Comentando Porta Fidei

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COMENTANDO PORTA FIDEI 1.- «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida (n. 1). La fe nace del anuncio del Evangelio, cuando la gracia divina transforma al hombre, él responde, se lleva a cabo el encuentro entre lo divino y lo humano, de este encuentro brota la fe que da sentido a su vida y lo transporta durante toda ella hacia su plenitud escatológico.

La fe, realización de la plenitud escatológica. 2.- La creación desde que salió de las manos de su Creador ha necesitado estar comunicado con él, después de la caída se hizo más necesaria esta relación, ya que se le promete un Salvador que restablecerá lo perdido, esta primera promesa es la protología de todas las promesas hechas por Dios en el A.T. El pueblo, aun con sus infidelidades responde al Señor con fe, de ahí el resto santo, los profetas, etc. Hasta la llegada del Hijo de Dios hecho hombre, última y eterna promesa, a ésta, la creación debe responder con la fe, ya que, en él está puesta toda nuestra esperanza que, nos lleva a la plenitud escatológica, siendo Él, el Eskaton. Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo -equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor. (n. 1). Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas. (n. 2). El hombre creyente o no creyente se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales, políticas, económicas, la globalización hace que el mundo se vea pequeño, demasiado pequeño, se ve afectado por lo que sucede al otro lado del mundo. Al mismo tiempo el creyente sigue considerando la fe como un presupuesto de su vida. La situación de un mundo al borde de la caída, le niega el presupuesto de la fe. Ayer, hoy y siempre han existido crisis de fe, pero hoy parece que la crisis es mayor; por ello es tan necesario cruzar el umbral de la puerta de la fe. Debemos darnos cuenta que la fe transforma. En nuestro México, tan lleno de desigualdades sociales, económicas; tan lleno de muerte, de violencia, de injusticias. En él se debe reanunciar el Evangelio que es paz, justicia, amor, vida y dar una respuesta de fe que venga a transformarnos. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). (n.3).


3.- Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)... Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación. (n. 3). La Iglesia ha transmitido la Buena Nueva fielmente, ha alimentado al Pueblo de Dios con el cuerpo de Cristo. Es su misión, es su propia naturaleza, para eso es enviada, es la que nos muestra el camino, la verdad y la vida, ella debe ser la primera en dar testimonio que creer en Cristo es ir en el camino de la verdad hacia la plenitud de la historia, historia tan llena de dolor, de mentira, de injusticias, de pecado, que no dejan al hombre realizar su proyecto de hijo de Dios. Pero el anuncio de la verdad traerá la fe que haga posible que se instauren los cielos nuevos y la tierra nueva, plenitud en el las bodas del Cordero con su esposa que se ha engalanado.

El Concilio Vaticano II siempre actual 4.- Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. [...] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia». (n.5). Los documentos del Concilio Vaticano II, como obra culminante de todo un proceso magisterial son gracia que se ha derramado sobre el mundo en el siglo pasado y en el actual y abren un horizonte de diálogo entre la Iglesia y la humanidad, en la que ella es "Luz del mundo"; quiere decir que por medio de la fe en Cristo, la Iglesia ilumina y guía a la creación. Hay un diálogo con el mundo para su santificación, la puerta de la fe será el camino de santificación, de comunión entre los hombres y entre las diferentes profesiones de fe de nuestros hermanos. El diálogo hoy es necesario para que reine la paz, la justicia, la verdad y la vida y el Concilio Vaticano II es un medio actual, vigente que proclama la fe y hace que el hombre vea la importancia del entendimiento entre los pueblos. La Iglesia en este camino, en este diálogo necesita una conversión continua un estarse siempre renovándose.

La fe renueva a la iglesia y al mundo 5.- La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó...En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida. (n.6). La fe del Pueblo de Dios debe ser primero un testimonio de vida, no basta con decir creo, sino que es necesario que las obras hagan realidad ese creo, que sean un testimonio de


vida que transforma, que renueva: "Tú tienes la fe y yo hago el bien; ¿Dónde esta tu fe, que no produce nada? Yo por mi parte te mostraré mi fe por el bien que hago" ( St 2, 18). La Iglesia necesita el testimonio ofrecido por la vida de los creyentes, todos los miembros del Cuerpo de Cristo estamos llamados a ser luz del mundo y hacer resplandecer la Palabra de Dios en medio de la noche de la fe. El Año de la fe es una invitación a convertirnos al Señor, único Salvador del mundo. Este Salvador predicado por la Iglesia nos da luz para ver el pecado del mundo manifestado en la opresión de hermanos por los más poderosos. Esta denuncia no sería predicación de fe si no nos llevara a creer en el proyecto de salvación de Dios. En la muerte y resurrección, nos ha revelado su amor salvífico y en el llama a los hombres a la conversión y al perdón de los pecados: "Dios lo ha puesto en el cielo a su derecha, haciéndolo Jefe y Salvador para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados"(cf. Hch 5, 31). Este es el amor que nos lleva a una vida nueva.

El crecimiento de la fe, es creyendo 6-. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe... La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo». (n.7). «Porque nos urge el amor de Cristo» (2 Co 5, 14): la muerte de Cristo patentiza su amor por nosotros, llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. La Iglesia recibe del Resucitado la misión de evangelizar a todos los pueblos (cf. Mt 28, 19). Así convoca a la Iglesia y le confía el anuncio fiel a través de la historia de la Buena Nueva, que es siempre actual y por lo tanto siempre es nuevo. Hoy como ayer es importante hacer realidad la naturaleza de la Iglesia, es decir: enviada, misionera y llevar a cabo la comunión de todos los pueblos por medio de la nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. Esta crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. El amor nos lleva a dar un testimonio fecundo y por medio de él el mundo acoge la invitación del Señor a la fe. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».

Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente. 7.-Deseamos que en este año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza... Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año. (n. 9). Que en todo miembro de la Iglesia surja y promueva la fe, que esté convencido de ella en su vida, él debe estar adherido a la fe como su propia naturaleza, su naturaleza es ser hijo de Dios, luego, fe y naturaleza son el afecto encendido del alma hacia Dios; esta situación propia del creyente lo abre a la esperanza a la plena realización del Reino en el


ahora y en el Eskatón. El hombre como espíritu encarnado que es, no ve sólo el futuro, éste tiene su fundamento en el pasado que lo hace memorial, en él redescubre los contenidos de la fe: Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo; la Iglesia, sacramentos, resurrección de los muertos, perdón de los pecados, vida eterna, misterio de la Eucaristía, en otras palabras el dato revelado. Todo esto se debe hacer vida. ¿Cuál es el acto con el que se cree? Respuesta del hombre, pero, ¿Qué determina este acto? Según la tradición tomista, el acto de fe está determinado por el objeto en que se cree: (Dios) actus fidei specificatur ab objecto. En esta explicación intervienen diversos elementos que pueden condensarse en dos factores: el objeto en que se cree y la persona que realiza el acto de creer. Por lo que atañe al primer aspecto, se trata de algo esencial, ya que califica a las cualidades y a la intensidad de la persona que quiere creer. El acto de fe se ve esencialmente como un abandono en las manos de Dios. El Dios que actúa en la historia del pueblo y que muestra los signos de su presencia es el Dios a quien nos entregamos porque sólo en él vemos la salvación. Por lo que se refiere a la persona que cree, hay que señalar algunos datos interesantes en el aspecto teológico. El primero, que el acto de fe es posible sólo a partir de la gracia que permite entrar en comunicación con Dios y recibir al mismo tiempo los acontecimientos de la revelación como acontecimientos salvíficos. Pero la persona tiene que conocer estos acontecimientos como condición previa para un acto de fe que pueda ser personal. En este momento interviene la relación entre la fe y el conocer, que se ha explicitado desde siempre a partir de la Escritura. En este acto se debe reflexionar.

8.- El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. (n. 10). Es decir, la fe es un acto eclesial, es un acto comunitario, en el que se fortalece todo el cuerpo de Cristo, la fe del creyente hace bien o mal a todo un ser. Por medio de la fe se acrecienta la justicia, la paz, la verdad. En caso de México, la fe debe transformar un estado de violencia, de inseguridad en un estado de paz y amor evangélico. 9.- No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre. (n. 10). El hombre, a lo largo de la historia y el las diversas culturas ha buscado han buscado a Dios y muchas corrientes de pensamiento buscan el sentido de la vida, de la verdad, de la existencia y del mundo, por ello existen diferentes corrientes de pensamientos filosóficos, religiosos, teológicos, antropológicos, etc. que, no son otra cosa que la manifestación de la búsqueda del sentido de la existencia del ser humano. En todo ello encontramos la búsqueda de la auténtica fe, esa búsqueda que no termina hasta encontrar a Dios, como lo expresa hermosamente san Agustín: "¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. He aquí que tú estabas dentro de mi y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo" ."Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti”. (Las confesiones).

Puesta al día del Catecismo de la Iglesia Católica


10.- Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II... Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. (n. 11). Su Santidad nos anima a conocer el Catecismo, conocer, quiere decir, tener una profundidad en la sabiduría que nos da la Iglesia en él. Si nos pide este recurso es que no lo hemos estudiado y se está quedando atrás, debemos redescubrir los fundamentos de la expuestos en el Catecismo de la Iglesia Católica. El nos lleva al encuentro con el Salvador y nos conduce a una comunión de vida en la Iglesia por Cristo. Debemos descubrir el sentido existencial cristiano que nos propone. 11.- Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural... Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar... La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad. (n. 12) El Catecismo de la Iglesia católica es la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas o iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico. Es uno de los dos catecismos de la Iglesia Universal que han sido redactados en toda la historia, por lo que es considerado como la fuente más confiable sobre aspectos doctrinales básicos de la Iglesia católica.

Revalorizar el recorrido histórico de la fe 12.-A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos... Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación. (n. 13). En la historia de salvación, desde la eternidad de Dios mismo, hay un proyecto, un plan que se desarrollará en el tiempo, éste inicia en la creación y tiene su plenitud en el Hijo de Dios hecho hombre; en el transcurso entre uno y otro acontecimiento se hacen presentes la santidad, la gracia y el pecado. El primero viene de Dios y el segundo es obra del hombre, con él se niega la vida, la comunión, la gracia, la santidad misma. En esta situación, Dios le promete al hombre un Salvador, la vida, la gracia. Por ello en este año pondremos nuestros ojos en la promesa cumplida: Cristo, nuestro Salvador, quien ilumina


el camino de la fe y lo lleva a su plenitud. Con su presencia en el mundo se abolirá el egoísmo, el sufrimiento, el dolor, el hambre, las desigualdades sociales, económicas y todo lo niegue la presencia de la fe en el mundo; la fe no es algo pasivo, sino activo, que lleva a transformar al hombre y al mundo, que llevará finalmente a la creación a su encuentro definitivo con el Señor, que llevará al hombre a su plenitud escatológica.

Fe y obras 13.-El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes -que siempre atañen a los cristianos-, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?..."» (St 2, 14-18)... La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. (n. 14). Hemos dicho anteriormente que la fe es activa, en otras palabras, la fe sin obras esta vacía, san Pablo y Santiago nos urgen que mostremos nuestra fe con las obras; fe y amor no son sólo sentimientos que nos hacen sentir mejor o peor, sino están interpelando nuestra vida, nuestra existencia; el proyecto existencial del cristiano sólo será real cuando e pongan en actividad el amor y la fe; la fe y el amor, uno a otro se llaman, se necesitan, no pueden existir separados, son un todo, son un solo ser. Todos como Iglesia estamos comprometidos en estos valores, ella debe ser un testimonio de la fe y del amor para que el mundo crea, para que en él nazca la fe. La Iglesia "luz de las gentes" iluminará la oscuridad en la que se encuentra el mundo, el hombre por la falta de amor y de fe.

Ser testigos para que el mundo crea y se convierta 14.- Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin... Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero... Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre. (n.15). En esta última parte se nos presenta a Cristo como el único en el que tenemos seguro un futuro, más que futuro en el concepto tiempo, El es el único en el que el hombre, la historia y el mundo tienen su realización soteriológica . Él es la única garantía, la única certeza escatológica. La Iglesia es la que desde el inicio ha dado testimonio de ello. Hoy es necesario que siga dando semejante testimonio con la vida, la palabra, las obras; para ello fue constituida misionera hasta que venga el Señor. Esta visión teológicasoteriológica ya está presente en los Padres de la Iglesia: Durante los primeros siglos los Padres de la Iglesia le dieron a sus estudios cristológicos un enfoque fuertemente soteriológico. Los Padres habían encontrado que toda la obra y la persona de Cristo tienen sentido porque están dedicadas a la salvación del hombre.


Durante la época de los primeros Padres de la Iglesia fue bien clara la relación entre la Soteriología y la Cristología. San Ireneo de Lyon decía hacia el siglo II: "Para esto se hizo hombre la Palabra e hijo del hombre el Hijo de Dios, para que el hombre, captando la Palabra y recibiendo la filiación, se convirtiera en Hijo de Dios" (Adv.Haer. III,19,1). Por ello podemos decir que, la Escatología, es Soteriología en su sentido más amplio, y en ese sentido se encuentra unida a la Cristología. La Resurrección de Jesucristo de entre los muertos es el único acontecimiento definitivo de toda la historia de la Salvación que nos da la certeza de la realización plena. Nos dice san Pablo que una vez que Jesús ha resucitado ya no puede morir más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. De esta manera. Cristo es el evento escatológico en sí mismo; su persona es el Eskaton , el máximo de salvación que Dios puede ofrecer al hombre; y cuando hablamos de Eskaton no lo entendemos como lo que es opuesto a lo primero, sino como plenitud de lo opuesto a lo provisional: El Eskaton es lo máximo, lo perfecto, lo último de la salvación que Dios pueda ofrecer al hombre. Cristo es el máximo de comunión que pueda existir entre Dios y el hombre, de ahí que Cristo sea Eskaton para el hombre, para el mundo y para la historia: Todo fue creado por él; todo tiene en él su consistencia y todo llegará a su plenitud en él. Desde esta visión: cristólogica, histórica, soteriológica y escatológica! El hombre en la conciencia de su existir como persona relacionada con el mundo, con los otros seres humanos y con la historia, está llamado a confiar en la esperanza, y frente a este dinamismo impreso en la naturaleza humana, en su existencia tanto a nivel personal como colectivo, sólo puede tener frente así tres posibles respuestas, que le abren o le cierran su horizonte a la plenitud: 1a.- Ultimum sin novum: Una primera respuesta consistiría en llegar a un máximo de desarrollo personal, lo que implica bienestar, crecimiento humano, ecológico y cósmico. En este caso se daría un ultimum pero sin ningún novum. De ser así, la respuesta no sería trascendente, sino que se encontraría virtualmente ya presente en la propia persona o en toda la humanidad en este mundo, y para hacerla realidad solamente bastaría con desarrollarla al máximo. 2a.- Dinamismo absurdo: Una segunda respuesta consistiría en pensar que ese dinamismo impreso en la estructura humana es absurdo, que no llega a ninguna parte, que no tiene respuesta. De ser así, resultaría absurdo que el hombre siempre estuviera deseando conquistar nuevas metas hasta que la muerte pusiera punto final a sus deseos. 3a.- Ultimum con novum: La solución cristiana es precisamente escatológica y declara que existe un novum trascendente que da sentido a ese dinamismo; ese novum es Cristo como Eskaton, como plenitud que da sentido al hombre, a la historia y al mundo. Ese novum no está dentro de la historia sino que la trasciende, viene de Dios hecho hombre, viene de Cristo. Dentro de esta tercera opción, el hablar del Eskaton se convierte no sólo en algo útil para el hombre sino también en algo imprescindible: Si el hombre quiere encontrar respuesta al dinamismo más profundo de su ser necesita encontrarse con Cristo como Eskaton. La estructura de espíritu encarnado que se encuentra en cada persona hace posible para el hombre la realidad del Eskaton y de la Escatología. La Iglesia, como desde los primeros tiempos, en este año y siempre debe ser testigo y testimonio de Cristo para que el mundo crea, se convierta y llegue a su plenitud. Pbro. Francisco Velázquez Martínez.


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