El hombre que quiere acabar con Hugo Chรกvez
Henrique Capriles, el candidato 煤nico de la oposici贸n.
El primer candidato único opositor en Venezuela, Henrique Capriles Radonski, tiene 40 años, sólo come pollo, no duerme más de cuatro horas y corre, corre, por todo el país porque busca convertirse en el hombre que acabe con los 14 años del reinado de Hugo Chávez Frías. Casi 20 años más joven que el actual presidente, Henrique Capriles apuesta al desgaste político y a la enfermedad de Hugo Chávez para triunfar en las elecciones del 7 de octubre próximo. Aunque aún va atrás en las encuestas, este fogueado político lucha con su falta de habilidad discursiva y no ceja en su maratónico trajinar, de arriba a abajo, para alcanzar el objetivo común de más de una treintena de organizaciones opositoras: que Chávez deje el poder. Una tarea nada fácil que a él no le parece imposible, pues, según recuerda en entrevista con emeequis: “Yo nunca he perdido una elección”. Por José Luis Pardo y Alejandra S. Inzunza Fotografías: Reuters
a la meta –el sillón presidencial de Miraflores– en primer lugar. Cuando falta menos de un mes para el día de las elecciones, el 7 de octubre, el candidato opositor todavía está unos siete u ocho puntos por debajo del comandante, según las encuestas más recientes. Venezuela es un país dividido en dos. No sólo entre ricos y pobres. Hay familiares que se han dejado de dirigir la palabra por diferencias políticas. En un bando muchos llaman “Belcebú”a Chávez. Para los otros, Capriles es la “nada” o un “majunche”, un término coloquial que significa “mediocre, de mala calidad” y que el propio Chávez popularizó. La voz de Henrique Capriles ya resuena en las bocinas antes de que la cola de la marcha llegue a la plaza. El tono quebrado, la camisa sudada, las botellas de agua sobre el escenario, mientras el sol aprieta hasta los 30 grados. Las primeras palabras para los pobres: seguirán las medidas sociales, habrá vivienda, habrá agua y luz. El mensaje es algo así como “no se preocupen, Chávez les cuida, pero yo no me olvidaré de ustedes”. –¡Hay que sudar, hay que sudar! –repite como un mantra.
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Simón Bolívar ha aparecido en la campaña. Aunque hace más de dos siglos y medio que El Libertador murió, el mito nacional ha vuelto a la primera fila. Chávez, después de un “estudio científico”, descubrió el “verdadero” rostro de Bolívar. Antes, buceando en el árbol genealógico de Capriles, la prensa difundió su lejano parentesco –sobrino octavo– con el prócer independentista. “A ese (al supuesto familiar de Capriles), Bolívar siempre lo reprendía por jugador y borracho”, se apresuró a contestar el presidente. En la petrolera Venezuela, quizás el país más clasista de la clasista Latinoamérica, es muy importante de dónde viene uno. Lo cierto es que la familia Capriles Radonski tiene abolengo y dista mucho de ser revolucionaria. Integrantes de la alianza que lo postula comentan en confianza que Capriles es “un sifrino [fresa], un niño rico, de derechas”. Los Capriles son descendientes de sefaradíes que emigraron de Holanda a Venezuela en el siglo XVII. Los Radonski escaparon de Europa después de sufrir el horror nazi en su Polonia natal. Llegaron a Curazao desde España. Los primeros son empresarios de éxito en el mundo de la construcción y los medios de comunicación. Los segundos, aunque llegaron con poco más que una cinta de video bajo el brazo, fueron durante muchos años dueños de la mayor cadena de cines del país. El 11 de julio de 1972 nacía Henrique Capriles, el segundo de tres hermanos, en el seno de una adinerada familia. Su madre, Mónica Radonski, es una imagen proyectada y femenina del candi-
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Caracas, Venezuela.- Henrique Capriles se mueve con agilidad, corriendo, saltando a pesar de la marabunta que lo rodea, como un boxeador antes de subir al ring. El calor aprieta en el mediodía de esta ciudad cuando el candidato presidencial de la oposición irrumpe en medio de una manada de políticos, asesores y guardaespaldas. Los miles de simpatizantes que lo esperan se tropiezan al paso de la estampida. Unos intentan tocarlo por un instante; otros, los más viejos, se agarran a lo que tienen a mano para no caerse. –¡El que no camina pierde! –grita la masa. Algunas señoras se desgañitan, como si vieran a una estrella de rock, aunque durante su fugaz paso apenas se distingue una gorra con los colores de la bandera venezolana sobre su cabeza, una camisa blanca y unos dientes apretados, a mitad entre el esfuerzo y la sonrisa. La calle está empapelada de carteles con su cara, debajo de la cual destaca el lema de la campaña: Hay un Camino. Henrique Capriles parece empeñado en recorrer literalmente ese camino, y cuanto más rápido, mejor. En febrero se impuso con 60 por ciento de los votos en las primarias de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), el frente común de la oposición a Hugo Chávez, que aglutina a más de una treintena de agrupaciones políticas. Convertido en el primer candidato único de los antichavistas, casi cada día ha viajado por el país: camina, abraza niños, lanza besos, entre agarrones y la histeria de las multitudes. En la enésima marcha, la que hoy recorre varios barrios populares de Caracas, todavía ondea alguna bandera de Adeco y Copei, los dos grandes partidos que se turnaron el gobierno de Venezuela durante 40 años antes del advenimiento de Hugo Chávez. Pero la marea es amarilla, el color primario que la campaña de la oposición ha contrapuesto al rojo chavista. Así, en las antípodas, ha forjado su ascenso Capriles. Primero, entre la oposición: mientras los políticos ligados a los viejos partidos que sumieron a Venezuela en la corrupción y la desigualdad le gritaban a Chávez “dictador”, el candidato, un joven abogado liberal sin padrinos entre los dinosaurios, llamaba a la conciliación del país. Ahora, cuando los rumores sobre la salud del comandante, ya de 58 años, pululan en el aire después de resistir dos operaciones contra el cáncer, Capriles, apenas cumplidos los 40, se muestra vital, imperturbable al cansancio, fibroso, casi como un corredor de fondo. Donde Chávez define a los “nuestros” y critica a los “burgueses”, Capriles no se ha cansado de repetir que será “el presidente de todos”. –Aquí perdemos 55-45 por ciento –calcula Thaelman Urguelles, un veterano cineasta e intelectual asiduo durante los 14 años de chavismo a las manifestaciones opositoras. Los edificios son modestos pero robustos, típicos de la clase trabajadora. Los balcones enrejados. Los comercios salpican la avenida. –Allá perdemos 60-40 –señala Urguelles. Una estrecha calle empinada trepa hasta una colina. El urbanismo pierde cualquier orden. Las casas, algunas aún de ladrillo, pero otras muchas de madera y láminas de zinc, simplemente se amontonan. –Hay que seguir, hay que arañar, arañar... Ese “arañar” del que habla el cineasta es, según todos los expertos consultados, la clave para que Capriles llegue
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dato. La nariz grande y afilada, la chispa en los ojos. Descansa en la terraza de la sede central del Comando Venezuela, el centro de operaciones de la campaña. Media docena de pulseras propagandísticas le cuelgan de la muñeca. Pide que no alejemos mucho el cenicero. Mientras apura un par de cigarrillos recuerda la vida de su hijo Henrique. De él dice que aunque no es su favorito, “sí es el más humano”.
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El niño lloraba desconsoladamente cuando a ella le tocaba llevar al colegio a su hijo mayor. Mónica pensó que lo mejor era llevar también al pequeño Henrique a la escuela Montessori aunque todavía le faltaban dos años para cumplir la edad de ingreso. La directora le dijo a la madre que probara; si no funcionaba, siempre podía regresar a casa. Capriles se quedó. Toda su vida ha sido un tipo precoz. A los 11 años ya estaba en secundaria. Jugaba béisbol y basquetbol. Era adicto a las películas antiguas. Un tipo “ingenioso”, que no conocía a nadie en el colegio y que hizo amigos rápidamente. De primeras podría ser un “niño bien” que viajaba por el mundo de la mano de su abuela, emigrante polaca, pero Henrique siempre se esforzó en dar otra imagen. “Más que un gran líder, era muy popular. Era amigo de los cantineros, de los choferes… Las personas que trabajaban con él en la casa, todavía trabajan con el”, cuenta Armando Briquett, jefe de la coalición antichavista y uno de sus mejores amigos. Una de las primeras cosas que hizo Capriles, una vez electo como gobernador de Miranda, fue ir a buscar al chofer de su infancia para que volviera a colaborar con él. Briquett mide más de 1.90 y se frota la barriga. Lejos está del cuerpo de nadador que hace unos años presumía cuando estudiaba derecho en la universidad. Ahora engulle rápidamente un pastel de chocolate en la casa de campaña de Capriles. Dice que no le gusta hablar de su amistad con el candidato porque la gente “tiende a confundir roles” y a malinterpretar su puesto en el equipo. Luego confiesa que son grandes amigos. Lo que más le llamó la atención de Henrique Capriles al conocerlo fue que conocía el mundo. Los viajes con la abuela en el verano a la Unión Soviética y a Europa le daban una ventaja sobre sus compañeros. Además de que era un apasionado de la política. “Cuando se cae el muro de Berlín, él ya había estado allí, cuando comienza la perestroika, él había visitado Rusia… No es lo mismo leerlo que verlo, y eso le dio una muy buena visión de las cosas”. Le encantaba el derecho, pero nunca se imaginó participar en la política más que como un observador. Fue Venezuela la que marcó sus aspiraciones presidenciales. Capriles cumplía 16 años cuando Carlos Andrés Pérez fue electo como presidente. Todos sus
amigos llevaban meses planeando un viaje a Isla Margarita, uno de los destinos turísticos favoritos de los venezolanos, para disfrutar el carnaval. Pero las fechas coincidían con la toma de posesión del entonces mandatario. Así que ese 2 de febrero de 1989 Henrique decidió no viajar a pesar de las súplicas de sus amigos. Prefirió colarse entre la multitud para ver al nuevo presidente. Unas semanas después llegó el famoso “Caracazo”. Los habitantes de la capital salieron en masa a las calles a protestar contra las medidas económicas del nuevo gobierno. Las clases sociales se dividieron todavía más y unas 3 mil 500 personas murieron en sólo dos días de disturbios. En aquel entonces, Capriles, junto con Briquett y el resto de sus amigos, amanecían juntos en la casa de una amiga en el barrio de Las Mercedes. Había toque de queda. Veían las noticias todo el día y seguían de cerca los acontecimientos. “Era impactante todo aquello. Cuando uno salía a la calle era lo que la gente comentaba, se veían colas inmensas de gente en los mercados a primera hora… Íbamos a comprar el refresco y de repente había una fila de 40 o 50 personas para comprar algo”, recuerda Briquett. “Es el país en el que nos tocó vivir”.
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Henrique Capriles baja del avión. Llega a Caracas. Es un novato en la política, listo para hacer una de sus primeras apariciones en la Asamblea de la capital, donde habitan compañeros con mucho más colmillo y experiencia. Al poco tiempo de entrar en el edificio se extiende un rumor sobre él. Se apresura a llamar a su madre. “Voy a ser presidente de la Cámara de Diputados”, le alcanza a decir. La sorpresa rige la conversación. Apenas tiene 26 años. Un “golpe de suerte”, como lo definen aquellos en su círculo más cercano, determinó su rápido ascenso en la vida política. Armando Briquett estaba de vacaciones cuando escuchó la noticia en la radio. Nadie lo podía creer. Quien empezó como diputado por la provincia de Zulia por petición de su primo, que era militante de Copei y no quería continuar en la vida pública, ya dirigía el Parlamento sólo un año después. Aquel 5 de enero de 1999 había manifestaciones en el Congreso. “El pueblo arremetía contra el Parlamento. Quería casi quemarlo. Chávez había hablado de freír en aceite la cabeza de los diputados de Adeco, había sembrado un discurso de odio. Sólo una cara nueva como la de Capriles podía darle frescura a la institución”. Otras fuentes, sin embargo, afirman que Capriles fue electo por ser alguien “tierno y a quien se podía manejar”. Ese rostro nuevo, con una sonrisa constante al lado de una barba recién afeitada, aparecería 14 años después en los cárteles convertido en el rival de Hugo Chávez. En aquel momento, Capriles y Chávez se habían reunido únicamente en una ocasión cuando el actual presidente había sido electo y todavía no juramentaba. Los encuentros se repitieron dos veces más en la residencia presidencial de Miraflores. Siempre oficiales. Chávez no reparaba en Capriles. Apenas lo miraba. De esos cara a cara, por su parte, Capriles destacó ante su gente cercana que había estado enfrente de un hombre que irradiaba carisma. “Su defecto, como el de otros, ha sido subestimar lo que este régimen está dispuesto a hacer para preservar el poder. Su falta de escrúpulos”, asegura María Corina Machado, candidata a las primarias de la oposición.
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Capriles corre pero no lo sigue una multitud, sino un grupo de colombianos acusados de ser paramilitares. La pista es el patio de los calabozos de la antigua Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención. Es 2002 y el hoy candidato pasará los siguientes cuatro meses entre rejas. El 12 de abril de ese año algunos opositores y militares perpetraron un golpe de Estado que depuso durante 48 horas a Hugo Chávez. Un grupo de antichavistas aprovechó para abalanzarse contra la embajada de Cuba, en el municipio de Miranda, gobernado en aquel entonces por Capriles. Dos meses después fue acusado de ser instigador y cómplice. En los últimos años ha sido absuelto cuatro veces de aquellas acusaciones, pero aún es común oír a algún chavista usar la palabra “golpista” para referirse al candidato opositor. Los días en prisión los pasa, además de ejercitándose, recibiendo visitas. Su madre le lleva la comida. Políticos afines se acercan a las instalaciones y algunos periodistas extranjeros intentan una entrevista que nunca se concreta. En su celda va montando un pequeño altar con los regalos que algunos de sus votantes le llevan. Sobre todo recibe presentes religiosos. Un buen día una señora se acercó a Mónica Radonski de Capriles. Portaba una estatua de medio metro de la Virgen del Valle, la patrona de la Isla Margarita. “Era muy misteriosa, una especie de sacerdotisa”, recuerda la madre. “Me pidió 20 minutos a solas con él y se los concedí”. Nadie, excepto Henrique y la “misteriosa” señora, sabe a ciencia cierta de qué hablaron aquel día. A las pocas semanas de ese encuentro llegó la orden de excarcelación y Capriles se convirtió, entonces, en un fervoroso devoto de la virgen. Cada 8 de septiembre, día de la Virgen del Valle, se acerca a Isla Margarita para dar las gracias.
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En febrero pasado, el presidente Hugo Chávez se dirigía al aeropuerto para volar a Cuba y someterse a una segunda
operación para extirparle un tumor cancerígeno. En Catia, uno de los barrios más populares de Caracas, la gente se agrupaba en torno a varios inflables gigantes del mandatario, gritaban y lloraban como si despidieran a un familiar. Aunque en las últimas semanas el comandante ha recuperado su hiperactividad, dando discursos de cinco horas, cantando y tocando la guitarra con sus seguidores, tan dicharachero y entusiasta como de costumbre, su salud ha sido tema clave en la campaña de Capriles. –¿Cuándo fue la última vez que vino por aquí el candidato del afiche (o de la continuidad o del oficialismo)? –repite el candidato antichavista cada vez que llega a un pueblo. Normalmente, la última visita de Chávez fue hace mucho tiempo o simplemente no ha ocurrido. En una ocasión, en Yaracuy, Capriles empezó a gritar: “Me dicen que no ha venido el candidato del afiche y si no ha venido ya, no va a venir, ¡pero aquí está El Flaco en carne y hueso!”. Sus discursos son siempre cortos, nunca duran más de media hora. El más largo fue el que dio el día de su investidura en Caracas, de unos 40 minutos, el cual fue criticado por “corto, inconcreto y frío”. La oratoria no es su fuerte. Sin embargo, al electorado femenino poco le importan sus palabras, le importan más las fotos y su soltería. El candidato mantuvo una larga relación sentimental con la periodista Erika de la Vega, pero terminó meses antes de que fuera candidato. Se dice que la imagen de joven soltero le ayudará a la hora de los votos. “Yo sé que las mujeres me van a hacer presidente”, dijo aquella vez en Yaracuy. El candidato joven, guapo, diferente, incluso se ha metido en bastiones 100 por ciento chavistas sin importar las consecuencias. Como aquella vez en Anzoategui, donde ingresó a un enclave lleno de camisetas rojas. Los chavistas intentaban impedir la marcha con sus motos y la gente golpeaba el bus de los periodistas creyendo que Capriles estaba dentro. “El está intentado demostrar que es lo que Chávez ya no es, que tiene salud, que puede manejar el país. Es algo que tienen que ver los propios chavistas”, considera Ángel Rivero, periodista y autor de Auge y caída del chavismo. El analista político Ricardo Ríos considera que sólo hay dos posibilidades. O Chávez gana por poco o Capriles gana por poco. Ninguno arrasará. Pero la balanza se mantiene del lado chavista. “Ganar por poco margen obligaría a la oposición a ganar las elecciones de diciembre (municipios y estados) y así confirmar el cambio”, acota. Si se da este escenario, el economista, ex guerrillero y ex candidato presidencial Teodoro Petkof piensa que Capriles “necesita adquirir la envergadura de comandante en jefe de las fuerzas armadas, no únicamente de presidente. Ese es el mensaje y la actitud que debe mostrar”.
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Capriles empezó a forjarse un nombre como presidenciable en 2010. El candidato antichavista era gobernador de Miranda, el segundo departamento más grande del país. Las inundaciones a causa de las lluvias de diciembre provocaron los peores estragos en la zona. En las imágenes, aparece un Capriles de camisa polo color blanco y gorra negra con el agua hasta el pecho, ayudando a las familias afectadas. Estuvo 22 días así, mientras que a Chávez se le observa en un helicóptero militar sobrevolando el área. “Fue un contraste claro entre una persona que estaba viviendo y resolviendo los problemas de la gente, y otro que estaba usando los símbolos del poder exclusivamente. Eso puso la mirada entre Capriles y Chávez”, apunta Briquett. Pero la vida de ambos contendientes a la Presidencia tiene varios puntos en común: los golpes de Estado, la cárcel, el contacto con la gente. Casualmente, Primero Justicia, el partido que años después postularía a Capriles como líder de la oposición, surge como una ONG en 1992. Ese mismo año Hugo Chávez nace a la política cuando encabeza un golpe de Estado contra el gobierno en turno y termina en la cárcel durante dos años. Cuando sale, el comandante ya es un héroe de la Revolución que camina hacia Miraflores. Capriles también tuvo su particular via crucis.
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–¿Qué tantas posibilidades reales tiene Capriles de ganar? –se le pregunta a un miembro cercano de la campaña. –La realidad es que podemos perder y hay que aceptarlo. Pero nuestra derrota puede ser una victoria el próximo año, dependiendo de la salud de Chávez.
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El Bus del Progreso en el que Capriles ha recorrido, sólo en julio pasado, 21 de los 23 estados de la República circula por un montañoso territorio de agricultores. El candidato ocupa un asiento de la última fila de lo que en realidad es un microbús blanco de unas 20 plazas. Lo acompaña una mochila llena de camisetas y gorras. Se seca el pelo, está empapado luego de jugar un partido de baloncesto con los lugareños bajo la lluvia. Era el quinto pueblo que visitaba hoy. El Flaco, como lo conocen sus seguidores, se alimenta exclusivamente de pollo, verduras y arroz. Apenas duerme cuatro horas, pero de cerca sigue proyectando una imagen saludable, incluso gana corpulencia en la distancia corta, aunque es pura fibra. La timidez y la pálida oratoria de sus discursos se atenúan. Muestra seguridad y energía al hablar e intenta recalcar en cada respuesta que él es “el cambio” y que Chávez y su modelo “están desgastados”. Sólo duda cuando se habla de narcotráfico (en Venezuela se apunta directamente a la complicidad de las fuerzas armadas). A pesar de que por el momento las encuestas lo dan como perdedor. A pesar de que enfrente tiene al hombre con más poder de convocatoria de la historia reciente de Venezuela. Y a pesar de los 14 años de Chávez en el poder, se muestra confiado. “Yo nunca he perdido unas elecciones”, recuerda en la entrevista con emeequis mientras se incorpora del respaldo. “El modelo no funciona y quiero que los venezolanos no vinculen el 7 de octubre simplemente con la derrota de Chávez, sino que vayan mucho más allá y piensen en el futuro”. En caso de ganar, Capriles heredaría un país carcomido por la violencia delincuencial –es el quinto a nivel mundial, según la ONU–, con una deuda externa de unos 140 mil millones de dólares y unas instituciones que durante más de una década se han mostrado fieles a Chávez. Los chavistas, además, aunque no fueran mayoría, seguirían siendo prácticamente la mitad de la población. En barrios como el 23 de enero hay quien asegura, como Toño, un veterano de “la revolución”, “que el pueblo se echará a las armas si pierde el comandante”. La oposición, que une a casi todo el espectro político, por otro lado, sólo se ha puesto de acuerdo en un punto: echar a Chávez del poder. “En caso de que Chávez sea reelecto, habrá que ver si tiene la salud para gobernar. De lo contrario, habría que convocar un referéndum”, augura Fermín Mármol, miembro de la plataforma opositora y quien en las primarias apoyó a un candidato del ala más conservadora.
El “cambio”, el fin de ciclo de Chávez, es la obsesión. Por eso Capriles repite la palabra sistemáticamente cuando habla de la inseguridad y el empleo. De depurar los cuerpos policiales, de poner a funcionar al Poder Judicial o de arreglar el sistema penitenciario, algunas de las preocupaciones más comunes de los ciudadanos. Además, también quiere desarrollar un programa para erradicar el hambre en el país, para que ningún venezolano se vaya a cama sin comer. –Eso cuesta mucho dinero –se le señala al candidato –¡Siete mil millones de dólares regala el gobierno de
El presidente Hugo Chávez, durante un mítin de campaña.
Chávez a otros países todos los años! Ahí tienen: 7 mil millones de dólares para empezar. Eso lo cortaría… –¿Los regalos? –Absolutamente. No voy a regalar un barril de petróleo al exterior. No voy a dejar que se gasten los recursos de los venezolanos en temas que no son importantes. Más importante que gastar 4 mil millones de dólares comprando tanques de guerra rusos, es fortalecer la seguridad social, por ejemplo, de las fuerzas armadas. Las prioridades del gobierno, lo he dicho y lo repetiré, no son las prioridades de los venezolanos. Después de que el jefe de prensa me esté tocando el hom-
bro continuamente dejamos la entrevista. Han pasado 25 minutos. Dejamos a Capriles en el bus rodeado de asesores, guardaespaldas y políticos. Todavía falta un pueblo que visitar en esta jornada. Llegar por una estrecha calle a bordo del vehículo hasta donde la multitud lo permita. Bajarse acorazado. Perforar una marabunta de gente humilde. Agarrones, gritos, besos al aire. Arañar un voto, dos votos. Capriles se sumerge en la multitud. Y corre, corre... ¶