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José María Pinto. Testigo Urbano
Gerardo Fontanés. Artista y Galerista
Como investigador que escrutara la conformación arquitectónica de los múltiples rincones de las metrópolis, José María Pinto ha callejeado incansablemente por las ciudades, encontrando en el gigantismo de su arquitectura la esencial armonía en que contrastan las estructuras: hormigón, metales y maderas, dentro d e una escenografía de bambalinas ciclópeas.
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Me aventuro a asegurar que este artista posee una excepcional visión escenográ - fica de los diferentes planos sucesivos q ue conforman la perspectiva espacial, tratándolos como variables secuenciales de un gigantesco escenario vitalista.
Lo que percibe en forma matérica, lo traduce en planos de color ordenadamente ensamblados, agrupados, ordenados y definidos con un minucioso y pulcro trabajo de pincel, ayudándose de unos ciertos recursos aditivos que hacen patente la solidez y firme linealidad de los cortes y límites físicos de lo representado.
Es importante resaltar la importancia de la visualización de la totalidad porque, si bien se constituye con elementos diferentes y con imagen propia, cuando se integran dentro de los planos del soporte pictórico, su conjunción es susceptible de una interpretación más compleja y abstracta. Los edificios, sin dejar de parecerlo, ahora son columnas tonales quebrando espacios, contrastando y dividiendo los sectores y áreas superficia - les en factores estéticos asociados. Los elementos comunes del mobiliario urbano identifican y ambientan entornos intensamente vividos por los cuales, detenidos en un instante de su existencia casual, circulan seres presentados de modo teatralmente esquemático y que, ubicados en sus variados escenarios, son los anímicos actores protagonistas de fragmentadas historias de cotidianeidad contadas por José Maria Pinto.
Para esto —es obvio, pero lo repito para dejar constancia—, se necesita una solidez de trazo que no se abandone al caprichoso albur voluble de la línea curva, ni al a rbitrio de volumetrías desmedidas y deformes, permaneciendo fiel a un sentido arquitectónico proporcionado, de firmes basamentos, y enterrando raíces identitarias en tierras o asfaltos recorridos por paseantes apresurados, displicentes, calmados o simplemente contemplativos.
Es notable redescubrir cómo la afirmación de principios, el manejo correcto y experto de las normas clásicas e inmutables del Arte: un dibujo preciso, puede influir en la solidez y credibilidad de lo que se representa. La línea, aquí, no es una frontera divisoria, sino un nexo de unión entre afinidades zonales y un desafío tonal amistoso entre elementos certeramente confrontados.
D entro de la recreación de ambientes en lo que, estéticamente, se suele denominar: paisaje urbanista, de contrapuntos visualmente concertados, hay unos espacios donde se contienen, suspendidos en su momento de máxima tensión, gestos elementalmente humanos. Una mixtura alquímica entre la plasmación de las percepciones íntimas de la vida aparente, con sus cálidos esquemas funcionales y movimientos, y el frío entorno de una severa arquitectura exterior; de todo lo cual el artista toma lo más destacado de su singularidad sorprendente y específica.
En resumen, son hallazgos de fortuna visual, extraños, dentro del general absurdo en que se contexturan habitualmente nuestros espacios de convivencia.
José Maria Pinto está empeñado en mostrarnos la parte armónica resultante de lo construido —quizá de pura casualidad—, por los seres humanos. Pero están ahí, en forma de conjuntos estáticos, de estructuras de aristas encontradas y límites cortados a cuchillo, entre líneas, superficies y unos imaginados volúmenes simulados dentro de las dos dimensiones del soporte.
Y, sobre todo, todos nosotros estamos dentro de ellos, en continua actividad, poniendo el aliento vital necesario para que todo tome sentido y justifique un propósito. Ya que, cada día, somos inadvertidos actores dentro de un escenario fortuito, la feliz coincidencia de que ambos recursos, los personales y un circunstancial entorno escénico, sean ergonómicos y racionales —justo lo que se debió pretender objetivamente desde el principio—; unido a la puntual mejora de un fortuito embellecimiento debido al azar de un particular momento o situación estética, hacen de cada pieza de esta pintura una foto fija donde los pasos de los viandantes no están detenidos en latente suspensión, sino que aguardan con cromática paciencia nuestra ayuda emocional para seguir con su tránsito, dando los consiguientes pasos o carreras hacia ignorados lugares, o tomando el esperado taxi de cualquier color para que nos acerque a un supuesto e intuido destino.