El flautista

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NARRADORA: EVA FECHA:

2/3/2007


EL FLAUTISTA DE HAMELIN

EDITORIAL: LIBSA


Los habitantes de Hamelín habían vivido siempre felices y en paz, hasta que un día invadió la ciudad una plaga de ratones. ¡Corrían por todas partes!. El alcalde ofreció una recompensa a quien fuera capaz de acabar con ellos y muchos hombres lo intentaron, pero todo fue en vano.


Cuando habían perdido toda esperanza, apareció en la ciudad un flautista que decía tener la solución. El alcalde le prometió cien monedas de oro y el joven aseguró que esa misma noche acabaría con la plaga. Se puso a tocar y, de pronto, todos los ratones empezaron a bailar a su alrededor. Así, hipnotizados por la música, siguieron al flautista hasta el río.


Sin dejar de tocar, el flautista se introdujo en el agua hasta quedar sumergido por la cintura.

Para sorpresa de todos, los ratoncillos le siguieron dentro del agua, y, como no sabĂ­an nadar, se fueron ahogando al meterse


Al terminar su trabajo, el flautista se presentó ante el alcalde para cobrar su recompensa, pero éste le dio sólo una moneda de oro. El músico, muy enfadado, se marchó amenazando: -¡Os arrepentiréis de esto! Entonces empezó a tocar una cautivador a melodía y todos los niños del pueblo fueron a rodearlo


El flautista siguió tocando al tiempo que recorría las calles de la ciudad y, a su paso, todos los pequeños se unían a él, igual de hipnotizados que los ratones. Sólo un niño cojito se quedó atrás…


…y pudo ver, muy asustado, como sus amigos segúian al flautista por un agujero que se abrió de pronto en la montaña. El pequeño volvió al pueblo asustado y contó lo que había visto, pero nadie pudo hacer nada. El alcalde, sintiéndose culpable, huyó sin dar ninguna explicación.


Todos en Hamelín estaban tristes y el niño cojito se sentía muy solo, así que un día subió a la montaña donde habían desaparecido sus amigos. Allí encontró la flauta mágica y, sin pensarlo dos veces, empezó a tocar. Al momento se abrió la roca y de ella fueron saliendo los niños perdidos. ¡La alegría volvió a las calles de Hamelín!


A partir de aquel día la ciudad volvió a ser un lugar tranquilo y feliz, eso sí, sin ratones. Tampoco hubo nunca más un alcalde tacaño.

Porque en Hamelín aprendieron la lección: Cuando algo se promete, se debe cumplir.


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