HISTORIA DE LA ARQUIDIOCESIS DE SAN SALVADOR

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HISTORIA DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SAN SALVADOR


DIÓCESIS DE EL SALVADOR


PROVINCIA ECLESIASTICA DEL DIVINO SALVADOR DEL MUNDO


Introducción

Ordinariamente, la diócesis más antigua cuyo territorio fue parcelado para dar origen a nuevas diócesis, es promovida al rango de arquidiócesis y su obispo a la dignidad de Arzobispo. San Salvador había sido erigida en diócesis con la Bula "Universalis Eclessiae procurado" del 28 de septiembre de 1842 y fue elevada a la categoría de Arquidiócesis, con la Bula "América centralis" del 11 de febrero de 1913. En los setenta y un años trascurridos, los obispos que se habían sucedido en el servicio pastoral de la diócesis de San Salvador, se aplicaron con su clero, muy devotamente, a dar el mejor servicio pastoral y ministerial posible.


No se avanzó mucho en tres décadas, a causa de las tensas relaciones en que se vio entrampada la Iglesia con el Estado político salvadoreño naciente, y la falta de presencia de diplomáticos eclesiásticos para tratar asuntos que, desgraciadamente, derivaron a la esfera política con el espesor ideológico que esto comporta. A finales del siglo XIX llega al obispado de San Salvador Monseñor Antonio Adolfo Pérez Aguilar. Las relaciones Iglesia-Estado mejoraron, en gran parte debido al talante personal del obispo, pero también por la presencia muy significativa de un Delegado Apostólico de Su Santidad en Centro América.


Para situarnos en el tiempo y sus problemas que ahora nos interesa, ayuda la lectura de la carta pas­toral número 36, del 13 de mayo de 1915, que escribió Monseñor Antonio Adolfo Pérez Aguilar, con motivo de la Erección de la arquidiócesis San Salvador. Reproducimos aquí las partes más significativa.


"Nada os habíamos dicho, amados hermanos, acerca del cambio importantísimo ocurrido a nuestra, antigua Diócesis salvadoreña con su conversión en provincia eclesiástica, pensada desde los días de nuestro Ilustrísimo antecesor el señor Cárcamo y Rodríguez en su visita ad límina de 1877, y acordada y confirmada por nuestro Santísimo Padre el señor Pío X de inmortal memoria, en 11 de febrero de 1913, limitándonos solamente a la ejecución y publicación de los documentos y demás disposiciones de la Santa Sede Apostólica.


Más adelante escribe: "Nuestro Santísimo Padre tuvo a bien convertir en provincia eclesiástica esta antigua Diócesis, segregándola de la de Guatemala a donde pertenecía desde su fundación, como todas. Las demás de la América Central, acordándole con entera independencia, toda la autoridad, privilegios.


Más adelante, Monseñor Pérez Aguilar da gracias a Dios por la constitución de la Provincia Eclesiásti­ca de El Salvador. Agradecía igualmente, la colaboración valiosa del representante del Papa en Centro América. Evocaba "la memoria de aquel Pontífice memorable" (se refiere a Pío X) "que con tan vivo. Interés se propuso realizarlo, y al Excelentísimo señor Delegado Apostólico y Dignísimo Arzobispo:


de Sebaste, Monseñor Juan Cagliero, por la activa solicitud y especial agrado con que tomó a su cargo; el pronto y fiel desempeño de cuanto al asunto concernía, manifestándose siempre, en las dos visitas: con que ha favorecido a esta Diócesis, con su genial carácter de afectuosa y amable complacencia."


En una carta del 7 de septiembre de 1908, Monseñor Antonio Adolfo Pérez Aguilar ponderaba las bendiciones que habían caído del cielo sobre la Iglesia en San Salvador por la presencia y la acción en Centro América del Delegado Apostólico de Su Santidad. En una de las frases de la Carta pastoral que: estamos ponderando, Monseñor Pérez Aguilar define, en una frase, las dos más importantes acciones que el Delegado Apostólico realizó en su período de servicio a la Iglesia en Centro América.


La frase del obispo reza así: "con su presencia es fácil prever el gran bien de las almas y el positivo progreso para la Religión que de allí van originarse."


"El gran bien de las almas" y "el positivo progreso de la Religión". Con la primera frase el obispo piensa en el mejoramiento jurídico de la acción pastoral y ministerial que se efectuó con la presencia activa del Delegado Apostólico en Centro América que, en El Salvador culminó con la erección de la Provincia Eclesiástica salvadoreña. Con la frase "positivo progreso para la Religión", el Obispo se refiere a la acertada acción diplomática que desplegó el Delegado Apostólico en el área centroameri­cana, y que desembocó finalmente, tras muchos escollos, con la firma de un convenio de relaciones diplomáticas entre el Gobierno de El Salvador y la Santa Sede.) Veamos por partes, el desarrollo de estas dos acciones.


I.-Positivo progreso para la religión Se trata de mejorar las relaciones de la Iglesia católica con los Estados políticos. Ayudó mucho a este mejoramiento la presencia de un Delegado Apostólico de Su Santidad, en el área centroamericana. Y esto por varias razones. Primero de todo, porque desde que se fundó la diócesis de San Salvador los obispos estuvieron muy ocupados en defender los derechos de la Iglesia contra los ataques de gobiernos manejados por políticos de afiliación liberal extrema, que atacaban a la Iglesia tratando de impedirle incluso el ejercicio de sus derechos divinos legítimos.


Empeñados en esta defensa de los de­rechos de la Iglesia ante un Estado político invasor de los mismos, muy poco tiempo tuvieron los tres primeros obispos de San Salvador para darse con soltura y celo a la labor propiamente pastoral. Con la presencia de un representante de la Santa Sede en el área centroamericana, no sólo mejoraron las relaciones de la Iglesia con el Estado, sino que los obispos podían darse con más tiempo y dedicación, a la labor pastoral y ministerial de su diócesis.


Estos cambios se venían dando en toda América Latina, desde que subió al Solio de Pedro el papa León XIII. En su tiempo, mejoraron las relaciones de la Iglesia con los Estados de los países del mundo en general. León XIII era un hombre de cultura muy abierta al mundo. Su prestigio, ya desde antes de ser Papa, era muy elevado, y su influencia se acrecentó cuando llegó a ser Papa y se sentó en « la Cátedra de Pedro. Sus encíclicas se publicaban a ritmo vertiginoso; casi todas ellas versaban sobre temas de relación política, en materia social, poder civil, libertad civil, organización cristiana del Esta­do, deberes de los ciudadanos.


El papa León XIII marcó la personalidad de monseñor Antonio Adolfo Pérez y Aguilar. Este obispo evitó tener roces con el Estado e instruyó a su Clero para que hicieran lo mismo, evitando inmiscuirse en cuestiones políticas;7 trabajó además, denodadamente para que el gobierno de El Salvador accedie­ra a recibir al representante del Papa que tenía su sede en Costa Rica. No fue fácil el camino, como lo explicó el mismo obispo a su clero en un Comunicado del 17 de junio de 1910.


Mientras Monseñor Juan Cagliero lograba éxitos anudando relaciones diplomáticas con varios países de Centro América, requirió la ayuda de Monseñor Adolfo Pérez Aguilar para tratar de hacer lo mis­mo en El Salvador; pero, a pesar de todo el esfuerzo que ambos hicieron, el camino fue largo y duro, al final exitoso. La tarea por lograr relaciones diplomáticas de la Santa Sede con el Gobierno de El Salvador, unió a estos dos eclesiásticos en una fuerte amistad.


l.- Antecedentes de la relación la Iglesia católica y el Estado salvadoreño

Las aprehensiones negativas del Gobierno de El Salvador en contra de la Santa Sede prendieron fuego en 1821, cuando el Papa no aprobó la decisión del gobierno salvadoreño recién salido de la indepen­ dencia, que, por decreto constitucional, había elegido obispo de San Salvador al Pbro. y Dr. Don José Matías Delgado.


Mons. Cárcamo Rodríguez y el Estado salvadoreño El 7 de enero de 1899, y con miras a organizar un Concilio Plenario de América Latina, el Papa León XIII había pedido a los Señores Nuncios Apostólicos de las respectivas áreas eclesiásticas de América Latina organizar reuniones previas con los señores obispos del lugar, obviando las dificultades que podían venir de los respectivos gobiernos para realizar dichas reuniones. Los obispos debían empe-ñarse en describir, en términos exactos, la situación nacional de cada país e identificar los problemas mayores que encontraban para el desempeño de su responsabilidad pastoral.


Monseñor José Luis Cárcamo fue instruido por la Santa Sede, a finales de 1884, para reunir en El Salvador a los obispos del área centroamericana. El Obispo de San salvador era por ese tiempo el más anciano en el cargo pastoral entre todos los obispos de Centro América. Para corresponder a la solicitud de la Sede Apostólica, en marzo de 1885 Monseñor Cárcamo hacía del conocimiento de la Congregación del Concilio, las dificultades que había encontrado para promover una conferencia con los obispos del área centroamericana.


La dificultad mayor venía de Guatemala, cuyas autoridades civiles y militares estaban empeñadas en formar la gran república de Centro América y se preparaban militarmente para emprender una cam-paña bélica de sometimiento de las repúblicas del Istmo centroamericano que se oponían al proyecto unionista. En todo Centro América se respiraba un ambiente de inseguridad. Una reunión de obispos en cualquier punto del Istmo podía ser mal interpretada, con el peligro de que los obispos fueran en-carcelados o impedidos de regresar a sus respectivas diócesis, cuando la reunión hubiese terminado.


En marzo de 1885, el Obispo Cárcamo respondía al cuestionario que Roma le había enviado. Su respuesta, en parte, decía lo siguiente: "Para que mi relación sea clara"escribía el Obispo "procederé en tres partes: en la pri-mera expondré la situación política actual; la segunda me servirá para dar cuenta del andamiento de la situación en estos últimos seis años; y, por último, manifestaré mis temores para el futuro".


Es conocido el odio satánico con que este partido político ataca a la iglesia, tanto aquí como en la misma Italia, en la Roma de los sucesores de Pedro que es faro de luz y santuario de la verdad colocado en el corazón de Europa" Continuaba Monseñor Cárcamo Rodríguez: "Es verdad que este triple pacto de Honduras, Guatemala y El Salvador se rompió por un tiempo, en 1876, por la guerra que las dos primeras naciones desen­cadenaron contra El Salvador; pero, poco tiempo después fue reanudado con una base más sólida porque saliendo victoriosos, Guatemala y Honduras se han constituido en árbitros de la suerte de El Salvador...


Por otra parte, habiéndose roto en 1874 el Concordato que esta república de El Salvador había firmado con la Santa Sede en 1863, tanto el Obispo como el Seminario han perdido la renta que el Gobierno les había asignado para su subsistencia. Igual suerte han seguido los Canónigos de Catedral."


El obispo Cárcamo salió públicamente a la defensa de los derechos de la Iglesia protestando abiertamente contra las intervenciones del gobierno. Su acción no se limitó a la mera protesta, sino que pasó a la acción. El obispo alababa a muchos maestros de las escuelas públicas, porque, a pesar de la decisión del Es-tado salvadoreño de laicizar la escuela y conscientes de la necesidad de impartir doctrina católica a los alumnos, continuaron impartiéndola en las escuelas del Estado.


El Estado no detuvo su ataque. Cambió el frente de batalla y enfiló su ataque contra la familia y los matrimonios cristianos. En 1881, la Cámara legislativa emitió un decreto por el que el gobierno reconocía el casamiento civil como el único legalmente aceptado por el Estado salvadoreño. Procedió a cortar las muy pocas fuentes económicas de que disponía para organizar su servicio pastoral y ministerial; más todavía, la privó de los recursos económicos necesarios para el sustento de sus sacerdotes y curas párrocos. Por ejemplo, el Estado secularizó los cementerios.


En vísperas de su muerte, el obispo Cárcamo veía cernirse nubarrones de más persecución contra la Iglesia Católica. Rumores corrían y llegaban a sus oídos de que el gobierno quería expropiar a la Iglesia Católica de todos sus bienes; obligar a los sacerdotes a quitarse la sotana talar para vestir como cualquier civil; impedir el sonido de las campanas que llaman a las reuniones del culto, y prohibir las tradicionales procesiones, como cualquier otra manifestación pública de la Iglesia.


Monseñor Mariano Rampolla del Tíndaro, Nuncio Apostólico de Su Santidad en Madrid, aprovechó la estadía del Presidente Zaldivar en la capital española para entablar un diálogo sobre la relación de la Iglesia con el Gobierno de El Salvador. «El Nuncio actuó "motu proprio", sin previa indicación de la Sede Apostólica, porque le pareció oportuna la ocasión para dialogar, informalmente, con el Presidente Zaldivar, cuando tributaba visita de cortesía a los reyes de España. El Presidente Zaldivar aceptó la invitación y, en ese ambiente amigable, sostuvo una interesante conversación con el Nuncio Rampolla.


El Nuncio le hizo la reflexión de que no se contentara con una contingencia tan precaria y pasajera, y que mejor sería ver las cosas con perspectiva, para mejorar la relación de la Iglesia con el Estado en el futuro. Esto significaba reanudar las relaciones rotas del Estado salvadoreño con la Santa Sede, mediante la firma del Concordato que desde hacía algunos años se había venido posponiendo por parte del Gobierno salvadoreño.


El Presidente Zaldivar parecía interesado en la propuesta del Nuncio y prometió hacer todo lo ne-cesario para reanudar el Concordato que se había roto en tiempo pasado, y así restablecer mejores relaciones del Estado con la Iglesia Católica, en El Salvador.


El Concordato El Concordato de la Santa Sede con el Gobierno salvadoreño a que se refería el Nuncio Apostólico, es aquel que la Iglesia había firmado con el Capitán General Don Gerardo Barrios, el 22 de abril de 1862. De acuerdo al primer considerando de un decreto del Presidente Santiago González, del 8 de agosto de 1874, el Concordato del 62, nunca fue ratificado por la Asamblea legislativa y, por ende, que­dó sin efecto, en virtud de lo establecido por la Constitución de 1841. ¿Y por qué no fue ratificado?


Se debió a que los señores Diputados de la Asamblea encontraron en la redacción del texto del Concordato, términos jurídicos que estaban en abierta contradicción con los principios de tolerancia religiosa y de libertad de enseñanza consignados en la Constitución salvadoreña de 1841, todavía vigente en 1862. En 1872, el gobierno de la república de El Salvador había enviado a Roma al señor Torres Salcedo, Ministro del Exterior, como agente extraordinario para firmar un nuevo Concordato con la Santa Sede, o aportar cambios sustanciales en algunos artículos del que no se había firmado en 1862.


El encuentro del Delegado del Gobierno salvadoreño con el representante de la Santa Sede tuvo lugar en al año 1873, pero no dio ningún resultado positivo. La razón que daba el Estado salvadoreño para no firmar el concordato en esa ocasión fue que las cláusulas del mismo exigían del Gobierno salvadoreño reconocer a la religión católica como la Religión del Estado; exigía además, que el obispo, la catedral, el Capítulo catedralicio y el Seminario recibirían ayuda económica del Estado.


2.- Mons. Pérez Aguilar y el Estado salvadoreño Tras haber esbozado las tensas relaciones de Iglesia y Estado en El Salvador, en las décadas inmediata-mente anteriores al período que nos interesa, veamos ahora cómo se presentaban estas relaciones en tiempo del Cuarto Obispo de San Salvador. El examen de la correspondencia escrita entre monseñor Antonio Adolfo Pérez Aguilar y monseñor Juan Cagliero ayuda a hacernos una idea exacta.

El 7 de septiembre de 1908, Monseñor Antonio Adolfo Pérez Aguilar escribía una carta a monseñor Juan Cagliero, arzobispo de Sebaste, recién nombrado Delegado Apostólico de la Santa Sede para las diócesis de Centro América, con sede en Costa Rica. El Obispo de San Salvador manifestaba su júbilo por tan grata noticia porque "con su presencia es fácil prever el gran bien de las almas y positivo progreso para la Religión que de allí van seguramente a originarse". El Gobierno de El Salvador estaba dirigido por hombres sumamente empapados de una mentalidad liberal y anticlerical.


Desde Nicaragua, en donde se encontraba de visita, Monseñor Juan Cagliero escribió a Monseñor Pé­rez Aguilar una carta con ficha 3 de febrero del 1909. pidiéndole que interpusiera sus oficios ante el Presidente de la república de El Salvador para que "el Delegado Apostólico en su visita a la diócesis de El Salvador pueda ser recibido oficialmente y con carácter de Enviado Extraordinario de la Santa Sede.


El 4 de febrero de 1909, Monseñor Cagliero vuelve a la carga y sugiere al Obispo de San Salvador los argumentos que debe esgrimir ante el Presidente de El Salvador, haciéndole saber cuánto el Santo Padre ama a los pueblos centroamericanos, "en cuyo seno impera el sentimiento católico y que por eso envió en su persona a su representante, en calidad de Delegado Apostólico, en la esperanza de que sería reconocido como enviado Extraordinario de la Santa Sede ante los Gobiernos". El 21 de abril de 1909, Monseñor Pérez Aguilar confesaba al señor Delegado Apostólico que hasta la fecha no había obtenido resultado positivo alguno. Había tenido ya dos entrevistas con el Jefe de la Nación, sin éxito alguno.


El 20 de Julio de 1909, Monseñor Juan Cagliero terminaba una visita a Guatemala, en la que firmó relaciones diplomáticas con el gobierno de ese país. En esta ocasión, el Obispo de San Salvador volvía a escribir al Delegado Apostólico. El 5 de agosto de ese mismo año, Monseñor Cagliero respondía a Monseñor Pérez Aguilar: "En cuanto al Salvador, a esa tan ilustre y católica Diócesis que conozco y amo desde hace muchos años, tenga por seguro Monseñor amado, la visitaré pronto.


Una visita apostólica, pero no oficial Finalmente, Monseñor Juan Cagliero siguió el consejo de Monseñor Adolfo Pérez Aguilar de venir a El Salvador en calidad de huésped honorario y así ser recibido por el Presidente de la república. Tras haberse instruido de las principales leyes que los gobiernos de El Salvador habían emitido en favor y en contra de la Iglesia Católica desde el tiempo de la independencia, Monseñor Cagliero decidió hacer la visita a San Salvador como lo anunció el mismo Obispo Pérez Aguilar.


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