. Y, en la previa, preparándonos, estábamos con (Diego) Quintana, Leandro Cufré y Lionel Scaloni. Les pedí que me cortaran el pelo y lo hicieron mal. Ya eran las 8 de la noche, los trajes estaban listos, todo. No había tiempo para arreglarlo. “Déjenme pelado”, les dije. Y fui pelado a la cena. Se cagaban de risa. Después hice un montón de goles estando pelado. Y me acostumbré, quedó el tema de la pelada en Inferiores, en las Juveniles, en Primera”, narra el protagonista. La calva resultó un símbolo de su irrupción en el fútbol grande, de las conquistas con la Selección. Y, a la vez, fue una especie de talismán cuando el arco amagaba con cerrarse… “Sí venía en mala racha, le metía pelada. Empezaba la psicológica: ‘No hago goles porque no me pelo’. Y aparecía la maquinita”, acepta. Vaya si surtió efecto la cábala. A los 20 años, Bernardo Romeo coronaba su etapa en las Juveniles con un título del mundo, alfombra roja para su carrera. Allí, en Ezeiza, selló su pasaporte de artillero para siempre. “La pasábamos bien en la Selección. Vivía en micro, eh, desde La Plata a Ezeiza hay un tirón, pero la pasábamos de diez. Eran buenos grupos, el predio de la AFA es un hotel cinco estrellas, para nosotros 63


ALEJANDRO DEL BOSCO/ EL GRร FICO

Romeo y una imagen repetida: celebrando un gol, para la Selecciรณn Sub 20 en este caso. Quintana, uno de sus socios en ese equipo, se presta a festejar con el artillero.

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era todo lindo, nuevo, impecable. Las canchas, la ropa. ¿Una chomba nueva a la que, antes de entrenar, le sacás la etiqueta? Eso es la AFA. Ni me calentaba en pensar en las minas, ni en el baile, yo estaba metido 100% en la Selección. Me acuerdo de que miraba el Mundial Sub 20 del 95, lo miraba a Panchito Guerrero, a Leo Biagini. Yo ya estaba en Estudiantes, y pensaba ‘yo quiero estar ahí’. Deseaba estar ahí en ese momento. Y a los dos años estuve ahí. Me daba máquina, ¿por qué no podía estar? Hay que hacer el esfuerzo, seguir el camino. Y pasó todo lo que pasó”, describe un nuevo fruto de su constancia. “Uno recibe cosas, pero me rompí el culo. Mis amigos estaban en cumpleaños de 15, fiestas, y yo solo, comiendo fideos. Tampoco era de salir mucho, después me hice el grupo en La Plata, con Juani Brown, hicimos amigos, y ahí salí un poco más, pero no me desesperaba. Era muy responsable, quedé tan traumado con la forma en que me había ido de casa, con el tema del estudio, que me sentía con la responsabilidad de llegar. Tenía que triunfar, lo tenía acá (se señala la cabeza), era lo que más quería y deseaba”, vuelve a detallar el enfoque. Fue post Qatar 95, mientras Pekerman, Tocalli y compañía pergeñaban el Sub 20 futuro, cuando empezó a frecuentar el predio de la Asociación del Fútbol Argentino. El tiempo compartido generó una red de amistades que se sostiene en el tiempo, más allá de que los encuentros sean espaciados, circunstanciales. Y con cada nene… La ficha de cada uno de ellos ocupa un placard. “Se dio una relación intensa. Con Cambiasso, Quintanita, Cufré, Scaloni… Por las distancias a veces se pierde, pero había buena onda con todos. Con Aimar, cuando nos vemos, contamos anécdotas, con Samuel ni hablar. A Leo Franco, cuando como manager con el club estuvimos evaluando un arquero, lo tuvimos como una posibilidad… Poroto Cubero es un gran tipo más allá de que sea de Vélez, ja”, desarrolla un espontáneo uno por uno. También con el ícono de Boca que lo ha sabido abastecer con sapiencia. “Román también es un tipo muy piola, tengo buena relación. Sus representantes, Marcos Franchi y Daniel Bolotnicoff, son los mismos que han manejado mi carrera, así que 65


tuvimos llegada más allá de la Selección, o nos encontrábamos en la oficina. Me hizo hacer goles de todo tipo, soy un agradecido de haber jugado con él. Es un tipo diferente, tocado con la varita. Conmigo ha sido muy servicial”, pinta el vínculo. El primer certamen grande que disputó con el Sub 20 fue el Sudamericano de La Serena, Chile. Y actuó en respuesta a la confianza que depositaron en su pericia. Convirtió cuatro tantos siendo, junto a Pablo Aimar, el scorer de una Selección que alzó la copa, aventajando por tres puntos a Brasil y a Paraguay en la ronda final. ¿Quién sino él podía ser el autor del grito inaugural del paso vencedor del Sub 20 por tierras trasandinas? Fue a los 9 minutos del 5-2 a los guaraníes, a pase de Sixto Peralta; su faena de esa jornada frenó en dos. Después se guardó los restantes festejos para donde valían extra, en la etapa definitoria. Remachó el 3-0 a Venezuela, quitándose al arquero y definiendo con un derechazo potente y abrió el camino para otro 3-0, ante el local, para dejar a la Selección en el umbral del Mundial de Malasia. El primer dulce con la Celeste y Blanca tuvo el sabor esperado. Y el propio Romeo lo reconocía durante el certamen. “Nunca la pasé tan bien en una cancha. Con Riquelme, Aimar, Peralta, Cambiasso… No es que en Estudiantes no disfruto; sólo que la mística es diferente. La verdad, me divierto muchísimo”, declaraba en plena competencia. El pacto tácito, de alguna manera, era así: la fantasía de sus compañeros debía ser bajada a la red. Y él era el encargado… “Para mí, era un fantasma, como Daniel Onega en la Primera de River, y no en cualquier momento, eh, cuando tenía un plantel que era para sacarse el sombrero. Te aparecía tres veces en un partido, te hacía dos goles. Y así era Bernardo. Después, se sacrificaba, trabajaba para el equipo, fabricaba espacios. Y si estaba en racha… Leía muy bien la jugada. Y era un tipo espectacular, inteligente. Nunca lo vi enojado. Sí con el gesto adusto, si con algo no estaba de acuerdo, pero jamás faltó el respeto”, le saca Abrazo de gol entre compinches: el 9 recibe la felicitación de Scaloni y Cufré, con quienes cultivó una gran relación en la Selección. 66


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la foto Gerardo Salorio, en ese entonces, preparador físico de las Selecciones Juveniles que comandaban Pekerman y Tocalli. Para el Profe, el encastre de Romeo en un conjunto siempre fue simple por la educación que acarreaba de su casa. “Es una persona 11 puntos, y estuvimos mucho tiempo trabajando juntos; desde que se sumó de chico a Ezeiza, pasando por Malasia, Toulon… Y se termina dando una relación que traspasa lo profesional. Y es un gran tipo, con una familia hermosa, conocí a la mamá, al papá, y ahí te vas dando cuenta el por qué de las cosas”, hace trascender el cariño Salorio. Y así, con otras características al manojo de creatividad de sus compañeros, se transformó en imprescindible. En los vestuarios y las rondas de charla. Y en su zona. “Había una banda en ese equipo… Placente, Riquelme, Markic… Y él era muy serio, pero también aportaba un humor muy irónico. Y se ganó un lugar también desde el juego. Si alguno se preguntaba si estaba para ser titular, él demostraba que, si no estaba entre los 11, faltaba uno”, cierra su mirada el PF. En ese contexto, la figura de José Pekerman se tornó omnipresente por varias razones. “Nos guió, nos decía que no había que marearse por las tapas de los diarios… Pese a que yo siempre fui muy tranquilo, sus consejos fueron muy útiles. Se manejaba como un padre para todos los jugadores”, lo semblantea el tandilense. “Con él alcancé un techo importante, jugaba siempre y me hacía sentir vital para el equipo”, agrega, con alguna gota de nostalgia. Nostalgia que comparte con uno de sus tutores futbolísticos, que aporta de puño y letra sus emociones. “Es muy grato referirme a Bernardo Romeo y parece mentira que haya culminado su carrera. Es un orgullo, no sólo para sus familiares y amigos, sino para todos los que creemos haber aportado un granito de arena luego de haber compartido tantos años. Porque con Berni no fueron situaciones puntuales, sino acompañarlo en su etapa de desarrollo. Imposible olvidarse de esos tiempos en los que, pese a su juventud, demostraba entrenamiento tras entrenamiento un empuje impresionante dentro del campo de juego. Una visión y una búsqueda constante de la oportunidad, no 68


sólo para ser parte del equipo, sino también dentro del mismo partido. Porque Bernardo siempre tuvo esa gran virtud, la de saber trabajar esa oportunidad que todo goleador necesita. Para estar en el momento justo y con la cualidad, que pocos delanteros tienen, de ser no sólo el definidor de la jugada, sino saber y tener claro el panorama de juego para convertirse en el generador de la misma, aunque le tocara a un compañero culminar con el gol”, ofrenda Pekerman. “Qué recuerdos de Berni, este chico, perdón... Aquel chico, aunque para nosotros seguirá siendo siempre Berni. Hoy es todo un emblema no sólo para el club que lo vio nacer, sino también para los clubes donde ha dejado una huella. Los títulos, los logros y los reconocimientos se fueron sucediendo y eso fue un motivo para estar siempre orgulloso de, junto con nuestro cuerpo técnico, haber colaborado un poco para la base de una carrera que genera admiración”, escribe José con aprecio paternal. El planeta en el arco. El número 9. Siempre el número 9. Como Norte, como referencia. Entre junio y julio del 97, Romeo se pegó una estrella pesada, imborrable. La dinastía familiar podrá ufanarse de que uno de sus componentes fue campeón del mundo. Y, si bien el brasileño Adaílton tiene en sus vitrinas la medalla de goleador del certamen, Berni ostenta la bandera de haber sido el futbolista con más conquistas del rey del torneo: otros cuatro gritos para el mojón histórico, el bicampeonato Sub 20, ya que Argentina venía de celebrar en Qatar 95. “Ese Mundial lo disfruté como loco. Fue mi familia para allá, con los papás de Cambiasso, los de Leo Franco, un grupo de padres bastante numeroso. Se portó bien Julio Grondona y consiguió más barato el hotel para que se lo pudieran costear. Y fue un Mundial bárbaro, había un equipo…”, se le nota el orgullo en los ojos. “El viaje a Malasia teníamos que hacerlo como fuera. Obviamente no nos daba para pagarlo, pero ni dudamos en pedir dinero prestado a amigos y familiares, para poder ir con Inés. Y vaya si valió la pena…”, cotiza Carlos Romeo el sudor invertido para subirse 69


Papá Carlos y mamá Inés, orgullosos de su hijo, el scorer argentino. Hasta hicieron el esfuerzo y lo acompañaron al Mundial de Malasia.

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a la excursión. A la Selección le tocó encarar la competencia en el grupo E, que compartió junto con Australia, Canadá y Hungría. El debut fue ante los europeos y, al igual que en el Sudamericano, ¿quién le abrió la puerta al gol? El 9. ¿Y cuántos minutos habían pasado del pitazo inicial? Nueve. Como para no apostarle una carrera. La sociedad Riquelme-Romeo comenzaba a derramar éxito: centro al corazón del área de Román, cabezazo cruzado del rapado Bernardo –la especialidad de la casa- para el 1-0. Scaloni y el propio Riquelme decoraron el auspicioso 3-0 del bautismo. Al ariete le había tocado concentrar con Pablo Rodríguez, habilidoso volante ofensivo de Argentinos Juniors. Y, como toda convivencia, tuvo sus ribetes anecdóticos. “Me acuerdo de que se quería ir a la mierda, porque extrañaba”, le da pie a la historia el delantero. “Era un Mundial, pero tenía, como los presos, la cuenta de los días, los marcaba cada vez que pasaba uno. Yo le decía: ‘Pablito, dejate de joder, estamos en un Mundial’. El jugaba bien, eh, tenía las condiciones. El tema es que la mentalidad era distinta porque en Buenos Aires tenía a su familia, y la extrañaba. Yo ya había pasado por eso. Había salido del Interior, ya estaba lejos de la familia. Y en estos casos tenés que tener esa fuerza mental para bancarte los micros, los viajes, la distancia”, entiende al compañero, un poco, porque él supo anexarle un obstáculo a la adaptación. “Pobre, también… Las veces que lo veo, se acuerda. Me dice: ‘¡Me hacías escuchar a José Luis Perales a los 20 años!’. Creo que por eso se quería ir. ‘Yo lo hacía para relajar un poco’, le contesto”, subraya sus sesiones de tortura. Después de la victoria-presentación, Argentina superó 2-1 a Canadá (el 1-0, gentileza de Romeo) y, continuando con la guía numerológica, a los 9 minutos, cuándo si no, abrió el score en el sorpresivo 3-4 ante Australia, que confinó a Argentina al segundo escalón de la zona y a guantear con Inglaterra en octavos, sin dejar de observar a Brasil en el horizonte de los cuartos de final. Uf… Pero ningún desafío era mucho para estos purretes hambrientos. El 2-1 a los ingleses le abrió paso al gran clásico sudamericano, que se transformó en 71


El día esperado: Romeo debuta en Primera División, el 13 de agosto de 1995, visitando con Estudiantes a Argentinos, en la cancha de Atlanta. Schiavi, uno de sus más difíciles adversarios, intenta frenarlo.

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otro triunfazo: 2-0 y acceso a la semifinal; puja por el podio asegurada. En el umbral de la definición, el adversario fue Irlanda. Y en esa instancia fue donde Berni lustró la patente de goleador barrero, de especialista en hallar oro en la basura. Pablo Rodríguez, su cumpa de cuarto, arremetió hasta que se topó con la barrida de un rival. Romeo encontró la pelota y no desperdició el tiempo: ensayó la media vuelta, y el staff de Pekerman alcanzó la final desde su oportunismo. Uruguay, otro enemigo futbolístico conocido, aparecía como escollo previo a la gloria. Como para adosarle un elemento más de tensión al guión, arrancó ganando 1-0, con gol de Pablo García de tiro libre. Romeo fue uno de los que se posicionó en la barrera, pero no pudo frenar el estiletazo. Sin embargo, el Cuchu Cambiasso conseguiría el empate conectando un córner de Riquelme. Y un dueto del séquito más cercano a Bernardo le colocó el clip a la historia. Scaloni desbordó por derecha y Diego Quintana anticipó a la defensa (y al propio protagonista de este libro, que se relamía por detrás, pero se corrió ante la irrupción del atacante del flequillo) para el 2-1 del campeón del mundo; la tercera corona en la categoría para el país. Y en esa ola surfeaba el tandilense, guardándose un casillero importante en el mojón. “Fue un día de semana temprano cuando salieron campeones. Con mis hermanos estábamos en Buenos Aires y salimos a dar vueltas con la bandera argentina por la Avenida Santa Fe. ¡Gritábamos como locos! Nadie estaba muy enterado del resultado de Malasia, no había Internet aún, por lo que el público se fue dando cuenta del logro durante la tarde. ¡Qué alegría teníamos! Fuimos a buscarlo al predio de Ezeiza cuando volvió el plantel. ¡Y ya había empezado a ser conocido!”, refleja su hermana María Paz la felicidad familiar. Esa camada de futbolistas no se quedó en los dos éxitos de 1997. En 1998, disputó y obtuvo el Torneo Esperanzas de Toulon, corriendo del camino a Inglaterra y al local Francia. Y fue parte del galáctico Preolímpico del 2000, disputado en Brasil, que no consiguió uno de los dos pasajes para los Juegos de Sydney, que quedaron para el dueño de casa y Chile. Riquelme, 73


Aimar, Saviola, Cambiasso y, claro, Romeo, compusieron una plantilla que no pudo engranar como sugerían los nombres. El ariete disputó siete partidos de dicho certamen, convirtiendo dos veces: a Bolivia (el match finalizó 2-0), en la primera fase y a Brasil, en la ronda final (2-4). La decepción fue profunda para todos los chicos. Y resultó un injusto último paso de Bernardo por las Selecciones Juveniles. Tuvo, por supuesto, su paso por la Mayor, con Marcelo Bielsa como entrenador. La primera vez, casi como una analogía de la vida, por los nudos propios, por el contexto, nunca emula a lo que nos dictan los sueños. Si bien tuvo sus cinco minutos en un amistoso ante México en el 2000 (ingresó faltando cinco minutos por Marcelo Delgado), su debut por los puntos fue en las Eliminatorias para el Mundial 2002, por la 17ª jornada, frente a Perú (2-0). Y la previa tuvo sus pasos de comedia. “Bielsa me cita a dos días del partido, porque se lesiona Marcelo Gallardo. Cuando llego al predio, ya estaban todos vestidos. Como jugaba con tres puntas, quería que los tres supieran cumplir todas las funciones, por derecha, por izquierda y por el medio. Ariel Ortega y Claudio López participaban del ejercicio. Me acuerdo como si fuera hoy: el trabajo era hacer un dribling y tirar un centro. Y no podía levantar la pelota. Con el cagazo que tenía, estaban el Piojo, Crespo, todos los muchachos, que venían muy bien…. Y me cagó a pedos: ‘Romeo, no puede tirar un centro’. Yo no conocía al tipo, cómo trabajaba, más allá de las referencias. Y seguía sin poder levantar la pelota. Entonces se me acercó Orteguita y me dijo: ‘Quedate tranquilo que esto es con vos, con Batistuta, con todos’. Y ahí me tranquilicé. Se maneja igual con todos, y te hace decir: ‘¡A la mierda, es bravo!’. Es muy detallista, el tema es cuando no estás acostumbrado. Es serio, con mucho carácter. Y como jugador, si no trabajaste con él, cuando te sumás, te mete dos cagadas a pedos así y primero te choca. Con él tenías que estar muy bien físicamente, porque los jugadores presionaban como loco. Y no me salía el ejercicio, eh. Bielsa me decía: ‘A ver, de vuelta’, y seguía sin poder ¡Levante la Copa, Bernardo! El goleador del equipo, con cuatro gritos, posa con el trofeo obtenido por el combinado Sub 20 en Malasia. 74


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levantar la pelota; cada vez más nervioso me ponía. ‘¡Hágalo de vuelta!’, me gritaba. Pero el tipo era excepcional. De hecho, mis partidos en la Selección fueron con él. El Loco, mamá querida. Me encanta como técnico, le tengo mucho respeto”, rocía con agradecimiento la incómoda anécdota. Fueron cuatro sus participaciones, las últimas dos, en 2003, en ocasión de una gira por Asia. En el 4-1 a Japón gritó su único gol con la camiseta argentina de mayores. Un viejo compinche de la etapa Sub resultó su cómplice. “¿Cómo no me voy lo voy a acordar? Pase de Riquelme, le pegué, pum, por arriba y gol”, recrea gestualmente. En efecto, fue el 3-1 de la goleada; Román lo encontró en el tiro libre y el realizador se anticipó con un puntazo al arquero. Y lo celebró a su modo, con los brazos abiertos, las palmas hacia arriba. “Ese día debutaron Gabriel Heinze y Maxi Rodríguez en la Mayor. Estaba en Disney, aparte era pendejo. Tenía un espíritu, unas ganas… Lo que genera la Selección Nacional no tiene precio”, saborea. Es que, después de tamaño recorrido en el predio de Ezeiza, con los colores de la bandera tatuados, la voz de la conciencia le reclama a la distancia alguna travesura más con la Selección top. “Me hubiera encantado jugar un torneo con la Mayor, como una Copa América. Me quedó pendiente, viví tanto en las Juveniles, tanto en el complejo de Ezeiza, que me hubiese gustado estar más; después se complica. Es muy difícil. Me puse la camiseta de la Selección, y no es poco. Hay gente que ha amasado una carrera, y no ha logrado ser campeón o no ha tenido la oportunidad. Para mí, es lo máximo”, concluye. Tan joven y a los gritos. Estudiantes recién regresaba a Primera, por lo que, sin chance de fogueo en Reserva, Romeo calentaba la garganta en Quinta. Tenía apenas 17 añitos, pero apuraba al DNI con más polenta aun que a los defensores. El Apertura 95 no había amanecido cuando Miguel Angel Russo y Eduardo Manera lo convocaron a trabajar con el elenco de Primera. Para el púber Bernardo ese solo hecho ya representaba la panacea. 76


Claro, no sabía que la dupla técnica le tenía reservada una sorpresita superadora… “Me enteré de mi debut en Primera en la charla técnica”, anticipa el Enamorado de qué va el cuentito. “Russo me llamó en la semana previa para entrenarme con el plantel, me dijo que necesitaba un delantero. Y en la última práctica antes del partido, al momento de hacer pelota parada, los puso a Calderón y al Cabezón Alejandro Méndez arriba. Yo no era titular. Sin embargo, en la charla técnica, cuando informó la formación, Manera dijo: ‘Arriba van Caldera y Romeo’. Yo pensé que me moría. Me puse contento, 17 años, pero tenía unos nervios… Me puse todo colorado”, describe su reacción, desprovista de actuación. El grupo estaba compuesto por hombres de foja extensa, varios de ellos símbolos del regreso a la elite. Y alguno hasta se compadeció de la revolución que vivía Bernardo en su interior. “Había unos monstruos en el equipo… Estaban Cascini, Almandoz, Verón, Caldera, Rojas, Azconzábal, Pepi Zapata, Leo Ramos… Mientras me decían que iba a jugar, tenía sentado al lado al Rulo París, que trataba de tranquilizarme. Fuimos a la cancha en dos combis, iba blanco como un papel. Antes de salir para el estadio, lo llamé a mi papá para avisarle; él ya sabía que estaba entre los concentrados, pero de ahí a que fuera a debutar…”, invita a otro personaje al relato. “Lo tuvimos que escuchar por radio, no había forma de llegar desde Tandil; si ni él sabía que iba a jugar. Se dio de golpe, nos volvimos locos. A partir de ahí, íbamos casi siempre a la cancha, directamente a la popular. A veces, casi sin decirle nada”, aporta su óptica Carlos Romeo. Es el 13 de agosto de 1995, Argentinos recibe al Pincha en Atlanta. El goleador sale del caparazón. Y, aunque no inaugurará la temporada de gritos, aprenderá a fajarse con un titán que le presentará varias batallas. “Arranqué con el Flaco Schiavi, lindo debut, ja. Después lo enfrenté en Boca, en Newell’s… Un jugador con mucha experiencia, con roce, grandote. Toda una vida enfrentándonos. La última vez fue en un San Lorenzo-Newell’s, hice un gol. Y, cada vez que nos cruzábamos, nos decíamos: ‘¿Qué hacés acá, vos seguís jugando todavía?’. Al tiempo, leí una 77


Otro lujo que pudo darse Romeo: jugar en la Selección Mayor. Aquí un festejo de la mano de Matías Almeyda y Claudio López, junto a Juan Sebastián Verón, Javier Zanetti, Germán Burgos y Roberto Ayala.

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nota en la que comentó que yo era difícil de marcar, por los movimientos… Y para mí también él era difícil, por el juego físico, el uso de las manos… Era duro”, le tira onda a su áspero oponente. Como si sus tapones no hubieran sido poco, BR9 se encontró con un clon de Rolando en Alemania: “El brasileño Lucio jugaba para el Leverkusen. Lo enfrenté seguido con Hamburgo. Y era bravo, de las mismas características que Schiavi; a veces cuesta aguantarlos... Después de un partido en que me siguió, terminé con dolor de cuello, de espalda, de brazos…”. Debió esperar un poco para romper su primera red entre profesionales. Más precisamente, hasta el 20 de septiembre. Fue por la Supercopa 95, ante Nacional de Uruguay. “Veníamos de perder 4-0 contra Nacional en Montevideo, y en la revancha salimos 2-2. Definí a un palo, en el arco de la calle 57. Quedamos afuera, pero no importaba”, atesora con amor la primera perla. Mezclados con la acción en la Selección, alcanzó a disputar 46 partidos con la albirroja. Los goles en los certámenes locales llegaron recién en el 97, ante Colón, Huracán de Corrientes, Huracán de Parque Patricios y… San Lorenzo. ¿Presagio de lo que le tenía preparado su carrera? “En ese equipo estaban Ruggeri, Manusovich, Galetto, los campeones del 95. Ganamos 1-0 un sábado a la noche, Passet era el arquero. Ya te generaba cosas sólo el hecho de tratarse de San Lorenzo, un club grande”, acepta la señal. Pero la actividad disgregada no congeniaba con sus objetivos. Y eso, tarde o temprano, iba a traer alguna consecuencia. Un pasaje al dulce hogar. El contraste era inevitable. En la Selección probaba el néctar; el Pincha, dieta. A pesar del profesionalismo de Bernardo, en algún momento el conflicto de intereses iba a brotar. “En Estudiantes no pude encontrar la tranquilidad, hice algunos goles, pero no tuve la continuidad que necesitaba. Era pendejo, con la Juvenil estaba mucho afuera. Russo y Manera, quienes me habían puesto en Primera, se fueron después de un 0-1 contra Español en cancha de Ferro. Se quedó el Profe Córdoba, hizo 79


una campaña bárbara, pero yo ahí veía que no tenía las chances. El clima estaba espeso, había puteadas por la campaña. Y el tipo por ahí me quiso cubrir un poco. Y yo me dediqué a la Selección, era uno de los pocos del plantel de Pekerman que había debutado en Primera. Y yo sabía que tenía el Mundial por delante, son etapas que no vuelven. Después Estudiantes no me quiso vender y empezó el conflicto, pero le estoy eternamente agradecido, es el club que me ayudó a formarme como persona, me enseñó valores”, detalla la raíz del tironeo, sin desplazar a la memoria. El tema es que, en el medio, surgió un competidor con el que existe una admiración mutua. Uno al que le fue bastante bien en La Plata, y también en Boca… “En ese partido contra Español entró Martín Palermo por Calderón. Estaba en una situación como la mía: esperaba una chance, no jugaba tanto. Y la empezó a meter, era más grande de edad. El Profe Córdoba apostó a gente más grande y no tuve continuidad. Me lo explicó, dijo que yo estaba cuatro días por semana en Ezeiza, llegaba y estaba encima el partido; así era difícil. No fue lo que hubiese querido. De hecho cuando volví de Malasia apareció una oferta de Logroñés y no me quisieron vender. No me querían vender, no jugaba, no había firmado contrato… Y empezó el lío”, desgrana la génesis de las chispas. “Después del Mundial el problema se hizo más grande, no se sabía adónde iba a jugar… Lo querían varios clubes, pero ninguno se definía… La pasó mal de verdad en esa época, porque con todo el esfuerzo que había hecho, se le trababa la carrera en un buen momento deportivo”, entrega el semblante su amigo Mariano Zabaleta. Fue la Selección, entonces, la que le continuó prestando cobijo ante las inclemencias. En todo sentido. Porque su chapa de hombre del combinado nacional, y la cercanía de competencias en el corto plazo, como Toulon, le jugaron a favor en pos de una definición. “Es cierto, nos ha tocado atravesar momentos duros donde él mismo dirimía diferencias con su club, pero nunca dudamos en apoyarlo hasta las últimas consecuencias porque sabíamos que el esfuerzo, la constancia y la perseverancia lo acompañarían por un largo 80


camino y él se lo estaba ganando. Y el tiempo nos dio la razón”, presta el hombro Pekerman. Fue larga, engorrosa, pero la definición al fin llegó. Y con un destino que le abrió los brazos a la historia de un amor. Porque debió terciar Julio Grondona, sentadito en la mesa de negociaciones, prueba de lo que representaba la gema. Es que, desde Logroño ofrecían cerca de dos millones de dólares por el futbolista que debía haber firmado vínculo en julio del 97... “El futuro de uno estaba en juego. E intervino Futbolistas Argentinos Agremiados”, desgaja. En el medio del tironeo, mientras Estudiantes se hallaba de pretemporada, Romeo se entrenaba por su cuenta con un preparador físico (el Gallego Juan Carlos Menchón, un clásico entre los tenistas de su ciudad). “El técnico era Patricio Hernández. Un día me levanto para empezar los trabajos, y escucho a un periodista por la radio que comunicaba la resolución de la AFA: ‘El jugador debe volver a Estudiantes’. Estaba triste, el 53% de mi pase le pertenecía al Pincha y el 47 a mí, pero tenía que reintegrarme a las prácticas. ‘No vuelvo, no vuelvo ni loco’, pensé. Y en la tele lo engancho a Patricio cuando le preguntan por mí. ‘Tiene que venir, pero las chances no van a ser las mismas’, explicaba. ‘Es uno más’, agregaba. Y yo no sabía qué hacer. Encima, el libro de pases ya estaba cerrado, un bolonqui”, revive la angustia. La llave, dicho quedó, la aportó el titular de la calle Viamonte. “Hablé con mi viejo, con Franchi, mi representante, les dije que aunque fuera me mandaran a préstamo. Y con el Turco Marchi fuimos a hablar con Grondona. La AFA quería llegar a una decisión, tenía competencia por delante con la Selección (Pekerman lo respaldó con insistencia). Legalmente, dicho por Agremiados, debí haber quedado libre. Y ahí se define abrir por una semana el libro de pases para mí. Una semana, nada más”, indica el haz de luz. Por algo habrán de pasar las cosas. Si el destino no escribe, alguna pauta, al menos, bosquejará. Porque una vez que Berni apareció en las góndolas, Unión levantó la mano pidiéndolo, Huracán, sí, justo Huracán, arremetió, y sus dirigentes llegaron a verle los botines, pero... El amor a primera vista existe, máxime con un 81


Romeo de por medio. “Estuve cerca de Huracán, y me llamaron de varios clubes. Pero Fernando Miele automáticamente le dijo a Marchi: ‘Lo quiero. No lo puedo comprar ya, pero dénmelo a préstamo’. Y a mí se me abrieron grandes los ojos”, le late el corazón retro a Bernardo. Y la flecha atravesó aurículas, ventrículos, el músculo entero, hasta hacerle bombear sangre azulgrana. “De la nada apareció Miele para llevarlo a San Lorenzo. Fue increíble, ¡hasta hicimos una fiesta con el grupo de amigos! Para colmo, en el interín su mujer quedó embarazada, entonces fue todo un gran esfuerzo para ellos. Eramos muy chicos y todo lo que le pasaba era muy fuerte. Más allá de que era muy correcto y trabajador, llegar a un club grande como San Lorenzo lo ayudó mucho, encima empezó con buen pie. Nosotros sabíamos que entre el talento y la responsabilidad era imposible que le errara en la carrera”, adjunta su compinche Zabaleta. Basile había dado el visto bueno para su incorporación, pero la competencia lo obligó a desenfundar los remos desde la Reserva. Pero después de las idas y vueltas vividas, la energía goleadora estaba renovada. Torció el pizarrón hasta firmar su leyenda. Desde su primer alarido, ante Belgrano, tres goles en cuatro partidos con el Coco en el banco, la explosión con Ruggeri con el buzo en el Clausura 99 (13 conquistas en 18 juegos), y la chorrera de gritos ya no cesó, como si un grifo interior se hubiera abierto. Su sencillez y humildad, sus actitudes, harían el resto. El artillero se había afianzado, ya era cosa seria. Y había encontrado su pareja para toda la vida.

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Sueño cumplido Si algo seducía a Romeo era jugar en la Selección: la Juvenil lo cobijó y vaya si él respondió. Con sus goles, el equipo de José Pekerman ganó tres títulos, forjando una dinastía inolvidable.

11 GOLES

29 PARTIDOS JUGADOS

3

TITULOS

Sudamericano Sub 20 (1997 Chile) Mundial Sub 20 (1997 Malasia) Torneo Esperanzas de Toulon (1998)

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GLORIA AL 2001 A mí bien me cuadra el viejo proverbio: bien juega quien mira, y así podré ver mejor la partida; pero sin jugar.

4 85


Berni es un tipo ejemplar por el trato

el finalizador de las jugadas, y era

humano que tiene en el día a día y eso

contundente. Tenía un gran juego aéreo,

es lo más lindo que te deja el fútbol,

anticipación y tiraba unas diagonales

son cosas que van más allá de la gloria

a espaldas de los centrales que eran

y de los títulos. Le guardo un recuerdo

letales. Afuera, en la intimidad del

muy profundo. Romeo siempre tuvo un

vestuario, era un fenómeno pero en otro

liderazgo introvertido, pero liderazgo

aspecto. Todavía me acuerdo de cuando

al fin, que desde afuera quizá no se veía

se ponía a cantar en el vestuario

y como profesional no tiene nada para

canciones ochentosas en inglés, como

que le objeten, siempre fue un ejemplo

es él, e inventaba palabras. Se daba

por la manera en la que se entrenaba, la

cuenta de que no pegaba una pero la

dedicación que ponía, el amor a la causa

seguía remando con tarareo, ja. Un

y lo que siempre estuvo a la vista: el

genio.

olfato goleador. En la cancha era terrible, sabía muy bien cuál era su función, la de ser

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Sebastián Washington Abreu


4. Gloria al 2001

Fue un combinado de jóvenes, atorrantes y descarados, junto a un par de muchachotes con un nombre ya hecho. Fue un ingeniero quien estuvo al frente de aquel proyecto aunque a su labor le adosó yeites de otras carreras. Algo de arquitecto para diseñar y planificar. Para levantar con justeza los cimientos de un equipo y para, luego, ir afinando los detalles más puntillosos. También una dosis de minero para descubrir el oro en polvo que brotaba en cantidades industriales gracias a aquellos purretes criados en La Cicloneta de Roberto Mariani. Sin saberlo, bien podría haber sido un homenaje para don Romeo, el padre de quien sería una de las piedras fundamentales del ciclo. Esa obra maestra que terminaría siendo el asentamiento perfecto para que convivieran el Clausura y la Mercosur en el mismo año. Hablamos de aquel tandilense que había llegado tres años antes desde Estudiantes, que había alternado en Reserva esperando ganarse un lugar, pero que ya había degustado el sabor de la Primera. Inclusive de los goles con valor de porotos internacionales: en el Pincha y, ya en Boedo, en la Libertadores 2000 y en el primer par de ediciones de la Mercosur, como si fuera una premonición de lo que se vendría, de las alegrías que le brindaría al pueblo azulgrana. ¡Glorioso 2001, San Lorenzo! De objetivos más que cumplidos, de rachas incuestionables, de conquistas reprimidas. Uno de los mejores momentos de la parte más contemporánea de la historia azulgrana gracias a una receta con varios condimentos. Idolos y proyectos. Algo de Camboyanos, de Matadores y de Carasucias en un mismo plantel. Todos aportando lo suyo. Hasta los de afuera, si ni los Quemeros le dieron la espalda y le tendieron su mano sobre el final del Clausura para facilitar la consagración. Y el chileno, el ingeniero civil, que llegó siendo un desconocido absoluto y acomodó un plantel de voces fuertes para que todos 87


tiraran para el mismo lado, le dio continuidad al proceso anterior con los pibes, retocó a su gusto algunas cositas del equipo y le puso su sello: pelota al piso, buen juego y siempre a mirar el arco de enfrente. Hasta recuperó soldados como Michelini, Tuzzio o Serrizuela. Y, sobre todo, le dio la confianza al hijo del minero para que fuera el bastión del gol, para que atemorizara con su flecha a cuanto arquero se le pusiera enfrente, para que encendiera la llama incandescente de ese amor que amenaza con nunca apagarse... Y lo bien que le salió todo ese trabajo de albañilería. “Ruggeri armó la base de ese equipo y después llegó Pellegrini. A Manuel no lo conocía nadie, ni nosotros. Sólo teníamos algunas referencias y sabíamos que lo acompañaba Cousillas, referente del club. La verdad es que nos encontramos con una persona increíble. Me acuerdo de que apareció en el primer entrenamiento con la lapicera agarrada del cuello de la chomba, era un tipo que hablaba cinco idiomas y la tenía muy clara. Sabía que tenía por delante una parada complicada: jodían diciendo que venía a hacer los codos de la cancha; entonces nos juntó a todos y después habló a solas con los más grandes. Tuvo una charla bárbara, marcó las pautas de trabajo y terminó haciendo un laburo impresionante: 47 puntos, 13 victorias seguidas; en el semestre siguiente la Copa. Un año exitosísimo. ¿Qué más le podés pedir?”, la pregunta con la que cierra su resumen Bernardo es la conclusión del trabajo del entrenador y la respuesta a quienes no entiendan por qué el lazo sentimental perdura. Claro que el chileno tuvo en Romeo a su as bajo la manga. Se la jugó por él, relegando nada menos que al Loco Abreu y al Polo Quinteros, dos con pasado europeo. Y el 9 respondió a full. “Fue una linda competencia. El Loco ya había estado antes en el club y era ídolo. No nos tocó compartir cancha demasiado pero era un compañero fenomenal. Y Manuel sabía mucho de vestuario, te hablaba en los momentos justos... No te dejaba caer”, rememora. Y para certificar que el DT no sólo descollaba por cuestiones tácticas, como El 9 goleador alza a su asistidor preferido: Raúl Estévez. Con el Pipa formaron en San Lorenzo una dupla casi infalible. “Soy un agradecido a él”, confiesa Romeo. 88


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el retorno a la línea de cuatro en el fondo (Ruggeri lo formaba con tres) o el volantazo durante el Clausura para pasar de dos volantes de contención y dos enganches a un trío de mediocampistas y un enlance, suelta cuáles fueron los pilares en la intimidad con los que sostuvo su construcción: “Tuvo la capacidad de mezclar a pibes como Estévez, el Pipi y Erviti, con gente de experiencia como Miche, Campa, Ameli, Leo Rodríguez, Rivarola. Después, había un par que estábamos en el medio por edad. Por mi personalidad y mi forma de ser, estaba más cerca de los grandes. Formó un buen grupo, con una mística espectacular que, encima, jugaba buen fútbol. Ojo, lo que decía el chileno se respetaba a rajatabla. El tipo se imponía, saliera Pablo, saliera Leo o el que fuera se callaban la boca. Cuando la cabeza del grupo es seria es difícil que se te desmadre... Puede haber algún quilombito, pero es raro”. Fueron épocas difíciles, con problemas de índole institucional, quizás un motivo más para destacar lo alcanzado por aquel equipo. “Fue el mejor grupo que me tocó integrar. Había mucha hambre de gloria que no permitió que los problemas económicos afectaran. Pellegrini fue muy importante porque nos guió para encarar la situación. A mí como capitán me tocó hacerme cargo de cosas ajenas a lo deportivo, era abogado, contador y jugador al mismo tiempo, pero lo más importante es que todo se decidía entre todos, éramos un grupo en el que todos tenían cabida y tanto los grandes como los chicos estuvieron a la altura de las circunstancias”, rememora el hombre de la cinta, Horacio Ameli. Y Gustavo Campagnuolo, compañero de habitación de Berni, se suma: “Fue un momento difícil del club, hasta hubo oportunidades en que no concentrábamos por las deudas, pero deportivamente era una bestialidad los jugadores que teníamos. Había 20 o 22 muchachos de primer nivel y, jugara quien jugara, el equipo no se resentía”. Ya en 2013, el arquero y el 9 siguieron caminando a la par, uno como entrenador de arqueros y el otro como manager: “Era un jugador impresionante, pero además un compañero fenomenal. Yo lo considero un amigo, fueron muchos años, se conocen las familias y siempre hablamos 90


mucho. De hecho, cuando nos fuimos de San Lorenzo, cuando él estaba en Alemania y yo en México, nos mantuvimos en contacto...”. Ese fue el momento del despegue, no sólo de Berni sino también el de varios más... Con las vueltas olímpicas llegó la consagración y por consiguiente las transferencias al exterior. “Ahí pegamos el salto todos. Hacía varios campeonatos que veníamos peleando pero no se nos daba. Ese 2001 fue el momento de la consolidación de muchos y, en mi caso, fue el mejor momento de mi carrera. Salir campeón siendo goleador es lo máximo para un delantero. Es algo casi imposible de repetir. Encima ganamos el primer torneo internacional del club, logramos un título después de seis años... Fueron muchas cosas y todas juntas”, recuerda la vuelta y los 15 festejos que lo hicieron máximo artillero de la liga. Tan adentro del corazón de Romeo se metió aquel equipo, que aún su imagen está presente y hasta lo acompaña en su vida cotidiana: “En mi casa tengo dos cuadros de mi carrera nada más: uno es el equipo con el que ganamos el Mundial de Malasia y el otro es el de aquel 2001”. Como si fuera un veterano pasado de copas en un bar, enamorado de aquel once que lo llevó a asentar su historia de amor con el gol, enumera la formación de pies a cabeza. Pero enseguida se viene más acá en el tiempo y demuestra que aquel grupo que Pellegrini armó no se oxida con el paso de los años: “Quedó una amistad muy grande y nos juntamos cada tanto con Miche, Pusi, Edu (Tuzzio), Campa y Leo (Rodríguez). Siempre charlamos y decimos ‘mirá adónde llegó el chileno’. Fue uno de los técnicos que a mí más me marcó, pero ojo, que si no muestra lo que mostró en esa época, hoy no estaría donde está. Creo que por eso está muy agradecido con nosotros, le dimos el inicio a una carrera muy importante”. Y vaya si es verdad... Manos a la obra, Ingeniero. El arranque del Clausura fue algo tormentoso: tras la salida de Ruggeri en el verano, Víctor Doria, quien venía del Fútbol Juvenil, quedó al frente del equipo como interino y salió a la cancha 91


Vuela, vuela… A Romeo no le hace falta equipaje, ni una talla imponente. Aquí, supera a una sorprendida defensa de Huracán, en Vélez.

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con el buzo de DT en el debut en La Plata. En los primeros tres juegos la suerte fue dispar: parda ante Gimnasia, victoria como local ante Newell’s, ya con Cousillas acompañando en el banco (luego sería ayudante de campo), y el debut de Pellegrini, créase o no, fue con derrota: 0-2 ante Racing. De todas formas, Berni ya empezaba a cumplir con goles, dos en los primeros tres partidos. Y repetiría la siguiente fecha, en el triunfo ante Belgrano. Luego, quedaría un empate más en el clásico con Huracán y, cumpliendo con aquello de que hay que dar un paso atrás sólo para tomar envión, la segunda caída en el torneo, en la 9ª, frente a River, sería el punto de partida de la histórica racha de 13 ganados consecutivamente, incluyendo hasta el tercer match del siguiente Apertura. Fue un cachetazo duro, el cuadro de Núñez era otro gran candidato y el traspié a mitad de torneo atentaba contra los sueños azulgranas de vuelta olímpica. Sin embargo, en ese momento salió a la luz esa mística de la cual Berni habló líneas más arriba, ésa que ya se había dejado ver un poco en el Sur, en aquel 5-4 a Lanús no apto para cardíacos. En esa oportunidad, el 9 aportó un gol de rodilla. Sí, de rodilla, como para demostrar que lo suyo era un arte y no una cuestión facultativa: el arte del gol. Y volvería a sumar un tanto clave un par de fechas después frente a Independiente, otorgándole la victoria al Ciclón en el final. En el otro cruce chivo, ante Boca, fue Abreu quien ahogó de tanto gol las gargantas con el 1-0. Y justamente era entre ellos que el chileno tenía un duelo de pesos pesado. Cada fin de semana se debatía entre el enamoramiento o la locura. Entre el delantero consagrado o el que estaba en progreso. Y en el momento clave fue la suerte la que tomó tan difícil decisión de optar por uno de los dos. “Romeo entra por Abreu”, anunciaron los diarios en la previa de aquel 5 de junio. Si bien era el goleador, una lesión lo había relegado y le había abierto la puerta de la titularidad al uruguayo: “Me lesioné contra Los Andes y, cuando me recuperé, Manuel no quería tocar el equipo. Yo estaba luchando con Cardetti por ser el goleador y estábamos ahí de salir campeones, tenía mi sueño a un paso, pero el tipo me agarró, 93


Dos potencias se saludan‌ Y se han saludado muchas veces para alegría de todo San Lorenzo. Romeo-Pipi, una sociedad para la eternidad.

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me llamó aparte y me dijo que no iba a jugar de entrada. Me enojé porque esperaba que me respaldara, el que venía siendo titular era yo. Me acuerdo de que un poco le discutí. Después lo hablé con Michelini, no sabía qué hacer. Me fui re caliente. Con el paso del tiempo me di cuenta de que no era conveniente tocar el equipo, tenía razón”, relata como si estuviera volviendo a vivir ese momento. ¿Por qué entonces los periódicos terminaron escribiendo su nombre dentro de la formación titular que enfrentaría a Argentinos? Es el propio Abreu el que le aporta cordura a la explicación: “El partido era un martes y el sábado anterior cumplía su primer año mi hija Valentina, así que le avisé a Pellegrini que me iba ese día libre a Uruguay para festejar con mi familia y que volvía el domingo para estar a la mañana en el entrenamiento. Me respondió que estaba bien, pero me advirtió: ‘Tenga cuidado, no vaya a ser que pierda el puesto por un inconveniente personal’. Estando ya arriba del chárter para volver a Buenos Aires me dicen que el despegue se demoraba por niebla. Empezó a pasar el tiempo y no salía, hasta que me di cuenta de que no llegaba. Llamé desde Montevideo para avisar que llegaba tarde y Manuel sólo me dijo ‘va a seguir en el plantel, pero el puesto lo perdió’. Así fue, el que jugó fue Berni e hizo los dos goles... Por suerte mi avión no salió”. Y el cierre a modo de chiste fue realidad ese día en Caballito. “ ‘Gracias avión, gracias’, gritaba el Loco mientras festejábamos los goles. Esa es una prueba del nivel de comunión que había en el plantel”, comparte Campagnuolo. Es que una de las piedras en el camino que tuvo San Lorenzo a lo largo de esas 19 fechas fue justamente aquella noche en el estadio de Ferro. A un partido del final, debía ganar y esperar a ver qué papel hacía Huracán ante River en Parque Patricios. Pero él no podía demorarse tanto, no podía concentrarse en lo que pasaba allá, en el otro barrio... En su cabeza sólo había gol. Y ese partido fue un claro ejemplo. Es que sólo unos minutos de la primera mitad bastaron para que abriera sus brazos y los levantara hacia el cielo como plumas de cuervo para dar paso al delirio. Fórmula repetida a lo largo 95


de ese torneo, centro de Raúl Estévez para que Romeo conectara el frentazo en el aire. Después, el segundo, nuevamente desde la derecha, aunque en esta ocasión quien se puso la pilcha de asistidor fue el joven Pipi Romagnoli, para que, otra vez, la bocha de Berni dejara afónicas las gargantas. Pero quedaba más sufrimiento, los latidos seguían acelerándose a cada segundo, porque si bien el resultado del partido en Caballito parecía cosa juzgada, Quemeros y Gallinas se retrasaban. Pitazo final y victoria para San Lorenzo, pero el 2-2 perduraba en La Quema. Romeo, solo en la mitad de la cancha, seguía el partido por radio. Nadie se movió de las tribunas, nadie se movió del campo de juego... Más allá, detrás de un arco, como si el cartel de publicidad fuera un altar, Sebastián Abreu, aquel de la llegada tarde, Gustavo Campagnuolo y Leo Rodríguez rezaban mientras seguían el encuentro de los primos. De golpe, un “uhh” generalizado encendió la alarma. ¿Qué pasaba? Juan Carlos Padra, amigo de la infancia del Pipi, estrellaba un remate en el travesaño. Pero, segundos después, estalló la locura: todos saltaron a la vez, la radio relataba el momento exacto en el que Derlis Soto empujaba el rebote y marcaba el tercer gol del Globo. “Gritamos los goles de Huracán. Una locura, ja”, retrata la nueva experiencia de celebrar conversiones ajenas. “Ese día fuimos a la tribuna con unos amigos y, cuando terminó el partido, mientras todo el mundo festejaba porque el campeonato ya casi estaba, a uno de los que estaba conmigo se le ocurrió decir que yo era el padre de Romeo. ¡Para qué! Me empezaron a abrazar, a besar, lloraban y me agradecían por mi hijo. La verdad es que fue un momento inolvidable”, aporta su recuerdo Carlos, su progenitor. Pero había que esperar cinco días más. No pasaban los minutos, las horas y mucho menos los días. Un empate ante Unión alcanzaba para coronarse. El Pedro Bidegain se mostraba repleto, casi sin invitados Tatengues. Y, otra vez, él volvió a ser el gran protagonista, como si algo más hubiera hecho falta para que quedara en claro que ése era su año, que San Lorenzo era la Julieta de este Romeo. Siete minutos apenas alcanzaron para que su presencia 96


temible en el área surtiera efecto. La bocha en el aire viajó con destino directo a su cabeza goleadora y San Martín lo empujó. ¡Penal! Doce pasos separaban a Bernardo del grito desaforado, doce pasos eran los que faltaban para terminar de gritar campeón con todas las letras. “Pellegrini ya había dicho que los encargados de patear en caso de que hubiera un penal éramos el Pipi o yo. Cuando me hicieron la falta, enseguida agarré la pelota confiado, pero cuando la apoyé en el piso y miré para arriba... Era terrible la gente que había en la tribuna y encima el arquero era Castellano, que atajaba penales. No quería levantar la cabeza, porque cada vez que miraba me ponía más nervioso. Fue uno de los goles más importantes que hice, pero no es joda estar ahí, eh. Cuando la pelota entró fue un desahogo, hasta lo puteé al pobre Castellano de la locura que tenía”, suelta emocionado, con un dejo de disculpas hacia el Loco que llevaba el 1 en su espalda. Y ni siquiera él, experto emulador del Goyco de los ´90, pudo contra su certeza. La manoteó, es cierto, pero no logró impedir que la redonda, ya atravesada por la flecha de este cupido, se besara con la red. El match terminaría 2-1, con él, enamorado como nunca, siendo partícipe. Tras un remate suyo, el rebote en un defensor lo dejó a Walter Erviti solo para definir y anotarse en el marcador. De estirpe insaciable, iría por más. Ni siquiera lo ahuyentaría el golazo de tiro libre de Germán Castillo para descontar. Se moría el partido y seguía yendo a buscar, a puro olfato. Pelotazo y él, chiquitito, se elevó entre los centrales para obligar a Castellano a estirarse y pegar el manotazo. Después, el chileno pondría su granito de arena para que se robara todos los flashes. Abreu a la cancha y ovación para Berni. Lo que siguió, se sabe. Invasión de cancha, suspensión y San Lorenzo campeón.... En esta historia de amor, ya no había, ni habrá, terceros en discordia. Copate conmigo. Cómo explicar sensaciones que no se conocen, cómo expresar en palabras esos sentimientos que los terrenales, que patean la pelota con pasión pero sin gloria, nunca podrán vivir. ¿Desde los sueños? 97


La gloria de la Copa Mercosur en un festejo de su goleador. En este caso, como verdugo de Cerro PorteĂąo, al que Romeo le hizo tres goles en el estadio Pedro Bidegain.

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Quién no soñó con jugarse la vida en el verde césped. A todo o nada. El que gana es campeón y el otro será recordado como un tristemente célebre. Qué futbolero de ley no se despertó alguna vez exaltado porque la almohada lo trasladó a ese momento de coronación con más de 40.000 fanáticos coreando a viva voz el grito más preciado del fútbol. Es que jugar una final no tiene comparación para ningún deportista a lo largo de su carrera profesional. Mucho menos si dicho encuentro pone en juego la chance de entrar en la historia, si entrega la posibilidad de grabar a fuego su propio nombre en un club como parte del plantel que alcanzó la primera copa internacional después de más de 90 años de historia. No habrá goma que logre borrar aquellos apellidos, ni paso del tiempo que permita el olvido... Más aún si las mariposas ya aletean en la panza, si el hombre en cuestión ya se metió en el corazón de dicha institución y los hinchas le profesan amor eterno, casi religioso. Bernardo Romeo logró todo eso y muchas cosas más. Escribió varios capítulos de la vida de San Lorenzo, como el de aquella Copa Mercosur de 2001. Con tal nivel de importancia que fue el goleador de ese equipo conducido por Manuel Pellegrini con diez tantos en 12 partidos (sí, un animal del área), superando nada más y nada menos que a un prócer del orgasmo del fútbol como Romario, quien marcó un tanto menos. “Un día estábamos concentrados y el Vasco Da Gama vino a entrenarse a nuestro estadio porque tenía que jugar en la Argentina. Lo mirábamos desde la tribuna y no lo podíamos creer. ¡Metía cada definición! Una bestia, pero le gané”, presume chapa. Sin embargo, hubo una herida que Berni debió cicatrizar con el tiempo, aunque le dejó una marca de por vida: no haber podido estar presente ese 24 de enero en el Pedro Bidegain. Ser gran responsable de esa fiesta pero no estar entre los invitados. Culpa de las malas decisiones políticas de aquel momento y de antes, culpa de la mala elección de los argentinos al poner sus votos en las urnas o, simplemente, culpa del destino... Vaya a saber uno. Lo cierto es que tras el empate 0-0 ante Flamengo en el Maracaná, el 12 de diciembre de 2001, la definición estaba pautada para el 19 99


La prueba del delito: Castellano, de Unión, tocó la bola en el definitorio penal de Romeo, que abrió el camino hacia la obtención del Clausura 2001. “Mi gol más difícil”, define el 9.

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de ese mes en Buenos Aires, pero nunca llegó a disputarse en esa fecha. El estallido social que vivió la Argentina, con “El Corralito”, protestas en distintos puntos del país y represión feroz de las fuerzas de seguridad, que terminó con el Presidente Fernando De La Rúa escapando en helicóptero de la Casa Rosada en medio de una Plaza de Mayo que ardía, provocó que la Confederación Sudamericana decidiera que el match se pospusiera. En el medio, el goleador, quien ya había sido tentado por el fútbol alemán meses atrás, fue transferido al Hamburgo. Así, cuando llegó el gran día, él se encontraba lejos, muy lejos... “En la concentración vimos por televisión todo lo que estaba pasando. Estaba claro que había quilombo en serio y empezamos a sospechar que no se iba a jugar. Yo me quería morir, quería jugar ya... Y eso que todavía no sabía que me iba a ir a Alemania”, recuerda. El contacto con la institución germana se remonta justamente al partido de ida de aquella serie: “En Brasil, cuando jugamos contra Flamengo, me había ido a ver la gente del Hamburgo. La verdad es que yo no estaba ni enterado. Al otro día del partido, en el hall, el Coco Capria me dice ‘ésos te vinieron a ver a vos’. Eran el manager y un integrante del cuerpo técnico, pero a mí no me importaba, sólo tenía en la cabeza que estábamos jugando una final...”. Y, a pesar de haber mandado el traje a la tintorería y tener los pepés lustrados, se perdería la fiesta: “Al final se suspendió el partido. Empezaron a pasar los días y arrancó cada vez más fuerte el rumor de que me vendían. No había fecha para jugar hasta el otro año y me di cuenta de que había chances de que no estuviese, me quería cortar los huevos. Al final, me terminé yendo, el partido de vuelta se jugó en enero y yo estaba en Alemania...”. Ese día, en el Pedro Bidegain no cabía un alfiler. El camino de la concentración (en aquel tiempo debajo de la tribuna local) hasta el vestuario fue eterno, el minibus encargado del traslado apenas si podía avanzar entre la muchedumbre y hasta los más experimentados, como el Beto Acosta, miraban sorprendidos por la ventana al tiempo que abrían la cortinita. Es que nadie se lo quiso perder. El equipo salió a la cancha en medio 101


de un recibimiento épico. El púber Pipi comandaba la hilera abrazando fuerte a los dos gurices que cargaba, Coco Ameli lo escoltaba, como cada vez que recibía un murrazo por sus piruetas con la pelota. Estaba todo dado. “Dale Sanloré, queremos la Coooopa...”. Pero hubo que sufrir, como indican los genes del Ciclón, porque tan sólo a los diez minutos de iniciado el juego, hubo un centro pasado de Cassio, Rocha la bajó, la cruzó y Leandro Machado, de cabeza, detuvo los latidos. No iba a ser fácil. La arritmia perduraría hasta el segundo tiempo. El cuore se paralizaría otra vez cuando Serrizuela reventó el palo derecho de Julio César en un tiro libre. Pero en medio de esos más de 90 minutos que parecieron horas, días, semanas, meses... Romeo estaría presente. Estaría ahí haciendo escuela, estaría ahí marcando con su sello a sus compañeros, estuvo ahí gracias a Raúl Estévez. Es que el Pipa, de tanto verlo en las prácticas, de tanto servirle en bandeja goles como si fuese el mejor camarero, aprendió el oficio y acostumbró su napia al olfato. Así, con el manual bajo el brazo, aprovechó un desborde a pura pisada de Erviti y se quedó con el rebote adentro del área chica para poner el empate. El grito de gol recorrió casi 12.000 kilómetros. Y se unió en ese alarido de Ameli mientras levantaba al Pipa, con el de Berni, quien se estrechó en un abrazo con su hermano Santiago en la suite de un hotel alemán: “Había sido un gran año, exitoso. Bueno para mí en lo personal y también para el club, la venta ya no se podía patear más, ése era el momento. No me quedó otra que irme. Mi hermano empezaba un emprendimiento en Europa así que aprovechó y se fue conmigo. El día en que se jugó la final estábamos los dos en la habitación del hotel escuchándola por Internet. Miraba por la ventana y había un metro de nieve, me quería morir, tenía una tristeza bárbara. El hotel era increíble. Me pusieron al aire en una radio con el papá de Pipi y escuchaba a la gente cantar, ¡se estaba jugando la final de la Mercosur y yo no estaba ahí! En ese momento hasta me arrepentí de haberme ido al Hamburgo. Le decía a mi hermano ‘qué mal que hice’. Lo pienso hoy y no puedo creer la mala leche que tuve”. 102


La sangre paró, pero la daga quedó clavada dejando su huella ahí, a la vista. Imposible de ocultar. Pero quien pinta la escena del crudo invierno en el Viejo Continente, es el otro Romeo, el que lo precede en la dinastía: “El Tata tenía mucha tristeza. Yo creo que hubiese dado cualquier cosa porque el Hamburgo lo dejara jugar esa final. Me acuerdo de que vivió ese partido como si fuera el último que iba a escuchar en su vida, se quería matar. Después, cuando San Lorenzo salió campeón, se relajó un poco. Se lloró todo, estaba emocionado porque lo llamaron de varias radios para que hablara con sus ex compañeros y todos se acordaron de él. Eso lo reconfortó y lo hizo sentir más cerca de lo que también fue un logro de él”. Y como si hiciera falta algo más para que aquella ausencia nunca dejara de latir, en su vitrina de palmarés hay un lugar vacío. “Viví esos días previos con el mismo nerviosismo como si fuese a jugar. Me acuerdo de que antes del partido lo llamé a Michelini desesperado y le dije ‘guardame la medalla que me corresponde, eh’. Nunca me llegó. No rompí muchos las bolas, ¿quién me va a dar una medalla de la Mercosur? Ya está. Pero no la tengo, soy el goleador y no la tengo. La única que me queda es hacerla trucha”, se toma en broma la falta de esa presea histórica. “Es el día de hoy que me sigue recriminando lo de la medalla. Me llamó especialmente para que se la guardara pero fue un lío, entró toda la gente a la cancha y no se la pude conseguir...”, devuelve la pelota el implicado, el 5. Y de paso aprovecha para reconocer la gran importancia que tenía para el resto la presencia del capo capocannoniere: “Siempre fue un profesional bárbaro y un gran compañero que siempre estaba sumando para el grupo. Entrenaba de tal manera que te contagiaba. Después, adentro de la cancha, qué puedo decir que no se sepa. Era un delantero terrible y, además, era un obsesivo del gol. Cuando pasaban uno o dos partidos en los que no convertía, se volvía loco, se quedaba trabajando definición después de la práctica...”. La descripción de Michelini es la correcta, la que más se ajusta a la realidad: para Berni, el gol fue un estilo de vida, su creencia religiosa, y de él fomentó una mística casi 103


El cuerpo a cuestas de una marea humana, en andas; los brazos al cielo; la gloria toda. Romeo celebra junto al pueblo azulgrana, su pueblo, la obtenciรณn del Torneo Clausura 2001.

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tan necesaria como el aire. Quizá por eso estaba en todos los detalles, hasta en cumplir con las cábalas a la perfección: “Cuando jugábamos de visitante e íbamos a reconocer los campos de juego, Bernardo tenía que entrar al área pateando un conito naranja, de esos que ponen los profe, y hacer el gol. Lo hicimos a lo largo de toda la Mercosur y surtió efecto”, aporta un ejemplo el espíritu santo de ese mediocampo incansable. Sin embargo, el andar Cuervo en la Copa no fue el ideal. El Pedro Bidegain fue testigo de un debut que nadie esperaba: la caída ante Flamengo fue un mazazo que hizo pensar que otra competencia internacional se haría esquiva, difícil. De todos modos, había un anticipo, una cuota de esperanza... Porque Romeo marcaría el único gol de los del chileno en ese partido, presagiando quizá lo que después se haría una costumbre. Llamativo sí, que Manuel Pellegrini esperara recién al cuarto encuentro, victoria ante Olimpia, para mandar a la cancha a la dupla que tanto resultado le había dado en la obtención del Clausura. Ante los brasileños fue el de Tandil el único atacante mientras que en los dos siguientes, victorias en Paraguay y ante Nacional en Montevideo, quien se disfrazó de socio fue el recientemente repatriado Beto Acosta. Y mal no estuvo aquella decisión del Ingeniero porque marcaron un gol por partido cada uno. “Cuando yo volví de Portugal, él ya era ídolo. Manuel enseguida me anticipó que me iba a tener que ganar mi lugar, que los titulares eran Berni y el Pipa, pero al final fuimos rotando y jugamos varios partidos juntos...”, relata el Beto. ¿Pueden compartir ataque dos delanteros de área? ¿Cómo conviven dos tipos que tienen siempre el arco entre ceja y ceja? “De entrada nos complementamos muy bien porque no había egoísmos. Jugábamos para el equipo, nos hablábamos todo el tiempo y cada uno sabía sus espacios. Quizá yo me retrasaba un poco y lo dejaba a él más cerca del arco porque era admirable su olfato. Siempre dije que era un imán: a donde él estaba, iba la pelota. Era un jugador muy táctico y muy vivo para encontrar espacios”, lo florea Alberto Federico. 105


En el camino hubo altibajos, hubo que masticar nervios, hubo momentos imposibles de olvidar y goles de Berni para todos. Sí, los cinco rivales fueron testigos presenciales de sus festejos. Pero antes de estrecharse en un abrazo de alegría, de entonar el “dale campeón” hasta quedar afónico y de mofarse de aquellos que se retrotraían a la Copa Conmebol para burlarse, San Lorenzo transpiró porque hasta estuvo cerca de quedar afuera en la fase de grupos. Una nueva derrota ante el que más tarde sería el otro finalista, esta vez en Brasil, complicó las cosas. Obligó al equipo a disputar el pase de ronda del otro lado del Charco ante Nacional y allí fue Morel Rodríguez el héroe. Es que el empate servía como ticket aéreo a la siguiente fase pero el Centenario apretaba y, de tanto empujar, el zurdo sacó una pelota en la línea ¡en el minuto 87! Ya con las pulsaciones nuevamente a un nivel normal, a jugar mano a mano. Ganar y pasar o quedar eliminado. Allí Berni fue clave para superar a Cerro Porteño en el partido de ida de Cuartos y absoluto culpable del pase a la final, anotándose con tres de los seis porotos que recibió Corinthians en semi. A verse las caras nuevamente con los cariocas, quienes en la fase de grupos se habían quedado con los dos chicos. El 0-0 en el Maracaná en la ida dejaba mejor parados a los de Boedo y hasta Romeo a la distancia ya se sentía campeón: “Estaba convencido de que la ganábamos. Teníamos un equipazo, era un grupo bárbaro y todos teníamos puesta la cabeza en el objetivo de lograr el primer trofeo internacional de San Lorenzo. Era tanta la confianza que tenía que llamé antes del partido para que me guardaran la medalla...”. Estaba bien rumbeado, aunque hubo que vibrar con la definición por penales, otra vez doce pasos clave como en el Clausura. Y allí brilló el Chino Saja, convirtiendo y atajando, y finalmente Diego Capria infló la red a pura potencia para que todos quedaran del Coco. Berni, a la distancia, también. Y sí, a diferencia de Montescos y Capuletos, la historia de amor entre Romeo y San Lorenzo tuvo un final más que feliz.

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Héroe entre grandes héroes El año 2001 es imborrable en Boedo: con dos títulos, incluyendo el primero internacional en la historia del club, el equipazo de Pellegrini subió al podio azulgrana. Y Romeo, cuándo no, fue el goleador de ambos torneos.

27 GOLES

0,64

PROMEDIO DE GOL POR PARTIDO

1998-2001 2007-2010 2011-2012

2001 GOLEADOR DE AMBOS TORNEOS

TITULOS

2 Clausura 2001 Copa Mercosur 2001

Torneo Clausura 15 Copa Mercosur 10

42

PARTIDOS JUGADOS

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5

BERNI, QUERIDO, BOEDO ESTÁ CONTIGO

Mi alma me llama por mi nombre. ¡Qué dulces suenan las voces de amantes en la noche, igual que la música suave al oído! 109


Romeo ha sido un jugador muy

Sanfilippo, el más grande de todos los

trascendente en San Lorenzo. Fue un

que vi, y sin dudas Romeo está entre

delantero excelente, con un poder de

ellos, por capacidad, personalidad y

gol contundente, lo que hace meritoria

también por humildad. La bonhomía es

su carrera. Además, es un ser humano

un plus que hoy por hoy pocos jugadores

intachable, lo que generó que los

tienen. Eso le ayudó mucho a insertarse

hinchas del Ciclón lo quisieran tanto.

en el mundo de un club grande como

Siempre destaco su olfato de gol, esa

es San Lorenzo, además de los goles,

intuición dentro del área, como todos

claro. Esa combinación hizo que la gente

los grandes delanteros. Salvando las

lo adoptara enseguida. Y la gente no se

distancias, sobre todo en cuanto a físico,

equivoca, nos brinda muchas cosas a los

su estilo de juego me hace recordar a

jugadores. Yo soy un eterno agradecido

lo que hacían Batistuta o Palermo, por

al hincha de San Lorenzo

ejemplo. San Lorenzo tuvo muchos grandes goleadores, como Acosta, Perazzo,

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Rodolfo Fischer


5. Berni, querido, Boedo está contigo

Un gesto vale más que mil palabras. O mil goles. O 99, si somos más precisos, ciñéndonos al contexto de la historia a la que nos abocamos. Porque sus gritos fueron desparramando las semillas en el corazón azulgrana. Pero el brote, firme, próspero, se vio en su declaración de amor eterno. Una actitud generosa, leal, reservada para los verdaderos héroes, cada vez menos común en un fútbol hipermercantilizado. Ocurrió cuando imantaba interesados, cuando convertir goles le era tan natural como prepararse una tostada con mermelada. Ya había arrancado el Apertura 2001, estaba fresca su faena del consagratorio Clausura. Y el Bayer Leverkusen alemán convocó a una reunión en Europa para cerrar la compra de Romeo y Leandro Romagnoli en 13.000.000 de dólares. “Fuimos a Barcelona, con nuestros representantes. Nos hacen la revisión médica, hay reuniones, un día, dos, pero la cosa no se cerraba”, sintetiza la tensión el ariete. “En un momento, el presidente Miele salió de la reunión. Y quedamos nosotros, con nuestros apoderados, y el representante de Leverkusen que había ido a negociar. En junio de 2002 yo quedaba con el pase en mi poder. Y el tipo me dijo: ‘Me cansó éste -por Miele-, quedate libre, negocio directamente con vos’. Voy a decir la cifra porque en ese momento me tembló hasta la pera. ‘Te doy a vos cuatro millones de dólares en la mano. Esperamos a diciembre, seis meses antes de que termine tu contrato hacés fuerza para quedar libre’, me tiró. Yo me levanté de la mesa y enseguida le dije que no. Me acompañaba Daniel Bolotnicoff, quien me dijo ‘pensalo’, pero más para que no tomara una decisión apurada. Sabía cuál era mi pensamiento”, relata el minuto a minuto de un instante crucial, el nudo de su culebrón tórrido con Boedo. La negativa corría por dos ejes fundamentales. Uno, la experiencia de su salida del Pincha que, aún sintiéndose con 111


la razón, lo hizo padecer un trance traumático. “Yo ya venía del quilombo con Estudiantes, algo que me había hecho mal anímicamente, también a la familia, fue difícil superar eso. No quería saber nada con volver a pasar algo similar”, argumenta. Dos, que la atmósfera de romance con San Lorenzo ya estaba edificada, un lazo invisible había unido los destinos de las partes para siempre. “Entonces le dije al dirigente del Leverkusen ‘yo estoy agradecido 100% a San Lorenzo, no quiero quedar libre’. ‘Aguantame que en diciembre te pongo esa plata’, insistía. Pero le dije que no, que no, cada vez que proponía lo mismo. Todo un poco en alemán, otro poco en inglés, un lío. Y se terminó pinchando. Para mi cabeza, ese caramelito fue fuerte. Y me sentía responsable del fracaso de la operación. Pero, al final, no hay mal que por bien no venga, porque fuimos campeones de la Copa Mercosur”, aprecia el trofeo por encima de los billetes. Y, a la distancia, se toma a la risa esa semanita peculiar junto al Pipi. “Estuvimos una semana allá, que si, que no… Nos hicieron los estudios, todo. Tipo jueves, viernes, ya nos la veíamos venir”, acepta. “En Barcelona ya no sabíamos qué hacer. Cumplimos con todo lo que nos dijeron y después la negociación terminó en la nada. Es el día de hoy que no sé bien qué pasó. Y nosotros, mientras se dilataban las cosas, dábamos vueltas, íbamos a conocer el estadio del Barsa, a almorzar juntos al mediodía, a cenar a la noche... Eramos como una pareja de vacaciones, ja. Pero dentro de todo la pasamos bien”, también cultiva el humor Romagnoli. A Bolotnicoff, apoderado del scorer, no le sorprendió entonces la determinación tomada con la sangre en el cuenco de las manos. Para él, esa esencia de Romeo era el secreto de la seducción: “Es una persona espectacular, lo digo de corazón. Es muy honesto tanto en la manera de comunicarse como en la forma de actuar, siempre de frente; siempre sacrificándose por el otro. Un tipo sencillo, humilde, de primera, a tal punto que nuestro vínculo fue más allá de la relación representante – jugador y aún hoy seguimos hablándonos. Berni también es muy familiero y Pinta de Matador azulgrana, en la portada del libro oficial del centenario de San Lorenzo, en el medio, junto al Beto Acosta, la Oveja Telch, el Nene Sanfilippo y el Sapo Villar. 112


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su familia es así como muy italiana: van todos juntos a todos lados. Se apoyan entre hermanos y los padres siempre están detrás de ellos. Como jugador, no hay mucho que se pueda agregar a lo que todo el mundo ya conoce. Siempre lo consideré como un futbolista atípico. Y recuerdo que una vez, en una charla, él se definió diciendo: ‘A mí no me hablen de grandes jugadas, ni de nada. Yo soy un desviador de pelotas y trato de que vayan adentro del arco... A veces me sale’. Me pareció muy simpático y muy cómico, pero a la vez fue algo que me quedó grabado como la verdadera función de un 9 de área”. El gesto activó todas las fibras de los Cuervos, quizá desencantados por brindarse enteros ante tantas otras relaciones que derivaron en decepciones. Pero el goleador tandilense no sólo volvió sin trasladar al campo la frustración por la transferencia trunca, sino que la utilizó como reservorio de energía para continuar lapidando arqueros, en este caso, con preferencia hacia los de orden internacional. Un flechazo efectivísimo, que incluyó al entorno. Es verdad, podría decirse que había algún gen familiar que favorecía al idilio. Domingo Nicodemo, el abuelo de Berni, padre de Carlos Romeo, era hincha de San Lorenzo. Pero la locura resultó envolvente. “Lo que pasó con Bernardo en San Lorenzo era inimaginable. Y estoy convencido de que, más allá de que sus goles ayudaron muchísimo, la gente lo adoptó por el tipo de persona que es. El romance es por eso”, baja el martillo papá Carlos. “Toda su época de San Lorenzo la vivimos a full con el grupo de Tandil. Los hinchas cantaban ‘vamos, vamos los pibes’, después salieron campeones… Y era muy fuerte para nosotros, íbamos a la popular siempre que podíamos, llorábamos al ver lo que Tata generaba. Era distinto de lo que pasaba conmigo: cuando yo jugaba mis amigos se volvían locos por mí, pero estaban alentando a un amigo. Con Bernardo íbamos a alentar a un equipo del que ninguno es hincha, sólo por él. Durante muchos años me volvía loco por San Lorenzo, me pasó mil veces sorprenderme llorando de emoción… Y eso que soy de River. A quienes Sus primeros 100 partidos en el Ciclón merecieron reconocimiento y casaca especial. Luego, llegaría a las 218 presencias. Un prócer. 114


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El trapo que iba cambiando según la cantidad de goles del ídolo, en la platea Norte del NG. La cuenta iba por 92. Frenaría en 99.

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me preguntaban por qué hinchaba por San Lorenzo siendo Gallina les explicaba que tenía un amigo jugando ahí y que quería que ganara todo”, traduce Mariano Zabaleta las sensaciones. “Uno llega a un club y la gente te quiere, más si hacés goles; eso es algo que se da. Yo surgí de las Inferiores de Estudiantes, pero siempre fui muy respetuoso del club, hablé bien del Ciclón; es lo que me inculcaron mis maestros, mi familia, Pekerman… La conducta, el ser buena persona es lo primero; después, si sos buen jugador, mejor. Y siempre me maté por esta camiseta”, BR9 enuncia algunos tips que explican el feeling. “Y nunca quise vender humo, eh, no me lo permitiría por una cuestión de principios. Simplemente soy agradecido, hay que agradecer lo que uno recibe. Sólo el hincha sabe lo que significa que un jugador respete al club”, descarta la chimenea. Lo suyo es auténtico, y a lo verdadero es difícil encontrarle una hilacha. Por eso, hasta suena como poesía repasar sus declaraciones públicas en relación a la institución que lo adoptó. Por ejemplo, esta frase reproducida por el diario Olé en una entrevista de agosto de 2011. “San Lorenzo es sinónimo de felicidad, de orgullo, de pertenencia. Es una historia de sentimiento mutuo con la gente, que cada partido me demuestra un cariño impresionante. El amor por estos colores es enorme, incomparable con cualquier otro amor”, recitó en su momento, como mirando, inspirado, hacia el balcón. Después de haber marcado 13 goles en su primer torneo como titular en el CASLA, un centrado Romeo ya declaraba como un baqueano de Boedo. “¿Si me veo como ídolo? No por ahora. Podría llegar a serlo si mantengo todo. Para ser ídolo de un club tan grande como éste, además, tienen que pasar muchas cosas”, puntualizaba. A esa altura, entendía que necesitaba un valor agregado. Sin embargo, es real, Berni y el Ciclón se miraron con ganas de entrada. A uno le urgían goles, había sed de alegrías. El otro necesitaba un lugar donde desarrollar lo que había despuntado en la Selección. Y espacio para sentirse importante. Será por eso que el chichoneo ya se percibió en Reserva. “Me acuerdo de un preliminar en la cancha de Ferro, todavía 117


estaba Basile como técnico de la Primera. Ganamos 3-2 y sentí cómo la gente me aplaudía. Y ahí me dio la sensación de que se venía algo especial. Yo sé que traía un plus por la chapa que te da el Sub 20, por haber hecho goles en Estudiantes, pero llamar la atención dependía de mí. Y ya sentía cariño, reconocimiento”, narra los orígenes, algo así como los primeros flirteos. Y Roberto Mariani, entrenador de aquella Cicloneta, funcionaba como testigo y, a la vez, celestino, dándole pista al ambicioso atacante. “Cuando él llegó a San Lorenzo, después de ponerse bien en lo físico, lo hice jugar en Reserva. Y tuvo un promedio de alrededor de un gol por partido… Era lógico que se iba a destacar, por sus condiciones. Yo lo conocí en Tandil, tengo muy buena relación con su tío Daniel y con su papá. Y, una vez, viéndolo jugar de muy chiquito, les dije: ‘Este chico va a llegar’. Porque tenía una gran virtud: provocaba la falla del defensor; no la esperaba, la anticipaba. Tenía una capacidad de reacción y una velocidad encomiables. Manejaba los dos perfiles, por lo que no tenía que acomodarse para definir. Y contaba con el olfato de gol, claro”, mete en la batidora aquel momento, durante la primera adolescencia de Berni. Y apunta a las primeras llamas que asomaron. “Había mucha gente que iba más temprano a la cancha para ver a La Cicloneta. Y ahí nomás se dio cuenta de lo que podía dar en Primera, que tenía que jugar. Además, el esfuerzo potencia las cosas. Porque se lo ganó, nunca acusó nada cuando le tocó bajar a trabajar a la Reserva, a pesar de que llegaba como refuerzo, de su paso por las Selecciones Juveniles. Le puso el pecho y demostró lo que podía hacer. Y a mí me vino fenómeno; a mí y a chicos como Romagnoli, Guillermo Franco, Mirko Saric, Diego Figueroa, una camada de jugadores extraordinaria que se supo apoyar en Romeo. Es un tipo mil puntos, guardo un gran recuerdo de él”, dice Mariani, con voz de docente severo, pero justo.

El ídolo sensible. El admirador se llamaba Matías, padecía una Dos ídolos del Mundo San Lorenzo: Romeo corre junto al recordado Mirko Saric, con quien el delantero forjó una profunda relación. Cracks azulgranas.

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enfermedad que no le permitía desarrollarse con normalidad. Y resultó fanático de San Lorenzo, al igual que toda su familia. Más que del Ciclón, de Bernardo Romeo. Habitual habitante de la platea Norte, sus ojos perseguían más al portador de la casaca 9, al potencial inspirador de festejos, que al resto de las enseñas azulgranas. Más: mientras desde todos los costados del Nuevo Gasómetro le daban cuerda al cancionero; su boca tenía un repertorio propio, quizás algo monótono. Sólo reaccionaba al “Romeeeo, Romeeeo”. Berni se terminó enterando de este pequeño personaje que lo idolatraba. La tía y la prima de Matías se arrimaron a la Ciudad Deportiva del Bajo Flores, durante un entrenamiento, para contarle de su fan. El delantero se emocionó ante la historia. Y, viéndose cerca del arco, pidió la pelota. Solicitó el teléfono del hogar cuervo y agradeció tamaña demostración de cariño. Pues bien, esa misma noche, se oyó un ring ring que podía ser el de un llamado trivial, sin peso histórico. Sin embargo, la voz, afable, hasta divertida sabiendo el efecto que causaría, dio el primer paso: “Buenas noches. Soy Bernardo Romeo y me gustaría hablar con Matías, ¿se encuentra?”. Se topó con la incredulidad del papá del niño que, intuyendo una broma, estuvo al límite de cortar la comunicación. Lo frenó la misma voz, ya casi suplicante, que insistió: “¡Soy Romeo! ¡En serio! Llamé para hablar con Matías. ¿Me lo podría pasar?”. La carita de ese gurrumín cuando advirtió que del otro lado de la línea estaba quien componía los goles de sus sueños… El asombro le bajaba la barrera a las palabras. Pero el atacante encaró por donde debía, el olfato tampoco le falló aquella vez. Le aconsejó que debía tener fuerza para el tratamiento, que le metiera ganas y que, a partir de esa conversación, ya lo podía considerar su amigo. Acto seguido, lo invitó a la cancha el siguiente fin de semana. Pero no quedó en una acción protocolar, en una actitud diplomática. Porque el anfitrión de Matías en el NG fue el propio Romeo, quien lo recibió con un abrazo sentido, inolvidable. Y con una serie de souvenirs que, de la fascinación, casi Escena repetida en 2001: Romeo en la tapa de la revista El Gráfico, aquí junto a Marcelo Tinelli, en ese momento el hincha más famoso, devenido vicepresidente en 2012. 120


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desencajan la mandíbula de los presentes: la emblemática 9 del artillero, dos buzos y algunos chiches extra. Los mimos finalizaron por la noche. Romeo volvió a llamar a Mati, para cerciorarse de que había pasado una jornada feliz, y para refrendar la amistad fundada en el primer contacto. ¿Cuál fue la consecuencia? Esa semana, el niño fue a realizar su tratamiento con la casaca obsequiada por Romeo como uniforme de fajina y las pilas al máximo. La historia, conmovedora, fue contada por su abuelo a varios Cuervos, y sus interlocutores se encargaron de difundirla casi como una leyenda por Internet. “Romeo es un hombre con todas las letras, es inmenso. Y Matías no se saca la camiseta ni para dormir, se llenó de energías”, le adjudicaban al mensajero. El bonaerense se sonroja al recordar las anécdotas profundas, igual que ocurre con las manifestaciones de amor. “Son cosas que a uno le sale hacer, siempre traté de ser buena gente. Es lo que me enseñaron mis padres, mis hermanos, en el Colegio San José… Por eso he ido incluso a hospitales a ver a chicos con el único objetivo de sacarles una sonrisa. Y me ha tocado vivir situaciones insólitas, como encontrarme con que hinchas me hayan venido a contar que le pusieron mi nombre a sus hijos, o a las mascotas. O que me vinieran a mostrar que se tatuaron algo mío. Es fuerte, a uno le cuesta creerlo porque, más allá de lo que se pueda demostrar en una cancha, afuera siempre me consideré uno más”, se sensibiliza. Esas son las perlas que lo subieron al altar de Boedo, simbolizaron el bonus track a sus conquistas, la vía para golpear las puertas del cielo. Porque las caricias que le prodigaron los hinchas nunca rebotaron; siempre hallaron una devolución, se toparon con la gratitud. La dimensión del fenómeno Romeo puede explicarse desde las peñas que llevan su nombre, todas en la provincia de Buenos Aires: Chivilcoy, Rauch y Pilar. A esta última, el homenajeado fue de visita. “Había un montón de hinchas, fui con Brenda, mi señora. Y fue movilizador, te hace pensar en el trabajo de toda tu vida, en todo lo que pasaste”, traduce. Noelia Walter, parte de la comisión directiva de la Peña, argumenta la pleitesía rendida al punta. 122


“Vino a un asado de reconocimiento que se le organizó en 2008. Su nombre como padrino surgió porque lo conocíamos como persona. Es un tipazo, muy humilde, y quedan pocos jugadores destacados con esas características. Ese es el motivo principal por el que se lo eligió”, le pasa una película flúo al costado humano, una constante en cada declaración. Los orígenes de la agrupación se remontan a 2003, cuando Fernando Sosa, su fundador, empezó a mandarse cartas con otros Cuervos de Pilar y alrededores, entre ellos el papá de Noelia, con el objetivo de darle forma a una filial. Recibió el sello oficial en marzo de 2004, ya bautizada con el nombre del gol. “En un principio se pensó en ofrecerle el padrinazgo a alguien de la zona, pero cuando apareció la propuesta de Bernardo, nadie dudó; ni se tomó en cuenta la distancia, el tema de que vive en La Plata. Es uno de los últimos ídolos de San Lorenzo. Y enseguida se hizo el contacto con el Departamento de Peñas”, descubre la raíz. La jornada de la comunión, la de la comida allá por 2008 en las tierras tributadas a Bernardo, fue un homenaje en continuado. “Se han hecho muchas cenas en las que estuvieron invitadas otras glorias, como Oscar Passet y el Beto Acosta. Pero esa noche hubo como 500 personas en el club Atlético de Pilar. Por ser demasiado bueno, creo que ni comió, se la pasó sacándose fotos y firmando autógrafos. Fue un lindo momento”, rememora Noelia. El paquete de ofrendas no se agota en una jornada de celebración. “En su cumpleaños vamos siempre al club a saludarlo. Y en 2011, a pesar de usar la camiseta de Quilmes, cuando le tocó jugar en el Nuevo Gasómetro se le hizo un reconocimiento y se le entregó una plaqueta por su trayectoria”, precisa. El tema es que, aunque el corazón de Romeo es grande, ¿cabe en él el cariño de tres peñas? ¿Existe competencia por sus latidos? “En su momento, cuando se fundó la de Rauch, que queda cerquita de Tandil, su ciudad, se contactaron con nosotros porque también querían ponerle el nombre de Bernardo. Pensábamos que no se podía repetir, pero cuando recibieron la autorización, nos puso contentos. Es un gran gusto que sigan eligiendo homenajearlo”, concluye la representante de zona Norte. 123


El Cuervo gigante custodia al plantel campeón del Torneo Clausura 2001, con Romeo incluido, antes de un amistoso con Central, realizada para festejar la obtención del título, una semana después de conseguido.

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Banderas en tu corazón. En Boedo, los halagos para el anotador tomaron distintas formas. Incluso, se impregnaron en la tela, como su sudor. Es que no sólo él se obsesionó con el famoso gol 100 en el Ciclón. Los hinchas, sus hinchas, querían lanzar ese grito incluso con más ganas que el propio scorer. Una cuestión meramente numérica, ya que su aporte, como aquí ya ha quedado claro, no se puede medir con calculadora o con un cuenta ganado. Berretín de un goleador que se ganó un sitio en el top diez de los que más marcaron en la historia de San Lorenzo. Y un sueño también de sus admiradores, que lo acompañaron en la aventura épica. Es el caso de Yamila Fesser, eslabón de una familia con amplia mayoría de Cuervos, quien colaboró como, de alguna manera, apuntadora oficial. “Cuando alcanzó los 89 goles se me ocurrió hacerle una bandera para seguir su camino a los 100. Y con mi hermano Nehuén la confeccionamos; también colaboraron mi mamá y mi papá. Y se la fuimos a mostrar a un entrenamiento”, reseña el desafío. “Yo lo conocía de ir seguido a las prácticas del plantel de Primera. Y es una persona accesible, amable, bien predispuesta con la gente. Una vez que supo de nuestra idea, hasta nos pasó el teléfono de la casa para hablar. Siempre fue muy respetuoso de San Lorenzo; nos contaba que de chico era hincha de Estudiantes, pero que lo más importante que tiene en la vida son sus hijos. Y son hinchas de San Lorenzo”, traza el perfil que captó su óptica. Así fue que se dio cierta complicidad entre el anotador y la familia que empujaba desde el trapo hacia la meta. “Estaba de acuerdo con el conteo. Así que, el primer partido en el que hizo un gol, miró hacia la platea Norte Alta, donde nos ubicamos, como pidiendo que tacháramos un gol de la bandera. Y quedó ese código, lo hicimos”, especifica la metodología del plan. Un proyecto que no contemplaba un segundo adiós. El 14 de mayo de 2010, el Ciclón venció 2-1 a Newell’s, lógico, con un tanto suyo, el 97 de su autoría. El futuro era una enorme incógnita, con el regreso de Ramón Díaz, debía partir. “Entonces fuimos a la zona de vestuarios y le dejamos la bandera sobre el capot del 125


auto, para que se la llevara”, expresa Yamila. Sin embargo, el regalo no tuvo una estadía extensa en lo de los Romeo. Al año, el Cuervo adoptivo volvió al barrio y rápidamente se reactivó el procedimiento. Metódico hasta en eso, Don Bernardo… “Cuando volvió al club, nos encontramos en una práctica y nos la dio para que empezáramos de nuevo. Y la tengo en casa, esperando con el 99. Aunque sea en el partido homenaje, aunque no sea oficial, si hace un gol, tachamos el 100. Es lo que se merece”, planifica la reparación, atada con firmeza al sentimiento, porque “Berni es un ídolo por entrega y compromiso; eso fue lo que lo convirtió en símbolo. San Lorenzo se identifica con los jugadores que dejan todo y él demostró varias veces lo que quiere al club. No le pagaban y seguía yendo a entrenar, nunca reclamó nada, compró metros cuadrados para la Vuelta a Boedo…”, enuncia las virtudes que trascienden a la ubicación del balón junto a la red. Guapo de Boedo. Sí, es verdad, nació en Tandil. Correcto, su sitio de residencia permanente es La Plata. Y el clímax de su carrera, el domicilio de su etapa más efectiva, están en el Nuevo Gasómetro. Pero Bernardo Romeo es de Boedo. Un Guapo de Boedo. Y del siglo, del primer siglo de vida de San Lorenzo. Berni fue uno de los elegidos, el más contemporáneo, para formar parte de la imagen de tapa del libro oficial del Centenario del club, editado en 2008. Y allí compartió cartel con José Sanfilippo, Roberto Telch, Sergio Villar, el Beto Acosta y, en la contratapa, el Bambino Veira. Pavada de honra. En Boedo supo despertar fervores. Como cuando en diciembre de 2009, el club decidió enviarlo una tarde, junto con Romagnoli, a firmar autógrafos a la sede de Avenida La Plata 1782, como parte de una movida de acercamiento del plantel con los hinchas. Pues bien, en las casi dos horas que duró el evento, unos 4.000 fieles pasaron por el stand. Tal fue el desborde que generaron, que unos 1.500 hinchas no alcanzaron a ingresar, y ellos dos debieron salir en Apretón de manos: Romeo saluda al Papa Francisco, fana del Ciclón, tras el título en el Torneo Inicial 2013. Tinelli, testigo del encuentro. 126


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patrullero, como Rolling Stones. Y, a Boedo, él también volvió. El 8 de marzo de 2012, en la histórica marcha de 100.000 Cuervos a Plaza de Mayo, una verdadera revolución reclamando la devolución de Tierra Santa, Berni dijo presente, y hasta acompañó desde el escenario. Pero su respaldo no se redujo a la presencia y a las palabras. Durante el primer semestre de 2013, se comprometió y luego abonó su aporte al Fideicomiso: adquirió diez metros cuadrados que llevan su firma, igual que sus anotaciones. “Es un honor y un gran placer poder ayudar. Siempre voy a estar para lo que San Lorenzo me necesite. La Vuelta a Boedo es un gran objetivo, estamos cerca y me llena de orgullo”, declaró al momento de la rúbrica, con el pecho inflado. Y desarrolló acciones publicitarias para convocar a la participación de socios y simpatizantes, muchas de ellas en conjunto con el Pipi, una sociedad valiosa dentro o fuera de los límites que demarca la línea de cal. Queda comprobado, la simbiosis entre el maduro Tata y el Santo es asombrosa. Cada ítem la refuerza, uno y otro se confunden en la misma imagen, se torna indisociable. Ya ahondamos en la relación desde el costado sentimental. ¿Se puede abordar también desde una mirada psicológica? Intentémoslo. Fabio Lacolla es un reconocido psicólogo especialista en terapias de grupo, muy identificado con las bandas de rock más famosas. Condición casi indispensable en este relato, es hincha del Ciclón. ¿Cuál es su explicación para esta pasión cruzada? “Romeo, a diferencia de otros jugadores, e incluso de otros ídolos del club, no sólo corría con sus piernas sino también con una ventaja: la bondad. Mire si fue bondadoso que no necesitó llegar a los 100 goles para sentirse un ídolo de tres cifras, o mejor dicho, el gol que le faltó no lo hizo de cabeza ni de palomita, lo hizo con el corazón. Pocas veces se abrazó a un exabrupto para demostrar su feroz manera de pensar el arco, y su cara de nerd reflexivo le sumaba profundidad no sólo a sus zambullidas en el área, sino también a sus declaraciones. El hincha valora la humildad y acompaña incondicionalmente cuando se siente reflejado, no sólo en los goles del jugador, sino también en las ideas del 128


goleador”, es su análisis, claro está, matizado por el bombo del admirador. Y, ya despojado del mandato de Freud y vestido de músico, le rinde tributo con una estrofa de una canción. Sí, porque Poroto, así lo apodan, lo transformó en canción en un fragmento de su Milonga Cuerva: “De repente hay un silencio, cuando la voz del estadio, deja salir de sus labios, a toda la formación. Se enciende una aclamación, que lo veo y no lo creo, y es cuando nombra a Romeo, y explota toda la cancha, el corazón se te ensancha, gritando Ciclón, Ciclón”. Y cuando la letra deriva en la descripción de una jugada, ¿a que no saben cómo termina? “Estévez con su pegada, al 4 le hace un sombrero, poniéndosela a Romeo, pa’ que explote la azulgrana”, imagina, basándose en el brillo de 2001. El idioma del gol. El cariño de la gente, la idolatría, representa un poder incalculable dentro del fútbol. Hasta una herramienta para los afectos al rosqueo o lectores de Maquiavelo. Una vez cosechada, bien Bernardo pudo haberla utilizado en su favor. Sobran los ejemplos de la presión que podía representar su figura para los entrenadores. Diego Simeone, por caso, que recién pudo entender el idilio puertas adentro de Boedo. “Me acuerdo de un partido contra Godoy Cruz, en Mendoza; fui al banco. Era normal que la gente por ahí coreara el ‘Romeeeo, Romeeeo’. Pero a los diez minutos del primer tiempo ya lo estaba cantando. Y el Cholo me miraba a mí y puteaba, ja. Después le expliqué que no tenía nada que ver, lo hablamos y quedó todo bien”, recrea la situación. Sin embargo, por educación, formación, y devoción al club que le ofreció la cima, jamás se permitió emplear a la gente de rehén, o usar los medios como aguijón. Lo pudo haber hecho en 2007, cuando regresó sin el pedido expreso del entrenador y debió redoblar sacrificios para entrar en la consideración, o en 2010, cuando se vio obligado a partir ante el retorno de Ramón Díaz. “Muchas veces, en momentos de calentura, si hubiese sido egoísta, probablemente hubiera obtenido algún beneficio. Por ejemplo, cuando sos ídolo y te toca irte por decisión de un técnico, pero nunca puse por 129


encima lo personal”, desarrolla su modo de ver la vida profesional. Y sus ideas no crujen como cáscara cuando chocan con la realidad o lo escrito. Volviendo a la era Simeone, su idioma siempre fue el gol. Ni un mu se le oyó cuando sus shorts tenían más contacto con el banco de suplentes que con el césped. “Yo no jugaba y siempre estuve a muerte con el técnico. Lo importante es que el plantel siempre esté unido, ésa es mi filosofía. Hay que tirar para adelante por San Lorenzo, que es un equipo grande y muy importante como para no dar todo por la camiseta”, reconoce en los hechos su posición. En algún punto, la veneración que provoca la idolatría se compara con la capa del superhéroe. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, es una de las frases de cabecera del Hombre Araña, tanto en el comic como en la saga cinéfila más difundida. Sin colgarse de los techos ni fajarse con los villanos, Berni adhiere a su modo: “Hay poca gente que siente así por los clubes, y es algo que ocurre cuando te dejan una marca para siempre. Y mi pensamiento es que ser ídolo es una responsabilidad y hay que entenderlo de esa manera”. Por eso, también se mordió la lengua en el epílogo del padecimiento de 2012, en el segundo partido de la Promoción cuando, sabiendo que era posible que agitara el pañuelo, debió verlo desde afuera. “Me hubiese encantado jugar al menos un minuto, pero es parte de lo que pregono. En esa instancia, lo personal era secundario. Yo quería zafar”, remacha. Hubo una sola vez en la que se animó a empujar un poquito, aunque detrás de un anhelo colectivo. “En el QuilmesSan Lorenzo que jugué en el Gasómetro, después del partido, me acerqué al Turco Asad, que recién asumía como técnico del club, y le dije que quería volver. Y en ese receso fue la primera vez que usé los micrófonos, cuando Carlos Abdo, el presidente, dudaba en contratarme o no. Soy consciente de que volví por la gente”, se enorgullece. Y los fanáticos retribuyen ese orgullo que, por su sencillez, atraviesa capas sociales y roles. Marcelo Tinelli, además de ser una celebrity con estrella eterna en el espectáculo argentino, es embajador itinerante del Ciclón. Y vicepresidente de la Comisión Directiva que contrató 130


a Romeo como manager. “Porque da el perfil de la persona que queríamos para el cargo: seriedad, honestidad, valores, compromiso azulgrana... Siempre fue conocedor del mercado, tiene excelente imagen internacional y local, y es componedor de buenos grupos”, se deshace MT en arreglos florales. Pero, más allá de los fundamentos de la elección (que bien pueden cuadrar como argumentos para la veneración), se hace indivisible el mito del hombre que viste camisa y cumple una tarea diferente. Incluso, para un personaje público como Tinelli. “Es ídolo por la entrega de siempre en cada partido, por amar los colores del club cada día más, por ser el máximo goleador del Nuevo Gasómetro... Por eso y mucho más, tanto él como el Pipi son amados en San Lorenzo”, elabora, profundo. Y las memorias felices brotan como un géiser: “Hablar de él me lleva a acordarme de 2007, del partido contra Racing. Tremendo ese 4-3, perdíamos 3-0, lo recuerdo perfectamente, estaba en la cancha. Le salían todas a Racing, Ramón Díaz tenía una cara... Y ganamos en el descuento, Berni hizo el 3-3 y el 4-3. En el cuarto empujó la pelota en la línea. ¡Lo que lo grité por Dios! Es un monstruo”. La nueva función ayuda a mantener vivo el fuego del romance. “Acepté el cargo y volví porque no quería volver a ver mal a San Lorenzo”, asiente el goleador, con la temporada 2011/2012 como alerta y aprendizaje. Y todo su entorno volvió a aquel torbellino, a convivir con esa pasión demandante. “Con nuestros de amigos tenemos un grupo de chat en el teléfono y, es increíble: los mensajes se cortan cuando juega San Lorenzo. Por más que Tata no esté más en la cancha, el solo hecho de que trabaje en el club como manager hace que todos estemos esperando que gane para que él esté bien. Y de la nada, si hay un gol, el que esté viendo el partido lo cuenta y empezamos todos a festejar. Después lo felicitamos. Si él es feliz, todos somos felices“, acota Zabaleta, testigo y parte de este amor incandescente.

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FOR EXPORT ¿Cómo sigo adelante, si mi amor está aquí? Vuelve, Tierra, y busca tu centro.

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Romeo fue uno de los nueve más

y el primer equipo. Y, de esa etapa,

importantes que han pasado por el

me quedó un partido grabado. Se trata

club y se ha destacado por intuición

del duelo clave contra Argentinos en el

y olfato dentro del área, cualidades

Clausura 2001. El encuentro anterior lo

indispensables para cumplir esa

había disputado Abreu; Bernardo venía

función. Además, resaltó por ser muy

faltando por una lesión. Sin embargo, a

tiempista en la definición. La prueba

pesar de la puja entre ambos, el titular

es que, a pesar de no ser alto ni tener

en cancha de Ferro resultó Romeo. Y

un físico imponente, ha hecho muchos

en el desarrollo participó poco, pero

goles de cabeza.

al final confirmó su condición de gran

Mientras fui entrenador de la Reserva,

delantero: apareció para ganar en

Bernardo pasaba un gran momento

una instancia decisiva. Y eso, para un

en el plantel de Primera. Y tuve la

atacante, se llama jerarquía.

suerte de compartir, en ese contexto, prácticas y ensayos entre el Selectivo

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Walter Perazzo


6. For export

Entrados los años 2000, hablar de Bernardo Romeo era hacer referencia a la marca del gol, con punto de eclosión en 2001, que catapultó al tandilense al candelero internacional. La fenomenal actuación en el Torneo Clausura, con el título como premio colectivo y el primer puesto en la tabla de artilleros como galardón personal, instaló su nombre en las carpetas de clubes europeos, sedientos de festejos. Los partidos pasaban y sus anotaciones se replicaban, aquí y allá. En nuestro país se pedía una chance en la Selección dirigida por Marcelo Bielsa, mientras que en el Viejo Continente lo deseaban varias instituciones. Y la que dio el primer paso fue el Bayer Leverkusen, que en plena disputa del Apertura de ese año puso un pleno e intentó llevarse no sólo a Romeo, sino también a Leandro Romagnoli. Finalmente, esa transacción no prosperó, pero el club sembró en Alemania la semilla que pronto germinaría: tras la frustrada incorporación al Leverkusen, el delantero sería adquirido por Hamburgo, en el que también vería florecer el cariño de los hinchas, quizá no al nivel de lo que vivía en Boedo, pero casi... Ese sería su primer paso en el fútbol europeo, que se completaría con una corta experiencia en el Mallorca y otra, más extensa y productiva, en el Osasuna. Tres clubes de ligas que son potencia albergaron los goles de Berni, quien, además de San Lorenzo, en la Argentina también cuenta con una temporada en Quilmes. Y como no todo es vivir en azulgrana, el repaso de esas experiencias resulta primordial para entender cómo un jugador del semblante de Romeo, sencillo, humilde, de perfil bajo, consigue que lo amen así en Alemania como en Boedo, así en Pamplona como en Tandil. O dilucidar cómo un futbolista genera que una fan teutona viaje todos los años desde Hamburgo hasta la Argentina para verlo, pasar tiempo con su familia y hasta regalarles perros de raza típica de su 135


¿Cómo se dice marketing en alemán? Romeo hacía que se agotaran las tarjetas con su imagen, vendidas por el club. La perla: en su último año, lo lookearon como gaucho. 136


país a los hijos. Un fenómeno forjado en base a goles, pero también amasado fuera de la cancha, donde se comprueba si los ídolos tienen pies de barro o no. Y Romeo superó holgadamente esa prueba... Si en el desarrollo de este libro se pudo apreciar la terquedad de Romeo cuando algo se le mete en la cabeza, su incursión en Alemania no debe sorprender. Y él lo asume: “Ir a ese país me seducía desde junio de 2001 cuando, después de ser campeón, el Leverkusen nos vino a buscar a Pipi y a mí. Era un momento lindo de ese club, estaban Ballack y Lucio, por ejemplo. Pero a pesar de que viajamos y todo, estuvimos como una semana en Europa, sin arreglar, esa venta no se dio. Por suerte se ve que por esa negociación se enteraron en Alemania de que yo existía y, cerca de fin de año, la gente del Hamburgo vino a verme en varios partidos. Yo sabía que el ayudante de Kurt Jara, el técnico, había jugado con Pipo Gorosito en Austria y seguramente le pidieron referencias sobre mí, pero nada más. Por eso, cuando se tenía que definir todo aproveché que venía a la Argentina el Pelusa (Rodolfo) Cardoso, quien jugaba ahí desde hacía bastante tiempo, y me encontré con él, no me olvido más, en la Shell de Avenida 32 y 7, en La Plata. Lo volví loco a preguntas y él fue el que me convenció de que me fuera a Alemania. Yo le preguntaba si el club era bueno, cómo eran sus instalaciones, ¡si se cobraba! El se reía y me decía ‘olvidate, es otra cosa, nunca viste nada así en la Argentina’. Y tenía razón en todo: la ciudad es linda, el club es tremendo, de cobrar nunca hay que preguntar porque los tipos cumplen siempre, la liga era competitiva como él me decía… Además, Brenda también tenía ganas de ir y ni lo dudó, con Juliana ya en edad de colegio y Gaspar recién nacido prácticamente. Por eso le agradezco tanto a Pelusa: si él no me hablaba, no sé si me iba”. La génesis de la mudanza, acontecida entre cafés, a metros de surtidores de nafta, inició una aventura con sabor a riesgo pero respaldada por la convicción del atacante más certero en el inicio de esa década. Como solía decir de chico, nadie lo iba a “frenar” al futbolista cuando ya tenía entre ceja y ceja la idea de jugar 137


en Europa. Ganas no le faltaban. Y compañía tampoco: el viaje lo realizó con su hermano Santiago, con planes laborales y con ansias de mundo. Allá fueron y, en ese nuevo horizonte, el socio fue el más sorprendido: “Cuando se iba a definir el pase fuimos a Madrid. Y el día en que firmó fuimos a festejar a un restaurant, con Daniel Bolotnicoff, que lo representaba a Tata, y yo no la podía creer: al lado nuestro estaban comiendo Roberto Carlos y (Steve) McManaman, que jugaban en el Real. Una locura”. Sí, como tantas otras que se sucederían. Como el debut de Romeo en el Hamburgo, con derrota de su equipo pero con su sello en la red, aunque no valiera: en el primer compromiso desde su arribo, el entrenador le dio la titularidad para la visita al Stuttgart, el 26 de enero de 2002. Increíblemente, en la primera pelota que tocó, se la picó al arquero y el balón entró medio metro, pero ni el juez de línea ni el árbitro lo convalidaron. Vaya bronca, considerando que, encima, el resultado final fue 0-3. “Yo me quería morir, era la forma ideal de debutar, pero no se dio: recibí de un lateral, la pinché ¡y entró toda la pelota! Y aunque no entendía nada del idioma, al otro día en todos los diarios había fotos mías y, me contaron, se hablaba de que mi actuación había sido promisoria”, recuerda Bernardo, quien, lógicamente, no se iba a quedar de brazos cruzados. Una semana después del estreno, el Hamburgo recibía al Munich 1860, por la vigésima fecha de la Bundesliga, y el testarudo argentino empezó a meterse a los alemanes en el bolsillo, anotando un gol en el 2-1 conseguido en casa. “Tuve mucha suerte porque arranqué bien, metiendo goles enseguida… En ese sentido fue parecido a lo que me pasó en San Lorenzo, si los alemanes hasta me cantaban cuando entraba a la cancha, algo así como ‘Romeo, Romeo, Romeo’, pero yo no entendía, ja”, minimiza Bernardo, apelando al destino como aliado de su talento. Más allá de esos primeros pasos auspiciosos, y como en cada etapa de su carrera, el flamante refuerzo del Hamburgo tenía un secreto, una fórmula que lo ayudaría a adaptarse rápidamente, sobre todo al rigor físico europeo, mayor, sin dudas, que el que él mismo había conocido 138


durante seis años en la elite del fútbol argentino: desconfiado sobre todo del idioma, pero también del trato que pudiera darle el cuerpo técnico con el que comenzaría a convivir en los entrenamientos, contrató a un preparador físico personal y lo llevó a Alemania. El plan era que Facundo de la Piedra, de él se trata, observara las prácticas de su discípulo con sus nuevos compañeros, evaluara si las rutinas eran adecuadas para su cuerpo y, de ser necesario, estableciera un cronograma de trabajos complementarios para que Romeo alcanzara el punto óptimo de rendimiento. Así, los días en los que el Hamburgo no realizaba sesiones extensas o dobles, su flamante delantero argentino se sometía a un turno extra de entrenamiento, con el fin de achicar al mínimo el margen de lesiones, con el permiso del club, claro está. Desde la mirada profesional, la decisión es intachable, sin embargo, en el ámbito familiar levantó polvareda. Y despertó la chicana menos pensada, proveniente de papá Carlos: “Cuando lo compró Hamburgo él no tenía tanto dinero, no había llegado la época de grandes contratos y era jodido meterle la mano en el bolsillo al petiso, pero sabiendo que iba a jugar contra rivales de gran porte físico, se llevó a un personal trainer, pagándole todo incluso a su familia”. De la Piedra, como todos los entrevistados para armar la línea del tiempo de Romeo, coincide en que “siempre fue un tremendo profesional. Como veía cuestiones que no lo llenaban desde la preparación, me llevó a mí. Es que, claro, en esa época en Europa las prácticas físicas eran dirigidas por los ayudantes de los entrenadores. ¿Y qué pasaba? Por lo general ordenaban trabajos livianos para quienes habían jugado el fin de semana, pero al resto no lo exigían, sino que lo hacían entrenarse al mismo ritmo, por lo que se producían baches físicos. Y Romeo se avivó, entonces: como no quería perder el tren, fui yo. Estábamos todo el día juntos, porque íbamos al entrenamiento del Hamburgo, veía qué le faltaba y, por la tarde, complementábamos. Lo suyo era tan serio que hasta se encargó él mismo de conseguir un gimnasio, una canchita, no dejaba detalle librado al azar. Eso sí, todo sin que el club lo supiera, je. Recién blanqueó la 139


Ya como ariete del Hamburgo alemรกn, trabaja en la pretemporada a orillas del mar junto con Pelusa Cardoso, clave en su adaptaciรณn.

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situación después de la operación de espalda, al año de estar en Alemania, porque empezamos a trabajar sincronizadamente con el kinesiólogo del club. De todas las experiencias que tuve, incluyendo pasos por la selección de Arabia Saudita, donde trabajé con su tío, Daniel, la de Romeo me dejó en claro que es el jugador más profesional que tuve bajo mis órdenes. O debe andar por ahí con alguno que no conozco, ja. Siempre tuvo una cabeza y una predisposición increíbles. Conociendo sus limitaciones, en la cancha explotaba su tremendo timming para moverse en el área con la gran lectura de juego. No es que tenía suerte y la pelota le caía a él, sino que tenía la capacidad de ver antes que nadie qué decisiones iban a tomar sus compañeros”. Seguramente, la presencia del PF colaboró en la inserción de Romeo en su nuevo mundo, frío pero cortés, formal pero cordial, aunque, claro, su hermano Santiago ofició de principal aliado. Aunque, ojo, así como la compañía familiar tuvo su lado bueno, también mostró un costado negativo, según relata el pariente: “En uno de los primeros días en Hamburgo nos invitaron a la inauguración de un cabaret, pero esos con clase, con shows, como los de las películas, no un burdel. Tata no quiso ir ‘ni loco’ y fui yo con Cardoso. Al otro día, cuando me levanté, la conserje del hotel me mostró la tapa de un diario: había una foto de Pelusa conmigo, pero los periodistas decían que era mi hermano. Claro, como todavía no lo conocían, se enteraron de que estaba Romeo en el cabaret y se armó un circo tremendo. Cuando Tata se avivó me quería matar. ‘¿Qué hiciste?’, me decía a cada rato”. Rememoremos y reflexionemos: ¿la misma persona que de niño enloquecía a los maestros y les ocultaba notas negativas del colegio a sus padres iba a quedarse de brazos cruzados? Mmm, difícil. Y Santiago lo ratifica: “Después del entrenamiento vino y me dijo ‘no juego, me castigaron’. Yo me quería morir, le seguí la corriente un rato largo, hasta la noche no sabía qué hacer… Hasta que el turro me dijo que era una joda, ja. Siempre igual el atorrante. Y enseguida pasó de esa situación, en la que no lo conocían ni los periodistas especializados a ser reconocido en las calles por todo el mundo. Causó un gran furor en Hamburgo”. 141


TrĂ­o de argentinos en Hamburgo: Berni, con Pelusa Cardoso y el Lobo Ledesma, con quien volverĂ­a a compartir equipo en Boedo en 2008.

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Si te gusta el durazno, bancate al Pelusa. Así en un evento social, como en el entrenamiento o en cualquier situación cotidiana, la imagen de Pelusa Cardoso, a la postre hasta técnico interino del Hamburgo, se reprodujo como la sombra de Romeo, quien, junto al entonces volante argentino, nueve años mayor que él, pudo empezar a relacionarse de a poco con los habitantes de la segunda ciudad más poblada de Alemania, ubicada al norte del país, con el segundo puerto más importante de Europa detrás del de Rotterdam, en Holanda. Los dos ex Estudiantes congeniaron enseguida, lo que le permitió al delantero superar obstáculos como el idioma, el trabajo en la nieve o las costumbres. El compatriota, con cuatro años de experiencia en el Hamburgo cuando Romeo arribó en 2002, también disfrutó de la compañía de alguien con quién poder hablar de tú a tú. “Cuando llegó Bernardo sentí mucha alegría por la incorporación de un argentino, que, además, era un goleador, lo que necesitaba el equipo en ese momento. Para él fue empezar de nuevo porque en Europa tenés que demostrar. Llegó con la ilusión de triunfar y lo hizo a pesar de que fue un cambio muy grande para él. Le costó un tiempito adaptarse, pero hizo goles rápido y eso fue importantísimo... Yo traté de que se integrara a la sociedad y con las familias unidas se fue dando de a poco. Pero hay que decirlo: hablando alemán es un burro. Tenía una profesora pero nunca aprendió nada. Después llegó el Lobo (Cristian) Ledesma y los dos eran como mis hijos, los ayudaba adentro del equipo y afuera. Al principio llamaba la atención que fuera chico físicamente, decían que no parecía rápido, que no era corpulento, pero dentro del área se movía perfecto, si hasta metía goles con el culo, ja ja ja. Y a fuerza de goles Berni se metió en el corazón de la gente. Tanto, que después no quería que se fuera a España”. El Tata de Tandil se ríe al recordar, pero no desmiente ni una coma de lo narrado por Cardoso: “Pelusa me llevaba a las clases, no me podía concentrar, no podía estudiar, era como cuando iba a la escuela de chico. Arranqué con mi esposa, Brenda, pero no podía y no podía. Ella, en cambio, aprendió espectacularmente, se 143


defendía sola. Lo importante era que en el vestuario yo me arreglaba: me hacía entender con las manos: ¡Y bastante bastante bien!”. Cuando Romeo y Cardoso hablan de pronta inserción a fuerza de goles no mienten. Es que, aunque la cantidad no haya sido abultada como en Boedo, el delantero logró ser el goleador del equipo en las primeras tres temporadas, con ocho goles (en apenas 16 partidos), catorce y once, respectivamente. La mentalidad, sobre todo, empujó a Berni a sacudir las redes, “convencido de triunfar como en San Lorenzo, porque también quería llegar a la Selección. El técnico, además, me daba confianza: en las charlas técnicas yo me quedaba atrás de todos porque no entendía nada y, por cómo hablan ellos cada vez que me decía algo, yo pensaba que me cagaba a pedos, porque tienen un idioma muy efusivo. Después de dar las instrucciones, el DT venía y me decía que no me preocupara, me dibujaba un arco en la pared y lo señalaba como pidiéndome que metiera la pelota ahí. ‘Tor, tor’, me repetía. Quiere decir gol. El tipo me pedía goles, nada más. De a poco, sacamos al equipo de la zona de descenso y terminamos peleando por entrar a la Copa UEFA, que después fue la Europa League”, analiza. Hazte fan. A esa altura, el boom Romeo había explotado. No habrá sido como en la Argentina, donde tres peñas sanlorencistas llevan su nombre, pero su performance y su forma de ser generaron, por ejemplo, que una nativa de Hamburgo se convirtiera en fan suya. Sí, nada que ver con Bailando por un Sueño, el fan de Wanda Nara ni nada por el estilo, pero Bettina Engler, hincha del club alemán, claro, sucumbió ante los encantos del argentino. Y lo cuenta así: “Cuando Berni llegó a Alemania era muy joven, estaba en un país extraño y sin saber el idioma. Yo me enteré de que tenía chicos pequeños (Juliana tenía cuatro años y Gaspar apenas seis meses) y tuve ganas de ayudarlo, de darle la bienvenida a Hamburgo. Por eso le escribí una carta, después de Tor (gol en alemán) de Romeo en Hamburgo: sus compatriotas, Pelusa Cardoso y Cristian Ledesma, se le arriman en la celebración. 144


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17 años sin hablar en español, idioma que había estudiado en la escuela, ja. Hasta el día de hoy no sé si pudo entender todo lo que quise decirle. También le regalé una guía de Hamburgo en español. Y para Pascuas les hice regalitos a los hijos. Entonces me llamó por teléfono. Yo no lo podía creer. Fue un gran gesto de su parte. Pero habría más: en febrero de 2003 me visitó con toda su familia y lo pasamos realmente bien. Así comenzó nuestra amistad”. El fenómeno, digno de analizar por sociólogos, se puede entender en San Juan y Boedo. ¿Pero en el Norte alemán? Su admiradora, luego amiga de la familia, intenta razonar lo que el corazón del hincha no puede explicar: “Naturalmente sus goles fueron la causa principal por la que los fanáticos rápidamente se enamoraron de su forma de jugar al fútbol, con grandes aptitudes. Pero ése no fue el único motivo que llevó a los hinchas a venerarlo: Bernardo siempre fue muy amable, laborioso y simpático. Aunque es muy tranquilo y reservado, siempre tenía tiempo para sus fans: para sacarse fotos, firmar autógrafos, contestar cartas, etcétera. Por eso se convirtió en una persona tan querida. La realidad es que hay otros extranjeros que han sido queridos en Hamburgo, como el inglés Kevin Keegan en los ochenta, o el holandés Rafael van der Vaart más recientemente, pero, desde mi punto de vista, Bernardo fue el mejor. Y no sólo lo digo yo, que tengo una buena relación con su familia, sino que mucha gente lo recuerda con cariño. Después de su retiro, por ejemplo, el periódico del equipo le dedicó dos páginas contando sus novedades en San Lorenzo. Aunque ausente, Bernardo sigue presente en la memoria de todos los hinchas de Hamburgo”. Tan importante fue Romeo para el club hanseático que, cuando tuvo que ser operado en noviembre de 2002, para su recuperación le asignaron al Mago de la institución: Hermann Rieger, quien fuera futbolista del equipo, devenido fisioterapeuta, uno de los mejores del Viejo Continente. Vaya si será trascendente este abuelazo germano, que la mascota del Hamburgo, un dinosaurio, fue bautizado por los hinchas como Hermann, en su honor… Nada raro hasta ahí, considerando que el delantero 146


argentino había sido el goleador del equipo, pero, justamente, la proximidad de las Fiestas de fin de año expuso el arraigo de Tata para con su gente, por lo que planteó un reclamo, finalmente atendido por la dirigencia: “Yo estaba operado, quería ver a mi familia, no aguantaba más. Y los dirigentes querían que yo trabajara con Hermann. La verdad me daban todo: casa, pasajes dos veces al año para mis viejos, pero no entendían que yo quisiera pasar Navidad y Año Nuevo en Tandil. Jodí tanto que me dieron el ok, pero con la condición de que viajara con el fisio. ¡Ni hablar! Si era por mí, me traía hasta el utilero con tal de poder volver. La cuestión es que el tipo es muy groso allá, como Galíndez en la Argentina, y al principio no quería saber nada, pero en dos días con mi familia, después no se quería ir, ja. Es el día de hoy que lo veo y me dice ‘las milanesas de la mamma’. A mi vieja le dice ‘la mamma’. Claro, volvíamos de entrenar y mi mamá había cocinado para 15 personas, él no lo podía creer. Varios años después de ese viaje sacó un libro sobre su vida ¡y le dedicó un capítulo a Tandil! Hablaba de la cordialidad de la gente, de cómo se comía, del calor, todas cosas nuevas para él, un típico alemán estructurado”. Esa intervención fue otra dura prueba para el futbolista, que, según contó en su momento Gerold Schwartz, jefe del cuerpo médico del Hamburgo, “pudo haber visto cortada su carrera, ya que fue una operación muy importante: el nervio aplastado podría haberle provocado parálisis parciales”. ¿De qué hablamos? De una hernia discal que lo dejó fuera de competencia al final de su primera temporada en Alemania, pero que lo acosaría también en el futuro. La intervención, realizada en la clínica Atos de Heidelberg, duró 35 minutos y fue programada de urgencia luego de que un golpe sufrido ante el Bochum, por la Copa de Alemania, generara el dolor irrefrenable que delató la hernia. Luego de ese salvataje, lo dicho: el viaje a la Argentina con Rieger, dos meses de recuperación, pretemporada y volver a empezar, con Kurt Jara esperándolo ansioso para pedirle en el vestuario que sólo se preocupara por gritar tor… 147


Una perla en Mallorca: en apenas diez partidos, Romeo convirtió dos goles. Aquí festeja uno de ellos. Fue su primera experiencia en España.

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“El arranque después de la operación fue con altos y bajos, pero terminó siendo la temporada en la que más goles hice en Alemania. Es más, el equipo terminó cuarto en la Bundesliga, algo impensado un año antes, cuando había llegado, porque peleábamos por alejarnos de la zona de descenso. En 2003 estaba bien, rápido, con ganas, por eso las cosas salieron. Al año siguiente el club cambió el técnico y llegó Klaus Toppmöller, con el que también tuve un buen comienzo”, pasa lista Romeo llegando a la mitad de la temporada 2003-04, momento que lo mostró convirtiendo cinco goles con el nuevo entrenador. Fue otro buen año ése, que incluso, como siempre, contó con la presencia de su grupo de amigos, ya encabezado por el tenista Mariano Zabaleta, quien, jugando a nivel profesional y viajando mucho por Europa, solía visitarlo seguido: “Yo siempre jugaba en el torneo de Hamburgo, que vendría a ser como un ATP 500, de los terceros en importancia, detrás de los Grand Slam y de los Masters 1000. Dos o tres veces armamos la banda para aprovechar mi participación allí y el hecho de que Tata era local. Era espectacular verlo triunfar en Europa, porque a la inteligencia natural suya le sumó un nivel social espectacular. Casualmente, es una ciudad que terminó cayéndonos particularmente bien a todos porque yo, por ejemplo, tuve mi mejor participación en un torneo, llegando a la final de Hamburgo en 1999. Así como nos gustaba ir a alentar a Bernardo, mis amigos iban a verme y a mí me divertía saber que jugaba para ellos. También hemos viajado a verlo a España o él ha ido a Roma a verme. Su paso por Alemania generó que recuperáramos el contacto que habíamos perdido cuando yo empecé a viajar mucho. Estuvo buenísimo”. Entre tanto disfrute, Romeo llegó a decir presente en la red en el partido que quizá se ofrezca como perla de su paso por el Hamburgo: por la Copa de Liga le ganaron 7-4 nada menos que al Bayern Munich, todopoderoso equipo alemán, con dos goles suyos luego de empatar 3-3 en tiempo regular. Así, pasaron a la final, la que le ganarían 4-2 al Borussia Dortmund, el 28 de julio, sin que el argentino jugara. Una frase suya expone 149


Grito furioso en Osasuna, donde Romeo jugó dos temporadas, marcando ocho goles en 48 partidos. Y, sí, se transformó rápidamente en ídolo por su juego y por su forma de ser.

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lo que sintió al no poder obtener un título pesado en el Viejo Continente: “La espina que me quedó en Europa fue no haber podido conseguir un torneo grande, aunque esa Copa suma...”. Y culminando ese tercer ciclo consecutivo en Hamburgo, la cabeza empezó a trabajar. Inquieto como fue siempre, ya en los primeros palotes de la 2004-05, otra vez hubo cambio de entrenador y el arribo del reconocido Thomas Doll no sentó muy bien en la carrera del delantero argentino, a esa altura ídolo de los teutones. “En cuanto pudo trajo delanteros, yo ya no era el mismo y encima de eso me daba cuenta de que me querían limpiar. Ojo, la gente quería que me quedara, pero empezó el desgaste”, narra. Y una situación puntual expone las sensaciones que lo recorrían, retrotrayendo su vida a la época en que pateaba los escritorios de las profesoras. María Luz, la hermana menor, tal vez su protegida, seguro su compinche, recuerda que “para un cumpleaños mío habíamos reservado lugares en un restaurant español, hasta Pelusa Cardoso había dejado a sus hijos para que saliéramos todos juntos. Y cuando estábamos por salir, encontramos a Berni sacado, discutiendo por teléfono en alemán en la cocina de la casa: tenía que viajar a otra ciudad a firmar autógrafos y había pedido no ir, pero querían obligarlo. ¡Se re peleó y terminaron multándolo! Yo le decía ‘hubieras ido y la plata de la multa me la regalabas a mí, ja’. El no la podía creer”. Obviamente, la propia mirada del protagonista de esa dura charla con el manager del club no luce color de rosa como en la versión de Malú: “Esa pelea no me la olvido más, porque yo ya estaba cansado mentalmente, a pesar de tener todo, pero me sentía desgastado por el frío, por el idioma… Con el alemán le puse garra al principio para que vieran que me interesaba, pero después me superó. Me pasó una genial una vez: después de los partidos, la cerveza Holsten le daba un premio al mejor jugador del partido y varias veces me lo gané. Durante un tiempo me dejaban que fuera a recibirlo con el traductor, para que me ayudara en la nota que hacían, o con alguno de los compañeros que hablaba español. Pero, claro, los tipos querían que yo hablara solo con los periodistas y 151


una vez empecé la nota, escuché la primera pregunta, no entendí nada y me fui a la mierda. Eso no les gustó nada a los dirigentes. Para colmo, cuando se retiró Pelusa Cardoso quedé solo en el día a día… El Lobo (Ledesma) ya se había ido también y encontré un vacío. Hasta que se empezó a hablar de mí en Mallorca, también en Betis y me llamó la gente que trabajaba con Héctor Cúper en el primero de esos clubes. Ahí me despabilé y me puse como meta irme a España”. Se sabe: objetivo trazado por Romeo equivale a meta cumplida. Peleando por los dos años más de contrato que el punta tenía por delante, el club español consiguió el préstamo del delantero por seis meses, tras haber jugado apenas seis partidos de la liga 2004-05, convirtiendo dos goles. Si en ese puñado de juegos había llegado a batir arqueros adversarios, era claro que los hinchas iban a ilusionarse con un nuevo año del gaucho como verdugo de los rivales. Por eso, su partida generó tristeza. Tina, su fan número uno, quien en 2007 conocería la Argentina para convertirla en su segundo hogar de la mano de los Romeo, claro, recuerda que “por desgracia su partida no fue como hubiera merecido. Por eso sentí que no debíamos dejarlo solo: en febrero de 2005 fuimos con mi marido a visitarlo a Mallorca. Cuando volvió a Hamburgo los hinchas protestaron porque no lo tenían en cuenta, pero el entrenador se puso firme. Y a pesar de este maltrato, Bernardo no dijo nunca nada malo sobre el club en público, fue muy leal; y eso es algo que los hinchas le reconocemos. Cuando él llegó a Alemania nadie podría haber imaginado que Romeo alcanzaría un prestigio tan grande. Fue una sorpresa para todos. Pero una gratísima sorpresa: cada día, dentro y fuera de la cancha, se ganó el inmenso cariño que los fanáticos de Hamburgo sentimos por él”. El sentir pasional queda así reflejado. ¿Y qué decía la férrea dirigencia del club? El director deportivo, Ditmar Beirsdorfer, señaló en su momento que “la despedida de Bernardo fue muy emocionante. Es un gran ser humano; siempre actuó con mucha fidelidad con el club y sus compañeros. Nunca quiso estar en los 152


primeros planos, a no ser en el campo de juego. Entiendo a los hinchas cuando nos piden que no lo dejemos ir, porque él hizo muchos goles muy importantes y consiguió valiosas victorias, pero Thomas Doll apuesta por delanteros rápidos, con cualidades de armador, y Bernardo es un jugador neto para el área”. A por ellos, oé… Ni el cambio de clima, ni la familiaridad del idioma, ni la insistencia de Cúper por conseguir sus servicios hicieron que el paso de Romeo por el Mallorca fuera placentero. La decena de partidos jugados evidencia que algo no anduvo bien. Y él no tiene problemas en blanquearlo: “De movida hice dos goles en Mallorca, pero enseguida me lesioné. Bah, tuve una recaída por la hernia de disco y tuve que dedicarme espacialmente a fortalecer la zona media, los abdominales, porque si me relajaba me mataba el dolor y ya no se podía volver a operar. Entonces, fueron seis meses malos, en los que ni siquiera pude disfrutar de la isla, como tampoco de lo deportivo porque el equipo no anduvo y, por suerte, zafamos del descenso en la última fecha. Fui a poner la cabeza bajo la guillotina, digamos, pero yo quería jugar y sabía que en Alemania no lo iba a hacer. Encima, me quedaba un año de contrato por delante con el Hamburgo, por lo que había metido a los nenes en una escuela alemana en Mallorca, para que no perdieran la costumbre del idioma, sabiendo que en Hamburgo teníamos nuestra casa y que íbamos a tener que vivir ahí de nuevo. Pero cuando volvimos, y yo ya estaba de pretemporada con el equipo, me llamó el Vasco (Javier) Aguirre diciéndome que me quería en el Osasuna. Tuvimos varias charlas hasta que me convenció y el club hizo el esfuerzo para comprarme. Llegó el día nomás: nos fuimos definitivamente de Alemania, para comenzar una vida más cercana a la que estábamos acostumbrados, en otro clima, con el mismo idioma, haciendo amigos. Y hasta con un buen pasar deportivo, que era lo que estaba necesitando para sentirme pleno”. El primer paso fuera de la cancha es recordado por Romeo como una pincelada de color (“llegamos a Pamplona el Día de San Fermín 153


Convocado por Hugo Tocalli, uno de sus ex tutores en las Selecciones Juveniles, Berni pasรณ por Quilmes y aportรณ cuatro conquistas.

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y fueron a buscarnos al hotel todos los periodistas vestidos de blanco, con el pañuelo rojo al cuello. ¡Y el presidente del club también! Di la conferencia de prensa y nos quedamos solos en el hotel. Nadie más estaba ahí. Claro, después vimos cómo viven ellos esa fiesta y los entendimos. ¿Qué les iba a importar que llegara un futbolista si tenían por delante el festejo más esperado del año?”, repasa entre risas). Y su faena dentro del campo es destacada por su hermano Santiago, otra vez codo a codo, como cuando arribaron solos los dos a Alemania: “En su debut en Osasuna le metió dos goles al Villarreal, que justo en ese momento era dirigido por Manuel Pellegrini, con quien Tata tiene una excelente relación. Después tuvo momentos mejores y peores, pero él estaba bien con la vida que llevaba la familia, eso lo tranquilizaba”. Entre tanto, el modesto equipo de Pamplona fue subcampeón de Copa del Rey y terminó cuarto en la segunda temporada de Romeo allí (la 2005-06, cerrada con todo el pueblo festejando el hecho de haber quedado a un puesto del podio liguero), lo que lo llevó a participar de la primera ronda de Champions League, la de eliminación directa en busca de acceder a la fase de grupos. Treta del destino, el 9 de agosto de 2006 tuvo que visitar al Hamburgo vestido con los colores del Osasuna. Habían empatado 1-1 en España y el 0-0 eliminó a los ibéricos, que contaron con Romeo durante 11 minutos, después de que reemplazara a Roberto Soldado. Obviamente fue tratado como una celebridad, e incluso el manager del club había ido a buscarlo al aeropuerto para entregarle personalmente la llave de la habitación donde dormiría. “Fueron dos buenos años, nació Lara, mi hija más chica, conocí amigos… Pamplona es como Tandil, con sierras, tal vez por eso me sentí muy identificado”, admite Romeo. Y, para definir su paso por Europa, apela a la modestia: “Hice muchos goles en Alemania, pero en los últimos años no era yo, sobre todo en Mallorca y en el final en Osasuna, donde alternaba, no jugaba siempre. Ya tenía puesta la cabeza en volver a la Argentina. Por eso, para calificar mi experiencia europea me pongo un 6. Un bueno. Fue un proceso interesante, muy lindo”. 155


Y pega la vuelta. Otra vez, la cabeza dispuso regresar. La insistencia de la dirigencia de San Lorenzo en 2006 y 2007 repercutió en Bernardo Romeo, quien terminó regresando a la Argentina para vestir otra vez la casaca de su amado Ciclón. Ese es un capítulo aparte en esta historia del Enamorado del gol, quien, tras la tensa relación con Ramón Díaz recaló en Quilmes, su tercer club en el país, en el que vivió un año “rarísimo”, según su propia definición. “No tenía en los planes irme de San Lorenzo aunque me la veía venir. Estuve a punto de ir a Estudiantes, me llamó (Juan Sebastián) Verón, pero (Alejandro) Sabella quería otro tipo de delantero; (Omar) Asad me quería en Godoy Cruz, pero no quería trasladar a la familia a Mendoza. Y, de la nada, me llamó (Hugo) Tocalli para llevarme a Quilmes. Conocía al club, claro, tenía referencias, aunque nunca me hubiera imaginado ir a jugar ahí. Pero Hugo me pidió que le diera una mano y no podía decirle que no. Llevó 20 jugadores nuevos y yo me la jugué. Fue un año dificilísimo, hice pocos goles, no jugué tanto (apenas 17 partidos en dos torneos) y encima nos comimos el descenso”, resume Berni, remarcando la pérdida de categoría. Después sufriría por conseguir la permanencia con San Lorenzo, en las postrimerías de su trayectoria, pero Romeo no olvida: “Tuvimos una tremenda levantada cuando Caruso Lombardi agarró al equipo, pero no alcanzó. Perdimos 1-0 con Olimpo y nos fuimos a la B. Lloré un año seguido, la pasé muy mal, para el orto. Con Paco (Danilo) Gerlo, nos juntábamos todas las mañanas para sacar cuentas por el promedio, nos empastillábamos todos los días para dormir porque era imposible que nos relajáramos. Lo que nos quedó es que la gente nos aplaudió el día que descendimos, porque nuestro esfuerzo fue tremendo y evidente, peleamos hasta el final. Igual yo estaba muerto, porque uno piensa en los hinchas y se siente responsable de su tristeza. No se trata de dramatismo, uno quiere ver feliz a la gente…”. Quedate tranquilo Bernardo, que de eso supiste demasiado. El que lo dude, que pregunte en Boedo…

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Como en Boedo, pero en Alemania La idolatría que Romeo despertó entre los hinchas de San Lorenzo tuvo réplica en Hamburgo, equipo donde se destacó por sus goles y en el que los fanáticos lo adoptaron como propio por talento y calidad humana.

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2002-2004

GOLES

88

PARTIDOS JUGADOS

TITULO

0,51 PROMEDIO DE GOL POR PARTIDO

Copa de Liga 2003

1

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ALEJANDRO DEL BOSCO/ EL GRÁFICO


7 VOLVER A CASA El amor, que me indujo a preguntar. El me dio consejo; yo mis ojos le presté. No soy piloto, pero, aunque tú estuvieras lejos, en la orilla más distante de los mares más remotos, zarparía tras un tesoro como tú.

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Hay que ser goleador en un club grande

en su zona, atento a su posibilidad,

como San Lorenzo de Almagro, no es

moviéndose muy bien, con inteligencia.

para cualquiera. Y Bernardo Romeo

A mí me pasaba algo parecidio cuando

fue un goleador estupendo, que además

tenía al Negro Oscar Ortiz al lado: yo

supo ganarse la simpatía de los hinchas

sabía al detalle dónde tenía que estar

con sus gestos y actitudes. Porque

para aprovechar sus desbordes, lo que

el Ciclón ha sido hogar de enormes

generara. Es lo principal. Y él también

futbolistas y anotadores, de los que

contó con jugadores que lo ayudaron y

hoy no salen en el fútbol argentino, o

le sacaron el jugo a sus cualidades. Pipi

salen pocos, elegidos. Y hay que saber

Romagnoli y Raúl Estévez colaboraron

estar a la altura, tener esa capacidad. Y

para que su figura de gran goleador se

Bernardo lo consiguió.

agigantara.

Su principal virtud ha sido la astucia, el estar siempre en el área, ubicado

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Héctor Scotta


7. Volver a casa

Como en Alemania, el segundo año de Bernardo Romeo como jugador del Osasuna español terminó elevándolo al pedestal de ídolo, aun cuando, en un plantel modesto, él no tenía la cantidad de minutos que pretendía. Entonces, dio resultado el efecto goteo implementado por Pablo Michelini, ex compañero suyo en San Lorenzo durante el glorioso 2001, devenido colaborador de Rafael Savino para las cuestiones futbolísticas. En cada mercado de pases, el ex volante central llamaba a su amigo delantero para ver cómo se encontraba y, cómo no, invitarlo a volver a Boedo. Los no como respuesta se sucedieron semestre tras semestre, pero, con un año de contrato por delante en el equipo de Pamplona, el trabajo fino de Miche hizo efecto. “Yo necesitaba adrenalina, no jugaba tanto como pretendía en España y, además, veía los partidos del San Lorenzo que ganó el Clausura 2007 y me volvía loco por estar ahí, en ese equipazo. Para colmo, mi mujer veía cómo me ponía y empezó a decirme, cada vez que hablábamos del futuro, que si yo quería volver a la Argentina ella no tendría problemas”, explica Romeo sobre la bola de nieve interna que crecía a pasos agigantados, pujando por propiciar el regreso al país natal, con el club adoptado como casa como único objetivo. No había otra, a esa altura: azulgrana o nada. Así, cumpliendo su quinto año en el fútbol europeo, el delantero empezó a gestar la operación retorno, apuntando todos los cañones hacia Boedo. El segundo capítulo de ese amor eterno entre Bernardo Romeo y los Cuervos había empezado. Y la obtención del título en la primera parte del año, en el torneo estreno de Ramón Díaz al frente del equipo, les dio pie a los dirigentes para reforzar el conjunto, pensando en la Libertadores del año siguiente. De un lado del mostrador, donde se toman decisiones, la motivación estaba. Del otro, ni 161


hablar. Romeo sólo pensaba en pegar la vuelta: “Nada me llenaba. Y eso que habíamos hecho una de las mejores campañas de la historia del club; ese año quedó marcado en la gente, pero yo quería jugar más, por eso rescindí antes de que empezara mi tercer año en Osasuna. Hablaba con mis representantes y les pedía que escucharan a San Lorenzo. Hablaba con Pablo (Michelini) y le decía que hicieran el esfuerzo, además del que yo estaba dispuesto a hacer para que se pudiera cerrar la negociación. Mientras tanto, veía todo lo que se había generado con el primer semestre de Ramón Díaz y me cebaba, quería estar ahí, miraba todos los partidos en directo, disfrutaba de ese equipo con el Gallego Méndez, Lavezzi… Empezaba a maquinar, estaba la Copa Libertadores por delante… Rompí muchísimo para volver, incluso sabiendo que Ramón no era un tipo que me quería, pero yo sabía que (Rafael) Savino y la dirigencia sí. Se trataba de estar otra vez cerca de los colores. Cuando me dijeron que podía hacerse el pase, no dudé un minuto en dar el sí”. En el transcurrir de los recuerdos, la frase surge sola, estableciendo un mojón que puede referenciar todo lo que vendría. “Ramón no era un tipo que me quería”, reflexiona Romeo y no está errado. El riojano, con el éxito de haber anexado una estrella en su primer campeonato como entrenador de San Lorenzo habiendo sumado sólo tres jugadores (Cristian Ledesma, Gastón Fernández y Aureliano Torres), se fue de gira con el plantel campeón a México y gestionó desde Acapulco la reestructuración de la plantilla, sin considerar a Romeo ni siquiera como opción. Pero, claro, el apellido sonaba en boca del presidente de entonces (Savino) y el clamor del hincha también se hizo sentir. Así fue que el delantero, curtido por el lustro en el fútbol europeo, armó las valijas para iniciar su segundo ciclo como jugador de un Ciclón al que había dejado encumbrado allá por inicios de 2002 y al que reencontraba nuevamente en la cresta de la ola. Ante esa paridad de niveles, y con 30 años recién cumplidos, la evaluación del punta indicaba que podía aportar sus servicios a una formación aceitadísima . “Estaba en buenas condiciones físicas, y además de 162


Estudiantes, me habían llamado de México y de un par de clubes españoles, el Jerez, el Salamanca, pero no quería quedarme más en España… Extrañaba el fútbol argentino, la hinchada, las presiones, consideraba que era una etapa cumplida la de Europa y siempre tenía ganas de volver a San Lorenzo. Para mí, era San Lorenzo el destino porque consideraba que podía darle más al club, era el momento”, explica el Enamorado del gol. Y recuerda patente cómo fue la inserción en un plantel que era tapa de todos los diarios por la gloria conseguida y por estar guiado por uno de los técnicos más mediáticos de la Argentina: “Mi primera práctica con el plantel fue apenas volvieron ellos de la gira por México: empezamos a correr alrededor de la cancha con el Flaco (Daniel) Bilos, quien también llegaba en ese momento, y hablábamos de que enseguida teníamos la Sudamericana por delante y la Libertadores al tiempo, integrando un plantel campeón que era un equipazo. Había un buen grupo, aunque después se cortó ese clima”. Stop. El semblante es claro: aun hablando de los primeros pasos tras la vuelta a la Argentina, a Romeo se le escapa la afirmación de que en esa era hubo un antes y un después en lo que fueron las relaciones entre cuerpo técnico y futbolistas, entre los cuales, tras la obtención del Torneo Clausura, aparecieron nada menos que Emiliano y Michael Díaz. Sí, los hijos de Ramón, mirados de reojo no sólo por los hinchas y por la prensa especializada, sino también varios de sus compañeros, con quienes tuvieron relaciones sinuosas de principio a fin. Su aparición en el plantel fue el caldo de cultivo del envenenamiento que posteriormente sufriría la vida interna de una formación llamada a golpear las puertas de cielo en la máxima competencia americana de 2008, pero que terminó mordiendo el polvo de la derrota, cayendo a los infiernos de las internas y las divisiones. No todo es color de rosa. Y San Lorenzo lo confirmó en carne propia. Sin embargo, con la premisa de siempre (“el club ante todo”), Romeo supo disfrutar del renaciente amor con la institución que lo catapultó a los primerísimos planos, como también del hecho de reencontrarse con las costumbres que había 163


dejado atrás hacía un quinquenio, cuando se incorporó al Hamburgo, “una selección mundial, de tantas nacionalidades que había, pero con un vestuario muy diferente del que se vive en la Argentina”, según él mismo narra. “Para mí, volver fue como empezar de cero, pero con algunos chicos que ya conocía. En las concentraciones compartía habitación con el Gallego (Méndez), pero estaban Orion, Adrián González, Hirsig, quienes eran los más grandes y me abrieron las puertas del grupo como si nunca me hubiera ido. No era fácil: ellos venían de ser campeones y el nuevo era yo”, grafica. Salvando las distancias, en similar situación que Romeo estaba Gastón Aguirre, defensor proveniente de Newell’s, promisorio futbolista coronado con la Selección Sub 23 y con el equipo rosarino, en 2004. Con el correr de los meses, Aguirre fue ganando protagonismo en Boedo, tanto en el campo de juego como en la vida íntima. Por eso su voz es autorizada para marcar la importancia de Berni en el día a día, incluso cuando en cancha no se la daban: “Ese era un gran plantel a nivel humano, pero sin dudas la llegada de Bernardo fue un gran aporte. Hasta los más grandes le tenían un tremendo respeto, lo que nos contagiaba a los más chicos. Es que sin levantar nunca la voz, él sabía cuándo hablar, dónde meter la opinión justa, ya sea a la hora de jugar o para resolver algún conflicto de vestuario o con los dirigentes. En la convivencia era uno más. A mí me tocó compartir la mesa con él, porque en vez de sentarse con los otros referentes prefería estar con los jóvenes y, pese a la imagen que todos tienen de él, nos hacía reír un montón. Con toda la experiencia que tenía, siempre salía con alguna anécdota graciosa y nos sorprendía, porque lo veíamos tan formal y correcto que ni imaginábamos que pudiera haber sido quilombero alguna vez. Pero lo más importante para destacar es que cada día era el primero a la hora de trabajar, marcándonos a todos cuál era el camino correcto”. Rememorando la vida cotidiana, Romeo también muestra conformidad, por haber llegado a “un grupo bien armado, que venía dulce por el título y que arrastraba la energía que les da Ramón a 164


sus planteles, siempre buscando que sean divertidos, distendidos, ganadores. Fue fuerte para mí integrar un vestuario con tipos importantes y que me dieran lugar. Si jugadores como La Gata (Gastón) Fernández o el Cuqui (Andrés) Silvera, que venían de ser los goleadores del equipo campeón, me hablaban sobre cómo me quería la gente... Era muy importante para mí. Ojo, no me cambiaba nada, yo los respetaba muchísimo a ellos, como también al Gallego, a Adrián (González)… Había muchos grandes en ese vestuario y yo sólo debía buscar mi chance de jugar. Pero había cosas más fuertes que yo, como estar todo el tiempo apoyando a los más pibes de esa época, como (Pablo) Alvarado, Chaco (Juan Manuel Torres), Aguirre, quienes llegaron también para ese semestre, (Germán) Voboril o (Nicolás) Bianchi. Yo no jugaba, o jugaba poco, pero tiraba para adelante. Era lo único que me interesaba”. Uno de los grandes mencionados por Romeo es ni más ni menos que Sebastián Méndez, justamente uno de los mayores referentes futbolísticos de San Lorenzo desde 2007 en adelante. Desde su experiencia, y conociendo a Berni desde que éste jugaba en Osasuna y el Gallego era caudillo del Celta de Vigo, cuenta que “Bernardo nunca sacaba chapa del pasado. Arribó como cualquiera, se adaptó al grupo y llegó a sumar como lo hizo siempre. Y eso que era un emblema, la gente lo quería mucho, los rivales lo respetaban. Además, su rol en la intimidad siempre pasó por ser positivo, aportar la voz de la cordura, transmitir calma en las buenas y en las malas. Así se ganó el respeto de los que no lo conocían. La verdad, es un tipo muy inteligente, que sabe cuándo hablar y cuándo callar, así como en la cancha supo descubrir el momento exacto para anticiparse a los defensores rivales”. La reinserción se había concretado y llegó la hora de saltar al campo, con la doble competencia como zanahoria para los integrantes de una plantilla numerosa. La Copa Sudamericana se le ofreció al goleador, que no había podido celebrar el logro de la Mercosur a principios de 2002, pero que así y todo había sido el máximo artillero del certamen. Ingresando a los 18 minutos del segundo tiempo en 165


reemplazo de Gastón Fernández cuando el Ciclón le ganaba 1-0 a Arsenal en Sarandí, Romeo había inflado el pecho cuando durante el entretiempo salió a la cancha a realizar el calentamiento precompetitivo y la marea azulgrana presente en el estadio del Viaducto estalló en el viejo y querido “Romeeeo, Romeeeo”, al divisarlo entre la comitiva de jugadores suplentes. Si él pensaba que alzando las manos controlaría el fervor, equivocado estaba: los Cuervos, motivados de sólo verlo, entonaron un mimoso “aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, los goles de Romeo que ya van a venir”. Feliz, pero contenido, alcanzó a decir aquella noche que “lo de la gente fue hermoso”. El romance seguía vivito y coleando, 2071 días después de su anterior partido defendiendo la azulgrana, en la primera final de la Mercosur 2001, visitando a Flamengo. Y entre apostillas curiosas de esa jornada (el partido, el 14 de agosto de 2007, terminó en un 1-1 que le daría pie a un 0-3 lapidario y eliminatorio en la revancha, a manos del Arsenal que terminaría siendo campeón), cabe destacar el debut en San Lorenzo de Emiliano Díaz, el hijo mayor del técnico, y la particularidad del número de camiseta que Romeo utilizaría en el semestre: el 10, heredado del emigrado Ezequiel Lavezzi, dado que el 9 era propiedad de La Gata Fernández, fija para el DT en el ataque, junto a Silvera. Con estos dos héroes del campeón como prioridades para Ramón Díaz, el retornado atacante debía tener paciencia y rapiñar minutos en cada partido, con mínimas chances de convertir goles en poco tiempo. La escasez del amado Berni en cancha empezó a ejercer un efecto presión difícil de soportar incluso para el inmume Díaz, bautizado San Ramón después del batacazo que metió al guiar a San Lorenzo hacia el título en el certamen anterior. Y si Romeo debía volver a encontrarse con su Julieta, el gol, tenía que ser dentro de un marco de épica acorde al protagonista de tantas batallas. La marquesina bien podría haber brillado en San Juan y Boedo contando esta sinopsis: Obra: San Lorenzo-Racing, igualados en el historial. Escenario: el estadio Pedro Bidegain. 166


Actores principales: 22 jugadores. Estrella: Romeo en el banco de los suplentes. Tras la vuelta al ruedo por Sudamericana, en Sarandí, el punta había tenido minutos frente a River y Estudiantes, disparando un tiro al poste millonario como chance más clara de volver a sacudir las redes. Hasta que llegó el clásico con Racing y la historia lo llamó a pararse debajo del balcón de esa Julieta azulgrana que tanto lo aclamaba. En apenas veintipico de minutos, después de haber reemplazado a Cristian Tula a los 20 del segundo tiempo de un partido que tenía al Ciclón 0-3 abajo en la primera etapa, (San Lorenzo llegaría a ponerse 1-3 antes de que llegara el descanso), Romeo se las ingenió para demostrarles a Ramón Díaz y al fútbol todo que estaba de regreso con las mismas cualidades que lo habían hecho brillar internacionalmente. En la noche heroica, vaya contradicción, le terminó dando una mano su amigo Gustavo Campagnuolo, compañero de andanzas en los albores de los 2000, arquero de la Academia esa noche de agosto, que se hizo expulsar con su equipo ganando 3-1, por tomar la pelota con la mano fuera del área, siendo último hombre. Empujado como siempre por una multitud azul y roja, guiado por el riojano más ganador y sostenido por el plantel campeón, reforzado por uno de los máximos ídolos del club, San Lorenzo logró lo que nadie imaginaba: dar vuelta un encuentro que estaba liquidado en apenas 45 minutos. Y si los dos goles de Romeo a Corinthians en la semifinal de la Copa Mercosur ya se estaban poniendo rancios en el recuerdo de la fanaticada, el propio delantero se encargaría de refrescar las gargantas. En grande: de cabeza, cuándo no, empató el partido 3-3 a los 41. Y puso el 4-3 ¡a los 46! Delirio es poco. Lo que se vivió en el estadio Pedro Bidegain fue el súmmum de un partido de fútbol, por la trama adversa pero superada, por el amor reencontrado en forma de goles, por ese Romeo con más pelo que cuando se había ido y también con más mañas para seguir ganando dentro de tierra de gigantes como si él mismo midiera dos metros y por la yapa: con la victoria, San Lorenzo le sacó un 167


Bernardo y su festejo marca registrada, los brazos abiertos, en busca del abrazo colectivo. Fue en el 3-0 a Cienciano jugado en 2009.

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partido de ventaja en el historial a Racing, instalando la marca de 55 triunfos contra 54 de los de Avellaneda. ¿Qué más exigirle al modesto hombre de Tandil que, calladito, empezaba a pedir pista con lo que mejor sabía hacer? Goles, señoras y señores, la esencia del fútbol. Mire que hubo títulos en Boedo, luego vendrían desahogos como el de evitar el descenso en 2012, pero la gesta de ese clásico fue definida por él mismo como “uno de los días más felices que viví como jugador de San Lorenzo”. ¿Qué decir de la gente? El estallido que generaba Romeo provocaba que confesara que “ya no sé cómo agradecerles a los hinchas. Lo que hacen por mí me genera algo muy difícil de describir, su cariño es increíble”. Una noche más, el telón bajó al ritmo de los aplausos y los vítores dedicados al personaje que el director se negaba a incluir pero que terminó siendo el héroe, fiel a su historia en Boedo. Otro doblete, en la derrota por 4 a 3 visitando a Lanús, y la despedida con un gol en el 4-1 a Gimnasia de Jujuy en la última fecha del Apertura 2007 fueron sus aportes a una causa que lo tuvo como actor secundario, relegado por Juan Carlos Menseguez, quien se había sumado junto a él, y Andrés Silvera. Aunque la pelea por el puesto con el Cuqui no tendría tregua, el cambio de año le devolvió algo de protagonismo, además del número 9, tras la partida de Gastón Fernández. Y el sueño que desvive a Boedo, como también a Romeo, comenzó: la Copa Libertadores 2008, para la que San Lorenzo incorporó a Andrés D’Alessandro, Gonzalo Bergessio y Diego Placente. Y otra vez, como cumpliendo una misión, Bernardo apareció en la tapa de los diarios. Es que San Lorenzo llegaba a los 3.900 metros de altura sobre el nivel del mar de Potosí, en Bolivia, para visitar al Real de esa ciudad, después de haber debutado en la máxima competencia americana con una derrota en cancha del Caracas venezolano y un flaco 0-0 recibiendo al Cruzeiro. Y como en aquella noche contra Racing, el trámite hacía temer lo peor: el primer tiempo terminó 2-0 para los bolivianos. Pero adivinen quién revivió al Ciclón… Un tal Bernardo Romeo, luciendo sus mejores ropas de goleador. Cabeceó, 169


primero, un centro de Aureliano Torres para establecer el 1-2 que motivó a una tropa que pugnaba por poder respirar normalmente. Y siete minutos después volvió a establecer conexión con el lateral paraguayo, quien ejecutó un centro al que el tandilense le puso la testa para sacudir con la pelota un palo y, por accidente, asistir a Cristian Chávez, incipiente canterano de Boedo, para que pusiera el 2-2, que sería 3-2 por el penal convertido por Aureliano a dos minutos del final. Gesta sanlorencista, impulsada por el mismo caballero andante del gol que en 2001 había arriado a un equipazo hacia la gloria, a fuerza de goles. Pero, claro, esta vez la historia sería bien distinta. Aunque los Cuervos recuerden el camino de esa Libertadores por el Monumentalazo del 8 de mayo de 2008, cuando San Lorenzo empató 2-2 visitando a River (había ganado el Ciclón 2-1 en la ida), después de estar 0-2 en el marcador y con dos jugadores menos por las expulsiones de Jonathan Bottinelli y de Diego Rivero, ese proceso ya había entrado en decadencia. La anotación de Romeo en Bolivia sería la única suya en esa Copa, que, tras el célebre 8M, puso en el camino de San Lorenzo a Liga de Quito, a la postre campeón del torneo. Sí, como en la Sudamericana del año anterior, con Arsenal, al Ciclón le cortaría las alas el que finalmente ganaría el título. Y cómo son las cosas: entre la felicidad extrema de haber eliminado a River y los dos cruces con los ecuatorianos, la bola de nieve de la relación entre Díaz y el plantel fue acrecentándose hasta llevarse puestos los sueños de ganar el trofeo más deseado en Boedo y, posteriormente, también al entrenador. “Esa Copa nos dolió a todos, era el sueño de pibe… Nos tocó perder por penales en cancha de Liga, donde yo me había errado un gol apenas empezó el partido… Esa Copa estaba linda. Yo deseaba la Libertadores, sabíamos que podíamos pelearla hasta el final. Después pasó lo que pasó, saltan los trapitos, como siempre, pero era un gran grupo, que merecía llegar más lejos”, se sume en la nostalgia Romeo. Y, como nunca, se dispone a hablar de la lucha intestina que desangró a ese plantel que coqueteó con la gloria pero terminó empantanado. “Lo que pasó con Ramón 170


Díaz lo saben todos, surgió alguna cosa de los premios, un malentendido por cómo se iban a repartir, eso es público. Pero no es que había peleas antes de eso, el equipo estaba bárbaro… Todo el mundo habla de la pifia de Orion en el primer partido con Liga (San Lorenzo perdía 1-0 en el Nuevo Gasómetro porque su arquero quiso levantar una pelota con el pie y se la regaló al argentino Claudio Bieler, quien convirtió; Adrián González empató) pero fue un accidente. Después hicimos un partidazo en Quito (terminó 0-0) y Aureliano (Torres) erró en la definición por penales; justo él que nunca fallaba. Después el técnico (por Díaz) se quiso ir, pero nosotros no hicimos nada para que eso pasara, no hay mucha historia”. ¿Cómo vivía Berni el hecho de no ser considerado por el entrenador, aun cuando los goles importantes lo hacían pelear por un puesto entre los titulares? “A lo largo de mi carrera yo me daba cuenta al toque de que no me quería un técnico, me pasó en todos lados; pero nunca tiré nada para atrás. Era de entrenarme y esperar. Sobre todo en San Lorenzo, donde nunca usé a la gente para presionar. En la primera época Ruggeri me trajo dos 9, contrataron al Beto Acosta y estaba bien, porque eso es la exigencia de San Lorenzo… Y en la época de Ramón estaban La Gata, el Cuqui… Yo entraba y hacía goles, pero cuando anduve mal tuve que salir y eso no tiene discusión. ¿En qué veía que conmigo no había onda? Cuando el técnico no te habla demasiado, o charla con vos sólo lo justo y necesario, te das cuenta… Por supuesto que Ramón sabía quién era yo en San Lorenzo, pero nunca tuvimos una discusión. Una sola vez charlamos seriamente, cuando no nos concentró a mí y a Agustín (Orion) para el partido con Olimpo, después de la eliminación de Copa en Ecuador… Después se armó una novela con lo de los hijos pero no había que meter al club en el medio, eso siempre lo tuve claro. Lo primero es San Lorenzo. Siempre”, se retrotrae Romeo, estableciendo prioridades. La historia es conocida: a los tiros, Ramón Díaz dirigió 17 partidos del Clausura 2008 y se fue pegando un portazo, enfrentado con los futbolistas más grandes de la plantilla y opacando todo lo conseguido 171


Entre los 99 goles que Romeo hizo en San Lorenzo, hubo un par a Racing que tuvieron sabor a hito: su doblete en 2007 valiรณ para dar vuelta un partido memorable que, ademรกs, significรณ que el Ciclรณn revirtiera el historial de ese clรกsico.

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desde el Clausura anterior. Así y todo, el equipo terminó cuarto… El cambio de timón, en definitiva, fue un bálsamo para todos, con la llegada de un viejo conocido de Romeo para dirigir al equipo: Miguel Angel Russo, nada menos que quien lo había hecho debutar en Primera División, allá por 1995, cuando era entrenador de Estudiantes, junto a Eduardo Luján Manera. La familia unida. Con la llegada de Russo, Romeo ganó terreno y el equipo volvió a acomodarse, con los regresos de Pablo Barrientos desde Rusia y de Cristian Ledesma desde Grecia, más la incorporación de una promesa del fútbol de Ascenso como Fabián Bordagaray y el pase de ese mercado: Santiago Solari, ex Real Madrid, proveniente del Inter. Aunque deparó la partida de D’Alessandro, la pretemporada invernal en Mar del Plata amalgamó un grupo que se hizo protagonista del siguiente Torneo Apertura. Con un arranque peleado, San Lorenzo estaba instalado en los primeros planos. Incluso con resabios del semestre anterior, como el duelo entre sus futbolistas y los de River, tras el memorable 8M del año anterior, en el que a pesar del pase de ronda en Copa, el Ciclón perdió a Sebastián Méndez, uno de sus pilares, por una infracción de Radamel Falcao ni siquiera sancionada. El Gallego, uno de los compinches de Romeo, se cobró la lesión sufrida cuando River recibió a San Lorenzo por la cuarta fecha del Apertura. Ese día, Romeo jugó 80 minutos y vio cómo su calvo amigo sacudió al colombiano con un patadón de karate en la espalda, a falta de tres minutos para el final del clásico. Lejos de ufanarse por tal artera infracción, lo que más quedó grabado de esa jornada en el plantel cuervo fue lo que sucedió en el vestuario visitante del Monumental, con Méndez y el tandilense como protagonistas de la escena. “El día de la patada a Falcao, el Gallego, enfurecido, entró a romper todo el vestuario, a patear todo... Un rato después, cuando todos los jugadores ya estábamos en el vestuario, Berni salió de bañarse, fue a cambiarse y encontró toda su ropa mojada. ‘Che, me mojaron la ropa’, tiró. En medio de la locura de Méndez, 173


Festejo enloquecido, poco comĂşn en el delantero, tras su gol agĂłnico en el 1-0 a VĂŠlez de 2008. San Lorenzo se afianzaba en la cima.

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el tipo seguía cuidando la imagen, es increíble. Cómo nos hizo reír…”, ventila un testigo, que prefiere escudarse en el anonimato, no vaya a ser que Méndez decida reeditar la temeraria acción. En ese marco, la convivencia sumaba en la vida de Romeo, pero las lesiones pergeñaron otra campaña en contra suya: pocas apariciones (siete, en concreto) y pocos goles. Pero entre las dos conversiones, como siempre, encontramos una que llegó directo al corazón de su Julieta azulgrana: el tanto del 1-0 a Vélez, en Liniers, por la novena fecha, que dejaba al Ciclón como único líder, con cinco puntos de ventaja. El pase filtrado de Adrián González se topó con la picardía de un Gonzalo Bergessio demoledor, quien durmió a su marcador, el chileno Waldo Ponce, ganó la posición y centró hacia debajo del balcón, donde Romeo se relamía presto a concretar su ofrenda de gol. La pica incipiente entre parcialidades, la dureza del trámite y lo que significaba ese gol a los 42 minutos del segundo tiempo (era el quinto triunfo consecutivo) no sólo sacudieron a los Cuervos en la popular visitante del Amalfitani: como pocas veces, el delantero rompió el protocolo de su festejo con las manos a los costados, las palmas hacia arriba, para sacarse la camiseta, correr delante de la tribuna local con el torso al viento y coronar frente a la dura platea velezana revoleando la casaca por arriba de la cabeza, mirando fijo a los representantes de su amor azulgrana, extasiados a cien metros. “Ese gol debe haber sido uno de los más fáciles que me tocó hacer, pero, a la vez, de los más importantes, porque el equipo sacaba una buena ventaja ante un rival directo. Por eso me desquicié para celebrar, ja”, rememora, a punto de ruborizarse por el “exabrupto”. Obviamente, tras la faena, su imagen colapsó los noticieros, las tapas de los diarios y fue carne de entrevistas aquí y allá. Tanto que su anotación fue llamada, apresuradamente, “el gol del campeonato”, dada la importancia que tenía. Y, lo dicho, la formación volaba. Sin embargo, en el sprint final fue escaseando la nafta, y se llegó al triangular final junto a Boca, finalmente campeón, y Tigre, con el despojo sufrido justamente en Liniers 175


ante el Matador (el árbitro, Saúl Laverni, no cobró un penal de Daniel Islas a Barrientos y no expulsó como correspondía a Matías Giménez y Diego Castaño). Pero entre tanta bronca y tiniebla, el tercer puesto del Ciclón le garantizó, otra vez, la participación en la Libertadores siguiente. Obnubilado, el club apuntó todos los cañones a ese certamen, casi sin contar con Romeo, acosado por la hernia discal que casi lo saca de las canchas para siempre durante su paso por Hamburgo. La incursión internacional, se sabe, fue un fracaso, con eliminación en primera ronda, en un grupo accesible, integrado, además de San Lorenzo, por Libertad de Paraguay, San Luis Potosí, de México, y Universitario de Perú. De hecho, Berni apenas pudo jugar un partido en el Clausura, en el que el equipo terminó 11°, ya con Diego Simeone al frente. Con el Cholo, el Ciclón volvió a tomar vuelo temporariamente, sobre todo a nivel internacional, protagonizando la Copa Sudamericana 2009. Y Romeo no podía fallar: sus dos goles a Cienciano en el 3-0 en el Bidegain casi que aseguraron el pase a cuartos de final (la revancha fue 2-0 en Perú, el día en que el Kily González abrió la cuenta –el segundo fue de Gonzalo Rovira- y celebró dándole un piquito al Papu Gómez). Diez días después, como para dejar en claro que era “su” momento, otra vez se puso el traje de galán, para ir ni más ni menos a seducir al Monumental. River empezaba a recorrer el camino que en 2011 lo hundiría en la B Nacional y se enfrentaba a un Ciclón que el año anterior lo había sumido en el “silencio atroz”, célebre frase eternizada por Oscar Ahumada, volante millonario a quien no se le ocurrió mejor idea que describir así el velorio que fue el Antonio Vespucio Liberti el día del 2-2, el 8M imborrable. Como siempre, a tono con la circunstancia, Romeo esperó agazapado dentro del 4-3-3 europeo propuesto por Simeone. Se bancó peleando, incluso en la desventaja, y, después de que Leandro Romagnoli empatara, a siete del final, dijo ésta es la mía. Y fue la suya, como cada vez que lució galas de conquistador: cabezazo en el minuto 86 y otra vez a revolear la camiseta, Seba Méndez, amigote de Romeo desde que coincidieron en Boedo, lo marca en el duelo ante Banfield de 2009, disputado en el Bajo Flores. 176


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como aquella vez en Liniers, celebración guardada para momentos mágicos. Una crónica periodística de la victoria de San Lorenzo en Núñez es elocuente: “Romeo jugó para ser calificado con dos puntos y en el final se ganó el póster”. Al mismo tiempo, el Ciclón aspiraba a repetir el logro en Sudamericana. A pasitos de la semi, la victoria en Montevideo visitando a River de Uruguay, por Cuartos, ilusionó por el 1-0, pero el resultado se repetiría a la inversa en Buenos Aires y la caída por penales cercenaría el sueño azulgrana. La perla es que, en la derrota desde los 11 metros, Romeo anotó su ejecución. Y, pillo, durante un tiempo coqueteó con sumar ese tanto a su foja personal, con el fin de tomar un atajo hacia los 100 goles cuervos, su obsesión final en Boedo. Con la eliminación, el equipo se desmoronó y vio desde el séptimo puesto cómo se definía el campeonato. El cielo puede esperar. El ciclo Simeone empezaba a caer y no había goles que alcanzaran. Con rotaciones, y dos tantos de Romeo recién en la octava fecha, se veía venir un cambio. Incluso los futbolistas, sobre todo quienes más conocían la vida cotidiana del club, como Berni, se daban cuenta de que las elecciones a fin de año propiciarían modificaciones, con el fin de sumar votos a favor. Y el delantero asume con resignación y dolor el que sería el final de su segundo ciclo como futbolista de San Lorenzo: “A mí se me terminaba el contrato y, al mismo tiempo, se decía que Ramón Díaz iba a ser el técnico si se iba Simeone, que la idea era que volviera para que el oficialismo se garantizara ganar las elecciones, porque la tenía complicada. Y así fue: volvió Ramón y lo primero que hizo fue decir ‘no quiero a Campagnuolo, a Romeo ni al Kily González’. Campa se retiró, Cristian se fue a Central y yo quedé helado. Sobre todo por cómo se comportaron los dirigentes, me dolió que ninguno de ellos me fuera de frente. Y no (Rafael) Savino, que en la última etapa se había corrido un poco, sino el resto. Me dolió haberme tenido que ir de esa manera del club. Pero, como siempre, rescato lo de la gente: los 178


hinchas hicieron una marcha en la sede de Avenida La Plata pidiendo que me dejaran seguir en San Lorenzo. Pese a tener eso en mi favor, me fui calladito porque veía que no podía interrumpir un proyecto nuevo, porque él (por el DT riojano) también era querido en el club y lo habían elegido. Y terminé yendo a Quilmes porque no me dejaron seguir en San Lorenzo, porque llegó Ramón Díaz. Pero para mí la persona siempre está después del club. El club siempre es la prioridad. Podría haber vendido humo, haber hecho circo en los medios, pero me fui calladito, como corresponde, porque San Lorenzo está ante todo”. Para poner blanco sobre negro, Sebastián Méndez aporta una mirada sobre esa situación: “La relación de Berni con Ramón era normal, una relación de respeto, cordial, pero, claro, se habían hablado tantas cosas…”. Justo él, el Gallego, fue director técnico interino tras el alejamiento de Simeone. Y a Romeo se le eriza la piel al recordar el último partido del Clausura 2010, que San Lorenzo le ganó 2-1 a Newell’s. Sí, con un gol suyo. “El Gallego debutó cuando visitamos a Banfield y me dio la cinta de capitán. Perdimos 2-0 y, al otro día, viene y me dice ‘te tengo que sacar’. Yo había sido el capitán y él se sentía incómodo diciéndome eso. Le dije que hiciera lo que tuviera que hacer, que yo no tenía problemas. Terminé jugando sólo cuatro de los siete partidos que él dirigió, pero en el último, contra Newell’s, antes de salir a la cancha se me acercó y me puso la cinta otra vez. Y después me sacó antes de que terminara para que la gente me aplaudiera, porque había hecho un gol. Tanto él como yo sabíamos que era nuestro último día en el club”, sostiene Bernardo Romeo, como queriendo prolongar esa sonata de aplausos que, el 14 de mayo de 2010, lo despidió del campo de juego del Nuevo Gasómetro cuando Nicolás Bertochi entró en su lugar. El traje de eterno novio azulgrana quedó guardado en el vestuario local del Bidegain. Un año después saldría a la luz otra vez, sobre la piel del Enamorado del gol.

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LOS MEJORES SOCIOS

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Te tomo la palabra. Llámame « amor » y volveré a bautizarme: desde hoy nunca más seré Romeo. 181


Berni fue un compañero excelente

aprendí mucho...

que siempre estaba encima del otro

Después, fue uno de los primeros

tratando de ayudar en lo que hiciera

que me llamó para que fuera a San

falta. Como jugador era un profesional

Lorenzo. Me alentó, me dio confianza.

terrible. ¡Un tipo de esos que se ven

Siento que fue partícipe de que me

poco! A pesar de su estatura siempre

buscaran porque ya en la época de

lograba ingeniárselas para meter

Quilmes me decía que me veía muchas

goles de cabeza. En mi carrera vi

condiciones. Para mí, haber sido su

muy pocos delanteros con tanto

compañero y forjar la relación que

posicionamiento y tanto olfato como

tengo con él es algo emocionante, yo

él. Las veces que nos tocó compartir

me crié en Uruuguay viendo sus goles

cancha nos complementamos bien. Lo

en 2001. Tomo como un honor haber

miraba mucho, me llamaba la atención

podido ser su compañero.

la visión del arco que tenía todo el tiempo. Además, me ayudaba, me indicaba cómo estar mejor parado y

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Martín Cauteruccio


8. Los mejores socios

No sólo vivió de goles. Detrás de ese artillero incansable hay un tipo común. Un tipo que siente, que ríe, que ama, que llora. Con días buenos y días malos. Que sufre alegrías y tristezas. Guerrero de mil batallas, desde la época en que partió de su hogar en Tandil siendo simplemente un púber con la meta de cumplir su gran sueño, supo contener su psiquis para que lo que ocurría afuera no lo afectara adentro de la cancha, nada más le bastaba ponerse el traje de superhéroe con la 9 en la espalda y ya era invencible, o al menos se convencía de eso. Pero al Romeo goleador, al de los bracitos abiertos en cada festejo buscando abrazar a un estadio completo, se lo conoce bastante... Pues la búsqueda entonces es conocer al desconocido, es saber de ese padre de tres hijos, quinto de seis hermanos de una numerosa familia. ¿Quién es el Tata para sus amigos? ¿Qué virtudes y defectos tiene como padre? ¿Y como marido? ¿Es buen hermano? Parafraseando a José Luis Perales, cantautor que sonó en más de una concentración y varias veces en los vestuarios por su culpa, bien podría aportar con uno de sus tantos hits las preguntas clave para conocer, por ejemplo, su historia de amor con Brenda ¿Quién es Brenda? Su mujer, pilar más que importante de su vida y de su carrera desde tiempos de adolescencia. Quien lo acompañó en cada grito, siendo seguramente una de las tantas personas que Berni buscaba abrazar en cada festejo, la que celebró con él sus consagraciones, pero también la que estuvo poniéndole el hombro a los momentos difíciles o cubriéndolo cuando el almanaque del fútbol chocaba con el de la familia. ¿Y cómo es ella? ¿En qué lugar se enamoró de él? “La conocí en unas vacaciones con amigos en Pinamar. Nos pusimos a hablar con un grupito de chicas, entre las que estaba ella, y también eran de La Plata como nosotros, pero ahí no pasó nada. Yo ya la había apuntado pero pasó bastante 183


hasta que nos cruzamos en un bar y ahí empezamos a hablar más seguido...”, le da el inicio al relato, anticipando que fue una de las jugadas en las que más tardó en concretar. Del otro lado, ella también se copa con la movida de la máquina del tiempo y devuelve la pared con más recuerdos: “Yo era tarjetera de un boliche e iba a un bar a llevar invitaciones; pasaron varios años desde aquel verano hasta que me lo volví a cruzar. Enseguida le vi cara conocida de algún lado pero fue él quien se acordó de Pinamar. Ahí charlamos un poco y dos días después me llamó, yo ni sabía que tenía mi teléfono”. Versión moderna de la obra de Shakspeare, entre Romeo y Brenda no hubo caretas, ni los hechos se sucedieron a la velocidad de la luz... Por el contrario, las pulsaciones latieron al ritmo de un reloj de arena bastante espesa, quizá como metáfora de la Costa Atlántica, escenario del primer flechazo. Justo a él no iba a fallarle su olfato, aquel que años más tarde lo convertiría en ídolo y provocaría que miles de personas corearan su nombre, pese a que el juego se llevara a cabo en condición de visitante, quitando comodidad, como susurran sus amigos. “Siempre fue muy tímido e introvertido. Le costó porque no tomaba la iniciativa nunca, daba más vueltas que la mierda”, le saca el velo a una parte de la historia Juan Ignacio Brown, ex defensor de Estudiantes, a quien Berni se apegó como a poca gente en sus primeros instantes en la Ciudad de las Diagonales. Sin embargo, y aunque en estas líneas no habrá ninguna disputa familiar presente, no fue aquel el único escollo que tuvo que sortear este Romeo para quedarse con su Julieta, o su Brenda en realidad. “Sally, la que hoy es mi suegra, no me podía ni ver. Sabía que era jugador de fútbol y no quería saber nada con que estuviera con ella. Me acuerdo de que llamaba a la casa hablando todo respetuoso y me decía ‘No está’. Ahora nos cagamos de risa y nos llevamos bárbaro, pero de entrada me la hizo complicada”, describe aquella acción como si hubiese logrado la hazaña de convertir tras superar al más férreo defensor o al arquero más guapo. No El atacante, rapado tal como indicaba la cábala, con Juliana, su hija mayor, a upa en la previa de un partido en el Nuevo Gasómetro. 184


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fue sólo eso, la propia protagonista reconoce que no le hizo sencilla la tarea de treparse al balcón: “Siempre fui re sociable, entonces hablábamos y todo bien, pero ni pensaba en otra cosa. Encima, hacía poco había cortado una relación de tres años, estaba estudiando Derecho y estaba metida a full con la facultad... Después, con el tiempo, me fui re enganchando. Encima en mi casa cero deporte y mi mamá me decía ‘¿cómo vas a salir con un futbolista?’. Es cierto, me llamaba, le decían que no estaba y yo ni me enteraba. A él le daba cosa ir a mi casa al principio, después lo conocieron tranquilo, educado y quedaron encantados”. A los 19 años, el noviazgo se transformó en una realidad, ya sin miradas de reojo de nadie, ni siquiera la advertencia del adolescente Bernardo con sueños de Primera lo pudo hacer flaquear. “No soy fácil y te aviso que la vida del futbolista es compleja”, le advirtió. Pero el amor fue más fuerte y no hay viajes ni concentraciones que lo hayan hecho tambalear. “Siempre lo apoyé porque él era feliz jugando al fútbol. Desde el primer momento en que lo conocí supe que eso era lo que él quería y lo que le gustaba...”, se hace cargo Brenda, dejando ver un anticipo de lo que sería, una compañera incondicional. No pasó mucho hasta que llegó el gran día: el salto a la elite, los primeros goles y el agite... El contractual con Estudiantes y a su vez el familiar, casi en el mismo instante. Cuando menos lo esperaban, el destino quiso que el amor de la pareja diera sus frutos: Brenda quedó embarazada. Siempre la llegada de un hijo es una feliz noticia, pero cuando los futuros padres son dos pibes que rondan los 20 pirulos y aún ninguno había terminó de ordenar su vida, no todo es color de rosas. Mientras ella cursaba en la Facultad soñando con transformarse en abogada, él pasaba los días buscándole solución, junto con Agremiados, a la falta de contrato. La posibilidad de quedar libre, sin club, con el pase en su poder, estaba latente. Entonces las imágenes pasan sin cesar por las cabezas de ambos, la charla se detiene al recordar el trance. La sensibilidad se hace dueña del primer plano y los ojos se llenan de lágrimas. Berni ensaya 186


un pedido de perdón (como si hiciera falta) porque por un momento no hay risas, ni anécdotas. La bocanada de aire tarda en entrar como si se tratara de un partido por Copa en plena calurosa tarde de La Paz. “Fue muy duro. Llevábamos dos años y pico de novios, yo estaba con quilombos en Estudiantes y era un momento difícil de mi vida...”, cuenta con la voz aún entrecortada. La que allá lejos supo ser la futura madre se suma y profundiza en los detalles con los recuerdos ahí, vigentes, como si los días no hubiesen avanzado: “Fue terrible lo del embarazo. El venía del Mundial en Malasia y en lo que menos pensábamos era en eso. Esa vez tuve un retraso, entonces el fin de semana me hice el test y me dio positivo. Me acuerdo de que él daba vueltas alrededor de la mesa y estuvo varios días mal. Se fue a Toulon, ganaron el torneo pero él seguía igual. Encima estuvimos casi tres meses en veremos porque me daba dudoso hasta el análisis de sangre. Los dos éramos muy jóvenes, cada uno tenía sus metas y fue difícil; por suerte salió todo bien”. Sí, con la confirmación médica, Juliana ya estaba en camino. “Había que tomar la decisión y se tomó. Siempre fui muy católico y ella también, entonces no había otra que darle para adelante. Ojo, no me arrepiento ni mucho menos. Tuvimos que hacer un gran sacrificio pero salió bien, seguimos juntos y estamos bárbaro, pero en el momento asusta porque sos chico y tenés que salir a enfrentar la vida”, agrega Berni. El momento de dar a conocer la noticia se enmarcaba como una nueva complejidad que había que atravesar. Otra que Montescos y Capuletos, acá se trata de la vida real. Es allí cuando aparece en escena nuevamente la familia Brown: su amigo Juani y Juan, el Tata, su padre, Campeón del Mundo en 1986, a quienes Bernardo ha sabido darles el status de “segunda familia”. “En los entrenamientos lo veía golpeado, estuvo así como 15 días. Le preguntaba qué le pasaba y no me decía nada. Ya en esa época éramos como hermanos y sabía que algo le estaba pasando, así que un día me cansé y cuando llegué a casa le dije a mi viejo que me acompañara a hablar con él porque lo 187


El goleador y la Copa del Mundo ganada en Malasia, rodeados por Ignacio Mazza, amigo con el que viviรณ en La Plata, y Santiago, uno de sus hermanos.

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veía mal. Llegamos y estaba con Brenda e Ignacio Mazza, uno de los chicos del grupo de amigos. La cara que tenía era terrible, entonces mi viejo le empezó a hablar, a decirle si necesitaba algo, ayuda de algún tipo... Pensamos que extrañaba a la familia o algo por el estilo, pero de repente Berni le dijo ‘tenemos un problemita bastante importante: Brenda está embarazada’. La cara de mi viejo no la puedo describir. Se paró, se sacó el saco y le dijo ‘pequeño problemita tienen’, ja. Es el día de hoy que nos morimos de risa...”, cuenta el menor de los Brown. Y para el entonces padre novato no alcanzan los halagos para quienes estuvieron siempre a su lado: “Me ayudaron mucho. Desde muy chico viví solo en La Plata, sin nadie cerca, y los Brown me abrieron las puertas de su casa, me hicieron sentir como uno más de ellos y por eso siempre les voy a estar agradecidos”. Pero todavía faltaba informar a las familias y entonces Berni, acostumbrado a caminar por terrenos pantanosos desde su infancia, se abrazó a las experiencias pasadas: “Todos mis hermanos eran más grandes y ninguno tenía hijos, ni estaban casados... Con mi viejo tengo una muy buena relación pero era otra época, no fue sencillo contarle”. De todos modos, pisoteado el sacudón inicial, las prendas se secaron tras el baldazo de agua helada y una gran felicidad se hizo presente, a tal punto que la madre primeriza debió asimilar el cargo de anfitriona, inclusive minutos después de dar a luz, en la mismísima habitación de la clínica: “Fue un escándalo, el día que nació Juli había como 50 personas en la pieza hasta que los terminaron echando a todos. Ni sé de dónde salió tanta gente, ja”. Lo que prosiguió no fue menos dificultoso. Nadie nace sabiendo criar a un hijo y recién cuando se convierte en padre el instinto empieza a desentramar tips en cuentagotas. Era el momento de asumir los nuevos roles, desconocidos. Sin lugar a dudas era más fácil ganar en el aire dentro de un área alemana repleta de grandotes con varias cabezas de ventaja que cambiar un pañal o preparar una mamadera. “Al principio le costó, era chico y encima estaba poco, pero siempre se le cayó la baba por Juli”, cuenta su media naranja, quien sigue 189


confirmando que enseguida Juli se transformó en el chiche nuevo de propios y extraños: “Teníamos todos amigos de nuestra edad, así que era como el bebote de todos. Se la pasaban de mano a mano”. El también admite la devoción por su hija más grande: “Es una genia. Canta, baila, hace teatro...”. ¿Cómo? “Sí, quiere ser actriz. Estudia comedia musical. Igual, a Berni no le gustó mucho la idea al principio. Una vez tenía que bailar reggaeton y no quería ir. La veía bailar y se ponía re mal, es muy cuida pero lo fue aceptando porque se dio cuenta de que es lo que a ella le gusta”, larga, no con menos encandilamiento, la madre. Claro, es que a la hora de dar una breve descripción del hombre de la casa, las características enumeradas son concretas: “Es bastante vago para la cocina y es un padre al que le encanta disfrutar de sus hijos, sólo que le cuesta un poco ponerles límites. Ah, y es re celoso”. ¿Tanto? “Juli se puso de novia y cuando recién empezaba a salir con el chico, por ahí charlando con Berni le contaba algo, lo nombraba y él enseguida me cruzaba diciéndome ‘¿quién es ese chico?’. Y cuando le respondía ‘el novio’, él se enojaba: ‘No digas novio, decí un amiguito’. ¡Ja! Después se llevaron bárbaro pero era terrible cómo se ponía”. Acá la estirpe goleadora quedaba a un lado, dándole paso al zaguero más feroz, ese que cuida su arco con alma y vida. Vivo, el apuntado en cuestión supo entrarle por su parte más débil: “El novio, hincha de Estudiantes, le hablaba de fútbol. Entonces se ponían a hablar de lo que fue la carrera de Bernardo y él se emocionaba recordando esos momentos”, desenmaraña el secreto su señora. Es que en la casa de los Romeo se respira fútbol. Todos se mueven al compás de la pelotita y, obviamente, San Lorenzo también se ganó un lugar más que importante. “A mí siempre me gustó mucho el deporte y tenía vecinos que de chica me llevaban a ver a Estudiantes. Juli es hincha del Pincha, pero le tira mucho San Lorenzo y Gaspar es re fana, a tal punto que juega en Estudiantes y se quiere pasar a San Lorenzo, pero ahora, con el colegio no se Bernardo Romeo y su único hijo varón acompañándolo en la previa de un partido en el Pedro Bidegain. Cría Cuervos, Berni… 190


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puede, es imposible. Ojo, pasa con toda la familia, cada vez hay más hinchas de San Lorenzo: por ejemplo, mis tíos eran de Gimnasia y Tiro de Salta pero se hicieron Cuervos y hasta mi mamá siempre pregunta cómo salió o cómo va en la tabla; no sé qué tiene el club pero no tengo dudas de que es algo muy fuerte”, marca las pautas del hogar quien por acompañar a su marido supo volverse una plateísta habitual del Pedro Bidegain. Inclusive, hasta los covers de La Gloriosa hacen las veces de música funcional en la intimidad del clan: “Los chicos se saben todas las canciones y se la pasan cantando, hasta se pelean. De repente escuchás a alguno que grita ‘dale, cantá amargo’, ja ja”, funde el guión de un día cualquiera. Y a su vez confirma que el varón del trío, de 12 años, es el espejo, el que se quedó con más genes del delantero: “Juli y Lara son más parecidas a mí, más sueltas, pero Gaspar es la copia de Bernardo, es introvertido, pero una vez que se larga se vuelve muy simpático. Además es un enfermo del fútbol, si no está jugando a la pelota no sabe qué hacer. Tenía un año y andaba por la casa con pañales y canilleras y es el día de hoy que duerme con dos pelotas al lado de la cama, yo lo cargo preguntándole ‘¿tus novias bien, no?’. Como juega en Inferiores, comparten mucho con el padre y disfrutan charlando... A veces lo aconseja, pero trata de dejarlo que haga su camino para no presionarlo”. Pero antes de que naciera Gaspar y mucho antes aún de que se proyectara la llegada de Lara, vino el casamiento. Con Juliana de apenas un par de años, el festejo tuvo su momento en el año 2000, en la antesala del Clausura que se vendría. Se hizo en La Plata, donde los grandes ausentes fueron precisamente sus compañeros del Ciclón. “Justo se jugó un torneo amistoso en Neuquén y no pudo venir ninguno”, se lamenta Berni. Pero de todos modos no faltaron los momentos felices, aquellos que quedarán retratados en la memoria de todos los presentes para siempre: “La fiesta fue terrible, tiramos la casa por la ventana. Los amigos de Tandil son bravos y más en grupo. Me acuerdo de que en el medio de la fiesta se cantaban feliz cumpleaños y la gente grande se lo creía. Otra 192


que se mandaron fue que había unos telones colgados como parte del decorado y se tiraban tipo Tarzán. Tuvimos que pagar de más en el salón por todo lo que rompieron, ja”, se lo toma con soda, ya acostumbrada, la mujer. Y Juani Brown se pone en la piel de un cronista de guerra: “Era una fiesta espectacular pero cuando llegó el momento de la mesa de dulces, se desvirtuó todo y arrancó una batalla de tortas. Un escándalo, ja”. Ya con los anillos, el DNI acusaba 24 años cuando llegó Gaspar, el del medio y único hombre de la descendencia. Es apuntado por todos como un fiel reflejo del goleador. “Bernardo siempre fue muy divertido, pero me parece que lo van a superar. El hijo le va a traer problemas, tiene el mismo carácter de él. Siempre le contamos las cosas que hacía su papá y se muere de risa...”, apuesta el porvenir Luis Ponzi, otro de los amigos inseparables. Para ponerle el moño a la gran familia, hace siete años llegó Lara. La segunda mujer será la que más deba pasar largos ratos en Internet frente a YouTube para entender por qué papá es idolatrado o saludado por desconocidos. Sus primeros años de vida apenas le entregarán breves reseñas que fundamenten las razones de tanta foto y pedido de autógrafo por la calle, en cambio, seguramente contará con una ventaja sobre sus antecesores, la de poder disfrutar más del amor paternal. “El lado bueno es haber sido futbolista, todo lo que pude lograr en San Lorenzo, la cuestión económica... Pero el tiempo que perdiste con tu familia no lo recuperás más, ni te lo devuelve nadie. Eso es algo que no tiene vuelta atrás. Sobre todo con Juli, a quien tuvimos cuando éramos muy pibes. En ese momento recién llegaba a San Lorenzo, era una gran oportunidad y no quería fallarle al club, entonces me perdí cosas. Por ejemplo, me fui a Francia con la Selección Juvenil y estuve un mes sin verla, en esos momentos mi mujer me bancó muchísimo”, se le cruzan los sentimientos a Berni, entre los grandes momentos de su carrera y la ausencia de tiempo para disfrutar con los más queridos. Allí, quizás, es cuando toma fuerza aquella teoría de algunos entrenadores que sostiene la importancia de tener un buen hombro en donde apoyarse, que en la convivencia estén 193


No hay nada mรกs lindo que la familia unida. Bernardo y su esposa Brenda, junto con sus hijos Juliana, Gaspar y Lara, la benjamina.

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los cimientos que sustentan la carrera de los deportistas. “Creo que asumí aquello que me dijo de joven y, además, siempre fui muy independiente, así que mientras no estaba me las arreglaba... Lo bueno es que a mí me gusta el fútbol, por lo que no me costó tanto acompañarlo en ese sentido. En las épocas del Sub 20 me comía el televisor. Por ahí no pude seguir como hubiese querido el campeonato de 2001 por el embarazo. Gaspar nació en agosto y en junio salieron campeones; yo sufrí una fisura de bolsa, por lo que tuve que pasar bastante tiempo en cama y casi no pude ir a la cancha”, enumera Brenda los ingredientes de la receta para que el plato de la buena compañía estuviera asegurado. Pero Romeo nunca pudo con su genio. Ni la actividad profesional, ni la edad, ni la falta de tiempo... Nada pudo contra su amor por la pelota. Esa relación que nació cuando más chico entrega señales de que jamás podrá deshacerse. No por nada la bocha fue su primera mejor amiga, sobran los motivos para entender que hasta en algunas ocasiones aceptara cambiar la redonda por una ovalada para destacarse también en el rugby y, más aún uniéndolo una tan profunda amistad desde Tandil con Mariano Zabaleta, (quien supo conquistar trofeos ATP y llegó a ser subcapitán del equipo argentino de Copa Davis), que hasta haya aceptado una bola de dimensiones más pequeñas y que, raqueta en mano, el drive y el revés también hayan despertado su curiosidad: “El tenis me gusta mucho y cuando puedo juego con mi primo, con amigos... Soy muy bueno, eh. Igual que en el pádel. En general, para todos los deportes soy muy ducho”, saca chapa dejando la humildad atrás. Cada uno que tuvo la chance de estar a su lado encuentra virtudes para promocionarle. Claro que muchas son de mayor importancia que las exhibidas adentro de la cancha. “Somos privilegiados de tenerlo como amigo, es un ser excepcional. Tenemos un grupo espectacular que siempre está cuando lo necesitás, tanto a él como a mí nos acompañaron a muerte en nuestras carreras. Tata es uno de los que sostiene la magia del grupo, por ejemplo, de 195


repente llama y te dice ‘tal fin de semana nos vamos a Rosario o a Bariloche o cualquier lado. Pago todo yo’. Todos los chicos tienen buenos laburos y podrían costear los gastos, pero él la hace de callado y no deja que nadie ponga un mango. Es así y lo disfruta”, lo describe Zabaleta, quien además va más allá y, sin evaluar su nivel tenístico, pone en lo más alto, con algo de sorpresa, el profesionalismo que siempre identificó a Berni: “Una vez nos fuimos a Bariloche, solos, sin las parejas. Salíamos a cenar, a tomar un vinito... Yo estaba de vacaciones del tenis y él del fútbol, pero el tipo igual se levantaba temprano para ir a correr. Yo no lo podía creer”. Obnubilada por el amor hacia aquel gurrumín que tan chico abandonó la casa familiar para cumplir con sus sueños, su mamá, Inés, no pierde la chance y se desarma en elogios: “Es un hijo muy afectuoso y muy querido por sus hermanos, que lo admiran y lo valoran. Si bien era el más chico de los varones, al ser bastante seguidos siempre compartieron amigos y momentos: jugaban al fútbol, al rugby, a cualquier cosa. Se han pasado veranos completos en la playa o en la pileta del Club Los Cardos y hasta armaban campeonatos de bolitas, payana o figuritas. Su hermana más grande ha oficiado de madre en Buenos Aires, recibiéndolo a diario en su departamento para compartir las horas libres y con Malú, la menor, al ser casi de la misma edad, son muy compinches, muy amigos”. Pero no sólo las actividades físicas son una causa de disfrute para Romeo. Alguna pista soltó líneas atrás su amigo tenista... A Berni le gusta el buen vino. Quizá por ser la excusa perfecta para entablar una buena charla o compartir una mesa con amigos, siempre, cuando los entrenamientos se lo permitían, supo hacerse un tiempo para aprovechar y descorchar. Todo un sommelier el hombre. Sí, también hay algo de eso porque se instruyó en la materia para no tocar de oído: “Siempre me gustó tomarlo y también toda la producción y la movida que hay detrás. Hace algún tiempo hice el curso en el Club del Vino”. Pero no quedó sólo en eso, cuando el retiro ya era un hecho, se le ocurrió que por ese lado podría encontrar una actividad que lo 196


llenara, que ocupara ese vacío que la falta de prácticas y partidos iba a dejarle. “Tengo campos en Tandil y me armé un viñedo con mi viejo. Chiquito, sólo dos hectáreas, es algo muy interesante. Se me ocurrió porque todos mis hermanos laburan con mi viejo y yo, por mi carrera, nunca había hecho nada con él. Es carito pero algo muy lindo. Igual, enseguida empecé como manager en San Lorenzo y no fui nunca más, ja”, acepta. ¿Saldrá el vino Bernardo Romeo? “No, es sólo para compartir con amigos. Igual falta, la cosecha de la uva tarda tres años y para comercializar tenés que tener no menos de cinco hectáreas”, se pone el delantal de profesor para transmitir la enseñanza... Carlos, su padre, aprovecha la ocasión y cuenta su versión, con palito incluido, claro. Marcándole los límites como cuando era tan solo un niño: “En su última etapa como jugador empezamos a hablar para ver si hacíamos algo juntos y salió lo del viñedo, pero al final me hizo una gran jugada: terminó convirtiéndose en manager de San Lorenzo y me dejó a mí con todo el lío. ‘Aguantame’, me dijo... Menos mal que están sus hermanos para ayudarme. Ahora, que se prepare porque como castigo le vamos a preparar algún trabajito en la molienda”. La mamá aprovecha la volada y descubre una obsesión de la que él no se hace cargo: “Le gusta la decoración. Le encanta el orden en todos los sentidos, la buena presencia, el buen vestir y el buen comer seguido de una cálida sobremesa”. Buena comida, buen vino, disfrutar la sobremesa, ítems ideales para un restaurante. “Estuvo la posibilidad de hacer algo en el rubro gastronómico pero después quedó en la nada”, reconoce él. La pilcha, tan venerada por su progenitora, junto con esa facha de “señorcito” que lo pintó de cuerpo entero en las calles tandilenses, fue motivo de más de una gastada en los camarines. “A los zapatos leñadores, como los que se usaban para ir al colegio, les tenía un amor terrible. No se los sacaba nunca y tenía todos los modelos. Los usaba en verano con bermudas y camisita a cuadros o en invierno con un jean y camisa Polo... Le decíamos que era un abuelo joven”, 197


La banda de Bernardo. De izquierda a derecha, arriba: Juliรกn, Nicolรกs, Mariano, Tata, Lucas y Federico. Abajo: Juan Pedro, Fernando y Luigi.

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emula a un conductor de desfiles de moda presentando las distintas temporadas el Loco Abreu. ¡Qué noche, Sebastián! Está claro que Berni no se puede quedar quieto. Como de chico, con la pelota, de grande no cambió y siempre debe tener una tarea entre manos. Así es él, de ese modo encuentra su felicidad, la que durante un buen lapso de tiempo supieron darle los goles... En cualquier momento puede comenzar un flamante proyecto o lanzarse a una nueva actividad de la misma manera que sorprendía a los defensores con un pique en diagonal en las cercanías de la valla rival. Casi imposible saber para dónde va a disparar, qué será lo que vendrá o cuál será la siguiente tarea que se hará dueña de sus ratos libres, pero de lo que hay certezas, o al menos él no deja dudas, es al momento de reconocer su sitio predilecto: Tandil, donde dejó el olor a hogar. “Es mi cable a tierra, me voy cuando estoy loco; hasta he viajado ida y vuelta en el día. Tengo campos allá que los maneja uno de mis hermanos, yo sé hacer algunas cosas pero ojo que tampoco me subo al tractor, eh. Me gustaría poder dedicarle más tiempo porque en realidad cuando voy es para despejarme. Siempre amé Tandil y es mi lugar, ni Buenos Aires ni La Plata. Me fui de muy chico y siento como que me quedó algo pendiente, porque me fui mal. Es mi ciudad, el lugar donde aprendí los valores, donde crecí, donde tengo a mis afectos. Es un sitio que en ciertos momentos extrañé muchísimo y si bien ahora no se puede porque todavía mis hijos son chicos, el día de mañana me voy a ir a vivir allá, es algo de lo que estoy seguro, lo tengo decidido”, abre su corazón demostrando que no es de piedra y que no se mueve de aquel hábitat natural entre las sierras. Y como los bracitos abiertos en cada festejo o su Tandil natal, hay otra marca registrada de Berni. Algo más que lo identifica y que es puesto sobre el tapete tanto por las personas que están más cerca como por las que lo conocieron un poco menos: su particular vocabulario. Es que su dinámica a la hora de la conversación es tan veloz como aquellas diagonales, entonces es común que acorte palabras, las mezcle, haga una ensalada como si fuese un chef internacional o hasta invente algunas 199


que bien podrían ser aceptadas por la Real Academia Española, dado que tienen un significado concreto e inclusive supieron ganarse algunos renglones en el diccionario de su círculo más íntimo. “Es muy cómico. Una vez teníamos una vecina que hablaba mal y la cargábamos porque decía bayonesa... Tanto joder con eso que ahora a él le sale mal. Después, las que ya son de uso común entre nosotros son sundfine, que quiere decir desubicado, e ishvago, que vendría a ser como muy vago o vago al cuadrado. Obvio que nadie sabe cómo se escriben y de dónde las sacó...”, apunta muerta de risa su mujer. Pero no sólo dentro de la familia y el grupo de amigos Romeo se ganó el título de “personaje” por su manera de hablar. El mote se reprodujo en cada uno de los planteles que integró y allí, con mayor dureza, sobran las carcajadas. “En 2001 teníamos en el vestuario un listado con el cagastellano, que era algo que habíamos sacado de un programa que pasaban en la tele (PNP, con Raúl Portal y Mariana Fabbiani), donde se burlaban de las palabras mal dichas. Nosotros lo que hacíamos era llevar una especie de tabla de posiciones en el vestuario en base a los compañeros que más se equivocaban, y Berni peleaba todos los campeonatos, ja”, impone su creatividad y su maldad Abreu. Gustavo Campagnuolo, amigo y socio de las concentraciones en Boedo, no se queda atrás y se engancha enseguida: “Sus trabadas siempre fueron geniales. Se confunde las palabras o da vuelta los nombres, nos hacía descostillar...”. Los ejemplos se multiplican y Pablo Michelini, uno de los líderes del glorioso 2001, es otro que fomenta la historia definiendo con clase. “Llamativamente, cuando hablaba, le faltaba precisión... ¡Justo a él!”, dice pícaro. Y enseguida agrega uno de sus pifies más recordados, cuando metió en la licuadora a un gran candombero charrúa con un suculento manjar de calamares fritos: “Hay que decirle que ponga el disco del Negro Raba, ja”. Pero aún hay más, porque hasta en los momentos tensos, de concentración absoluta, Romeo logró hacer esbozar una sonrisa a quienes tenía cerca. “Habla rápido y entonces se equivoca mucho. Me acuerdo de que jugando en Perú, contra Universitario, 200


le decía al Chemo Del Solar: ‘Pará Chelo’. Y el tipo no entendía nada, lo miraba como diciendo ‘yo no soy Chelo’. ¡Una locura!”, confecciona un nuevo argumento Leandro Romagnoli. Cerradas las puertas de la intimidad, superadas las historias, los recuerdos, las anécdotas, las versiones, los encuentros, los desencuentros, los lazos más apegados y la familia; las conclusiones cuajan de forma natural, por sí solas. Romeo fue un gran goleador y es un buen tipo. A lo largo de su vida supo cosechar gloria y títulos pero también amor, amigos, campos y uvas. Y dieron sus frutos... Lo transformaron en ídolo de San Lorenzo, en un gran padre, en un excelente esposo, en un fiel hermano, en un querido hijo, supo sacar sonrisas, carcajadas y lágrimas de alegría. En la cancha se ganó, y bien merecidamente, el apodo de Enamorado del gol, pero a la luz está que fuera de ella supo enamorar muchas otras cosas. Con ustedes Berni, el Tata, Bernardo, Romeo, papá, hermano, hijo o amigo, como usted prefiera de acuerdo a las circunstancias...

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JOSE ROMERO/ TELAM


¡ROMEO Y NO LO CREO! ¡Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, decláralo con sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondré desdeñosa y esquiva, y tanto mayor será tu empeño en galantearme.

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Romeo ha sido un muy buen goleador,

siempre, eh, pero más cuando te estás

que con una manera simple de jugar y

jugando momentos decisivos. Porque

entender el fútbol, ha llegado muy lejos.

los que te rodean confiaron en vos para

Y también un muy buen chico, al que

darte la pelota. Si fallaba, yo no podía

he sabido tratar y me ha dejado una

siquiera mirarlos a la cara. Y Bernardo

sensación agradable. El equipo de 2001,

ha logrado convertir los goles, que es

para conseguir alcanzar los títulos y las

lo más importante del fútbol. Tengo un

cifras de puntos récord, necesitaba de

buen recuerdo suyo de cuando hicimos

un jugador de sus características que

las fotos para la tapa del libro oficial

transformara la generación de juego en

del centenario de San Lorenzo. Un

goles.

muchacho humilde, que ha dejado su

Es que cuando vos sos el goleador,

marca en el club.

sentís vergüenza si errás lo que tus compañeros producen. Eso pasa

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José Sanfilippo


9. ¡Romeo y no lo creo!

La pintura quedó guardada en las retinas, propias y extrañas. Imposible olvidarse de esa imagen de Bernardo Romeo en andas de Carlos Bueno luego de que San Lorenzo se salvara del descenso tras el empate con Instituto en el Pedro Bidegain. Eran muchas cosas juntas, la bocanada de aire tras varios meses de sufrimiento, de una agonía que parecía eterna, y el retiro. La despedida de un ídolo, que no pudo darse con él presente en cancha, pero sí con su figura más presente que nunca en los corazones de todos los hinchas. No se iba uno más, no era uno cualquiera. No se iba por un tiempo sabiendo que iba a volver como ya había ocurrido en otras ocasiones. Esta vez era el final. Ya no habría un mañana con bracitos abiertos para el festejo, era el cierre sin más chances para hacer ese maldito gol que le permitiese llegar a los 100, no se repetiría esa clásica comunión de gargantas azulgranas entonando el característico Romeeeo, Romeeeo. ¡De la que te salvaste, Boquita...! La camiseta número 9 se empilchó de acuerdo a la ocasión, de negro, a luto completo. La carcomió la soledad, la tristeza, la pena. Pero quedó con la cabeza hacia arriba, con la frente en alto, bien erguida, sabiendo que él la respetó como pocos, la valoró. Hasta la revoleó cuando lo creyó necesario, como esa tarde en el Amalfitani contra Vélez. Pero para ella era un mimo. A él se le escapa el gesto adusto que nace desde lo más profundo de sus entrañas, quizá por retrotraerse a ese último ciclo de 2011/2012. Es que aquellos días no fueron los ideales, ni los deseados. Sin demasiados minutos en cancha y con el equipo y el club atravesando una de las situaciones más complejas de su historia, no era justamente el escenario perfecto para resumir su carrera. Apenas 17 partidos y dos goles entre Apertura 2011, Clausura 2012 y Copa Argentina. No era el cierre merecido para un tipo que está entre los máximos goleadores de la institución, que siempre 205


respetó los colores, en conclusión, que logró entrar a la exclusiva galería de los ídolos. Pero fue lo que hubo en aquel entonces, lo que la vida le puso adelante y él como siempre fue al frente, como cuando pegó el portazo en Tandil, como cuando vivía solo en La Plata, como cuando Juli venía en camino sin previo aviso. Luchó por su sueño de retirarse en San Lorenzo y lo consiguió, con yapas increíbles una vez que se cruzó del otro lado del mostrador: devenido manager del club, Bernardo Romeo fue pieza clave en la estructura futbolística que obtuvo el Torneo Inicial 2013, con Juan Antonio Pizzi como entrenador, y, ni más ni menos, la ansiada Copa Libertadores, de la mano de Edgardo Bauza, el 13 de agosto de 2014. Sin los cortos, con traje, anhelo cumplido al fin. Y esos 100 goles... Qué decir de ese arco histérico que no quiso entregarse a sus definiciones como hubiera correspondido. De esa bocha loca que se resistió a sus encantos y ni siquiera le permitió ese último alarido, ¿Qué le costaba a la pelota aunque más no sea colarse por debajo de Elías Gómez en aquel partido por Copa Argentina ante Barracas Central? Berni la enganchó mal esa vez, raro en él, es cierto, pero ya había llegado hasta ahí para quedar mano a mano con el hombre de guantes. Un mal pique, quizás un saltito, algo que superara al arquero para que ella, la redonda, se besase con la red. Para que el sueño centenario se convirtiese en realidad. Si ya había cedido ante sus encantos en el primer tiempo, en aquel gol que se relata en el inicio de este libro, el 99. ¿Qué le hacía uno más? ¡Desagradecida! Pero bueno, lo pasado pisado. No se puede contra el destino, ni para marcar ese tan ansiado tanto, ni para salir campeón de la Copa (otra histérica) en el último tramo previo al retiro. Pero vaya venganza para con la Libertadores: el manager sí que la alzó, 54 años después de que San Lorenzo dejara pasar la chance de jugar la final en la primera edición del certamen. “Al pobre de Abdo lo volví loco y encima la gente empezó a hinchar las bolas, presionaba. Carlos me dio una mano grande pero fueron los hinchas los que movieron las fichas. No hubiera soportado retirarme en otro lado. Por eso fue que, cuando fuimos a jugar 206


con Quilmes al Nuevo Gasómetro, me acerqué al banco a saludar a Asad, lo abracé y le dije al oído: ‘Mirá que quiero volver, eh. Quiero estar’. Por suerte se dio...”, el relato de Bernardo es claro y preciso. La última frase marca la pauta, el concepto inequívoco. Quería estar y no podía permitirse una despedida del verde césped defendiendo otros colores. Hasta se anima a asegurar, hoy, en frío: “No jugaba, es verdad, pero estando en San Lorenzo era feliz”. Lo que nunca se imaginó fue lo que se vendría. Es que en la cabeza de nadie se cruzaba la idea de que San Lorenzo terminaría jugando la Promoción un año más tarde, y mucho menos en la de Romeo. “Había vuelto para disfrutar mi último año y me tocó vivir una situación terrible... Encima ya venía del descenso con Quilmes. No lo podía creer”, trae los recuerdos guardados, esos momentos de los que nadie en Boedo quiere acordarse. “Yo me sentía para la mierda, me sentía como el máximo responsable, y eso que casi ni jugaba. Si San Lorenzo se llegaba a ir a la B, me tenía que matar... No lo hubiese podido superar. Lo digo en serio, eh. No estoy jodiendo”, tira sobre la mesa el castigo con tanta seguridad que hasta le pasa fino a la locura. Y es que, precisamente por esos tiempos, Berni andaba algo escaso de cordura: “Nadie sabe por lo que pasamos. Yo estaba loco. Tomaba pastillas para dormir e igual no dormía. No comía, no quería ni aparecer en mi casa. Me puteaba con todo el mundo... No parezco, pero soy muy calentón, muy temperamental, y la realidad es que no podía aceptar el momento. Para peor, no me tocaba jugar y entonces me daba la impresión de que no podía hacer nada. No quería escuchar a nadie que me hablara de San Lorenzo, no miraba la tele, no leía los diarios, ni escuchaba la radio. Me acuerdo ahora y me vuelvo a poner nervioso. Era terrible, pasaban los días, los partidos y no salíamos de la zona de Promoción”. Y sus seres más queridos, esos que lo bancaron y le cedieron su hombro en tan duro trance, confirman la versión. “Estaba en casa todo el día con cara larga, no disfrutaba nada. Siempre se hizo demasiado responsable de las cosas, el tema es que nos terminaba amargando a todos. Era estar en la mesa y tener que decirles a los 207


Romeo y Romagnoli también pusieron el hombro en el Vía Crucis de la Promoción. Y, a pesar del sufrimiento, el Ciclón se quedó en la A.

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chicos: ‘No hablen que papá está mal’. Ya no sabía qué hacer... Encima no se despejaba nunca, no quería salir a ningún lado. Me acuerdo de que una vuelta fuimos a buscar a Juli a un congreso de baile en el Buenos Aires Design, ahí en Recoleta, y justo se cruzó con un hincha que le empezó a decir que cómo podía ser que estuviese paseando mientras San Lorenzo se iba a la B. Eso lo mató. Los hinchas son así y uno lo entiende, pero esas cosas a él le pegaban mal”, cuenta Brenda, su mujer, quien debió asimilar los pesares de su marido y terminó padeciendo el sufrimiento como si fuera una cuerva más. Inclusive Pipi Romagnoli describe desde su óptica lo que fueron aquellos momentos tormentosos: “Con Berni no lo podíamos creer. Hablábamos entre nosotros y no entendíamos lo que estaba pasando, era algo en lo que no caíamos. No había forma de explicar cómo estando en un club tan grande como éste, en el que siempre estás peleando campeonatos o directamente salís campeón, pasamos a atravesar un momento así, en el que hasta llegamos a depender de otros resultados para jugar la Promoción. Lo sufrimos intensamente los dos porque nos jugábamos mucho... Inclusive más que un campeonato. Descender es una mochila que no te sacás más y menos aún cuando es en el club con el cual estás identificado, del cual sos hincha. No había retorno, era jugarse todo. Creo que el hecho de haber estado en ese momento es algo que la gente no se olvida y siempre nos lo reconoce”. A pesar de que ya no comparten terreno de juego, Romeo enseguida coincide con su amigo, demostrando que esa sociedad que tantas alegrías supo generar está intacta: “Son pocos los jugadores que se sienten tan identificados con un club como pasa con Pipi y conmigo. Por ahí Verón en Estudiantes o alguno de Boca, pero no sobran los ejemplos, eh. Y justamente esa idolatría te genera una cosa así como de doble responsabilidad, no sólo en la cancha sino también afuera. En esa época hasta llamaba a los más pibes a la casa para controlar que estuvieran descansando...”. Sí, la complejidad del momento obligaba a la polifuncionalidad: futbolista, líder carismático, referente, padre, etcétera, etcétera. “Hace un tiempo Pipi lo dijo y es verdad: 209


cuando terminó el partido en Avellaneda con Independiente estábamos muertos. Llorábamos como dos pelotudos. Y después, el día con San Martín de San Juan, también. En el entretiempo no sabíamos qué carajo hacer”, agrega. A lo largo del relato, Berni va abriendo las puertas de la intimidad de aquel vestuario: “Más allá de todo, el grupo estaba bien. Obviamente que cuando un equipo se está yendo a la B hay quilombo siempre. No hay forma de que sea de otra manera porque uno dice una cosa, el otro contesta y hay fastidio, presiones, todos están sensibles. Hubo un día, todavía estando Madelón como técnico, que nos juntamos los más grandes en una de las habitaciones en el hotel e hicimos una especie de pacto. Hablamos y dejamos en claro que salíamos nosotros o no nos sacaba nadie. Después vino Caruso y seguimos igual, nos habíamos comprometido a sacar a San Lorenzo. No había otra, era eso o quedar en la historia negativa del club”. En su paso por Quilmes los dos entrenadores lo habían dirigido; chanza del destino, volvía a cruzárselos y en una situación parecida a la que atravesó en el Cervecero. Claro que el técnico de doble apellido es el que se roba varios elogios del delantero, maquillando una suerte de agradecimiento por haber sido el capitán que enderezó aquel barco que parecía hundirse. “Richard nos ayudó mucho. Yo ya lo conocía y cuando llegó sabía que nos salvábamos. Esa confianza le genera al jugador. Es más, se los dije a los chicos del plantel: ‘Dénle bola a este loco, dénle bola que nos va a ir bien...’. Migliore y Orti también lo habían tenido y coincidían conmigo. Cuando estuve en Quilmes, llegó él y pegamos un giro de 180 grados. Estábamos descendidos seis meses antes y de un día para otro pasamos a estar al borde de salvarnos”, expone. Pero, ¿cuál es el secreto del hombre de la barba candado? ¿Dónde está el truco? “Te motiva, te saca presión y la absorbe él. Te mete en la cabeza que hay que ganar y está todo el tiempo levantándote. El tipo transmite mucha confianza y futbolísticamente trabaja muy bien las pelotas paradas. Pasa que llega un momento en el que el jugador se entrega pero de repente te aparece éste y te saca del pozo. Ojo que igual le costó más que en Tigre, que en Newell´s, que 210


en Racing, que en cualquier otro lado, eh. San Lorenzo fue lo peor para Ricardo, pero igual zafó”, sentencia. Está claro que la relación Caruso Lombardi – Romeo siempre fue buena, a pesar de que el goleador tuviera que mendigar minutos en cancha: “Un día vino a hablarme para decirme que no iba a jugar y enseguida lo paré y le dije: ‘Nos estamos yendo a la B. Siempre puse a San Lorenzo primero, mirá si me voy a calentar justo ahora porque no juego. Quedate tranquilo, metele para adelante y hacé lo que haga falta, pero sacanos de ésta. ¡Salvanos del descenso!’. Hablábamos mucho con él. Ibamos con el Pipi, con Bianchi, con Botti... Hay cosas que la gente no sabe y a algunos jugadores les ha tocado irse mal, pero Botti lloraba como un pibito”. Eso sí, entre las señales que encuentra a lo largo de ese SOS interminable, hay otras dos que no son menos importantes: “Tenemos que agradecerle a Banfield también... Si ellos no se caían iba a ser muy difícil”. Y enseguida ensaya otro reconocimiento, uno tan particular que le toca las fibras más íntimas y lo emociona profundamente: “Lo de la gente fue espectacular, entendió que si no alentaba era peor, que teníamos que estar todos juntos. Ya con Madelón nos apoyaban hasta en la pretemporada, era impresionante. Los hinchas llenaron la cancha en todos los partidos. A Independiente y a River les pasó al revés y la historia no terminó bien. San Lorenzo ya lo había vivido en 1981 y ya contaba con esa experiencia, por ahí fue eso... Pero lo cierto es que no se puede hacer nada cuando te vas a la B. Sos malo y chau. ¿Qué vas a hacer? ¿Putear? Te vas a ir puteando, es lo mismo”. De golpe, el silencio gana la escena. Internamente sabe que se acerca el momento de hablar de ese día de sentimientos entremezclados, de la salvación y de la despedida, ese dolor dulce, como lo definió el Indio Solari alguna vez. “El día de la Promoción en Córdoba, con Instituto, tenía un cagazo terrible. En el buen sentido, eh. Era un equipo que venía bien, que mostraba un buen juego con Darío Franco como técnico; por suerte Bueno tuvo una tarde bárbara, que hizo que llegáramos al partido de local mucho más tranquilos. El cruce importante fue el de allá, uf, ese 2-0... La vuelta en el Nuevo Gasómetro fue imponente, 211


El Ăşltimo grito de un grandĂ­simo goleador. Romeo celebra con MĂŠndez, su asistidor, su tanto ante Barracas Central, por Copa Argentina.

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la cancha estaba explotada, y yo estaba contento, feliz, chocho... Me hubiese encantado jugar, no lo niego, para despedirme en el campo de juego. No se dio, mala suerte”, se lamenta y se alegra al mismo tiempo. Claro, “salvarnos fue un respiro”, es la conclusión importante con la que cierra. Sin embargo, no hubiese sido algo tan loco, el adiós pudo haberse concretado adentro de la cancha. “Al partido ese fuimos con todo el grupo de amigos. Caruso le había dicho que si San Lorenzo metía algún gol lo iba a poner un rato aprovechando la ventaja que habían sacado en Córdoba. Pero arrancaron ganando ellos y al final ni entró. Fue su despedida sin jugar”, suma datos Mariano Zabaleta. “Así fue que terminé arriba de Carlitos saludando a la gente. Bueno era un tipo espectacular y sabía bien lo que había sido ese tiempo para nosotros, los momentos duros que atravesamos...”, sintetiza Berni. No podía ser de otra manera, la historia de ese semestre tétrico la concluye con la imagen linda, la que la da inicio a estas líneas, el cariño merecido... Entre tanto nervio incesante, aquello de los goles y el countdown para los 100 pasó a un segundo plano. Pero también quedó la daga clavada, ese 99 que desangra generando una hemorragia grande como el amor que lo une con San Lorenzo. Tanto que sale con los tapones de punta cuando alguien certifica que en realidad tiene 98 y osa poner en duda su firma en el tercer tanto de aquel 4-2 ante Cerro Porteño por los cuartos de final de la Mercosur 2001: “Ese gol fue mío. Encaré, pateé y, si bien pegó en (Carlos) Báez, la pelota igual iba al arco. Además, después hablé con (Marcio) Rezende, el árbitro del partido, y me dijo que me lo dio a mí”. Es que la locura lo acompañó a lo largo de ese martirio y aún sigue vigente en el presente: “Uy, enfermé a todo el mundo. Hasta al pobre psicólogo... Desde que empecé terapia que le hablo de eso. El tipo pensó que al retirarme se acababa el tema pero ahora, laburando en el club, con la oficina en el estadio, me sigo acordando y le sigo hablando de lo mismo”. Es que la meta estuvo clara, era el objetivo a cumplir y él, testarudo, no puede aceptar no haberla alcanzado. Nunca dudó o tambaleó frente a un 213


arquero, hizo goles en finales sin que se le moviera un pelo o se animó a agarrar la pelota en 2001 ante un Castellano que parecía más gigante de lo que era por la coyuntura pero, en esta cuestión, como pocas veces, la presión le jugó en contra y los nervios hicieron de las suyas, lo traicionaron.... Una vez, y otra más, y otra. “Me autopresionaba todo el tiempo. Era estar siempre con lo mismo: el gol 100, el gol 100, el gol 100...”, repite como la publicidad del pajarito. “No te das cuenta y todo ayuda a fomentar esa presión, tus amigos, tus compañeros, el periodismo. El inconsciente del jugador es jodido. Encima jugaba poco y eso te mata peor. Era entrar 10 minutos y estar re presionado pensando en meterla enseguida. En el partido con Barracas quería hacer el segundo antes que el primero, encima en el segundo tiempo me comí un gol bárbaro... Lo mismo cuando el Gallego Méndez, sabiendo que se iba, me ponía para que llegara a los 100. Me decía: ‘Si hay un penal, lo pateás vos’. Tuve el penal con Lanús y lo erré. Al principio, cuando volví, ni pensaba en eso, pero después va pasando el tiempo, la edad, te vas a acercando al número, aparece la bandera y entran a tachar los goles.... Es muy lindo, son cosas que te ponen contento. Pero hasta la gente te mete fichas y entrás en una locura de la que no podés salir”, va especificando en detalle como se comía el coco por esos días. No miente cuando dice que todos aportaban su granito de arena para enterrarlo cada vez más en esa búsqueda desesperada, si ni siquiera en casa le permitían viajar con sus pensamientos hacia otra parte. “¿Si nos volvía loco con lo de los 100 goles? Nada que ver, al contrario. Nosotros lo enloquecíamos a él. Pasa que toda la familia se siente hincha, siempre estuvimos metidos en todo lo que pasaba en San Lorenzo y obviamente estábamos a la espera de que hiciera el gol 100. Toda la familia estaba enferma...”, admite su mujer. Una repetición de esta etapa de la carrera de Romeo fue la de los momentos complejos y las decisiones difíciles. Fue feliz en la adversidad porque, como él mismo afirma, estaba donde quería estar. Casi sin excepciones, el retiro es la situación más compleja por la que atraviesan los deportistas. Claramente 214


los futbolistas no están exentos de eso y hasta en muchas ocasiones no llegan a acertar cuál es el momento exacto para sacar el pañuelo blanco y sacudirlo. Berni siempre aseguró que jugaría mientras se sintiera bien, que quería dejar él al fútbol y no que el fútbol lo dejara a él; pero de todos modos hubo que asumirlo, asimilarlo y acostumbrarse. Entonces es allí donde advierte que la ayuda profesional jugó un papel más que importante. “Más o menos un año antes de retirarme, mi mujer me recomendó que fuera al psicólogo. Me estuvo hinchando las bolas un tiempo, mi amigo Juani Brown también me decía que me iba a hacer bien y tenían razón. Cuando arranqué me hizo bárbaro. Pasa que uno siempre se cree que puede con todo, que es fuerte y después te das cuenta de que hubiese estado bueno hacerlo durante toda la carrera. Fue algo que me relajó mucho, me bajó un cambio”, certifica. Brenda, la celestina entre Berni y el diván, da sus razones del por qué del consejo: “Era un momento complicado y él es una persona de expresar poco sus sentimientos. Me pareció que le iba a hacer bien y la pegué. Cambió mucho. Antes era como que no tenía la capacidad de hablar de otra cosa que no fuera de fútbol”. Ojo, la ciencia ayuda pero no te hace inmune: “Son 20 años de esto, del cantito de Romeeeo (lo entona), del ego... Es muy duro al principio y me costó muchísimo aceptarlo. Todavía me cuesta. Hay veces que estamos en la cancha y veo a los muchachos en la entrada en calor, a la gente, y me agarran unas ganas bárbaras de cambiarme y jugar...”, lo dice y queda a la vista que, mientras, su cabeza se imagina en contacto con la pelota otra vez. Es todo un tema darse cuenta de cuándo es el instante indicado, cuándo la cosa no va más. Entender que se terminó y hacerse cargo. ¿Qué señales son las que lo avisan? ¿Cómo se avizora el final del camino? “Habré empezado a maquinarlo unos tres meses antes. No jugaba o entraba poco, llegaba a casa con cara de culo y mi mujer me pedía que me desconectara, que disfrutara de los chicos y yo no podía disfrutar nada. ¡Era un desastre! No me arrepiento, eh. Son cosas que pasan. Pero no te ponen, no hacés goles, estás pintado... Todo está mal. ¿Qué iba a disfrutar? Y eso que físicamente estaba bien, podría 215


El instante de su asunciรณn como manager: el Enamorado del Gol responde en rueda de prensa junto con el presidente Lammens y Pizzi.

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haber seguido. De hecho me llamaron de varios clubes, pero había hecho una especie de promesa de que si la cosa terminaba bien, largaba. Con San Lorenzo zafando del descenso estaba hecho, le daba un corte a mi carrera, al menos en el fútbol argentino. ¿Qué hubiese pasado si descendíamos? No sé, no quería ni pensar en que pasara eso... Así fue que después de Instituto me llamó Mariano (Zabaleta) y me dijo de irnos a esquiar un par de días y me fui. Me sirvió para relajarme, pero estaba pendiente de lo que surgiera, inclusive me había llevado la ropa para entrenarme porque todavía no sabía qué iba a hacer; había una chance de ir a Estados Unidos, era una buena posibilidad desde lo económico y me hubiera ido a disfrutar con mi familia en un lugar más tranquilo; hasta tenía la idea de aprovechar para aprender inglés, pero al final no me entrené nunca, lo de allá no se dio y me convencí de que ya estaba”, detalla. Arrancó el descanso, merecido, tras tanto entrenamiento y concentraciones. Ya no había choque con los defensores, ni patadas a los tobillos; sólo juegos inocentes con sus hijos. Pero eso duraría nada más que un tiempo. ¿Recuerdan eso de que Romeo no puede estar quieto? ¿De que su vida necesita estar en constante actividad? ¿De que tiene que sentirse ocupado para ser feliz? Su entorno más cercano, sus amigos, cualquiera que lo conoce un poco en profundidad, destaca sin titubeos esa personalidad incansable. “Siempre digo que si tenés una empresa, lo mejor que podés hacer es gastar lo que no tenés y contratarlo: si tiene ganas, olvidate. Te podés ir a la playa y dejarlo solo que él te maneja todo. Cuando volvés sos millonario seguro. El es feliz dedicándole el máximo de su tiempo a lo que le interesa”, lo pinta de cuerpo entero Zabaleta. Y más allá de que su nacimiento deportivo ocurrió bastante lejos de Boedo, su carrera lo llevó a que su apellido fuera casi un sinónimo de San Lorenzo. Si uno habla de Romeo, los pensamientos enseguida se tiñen de azulgrana. ¿Cómo no iba a volver al poco tiempo? Si bien calzarse los botines nuevamente es algo que lo motiva hasta en el presente, no estaba en sus planes salir a la cancha otra vez. El título de entrenador luce en sus vitrinas pero no era el momento, 217


no se veía en esa función. Entonces, exprimiendo los años en Europa, donde la actividad del manager es trascendental en los clubes, y aprovechando que, de a poco, en la Argentina habían empezado a surgir las primeras experiencias, Marcelo Tinelli y Matías Lammens, quienes ya habían sido elegidos para completar el mandato que la Comisión Directiva saliente había dejado pendiente tras su alejamiento, le ofrecieron el cargo. Lo pensó un poco y el 11 de octubre de 2012 fue la fecha elegida para oficializar su nuevo puesto. “San Lorenzo es mi casa y nunca más quiero verlo ahí abajo. Por eso decidí involucrarme, desde afuera es muy fácil hablar. Al principio dudé un poco porque sólo pasaron tres meses desde que me retiré, pero me gustó el proyecto y me sumé”, declaraba en las notas que le realizaban los distintos medios en aquella época. Luego, con más de un año sobre el lomo sentando en la misma silla, esa postura no se modificó. La filosofía no mutó: “Me metí porque estaba harto de ver a San Lorenzo mal. Tanto Marcelo como Lammens son gente seria y entendí que era el momento para ponerse a laburar y dar una mano. Si hago un balance de lo que se hizo desde la asunción estoy contento porque me parece que las cosas se acomodaron bastante”. Vaya si tiene razón. No sólo se acomodaron, sino que sus primeros 12 meses en tan importante función los cerró con una coronación. Es que Berni vibró a la par de la gente la definición del Torneo Inicial. Sufrió las igualdades ante Atlético de Rafaela y Estudiantes para luego, en el definitorio partido visitando a Vélez, caminar como loco, de lado a lado, en la tribuna visitante del José Amalfitani preguntando a cada rato “¿cómo van en Rosario?”, sabiendo que el empate entre Newell´s y Lanús lo hacía campeón a San Lorenzo de mantener la parda. Eso en el primer tiempo, porque lo peor llegaría en el segundo: para estar cerca de los jugadores en la coronación vivió toda la segunda parte encerrado en el vestuario, junto a los utileros y, por decisión de la Policía, finalmente se quedó con las ganas de vivir la premiación en vivo… Pero no sólo el armado del plantel pasó por sus manos, sino que también fue uno de los impulsores de aprovechar el momento y hacer trascender el nombre 218


del club por todo el mundo. “Vamos a llevarle el trofeo al Papa Francisco como regalo de cumpleaños. Será una experiencia única e inolvidable”, expresó al otro día de la vuelta en Liniers sobre el viaje que minutos después emprendería una pequeña delegación azulgrana para estar el 17 de diciembre en el Vaticano entregándole un importante regalito al Sumo Pontífice cuando sopló las 77 velitas. Sin embargo, su espíritu no le permitió relajarse y enseguida, sin siquiera haber llegado a Roma, empezó a ocuparse de las tareas que quedaban pendientes para el regreso del viaje relámpago. “Hay que ponerse a trabajar duro pensando en la Copa Libertadores. Sabemos que no es fácil pero es el gran deseo que tenemos todos”, avisó ahí mismo, todavía con la voz tocada por los festejos de la noche anterior... Y cumplió. Y cumplieron: el 13 de agosto de 2014 quedó grabado a fuego en los Cuervos. Ese día, San Lorenzo ganó, al fin, la Copa Libertadores de América. No más gastadas de los rivales. Más grandeza para un club acostumbrado a sufrir y, también, a celebrar en Boedo. Como lo hizo esa noche luego de la victoria sobre Nacional de Paraguay por 1 a 0, con gol de Néstor Ortigoza de penal (en la ida habían empatado 1-1). “Cumplí un sueño. Está bien, yo no jugué, pero ser parte de este ciclo que quedará marcado eternamente en la historia del club es un privilegio incomparable”, admitió Romeo tras la consagración. Y no faltó a su palabra: volvió al Vaticano para ofrendarle al Papa Francisco el trofeo más deseado por los Cuervos. Es que tan feliz se sintió Berni en el lugar que le tocó ocupar, que hasta recuerda en detalle el paso a paso de su llegada. “Estaba de vacaciones y me llamaron Marcelo y Matías. Me lo ofrecieron y de entrada me interesó, pero les pedí que me dejaran pensarlo un tiempo. Para comunicárselo a mi familia junté a todos en casa y les conté a mi señora y a los chicos lo que me habían propuesto. Obviamente avisé que era algo que demandaba todavía más tiempo que el que invertía como futbolista. Todos coincidieron en que era lo mejor, en que me iba a servir a modo de adaptación por lo menos por un tiempito. ¡Hasta el psicólogo me dio el ok! Mis hermanos, mis amigos, 219


Momento cúlmine: el Papa Francisco le entrega un rosario de regalo a Romeo, quien lo visitó en Roma post vuelta olímpica en 2013. Berni embajador.

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todos me apoyaron, así que ahí me decidí y arranqué”, carga de énfasis sus palabras el Enamorado, enfocándolas en su flamante profesión. Del otro lado, el presidente Lammens es el que se pone el sayo y da su visión, un poco como máxima autoridad y otro poco como hincha: “Lo buscamos a él porque era el perfil que le queríamos dar a la gestión. Es un emblema de San Lorenzo, en lo futbolístico pero también como profesional. El gesto que tuvo de renovar su contrato antes de irse a Alemania es el cambio cultural que deseamos. Obviamente pesó su experiencia en Europa y su capacidad para el trabajo. Si tengo que hacer un balance considero que en el primer año no sólo ratificó todo lo que creíamos, sino que superó con creces nuestras expectativas. Yo siempre fui un fana enfermo de él, pero no sólo por los goles sino por aquello del contrato; me parece que es un gesto que muy pocos tienen en este fútbol en el que parece que todo es guita. Eso que hizo valió más que 20 goles. Es más, cuando volvió y sufría por la lesión en la espalda, un amigo mío lo criticaba, me decía que no podía jugar más, y yo lo defendía a muerte. Nos la pasábamos peleándonos en la cancha. Cada vez que Berni hacía un gol se lo gritaba en la cara, ja. Ahora puedo decir que tengo una relación casi de amistad y sinceramente fue una alegría inmensa conocerlo porque todo lo que veía desde la tribuna, como hincha, lo confirmé. Pero aparte me encontré con un tipo espectacular, que ama al club, que defiende cada centavo y se pelea por San Lorenzo... Esas son cosas que incrementan la idolatría que generó en los hinchas”. ¿Qué le deparará el futuro a Romeo? Nadie lo sabe, ni siquiera él. Está claro que de no seguir como manager encontrará otra actividad que lo llene. Imposible imaginárselo pasando sus días sentado en el living leyendo o mirando la televisión. El tampoco se cree capaz de hacerlo y es por eso mismo que abre la puerta advirtiendo que la tarea de nexo entre dirigencia y fútbol profesional es una etapa más y, como ocurre con todas, en algún momento llegará a su fin: “No me imagino toda mi vida así. Se hace todo muy intenso y es bravo. No podés estar metido todo el día en el club porque te volvés loco. Antes, como 221


jugador, venía, me entrenaba dos horas y me iba a mi casa. Ahora llego a la mañana y me voy a la noche, no es sano”. Entonces, ¿puede darse que lo que siga sea adentro de la cancha otra vez? Aunque sin pantalones cortos, podría pisar el césped como antaño, comandando un grupo de jugadores como DT... “Me recibí de técnico hace dos años, por ahora no me veo, aunque nunca digo que es un no rotundo. Esto de manager me gusta, pero por ahí en un tiempo me agarra la loca y quiero dirigir. De a ratos me veo haciéndolo, aunque en realidad nunca fui un enfermo de la táctica, la estrategia y todo eso... A Pipi lo imagino más en eso, sabe mucho. Además, cuando charlamos no duda, él te dice que va a ser técnico; yo, en cambio, había tenido experiencias con managers en Europa y siempre me atrajo más esta tarea... Pero quién te dice”, deja abierto el abanico de posibilidades, como ocultando algo que tiene entre manos pero que todavía no es momento de anunciar. Un secreto que se grita, un silencio lleno de ruidos, un vacío de palabras que dice mucho. Es que a Berni lo apega una relación muy profunda con Romagnoli, de la cual, lógicamente, San Lorenzo es el hilo conductor. Sociedad que se creó en la cancha, caso habitual entre asistidor y asistido. Que se fortaleció levantando copas en los inicios del siglo y que fue en alza con la velocidad del almanaque por el tiempo compartido. “Por lo bien que nos llevamos, por todos los momentos que pasamos, buenos y malos, alegres y tristes. Y, porque a los dos nos gusta esto, creo que sería lindo hacer algo juntos”, lanza los primeros indicios el Pipi. Quiebra la cintura un poco para amagar ante los primeros embates, pero enseguida se suelta y confirma la versión: “Me quedan dos materias para terminar el curso, él ya lo hizo pero me dice que no se ve como entrenador sino como ayudante. Yo quiero ser técnico cuando me retire, es algo que tengo claro. Y quiero que él sea mi ayudante de campo o que hagamos una dupla, se lo dije y lo charlamos bastante. Cuando llegue el momento se hablará más en profundidad, pero en principio es una idea que tengo. Me parece que estaría bueno que se diera”. Y Leandro Atilio va El fin de la obsesión: como manager, Romeo cumplió el sueño de ganar la Copa Libertadores. 222


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más allá, como si estuviera esquivando colombianos en la final de la Sudamericana 2002, avanzando con la bocha pegada al pie. Sueña con los ojos abiertos. Bah, en realidad no sueña, en su interior está convencido de que lo proyectado se hará realidad y de que es sólo cuestión de tiempo que deje de ser utopía y se convierta en algo concreto, palpable. “Siempre pienso y analizo todo. En un equipo mío trataría de imponer el buen juego pero con responsabilidad, como se juega al fútbol ahora. Creo que Berni podría aportar muchísimo, por lo que sabe y por lo que es como persona”, se anticipa el compinche. Y si hablamos de deseos, el enganche (¿futuro DT?) no se anda con chiquitas: “¿Cómo no voy a pensar en salir campeón con San Lorenzo estando con Berni en el banco? ¡Ni hablar! Es más, ¡campeones y jugando en Avenida La Plata! Ojalá algún día se pueda dar... Ese tipo de cosas son las que se nos pasan a nosotros por la cabeza”. Sí, aquel día del juego contra La Gloria marcó un final, un punto y seguido. Fue el moño a una trayectoria gloriosa. El hito de permanecer en Primera, con un clima institucional complicado, es comparable con un título, debió haber otorgado una estrellita. Ese fue el epílogo de su carrera como futbolista, pero de ningún modo desconectó el vínculo afectivo con Boedo. Ese idilio no se terminó, ni lo hará en el futuro. Es para siempre, de un lado y del otro, como el juramento ante el juez de paz, o el sacerdote, pero sin atajo legal hacia el divorcio. Con los goles, como estrategia de seducción, en un principio. Con el compromiso, los gestos de lealtad, como blindaje. Con la personalidad, la bonhomía, la humildad, para edificar una obra que también promete atravesar los siglos. Que ya alcanzó una estatura que aquel jovencito que llegó con el bolsito de Estudiantes, aun con su particular intuición, no hubiera podido imaginar. Y que promete seguir anexando capítulos, desde la función de manager, menos visible, pero con autorización para meter la cabeza en el baño de gloria. Torneo local y Copa Libertadores ya lucen en la vitrina dedicada a su rol dirigencial. ¿Qué más? ¿Y¿Y si encima se cumple el sueño del Pipi? Amor platónico y eterno, Berni. Total, soñar, soñar no cuesta nada... 224


99 7 7 6 6 5 5 5 5 5 4 4 4 4 4 3 2 2 2 2 2 2 2 2 2 1 1 1 1 1 1 1

1998-2001 2007-2010 2011-2012

GOLES AZULGRANAS

Lanús Racing Chacarita River PJ Argentinos Colón Gimnasia LP Newell’s Talleres Belgrano Central Cerro Porteño Corinthians Estudiantes Unión Almagro Cienciano Ferro Gimnasia de Jujuy Huracán Olimpia Peñarol Universidad Católica Vélez Atlético Mineiro Barracas Central Flamengo Independiente Nacional (Uruguay) Real Potosí San Pablo

PG 97 PE 51 PP 70

218

17

43

GOLES DE IZQUIERDA

GOLES DE DERECHA

39

GOLES DE CABEZA

225


226


Carta de un Ingeniero

Antes de escribir este texto quiero expresar el profundo orgullo que sentí al recibir la llamada de Bernardo para pedírmelo. Después de tanto tiempo de haberlo dirigido y con tantas personas que estuvieron con él en su carrera, haber sido el elegido para esto me llena de satisfacción. Tuve la suerte de llegar a San Lorenzo en 2001 para dirigir a un gran grupo de jugadores con líderes excepcionales dentro del plantel, que son tan importantes para conseguir logros en el fútbol. Uno de esos líderes era Bernardo, no solamente jugando sino también en la exigencia personal y grupal para mejorar día a día. En esa gran campaña que hizo San Lorenzo durante ese año era casi imposible que Bernardo no marcara un gol en cada partido. Estaba en ese momento de confianza que tienen los goleadores que, sumado a su capacidad de trabajo, lo llevó a ser un jugador clave para ese equipo. Tanto era el reconocimiento del grupo hacia su persona que no olvido cuando faltando dos partidos para terminar el campeonato tuve que apurar su vuelta al equipo después de una lesión en los últimos cuatro encuentros. Jugando en su puesto estaba Sebastián Abreu, que venía convirtiendo goles y había tenido un problema personal que le impidió participar. Ganamos 2-0 ante Argentinos Juniors con dos goles de Bernardo y quedamos a las puertas de obtener el título de campeón argentino. Después del partido Abreu declaró: “Dios quiso que jugara Bernardo para que ganáramos”. Otra definición de Bernardo me la dijo mi amigo el Bambino Veira cuando, 227


después de jugar y ganarle 5-4 a Lanús con un gol de él, me señaló: “Ese jugador Romeo, que tienes en tu equipo, es muy bien educado, te saluda, te da la mano y se hace el bueno, pero después no te deja de vacunar nunca con uno o dos goles”. He tenido la suerte de dirigir grandes jugadores en varios países y sin lugar a dudas que Bernardo ha sido uno de los más inteligentes, similar a Raúl en Real Madrid. Sin ser un superdotado por la naturaleza en algún aspecto físico excepcional (altura, velocidad, potencia), Bernardo se preocupaba por entrenarse al máximo todos los días para mejorar en todas las facetas que necesita un goleador, lo que lo convirtió en un jugador completísimo que posteriormente logró triunfar en Europa. Ganador, exigente, respetuoso, comprometido y fastidioso cuando perdía hasta en los entrenamientos, como tienen que ser los deportistas... Me alegro por San Lorenzo al saber que Bernardo está entregando su experiencia y capacidad, y es seguro que parte importante del gran momento que está viviendo el club le corresponde a él. Soy un convencido de que la gente con constancia, preparación e inteligencia llega muy lejos en la vida. Bernardo ya lo hizo como jugador y no tengo dudas de que lo está empezando a hacer en su nueva función, como director deportivo de San Lorenzo. A pesar de que ya pasó más de una década nunca olvido a ese plantel, por su capacidad de trabajo, tolerancia y ambición, que lo transformó en un grupo de ganadores que marcaron una etapa inolvidable para el club. A los jugadores siempre les exijo tres condiciones fundamentales para poder formar un equipo competitivo: respeto por la institución, por sus hinchas, por el cuerpo técnico y por sus compañeros. Compromiso con un proyecto: hay 228


distintas maneras de conducirlo, pero hay que elegir una. Y rendimiento individual, que es fundamental para el éxito deportivo. Tres condiciones que Bernardo Romeo, Pablo Michelini, Horacio Ameli, Alberto Acosta y Leo Rodríguez, por nombrar algunos de ellos, se encargaron de cumplir y transmitir a jugadores jóvenes que recién comenzaban sus carreras. No tengo dudas de que esta biografía de Bernardo Romeo es muy interesante y formativa para aquellos que la lean... Desde la distancia, un fuerte abrazo.

Manuel Pellegrini

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