Amor, sexo y mentiras 路 Nieves Mes贸n 路 Divalentis.es
Nieves Mes贸n
Amor, sexo y mentiras · Nieves Mesón · Divalentis.es
1ª Edición: Abril 2012 © 2012 Divalentis S.L. www.divalentis.es Telf. +34 964 535 516 Texto: Nieves Mesón Diseño de edición: Divalentis S.L. Diseño de portada: Divalentis S.L.
ISBN: 978-84-939522-2-8 Depósito legal: Impresión:
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A todos los hombres a los que no pude amar.
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Índice
Prólogo .................................................................................
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1- Alba y Luís. Más allá de la apariencia. ............................
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2- Susana y Sergio. ¿Prisa por morir? ..................................
24
3- Ana y Jorge. Madre abnegada. .........................................
31
4- Sara y Bruno. La intuición. .............................................
38
5- Rocío y Marcos. Ser mujer. ..............................................
49
6- Lucía y Ramón. Vulnerabilidad. ......................................
59
7- Nora y Santiago. Pareja de tres. ....................................... 64 8- Carlos y Andrés. Buscas pero no hallas. ..........................
73
9- Mónica y Javier. ¿Quién fui? ............................................
80
10- Diana y Raúl. Mujer despierta. ......................................
87
11- Gema y Luca. Inocencia. ................................................
97
12- Andrea y Francisco. Amor con mayúsculas. .................. 106 13- Susana y Roberto. Libertad. ........................................... 114 14- Carla y Miguel. Compasión. .......................................... 122 15- Alicia y Fernando. Abandono. ........................................ 133 16- Belén Y Miguel. Inteligencia interpersonal. .................. 142 17- Almudena y Álvaro. Triste seductor. .............................. 147 18- Jaime y Claire. Energía vital. ......................................... 157 19- Clara y Hugo. Acoso cibernético. .................................. 166 20- Mónica y Adrián. Cosmética mental. ............................ 181 21- Ramiro y Natalia. Ruptura programada. ....................... 186 22- Elena y Jorge. Feminidad. ............................................. 192
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Prólogo
Antes de nada debo decirte que no voy a ser objetivo. No quiero ni puedo hacerlo. Por lo tanto, tienes, querido lector, todo el derecho a pensar que soy un vendido. Trataré de explicarme para justificar tal afirmación. Y es que si tienes la oportunidad de conocer a Nieves, comprobarás como yo, que ¡oh, sorpresa!, parece interesarse de verdad por lo que le cuentas. ¿Una persona que te escucha con interés sin esperar con impaciencia a que acabes para largarte su rollo? ¡Cielos, es ella! Eso sí, no esperes que se trague todas las milongas que le vas a contar. Seguramente tu discurso quejica estará salpicado de lamentos por lo incomprendido que te sientes, lo que sufres en un mundo que se te antoja hostil, o lo difícil que te resulta encontrar a alguien que te quiera como tú deseas. Habrá en él probablemente grandes dosis de autocomplacencia, y dado su magnetismo personal, tratarás de buscar su aprobación poniéndote estupendo para que compruebe que eres una persona verdaderamente especial. Su respuesta siempre te sorprenderá, probablemente te descolocará, y casi con toda seguridad dará en tu diana interior para dejarte noqueado. Y sí, hará que te sientas especial, pero no por escuchar lo que tu ego insaciable estaba esperando oír, sino porque su discurso viene de otra parte; seguramente del lugar donde habita alguien que, acostumbrado a escuchar historias parecidas a la tuya, siente verdadera compasión, entiende tu desvalimiento y otorga a tu vida una importancia que ni tú mismo le habías concedido.
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Toda su experiencia como “escuchante”, unas dotes de observadora poco comunes, y un infinito interés por el fenómeno de la vida y las relaciones humanas han dotado a nuestra heroína de unas herramientas de precisión con las que articula sus historias. Los mimbres con los que teje su relato son extraídos del corral de comedias que forman nuestras vidas. Son ese batiburrillo de lugares comunes en el que todos seguramente nos veremos reflejados. Pero no te dejes engañar, con este aparente juego de distracción, Nieves, en realidad, quiere conducirnos a ese más allá de nuestras “cuitas” cotidianas, al punto exacto donde está la esencia pura que nos anima y que nuestra visión distorsionada siempre nos escamotea. Para ello, se dedica con entusiasmo a levantar el tapete de lo aparente, para descubrir lo verdadero, ya sean miserias, miedos o pequeños egoísmos. En este retrato coral, a veces aparecemos como seres desesperados, buscando el Santo Grial en un estercolero de emociones y sentimientos destructivos, aderezados con sueños de poder, deseos de dominación o de ser dominados por algún ejemplar del otro sexo (a veces, del mismo), pues sexo es en muchos casos lo que eufemísticamente llamamos amor. Lo que se nos antoja producto de planteamientos racionales, muchas veces resulta serlo de una explosión hormonal que ciega nuestras entendederas. Es decir, impulsos atávicos que nuestra deformación intelectual, después de siglos de cultura, disfraza de no sé qué enrevesadas razones. De destejer esa madeja se trata. ¿Cómo hacerlo? Aquí me permito echar mano una vez más de mi subjetividad, en este caso masculina, para concluir que es la visión femenina desde la que están escritas las líneas que siguen, la que nos puede dar pistas sobre esa esencia que perseguimos como zanahoria atada al bozal del burro. Y es que lo femenino suele tener menos pudor, menos barreras para acercarse a los sentimientos. En este caso, lo
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femenino se alía con Nieves para decirte que no necesitas ningún atributo externo para triunfar en el amor; a veces hay que leer entre líneas para captar el hecho de que ese triunfo no tiene nada que ver con lo que habitualmente esperamos. ¿Qué hacer? Tal vez tomarnos en serio el consejo de San Agustín y decidirnos a amar de una vez por todas. A estas alturas de la historia nos quedan pocas oportunidades. O lo conseguimos, o estamos apañados. Humberto Blanco
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“Hoy te quiero. Mañana no estaré segura. Y pasado mañana puede que vuelva a estar loca por tus huesos, pero al día siguiente volveré a dudar. Soy mujer, y cambio de fase, como la luna. Amaré a mis hijos y también querré haber sido soltera y virgen, monja de clausura y prostituta de lujo. Me gustará leer a los clásicos, saber varios idiomas, estar muy informada. Y al mismo tiempo, coger una mochila y recorrer el mundo, durmiendo en una playa, amando al primero que aparezca y me haga sentir viva. Quiero estar, si me llamas. Quiero ser una madre perfecta, que mi casa sea un hogar. Quiero viajar al otro lado del mundo, sola, sin recuerdos, empezando una nueva vida, cada cierto tiempo. No puedo admirarte siempre, a veces quisiera que fueras diferente. Quiero que tú me comprendas. Quiero poder comprenderte. En ocasiones, me lo impide mi impaciencia. No aceptas mi parte masculina, pero has de saber que yo, sin ella, me resquebrajaría. Quiero estar radiante el día de mi boda. Quiero pasar de todo, vivir en el monte, con dos cabras y una ardilla. Quiero ser sincera contigo. Quiero poder tener mil secretos no compartidos. Quiero que hoy me acaricies. Mañana, por favor, no me toques, no sabré quién eres. Me arrepiento de todos mis errores. Soy la que soy, perfecta. Dulce y perversa. Abnegada. Generosa. Me haré invisible si alguna vez miras a través de mí, para observar a otra. No te apures, no sentiré desprecio, en ese momento estaré conversando con el viento y el fuego me estará pidiendo que te olvide. No soy una, soy todas las mujeres. Por eso, cuando me observas, no aciertas a comprender que es lo que estás viendo. Si al final consigo amar, lo sabrás, te lo aseguro. Aunque no las formules, responderé sin palabras a todas tus preguntas. Y, serena, te mostraré que nada fue en vano”.
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Alba. Divorciada. Tres hijos varones. Vulnerable. Impredecible. Durante mi matrimonio no supe lo que era un orgasmo. Dieciocho años y tres hijos después, tú me lo enseñaste. Me hice casi adicta a esa increíble sensación de descontrol, a ese extraño y efímero placer que podía experimentar sin ningún tipo de pudor, en tu presencia. Era asombroso que a alguien le importara tanto mi propio disfrute, no estaba acostumbrada a una actitud tan generosa. Sin embargo, la balanza no estaba equilibrada. Cuando te conocí, aun suponía para mí un tremendo esfuerzo, tocar otro cuerpo. A mi marido no fui capaz de quererle. A ti, no sé si te quiero. Supongo que te has dado cuenta, aunque te aseguro que lo intento. Hay algo que me impide poner más de mi parte. Me siento culpable, no sé con exactitud de qué, puede que se trate sencillamente, del pecado que cometió aquella Eva, que nos sacó a todas del paraíso. Es un tema espinoso el del querer. Cuanto más te esfuerzas, menos lo consigues. De forma espontánea, a mí, de las entrañas, solo me surge deseo. Al amor no llego. Entrego mi cuerpo y después me quedo con el recuerdo de ciertas escenas memorables, pero siento que estoy fuera del escenario, como simple espectadora, incapaz de hacer uso de la energía procedente del corazón. Está bloqueada. Solo soy una cabeza y una preciosa vagina (como tú la describiste un día, cosa que me pareció sin duda sorprendente, yo pensaba que las vaginas eran todas iguales. “¡Qué va, las hay muy feas!”. Y yo me quedé pensando que hasta para eso hay que nacer con estrella).
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Y entre cabeza y genitales, no hay nada. Mi corazón transmite el impulso eléctrico, abre y cierra sus válvulas, bombea la sangre a través de las arterias… Pero no ama. He intentado boicotear nuestra relación muchas veces, ya lo sabes. Aún no lo he conseguido, tú no me lo permites, pero seguiré ensayando nuevas formas de lograrlo, estoy segura, como si no me quedara más remedio, siendo, como soy, merecedora de un castigo por disfrutar del privilegio de tenerte a mi lado. Soy voluble, supongo que a estas alturas, después del tiempo que llevamos juntos, no tengo que decírtelo, necesito que el panorama de mi vida cambie de forma permanente. En ocasiones anhelo, de una manera obsesiva, aquello que no tengo. En el tercer embarazo (creo que nunca te lo he contado) creí volverme loca tratando de imaginar la cara de mi niña. Lloré después, a solas, durante algún tiempo, hasta que acepté a mi pequeño. Te propuse castidad, hace unos años, y aceptaste, diciéndome que si yo estaba convencida de que era necesario para mí, no podías negarte. Era esa época en que estuve tratando de encontrarme a mí misma mediante un tipo de meditación que requería ser vegetariana, renunciar al alcohol, al tabaco y al sexo. En el fondo, no tenía ninguna intención de prescindir de forma definitiva de tus caricias y del placer que me provocaba tu deseo, pero supongo que traté de aparentar ante ti, que me estaba convirtiendo en un ser muy evolucionado, por encima de los apegos de este mundo. Recuerdo que te dije: “Hazme un favor muy grande, esto no se lo cuentes ni a tu mejor amigo”. Y tú me respondiste: “¡Pero, si tú eres mi mejor amigo!”. Creo que no te merezco. Después de aquel despropósito quise volver a lo de antes, a nuestros orgasmos compartidos, pero a ti te resultaba imposible,
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me veías como a una maestra ascendida. Y una vez más, con toda tu paciencia, trataste de mirarme con otros ojos, de volver a ver a la mujer de antes, y aquí estamos, disfrutando de nuevo de los placeres mundanos, hasta de un vaso de vino de vez en cuando y cómo no, estás encantado, después de tanto ascetismo. Pero me vuelvo a desilusionar. No suelo permanecer mucho tiempo en una determinada gama de sentimientos. Tú te adaptas, ¿te das cuenta? Y yo me revuelvo, incómoda, en cualquier silla. Si te alejas, vuelvo a desearte más que nunca. No sé de qué material está hecha mi insatisfacción, es algo tan denso que casi puede tocarse con los dedos. Admiro la capacidad que tienes de disfrutar de esta existencia. Gozas estando en casa de tu hermana, con toda tu familia, hablando de simplezas (mientras yo, juzgando a cada uno de ellos, me desespero y siento una inmensa pena por su pobreza de espíritu) o te vas encantado a una cena con gente de tu trabajo (a la que yo no asisto porque les considero a todos unos mediocres) o te observo, cautivado por una película del oeste ( cuando yo, sin dar crédito a tu cara de entusiasmo, me levanto del sillón y me retiro, airada) Tengo muchos datos, ya lo sabes, te lo digo muchas veces cuando discutimos y me doy cuenta de que te dejo sin argumentos, soy muy hábil con las palabras, en cambio tú, no las necesitas, pones cariño donde yo intercalaría una gran frase. Es curioso que te admire tanto y sin embargo añore, muchas veces, estar con otro hombre, que sea más duro, más difícil de conquistar. Más atractivo. Más alto. Uno de esos tipos que enamoran a las de quince. La edad en la que permanezco desde hace tiempo. Sigo siendo una adolescente caprichosa, ya lo ves, aunque te coma el coco con mil teorías sobre inteligencia interpersonal. Hay días en que llego a detestar tu aspecto y solo me fijo en tus carencias, tus defectos, tu despiste... como queriendo convencerme de que hice mala elección, que no me gustas lo suficiente y tratar
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de romper esto nuestro otra vez, que se mantiene en pie, gracias a que tú sí eres capaz de mirar a través de mis múltiples defectos y logras ver en mí a esa niña que soy, desencantada y solitaria, fruto del desamor de unos padres que no tuvieron el valor de reconocer que su relación era un absoluto fracaso. Mi padre ya no está aquí. Me impidió ser yo, porque él se impidió a sí mismo ser el que era. Le vi sufrir desde que tuve uso de razón. Puede que de ahí provenga mi tendencia a enredarme en la tristeza. Nunca te expreso lo que realmente siento por miedo a perderte, pero de esta manera te vuelvo loco con mis cambios de humor, mis dudas y las continuas argumentaciones con las que trato de convencerte de que lo mejor es separarse, cuando en realidad lo que quiero es que no te alejes nunca, porque necesito que estés ahí, apoyándome siempre. Acuérdate de lo que dijo aquella bruja a la que fuiste con tu hermana: “Alba siempre será una niña caprichosa”. No me hizo ninguna gracia cuando me lo contaste, pero tengo que reconocer que es la verdad. Ser madre me ha hecho madurar en muchos aspectos, me he convertido en una persona mucho más paciente, más generosa, pero como mujer no he avanzado nada, sigo pensando que el príncipe azul existe y cuando te comparo con él, sales bastante malparado. Él es perfecto en todos los aspectos. Tú no. La gente perfecta no es real, ya lo sé. Puedo intelectualizar esta idea, pero mi compulsión por obtener algo mejor de lo que tengo, sigue actuando en mí. ¿Podré aprender a quererte, tal como eres? Ya sabes que soy muy disciplinada. No creas que te menosprecio. En realidad, es mi propia impotencia la que proyecto en ti. Mientras hacemos el amor, cambio de música varias veces, para que el decorado sea excelente, tú, sin llegar a enfadarte, me
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comentas que eso te desconcentra. Sé que tienes razón, como siempre. Pero no hay remedio. Todo ha de estar bajo control. Me canso de mí misma. Mi padre, desde el más allá, parece vigilar mis actos. Y mi madre, desde más cerca, censura sin palabras mi sexualidad y me invita con su ejemplo a entregarme al cuidado de mis hijos y mi hogar, olvidándome del goce de los sentidos. Yo, sumisa, acabo abortando irremediablemente, cualquier intento de aventurarme por terrenos prohibidos. ¡Ay, padres míos, qué daño me hicisteis sin pretenderlo! Me gustaría poder contaros cuánto me gusta rodar por la cama con él, jadeando, moviendo la cadera para excitarle aún más, sentir sus manos... Por qué no se iría mi madre a evangelizar a los impíos en algún lugar remoto, en lugar de concebir y después castrar a una criatura sensual, algo exhibicionista y con cierto toque impúdico, como soy yo. En mi se da una coexistencia ilógica, de padres puritanos y alma de insolente gitana. Tiendo una emboscada contra mí misma, te alejo con mil reproches, aún sabiendo a ciencia cierta que sin ti no soy capaz de dar un paso, y una vez perdida, sintiendo mucho frío, vuelvo en tu busca. Siempre estás, de otra manera no me distanciaría tanto, voy caminando deprisa, en completa soledad, pero mirando de continuo hacia atrás para evaluar el trayecto que sin duda volveré a recorrer más tarde. Es un juego extraño, te pierdo y te gano cada cierto tiempo, debe ser que me aburre pensar que ya estás domesticado. Cada vez que me despido de ti, muy seria, dando por terminada la relación, corro el riesgo de que al volver para intentar recuperarte, te hayas ido.
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Después de darle muchas vueltas al coco, (ya sabes cómo me gusta investigar en el contenido de mi mente) he descubierto que hay en mí un personaje inconsistente, que determina mis estados de ánimo y podría definir como una especie de loco (utilizo el género masculino para definirlo porque carece por completo de feminidad) que en ciertas ocasiones se empeña en convertirme en un ser indigno y miserable y en otras me hace ver que soy muy superior a cualquier otro ser humano. Y mientras actúo de acuerdo a sus dictámenes, la mujer que yo iba a ser, la que en realidad soy, ¿donde está?, ¿cómo es? Dices que cuando me río, ilumino tu vida. Creo que solo tú, eres capaz de ver lo mejor de mí misma.
Luís. Divorciado. Espontáneo. Creativo. Me abriste las puertas a un sexo improvisado, primitivo, casi salvaje, por tu forma de entregarte de forma incondicional, no decías que no a nada, era algo nuevo, sorprendente, me sentía totalmente aceptado tal como era. Me gustaba tanto tu cuerpo, tu disponibilidad, que podía dar rienda suelta a mis fantasías, cosa que nunca me había pasado antes con otras mujeres, es difícil encontrar a alguien con tus características, pequeñita, bien formada, flexible, creativa en la cama, dispuesta a dialogar y compartir cualquier cosa. Me sentía reconocido como hombre, alababas mi trabajo y mi forma de relacionarme con los demás y algo para mí muy importante, convertiste mis defectos en virtudes, volviste mi mundo del revés, desdibujando de forma muy hábil, mis complejos e incapacidades. Pero, misteriosamente, nunca supe por qué, pasado un tiempo, dejaste de venir a mí. Se evaporó aquel impulso que hasta entonces
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había provocado tu acercamiento, y ese deseo tuyo que provocaba una tremenda excitación en mí, fue, poco a poco, desapareciendo. Empezaste con pequeños sabotajes, querías cortar la relación cada semana, yo ya no era suficiente. Y nuestra relación sexual, se fue contaminando. Muy lentamente, en principio, porque la atracción por mi parte seguía siendo enorme, pero fuiste sofisticando el modo de alejarte, apareció gente nueva, grupos de encuentro, meditaciones, viajes, retiros, nuevas formas de alimentarte que nos impedían llevar una vida normal, ya no podías beber alcohol, ni salir por la noche, ni asistir a fiestas, todo era muy espiritual, muy elevado, hasta que me propusiste dejar de follar. No me extrañó demasiado, era lógico, teniendo en cuenta el giro que estaba dando tu vida. Y lo acepté, no me quedó otra, te dije incluso que no te preocuparas, que siempre iba a estar a tu lado. Simplemente, te quería. Seguí cerca de ti, aunque mi interés sexual fue decayendo, de forma paulatina. Me hablabas de otros mundos, había surgido un universo paralelo, al que yo no tenía acceso, tenía celos de esa gente que ocupaba ahora tu mente, ya no me deseabas, no caminábamos en la misma dirección. Fui dirigiéndome hacia atrás sin que te dieras cuenta, tratando de disolver los celos y la desconfianza, buscando un lugar desde el que podía observar, sin resultar herido. Y cuando te acercaste de nuevo, tuve que hacer un tremendo esfuerzo por volver a enamorarme. Tenía miedo de haber perdido la capacidad natural de estimularme. Traté de recuperar la conexión. Estaba perdido, pero aún quedaba cierta atracción residual que nunca llegó a desaparecer por completo. Pero tú habías cambiado, ya no valía todo, ya no era algo natural.
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Y sigo desconcertado. Me pesa la rutina y también los años. Tú te has vuelto más seria, tienes una mayor certeza acerca de los grandes secretos de esta existencia, después de tanto descubrimiento, y sin embargo continúas insatisfecha, y yo, expectante, trato de ver por dónde van los tiros, intentando encontrarme contigo en alguno de los antiguos espacios comunes. Ya sabes que soy un despistado, que no me entero de nada, según tú, pero será mi faceta de artista la que me permite seguir a tu lado, sabes que me encanta perder el tiempo hablando de esta existencia, delante de un café, y eso lo puedo hacer contigo, eres una mujer estupenda, atractiva, inmadura e interesante. Me compensa escuchar tus grandes teorías y tocar tu piel de vez en cuando. Pero tal vez nuestra relación sexual haya tocado fondo. Yo he necesitado grandes dosis de paciencia; pensaba:” Bueno, ya crecerá”. Pero has abusado de mi capacidad de adaptación al medio, he tenido que acomodarme a tus extrañas exigencias demasiadas veces, y en el camino me he quedado en una especie de limbo. No sé si quiero seguir contigo o me gustaría más bien (aunque me produzca mucho miedo) probar a encontrarme a mí mismo, alejado de ti. Es algo a lo que le doy vueltas últimamente, aún no te he dicho nada porque sé que te aterra la idea de quedarte sola. Tú no amas, Alba, tú te dejas querer. Y yo no sé, si a amar se aprende.
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Más allá de apariencia... ¿Qué es lo que no veo, cuando te miro sin conseguir verte? No es fácil captar lo que hay detrás de tu apariencia. Ni siquiera soy capaz de ver más allá de la mía. Me observo cada día, en el espejo, mi imagen me disgusta, no es perfecta. Tampoco lo es la tuya. Sin embargo, algunas veces, veo que brillas. Creo que esto ocurre cuando eres humilde. No se enciende una luz, es otra cosa. Y si te observo amar a otro ser humano, y es algo auténtico, mi cerebro parece quedarse suspendido, y un no sé qué, cómo te explicaría, algo así como una presencia que suele estar ausente, se apodera de mí, y me conmueve. Cuando lloras, y estoy viendo que no sufres, pulverizas mi ego fabricante de lágrimas estériles y si entonces me da a mí por llorar, es de agradecimiento. Si me coloco cerca cuando ríes de veras, las alegres sacudidas de tu cuerpo, me zarandean y al menos por un instante, abandono el penar. Cuando no me defraudas, cuando me das más de lo que yo espero de ti (y eso que espero todo), cuando eso ocurre, pienso que yo también podría ser mejor de lo que soy. Como ves, te admiro, y lo curioso es que tú, puede que ni siquiera lo sepas, así soy de parca en la expresión de sentimientos. Ten paciencia conmigo, aún no soy capaz de amarme a mí misma y es por eso que muchas veces no distingo en ti, mi propia excelencia.
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