LECTIO DIVINA Jn. 1, 35-46 35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. 36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» 37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» 39 Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. 40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. 42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» que quiere decir, "Piedra". 43 Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme.» 44 Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. 45 Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.» 46 Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás. » l.- UBICACIÓN ¿Qué dice el relato que escribió el apóstol Juan sobre el encuentro de Jesucristo con sus primeros discípulos? Comienza la vida pública de Jesús Hasta su bautismo en el Jordán, Jesucristo ha llevado durante largos años una vida de hogar y de trabajo en Nazaret. Vivía en la casa de sus padres, María y José. Como buen israelita todos los años peregrinaba a Jerusalén, y cada sábado asistía a la sinagoga. Trabajaba en el taller de su padre José. Así era conocido en Nazaret: como el hijo del carpintero y como carpintero (ver Jn 6, 3). Podemos imaginar la paz y la alegría que irradiaba su hogar. Sin embargo, su familia había optado por llevar una vida inaparente, sin llamar la atención. Lo sabemos porque la gente de su pueblo quedó asombrada por su sabiduría cuando explicó el texto del profeta Isaías que se refería a él mismo, en la sinagoga de su pueblo Nazaret. No la sospechaban en Jesús, cuyos padres, pensaban, les eran bien conocidos (ver Mt 14, 5456). Jesús, con los encuentros que nos relata san Juan, comienza su vida pública, recibe del Padre sus primeros discípulos. Corrían tiempos difíciles No era fácil la vida de los israelitas cuando apareció Juan Bautista predicando y bautizando en el Jordán. Sufrían por la situación política, cultural y religiosa. Israel vivía sujeto a la dominación romana. Los excesivos impuestos eran una pesada carga para un pueblo con vocación de libertad. De Roma y las ciudades de cultura griega recibían la influencia de costumbres y religiones ajenas a la propia. Y los jefes religiosos ataban pesados fardos sobre ellos (ver Mt 23, 4), transmitiendo una imagen de Dios centrada en la ley, en ritos y en tradiciones humanas, a veces contrarias al querer del Señor, a cuyo estricto cumplimiento sujetaban a las personas. No sólo no le abrían a su pueblo el acceso al Reino de los Cielos; se lo cerraban (Mt 23, 13). Entre tantas normas se habían olvidado del Dios rico en vida y misericordia, padre de los pobres y marginados. Estas múltiples tensiones alentaban la expectativa de “liberadores” o “mesías” que salvaran a Israel de sus opresores políticos. Jesucristo no quiso dar motivo alguno para que su liderazgo fuera interpretado en clave de liberación política. Evitaba, por ejemplo, la palabra “Mesías”, prefiriendo el apelativo: “Hijo del hombre”. En medio de estas opresiones y expectativas, inicia su ministerio Juan Bautista y, poco después, Jesucristo. Junto al Jordán, Juan Bautista Todo ocurre junto al Jordán, el río que une el lago de Tiberíades con el Mar Muerto. El bautismo de Jesús tuvo lugar al otro lado del Jordán, es decir, no al lado poniente, donde estaba Jerusalén y Jericó. Ocurrió, según afirman numerosos arqueólogos, en el curso sur del río, no muy lejos de su desembocadura. . Recordemos que Juan Bautista era hijo de un sacerdote, Zacarías, quien prestaba, en la sucesión de los turnos, su servicio en el Templo. Juan, por lo tanto, era sacerdote por pertenecer a la familia de su padre. Pero el Espíritu Santo le confió otro encargo. No se ocuparía de los animales para el sacrificio ritual en el Templo, sino de seres humanos para el ofrecimiento a Dios de su corazón y de sus actos. Juan, por su madre, era primo de Jesucristo. Sin embargo, no se conocían. Así lo dice el versículo 31. Durante varias semanas habían estado muy cerca cuando la Virgen María permaneció tres meses, hasta el nacimiento de Juan, en la casa de Isabel. Pero Jesús aún no había nacido. Estaba en el seno de su madre, María. Juan era un profeta impactante. Se había retirado al desierto, se alimentaba de langostas y miel silvestre y su vestimenta era de piel de camello (ver Mt 3, 1-4; Mc 1, 4-6). No abandonó nunca esta forma de vida austera. Todavía escuchamos las palabras de Cristo sobre su precursor. Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’.” (Mt 11, 7.9) Nos relata san Lucas que “como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego” (Lc 3, 15s). También les reveló que el hombre de Dios que él precedía ya estaba en medio de ellos (ver Jn 1, 26). Era tal la agitación que producía entre los israelitas la aparición de Juan, que sacerdotes y levitas fueron enviados desde Jerusalén a interrogarlo por su identidad: “Quién eres tú? … ¿Eres Elías? …¿Eres el profeta?” (Jn 1, 19-21). Juan invitaba a “un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (Mc 1, 4), anunciando: “el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3, 2). No urgía a la conversión con exhortaciones genéricas. A cada grupo lo interpelaba de manera directa, señalándole con claridad el cambio de conducta que Dios le pedía (ver Lc 3, 7-14). Así rectificaba las sendas, preparándole el camino al Señor (ver Mt 3, 3). Por esos días agitados, llegó Jesús al Jordán, pidiendo, también Él, ser bautizado. LOS HECHOS QUE NOS OCUPA AL DÍA SIGUIENTE Así comienza el texto que hemos abierto, al inicio del evangelio de san Juan (ver Jn 1, 35). Parte esta secuencia de días con el versículo 19, que narra el diálogo que hemos evocado con los hombres que habían sido enviados desde Jerusalén. Ése es el día primero de este relato. Al
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día siguiente tiene lugar la llegada de Cristo al Jordán y su bautismo. Al tercer día, a partir del versículo 35, se verifica el encuentro de Jesús con sus dos primeros discípulos. En el cuarto día se encontrará Andrés con su hermano Pedro (v. 41). El llamado de Felipe tendrá lugar el quinto día (v. 43). Como lo comprobamos, el evangelista escribe su narración con suma precisión y cuidado. Se trata, nada menos, de los primeros pasos del Enviado del Padre, del inicio de la vida pública de Cristo. El tercer día, “Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos” (Jn 1, 35 y 37). De uno de ellos sabemos el nombre. Se llamaba Andrés (v. 40). Del segundo discípulo la mayoría de los exégetas suponen que era Juan. El escritor del relato, por modestia, no habría querido delatar su nombre. Los dos venían de la región del lago de Galilea, a más de 100 kilómetros de este lugar junto al Jordán. No estaban allí de paso. El texto evangélico ya los reconoce como discípulos de Juan. Fijándose en Jesús que pasaba, Juan dijo: “He ahí el Cordero de Dios” El día del bautismo de Jesús, Juan había reconocido en él al Elegido de Dios. El Señor, que lo había enviado a bautizar con agua, le había dicho: “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo” (v. 33). Juan, seguramente emocionado, decía después del bautismo: “He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre él” (v. 32), agregando: “Yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios” (v. 34). Juan está impresionado porque ha visto al que esperaba. Por eso, al día siguiente no se contenta con verlo pasar. No sólo lo ve; fija su mirada en él, en Jesús que pasa. Ninguno de los dos gasta su tiempo en conversaciones. Es el Señor que pasa. No se sabe adónde se dirige. Pero Juan reacciona de inmediato. Ve a dos de sus discípulos que están con él, y les propone seguir a Jesús, diciéndoles simplemente: “He ahí el Cordero de Dios”. El día anterior le habían escuchado decir que Jesús es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Hoy sólo quiere indicar hacia la persona. No necesita invocar su misión en relación a los pecados del mundo. Meditemos sobre dos dimensiones de este encuentro. Nos conmueve el desprendimiento de Juan Bautista. Eran sus discípulos. Seguramente los había bautizado. Y con la docilidad a la gracia que los caracterizaba, tienen que haberse distinguido por el hecho de acoger con un espíritu muy abierto las enseñanzas que recibían de Juan, convirtiéndose así en la alegría del maestro. Pero el Precursor no vacila. No los retiene como propios. Ambos son buscadores del Mesías, de Aquél que bautizaría con el Espíritu Santo. Tampoco los retendrá después. No son suyos. No sólo reconoce su libertad para seguir a Jesús; él mismo les propone que lo sigan. Ahora se alejan, siguiendo a Aquél que era mayor que él y que existía antes que él (ver Jn 1, 15). Juan Bautista continuará a orillas del Jordán, preparando los caminos de tantos otros, para que encuentren al Ungido de Dios. Asimismo nos llaman la atención las palabras con las cuales Juan Bautista presenta a Jesús “He aquí el Cordero de Dios”, y el hecho de que los dos futuros apóstoles, en cuanto oyeron a Juan hablar así, siguieran a Jesús. Nunca se había utilizado esta expresión en el Antiguo Testamento para nombrar con ella al Mesías prometido. Puede ser que el Bautista haya unido la expresión conocida “Siervo de Yahvéh”, “Siervo de Dios”, con la profecía del mismo Isaías de que el varón de dolores sería llevado como un cordero al degüello (ver Is 53, 7). Pero otra explicación también es posible. Recordando los corderos que eran sacrificados en el Templo, cuya inmolación no perdonaba los pecados, tal vez Juan quiso afirmar que ese cordero era muy diferente, era el Codero de Dios, el que realmente “quita el pecado del mundo” (v. 29). Sea cual sea la verdadera explicación, el Bautista no usa palabras para captar la benevolencia de los suyos, ni les hace fácil el seguimiento. Admiramos a Juan Bautista, hombre de Dios, que pronunciaba como profeta las palabras que Dios ponía en sus labios (ver Jr 1, 6-9), las únicas que perduran, sin ser empequeñecidas con otras consideraciones, tal vez muy humanas pero no de Dios. Como lo hemos visto, con palabras llenas de verdad convocaba a la conversión; ahora, al seguimiento de Jesús. Los dos discípulos le oyeron hablar así, y siguieron a Jesús Con razón repite el relato que ambos eran discípulos de Juan, y que actuaron como discípulos suyos. En cuanto le oyeron hablar, y más concretamente, en cuanto le oyeron hablar “así”, siguieron a Jesús. Oír al maestro y poner por obra sus enseñanzas e indicaciones son la misma cosa en un buen discípulo. Cuando el que habla es Dios; es más, cuando reconocemos que sus palabras las dice por amor, no puede haber distancias entre oír y obedecer. La voz de Juan era para ellos la voz de Dios. Por eso habían permanecido junto al Jordán como discípulos suyos. De hecho, también así se había iniciado el Evangelio. María había escuchado al arcángel Gabriel, que le transmitía palabras de Dios, y respondió en esa hora de gracia: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Nunca pensó, como Eva, que podría encontrar otros caminos más provechosos para ella y para la humanidad que no fueran los caminos de Dios. Escuchó y manifestó su total disponibilidad. Jesús, el que pasaba, se volvió Numerosos hermanos nuestros, que han dedicado su vida entera al estudio de las Escrituras, ven en este paso del Señor junto al río, el paso del Señor por la historia. Va hacia el futuro; al cumplimiento de las promesas; a sellar la Nueva y Eterna Alianza con su sangre. Va hacia el lugar que nos quiere preparar para que estemos para siempre junto a Él y el Padre, disfrutando del amor y la felicidad que une a las tres personas de la Sma. Trinidad. Pero mira hacia atrás, hacia el Pueblo de Israel, el pueblo de la antigua Alianza, que ha sido llamado a desposarse con su Creador (ver Is 54, 5; Os 2, 2). Son dos los discípulos que representan en este momento lo mejor del Pueblo de las Promesas; dos que lo esperaban. Discípulos del Precursor que el Padre le enviaba como sus dos primeros discípulos. Dos, que pertenecían a la familia espiritual de María y de José, de Isabel, de Ana y de Simeón, de Juan Bautista y de tantos otros. Dos son los primeros representantes de ese pueblo que Él quiere recoger y llevar, como Pescador de hombres, a un nuevo litoral, el del Reino de Dios. Al ver que le seguían, les dice: ¿Qué buscan? Andrés y Juan ya le seguían. Habían escuchado la voz interior de Dios que los había conducido al Jordán. En efecto, el Espíritu Santo ya había vivificado su anhelo de conocer al Mesías, y este ardiente deseo los había guiado hasta el Jordán, después de escuchar que allí predicaba y bautizaba un nuevo profeta. A la menor indicación del Bautista, sin titubear, siguieron a Jesús. Fue grande la disponibilidad de Andrés y de Juan ante el Espíritu. Debemos tener presente que los primeros discípulos pertenecían a ese “Resto de Israel” que habían anunciado los profetas, a ese “pueblo humilde y pobre” (So 3, 12s) que se cobijaría en el nombre de Yahvéh, y del cual escribe san Pablo en su carta a los Romanos (ver Rm 11,5). A ellos se refería Jesús cuando alababa lleno de gozo al Padre por haberles revelado los misterios del Reino (ver Lc 21). De la esperanza de este Resto, la Virgen María, la hija de Sión, era la mejor encarnación. El espíritu religioso que
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compartían con mucha gente en el pueblo de Israel, como asimismo la moción del Espíritu Santo, explican la prontitud de Andrés, de Juan, de Pedro y de Felipe, como también de tantos otros, con la cual emprendieron el camino desde Betsaida, al norte del lago de Galilea, al lugar donde Juan bautizaba, y con la cual seguirían más tarde a su Maestro. Por gracia de Dios, ese espíritu de fe, que maltrataban los escribas y fariseos (ver Mt 23, 13), fue el cauce que encontró la primera predicación de Jesucristo en los pueblos a orillas del lago, cuando le seguía una gran multitud de personas, y Jesús dedicaba largas horas a enseñarles (ver Mc 6, 33ss). Es Jesús quien abre el diálogo del encuentro con una pregunta. En efecto, antes de llamarlos a estar con Él, Jesucristo tiende un puente a la comunicación. Al notar que le seguían, se volvió y les preguntó : “¿Qué buscan?” Con mucha delicadeza no les pregunta ¿a quién buscan?, sino ¿qué buscan? Bien sabía que lo buscaban a Él. Pero opta por no presionar su libertad, y así, con esa pregunta más indeterminada, los ayuda a expresarse. Para ello los trata de buscadores. Y lo eran. Buscando al Mesías verdadero y, por eso, buscando lo mejor para su pueblo, habían llegado al Jordán. En la revelación, cuando Dios llama personalmente, en su corazón está pensando en el bien de la persona llamada y en la misión que le dará en favor de su pueblo. Buscar al Mesías era buscar el bien del Pueblo de la Alianza. Buscando al Mesías y siguiendo al “Cordero de Dios”, se alejan ahora del bautismo de agua y de su primer maestro. Es posible imaginar que la pregunta de Jesús, si hubieran sido otros sus interlocutores, habría tenido respuestas muy variadas. Todos somos buscadores. Buscamos la verdad, el bien, la belleza, la justicia, la amistad y la paz. Buscamos vivir en comunión con Dios y con los demás: en la familia, en nuestras comunidades y en la naturaleza. Buscamos vivir contentos en un país justo y fraterno, donde no haya miseria, y queremos contribuir para lograr que el Reino de Dios sea, por así decirlo, palpable realidad. Buscamos vivir un día, en la felicidad del cielo, plenamente lo que esperamos. En Israel, muchísimos judíos buscaban acabar con la dominación del Imperio romano, y por eso buscaban un ‘mesías’ que fuera un caudillo político-militar, capaz de devolverle a Israel su libertad, y de ayudar a la gente a creer que el Dios de los Padres, el Señor de los Ejércitos, luchaba por ellos y los conducía a la victoria. Ellos le respondieron “Rabbí –que quiere decir ‘Maestro?- ¿dónde vives? La respuesta que recibe es enteramente personal. En efecto, los dos discípulos no responden haciendo una enumeración de las cosas que buscan. En lo más hondo, buscaban a una persona, a alguien y su mundo personal, que incluía su sabiduría como maestro, su espiritualidad y su misión. Querían cosechar lo mejor de esa oportunidad única que les brindaba la Providencia. Por eso, movidos por el Espíritu Santo, la pregunta de Jesús recibió una respuesta clara, casi impertinente en boca de desconocidos: “Maestro, ¿dónde moras?” Ya en estas primeras palabras que le dirigen lo llaman “Maestro”. Probablemente el día anterior alcanzaron a escuchar la afirmación de Juan: “He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre Él. (…) Doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios” (Jn 1, 34). Les nació entonces decirle “Maestro”, y manifestarle que deseaban ser invitados a su morada para conocerlo sin apuros, personalmente, en la intimidad del ambiente que le era propio. Les respondió: ‘Vengan y lo verán’ En la narración del Evangelio que meditamos, encontramos el primer llamado que Jesús hace a quienes Él invita a ser sus discípulos. Juan lo resume en dos palabras: “Vengan y lo verán”. Los invita el Señor a estar con Él al menos durante algunas horas. Más adelante invitará a los dos a permanecer con Él para siempre, y a su seguimiento. A Felipe, sin embargo, el Señor ya ahora lo llamará, diciéndole: “Sígueme”. Al joven rico le dirá: “Ven y sígueme” (Mc 10, 21). Si recurrimos al relato de la vocación de los doce apóstoles, tomaremos conciencia de que Cristo los llamó para estar con Él y para enviarlos. Así lo revela Marcos en su evangelio: “Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar los demonios” (Mc 3, 13-15). Sin embargo, en ese primer encuentro después del bautismo de Jesús, a Andrés y a Juan el Maestro todavía no los invita a su seguimiento ni los envía. Meditemos en el contenido de las palabras con las cuales Él nos ha llamado, y nos sigue llamado: ¡Vengan y vean! Es Cristo mismo quien nos invita a un encuentro personal con Él. Invita quien es nuestro hermano y nuestro Dios. Él llega hasta nosotros y nos propone que seamos discípulos y amigos suyos. Nos llama como nuestro pastor. Ya no nos invita a pasar con Él algunas horas, ni a visitarlo con cierta frecuencia. Como a los apóstoles, nos invita a estar con Él, a permanecer con Él y en Él. El Padre y Él pusieron su morada en nosotros, y nos invitaron a morar en ellos, poniendo en ellos nuestra confianza, nuestra esperanza y, en el caso de los llamados al sacerdocio o a la vida consagrada, nuestro amor indiviso, como supo hacerlo, antes que todos nosotros, la Virgen María. Cristo nos dice “vengan” desde todos los lugares de encuentro donde podemos hallarlo: desde la Eucaristía y desde el Sagrario, desde el confesionario y desde todos los sacramentos. Nos dice “vengan” desde las Escrituras cada vez que hacemos “Lectio Divina”, y desde la oración. Nos dice “vengan” desde las comunidades que se reúnen en su nombre, como son las familias que están unidas por el sacramento del matrimonio; también desde los jóvenes, los ancianos y los niños, los pobres, los pecadores y los atribulados, como son los enfermos, los drogadictos y los encarcelados. Nos dice “vengan” desde el corazón de la Virgen María, desde la santidad de Teresita y desde la entrega incansable de san Alberto Hurtado. Nos llama desde el monte de las bienaventuranzas, desde la cruz y desde la patria del cielo. También lo encontramos en nuestra historia personal, en la historia de la Iglesia y en lo desafíos de nuestro tiempo, como asimismo en sacerdotes, religiosas y bautizados que aspiran a la santidad. Son muchos los lugares de encuentro con Él desde los cuales nos llama. En verdad, Jesús nos llama siempre a permanecer con Él y en Él. Para eso, en nuestro bautizo y en la confirmación derramó en nuestros corazones el Espíritu Santo, Espíritu de comunión y fidelidad, y nos prometió darnos un corazón filial y fraterno. A los sacerdotes les dice “vengan” con mayor fuerza desde la ordenación sacerdotal, y a las consagradas y consagrados, desde su profesión religiosa. Nos da una sed permanente de estar con Él como discípulos misioneros suyos. Lo buscamos y queremos acudir adonde Él nos llame. Él cuenta con que iremos a Él. Los discípulos fueron a su morada “y vieron”. Poco importaron las condiciones externas. Ellos querían escuchar a Jesús. Por algo lo habían llamado “Maestro”. Querían enterarse de sus enseñanzas, y así conocer su mundo interior. Le habían insinuado que los invitara a su casa, y tuvieron la sorpresa de descubrir que moraba en la casa de su Padre. En Él moraba el Hijo (ver Jn 14, 8-11), en Aquél a quien Jesús revelaría como “Padre nuestro” –suyo y de todos nosotros en Él. Es más, si recordamos las palabras de Cristo a Felipe (ver Jn 14, 8ss), ya habían
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comenzado a ver al Padre, al sentir el impacto benéfico de la extraordinaria personalidad de Cristo, que irradiaba como nadie el amor, la verdad y la belleza de Dios. Fueron apenas unas pocas horas que dieron “un nuevo horizonte a sus vidas, una orientación decisiva” (DCE 1). Al día siguiente pudieron comunicar su honda experiencia: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 41). Por haber “visto y oído”, discípulos y testigos del Señor Jesús Fue tan extraordinario el fruto, fue tan profunda la huella que dejó en los apóstoles el haber “visto y oído” a Jesús, que después de la resurrección de Cristo, cuando Pedro y Juan fueron llevados al Sanedrín, se negaron a prestarle obediencia, porque “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29). Los dos apóstoles, discípulos de la primera hora, ya le habían aclarado a los sumos sacerdotes y a los escribas el sentido de su servicio evangelizador: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20). ¡Cuántas veces, estando con Él, vieron y oyeron las enseñanzas de Jesús, sus milagros, el eco que tuvo en el pueblo su persona y su bondad! Oírlo y verlo les confirió, por obra del Espíritu Santo, una fe y una audacia que nunca antes habían tenido. Pudieron decir: en tu nombre echaré las redes, en tu nombre anunciaré tu muerte y resurrección, en tu nombre iré adonde quieras enviarme, y derramaré mi sangre por ti y por tu Evangelio. Oírlo y verlo los convirtió no sólo en discípulos, sino también en testigos. Pudieron “dar razón de su esperanza” (1 P 3,15), también a costa de su vida. Habían sido cautivados por la persona y el amor de Cristo. Con Jeremías cada uno pudo exclamar: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir” (Jr 20,7). Habían sido testigos del acercamiento de Dios a su pueblo para unirlo nuevamente a sí “con lazos de amor” (Os 11, 4); testigos de su venida a este mundo para llevar a su pueblo al desierto y hablarle a su corazón, para que él le respondiera como en los días de su juventud (ver Os 2,16s); testigos de la voluntad de Dios, en Jesucristo, de desposarse con su pueblo para siempre en justicia y equidad, en amor, compasión y fidelidad (ver Os 2, 21s), sellando con su sangre la Nueva y Eterna Alianza, alianza nupcial y de paz. Testigos misioneros A los que Dios llamó, diciéndoles “vengan y vean”, les ofreció la gracia de unir su corazón y su vida a la suya, con profunda admiración y de manera definitiva. Nuestra admiración puede crecer día a día. De hecho, ¡cuántas maravillas del Señor hemos visto y oído innumerables veces! Con razón nos propuso Aparecida que fuéramos misioneros por “desborde de gratitud y alegría”, tal como lo fueron los primeros testigos de la vida, la pasión y muerte, y la resurrección de Jesucristo. Con ellos realmente podemos hacer nuestro el himno de acción de gracias de Aparecida (DA 23-29), que concluye con una confesión: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras palabras y obras, es nuestro gozo” (DA 29). Quisiéramos decirlo cada vez con mayor plenitud: conocerlo es el mejor regalo que hemos recibido. Gustar las obras que Él hace, valiéndose de la pobreza de nuestras manos y nuestros labios nos llena de asombro y gratitud. Él ha mirado la pequeñez de sus hijos y siervos. También nuestras almas proclaman con alegría la grandeza del Señor. Fue contagiosa la experiencia vivificante de haber estado unas pocas con Cristo. El encuentro con Él los transformó en misioneros. La alegría de conocerlo no pudo ser guardada. No necesitaban ser enviados expresamente. Les nacía compartir. Así le ocurrió a Andrés. Al día siguiente de haberse acercado a Jesús se encontró con su hermano Simón. De inmediato compartió con él su dichoso descubrimiento: “Hemos encontrado al Mesías”. Quería que su hermano lo conociera personalmente y compartiera su gozosa experiencia. Por eso, “le llevó donde Jesús” (v. 42). El evangelio de Juan nos narra a continuación otro encuentro: la elección de Felipe. Jesús lo encontró al día siguiente y le dijo una sola palabra: “Sígueme”. Felipe lo siguió y se convirtió de inmediato en su mensajero. Su reacción confirma el eco que tuvo en Andrés el haber hallado al Mesías. Se comprueba una gran verdad: Quien escucha a Jesucristo y cree en él, muy pronto se convierte en su misionero. De inmediato Felipe le habló sobre Jesús a Natanael y lo invitó a un encuentro con Él: “Ven y lo verás” (v. 46). De esta manera de anunciar la Buena Noticia, Aparecida aprendió algo fundamental que define al misionero. Como lo hizo Andrés, ser misionero es compartir la alegría de haber encontrado al Señor. El misionero, en un primer momento, fue un discípulo de Jesucristo. Viviendo cerca del Señor, llegó a ser testigo ante los demás de sus obras y de su sabiduría. Tanta riqueza enciende el corazón y la fe en los demás, cuando el misionero la comparte. Conclusión Quisiera concluir con una cita del documento conclusivo de Aparecida, que se refiere al relato del evangelio de Juan que nos ocupa.“El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”1. Esto es justamente lo que, con presentaciones diferentes, nos han conservado todos los evangelios como el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la persona de Jesús (cf. Jn. 1, 35-39). La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones. El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “vengan y lo verán” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano.” (DA 243s)
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LECTIO DIVINA Lucas 9, 18-24 UNA FE CON LA BOCA Y CON LA VIDA: CAMINAR EN POS DE JESÚS BAJO LA SOMBRA DE LA CRUZ Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». 19 Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». 20 «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». 21 Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. 22 «El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». 23 Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. 24 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. 18
El texto que hemos leido hoy, tiene tres partes bien conectadas: (1) La confesión de fe de Pedro (9,18-20) (2) La revelación del camino Pascual de Jesús (9,21-22) (3) Las consecuencias de este camino para el discipulado (9,23-24) La primera novedad lucana de este pasaje es que está ambientado en una experiencia de oración de Jesús y sus discípulos. Comenzaremos por ahí. 1. LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL MOMENTO DECISIVO A diferencia del relato de Marcos y de Mateo, esta escena no sucede en los alrededores de Cesarea de Filipo, durante una caminata. El ambiente es diferente: la quietud y la soledad de la oración, “Él estaba orando a solas…” (9,18a). Es característico del evangelio de Lucas el que Jesús se encuentre en oración en los momentos decisivos de su ministerio público. Por ejemplo, a la hora del bautismo (3,21), de la elección de los Doce (6,12), del comienzo de la subida a Jerusalén (9,28-29), de la Pasión (22,41), de la muerte (23,46). Este es el caso de la escena que ocupa hoy nuestra atención: Jesús ora en el momento de la decisiva revelación de su identidad, del anuncio de su pasión y de la consecuencia de ésta para la vida de sus discípulos. Se dice que “Él estaba orando a solas” (9,18a), pero paradójicamente “se hallaban con Él los discípulos” (9,19b). También más adelante, una semana después en el monte de la Transfiguración (9,28-32), el día que los enseña a orar (11,1) y cuando los exhorta para combatir al tentador junto con él en la agonía (23,39-46), Jesús ora en presencia de los discípulos. Como en todas las escenas de oración de Jesús en este evangelio, lo que Jesús busca allí es la guía divina que lo orienta en la realización de su misión: supone confianza y entrega total al proyecto del Padre. La revelación que viene enseguida va precisamente en esta línea. 2. LA IDENTIDAD DE JESÚS ES CONFESADA POR LOS DISCÍPULOS POR MEDIO DE SU PORTAVOZ: PEDRO Jesús entonces toma la iniciativa y se dirige a los discípulos para hacerles dos preguntas: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (9,18c); “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (9,20a). La pregunta por la identidad indaga en otras palabras sobre el rol que Él cumple en medio de su pueblo y del mundo. Veamos los diversos aspectos que entran en juego en el diálogo entre Jesús y sus discípulos. 2.1. LA PREGUNTA LLEGA CUANDO EL TIEMPO ESTÁ MADURO No es la primera vez que se escuchan preguntas de esta naturaleza. La pregunta por la identidad de Jesús -“¿Quién es Jesús?”- ya había sido planteada en pasajes anteriores en el evangelio de Lucas, por ejemplo: • Los escribas y fariseos, escandalizados porque Jesús perdonaba pecados reflexionaban: “¿Quién es éste, que dice blasfemias?” (5,21). • Los discípulos llenos de temor ante el milagro de la tempestad calmada se dicen entre sí: “¿Quién es éste, que impera a los vientos y al agua, y le obedecen?” (8,25). • El rey Herodes Antipas cuando se entera de la misión de la predicación del Reino se pregunta: “¿Quién es, pues éste, de quien oiga tales cosas?” (9,9). Inclusive, si miramos el conjunto del evangelio notaremos que Lucas nos habitúa a ver que las grandes acciones de Jesús regularmente llevan a una afirmación sobre quién es Jesús. Para este evangelista es claro que la respuesta sobre el sentido de la misión que Jesús realiza en el mundo sólo se puede dar a partir de la observación atenta de sus acciones y de la escucha de su Palabra. La escena de la confesión de fe, en el evangelio de Lucas presupone todo lo que la gente y los discípulos han contemplado en la persona de Jesús en los capítulos 8,22 a 9,17. Pero esta es la primera vez que Jesús abre el espacio para que los discípulos expresen su propio punto de vista. No más preguntas sino conclusiones. 2.2. EL TIPO DE PREGUNTA Jesús nunca le pide a sus discípulos que le den opinión sobre sus discursos o sobre sus obras, lo hace únicamente sobre su propia persona. Para Jesús lo que cuenta es lo que están comprendiendo sobre él, ya que los quiere conducir hacia un conocimiento claro y hacia una confesión de fe sin equívocos. Pues bien, en el centro del Evangelio no está tanto su anuncio sino la mismísima persona de Jesús. 2.3. EL PUNTO DE VISTA DE LA MUCHEDUMBRE Como preludio a la declaración del punto de vista de los discípulos, Jesús pregunta cuáles son las opiniones populares sobre él. Se trata del parecer de las “multitudes” (no de “los hombres”, como escriben Marcos y Mateo).
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Se dan las mismas respuestas ya dadas anteriormente en 9,7-8 en boca de Herodes Antipas, voz oficial dentro del mundo de la política. En 9,19 leemos: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado”. Las tres afirmaciones coinciden en que se trata de un “profeta”. Desde que inauguró su misión en la sinagoga de Nazareth, Jesús mismo se había presentado en el ropaje de un profeta (“Ningún profeta es bien recibido en su patria”, 4,24), luego el evangelio no hizo sino comprobar una y otra vez su comportamiento profético. La gente lo reconoció así (“un gran profeta se ha levantado entre nosotros”, 7,16), incluso un fariseo cuestionó la autenticidad de Jesús precisamente sobre este punto (“Si éste fuera profeta…”, 7,39). La gente tiene a Jesús en una alta consideración: ve en Él a una figura profética similar a la de los grandes profetas portavoces de Dios. Pero la estimación popular aparece inadecuada, ya que Jesús no es ni Elías ni Juan Bautista ni ningún antiguo profeta resucitado. Es verdad que Jesús sostiene una relación especial con Dios, y por eso es correcto el título de “profeta”, pero se nota que la gente no reconoce aún la relación única y particular que Jesús tiene con Dios. Entonces, ¿dónde se verifica la novedad del profetismo de Jesús, que no parece encajar en la visión popular? 2.4. EL PUNTO DE VISTA DE LOS DISCÍPULOS: “USTEDES” Y “YO” Enseguida Jesús les pide a los discípulos su propia respuesta personal. Nótese el énfasis en el “vosotros” (9,20a). Con ello, Jesús establece un contraste con las “multitudes”, pero también confronta inevitablemente a cada uno sobre la cuestión que decide la vida: la fe. Se les pregunta a todos, pero es Pedro quien responde como vocero que es capaz de interpretar el sentir de todos y expresarlo. Pedro va directo al título: “El Cristo de Dios” (9,20b). Profundicemos: (1) El título de “Cristo” ya se lo habían aplicado por primera vez a Jesús los ángeles en la noche del nacimiento (2,11) y se repite con cierta frecuencia a lo largo del evangelio hasta la última página (ver 24,26.46). (2) En el evangelio de Lucas se siente la necesidad de darle una precisión al título de “Cristo” añadiéndole el determinativo: “de Dios”. Así se enfatiza que Jesús es el “ungido de Dios” destinado para su servicio (ver 2,26; 23,35; Hechos 3,18; 4,26). ¿De qué servicio se trata en última instancia? Esto se comprenderá en el relato de la Pasión (ver 23,35), de ello tendremos una visión anticipada en las líneas que siguen en el pasaje. Por primera vez los discípulos reconocen de manera explicita que Jesús es el Mesías. Jesús es el Mesías-Cristo prometido que realiza las esperanzas salvíficas de su pueblo. Pero a Jesús no se le puede “capturar” en los esquemas que proyectan los deseos populares, lo primero que hay que hacer para entenderlo es entrar en sintonía con Dios para comprender su plan de salvación, su proyecto, su sueño de humanidad. Por eso, en este pasaje de la confesión de fe, era necesario el ambiente inicial de oración: ambiente de escucha y obediencia a Dios que determina el recto comprender y actuar. 2.5. LA RESPUESTA CORRECTA PROVIENE DE LOS DISCÍPULOS Y NO DE LA MUCHEDUMBRE Vale la pena detenernos un momento antes de continuar la lectura del pasaje. ¿Por qué son los discípulos los que aciertan en la respuesta? ¿Qué vieron los discípulos que no vio la gente? Que la respuesta correcta provenga de los discípulos, indica cuál es la función o el oficio de ellos con relación a toda la actividad de Jesús con el pueblo, su tarea es llevar al conocimiento del sentido de ésta, en otras palabras, ayudar a entender quién es Jesús. Recordemos que precisamente, enmarcada entre las preguntas por la identidad de Jesús (9,7-9 y 9,18-20), Lucas nos presentó la multiplicación de los panes: el servicio mesiánico de Jesús. En ese momento los discípulos vieron lo que el pueblo no había visto (volver sobre la parte final del evangelio del domingo pasado), por eso ellos están en capacidad de responder. La confesión de quién es verdaderamente Jesús, está en estrecha conexión con lo que Jesús les ha revelado de sí mismo como dador de vida en algunas escenas que los discípulos -separados de la gente- pudieron ver más de cerca: la tempestad calmada (8,22-25), la resurrección de la hija de Jairo (8,49-56), el banquete mesiánico con la multitud (9,12-17), eventos todos que fueron revelatorios solamente para los discípulos. Por tanto, los discípulos de Jesús son aquellos que, guiado por las claves de lectura que les da el Maestro, pueden ver más profundamente los eventos y enseñanzas que el resto de la gente; son aquellos que pueden constatar, a partir de la valoración de las bendiciones que provienen del Maestro, que Él es más que un profeta; son aquellos que, teniendo como modelo a María (ver 2,19), confrontan continuamente los hechos con las enseñanzas, en otros términos: hacen el itinerario completo de la Palabra (hoy: “lectio divina”): “después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia” (8,15). Los frutos se ven en la correcta confesión de fe y en el compromiso radical con el camino de la Cruz del Mesías. En fin, los discípulos son aquellos que van más allá del diagnóstico y de la perplejidad de Herodes, de las apreciaciones técnicas de los escribas y fariseos, y del entusiasmo primario de las multitudes, y dan el salto cualitativo de la fe que, comprendiendo la revelación del Maestro, van hasta el fondo de su propuesta y se apropian de su escandalosa novedad profética. Una opción tendrá su costo. 3. EL DOLOROSO CAMINO DEL MESÍAS (9,21-22) Cuando Pedro confiesa a Jesús como “Cristo de Dios”, ya está aludiendo implícitamente al camino de la Pasión. Esa parece ser la razón por la cual Lucas –a diferencia de Marcos- no nos presenta la reprensión que Pedro recibe por no querer aceptar la Cruz; más bien pareciera que Pedro y sus compañeros ya estuvieran preparados para este momento. La mirada más bien se centra en la contemplación del destino doloroso de Jesús como manera concreta de asumir el camino “de Dios”. Viene ahora la revelación que señala la dirección del profetismo de Jesús en misión mesiánica. Notemos (1) el silencio de los discípulos y (2) la voz del Maestro. 3.1. EL MANDATO DEL SILENCIO (9,21) Jesús se dirige a sus discípulos con autoridad: “Les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie” (9,21). Jesús acoge la confesión de fe de Pedro y la proyecta hacia adelante. Si les pide silencio no es porque lo dicho anteriormente sea falso sino precisamente porque es verdadero, y porque su comprensión los supera. Jesús pide el silencio que aprende. 3.2. UNA NUEVA ENSEÑANZA DE JESÚS (9,22)
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He aquí el nuevo aprendizaje que ilumina la comprensión del mesianismo de Jesús. Las nuevas palabras llegan como una pieza fresca de enseñanza. Jesús se llama a sí mismo ahora “el Hijo del hombre” (ya lo venía haciendo desde 5,24; 6,5.22; 7,34; 9,26.58…). Este calificativo explica mejor la función del Mesías: su camino de gloria por medio del sufrimiento (como lo explicamos antes en esta misma publicación periódica). Dicho sufrimiento no es absurdo, él tiene sentido dentro del plan divino de salvación –predicho por las Escrituras-, que se realiza en el itinerario de Jesús. Que Dios está obrando por detrás de todos estos acontecimientos, transformando el mal en bien, se nota en la palabrita técnica “debe” (significa: “necesidad divina” o “según la lógica divina de salvar en la historia”), que los evangelistas reservan para este momento (ver Lucas 13,33; 17,25). La enseñanza de Jesús delinea las cuatro etapas del camino doloroso del Mesías-Hijo del hombre con cuatro verbos en infinitivo: (1) Debe “sufrir mucho”. Incluye todos los dolores que se narran en el relato de la pasión de Jesús: físicos, morales; por sí mismo, por sus discípulos, por su pueblo. En esta experiencia de Jesús pareciera resonar la verdad de las palabras del Salmo: “Yahvé está cerca de los que tienen roto el corazón, Él salva los espíritus hundidos” (34,19). No olvidemos que la Pasión de Jesús en Lucas descubre en todo instante la presencia luminosa de Dios en medio de la noche del dolor (ver el Salmo 33,20). (2) Debe “ser rechazado”: esto es, excluido de su pueblo, excomulgado (ver Lucas 20,17). Será una expulsión oficial. Los tres grupos mencionados componen el Sanedrín: la máxima autoridad religiosa en pleno. Pero la marginación de Jesús, por causa de su opción por los marginados, tiene un sentido, como dice el Salmo: “La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido” (118,22; ver Lucas 20,17). (3) Debe “ser matado” (18,33). No se dice crucificado, nunca se profetizó una muerte en Cruz, ésta vendría como resultado de la coyuntura histórica. Lo fundamental es que el rechazo de Jesús fue hasta las últimas consecuencias. Pues bien, desde eso fondo, el más bajo posible, Dios reconducirá –por el camino de la vida- la compleja historia humana. (4) Debe “resucitar al tercer día”: la última palabra es de victoria, el triunfo final de la justicia de Dios (ver la profecía de Oseas 6,2). En el verbo griego (literalmente “levantar”) deja entender que hay una resurrección y una exaltación. El camino del Mesías culmina en la gloria. Como puede verse, el “debe” va señalando cómo Dios actúa por dentro del tejido de la historia, haciendo allí una dinámica de salvación que transforma la mezquindad humana en fuerza de vida y crecimiento. La última palabra, la más importante es la de la victoria y la vida: Jesús es un Mesías crucificado pero que resucita. Por eso, cuando el discípulo escuche el llamado de Jesús para compartir su camino tendrá que ver más allá de la renuncia la Buena Noticia de la Resurrección: “ganará la vida”. 4. LAS IMPLICACIONES DEL CAMINO DEL MESÍAS PARA LA VIDA DE LOS DISCÍPULOS (9,23-24) La enseñanza de Jesús pasa de la instrucción sobre su destino personal a las consecuencias que dicho destino tiene para la vida de los discípulos, porque ellos son los seguidores del Hijo del hombre sufriente. En pocas palabras Jesús pide una fe que sea tan leal que esté dispuesta a ir hasta el martirio. Sobre la confesión de fe y el anuncio de la Pasión emergen con mayor claridad (1) las exigencias (9,23) y el sentido de la vocación de los discípulos (9,24). 4.1. LAS EXIGENCIAS DE LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS (9,23) Vale la pena que reparemos en ellas, palabra por palabra. “Decía a todos” (9,23a). Jesús levanta la mirada a todos los potenciales discípulos, no sólo para los que ya lo perdieron todo por él sino también para los candidatos. “Si alguno quiere venir en pos de mí” (9,23b). La decisión de seguir a Jesús, que parte de una acto profundo de libertad del discípulo (“Si alguno quiere…”), implica un andar siempre en su ruta. Es curioso que mientras la expresión “ir en pos de…” en el Antiguo Testamento sirve para calificar la idolatría –obedecer a falsos dioses (ver Jueces 2,12; Deuteronomio 13,5; 1 Reyes 18,21), en boca de Jesús es la máxima expresión de la adhesión a Dios en aquel que ha sido confesado como “el Cristo de Dios”. A quien responde se le piden tres actitudes: (1) “Niéguese a sí mismo” (9,23c). Es ante todo ser capaces de decirle “no” a lo que no es coherente con la opción por Jesús y que generalmente proviene de sí mismo y de las propias ambiciones, para vivir al estilo de la Cruz. Esto supone un continuo “discernimiento de espíritus”. Esto no será cosa de un día sino de siempre, como se verá enseguida. (2) “Tome su cruz cada día” (9,23d). Literalmente es tomar la propia cruz y cargarla hasta el lugar de la ejecución. Por lo tanto, en principio es estar preparados para morir por crucifixión. Pero el sentido de la frase de Jesús va más allá: al describir la acción de los ya condenados yendo al patíbulo para la ejecución, Jesús invita a cada discípulo a colocarse en el lugar del que ya está condenado a muerte. Pero no se trata de un martirio en sentido literal sino de la actitud del que mira su propia vida en el mundo como ya terminada. El discípulo pertenece a otro ámbito de vida: su principio inspirador es el amor misericordioso que acoge al otro desde él y no desde uno mismo, el amor que se hace capacidad del otro para redimirlo asumiéndolo en el propio ámbito de vida. Y esto no se hace un día sino siempre: se trata del nuevo impulso de vida característico del Reino de Dios. La frase “cada día”, acentúa la necesidad de una renovación diaria de esta actitud. (3) “Sígame” (9,23e). La idea de fondo es: “y de esta manera síganme”. La palabra nos remite a esta frase que aparece en el punto de partida del discipulado: “dejándolo todo, le siguieron” (5,11). Con las actitudes anteriores el discípulo irá siempre detrás de Maestro haciendo todo lo que Él hace. Y el discípulo que toma la Cruz ya está haciendo lo que Jesús hace porque “Todo (discípulo) que esté bien formado será como su Maestro” (6,40b). 4.2. EL SENTIDO DE LA VOCACIÓN DEL DISCÍPULO (9,24) Para comprender mejor no hay como los paralelos. Jesús finalmente coloca en contraposición dos tipos de personas:
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(1) Hay personas que desean preservar su vida (“Quien quiera salvar su vida…”): están ante todo preocupadas por ellas mismas, por su exclusiva felicidad, siendo capaces incluso de dejar a otra persona de lado con tal de no sacrificar los propios sueños; éste es el trasfondo de muchas situaciones de pecado. Pues bien, Jesús dice que la persona que desee preservar su manera de vivir evitando cualquier sacrificio, la autonegación para optar por los valores del evangelio, esquivando el martirio, “perderá su vida”, o sea, quizás gozará por un rato pero no alcanzará la plenitud de la vida, e incluso se la habrá negado a otros. Este tipo de personas, en el juicio final no gozará de la vida eterna que vendrá (ver 9,26). (2) Hay personas que están bien dispuestas para perder generosamente su vida (“Quien pierda su vida por mí…”), es decir, que han descubierto a Jesús y “por” Él se la juegan toda, porque sólo desean vivir según los valores de su evangelio, el mayor de todos: el amor de la Cruz, que es vivir radicalmente en función de los demás. Estas personas, paradójicamente preservan la vida. A través de la experiencia del “perder” (el “darse”) será salvada su vida en un sentido profundo porque ha alcanzado la identidad con el Maestro y con Él recorre el camino que verdaderamente conduce a la gloria. No hay que olvidar que hay una causa: la pérdida es por causa de Jesús, por lealtad personal a Jesús. Esta lealtad no se quedará sin la contraparte en el tiempo final: “ése salvará su vida”. 5. CULTIVEMOS LA SEMILLA DE LA PALABRA EN LO PROFUNDO DEL CORAZÓN 5.1 ¿Qué opinión de Jesús tiene la gente con la que trato cotidianamente en ambientes distintos a los de mi comunidad de fe? ¿Se parece a la opinión de la gente en tiempos de Jesús? 5.2 Jesús hoy te pregunta: ¿Y tú, quién dices que soy yo? ¿Qué le contestas a partir de lo que sabes de Él? ¿Qué le contestas a partir de la experiencia que tienes de Él? ¿En qué forma el contacto diario con la Palabra de Dios te lleva a descubrir los rasgos de la identidad de Jesús? 5.3 “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”. ¿Cuál es tu mayor cruz? ¿Cómo la estás llevando? ¿Hacía dónde la llevas? ¿Qué te hace pensar que es la cruz con la cual sigues a Jesús? 5.4 ¿Te sientes verdadero/a discípulo/a de Jesús? ¿Qué efectos produce en ti la confrontación de tu vida con las enseñanzas de Jesús? 5.5 Las enseñanzas de Jesús delinean las cuatro etapas del camino doloroso del Mesías: ¿En qué forma estas cuatro etapas están “marcando” un proceso en la vida de mi grupo o comunidad? ___________________ _______________________________________________________________________________________________________ 6. UN PADRE DE LA IGLESIA Y UN PENSAMIENTO MARIANO PARA ESTE DOMINGO 6.1. Un Padre de la Iglesia relee el evangelio San León Magno (del siglo V dC), en una de sus homilías, retomaba la dinámica del pasaje de Lucas: “Que la fe todos se afirme con la predicación del Evangelio, y que ninguno sienta vergüenza de la Cruz de Cristo, por la cual el mundo ha sido redimido. Que ninguno, por tanto, se lamente de sufrir por la justicia, ni ponga en duda la recompensa prometida; porque es por el trabajo que se llega al reposo, por la muerte que se lleva a la vida. Ya que Cristo ha aceptado la debilidad de nuestra pobreza, si nosotros perseveramos en confesarlo y amarlo, somos vencedores de lo que él ha vencido y recibimos lo que Él ha prometido” 6.2. Un pensamiento mariano inspirado en el evangelio Dice el cardenal Giovanni Saldarini: “María es la virgen ‘por’ el Reino de los Cielos, que ha aceptado perder su vida por Jesús y por la salvación mesiánica y de este modo ha salvado su propia vida. En ella se realiza esta lógica misteriosa de la negación de sí mismo para seguir a Jesús, que realiza en plenitud la vida de la persona”
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LECTIO DIVINA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (1, 35-42) 1. LECTURA Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijando la mirada en Jesús que pasaba, dice: He ahí el Cordero de Dios. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que lo seguían les dice: “¿Qué buscan?”. Ellos le respondieron: Rabbí —que quiere decir “Maestro”— ¿dónde vives? Les respondió: “vengan a ver”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Eran más o menos las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste encuentra primeramente a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías —que quiere decir “Cristo”—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas —que quiere decir “Piedra”—. INTRODUCCIÓN Aquí el evangelista, más que relatar la vocación de los primeros cinco discípulos, nos presenta el proceso del discípulo de Jesús. El tema de fondo está centrado en la persona de Jesús. Con este relato, Juan intencionalmente quiere manifestar quién es verdaderamente Jesús. En realidad, Juan se desasocia, en este punto, de la tradición común a los otros evangelios, en los cuales la llamada de los primeros discípulos se hace a la orilla del mar de Galilea, mientras ellos estaban en sus tareas cotidianas. Allí Jesús pasa y llama. Los discípulos, inmediatamente, dejando todo lo siguen. Juan, en cambio, supone una preparación previa: el testimonio del Bautista, que lo señala a sus propios discípulos; lo que ocasiona una reacción en cadena: Juan lleva a los primeros discípulos a Jesús (Andrés y el otro de quien no se menciona su nombre), y Andrés conduce a su intimidad. La llamada de Jesús es una llamada a vivir profundamente en comunidad. JESÚS DE CAMINO El Bautista “fija la mirada” en Jesús que viene caminando y vuelve a hablar de él. No tenemos ninguna indicación precisa: No sabemos de dónde viene, ni hacia dónde va; simplemente va pasando. Ese es el momento oportuno. Jesús pasa. El Bautista toma la oportunidad, ahora o nunca, en ese preciso instante y lo señala: Es el Cordero de Dios. La reacción de los discípulos Escuchan y se ponen en marcha, detrás de Jesús. A los dos discípulos les basta una breve alusión después de la preparación hecha por el Bautista el día anterior, como el Cordero que quita el pecado, que ya existía mucho antes que él, lleno del Espíritu, e Hijo de Dios. Ellos han captado bien el mensaje del Bautista: a quien hay que seguir es a Jesús. Los discípulos caminan ahora detrás de Jesús. Este verbo no sólo dignifica caminar en la misma dirección, y una relación subordinada, sino que también tiene el significado de caminar detrás de Jesús con la entrega de la vida. Aunque todavía no se dé la llamada a seguirlo, los dos primeros discípulos, con el hecho de ponerse detrás, manifiestan implícitamente su deseo de ser discípulos de Jesús. De ahí la pregunta de Jesús: ¿qué buscan? ¿QUÉ BUSCAN? Es la primera palabra pronunciada por Jesús en este evangelio. Y ciertamente no se trata de una casualidad. Es una pregunta sencilla, pero que toca lo más profundo de la persona. Sin duda, los dos discípulos (y todo ser humano) están a la búsqueda de algo, o tal vez de “alguien”, de otra manera no se hubieran puesto en marcha detrás de Jesús si en el Bautista hubieran encontrado una respuesta a su existencia. Jesús se percata de ello, y los invita a cuestionarse seriamente, para tratar de descubrir qué es lo que buscan en el fondo. Sorprende cómo Jesús, desde el principio, pone las cosas en claro. Cualquier relación entre las personas no se puede fundar simplemente sobre la superficie; se tiene que ir al fondo, a la pregunta fundamental. Los discípulos ciertamente ya van en busca de algo, que ha suscitado en ellos las afirmaciones del Bautista, pero aún necesitan identificarlo, precisarlo y expresarlo. En la Biblia se habla del deseo fundamental de todo hombre, de esa búsqueda primordial en término de una sed de infinito, de eternidad, de Dios, como lo expresa bastante bien el salmista: “Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma; en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agostada, sin agua (Sal 61). ¿DÓNDE VIVES? Un principio lógico dice no responder nunca una pregunta con otra pregunta. Sin embargo, en la pregunta de los discípulos va implícita la respuesta a la pregunta de Jesús: ¿Dónde vives? Literalmente suena: ¿Dónde permaneces? Menein, en efecto, significa permanecer, y en forma coloquial vivir, de morar, y tiene una importancia fundamental en el cuarto evangelio, que juega con ambos sentidos. Baste recordar el capítulo 15, en donde la comunión vital con Cristo se indica precisamente con el “permanecer” en unión íntima, lo que hace posible dar frutos. Entonces, la pregunta de los discípulos va en esta línea de una comunión fructuosa de vida con él. EL PROCESO: VENIR Y VER Jesús los invita a hacer una experiencia (vengan a ver). No promete nada. No los abruma con una serie de requisitos, ni los apantalla con una serie de promesas; simplemente los invita a ver con sus propios ojos. Venir. Es un verbo muy importante en Juan. En efecto, la fe es descrita como un venir (llegar) a Jesús (Jn 3, 21; 5, 40; 6, 35.37.45). Ver. La experiencia personal es descrita como ver, naturalmente con los propios ojos. De hecho, nadie puede ver por nosotros y, por tanto, no se trata solamente de un ver físico, sino indica una experiencia personal que se concluye en ver más allá de la apariencia, concretamente en ver su gloria (2, 11). Si el proceso de la fe de los discípulos comienza con el ver a Jesús, para ver dónde y cómo vive y para permanecer con él, no estará completa hasta que vean su gloria y crean en él. DISCIPULADO En los evangelios se narra la vocación y envío de discípulos por parte de Jesús. Entre ellos se cuentan bien sea el círculo de los Doce a los que se menciona por sus nombres (Mc 3, 13-19 y paralelos), bien el círculo más amplio de los que seguían a Jesús (Mt 8, 21), y sobre todo a los “setenta y dos” a los que Jesús envió (Lc 10, 1). En ocasiones se designa como discípulos a todos los que creen en Jesús (Jn 2, 11; 8, 31; 20, 29). Como refiere Jn 6, 66, algunos de los discípulos de Jesús volvieron a abandonarlo.
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La vocación de los discípulos por Jesús, que es uno de los contenidos mejor atestiguados de la tradición acerca de Jesús, presenta unas notas características: el discipulado no se refiere tanto a una doctrina o a una habilidad, como a la persona misma de Jesús. Ninguno de sus discípulos puede ocupar su lugar, sino que todos siguen siendo discípulos “bajo” su Señor y Maestro. Ser discípulo de Jesús significa una entrega a la persona de Jesús, y no sólo una vinculación por un tiempo o bajo un aspecto determinado. Por eso el discípulo participa de la vida y muerte de Jesús (Mt 16, 21-23) y queda incorporado a su envío y misión (Mt 10). Así la reunión y envío de los discípulos por Jesús es un “fenómeno escatológico”, que no puede subsumirse en otras formas de seguimiento. Su importancia eclesial sólo la recibe el discipulado a través del aconteci-miento de Pascua, porque también Jesús sólo por la resurrección se convirtió en el Señor exaltado: el discipulado se cumple en la única Iglesia, que es la comunidad convocada por Jesús y a la que él le ha encomendado una mi-sión. A su servicio están los que ejercen ministerios jerárquicos y en medio del mismo viven las comunidades religiosas. En unos y otras destacan de-terminadas dimensiones del discipulado originario. Los ministerios se ca-racterizan por la potestad para actuar como Jesucristo y con él (Cf., para la colación de esa potestad, Mt 16, 16-18; 18, 18; 20, 21; y para la actuación como y con Jesús de Nazaret, Cf. Lc 9, 1-6 y par.). 2. MEDITACIÓN: Rúbrica: Leemos nuevamente el texto evangélico en silencio y meditamos sus enseñanzas. Se trata del primer encuentro con Jesús, lleno de expectativas y promesas. Este primer encuentro es descrito como un recuerdo vivo y personal, aunque sabemos que fue construido por el evangelista. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo fue nuestro primer encuentro? ¿Quién nos llevó hacia Jesús? ¿Recordamos el día y la hora? ¿Cuál era la idea que teníamos de Jesús antes de nuestra experiencia personal de él y cuál es la idea que nos hemos forjado a través de nuestra experiencia personal? ¿Cuáles con nuestros anhelos fundamentales? El Bautista describe a Cristo “pasando”. Y Jesús sigue viniendo hasta el día de hoy, sigue llegando, sigue caminando delante de nuestra vida. El gran reto para nosotros es descubrir a Jesús que sigue pasando. Como Juan que fija su mirada en Jesús y no se deja escapar la oportunidad, así nosotros deberíamos no dejarlo pasar; como los discípulos que escuchan el testimonio del Bautista y aprovechan la oportunidad para dar un giro a su existencia. Al mismo tiempo, el relato pone de manifiesto la necesidad que tenemos que otros vayan a Jesús. La fe, para que realmente sea adulta, desemboca necesariamente en el contagio. Es como la alegría de aquella mujer que ha encontrado la moneda que se le había perdido; como aquel hombre que encuentra un tesoro y siente la urgencia y la prisa de darlo a conocer a los demás. Es algo que no se puede esconder. La pregunta de Jesús ¿qué buscan? es la pregunta que todos los discípulos de Cristo se tienen que poner, porque hay de búsquedas a búsquedas. Mucha gente se pone a la búsqueda de Dios para salir al paso. Las búsquedas de Dios, muchas veces, no son claras, y a veces están muy interesadas. Cuántas veces no hemos escuchado esa afirmación de: ‘me voy a acercar a Dios para que me vaya bien’. Y la mayoría de las veces se trata solamente de superar un mal rato, unos cuantos problemas, y no ahondar en la búsqueda que está en el fondo de nuestro corazón. Contemplemos pues, aquellas palabras tan ricas de San Agustín que dice: “Señor, tú me creaste para ti y mi corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. Por la fe vemos, conocemos, creemos en Jesús. Este “ver” no es físico; si no los discípulos ya hubieran visto al Padre en la persona de su Maestro. También vieron físicamente a Jesús los fariseos y letrados judíos, y, sin embargo, no captaron en Él al Hijo de Dios. Contemplaron sus obras, sus milagros, su conducta rebosante de bien, su doctrina llena de verdad; tenían a la vista todas las acciones de su Persona, y no creyeron en Él. Porque no es posible ver a Jesús en su identidad divina, sino por los ojos del corazón que dan la visión auténtica de la fe. En el cuarto evangelio los verbos “ver”, “conocer” y “creer” forman una tríada intercambiable, equivalente, casi “sinónima”. La visión de Dios se logra por el conocimiento del mismo; y ambos pasos desembocan en la fe, que es la auténtica sabiduría de Dios, según la Sagrada Escritura. El conocer de la fe no es la intelección meramente conceptual que hemos heredado de la filosofía griega. Según ésta, la inteligencia del hombre conoce las personas y las cosas como objetos que abstrae y contempla desde fuera a base de ideas y conceptos. Pero para el pensamiento de Juan, que refleja lo bíblico y semita, conocer es, ante todo, experiencia personal del objeto con el que se entra en relación y contacto, en este caso con Dios, a través de su Hijo Cristo Jesús, que lo manifiesta en su persona y en sus obras, totalmente identificadas con el ser y el querer del Padre Dios. 3. ORACIÓN: Rúbrica: En este tercer momento de la Lectio Divina, volvemos a leer el texto y, en el silencio de nuestra interioridad, respondemos a la Palabra que hemos leído, meditado y reflexionado. Podemos ayudarnos con la siguiente oración. Le buscamos a Él mismo, La Palabra nos lleva a Jesús. Camino, Verdad y Vida. La Palabra nos trae a Jesús. Porque los problemas y fracasos, Él es la Palabra. Él es la misma Palabra. las esperanzas y los gozos de los hombres Escuchando su Palabra, le escuchamos a Él. son también asunto de los cristianos. Y su Palabra enardeció y animó nuestra vida. Por eso, elevamos nuestra oración: El que estaba distante, ya está más adentro. Por los que sufren … por los que gozan, El que era desconocido, ya se hace amigo. Por los pobres … por los enfermos, El que era Mesías incomprensible Por los vivos … por los difuntos. nos descifra su misterio y su presencia. Por los de cerca … por los de lejos. Sentimos necesidad de Él. Te rogamos, Padre. Le queremos dentro de nosotros. Toda la humanidad tiene cabida Buscamos su Luz y su Verdad. en la oración y en el trabajo de la Iglesia,
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de esta pequeña comunidad de orantes, que se reunieron en la Misa. La comunidad oyente de la Palabra ha interiorizado la Palabra, ha comulgado la Palabra, al mismo Jesús en forma de Palabra. Ahora, la comunidad litúrgica se convierte en orante de la Palabra. Como María, la que acompañó a Jesús hasta el Calvario, hasta la resurrección. Porque ella sabe de problemas y sufrimientos, de cruz y de gloria. Nosotros llevamos al altar nuestras ofrendas: Pan, elaborado a lo largo de múltiples esfuerzos; Vino, reunido de muchos lugares y de muchos granos.
¿Qué más? Sí, también ponemos algo más nuestro: sentimientos, actitudes, conducta, anhelos, fracasos, virtudes, pecados. Al Señor le agrada nuestra ofrenda. No espera unas ofrendas fabulosas, ricas, elegantes, hermosas. Le interesa lo nuestro, lo pequeño, Incluso nuestras limitaciones y pecados. Pero, le entregamos todo nuestro ser, con todo amor, con toda ilusión … Así nos acercamos al altar. Ponemos en la mesa la sencillez de nuestras vidas. El Señor hará todo lo demás.
4. CONTEMPLACIÓN: Rúbrica: Volvemos a leer el texto y nos preguntamos ¿A qué me comprometo? Ahora nos sumergimos en el interior de los acontecimientos en diálogo íntimo y personal con Dios, para descubrir y saborear en ellos la presencia activa y creadora de la Palabra de Dios, y para comprometerse en el proceso transformador de nuestra realidad. No es evasión, sino ir al compromiso. Es el momento en donde hay que dejar que Dios realice en nosotros su Palabra, que es viva y eficaz. El primer encuentro con el ser amado es inolvidable, tal como le sucedió al Apóstol Juan, que nos cuenta su experiencia y recuerda la hora del encuentro. ¿Tu primera experiencia del Señor Jesús fue tan determinante como para que recuerdes la hora o el lugar? ¿Tu respuesta fue inmediata y libre de toda atadura o aún no has podido seguirlo tan libremente como lo hizo el Apóstol Juan? Desde que el Hijo de Dios se hizo hombre ya no se puede hablar de Dios sin mencionar a Jesús, pues Él es el rostro humano y la imagen visible del Padre. Se trata de reconocer a Dios en Jesús de Nazareth. ¿Y dónde mejor podemos reconocer hoy a Cristo sino en la comunidad y en los hermanos, especialmente en los más pobres, según las palabras de Él mismo? Y tú ¿reconoces la presencia del Maestro en tu vida, y en la de tus hermanos?
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LECTIO DIVINA JESÚS CAMINO, VERDAD Y VIDA: EVANGELIO DE SAN JUAN (14, 1-12) “El mismo Camino vino a tu encuentro y te despertó del sueño en que dormías. ¡Levántate y camina!” (San Agustín) 1. EL TEXTO EN SU CONTEXTO: UN DOLOROSO ANUNCIO: “ME VOY” Después de lavarles los pies a sus discípulos (ver Juan 13,2-20) y cuando el traidor ya ha salido del cenáculo para ejecutar su macabro pan, Jesús le anunció a sus discípulos que se iría, que su comunión de vida terrena con ellos llegaba a su fin: “ Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros…” (13,33). La convivencia con Jesús, después de haber sido llamados a compartir su casa (“Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”; 1,39), fue un bello tiempo marcado por una amistad sabrosa. Pero éste ahora se interrumpe y termina bruscamente con la muerte de Jesús. La nostalgia surge entonces como un sentimiento cruel que aprieta la garganta. ¿Eso significaría entonces que el discipulado, el seguimiento estrecho del maestro, la amistad sabrosa con él, no fue más que algo pasajero que queda para el recuerdo una vez que la muerte se interponga en medio del amor y separe para siempre a los que se han amado intensamente? ¿Habrá que consolarse con los recuerdos de este tiempo? ¿La muerte es también el fin de la relación? “SEÑOR, ¿A DÓNDE VAS?” Pedro no soporta la idea de la separación: “Señor, ¿a dónde vas?”. Y Jesús le responde: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde” (13,36). Entonces le anuncia las negaciones (ver 13,38). La ruta por la cual Jesús “va” será la que Pedro y todos los discípulos tendrán que recorrer mediante el “seguimiento” (“Me seguirás más tarde”; 13,36c). Pero antes de hacerlo, el discípulo debe tener una visión clara y completa de la geografía espiritual que conduce hasta le meta de ese camino. Por eso a la hora de la despedida, en medio las lágrimas, tratando de aprovechar con intensidad los últimos instantes que les quedan juntos, la palabras de la despedida se van convirtiendo poco a poco en palabras de consolación. En pocas palabras, Jesús le explica a sus amigos que no se separa de ellos para siempre sino que su separación marca un giro importante en la vida del discipulado, no propiamente el fin, digo un giro importante y decisivo en la manera de seguir a Jesús, un giro importante que tiene como finalidad la creación de lazos de amor todavía más fuertes, profundos e indestructibles que los anteriores. 2. CARACTERÍSTICAS DEL TEXTO: 2.1. EL TEXTO DE JUAN 14,1-12 Dijo Jesús: 1 “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. 2En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. 4Y adonde yo voy sabéis el camino”. 5Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”.6Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”. 8Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. 9Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?10¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. 11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. 12En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”. 2.2. NÚCLEO: LOS DISCÍPULOS APRENDEN UN NUEVO HORIZONTE PARA SUS VIDAS La enseñanza de Jesús comienza con una invitación a confiar en Él: “No se turbe vuestro corazón” (14,1ª). Cuando los sentimientos se agitan por el vacío de una ausencia, Jesús ofrece la fortaleza de la fe: “Creéis en Dios; creed también en mí” En la primera parte de la enseñanza, notamos que la referencia a Dios Padre lo enmarca todo: - Al principio dice: “En la casa de mi Padre…” (14,2). - Al final dice: “Yo voy al Padre” (14,12). La estrecha relación entre el Padre y el Hijo se ve más claramente en el tiempo pascual: - Jesús va al Padre: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (20,17). - De quien proviene: “Sabiendo que le Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (13,3). - Y con quien vive desde la eternidad en una gran comunión: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio con Dios” (1,1). Vale la pena observar a lo largo del pasaje que leemos hoy cómo se va presentando la relación entre el Padre y el Hijo. Este es el horizonte sobre el cual Jesús propone la relación con sus discípulos. 2.3. UNA ENSEÑANZA ORDENADA. EL TEXTO TIENE CUATRO PARTES: (1) Jn 14,1-4: Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él. (2) Jn 14,5-7: Jesús les hace una gran revelación (con un solemne “Yo soy”). (3) Jn 14,8-11: Jesús señala su profunda unidad con el Padre.
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(4) Jn 14,12: Jesús saca una consecuencia para el discipulado: “hacer sus obras” (Es el comienzo de una nueva sección de la enseñanza). El pasaje se desarrolla siguiendo la dinámica de un diálogo: (1) En la primera parte Jesús tiene en vista las palabras anteriores de Pedro (13,36: “Señor, ¿a dónde vas?”); (2) en la segunda responde a la pregunta de Tomás (14,5: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”); (3) finalmente responde a la solicitud de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (14,8). 3. PROFUNDIZACIÓN: 3.1. UN VÍNCULO MÁS FUERTE CON JESÚS (14,1-4) En esta primera parte Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él: “ 1No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. 2En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. 4Y adonde yo voy sabéis el camino”. Como anotamos arriba, a la hora de la despedida, Jesús le explica a sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida sirve para establecer un vínculo aún más fuerte. 1.- La fe que vence el temor (14,1) Jesús comienza con palabras fuertes: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mi” (14,1). El término “turbación”es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33) y enseguida se puso a llorar (11,35). Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro. Es una sensación desagradable; por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos. Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Es decir: seguir viviendo sin el amado es como morir. Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “Creéis en Dios, creed también en mi” (14,1b).Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la situación de la separación: la confianza. Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino también para todos aquellos que creerán después en Él. Estos últimos se encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales. Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer” como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario. Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado. De la misma manera que se cree en él Dios invisible hay que creer el Resucitado. Jesús y el Padre están al mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el Hijo por medio de Él (14,10-11). Sin ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y en el Hijo, construyendo todo sobre ellos. 2.-El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del Padre (14,2) El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar” (14,2b). La referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa: así como lo que se aman, construyen casa para vivir juntos. En la frase hay dos pistas importantes: - Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre. - Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del tempo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (2,21). Jesús resucitado es la nueva construcción. Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”. Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (el cielo). 3.-Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (14,4) Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión eterna con ellos: “Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (14,3). Es importante que los discípulos no se fijen solamente en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que no ya no esté con ellos. Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre. 4.-Para ello hay que ponerse en camino (14,4) Pero este don de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el compromiso. Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”: “Adonde yo voy sabéis el camino” (14,4). Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con él. Pero viene enseguida una gran revelación. 3.2. UNA GRAN REVELACIÓN: EL CAMINO ES EL MISMO JESÚS (14,5-7) En esta segunda parte Jesús les hace una gran revelación a sus discípulos:
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Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. 6Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”. Como se acaba de anotar, lo dicho en la primera parte acerca del don de la Pascua, podría dar la impresión de que los discípulos permanezcan pasivos y que sean simplemente conducidos por Jesús al Padre. La enseñanza ahora es que los discípulos no pueden permanecer inactivos sino que deben también moverse por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre: “ Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (14,6). 1.-Los matices de esta revelación (14,6ª) “Camino” El camino es el mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (10,9). Nosotros hombres no podemos salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros. Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión. Como es la única puerta, así Jesús es también el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”. “Yo Soy” Esta es la sexta vez en este Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy”. Como cada vez que se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros. El gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo ha visto jamás”; 1,18ª), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él (“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha contado”; 1,18b). En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su verdadera realidad. “Verdad” “Él es la Verdad” significa que sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una afectuosa comunión y a la par con este Hijo (1,1.18). Jesús es la perfecta revelación del Padre. “Vida” “Él es la Vida” significa que tenemos la unión con Dios Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” 2.-La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús (14,6b) Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre. También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”. Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino (que tiene el rostro de un “Padre” generador de vida y plenitud de la misma); y no sólo lo sabemos sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”. En cuanto sólo Jesús es el Hijo unigénito que está a la par con Dios, sólo Él es la puerta de acceso al Padre. Todos los otros caminos no llevan al Padre. Jesús es el único camino que conduce a la meta. Nosotros no podemos llegar al Padre con ninguna otra guía. Sólo por medio de Jesús obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de Padre. 5
3.3. LA MARAVILLOSA COMUNIÓN ENTRE EL PADRE Y EL HIJO (14,8-11) En la tercera parte, que ahora abordamos, Jesús señala su profunda unidad con el Padre: 8 Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. 9Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? 10¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. 11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “ Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (14,8). Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo. Lo es del modo que aquí experimentan los discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción. La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la fe. Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14,9). Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino, continuará siéndolo aún cuando no esté visiblemente entre los suyos. La relación con Jesús no es como la que se tiene con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en la cual se genera una vida eterna. Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con todo su ser, es lo máximo, la felicidad, la protección, de la ternura. Por eso dice: “nos basta”. 4. RELEAMOS EL EVANGELIO CON UN PADRE DE LA IGLESIA: “Si lo amas, síguelo. Me responderás: ‘Yo lo amo, ¿pero por dónde lo seguiré?’. Si el Señor tu Dios te dijera: ‘Yo soy la Verdad y la Vida’, tu deseo de verdad y vida te llevaría ciertamente a buscar el camino para llegar allá, y pensarías: ‘¡Gran cosa es la verdad, gran cosa es la vida! ¡Oh, si fuese posible que mi alma encontrara el camino para llegar allá!’. ¿Quieres conocer el camino? Escucha lo que el Señor dice en primer lugar: ‘Yo soy el Camino’. ¿Camino para dónde? ‘La verdad y la vida’. Dijo primero por dónde debes ir, y enseguida indicó para dónde debes ir. ‘Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad, Yo soy la vida’. Permaneciendo junto al Padre es Verdad y Vida. Revistiéndose de nuestra carne, se hizo Camino. No se te ha dicho: ‘Esfuérzate por encontrar el camino, para que puedas llegar a la verdad y a la vida’. No es eso, ciertamente. Levántate, perezoso. El mismo Camino vino a tu encuentro y te despertó del sueño en que dormías –si es que llegó a despertarte-. ¡Levántate y camina!”. (San Agustín, Sobre el Evangelio de Juan, 34,9) 5. CULTIVEMOS LA SEMILLA DE LA PALABRA EN LO PROFUNDO DEL CORAZÓN:
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5.1. ¿Cuáles eran los sentimientos de los discípulos de Jesús en el Cenáculo cuando el Maestro anunció su partida? ¿Cómo afrontó los duelos, la muerte de los seres amados? ¿Qué enseña Jesús a propósito de su muerte? 5.2. ¿Cuál es el don que los discípulos reciben a partir de la muerte y resurrección de Jesús? ¿Qué quiere decir la imagen de la “casa”? 5.3. ¿Qué debe hacer un discípulo ante el don pascual de Jesús? 5.4. ¿Cómo entender la frase: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida? 5.5. ¿A qué se refiere Jesús cuando dice: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”? Anexo 1 Para prolongar la meditación y la oración La Verdad y Jesús (Jn 14,1-12) “Entre más escucho a Jesús en mi fe y con mi razón, más estoy con la Verdad en relación, pongo mis pasos en los suyos, a fin de que mi existencia crezca en amor, a pesar de las insuficiencias” Para concluir la Lectio Divina El ejercicio de la Lectio Divina nos lleva a buscar a Dios y encontrarlo a través del escrutar los textos bíblicos y beber del manantial de vida que brota de ellos. Mente y corazón se aúnan en un mismo esfuerzo. Terminemos nuestro ejercicio de hoy, haciendo nuestra esta bella oración de San Agustín: “He querido tener la inteligencia de lo que creo, Señor, en cuanto he podido. En cuanto me has dado fuerzas, te he buscado. He querido tener la inteligencia de lo que creo. He discutido mucho.
un deseo más ardiente de buscarte. Aquí estoy ante Ti con mi fuerza y mi debilidad. Dale sostenimiento a lo primero y sáname en lo otro. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia, allí donde me has cerrado, abre a aquel que toca.
Señor, mi Dios, mi única esperanza, escúchame, no permitas que deje de buscarte. Pon en mi corazón
Que yo me acuerde de Ti. Que te comprenda. Que te ame”. Amén
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LECTIO DIVINA MATEO 9. 35-38 ¿TURISTAS O MISIONEROS? “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos, rueguen al dueño que envíe trabajadores a sus campos” Lc 10, 2 1° Leo atentamente y comprendo lo que jesús dijo (lectio) Lee: Mt 9, 35, 38 Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. 38 Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.» Haz una nueva lectura de este mismo pasaje y contesta: ¿Qué hacía Jesús?______________________________________________________________________ ¿Qué vio? ¿Qué sintió? __________________________________________________________________ ¿Cuál era la necesidad de la gente? ________________________________________________________ ¿Qué instrucción dio a sus discípulos al ver la situación? _______________________________________ ¿Qué es abundante, la cosecha o la siembra?_____________________________________________ ¿Cuál es la diferencia entre cosecha y siembra? ___________________________________________ Este mismo pasaje lo encontramos en el Evangelio de San Lucas y esta insistencia de Jesús de que la <cosecha es mucha y los trabajadores pocos> la manifiesta antes de dar a sus discípulos las instrucciones sobre la misión. De hecho la primer instrucción es esta: <rueguen al dueño de la cosecha>. Jesús recorría todos los pueblos y aldeas y en su recorrido misionero descubre mucha necesidad en la gente, necesidad material y de salud, pero también sed de Dios. Jesús descubre también que la cosecha es mucha. En el Evangelio de Juan nos narra en el capítulo 3 el encuentro de Jesús con una mujer samaritana que tiene una gran sed de Dios. Al llegar los discípulos con Jesús (que fueron a comprar comida) le insisten en que coma, Jesús, impactado por la sed de Dios de esa mujer y sin pensar en su propia necesidad les dice a los discípulos: <Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra. ¿No dicen ustedes que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Pues yo les digo: Levanten la mirada y observen los campos sembrados, que están ya maduros para la cosecha>y luego les dice: <Yo los he enviado a cosechar un campo que ustedes no cultivaron; otros lo han trabajado y ustedes recogen el fruto de su trabajo>Jn 3, 34-35.38 Este pasaje explica lo que hay en el corazón de Jesús que se compadece al ver a la gente: a) Lo que da sentido a la misión de Jesús <su alimento> es hacer la voluntad del que lo envió: El Padre. Jesús es conciente quela misión es un envío, un encargo del Padre y no una necesidad personal para sentirse bien o satisfecho. b) La misión no es una aventura o deseo de Jesús o los discípulos, es una obra que responde a la necesidad de la gente y no a la necesidad de los discípulos. c) La obra es del Padre y El es el dueño de los campos, el único que puede llamar y enviar trabajadores a sus campos. d) Los campos ya están sembrados: Ya hay fe. Los misioneros son llamados a trabajar donde otros ya han sembrado. Pretender llegar a un lugar sin reconocer la sed de Dios y la fe de la gente sería un acto de soberbia. Se necesitan obreros que valoren la fe de la gente y que no quieran destruir lo que otros ya han hecho. e) Propone una acción muy concreta: <Rueguen al dueño de los campos que envíe trabajadores>. Rogar es arrodillarse, pedir con insistencia. Solo después de toda una noche en oración, Jesús llamó a los 12 apóstoles. Cuándo leemos las parábolas donde Jesús nos enseña como orar siempre insiste en que hay que <rogar>. El misionero es aquél que reconociendo la gran cosecha y los pocos obreros sabe arrodillarse para <rogar ayuda>. 2° Reflexiono lo que jesús me dice hoy para mi vida (meditatio) Medita ahora esta primera instrucción de Jesús a los misioneros: La cosecha es mucha: Jesús al caminar por pueblos y aldeas se da cuenta de que hay mucha gente que ya tiene fe y sed de Dios. De hecho, Jesús cuando alguien le pide un milagro le pregunta: ¿Crees que puedo curarte? Y al curarlo afirma: <tu fe te ha salvado> o <que se haga de acuerdo a tu fe>. A un soldado romano le admira su fe: <no he visto una fe tan grande> y a una mujer extranjera de otra religión que le insiste y le arranca un milagro le dice: <que grande es tu fe>. Jesús parte de la fe de la gente. La cosecha es mucha, porque Dios ya ha sembrado la semilla de la fe en quienes lo temen y lo buscan. El misionero no puede llegar a una comunidad creyendo que a su llegada todo comienza. Debe aprender a reconocer que va a cosechar lo que otros ya han sembrado. Si su misión y predicación la hace desde la fe de la gente, entonces su trabajo estará de acuerdo a la voluntad del Padre, es un misionero al estilo de Jesús y no un misionero <pirata>. ¿Cuál es tu actitud al llegar a las comunidades? _____________________________________________________________
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Los trabajadores pocos La cosecha es mucha, la fe de mucha gente en muchas comunidades que necesita ser fortalecida por el Evangelio. Los misioneros parten de la fe, pero saben que llevan un mensaje de esperanza que será bien recibido, su palabra, sus acciones, su presencia ayuda a que esa fe sencilla de la gente brote y florezca más. No podemos dejar de misionar con el pretexto de que al fin y al cabo la gente ya tiene fe. Jesús sabe que faltan más mensajeros. En la misión podemos cometer un doble error, o bien, predicar como si la gente no tuviera ninguna experiencia de fe, o bien no predicar al descubrir que hay gente que tiene más fe que nosotros y pensar: ¡Nada tengo que decir! ¡No!, un misionero reconoce la fe de la gente, pero tiene mucho que hacer: ¡Cosechar frutos de esa fe que ya está sembrada! ¿Sabes valorar tanto la fe de la gente como el mensaje que llevas? ______________________________________________ Rueguen al dueño Rogar al dueño, al Padre Celestial que mande más obreros. La palabra rogar como que no nos gusta mucho. Hay quienes decimos el refrán: <Habrá quien te pida, pero no quien te ruegue>. No nos gusta rogar, es humillante, lo hacemos cuando ya no tenemos otra salida. Pues bien, al descubrir tanta necesidad de verdaderos misioneros, hay que arrodillarnos, humillarnos en la presencia de Dios para rogarle como lo hacía Jesús ante el Padre cuando pasaba la noche en oración, <rogando> que le enviara trabajadores. ¿Durante las misiones te has quedado toda una noche con amigos? __________ ¿Y con Jesús?____________________ Que envíe trabajadores a sus campos Cuando Jesús habla de su propia misión, se identifica a sí mismo como el <enviado del Padre> y por eso su alimento es hacer la voluntad del que lo envió como leíamos en el pasaje de la Samaritana. Los misioneros son los <enviados> por el Padre, no se puede ser misionero por decisión propia, por capricho, por deseo de aventura. El misionero es enviado no a donde quiere, no a donde le gusta, no a dónde se podrá tomar bonitas fotos para presumir. El misionero es el enviado a donde el Dueño decide. ¿Cómo eligen las comunidades de misión, por la necesidad de la gente o por el deseo de aventura a un lugar bonito? ¿Han orado al Padre para que El les indique a dónde ir? _____________________________________________________________ 3° MIRO AL MAESTRO QUE ME HABLA (CONTEMPLATIO) Ahora trata de imaginar la escena de Jesús cansado, asoleado, mirando a lo lejos una comunidad. Tú vas con El y con los demás discípulos. Mira su rostro iluminado por el deseo de llevar la Buena Nueva a esa comunidad donde ya hay mucha gente esperando una palabra, esperando una orientación porque andan como ovejas sin pastor. Imagínate que está atardeciendo y el sol se comienza a poner. Se ven los campos de trigo brillar como oro, escucha los cantos de los pájaros que alaban a Dios y de pronto, entre el suave sonido del viento, escucha la voz de Jesús: “Pues yo les digo: Levanten la mirada y observen los campos sembrados, que están ya maduros para la cosecha” Ahora, levanta tu mirada al presente, a tu vida, al lugar de misión a donde vas a ir si ya lo conoces y si no lo conoces, imagínate como será: Levanta la mirada, piensa que Jesús te envía a donde El mismo va a ir. Imagina la comunidad a donde vas a ir, imagina las casas, la gente y a Jesús caminando contigo, emocionado. 4° YO LE HABLO AL MAESTRO (ORATIO) Ahora, habla con Jesús de todo lo que quieras hablar. De tu llamado, de la necesidad de la gente, de la comunidad a donde serás enviado(a). Habla con El sobre como te sientes pues quizá la misión ha sido para ti una realización personal, una aventura. Pregúntale como vio a sus discípulos que parece que a veces les pasaba lo mismo que a ti. Dialoga con El. 5° EL MAESTRO ME HABLA A MÍ, VIENE A MÍ VIDA (CONSOLATIO) Ahora ya no hables, ya le dijiste a Jesús lo que sentías, ya le hiciste preguntas. Ahora haz silencio, calla y deja que Jesús te hable. Si hay alguna palabra de Jesús de las que haz meditado que te ha llegado al corazón, es El que te está hablando... haz silencio... siente su paz... siente su consuelo. Escucha su voz: <La cosecha es mucha y los trabajadores pocos>. 6° EL ESPÍRITU ME ILUMINA INTERIORMENTE EN MIS DECISIONES (DELIBERATIO) Recuerda que no todo el que se diga misionero será reconocido por Jesús. Es importante que ahora te cuestiones fuertemente: ¿Qué te motiva a ir de misión? ¿Te motiva la aventura de ir a un lugar lejano? ¿Te motiva la idea de pasártela bien padre? ¿Te motiva más bien la necesidad de Dios que has descubierto en la gente? ¿Es realmente el encuentro con Cristo el que ha despertado el deseo de misión? No tengas miedo si descubres malas motivaciones en tu corazón, hasta a los apóstoles les pasaba. Es Jesús quien te cuestiona y sacude tu interior. Es el Espíritu Santo el que te lleva al desierto a ser sacudido para que se purifique tu corazón. Es el Padre Celestial que quiere que te abras a su voluntad. No importa si alguna motivación está equivocada, lo que importa es que la cambies. 7° ACCIÓN O COMPROMISO A QUE ME LLEVA LA INSTRUCCIÓN DE JESÚS (ACTIO) Ahora que a la luz del Espíritu Santo te has sentado a los pies del Maestro (Jesús) y te ha manifestado en su enseñanza, cual es la voluntad del Padre para un misionero. ¿A qué compromiso concreto debes llegar para poner en práctica la enseñanza de Jesús? ______________________________________________________________________________________________
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LECTIO DIVINA LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR “SALIÓ UN SEMBRADOR A SEMBRAR…” SAN MATEO 13, 1-9 1. Leemos la palabra: 1 Un día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. 2 Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. 3 Les habló mucho rato en parábolas: -Salió el sembrador a sembrar. 4 Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. 5 Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó en seguida; 6 pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. 7 Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. 8 El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. 9El que tenga oídos que oiga. 10 Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:¿Por qué les hablas en parábolas? 11 El les contestó: - A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. 12 Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 13 Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. 14 Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; 15 porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.» 16 Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. 17 Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. 18 Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: 19 Si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. 20 Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; 21 pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. 22 Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. 23 Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno. INTRODUCCIÓN Comienza una nueva sección del evangelio de Mateo. Se trata del tercer gran discurso formativo de Jesús a sus discípulos. Los dos primeros, el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyeron como dos escalones en el camino de maduración de los discípulos. Este nuevo discurso se centra en un aspecto importante del discipulado: Jesús no sólo dice lo que hay que hacer sino –teniendo en vista la maduración de la fe de los suyo- también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida. Para ello sirven las parábolas, las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios. Es así como se descubre la naturaleza sorprendente del Reino de Dios. La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (13,1-2), comienzan las parábolas: (1) El sembrador (13,1-9), (2) El trigo y la cizaña (13,24-30 (3) El grano de mostaza (13,31-32), (4) La levadura (13,33), (5) El tesoro escondido en el campo, (6) La perla del mercader (13,45-46) y (7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (13,51-52). Las cuatro primeras parábolas, basadas en motivos vegetales, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino. El Catecismo (n. 546) enseña que “Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza. Por medio de ellas invita al banquete del Reino, pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo; las palabras no bastan, hacen falta obras. Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra?”
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Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas. Jesús les habla de muchas cosas en parábolas. Parábola significa poner en confrontación, parangonar imágenes que representan escenas que interpelan al auditorio y comunican mensajes morales y espirituales que no envejecen con el tiempo. 1. AMBIENTACIÓN DEL DISCURSO. NOTEMOS LA AMBIENTACIÓN DEL DISCURSO “Aquél día, Jesús salió de casa y se sentó a orillas del mar” (13,1). Jesús sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar, recordamos se evoca el pasaje de la tempestad calmada (8,23). La multitud que se reúne en torno a Él es grande (13,2). Con él subido en una barca y la gente sentada a la orilla. La jornada debía de ser agradable. La barca –probablemente la de Pedro, como en otra ocasión- sirve como púlpito y la playa como auditorio. La primera parábola es la del sembrador, que para los labriegos de aquel paraje debería de sonar muy familiar: —Salió el sembrador a sembrar… En este bello escenario comienza la enseñanza. La parábola del sembrador (13,3b-9), la primera en contarse, distingue diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla. Así pues, cuenta la parábola del sembrador que sale a sembrar echando la semilla en abundancia, sin demasiados cálculos. Este hecho habla de la gratuidad del sembrador, que derrocha su semilla sobre el camino, sobre las piedras, sobre las espinas y, finalmente, sobre tierra buena donde da fruto: unas veces cien, otras sesenta, otras, treinta. Los discípulos, que apenas acababan de ser llamados "los que hacen la voluntad de Dios", preguntan por qué su Maestro les habla en parábolas. Parece ser que la gente se estaba alejando de Él. Los entusiasmos de los comienzos habían pasado ya y parecían prevalecer la desilusión y la duda. Es precisamente esta crisis la que preocupa a los discípulos, que se preguntaban por qué Jesús continuaba hablando de modo enigmático, desorientando así a la gente y a ellos mismos. "¿Por qué les hablas en parábolas?". El Maestro responde privilegiando a los discípulos y diciendo que a ellos se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, mientras que a la multitud no. Citando al profeta Isaías dice: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.» Y añade al v. 17 una bienaventuranza dirigida a los discípulos, que tienen el privilegio de ser testigos oculares de la manifestación del Reino de Dios. Los discípulos tienen el privilegio de ver lo que los profetas y los justos del Antiguo Testamento "han deseado ver" y no han podido. Estamos en el contexto de la primera crisis del ministerio de Jesús, donde a los pequeños y a los pobres les es dado conocer y gustar los misterios del Reino de los cielos... La respuesta de Jesús es bien precisa: la eficacia de la obra de Dios depende de la acogida y de la libertad del hombre, porque Dios no fuerza a nadie. De este modo, "a quien tiene se le dará y a quien no tiene, le será quitado incluso lo que tiene". El v. 18 comienza con la exhortación a escuchar y, al mismo tiempo, se da una explicación de la parábola, poniendo el acento en los cuatro tipos de terreno sobre los que cae la semilla (imagen de la disposición de ánimo con el que viene acogida la palabra de Jesús). 2. DIVERSOS TIPOS DE TERRENO Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Al caer en el camino donde no puede ser cuidada, cae de superficialmente, así son las personas que oyen la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca. Se trata de todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón. Se refiere, en primer lugar, a los sacerdotes de su tiempo, sordos para atender el mensaje de Jesús; pero también podemos aplicarla a nosotros, que igualmente debemos entender la palabra del Reino, escucharla con oídos atentos, estudiarla, profundizar en su sentido. Para eso, hay que llevar los textos a la oración, estudiar su significado acudiendo al Magisterio, al Catecismo, al testimonio de los santos, de buenos teólogos (éstos se caracterizan por su fidelidad a los anteriores)… Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina. Los débiles e inconstantes que el Señor señala son las muchedumbres que lo seguían cuando hacía milagros, pero después lo abandonaron el Viernes Santo. Critica el Señor la reacción sentimental del entusiasmo pasajero, que no tiene raíces. La necesidad de estos fundamentos se nota en el momento de la prueba, de la burla, cuando ser cristiano supone un escándalo para el ambiente en el que nos movemos. Probablemente no moriremos mártires, pero sí tenemos que estar dispuestos a dar la cara, a evitar el tropiezo y la caída. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos. Éste es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril. Estas son las personas que no viven de acuerdo con las enseñanzas del Señor. San Pablo se quejaba de que “no todos obedecieron al Evangelio” (Rom 10, 16). Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene abrojos, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra y da diferentes frutos. 3. COMPORTAMIENTO DEL SEMBRADOR El comportamiento del sembrador, que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo. Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus
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bendiciones (ver 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer. La Palabra de Dios se nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte. Es un relato que nos lleva a la esperanza. Más adelante explicará el sentido alegórico: la semilla es el mensaje del reino, la buena noticia del Evangelio, la doctrina, la palabra. La tierra son los oyentes. Escribía San José María que “parte de la simiente cae en tierra estéril, o entre espinas y abrojos: que hay corazones que se cierran a la luz de la fe. Los ideales de paz, de reconciliación, de fraternidad, son aceptados y proclamados, pero —no pocas veces— son desmentidos con los hechos. Algunos hombres se empeñan inútilmente en aherrojar la voz de Dios, impidiendo su difusión con la fuerza bruta o con un arma menos ruidosa, pero quizá más cruel, porque insensibiliza al espíritu: la indiferencia”. Pidamos al Señor que nosotros no nos cerremos a la luz de la fe, que las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas no entorpezcan la labor divina en nuestras almas. San Atanasio comenta que también el divino sembrador quiere contar con nosotros para la faena: “El que un día habría de ser grano de trigo por su virtud nutritiva, de momento es un sembrador. (...) Nosotros, los agricultores de la Iglesia, vamos metiendo el azadón de las palabras por los sembrados, para cultivar el campo de modo que dé fruto”. Vienen a la mente otras palabras del Evangelio de Mateo (9, 38): “Rogad al señor de la mies que envíe obreros a su mies”. Es lo que el Papa hace en las Jornadas Mundiales de la Juventud. En esa misma línea, predica San Josemaría: “La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado”. Llegamos así al último escenario de la parábola: la cuarta parte cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. Se trata del que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta. El trasfondo de esta parábola es un pasaje de Isaías (55, 1-11): “Como la lluvia y la nieve descienden de los cielos y no vuelven allá, sino que riegan la tierra, la fecundan, la hacen germinar, y dan simiente al sembrador y pan a quien ha de comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero y realizará la misión que le haya confiado”. Por eso, algunos exegetas llaman a este relato “la parábola de la esperanza”. El Señor garantiza una cosecha abundante. En aquella época, una siembra buena era la que fructificaba el cincuenta. Y Jesús promete hasta el ciento. Comenta, por último, San Josemaría: “Si miramos a nuestro alrededor, a este mundo que amamos porque es hechura divina , advertiremos que se verifica la parábola: la palabra de Jesucristo es fecunda, suscita en muchas almas afanes de entrega y de fidelidad. La vida y el comportamiento de los que sirven a Dios han cambiado la historia, e incluso muchos de los que no conocen al Señor se mueven — sin saberlo quizá— por ideales nacidos del cristianismo “Para conseguir esta vida beata, la misma verdadera Vida en persona nos ha enseñado a orar, no con muchas palabras, como si por ello fuésemos a ser mejor escuchados cuanto más prolijos seamos (…). Puede parecer extraño que Dios os ordene hacerle peticiones cuando Él conoce, antes de que se lo pidamos, lo que necesitamos. Debemos, sin embargo, considerar que a él no le importa tanto la manifestación de nuestros deseos, cosa que él conoce perfectamente, sino más bien que estos deseos se reaviven en nosotros mediante la súplica para que podamos obtener lo que ya está dispuesto a concedernos (…)” (San Agustín) ORACIÓN El resto cayó en tierra buena, y dio grano Señor, envía tu Suplo Señor, infunde tu Espíritu
sobre cuantos favorecen el bien,
sobre los niños y sobre los jóvenes,
sobre cuantos construyen el futuro,
sobre los adultos y sobre los ancianos.
sobre cuantos crean belleza,
Infunde tu Espíritu
sobre cuantos custodian la vida. Señor, manda tu Espíritu,
sobre hombres y mujeres.
manda tu Viento
Señor, enciende el fuego de tu Amor
a los hogares de los hombres.
de Este a Oeste, de Norte a Sur.
Manda tu Espíritu
Enciende tu Fuego
a las ciudades de los hombres,
en el corazón de los hombres.
al mundo de los hombres.
Señor, manda tu Soplo
Manda tu Espíritu
sobre aquellos que creen,
sobre todos los hombres
sobre aquellos que dudan,
y las mujeres de buena voluntad.
sobre aquellos que aman,
Aquí está ahora.
sobre aquellos que sufren,
Manda tu Espíritu sobre nosotros.
sobre cuantos están solos.
Señor, manda tu Espíritu.
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MEDITACIÓN ¿Qué nos dice a nosotros el texto hoy? _________________________________________________________ Lo sembrado por el sembrador es la palabra. Nosotros, ¿Qué tipo de terreno hemos sido para la palabra sembrada en nosotros? ______________________________ ¿Ya estamos rindiendo frutos: el treinta, el sesenta, o el ciento por uno? _______________________________ ¿En qué se nota? ___________________________________________________________________________ ¿Más bien, hemos dejado que Satán se lleve la palabra _______ hemos sido inconstantes ____ hemos dejado ahogar la palabra ____ ¿Somos de veras tierra buena, que oímos la palabra, la acogemos y damos fruto? ______ ¿En qué actitudes o comportamiento se nota que estamos dando frutos? _____________________________ ¿Qué sentimientos ha suscitado en nosotros la Palabra de cara a Dios? ________________________________ SEMBRANDO Marcos Rafael Blanco Belmonte De aquel rincón bañado por los fulgores del sol que nuestro cielo triunfante llena; de la florida tierra donde entre flores se deslizó mi infancia dulce y serena; envuelto en los recuerdos de mi pasado, borroso cual lo lejos del horizonte, guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado, del sembrador más raro que hubo en el monte.
el soberano impulso que mi alma enciende; por los que no trabajan, trabajo y lucho; si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende! »Hoy es el egoísmo torpe maestro a quien rendimos culto de varios modos: si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro. ¡Nunca al cielo pedimos pan para todos! En la propia miseria los ojos fijos, buscamos las riquezas que nos convienen y todo lo arrostramos por nuestros hijos. ¿Es que los demás padres hijos no tienen?... Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre y, en las guerras brutales con sed de robo, hay siempre un fratricida dentro del hombre, y el hombre para el hombre siempre es un lobo. »Por eso cuando al mundo, triste, contemplo, yo me afano y me impongo ruda tarea y sé que vale mucho mi pobre ejemplo aunque pobre y humilde parezca y sea. ¡Hay que luchar por todos los que no luchan! ¡Hay que pedir por todos los que no imploran! ¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan! ¡Hay que llorar por todos los que no lloran! Hay que ser cual abejas que en la colmena fabrican para todos dulces panales. Hay que ser como el agua que va serena brindando al mundo entero frescos raudales. Hay que imitar al viento, que siembra flores lo mismo en la montaña que en la llanura, y hay que vivir la vida sembrando amores, con la vista y el alma siempre en la altura».
Aún no se si era sabio, loco o prudente aquel hombre que humilde traje vestía; sólo sé que al mirarle toda la gente con profundo respeto se descubría. Y es que acaso su gesto severo y noble a todos asombraba por lo arrogante: ¡hasta los leñadores mirando al roble sienten las majestades de lo gigante! Una tarde de otoño subí a la sierra y al sembrador, sembrando, miré risueño; ¡desde que existen hombres sobre la tierra nunca se ha trabajado con tanto empeño! Quise saber, curioso, lo que el demente sembraba en la montaña sola y bravía; el infeliz oyóme benignamente y me dijo con honda melancolía: —Siembro robles y pinos y sicomoros; quiero llenar de frondas esta ladera, quiero que otros disfruten de los tesoros que darán estas plantas cuando yo muera. —¿Por qué tantos afanes en la jornada sin buscar recompensa?— dije. Y el loco murmuró, con las manos sobre la azada: —«Acaso tú imagines que me equivoco; acaso, por ser niño, te asombre mucho
Dijo el loco, y con noble melancolía por las breñas del monte siguió trepando, y al perderse en las sombras, aún repetía: —«¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!...»
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LECTIO DIVINA DISCÍPULOS Y MISIONEROS, UN ÚNICO LLAMADO LC. L0.1-11 “Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: '¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca'. Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.” 1. DISCÍPULOS Y MISIONEROS: UN ÚNICO LLAMADO El discípulo es la persona que ha sido llamada a seguir a su maestro, Jesús. Es la persona que viene detrás del maestro para aprender. Por tanto, es la persona que escucha, que observa los gestos y las acciones de su maestro para encarnarlas y manifestarlas en su propia vida. Es en consecuencia, una persona humilde que reconoce que no lo tiene todo, que no lo sabe todo y que no lo puede todo. Es la persona sencilla que va en busca de la verdad, de algo distinto que le de sentido y plenitud a su propia vida. Es la persona dispuesta a aprender y a “dejarse hacer”. El discípulo, como María, escucha la Palabra y la guarda en el corazón, la medita, la hace parte de sí misma. El discípulo conoce y vive la Palabra, preguntándose continuamente ¿qué haría Jesús en mí lugar? No se limita solo a conocer sobre Dios, la vida, los demás, etc.; sino que encarna y vive los auténticos valores del evangelio. María es modelo de nuestro ser de discípulos de su Hijo. Frente a la crisis generalizada de identidad, convendría lograr una íntima unión entre discipulado y misión. Habría que recoger aquella teología de la misión para la cual la misión no es algo sobreañadido a la identidad personal, sino que cada persona ‘es’ una misión. Su ser más íntimo está marcado y configurado en orden a una misión en el mundo. Habría que evitar la impresión de que hay tres llamados: a la vida, al discipulado y luego a la misión. Para estimular identidades firmes y fervor misionero conviene destacar que hay un único llamado del Dios amante que al mismo tiempo que me constituye en esta persona singular, en ese mismo acto me otorga una misión singular. Como consecuencia, "cuanto mayor sea la identificación de cada uno con la misión encomendada por Dios, más rica será su identidad y más definida y plena aparecerá su personalidad". 2. RASGOS DEL DISCÍPULO MISIONERO Como decíamos en el primer punto el discípulo misionero tiene como referencia y modelo a Jesús, esta llamado a colaborar con el proyecto de Dios para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Podríamos decir que: -El misionero es un discípulo de Cristo: ha tenido un encuentro vivo, personal con Jesús resucitado y vive cotidianamente en unión con El en la oración y los sacramentos, principalmente la Eucaristía y la Reconciliación. Porque “no se puede anunciar a quien no se conoce”. -Es un contemplativo: que transmite no sólo conceptos y doctrinas, sino su experiencia personal de Jesucristo y de los valores de su Reino. Por ello, el misionero vive profundamente en comunión con Jesucristo, sabe encontrar en medio de la acción, momentos de “desierto” donde se encuentra con Cristo y se deja llenar por su Espíritu. -Es dócil al Espíritu Santo: se deja inundar por el Espíritu Santo para hacerse más semejante a Cristo, y se deja guiar por El. Sabe que no puede entregarse totalmente a la obra del Evangelio si no le mueve y fortalece el Espíritu Santo. Acoge dócilmente sus dones, que lo transforman en testigo de Jesús y anunciador de su Palabra. Sabe que no es él quien obra y habla, sino que es el Espíritu Santo el verdadero protagonista de la misión.
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-Vive el misterio de Cristo “enviado”. El misionero vive en íntima comunión con Cristo, hasta tener sus mismos sentimientos: está impregnado del Amor del Padre, y obedece su voluntad hasta las últimas consecuencias. Se sabe enviado por Cristo a cumplir su misión, y acompañado constantemente por El. -Tiene a María como Madre y Modelo: Su espiritualidad es profundamente mariana. La Madre del Resucitado es también su Madre, y es para él modelo de fidelidad, docilidad, servicio, compromiso misionero. -Vive la pobreza y el “éxodo misionero”: el sentido de “salir de la tierra” para el misionero, no implica únicamente el “salir geográfico”, sino que el misionero sabe que debe abandonar su comodidad y su seguridad para “remar mar adentro”, para ir a las situaciones y lugares donde Cristo lo quiera enviar. Debe abandonar sus propios esquemas, sus ideas preestablecidas para abandonarse en las realidades que la evangelización le presenten. La pobreza misionera no hace referencia únicamente a la pobreza material, sino al abandono a la voluntad de Dios y a los caminos que El le presente. -Vive la misión como un compromiso fundamental: el misionero es un comprometido en el seguimiento de Jesús y en la lucha por su Reino liberador y universal. El misionero ha dicho “sí” a Dios, y no se hecha atrás ni retacea en su entrega. -Ama a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado: Lo primero que mueve al misionero es el amor por los hombres, a quienes quiere llevar a Cristo. El misionero es el hombre de la caridad, el “hermano universal”, que lleva a Cristo a todos los hombres, por cuyos problemas se interesa, para quienes siempre está disponible, y a quienes trata siempre con ternura, compasión y acogida. 3. DISCÍPULOS Y MISIONEROS ENVIADOS A ANUNCIAR EL EVANGELIO DEL REINO DE VIDA Jesús al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma. Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8). Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12 ). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro“. Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.
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