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James Joyce, poeta, Prefacio por Gabriel Jiménez Emán

Prefacio

JAMES JOYCE, POETA

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No hay duda de que el mundo, el lenguaje y la voluntad creadora de James Joyce configuran una estética literaria que apunta a lo que pudiéramos llamar una poética del lenguaje, ciertamente reconocible e identificable. Joyce creó un mundo, pero también un lenguaje, y ello le convirtió en uno de los pilares de la lengua inglesa del siglo XX. Esa lengua no puede comprenderse bien si no se la mira formando parte de una poética del mundo. En sus versos, Joyce no solamente da rienda suelta a un caudal verbal para hacer la descripción (y la crítica) más acerba a la sociedad de su tiempo, de sus instituciones, la familia, la religión, el colonialismo inglés y otros tópicos sociales importantes, empleando todos los recursos posibles del idioma, sino también aspira a brindar una visión poética distinta en la tradición de la lengua inglesa, retomando elementos de esa música de cámara, intimista, sensual, recogida, que forma parte de la concepción joyceana de la literatura.

En el temperamento lírico del verso, el autor de Música de cámara, (sin duda su mejor libro de poemas), se nos muestra íntimo, vulnerable, sentimental, enfocado en escenas delicadas, aun cuando siempre parece atento sólo a indagar en aspectos fonéticos, en modalidades propias del verso y de las debidas

armonías internas del lenguaje, como herramientas para trasladarse a regiones puras de la poesía, a esa expresión sublime que sólo logran los grandes líricos, con medios propios o recursos que, aun en medio del espíritu vanguardista que los domina (es decir, como expresiones de una sociedad inmersa dentro de dos guerras mundiales y sus devastadoras secuelas) y de una voluntad de experimentación, logran mantener el sutil encanto del sentimiento, con toques de romanticismo yde ciertos giros arcaicos o manieristas que pueden saborearse en la lengua original inglesa; por esa razón tan difíciles de traducir a otro idioma. Afortunadamente el castellano es una lengua inmensamente rica, desde la cual pueden conseguirse buenos efectos y pueden lograrse versiones dotadas de mucha musicalidad; registrando cadencias o atrapando buena parte del espíritu de aquello que transmite el poeta, en su lengua original.

En efecto, en Pomes penyeach pueden detectarse todas estas sutilezas. Desde las piezas dedicadas a la familia, al nacimiento de una hija, a la muerte del padre, a una calle, una ciudad, una plaza, un río o un joven, en el simple acto de donar una flor a su hija, es decir a temas aparentemente “sencillos” en los cuales efectúa hallazgos de primera importancia en textos breves, de la misma manera en que conquista, mediante su lenguaje narrativo, vastas zonas del mundo, valiéndose de una prosa dotada de enorme plasticidad poética y musical.

Todo ello ha llevado a muchos observadores a decir que Joyce siempre fue un poeta que escribía en prosa. A la vez, es percibido como un hombre cosmopolita, un poeta “europeo” muy conocedor de la vida de varias ciudades (Dublín, Londres, Zurich, Paris, Trieste) por donde hubo de errar debido a las guerras y a las circunstancias políticas. En su poesía Joyce se refugia en temas más elementales: la ternura, la inocencia, la tristeza, se sume en la contemplación de paisajes, lagos, torrentes. De hecho, muchos críticos han subrayado sus acentos excesivamente nostálgicos, sentimentales o quejumbrosos. Es posible que sea así, en cierta medida; mas aquí lo que merece ser resaltado es sobre todo el mundo interior del autor, su soledad íntima, su recogimiento descrito con lujo de detalles. Prefiere no inspirarse en los temas que habían llamado la atención de la lírica inglesa e irlandesa, clásica o romántica: los motivos tan recurrentes por entonces de la idealización del campo, de la vida humilde del labrador o de las personas sencillas. Él se concentra como siempre en la ciudad y sólo en la ciudad, estableciendo con ella

a veces un sentimiento de amor-odio. Muchas veces, no se sabe si Joyce está satirizando una situación o no, debido a que salta de súbito al plano de la ironía o el humor, desea crear nuevas palabras o categorías distintas. Esta ambigüedad expresiva del autor ha hecho que traducirle haya sido arduo, aun tratándose de poemas relativamente “claros” como en el caso de Pomelos a penique, donde Joyce se las arregla para otorgarles valores más allá de lo inmediato, y lograr el sentido de permanencia de toda gran poesía, alcanzar esos dobles fondos, esos significados enigmáticos. Se ha hablado con insistencia en la connotación que Joyce quiso imprimir a sus poemas comparándolos con frutos (pomelos o manzanas) que se vendían a un chelín en las calles de Dublín, y en la similitud de la palabra pomes con poems y penyeach (a penique cada uno), palabra con un peculiar sonido en inglés que también implica algo jugoso, apetitoso. De ahí que una de las primeras traducciones que leí en mi adolescencia, debida al erudito musical J. M. Martin Triana (en la famosa colección de Visor en España) haya sido directamente la de Poemas manzanas que, aun no respetando por completo el espíritu del título, da en cambio una atrevida versión del conjunto, válida por demás. Como sabemos, Joyce fue un experimentador y creador de nuevas palabras, jugaba con ellas y les otorgaba significados múltiples.

He querido contrastar la lírica profunda de Pomelos a penique con El Santo Oficio, un poema extenso donde nuestro escritor efectúa una crítica demoledora de la hipocresía religiosa, de la institución católica cuando ésta no responde a las necesidades espirituales de la sociedad, y se convierte más bien en una institución represiva, creadora de antivalores. El autor no es aquí ya el lírico sereno de los poemas breves, sino el oficiante de un severo juicio a la estructura social del Santo Oficio. En efecto, uno de los alegatos más firmes de Joyce a lo largo de su obra se hallan en sus permanentes cuestionamientos a las instituciones estimuladoras del odio, el derroche, la guerra, la hipocresía y la corrupción; en esto es implacable y así lo muestra en El Santo Oficio, como también lo hace en Gas de un mechero (1914), donde realiza otro tanto con Irlanda y su historia, sus personajes o su cultura vistos a través del lente mordaz del escritor, quien no tiene empacho en someter a un examen sus costumbres, instituciones y personajes a través de su lente deformante, sin llegar nunca a lo grotesco.

La poesía de El Santo Oficio es una poesía narrativa con una cadencia que relata acciones de personajes, diálogos, chistes, exclamaciones, anécdotas, pero también disecciona, examina, contrasta los acontecimientos con una fuerza avasallante. Esta fuerza, esta implosión del lenguaje, es característica en Joyce, desde los magníficos diálogos del Retrato del artista adolescente –la cual puede ser considerada una novela dialogal (como buena parte lo es también el Ulises) y en las frescas conversas de los cuentos de Dublineses. Joyce también utiliza estos recursos en estos dos poemas extensos, donde su poder satírico es indetenible, implacable, desmonta la hipocresía y las buenas maneras, la cultura burguesa, las tradiciones absurdas; nada escapa al ojo escrutador de Joyce.

Pero todo ello lo hace con gracia, cada verso se engasta en un ritmo trepidante, con una intensidad única, utiliza símbolos, emblemas, metáforas atrevidas, comparaciones ridículas o cómicas, todo eso sirve para llevar a cabo un examen implacable de la sociedad o de lo establecido. Pero en el fondo de todo esto hay un goce, un disfrute, pues aun cuando Joyce realiza su examen social o ideológico también realiza una crítica del lenguaje y de la tradición literaria, extrayendo de ellos todas sus esencias, sus zumos lingüísticos, llevando a cabo con ello una proeza estética. Pues eso es Joyce en el fondo: un esteta verbal que somete a la inmensa ola creadora de su lengua todo lo que observa, todo lo incluye en su magma, mediante una cadencia envolvente.

El Joyce poeta lírico de Música de cámara y de Pomelos a penique y el Joyce satírico de El Santo Oficio se complementan mostrando sus dos caras inversas, así como lo hace el Joyce narrador de los relatos de Dublineses, y el Stephen Dedalus del Retrato del artista adolescente el cual pudiera considerarse un ejercicio preparatorio para llegar al enjambre majestuoso del Ulises, donde todos estos elementos se integran.

Los poemas de Pomes penyeach fueron escritos entre 1904 y 1915 en distintas ciudades europeas. No fue sino hasta 1927 que Silvia Beach los publicó en París en Shakespeare & Company, cinco años después de aparecida la edición de Ulises en la misma editorial. Aparecen, entonces, cerrando una especie de ciclo lírico en la obra del escritor y complementando, a través de una expresión diáfana y sintética, la inmensa obra literaria de James Joyce.

Gabriel Jiménez Emán

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