Los ideales. Mi vida no habra sido en vano

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UNIVERSIDAD EVANGELICA DE EL SALVADOR

Asignatura: Ética Docente: Dr. Jehovani Portillo

LOS IDEALES MI VIDA NO HABRÁ SIDO EN VANO


MI VIDA NO HABRÁ SIDO EN VANO Pablo George -Oh Dios, ¡qué desconcertado estoy! Nunca creí que fuera a suceder así. Hace apenas unos segundos estaba allí, en el motel Loraine. De pronto, una bala me atravesó la cabeza... y ahora estoy aquí, delante de ti. ¡Durante tantos años quise vivir este momento! Ya estoy contigo, mi Señor, para siempre. Pero... ¿sabes? Tengo mucho que decirte, hay mucho en mi alma: estaba allí en Memphis para apoyar al grupo de trabajadores sanitarios de la ciudad. Son casi todos negros. ¿Por qué no pude cumplir mi servicio en ese lugar esta vez? Son sólo una parte de los veintitrés millones de negros que viven en el país (el doce por ciento de la población total)... y todos ellos están insatisfechos. ¿Ah, mi Dios, qué duro es tener esta piel que nos diste! Recuerdo los atropellos que desde pequeño presencié. Recuerdo la vez en que mi padre se enojó con el agente de policía porque éste lo llamó muchacho en vez de “señor”. Recuerdo a aquellos dos amigos blancos que jugaban conmigo de pequeños y a los que no volví a ver porque sus padres les prohibieron tener amiguitos de color. Recuerdo a Montgomery, parte tan importante del volcán humano. Uno de cada catorce civiles empleados allí trabajaban en una de las bases aéreas (la Maxwell y la Gunter Air Force). Una de cada siete familias vivía del trabajo en las bases. En 1955 canalizaron allí un total de ocho millones de dólares entre las dos. Los trabajos que se les asignaba a los negros nunca fueron mejores... recuerdo que en la ciudad había muy pocas industrias; tal vez por esa razón había tantos de mis hermanos empleados en el servicio doméstico.


El 63% de las mujeres negras que trabajaban en Montgomery eran empleadas domésticas. El 48% de los hombres trabajadores eran peones–jornaleros o empleados domésticos. ¡Claro, eso significa que había “demasiadas” personas con exceso de dinero! En 1950 el ingreso medio per capita entre los 70,000 blancos que vivían en la ciudad era de $1,730, en tanto que el ingreso medio de los cincuenta mil negros era de $970. Era una especie de tortura, no solamente en forma de segregación racial sino también en términos económicos. Había separación en escuelas y en los transportes. ¡Aún me acuerdo de la Sra. Parks! Volvía de su trabajo en el autobús, cuando

un

blanco

subió y pidió sentarse. El chofer le dijo que tenía que abandonar el lugar (¡qué por ley le correspondía,

pues

estaba dentro del sector del vehículo reservado a los negros!). Fue vilmente arrestada. ¡Con ese acto se colmó la medida!. Por eso, de inmediato organizamos el boicot a los autobuses. Y así en Montgomery aprendimos a hablar juntos, a orar juntos, a caminar juntos y a estar juntos. Fue bueno sentirnos así, Dios mío. A partir de entonces pasé momentos difíciles. Pero bien: los momentos de agonía me llevaron más cerca de ti. Yo estaba convencido de la realidad de un ser como tú, de un Dios personal. En medio de conflictos llegaste a ser mucho más que una categoría metafísica, teológica y filosóficamente satisfactoria: ¡fuiste el artífice de una calma interior que me colmaba! Era la calma de saber que estabas allí con nosotros, que nos demandabas un compromiso total con la verdad, con tu verdad. Sí, en medio de días de soledad y noches de tristeza, he sentido tu voz en mi interior, que me decía: “Adelante, estaré contigo”.


¡Oh, Señor! Si todos los hombres pudieran darse cuenta... Tú sabes lo que siento en este momento. Estoy maravillado de ver lo que por tantos años intuí, lo que por tantos años percibí vagamente, lo que me hizo descubrir el sentido de la vida. Por tu gracia sabía que detrás de la apariencia áspera del mundo hay un propósito benigno. Esa conciencia me llevó a servirte. Nunca me hiciste un llamado espectacular o dramático. No, Señor, nunca te mostraste de esa manera conmigo. Pero me diste la conciencia última de que en el fondo de mi ser había una urgencia por servirte, a ti y a la humanidad. Era la única respuesta posible a un desafío ineludible. Por eso luché, Dios, por eso grité, por eso lloré... ¿Y ahora? Ahora tienes que seguir animando a los que quedaron. ¡Si no los alientas tú, sucumbirán, presas del desánimo, del miedo, de la mediocridad! Sin ti no podemos hacer nada. Ay, Dios, te ruego que actúes especialmente en los blancos que se llaman a sí mismos “moderados”, que son más devotos del orden que de la justicia. Son la gran piedra de tropiezo para los negros. No temo tanto al Concilio de Ciudadanos Blancos, o al Ku Klux Klan, como a ellos, a los que dicen constantemente “estoy de acuerdo con usted en los objetivos que persigue, pero no puedo aceptar sus métodos; que en forma paternalista pretenden hacer una tabla de horarios para la libertad de otros hombres; que viven en virtud de un concepto mítico del tiempo y constantemente aconsejan al negro a “esperar tiempos mejores”. Dales la osadía de pensar en términos más ambiciosos, moralmente más ambiciosos. Tú me diste a mí esa osadía. Lo dije cuando me dieron el Premio Nobel de la Paz, en Oslo. En aquella oportunidad les dije: “tengo la audacia de creer que la gente, en todas partes, puede comer tres veces por día para alimentar sus cuerpos cansados, que pueden tener educación y cultura para sus mentes, y dignidad, igualdad y libertad para sus espíritus. Creo que lo que los hombres egoístas han destruido, puede ser reconstruido por los hombres altruistas. Todavía creo que un día la humanidad va a inclinarse reverente ante el trono de Dios, habiendo triunfado sobre la guerra y los derramamientos de sangre, y que la buena voluntad redentora no–violenta proclamará la regla del orbe... todavía creo que venceremos”. ¡Cómo ardía por dentro ese día, Señor! Qué feliz me sentía que la voz y la acción de los negros de mi país hubiera sido escuchada y reconocida por el mundo. Y te agradecí una y mil veces la gracia de ser tu profeta, la gracia de llegar a objetivos concretos... Nunca dejaré de agradecerte, jamás, porque siento que tu hiciste de mi un ser humano, un hombre en


toda la extensión de la palabra. Lograste darme una perspectiva que me hiciera evaluar lo bueno y lo malo de Marx y de la sociedad norteamericana, de la teología liberal y del fundamentalismo, de los negros y de los blancos, de Jesús y de Ghandi. Y no sólo me diste la perspectiva, me diste una fuerza gigantesca ante la tentación del odio y la violencia. ¿Quién más que tú podías hacerlo? (“Si enfrento el odio con odio, me despersonalizo, porque la creación ha sido hecha de tal manera que mi personalidad sólo puede ser completada en el contexto de la comunidad. Booker T. Washington tenía razón al decir: “No dejes que ningún hombre te lleve tan lejos come para hacer que lo odies”. Cuando te lleva tan lejos, te pone en posición de trabajar en contra de la comunidad, te arrastra al punto de desafiar la creación y así despersonalizarte”.) Por esa fuerza que tu pusiste en mí pude decir a los que sufrían injustamente: ”En nuestras protestas no habrá cruces ardientes. Ningún blanco será arrancado de su hogar y asesinado brutalmente por un encapuchado negro... Nuestro método será el de la persuasión no el de la intimidación... nuestras acciones deben estar guiadas por los más profundos principios de la fe cristiana. El amor debe ser nuestro ideal regulador. Debemos oír una vez más la voz de Jesucristo: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen y oren por aquellos que los ultrajan y los persiguen”. Si no me hubieras dado tu poder para amar, ¿cómo hubiera podido hacerlo? Si no les hubieras dado tu poder para amar, ¿cómo hubiera podido hacerlo? ¿Si no les hubieras dado fuerza a ellos, cómo hubieran podido llegar a amar, habiendo visto a policías, llenos de odio, maldecir, patear, tratar brutalmente y aun matar a sus hermanos negros; viviendo en medio de una sociedad que obliga a un padre a explicarle a su hija de seis años que no puede ir al parque de diversiones que acaba de ver en televisión porque es negra? Una sociedad que hace aparecer en el cielo mental de un pequeño las nubes depresivas de la inferioridad, y la amargura hacia los blancos; que lleva a un niño de cinco años a preguntar a su papá: “Papi, ¿por qué los blancos tratan tan vilmente a los negros?”... Tú nos hiciste amar, nos diste la fuerza más grande que hay en el mundo. Y nos hiciste comprender que el sufrimiento puede ser la mejor escuela (“Reconociendo la necesidad del sufrimiento, he tratado de hacer de él una virtud sólo por tratar de salvar mi alma de la amargura, he tratado de hacer de él una virtud... sólo por tratar de salvar mi alma de la amargura, he tratado de ver mis pruebas como una oportunidad de transformarme y de sanar a la gente que ahora está envuelta en situaciones trágicas... He vivido estos últimos años con la convicción de que el sufrimiento inmerecido es redentor”.) Es que me mostraste que no hay en el mundo un precio demasiado alto para pagar por la libertad. Sabía bien que en cuanto tomara una posición en pro de la verdad y de la justicia me vería expuesto al menosprecio. A menudo se me llamó idealista impráctico o radical peligroso.


Significó ir a la celda. Podía significar (¡y significó!) La muerte física. Pero si la muerte física es el precio que alguien debe pagar para liberar a sus niños de una vida de permanente muerte psicológica, entonces nada podría ser más cristiano. Creo que el estar firme en tu verdad es lo más grande que puede haber en la vida, es el gran objetivo. La meta de la vida terrena no es ser feliz, no es acopiar placeres y eludir penas. La finalidad de la vida es hacer tu voluntad, sea lo que fuere... ¿Y ahora, Dios? Vuelvo a esta pregunta una y otra vez. ¿Por qué no quisiste que terminara mi obra en la tierra?.... Tienes razón: mi muerte es más elocuente que todas las palabras o marchas que hubiera podido realizar. ¡Es cierto, Señor! Lo que hiciste lo hiciste muy bien. Ahora... sólo quiero pedirte una cosa, sólo una: no dejes que se olviden. Mientras Martín Luther King habla con quien fuera durante su vida su centro vital, el objeto de su devoción, servicio y amor, en la tierra cientos de personas oyen la voz de Coretta Scott de King, la mujer que lo amó y acompañó en su breve pero fructífera caminata sobre el mundo: “Mi esposo nunca odió, jamás renunció a hacer el bien. Y nos animó a hacer lo mismo, y así nos preparó constantemente para la tragedia. Estoy feliz por los alcances de su enseñanza ya que nuestros hijos dijeron calmadamente: “Papi no está muerto; puede estar físicamente muerto, pero su espíritu nunca va a morir”... Dio su vida en la búsqueda de un camino más excelente, de un camino más efectivo, de un camino creativo y no destructivo. Nosotros intentamos ir por ese camino y espero que Uds. Que lo amaron y admiraron, se unan a nosotros en la realización de su sueño “. Nació el 15 de enero de 1929 en la ciudad de Atlanta, Georgia. Su padre era pastor y su madre, maestra. Fue el segundo de tres hijos. (Christine, era su hermana mayor y Albert Daniel, su hermano menor). Estudió varios años hasta doctorarse en Teología. Fue ordenado como pastor en la iglesia de su padre en el año 1947.


Siendo pastor de la congregación bautista de Montgomery, dirigió el boicot contra los autobuses que duró más de un año. Fundó la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), grupo organizado para luchar contra la segregación racial. Visitó Ghana e India. Dirigió mas de 700 marchas no violentas y fue arrestado 15 veces. En 1964 recibió el premio Nobel de la Paz, siendo entonces el receptor más joven de dicho reconocimiento. Su voz ha alcanzado los más recónditos lugares de la tierra y su acción ha significado la

Me gustaría que alguien contase en aquel día de mi muerte, que Martín Luter King trató de vivir en el servicio del prójimo. Me gustaría que alguien dijera en aquel día que Martín Luter King trató de amar a alguien. Ese día quiero que podáis decir que traté de ser justo y que quise caminar junto a los que actuaban en justicia, que puse mi empeño en dar de comer al hambriento, que siempre traté de vestir al desnudo. Quiero que digáis ese día que dediqué mi vida a los que sufrían en las cárceles, quiero que digáis que intente “amar y servir a los hombres”. Si y si queréis decir también que fui un heraldo. “Decid que fui un heraldo de la justicia. Decid que fui un heraldo de la paz. Que fui un heraldo de la equidad” Y todas las obras, cosas superficiales no tendrán importancia. No tendré dinero que dejar cuando me vaya. No dejaré tampoco las comodidades y lujos de la vida. Porque todo lo que quiero dejar a mi partida es una vida de entrega. Y eso es lo que tengo que deciros. Si alguien pude ayudar al encontrarnos a lo largo del sendero, si alguien pude ayudar a ver que había escogido el mal camino, entonces “mi vida no habrá sido en vano”. Si consigo cumplir mis deberes tal como debe cumplirlos un cristiano, si que consigo llevar la salvación al mundo, si consigo difundir el mensaje que difundió el Maestro, entonces “mi vida no habrá sido en vano”

Martín Luter King en su testamento


visi贸n de una nueva dimensi贸n para el obrar humano. Muri贸 el 4 de abril de 1968, v铆ctima de un atentado.


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