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¿Has sido salvado?

as sido salvado?” En mi caso no es raro escuchar esa pregunta ya que crecí en el Sur donde hay un gran número de Cristianos Baptistas y Evangélicos. Desde avisos en la carretera hasta los panfletos y las preguntas directas, esa es una pregunta dirigida a llevar al oyente a la decisión clave de la vida. La pregunta era a menudo hecha también a los Católicos, tal como me la hicieron a mi más de una vez, especialmente en la universidad y en la adultez temprana. Para aquellos que no eran muy conocedores de su fe o que no se la habían tomado muy en serio, ocasionalmente los llevó a dejar la Iglesia. ¡Quizás nadie en la Iglesia Católica les había hablado alguna vez acerca de este importante tópico anteriormente!

Hoy en día, no escucho la pregunta, “¿Has sido salvado?”, tantas veces como lo hice en mi juventud. Esto puede ser por una de estas dos razones. La primera, hoy en día hay muchas más personas no creyentes y agnósticos, y si uno no cree en Dios, entonces la vida en general no tiene un último significado, incluyendo la salvación. La segunda, es el otro extremo. Algunos asumen que todos, o la mayoría, serán salvados por Dios de cualquier manera y no es necesario preocuparse.

Sin embargo, es una buena pregunta y nos plantea el tema más importante de la vida — la salvación. Es una pregunta que todas las personas, incluyendo los Católicos, deben considerar e incluir las preguntas en consecuencia: ¿qué significa “salvarse”? y, ¿cómo se salva uno? Debemos rezar cada día por nuestra salvación y la de los demás, ya que como San Pablo enseñó, “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15).

Los católicos típicamente pueden responder la pregunta de esta manera: “Sí, estoy salvado, estoy siendo salvado y espero salvarme”. En primer lugar, los Cristianos somos salvados por la fe y el bautismo; es decir, por la comunión con Cristo que es el único Salvador del Mundo (vea Hechos 4:12). Su muerte y resurrección redentoras vencieron el poder del pecado, la muerte y el demonio. Sin embargo, para que la redención de Cristo figure en nuestra salvación personal, uno debe creer en la fe y estar bautizado. La fe y el bautismo justifican la persona, lo que en la creencia Católica quiere decir que no solo son borrados nuestros pecados (original y personal), sino que se nos da participación en la vida divina de la Santísima Trinidad a través del don de la gracia de Dios. Así, uno puede realmente decir, “He sido salvado”.

Y, en segundo lugar, estamos siendo salvados. A diferencia de la creencia de algunos Cristianos, los Católicos mantienen que la salvación no es un evento singular de una vez por todas. De acuerdo con el entendimiento de algunos cristianos, nada de lo que sucede en la vida de uno después del momento en que fue “salvado” puede jamás poner en peligro su salvación, incluso supuestamente, abandonar la fe o la falta de arrepentimiento de los pecados más graves. Los Católicos no creen esto porque la Biblia no lo dice. En su lugar, los Católicos creen que una vez que la persona es salvada, debe perseverar en una vida de gracia hasta el final de la vida. Eso se debe a que la hora de la muerte es el momento más importante de la vida.

Perseverar en la vida de gracia esencialmente significa permanecer en comunión viviente con la Santísima Trinidad. La Iglesia, el Cuerpo de Cristo en la tierra, existe para hacer realidad, nutrir y fomentar esta comunión con Dios, principalmente a través de los sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía. Todos los sacramentos son canales de gracia para profundizar o restaurar la vida de gracia en un hijo de Dios. Además de los sacramentos, uno mantiene la comunión creyendo en las verdades salvadoras (doctrinales y morales) transmitidas por la Iglesia y viviéndolas en el amor. Jesús describe vivamente un criterio importante del juicio particular de Dios en nuestras vidas en Mateo 25:35-40, es decir, como amábamos o no a los pobres.

De manera importante, la salvación se puede poner en riesgo si no nos arrepentimos de los pecados mortales después del bautismo. En las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, “El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior” (1855). El propósito principal del sacramento de la Reconciliación es restaurar la vida de gracia de una persona que se arrepiente del pecado mortal.

En tercer lugar, y finalmente, esperamos salvarnos. La salvación es una obra de Dios en la cual debemos participar y seguir eligiendo hasta el final. La vida es un viaje que solo lleva a dos destinos. Jesús lo enmarcó de esta forma cuando habló de las “dos maneras” casi al final del Sermón de la Montaña: “Entren por la puerta estrecha. La puerta que conduce a la perdición es ancha, y el camino fácil, y muchos son los que pasan por ellos. En cambio, ¡es estrecha la puerta y angosto el camino que llevan a la vida, y son pocos los que los encuentran!”

(Mateo 7:13-14)

Este año acabamos de celebrar la Pascua nuevamente. En nuestra diócesis muchos fueron bautizados, y todos tuvimos la oportunidad anual de renovar personalmente nuestras promesas bautismales, que nos recuerdan del don de la salvación. Jesús dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre” (Juan 14: 6). Somo un pueblo “en el camino”, una familia de peregrinos en el largo viaje a la casa del Padre. Permanezcamos en santa comunión con Jesús y mantengamos nuestros ojos fijos en Él hasta el final. Nuestra salvación depende de ello.

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