Ruta de los Artesanos

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Los Artesanos de

la Casa de las Macanas Si alguien quiere saber qué hacía Salma Hayek en Gualaceo, en la provincia del Azuay, Ecuador, es imprescindible visitar la Casa de la Makana de José Jiménez y Ana María Ulloa, su esposa. Allí se usa la milenaria técnica del ikat para tejer esa especie de chal que usan las mujeres de los Andes ecuatorianos. Es el resultado de la transmisión generacional de los artesanos desde tiempos preincaicos. En efecto, la makana es un tejido rústico teñido con tintes naturales. Sus colores se obtienen de la cocción de productos de la tierra: carbón, minerales, cáscara de frutas y cortezas de plantas. Pero también de la cochinilla del carmín, un insecto que se alimenta de la savia de las tunas y era ya usado en tiempos precolombinos con el objeto de obtener su colorante natural rojo. Para la fabricación de las makanas, el tejedor utiliza lana de borrego. Usa de cien a dos mil hilos, según la anchura del chal que va a realizar. Amarra en la urdimbre un número determinado de hilos, con cabuya y fibra impermeable de penco. Según la distancia entre nudo y nido, arma en el tejido las figuras prediseñadas: motivos incas, cañaris, o también rosas, claveles, mariposas, colibríes, caracoles, etc. Finalmente, tiñe.


Ya en el telar se juntan los hilos y se tejen hasta armar la tela del chal. La elaboración de una makana tarda en promedio tres días. En la Casa de la Makana se pueden observar tejidos que tienen más de cien años y todavía conservan sus colores y motivos intactos. Yo no solo eso, la técnica del ikat permite la fabricación de muchas otras prendas: ponchos, sacos, bufandas, cubrecamas, cobijas, bolsos, monederos, manteles e incluso zapatos. Todos sus productos contienen lanolina, una sustancia obtenida de la grasa de los animales que es beneficiosa para el fortalecimiento de los huesos. La Casa de la Makana es un taller, pero también es un museo vivo del artesano. Está ubicado en San Pedro de los Olivos, en el km. 10 de la vía El DescansoGualaceo, a 35 minutos de la ciudad de Cuenca. Lo visitan los turistas todos los días y se maravillan tanto con la fabricación como con los productos, ya que se puede admirar todo el proceso. Este taller es el más representativo de Gualaceo, donde también se puede visitar otros más, desde luego, ya que es un cantón de artesanos.

www.tejidosikat.com Usted puede observar en su web, sus diseños, informarse sobre su taller y sobre todo, establecer el contacto, ya que satisfacen no solo el mercado interno, sino también los pedidos internacionales.


Joyería

con identidad ¿Cuál es la diferencia entre un orfebre y un joyero?

Pregunta Fausto Ordóñez uno de los artesanos más importantes de la ciudad de Cuenca. Y él mismo responde: “El orfebre hace cosas utilitarias, instrumentales, mientras el joyero elabora objetos únicos, de uso personal”. Él, desde luego, es un joyero, y ha dedicado toda su vida a esa labor. Así lo demuestra su taller, ubicado en la calle Guayaquil 8-66 y Benigno Malo, que funciona además como galería, tienda y museo. Allí se imparten talleres a quienes quieren dedicarse al oficio, que, por lo demás, tiende actualmente a desaparecer, debido a los procesos industriales que abaratan los costos y elaboran productos a gran escala. Estos joyeros, por supuesto, reconocen el legado de sus grandes maestros y en su museo puede observarse una galería fotográfica de los referentes azuayos de la joyería. Los collares, las pulseras, los pendientes y los anillos han sido las joyas preferidas durante la historia. La historia de la joyería de plata se ha documentado desde el año 5000 antes de Cristo. En esa época ya había métodos para separar el oro de la plata. En Sudamérica, este oficio es también milenario y en esta zona del país se ha convertido en un patrimonio vivo. Hablamos, desde luego, del artesano, que elabora joyas exclusivas de forma manual.


Han escogido la plata porque es el metal más maleable y dúctil después del oro, que ha acrecentado considerablemente su costo. La plata permite al artesano desarrollar su creatividad y ejecutar diseños únicos. Más importante que el metal, entonces, es el objeto creado. El cliente llega con una idea que trasmite al artesano, quien diseña en papel varias propuestas. Puestos ya de acuerdo, entonces comienza el proceso de fabricación de la joya. Por supuesto, es posible adquirir joyas ya diseñadas, para eso está la tienda, donde existen miles de opciones en tipos, formas y tamaños. Pero si lo que se quiere es algo único y personal, entonces habrá que seguir todo el proceso, que comienza por fundir el metal en un crisol poroso a altas temperaturas, para convertirlo de estado sólido a líquido. Una vez fundida, la plata se vacía en moldes de hierro. Dependiendo del tipo de joya que se va a realizar, se realizan láminas o hilos, que finalmente se sueldan con mucha delicadeza y precisión de acuerdo con el diseño. La plata se conjuga también con piedras preciosas como el cuarzo u otros materiales como la concha Spondylus. En el taller de Ordóñez priman los diseños eclécticos, donde se juntan los motivos autóctonos precolombinos de varias culturas ancestrales del país con tendencias postmodernas. “Hacemos joyería con identidad”, afirma. Los artesanos que trabajan en su taller se han especializado fuera del país - -Italia-, por ejemplo, para aprender las técnicas que se usan actualmente y, sobre todo, vienen de una tradición orfebre transmitida de generación en generación. Han participado, además, con sus diseños en eventos nacionales e internacionales como el Miss Universo 2004, realizado en Ecuador. Sus joyas son valoradas por artistas, personajes públicos, reinas de belleza y sobre todo, por personas que quieren lucir un objeto con un estilo único.


El tejido

de paja toquilla

La Nomenclatura, una rama de la Taxonomía, denominó a la paja toquilla, como se la conoce en el Ecuador, con el nombre científico de Carloduvica Palmata, en honor a Carlos IV (Carolus) y su esposa María Luisa (Ludovica), en el siglo XVIII. Esta planta es nativa del continente americano y es la materia prima de la elaboración de los famosos sombreros de paja toquilla.


Considerado como una de las bellas artes

De hecho, el Ecuador fue el primer país que la industrializó, no solo a través de los sombreros, sino de toda una gama de objetos tanto decorativos como de uso cotidiano. Además, el país es actualmente el principal productor de esta fibra y su comercialización e industrialización constituye un importante aporte al mercado de las exportaciones y al sostén de miles de familias de varias de sus provincias. Su mayor producción se sitúa en Guayas, Manabí y Esmeraldas. Durante los años cuarenta del siglo XIX, algunas regiones del país pasaban por graves problemas económicos. Por ello, las autoridades decidieron impulsar el desarrollo de algunas actividades productivas, entre ellas el tejido de sombreros. Si bien en la provincia del Azuay la introducción de la manufactura de sombreros data del año 1835, solo se extiende a partir de 1844, cuando la Corporación Municipal Cuencana ordena se instale un taller para la confección y se enseñe en las escuelas el tejido de paja toquilla. Para 1849, el sombrero de Montecristi, Jipijapa y Cuenca ya se había extendido hacia Panamá, desde donde concurre, en 1855, a la famosa exposición mundial en París, de la mano del francés Felipe Raimondi. Allí, impresionó de forma favorable al habitante europeo, que empezó a demandarlo enormemente por la finura de su tejido. Entre 1880 y 1881, durante la construcción del canal de Panamá, el uso del sombrero se amplía en esa zona como el más adecuado para las condiciones climáticas y el tipo de trabajo que se realizaba. Se volvió, entonces, una prenda de uso común y se la demandaba al Ecuador


en proporciones gigantescas. De allí que se lo empezara a denominar “panama hat”, ya que además había atención especial del mundo sobre esa zona del canal. En Cuenca, el arte de la cestería o tejido tradicional de paja toquilla se lo puede encontrar en sus poblaciones aledañas como Sigsig. En la vía Chiguinda-Gualaquiza se encuentra la Asociación de Toquilleras María Auxiliadora, que se ha formado en pro del desarrollo de esta actividad que forma parte de los referentes identitarios ecuatorianos, es patrimonio cultural del país y se quiere que se la incluya en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. Hasta Sigsig, la paja toquilla llega comúnmente desde Guayas o Santa Elena, en una compleja red de relaciones sociales y económicas entre los Andes y la Costa. Los conocimientos vinculados a la manufactura de los sombreros han sido transmitidos de generación en generación. Para su elaboración, la fibra se divide en hebras, que dan la calidad del sombrero. Mientras más fina es la hebra, mayor es la escala y, por tanto, mayor tiempo toma el tejido. Una vez partida la paja, se cose la corona, luego la plantilla, la copa y el ala del sombrero. Este proceso dura entre tres y cinco meses, para luego pasar a la compostura y finalizar la elaboración. En la compostura, el sombrero recibe su toque final: se lo lava, se lo desengrasa, se lo enjuaga, se lo blanquea, se lo sahúma, se lo horna, se lo plancha y se lo macetea. Todo este complejo arte se realiza en Sigsig, hasta adonde se puede acudir a observar las hábiles manos de sus mujeres tejiendo el patrimonio.


Los picapedreros

de Rumihurco

Conocida es la singular arquitectura de los hogares ca単arejos


Producto de la migración, las viviendas de los habitantes de esta provincia del país han tomado mucho de las casas norteamericanas modernas, amplias, con techos inclinados de teja y paredes de ladrillo. Han utilizado, además, los materiales propios de la zona, sobre todo para las fachadas, columnas, capiteles, pisos, bordillos, piletas, adoquines, pilares, figuras de animales y aves, lápidas, cruces, bateas y revestimientos para gradas. Desde el cerro Cojitambo, en Azogues, una de las tres montañas sagradas para los cañaris, se extraen enormes rocas para dar forma a bellas piezas arquitectónicas. En la zona de Rumihurco, en la parroquia Javier Loyola, conocida como Chuquipata, se puede observar a los artesanos en este trabajo pesado y laborioso. Escultores que reciben la piedra para dar forma a los más variados tipos de materiales pétreos.

El trabajo es manual. Sus herramientas son el martillo y el cincel, como los grandes escultores de la antigüedad. Tienen mucha práctica en la precisión del golpe, lo que da a cada pieza la misma forma y detalle, como si se hubiesen tallado con una máquina. Aun cuando la demanda ha disminuido frente a la industria, muchos compradores prefieren este tipo de acabado poroso de la piedra tallada a mano. Sus objetos artísticos se encuentran en plazas, parques, calles y hogares lujosos tanto de Cañar como de Azuay. No es raro ver, entre las montañas, por otro lado, esos chalets adornados con columnas que rematan en capiteles dóricos, jónicos o corintios. Algunas iglesias de Azogues, por lo demás, se han construido con las manos de estos artesanos de la piedra, cuya formación deviene de sus antepasados, un atávico ejercicio artístico de fortaleza e imaginación.


El sombrero

de paja toquilla Largo y delicado es el proceso que va desde la recolecci贸n de la palma (Carludovica Palmata) hasta la elaboraci贸n del sombrero fino de paja toquilla, patrimonio cultural del Ecuador. En Azogues, provincia de Ca帽ar, m谩s de un siglo llevan ya las tejedoras dedicadas a esta actividad artesanal.


La palma llega desde las provincias del Guayas y Santa Elena y se distribuye en los mercados locales, pero, para ello, ha sufrido un tratamiento del que depende la calidad del futuro sombrero. Se han seleccionado ya los cogollos (envolturas de hojas tiernas) en condiciones de ser utilizados. Se han desvenado, es decir, han quedado libres de la corteza áspera que envuelve la fibra. Se han cocido en una vasija llena de agua. Se han secado y despegado las hojas hasta que la paja se ha recogido y adquirido su blancura característica. La paja se ha ahumado en un fogón para eliminar la parte mala y ajada de la fibra. Y, por último, se ha secado. Solo en ese momento la paja se entrega a los compradores en los mercados de la Sierra, básicamente de las provincias de Azuay y Cañar, adonde llegan las revendedoras o las tejedoras para iniciar el proceso de tejido. Es una actividad casi exclusiva de las mujeres, que han adquirido esta habilidad transmitida de generación en generación. La mayoría pertenece a poblaciones rurales. Tejedoras que realizan esta actividad manual al finalizar sus tareas domésticas y agrícolas, como una ocupación secundaria para contribuir al exiguo presupuesto familiar. Sin embargo, en los últimos años, han ido surgiendo asociaciones de tejedoras que se dedican a comprar y vender la paja, y, sobre todo, al acabado final de los sombreros. En Azogues, por ejemplo, está la Asociación Unión Cañari, ubicada en Charasol, a cinco kilómetros de la ciudad


CAÑAR

en dirección de la Panamericana Sur, donde se encuentra su taller. Desde 1991, esta asociación reúne a mujeres de distintas poblaciones de los cantones Azogues y Biblián. La cooperativa les brinda asesoría y apoyo, y en su taller se puede observar todo el proceso: desde el tejido hasta el acabado final. El sombrero de paja toquilla consta de tres partes: plantilla, copa y falda. El tejido empieza por la plantilla. En el centro tiene forma circular. Para la plantilla y la falda se requiere de una horma, que da forma al sombrero. Solo la habilidad manual de la tejedora imprime la calidad al producto. Los calados y labores en el tejido dependen de la destreza e imaginación de las artesanas. Una vez concluido el tejido de la falda, se realiza el rematado, de derecha a izquierda, sin cortar las pajas sobrantes. Aquí termina la fina labor de las tejedoras. Desde allí, comienzan otros procesos: lavado, azocado, sahumado, prensado y semiblichado. Del tipo de sombrero que se desee confeccionar depende el número de cogollos que se deben comprar. Para un sombrero fino se requieren de diez a doce cogollos, siempre que se trate de un sombrero llano o de brisa. Para un grueso o corriente, diez u ocho; y para un calado, que es el más económico, de ocho o seis. Un sombrero fino posee alrededor de 1200 hebras. El proceso de tejido, requiere, por tanto, de mucha paciencia y tiempo, por ello cada sombrero fino de paja toquilla adquiere un gran valor simbólico.




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