Las guerreras de las favelas

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de las

favelas

Estas mujeres libran dos peleas: una contra el crimen y otra contra el machismo. Hasta hace 30 años las mujeres no podían ser oficiales de la policía de Río de Janeiro, ahora, después de una larga lucha, algunas de ellas lideran la operación más ambiciosa para pacificar la ciudad. Por Alejandra S. Inzunza Fotografía: Lianne Milton

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REPORTE global Priscila de Oliveira, «La mujer más valiente del mundo», dirige las Unidades de la Policía Pacificadora (UPP).

Vista del monte Pan de Azúcar en Río de Janeiro, Brasil.

uando vio el uniforme doblado al lado de la cama, la madre de Priscila de Oliveira no pudo dormir. Se despertó muy temprano y a las 5:30 a.m. tocó el hombro de su hija que dormía: –¿Por qué tienes el uniforme ahí? –le dijo preocupada. Dime que no vas a volver a la calle. Priscila, todavía adormilada, se rió. Luego trató de calmarla. –No, sólo me van a tomar unas fotografías. Tengo que ir uniformada. Su madre, que tenía la placa de la Policía Militar entre las manos, la dejó en la mesa y regresó a su habitación. “La mujer más valiente del mundo” vive en casa de sus padres. Tiene el pelo rizado y una sonrisa fácil. No tiene hijos, pero quiere tenerlos. Odia estar en casa. No confía en nadie. Duerme poco y sueña con un día comandar la policía de Río de Janeiro. Priscila de Oliveira Azevedo (35 años) dirige las Unidades de la Policía Pacificadora (UPP) de Río de Janeiro, un grupo especial de la Policía Militar que se dedica a recuperar el control de las favelas, las cuales son comandadas por fuertes 114

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grupos de narcotraficantes. En una ciudad con 600 favelas y 40 homicidios por cada 100 mil habitantes, donde se han desencadenado las violaciones sexuales y el control del crimen organizado, su trabajo consiste en que Río de Janeiro se convierta en una ciudad segura. Hasta hace dos años tenía a 125 hombres a su cargo en la favela Santa Marta, la primera pacificada en la ciudad y que hasta su llegada era controlada por el Comando Vermelho, una de las bandas criminales más grandes de Brasil. Allí empezó su fama. Priscila fue la primera mujer en tener un cargo tan alto en una nueva policía, la UPP, que buscaba limpiar la mala imagen que la Policía Militar tenía tanto en Río de Janeiro como en el resto del país. Pero para llegar aquí tuvo que pasar una experiencia terrible que todavía la acecha. El título de “La mujer más valiente del mundo” no es gratuito. Un día que no quiere recordar más, Priscila, su madre y su abuela regresaban del supermercado a su casa en Niteroi, una ciudad metropolitana de Río de Janeiro, equiparable con algún municipio del Estado de México,

“Había un tumulto de policías intentando entrar a verme”, recuerda. Ella no podía parar de llorar. Pero no aguantó más. Quería volver a la calle. Hacer justicia. OLVIDAR LO QUE HABÍA PASADO. como Naucalpan para el Distrito Federal. Bajaron del coche y ayudaron a la abuela, que apenas puede caminar, a entrar a la casa. Priscila, que cargaba su pistola y placa en el bolso, llevó las cosas adentro. Cuando volvió a recoger lo que faltaba, dos hombres armados la golpearon y la metieron a la fuerza al coche. Su madre sólo alcanzó a ver desde la puerta cómo se llevaban a su hija. Llamó inmediatamente a la Policía Militar para avisar que la mayor Priscila de Oliveira había sido secuestrada. Su abuela se enfermó. Durante los próximos días sería golpeada y torturada por una banda de robacoches en São Gonçalo, uno de los barrios más pobres y violentos en el estado de Río de Janeiro. Priscila estuvo encerrada en lo alto de una favela. No tenía forma de escapar. Eran siete. “Si hubieran sabido que yo era policía, me hubieran matado”, comenta ahora entre risas, tranquila, como si fuera algo gracioso. Después de dos intentos, Priscila logró huir. Así, herida y sin poder razonar, encontró a un batallón de la Policía Militar y regresó de inmediato a São Gonçalo. Atraparon a dos de sus captores. Dos días después, regresó otra vez, armada y con todo el odio que tenía en ese momento y detuvo a otros dos. Uno más se entregó voluntariamente. Estuvo un solo día en el hospital. Más de 80 policías de Río de Janeiro fueron a visitarla. “Había un tumulto de policías intentando entrar a verme”, recuerda. Ella no podía parar de llorar. Pero no aguantó más. Quería volver a la calle. Hacer justicia. Olvidar lo que había pasado. “Hoy no me he acordado de eso. Ayer tampoco. ¡Gracias a Dios! Casi todos los días lo recuerdo”, dice Priscila, quien espera que su próximo puesto en la policía sea en São Gonçalo. Todavía confía en capturar a los dos hombres que la torturaron y que hasta hoy siguen en libertad.

Esta experiencia, ocurrida en 2007, hizo de Priscila una mujer conocida en todo Río de Janeiro. Casi cuatro años después acapararía la atención mundial. En una fotografía del año pasado, aparece llorando, mientras la primera dama de Estados Unidos, Michele Obama, la mira de reojo. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, acababa de entregarle el premio Mujeres Valientes, que incluye a las 10 con mayor coraje en todo el mundo. Hace dos años dejó el uniforme para trabajar en una oficina. Actualmente dirige el área de planeación de la Secretaría de Seguridad pensando cuál será la estrategia para

pacificar otra favela. La pacificación de Río de Janeiro está en sus manos. En los últimos años, ha coordinado la instalación de las UPP (33 hasta la fecha) en las favelas centrales de la ciudad. Por eso, su madre está tranquila. No pasa las noches esperando a que Priscila regrese de Alemao, uno de los complejos de favelas más grande y peligroso en el que trabajó durante años. Antes de oscurecer, su hija ya está en casa.

Las oficiales siempre están dispuestas a pelear por la seguridad.

Antes de salir a patrullar preparan sus armas.

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Katia Neri Nunes Bonaventura, es de las primeras mujeres que ha llegado a ser nombrada coronel.

Mujeres al frente Hasta 1983, las mujeres no podían ser oficiales de la Policía Militar de Río de Janeiro. Fue hasta ese año que se formó un primer grupo de mujeres. Había 11 de ellas entre 72 hombres. Cada tres años se abría un nuevo grupo especial dentro de la Academia Policial al que podrían inscribirse las mujeres, quienes una vez graduadas se dedicaban a actividades simples, como tránsito, turismo y relaciones públicas. En aquellos tiempos tenían que llevar el pelo corto. Su uniforme era una falda y un saco. Debían guardar su arma en un bolso con el que se paraban en los cruces de tránsito para fijarse que nadie se pasara un semáforo. Una mujer nunca entraba a la favela, dirigía una operación o estaba en una circunstancia peligrosa. En cambio, contestaba el teléfono, hacía citas, incluso preparaba comidas. 116

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La coronel Katia Neri Nunes Bonaventura estuvo en ese primer grupo. Una mujer alta, de pelo negro, con voz dulce como la de una abuela. Para ella, ser policía no se trataba de un estilo de vida, sino de una oportunidad de empleo. “Ya había mujeres médicas, ingenieras, faltaban las policías”, dice con seriedad. Ningún otro cuerpo de las fuerzas armadas –sólo la Marina—permitía el ingreso de mujeres y el hecho de que la Policía Militar de Río de Janeiro abriera sus puertas para este sector representaba un gran cambio en todo el país. Como gran parte de las mujeres policía hasta hoy, Katia pertenecía a una familia militar. Su padre había sido marino, así que no le pareció difícil entrar a un mundo dominado por los hombres, donde no había un baño exclusivo para el sexo femenino y en el que tenía que ponerse al nivel de sus compañeros para demostrar que valía.

Durante los tres años en la academia, Katia y sus compañeras se sumergieron en un universo masculino. Hacían los mismos ejercicios de educación física y soportaban las miradas de aquéllos, que hasta entonces sólo veían a las mujeres enfermeras dentro de la academia. Ellos se fueron adaptando a su presencia. –¿Había prejuicio o discriminación?, le pregunto. –No me gusta hablar de eso porque ya pasó mucho tiempo. Ya no es así. En un ambiente masculino siempre hay bromas, comentarios, poca delicadeza, pero una tiene que demostrar que puede ser parte de ello. Recién salías de la academia ya eras oficial, tenías que comandar a hombres que tenían la edad de nuestros padres. Para ellos era difícil entenderlo, pero lo conseguimos. –¿Tuvo que pelear para ser respetada? –No, tuve que imponerme. No pelear. No hay que dejarse envolver por los prejuicios que existen en todos los ambientes, no sólo en la policía. Aquí no venimos a competir, sino a completar. Nosotros tenemos aptitudes para cosas que los hombres no. Mejor trato con la gente, una forma más amable de comandar y hay que explotar también eso. Desde entonces, las mujeres han ido ganando más derechos. Consiguieron dejar la falda y que se les diera un pantalón, que se instalaran baños exclusivos para ellas, que las dejaran participar en cualquier tipo de operación y que se cancelara la idea de una Policía Femenina que sólo se ocupaba de vigilar aeropuertos, estaciones de autobuses y cuidar niños. A medida que más mujeres entraban al cuerpo, incluso se instaló una guardería para que pudieran dejar a sus hijos mientras trabajaban. Al ser una de las más antiguas, la coronel Katia ha visto cómo la policía se ha ido transformando y ahora es un espacio más amable para las mujeres. Detrás de su asiento en su oficina, en la central de la Policía Militar, hay un muro lleno de las fotografías de los hombres a los que actualmente dirige. Katia es una de las primeras mujeres que llega a coronel y, según algunos rumores, se le ha nombrado en varias ocasiones para suceder en un futuro al actual jefe de la policía de Río de Janeiro. Pero ella sólo piensa en su jubilación el próximo año, en decorar su casa, en cuidar a sus perros, en viajar.

La rudeza no está peleada con la vanidad. Las oficiales siempre encuentran tiempo para arreglarse.

Por su valor y su trabajo destacado las mujeres han ido ganando terreno en las fuerzas armadas.

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La oficial Carla Bonn vigila Cajú desde su patrulla.

La pacificación de las favelas está en manos de estas mujeres que cada día salen a las calles a combatir la delincuencia.

Una misión difícil Una valla de plástico con dibujos de las montañas que rodean la costa de Río de Janeiro separa Avenida Brasil de las favelas que se encuentran camino al aeropuerto internacional Tom Jobim. Detrás de ella se encuentra Maré, con más de 130 mil habitantes, el próximo complejo de favelas en el que la Policía Militar pretende instalar una UPP más. Hombres armados pasean por aquí las 24 horas del día con fusiles que les llegan hasta la cintura. Cuatro grupos criminales –Comando Vermelho, Amigos dos Amigos, Tercero Comando y la milicia—pelean por el control de las calles. La pacificación de Maré este año es la prioridad de la Secretaría de Seguridad, a cargo de José Mariano Beltráme, quien ideó el concepto de la UPP y trató de dar una nueva imagen a la policía carioca. Durante años, la Policía Militar tuvo la peor reputación, relacionada con la corrupción y la brutalidad policial, además de que en muchas ocasiones se comprobó su relación con los propios traficantes. 118

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Aunque son de ficción, las películas Tropa de elite 1 y 2, del director José Padilha, alimentaron esta visión de la policía. Asimismo, basadas en hechos reales, denunciaban la existencia de la milicia, grupos paralimitares que se dedican a la extorsión de los habitantes de las favelas y, en muchos casos, al control del tráfico de droga. Se trata de ex policías o miembros del cuerpo que trabajan con el apoyo de otros grupos de poder, como la Asamblea Legislativa. El actual presidente de la Comisión de Derechos Humanos en la Asamblea, Marcelo Freixo, investigó durante años el poder de estos grupos y en 2008 logró el encarcelamiento del entonces diputado Alvaro Lins, a quien se relacionó con los mismos. Ninguna de las favelas hasta hoy pacificadas está bajo el control de las milicias. Con la creación de las UPP en 2010, Beltráme quería dejar atrás esa etapa negra de la Policía Militar. Por eso, Priscila de Oliveira, considerada una heroína carioca, fue elegida para pacificar Santa Marta y después planear la creación de un total de 40

UPP antes de 2014. Actualmente, hay 33 UPP que afectan a unas 45 favelas, en las que se ha demostrado que ha disminuido el crimen, sobre todo el número de homicidios. Aunque el tema de la pacificación es polémico, la mayor parte de sus habitantes coincide en que “al menos ya no se escuchan balas todos los días”. En este contexto, con una nueva policía, más mujeres decidieron formar parte del cuerpo armado. El 2010 fue el año en que más mujeres hicieron pruebas para entrar a la Academia Policial, aunque siguen representando menos de 10 por ciento del total. De los más de 45 mil elementos que integran la Policía Militar, sólo 3,668 son mujeres, de las cuales 723 integran las UPP. “Nunca seremos la mayoría, evidentemente, porque somos diferentes”, dice Priscila de Oliveira, quien se inspiró en un tío suyo que había sido policía para entrar al cuerpo hace ya más de 15 años. A lo largo de las entrevistas con diversas mujeres policías siempre surgen varios puntos en común que las llevaron a escoger

este oficio: algún miembro de sus familias forma parte de las fuerzas armadas, tuvieron que dejar alguna relación sentimental para entrar a la policía, sus actuales o anteriores parejas son policías y todas consideran que dentro del cuerpo hay que demostrar que son capaces. La mayor Alessandra Carvalhaes es una de las dos mujeres que lideran una UPP. La suya se llama Cajú, una favela con unos 30 mil habitantes, que rodea el complexo de Maré y que también es cercada por la valla de plástico. Es una de las veteranas en el tema de la pacificación y una mujer más que tuvo que demostrar quién era para llegar ahí. Aún recuerda sus días dentro de la academia –entró sólo un par de años después que Priscila–, cuando decidió quedarse toda una noche practicando cómo subir la cuerda tan rápido como sus compañeros. Tenía las manos llenas de llagas y a pesar del cansancio intentaba subir, pero no tenía fuerzas. Cuando al fin lo consiguió, cuenta entre carcajadas, su felicidad fue tal que se soltó para celebrar su logro y cayó desde una altura de tres metros hasta la arena. “Teníamos que demostrar lo que valíamos, ellos creían que por ser mujeres no podíamos aguantar”.

Así eran esos días en los que por cada 122 hombres había 15 mujeres en la academia. Aun siendo parte de la minoría, logró ascender hasta comandar hoy a 300 policías en Cajú, una zona muy cerca del puerto, de gran relevancia económica para la ciudad y que fue ocupada por la policía casualmente el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, una especie de homenaje a su presencia en este lugar. Antes de llegar aquí, ya había liderado la pacificación de otra favela, Formiga, por lo cual ya se le considera una de las veteranas en el tema de las UPP. Alessandra, de 37 años, es una mujer regordeta, dicharachera y sincera, que siempre trabajó en las calles. Antes de comandar Formiga y Cajú, estuvo en la policía represiva, que se encargaba de ocupar las favelas y luchar contra los traficantes que las controlaban o irrumpir en operaciones especiales. “Cuando una entra a la policía no piensa que va a ver cosas que no espera. Un homicidio óctuple de la misma familia, un hombre descuartizado en un congelador… Después se vuelve normal convivir entre tiros, pasar por calles llenas de armas y ver a los padres drogados peleando frente a sus hijos; se va creando una resistencia

emocional a todo”, apunta la comandante. Hace unos años era impensable que una mujer como ella pudiera estar al frente de un proyecto tan ambicioso como la UPP, del cual depende la política de seguridad de Río de Janeiro y el mandato del actual gobernador, Sergio Cabral. Los hombres solían decir: “No trabajes con una mujer porque se va a embarazar y te vas a quedar sin compañero”. O se decía que una mujer era una “puta” o “lesbiana” por trabajar dentro del cuerpo. En 2000, Alessandra todavía encontró esos prejuicios. Hace poco más de una década todavía no era posible que una mujer ascendiera a coronel. Ella evita hablar de machismo porque no quiere reproducir la idea de que las propias mujeres son quienes lo fomentan. Simplemente se dedica a trabajar y superar obstáculos. “Aunque existe un prejuicio, ya no es el de antes. El mundo maduró y la policía también. Cuando llegué a Formiga puse a una mujer como comandante y funcionó, aunque todos dudaban. Nosotras tenemos mayor sensibilidad y eso ayuda a lidiar con la comunidad. Priscila lo probó. Nosotras también”, apunta en el cuartel rodeada de sus subordinados. El subcomandante a su lado asiente a sus palabras.

La mayor Alessandra Carvalhaes demostró a sus compañeros que las mujeres son tan fuertes y valientes como los hombres.

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Erika Querioz, 25

Michelle Soares, 27

Fernanda Araújo, 31

Dayane Alves, 22

Adriana

Carla Bonn, 33

Coronel Katia Bonaventura

Dilma Carvalho, 32 y Carla Bonn, 33

Mayor Alessandra Carvalhaes

Svelen Araujo, 27 años

Eli Moura, 24 y Glayce Araujo, 25

Jaqueline Brandao, 32

SER POLICÍA IMPLICA DEJAR ATRÁS TU VIDA PERSONAL. ENTRAR EN TUS MEJORES AÑOS DE JUVENTUD. En su escritorio hay un calendario de mujeres policía. Todas de la UPP. En las fotografías aparecen mujeres sonrientes, armadas, patrullando, a veces cargando niños, hablando con la comunidad, ayudando a sus habitantes. Ésta es la nueva imagen que la Secretaría de Seguridad ha intentado forjar de la UPP. Las mujeres entrevistadas para este reportaje coinciden en que la UPP ha ayudado a mostrar el trabajo de la policía en las comunidades e incluso ha dado una visión nueva de la mujer dentro de la policía. Aunque la discriminación y los prejuicios son cada día menores, una mujer policía tiene que cuidarse. Lidiar con las limitaciones. Según Priscila de Oliveira, una mujer debe adoptar un comportamiento diferente al trabajar con tantos hombres. Aunque se les 120

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respeta, ellas deben cuidar ese respeto con un “comportamiento más contenido”. “No tengo problema con eso, sólo que si un día hay una fiesta, él puede ponerse zunga (el tipo de traje de baño pegado al cuerpo que utilizan los brasileños), pero yo no puedo ponerme un bikini”. Otras batallas que librar Cuando Priscila de Oliveira decidió ser policía tuvo que hacer las pruebas en secreto para que su novio en aquel entonces no se enterara. “Sabía que no lo iba a entender”, dice ahora más de 15 años después. Cuando fue aceptada y supo que sus próximos tres años serían dentro de la academia, no tuvo más remedio que decirle. “Dejas esa idea o terminamos. Yo no quiero que mi mujer sea policía”,

le respondió él. Una semana después, Priscila entró a la Policía Militar. Para llegar ahí, muchas mujeres oficiales han tenido que comenzar una batalla con sus seres más queridos. Hace un año, la soldado Eli Moura tuvo que convencer a su familia de que quería entrar a las fuerzas armadas. “Ellos no querían, aunque en mi familia había ya policías, mi padre era policía civil, pero mi madre tenía miedo. No es una profesión común y corriente, hay mucho riesgo”. Ser policía implica dejar atrás tu vida personal. Entrar en tus mejores años de juventud. Los amigos cambian y las personas se asustan al saber que eres policía. “Cuando los chicos se enteran que eres policía no quieren salir más contigo. En cambio, las mujeres se mueren por salir con un hombre policía. Se

«EL RESPETO ES DIFERENTE, CUANDO VAMOS SOLAS HAY GENTE QUE CREE QUE NO PODEMOS RESOLVER NADA». sienten protegidas”, refiere De Oliveira, quien tuvo una relación de nueve años con un miembro del cuerpo armado. Alessandra Carvalhaes, por ejemplo, se casó con un miembro de la Policía Militar que entendía sus horarios, que pasara horas en el cuartel y estuviera rodeada de hombres. No había tiempo para celos ni discusiones cuando tienes que garantizar la seguridad de la ciudad. A la hora de tener hijos, ambos decidieron adoptar. A sus 24 años, Eli Moura asegura que no tuvo que acostumbrarse a vivir en un mundo de hombres. “Al contrario, son ellos los que tienen que acostumbrarse a nosotras”, dice la joven que lleva el cabello recogido debajo de su boina. Su novio actual también está dentro de la Policía Militar.

Eli trabaja en el cuartel de Cajú, comandado por Carvalhaes y una de las unidades de la UPP con mayor número de mujeres policía. De los 300 elementos asignados ahí, un tercio son mujeres. Sin embargo, más allá del machismo de la corporación que cada vez se acostumbra y adapta más al género femenino, hay que luchar con el de la calle. “A veces, la gente no quiere obedecer una orden porque se la da una mujer o se burlan de nosotras, nos gritan cosas en la calle”, dice Eli, quien acepta que en ocasiones es más fácil salir a una operación si va a acompañada de un hombre. “El respeto es diferente, cuando vamos solas hay gente que cree que no podemos resolver nada”. Algunos habitantes de Cajú las apodan las “guerreras” porque, a pesar

de estos prejuicios, ellas siguen luchando por su espacio. No se dejan intimidar. No bajan la cabeza. Son las 8:00 a.m. en el cuartel de la UPP de Cajú. Un grupo de mujeres vestidas de civil entran al vestidor y se ponen su uniforme. Hablan de lo que hicieron el fin de semana, ríen, toman un café. Se ponen el pantalón, ajustan su camisa, aprietan su boina. Se dejan puestos los pendientes, los collares y los anillos. Se maquillan antes de salir. Después se forman entre las filas, en las que ya están sus compañeros. Pasan a un cuarto pequeño y escogen sus armas. Una de ellas sostiene un fusil mientras busca un labial en su bolso. Unos minutos después salen a la calle. “Ahí van las guerreras a trabajar”, dice un hombre en un puesto de verduras cuando las ve pasar. 121

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