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Patrimonio catedralicio
Oscensis in Cesaraugusta, que en el siglo XIII será la dignidad de prior Sanctarum Massarum, al que competía el gobierno y las rentas de la iglesia de Santa Engracia de Zaragoza, donada en 1121 por el obispo cesaraugustano Pedro de Librana al obispo Esteban de Huesca en recompensa por la contribución de éste a la conquista de la ciudad del Ebro.32
En 1133 el canónigo Sancho era camerarius, cargo que no vuelve a aparecer hasta 1181, en que lo era Andrés, al que se da el título de camerarius Oscensis et laccensis; esta dignidad, posteriormente llamada archidiaconus Camere, era la única, aparte la episcopal, que tenía silla en las catedrales de Huesca y Jaca.
Dos arcedianatos jurisdiccionales, residentes en la Seo de Huesca, fueron los de Las Valles y Sobrarbe, más el de Serrablo que no es mencionado en la época aquí estudiada. El archidiaconus Vallensis es citado en documentos de 1171 en adelante; archidiaconus Suprarbensis fue desde 1176 el canónigo Ramón de Castillazuelo, hasta 1185, año en que fue promovido a la sede episcopal de Zaragoza, que rigió hasta su muerte en 1216.33
PATRIMONIO CATEDRALICIO
a bula «Pie postulatio», otorgada en Letrán el 14
Lde abril de 1139 por el papa Inocencio II, es el primer documento que reseña las posesiones del obispado de Huesca. Un patrimonio no demasiado brillante a causa de la animadversión profesada durante largos años por la casa real aragonesa hacia el obispado altoaragonés. Escaso fue el beneficio que produjo la conquista de Huesca al patrimonio catedralicio, ya que el favor de los reyes Sancho Ramírez y Pedro I se centró principalmente en la abadía de Montearagón.
A petición del obispo Dodón, el papa expidió la bula a la «iglesia oscense», confirmando las posesiones que tenía in pago Aragonensi e in pago Oschitano. En la mente de Inocencio II estaba sin duda la idea de que las canónicas de Huesca y Jaca formaban un solo ente bajo la presidencia de un único obispo.
El patrimonio de la Catedral de Jaca, de contenido sustancialmente eclesiástico, se había formado a base de la anexión de patrimonios de monasterios antiguos, como los de Sasau-Laurés, Sietefuentes, Santa Eugenia, Raya y otros. Se incrementó a lo largo del siglo XI con el hospital de Jaca y las iglesias jacetanas de Santiago, San Ginés y San Pedro el Viejo —ésta llamada en la bula alia ecclesia Sancti Petri para distinguirla de la Catedral, dedicada también al apóstol—.
En el pago Oschitano, desde el río Gállego a oeste hasta el Alcanadre al este, con una considerable población de musulmanes que acataban el nuevo poder aragonés. Territorio sometido mayoritariamente por cesión de los reyes a la abadía de Montearagón. La Catedral oscense poseía los castillos de Fañanás, Sesa, Tabernas, Pueyo y Escanilla, las villas de Banariés e Igriés, un baño con horno en la ciudad y el monasterio de Acelún, que no ha sido localizado.
Aunque no se dio una dotación formal de la Catedral por parte del rey Pedro I, al establecerse en la mezquita aljama la sede episcopal, este rey un tanto forzado por las circunstancias donó los diezmos de la ciudad, que constituyeron el fundamento de la financiación del cabildo, más la almunia de Alcoraz en marzo de 1098; en septiembre del mismo año le concedió el antiguo monasterio de San Pedro de Séptimo, cerca de Sabayés, en poder del judío Zavaxorda; la almunia de Alboret, junto al río Sotón entre Montmesa y Tormos, en agosto de 1100; los castillos de Fañanás y Tabernas y la villa de Banariés, quizá en 1097; y el castillo de Sesa fue donado en 1103 con cierto recelo por parte del rey donante, que
32. Ibídem, núm. 88, 90, 91, 105, 106, 162, 163, 199, 216, 371, 376, 377 y 178. 33. Ibídem, núm. 93, 96, 106, 126 y 135. Cfr. DURÁN GUDIOL, A.: «La Santa Sede y los obispados de Huesca y Roda...•, p. 72.
impuso la condición de que esta fortaleza en manos del obispo no había de ocasionarle contrariedad.34
Durante el reinado de Alfonso I, fue poco lo que consiguió del rey la Catedral a pesar de haberse resuelto el viejo contencioso entre la corte aragonesa y el obispado de Huesca. Y fue que el obispo Esteban dedicó todo su interés e influencia en conseguir la incorporación de la ciudad de Barbastro y del territorio entre el Alcanadre y el Cinca a la diócesis oscense contra las pretensiones del obispo Ramón de Roda. Lo consiguió con alguna violencia con el apoyo del rey Alfonso I. Obtuvo también, como queda dicho, la iglesia de Santas Masas de Zaragoza, cedida el año 1121 por el obispo Pedro de Librana.
El patrimonio catedralicio fue incrementado por el rey Ramiro II, quien agradecido por la actuación del obispo y del cabildo en su elevación al trono aragonés, donó en 1134 la villa de Igriés, al año siguiente un baño y un horno en Huesca y en 1137 el castillo de Escanilla y Lamata. La última donación importante, posterior a la bula de Inocencio II, fue la almunia de Florén, en término de la ciudad, por la vizcondesa Talesa de Béarn en 1147.35
Cesiones de menor entidad, como casas, viñas, campos y otros bienes muebles e inmuebles, acrecentaron el patrimonio considerablemente a lo largo del siglo )(EL En este aspecto el enriquecimiento del cabildo se debió sobre todo a las aportaciones de patrimonios o dotaciones personales que los nuevos canónigos cedían a la Catedral en ocasión de su admisión e ingreso.
A medida que la expansión militar aragonesa se fue alejando hacia el valle del Ebro, fue iniciándose una amplia política de repoblación y población, asentando nuevos moradores y labradores en las heredades abandonadas por los musulmanes —que no fueron demasiadas— y de poblar antiguos castillos que habían perdido ya su función militar, y almunias. Pronto el cabildo oscense se alineó en esta política, procediendo a la población de los castillos de su señorío —Sesa, Fañanás y Tabernas— y de la almunia de Alboret, creando nuevas villas ya directamente, ya confiándolas a intermediarios.
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Alfonso II de Aragón confirma los privilegios de la Catedral (1174).
La población de los castillos de Fañanás y Tabernas debieron encomendarla obispo y canónigos a un aragonés, al parecer de procedencia pirenaica, llamado Sancho Garcés, con anterioridad a 1130. Enseguida surgieron dificultades entre el poblador y el cabildo. A fin de terminar la vexationem discordie, las dos partes llegaron a una concordia en 1139, establecida en notable asamblea, en la que estuvieron presentes Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón y conde de Barcelona, el obispo Guido legado de la Santa Sede, Arnal Mir conde de Pallars y muchos próceres aragoneses, reunidos en Huesca. El obispo Dodón y el cabildo cedieron el castillo de Tabernas
34. Ibídem, núm. 135; 358, 362, 369; 272, 276, 341, 358, 376; 344; 324, 344, 376, 398, 466, 520, 551, 555, 658 y 713, y núm. 64, 68, 73, 77, 148. Uso.° ARTETA, A.: Pedro I, p. 396. 35. DURÁN GUDIOL, A.: «La Santa Sede y los obispados de Huesca y Roda....; Colección diplomática, núm. 139, 144, 145 y 181.
al hijo de Sancho Garcés, Lope Sánchez de Belchite, para que lo poseyera él mismo durante su vida y, después de muerto, uno de sus hijos, a cuyo fallecimiento el castillo volvería al pleno dominio de la Catedral. Por su parte, el agraciado cedió la parte que tenía por su padre en Fañanás, renunciando a cualquier derecho.36
Fue el antecesor de Dodón, el obispo Arnaldo, quien con el consentimiento de los canónigos, decidió en 1133 proceder a la población del castillo de Sesa, a cuyo fin invitó tanto a cristianos como a musulmanes con la promesa de dar a cada poblador una heredad libre e ingenua —casa y hacienda— y la condición de tributar diezmos y primicias los cristianos y la novena parte de sus rentas los musulmanes, limitando la facultad de enajenar sus bienes sólo a vender o empeñar entre los propios vecinos de Sesa.37
Más explícita es la documentación referente a la población de la almunia de Alboret, donada en 1100 por Pedro I a la Catedral.38 Su temprana población fracasó y la villa de Alboret iacebat deserta en 1139. Este año el obispo Dodón y el cabildo la donaron a Lope Galíndez de Bolás para que la repoblara bajo el señorío eclesiástico y la poseyera durante su vida. Muerto él, el castillo y la villa se dividirían en partes iguales, siendo una para la Catedral y la otra para el heredero del poblador, sin que perdieran los canónigos el dominium. Realizada con éxito la población en 1154, obispo y canónigos junto con Lope Galíndez de Bolás concedieron a los pobladores las respectivas heredades, limitada también la facultad de enajenar a sólo vender o empeñar entre los vecinos, que se obligaron a satisfacer diezmos y primicias y a los que se concedieron istos fueros «para que los guardéis entre vosotros para siempre: si hubiese riñas entre vosotros, el que hiera a otros, si hay dos hombres que lo testifiquen, pagará cinco sueldos; si le sacara sangre, habiendo testigos, pagará diez sueldos y si no hubiere testigos, se estará al fuero de la tierra; si uno matare a otro, pagará cien sueldos y, además, se guardará de sus enemigos; serán vuestras medidas de pan y vino como las de Huesca; quien hiriere a otro estará a salvo mientras permanezca en la villa, en su casa; y el hombre que tuviere riñas y no admitiere el laudo dictado por sus vecinos, sea entregado al fuero de derecho y acuda al fuero de la tierra».39
No se conservan noticias de otras poblaciones efectuadas por el cabildo oscense hasta el pontificado del obispo Esteban de San Martín, quien junto con los canónigos procedió en 1172 a la creación de la Villa Nova de Monzón —el llamado en el siglo XVI «el cuartel de Villanova» de esta ciudad—. Poseía la Catedral de Huesca en la misma plaza una p/4arn, que fue dividida en veintiséis partes, que fueron dadas a otros tantos pobladores «para que la poblaran y construyeran casas», que habían de someterse al dominio del obispo y canónigos, con la obligación de pagar anualmente al prelado o a su baile ocho dineros o una libra de cera cada 14 de enero.40
Poco después, entre los años 1176-1177, el obispo y cabildo donaron a Pedro de Laternuda la almunia d'Adarant, situada en término de Monzón, para que la poblara y pagara la undécima parte de los frutos del campo y de los rebaños. Por las mismas fechas entregaron a cuatro pobladores la almunia de Laarrova en término de Castejón del Puente, con la condición de vasallos, para tenerla bene populatam, y la de pagar, una vez satisfechos los diezmos y primicias, que debían a sus respectivas iglesias, la undécima parte de las cosechas y del ganado.41
La población del castillo de Sesa fue la que llegó seguramente a mejores resultados, alcanzó la nueva villa de señorío eclesiástico el centenar de vecinos a mediados de siglo. Tuvo la Catedral mayores dificultades en las villas de Tabernas e Igriés, que trataron de solucionar en 1182 el obispo y los canónigos.
Los vasallos de Tabernas habían iniciado el abandono de sus casas y heredades, al parecer porque
36. Ibídem, núm. 153. 37. Ibídem, núm. 135. 38. Ibídem, núm. 77. 39. Ibídem, núm. 159 y 216. 40. Ibídem, núm. 289. 41. Ibídem, núm. 335 y 336.
por ser novenarii podían obtener vasallajes más ventajosos en otras poblaciones. El obispo Esteban de San Martín y el cabildo intentaron frenar la despoblación de Tabernas y aun recuperar los vecinos emigrados, dispensándoles del pago de la novena parte de las cosechas a cambio de una contribución anual de cinco cahíces de trigo, cinco de ordio y dos de avena, que en la fiesta de San Miguel habían de llevar los vasallos a la Catedral. Además de esta reducción, seguían obligados a satisfacer diezmos y primicias, cultivar bien los campos y las viñas y «llamar a los otros vecinos que habían abandonado sus haciendas para que volvieran».42
También los vasallos de Igriés consiguieron el mismo año 1182 cierta reducción de sus contribuciones. Obispo y canónigos les concedieron que de los rebaños de ovejas y cabras no pagaran más que diezmos y primicias, cuando anteriormente pagaban el noveno, bien entendido que debían comprar más ovejas y cabras con el fin de aumentar la producción ganadera.43
Los vecinos de Sesa estaban obligados a dar la faneca ad areas pro colligendis decimis, contribución consistente en el pago de cierta cantidad de grano en las mismas eras con motivo de la recolección del diezmo —quizá una fanega por vecino cosechador— para sufragar los gastos de desplazamiento del baile que fiscalizaba las aportaciones decimales. El obispo les dispensó de esta obligación a cambio de que los vasallos abrieran por su cuenta una acequia nueva destinada al molino y de que contribuyeran a la edificación del mismo molino con cincuenta peones. Una vez levantado éste, adquirirían el derecho de regar un día y una noche por semana, la tarde del domingo y todo el lunes.44
En líneas generales la economía catedralicia durante el siglo XII se desenvolvió más bien entre estrecheces, principalmente a causa de la precariedad de su patrimonio, cuyas acciones de población y repoblación de sus señoríos consiguieron éxitos reducidos. Cierto que los patrimonios propios de cada canónigo, aportados para que pudieran mantenerse durante su vida y para que engrosaran el fondo común al fallecer, aseguraban la subsistencia del cabildo. Sin embargo, las adversas circunstancias en que se vio inmersa, lógicamente con el obispo, motivaron que la Catedral se viera abrumada de deudas. Circunstancias que prácticamente se reducen a los esfuerzos económicos que precisó a causa de los pleitos en defensa de la jurisdicción diocesana frente a otros organismos eclesiásticos y laicales. Los pleitos que llenan todo el siglo XII comprometieron gravemente la economía catedralicia íntimamente ligada a la episcopal, ya que los bienes del obispo y del cabildo eran comunes.
Las excelentes relaciones entre la sede oscense y los reyes Alfonso I y Ramiro II y la sentencia pontificia a favor de Huesca en el pleito sobre el territorio entre los ríos Cinca y Alcanadre, incluidos la ciudad de Barbastro y el priorato de Alquézar, presagiaban un apacible futuro económico para el obispo y el cabildo oscenses, que si no vieron incrementado su patrimonio, habían de obtener buenos ingresos con la percepción de los derechos episcopales en la zona incorporada, que importaban, al menos, la cuarta parte de los diezmos de la zona. Pero no fue así a causa de la política eclesiástica del conde Ramón
Berenguer IV, príncipe de Aragón, que repartió sus preferencias entre los obispados de Roda y Tortosa y la abadía de Montearagón en perjuicio del obispado y de la Catedral de Huesca.
El yerno del rey monje obstaculizó la ejecución de la sentencia pontificia, apoyando al obispado de Roda, a cuyo titular, el obispo Guillermo Pérez, acabó por brindar el traslado de la sede rotense a la recién conquistada ciudad de Lérida. Ello supuso la continuación del pleito sobre Barbastro y su comarca entre el obispado de Huesca y el de Roda-Lérida. Introdujo, además, en la zona otro elemento de discordia en perjuicio de la sede oscense, al conceder el priorato de Alquézar al obispo de la lejana ciudad de
42. Ibídem, núm. 371. 43. Ibídem, núm. 374. 44. Ibídem, núm. 345.
Tortosa.45 Favoreció sobremanera, asimismo, el conde-príncipe a la abadía de Montearagón, cuyo gobierno confió a su hijo natural, el abad Berenguer.
El aspecto del obispado de Huesca era desolador a la muerte del obispo Dodón y durante el pontificado de Esteban de San Martín. La autoridad episcopal era prácticamente preterida dentro de los límites teóricos de la diócesis entre los ríos Alcanadre y Gállego, la mayor parte y la mejor perteneciente a la jurisdicción de la abadía montearagonesa, cuya posición canónica quedó reforzada con la obtención de un importante privilegio concedido por el papa Alejandro III en 1170, que puso la canónica de Montearagón bajo la protección directa de la Santa Sede y confirmó sus posesiones, entre las que la bula pontificia registró setenta y una iglesias en la diócesis de Huesca y diecisiete en la de Pamplona.
A pesar de varias sentencias favorables, dictadas por la curia papal, el obispado de Huesca no pudo recuperar la mitad de la comarca de Barbastro, ni el priorato de Alquézar en poder del obispado de Tortosa. Por otra parte, el clero y el pueblo rehuían la satisfacción del cuarto decimal correspondiente al obispo o lo libraban a otros organismos eclesiásticos. Los nombramientos de cargos parroquiales se hacían al margen de la autoridad episcopal, a la que no acudían ni siquiera para la obtención de la cura de almas. Los templarios, si necesitaban los servicios de un obispo, acudían con preferencia al de Lérida. Éste insistía en que los límites de su jurisdicción llegaban hasta Barbastro y el Alcanadre. Y el de Pamplona reivindicaba la propiedad de varias iglesias sitas al oeste de la diócesis oscense.
Aunque la experiencia había enseñado en múltiples ocasiones que las sentencias pontificias favorables a Huesca difícilmente conseguían efectividad, el obispo Esteban de San Martín, quizá porque no hallaba otro medio, buscó ante la Santa Sede la solución de los problemas diocesanos. Obtuvo ciertamente el apoyo del papa Alejandro III, que intentó el restablecimiento de la autoridad episcopal y la observancia de las leyes canónicas en Aragón, sobre todo en cuanto a la posesión de iglesias por laicos, entre los cuales figuraba la propia corte real. Fue seguramente por influencia del cardenal legado Jacinto —futuro papa Celestino III— por lo que el rey Alfonso II expidió dos privilegios a favor de la Seo oscense: el primero confirmaba los privilegios concedidos por sus reales antecesores, al tiempo que se comprometía en nombre propio y el de sus sucesores a no promover acción alguna contra el obispo ni los canónigos de Huesca y Jaca; en el segundo, deseoso de «restaurar el orden eclesiástico tan confuso en Aragón a causa de la negligencia y malas costumbres», concedió a la Catedral las iglesias de Pertusa, Berbegal y Plasencia del Monte que le eran propias. Pero no fue hasta 1182, en que, obedeciendo al papa Lucio III, el rey donó al obispo la libre disposición de las iglesias de la diócesis y de las que pertenecían a la casa real. Esteban, agradecido o forzado, cedió a Alfonso II el diezmo del pan y del vino de las fincas explotadas directa o indirectamente por la casa real.
La ya tradicional postura de la Santa Sede y la nueva actitud del rey parecían dar ocasión a un cambio favorable al obispado oscense. Sin embargo, el éxito del obispo Esteban se redujo a conseguir una disminución de la intervención de los laicos en los asuntos eclesiásticos y, si se quiere, una relativa ayuda a las maltrechas finanzas de la mitra y de la Catedral: no significó la consecución de las contribuciones que se necesitaban para enfrentarse a la poderosa abadía de Montearagón.
Los pleitos seguidos personalmente en Roma por el propio obispo fueron costosos y no se habrían afrontado seguramente a no ser por la ayuda recibida del monasterio cisterciense de Poblet, del que Esteban fuera abad antes de su promoción al episcopado. El célebre cenobio prestó a Huesca unas 3.800 monedas de oro, respetable cantidad que no pudo ser totalmente reintegrada.46
45. DURÁN GUDIOL, A.: “La Santa Sede y los obispados de Huesca y Roda...», pp. 115-117. 46. DURÁN GUDIOL, A.: “L'abat de Poblet Esteve de Sant Martí bisbe d'Osca•, en Miscellanea Populetana (1966).