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o sé cómo empezó todo. Una noche, de las más oscuras y melancólicas, decidí arrancarme las muletas de la congruencia, y opté por mancharme las botas de lodo, vómito y reflejos de espejos rotos. Me di cuenta que la vida se me estaba yendo por el agujero provocado por un alfiler; que ni las notas suicidas sirven para limpiarse el culo en una época postmoderna. Le dije adiós a muchas cosas, a muchos rostros; sin embargo, del que no me he podido despedir es de mi instinto, el más sincero pecado dispuesto a discutir en cada cena familiar. ¿Y Dios? Le ha dado epilepsia a ciertos cadáveres para danzar con sus respectivos gusanos. Estamos de regreso con esta tercera entrega de Imagofagia. Un producto meramente experimental, que presentamos con mucho gusto. Ofrecemos nuestro trabajo en conjunto, como Colectivo y representantes de la Contracultura paceña; aunque la misma Contracultura y la vida sean una falacia, un engaño que en sus momentos más erráticos se desborda en un solo festejo de duendes, muy parecido a la felicidad. Han pasado algunos años ya desde la publicación del número anterior. Estamos más viejos, es cierto, pero somos más mañosos (ojalá, más virtuosos). Y antes de que nos ahorque el tiempo, nos tomamos el atrevimiento de expresar lo que traemos en este pequeño contenedor de razones y sin razones. Mucha gente nos pregunta el porqué “neceamos” con este tipo de publicaciones. Yo puedo ensayar un par de respuestas: la primera, porque como seres humanos insatisfechos nos inclinamos por la fascinación de la creación; le jugamos a la mamada de ser Dios, de vez en cuando. Nos gusta que los otros seres humanos puedan voltear y reconocer que hacemos y deshacemos porque somos seres libres y latosos, con menos virtudes que arrojo; con un ego robusto y, por supuesto, rabioso, dispuesto a morder a quien se descuide y le quite a su capacidad de asombro todo cerrojo. La segunda, es la más sencilla. Los sentimientos siempre andan por ahí, deshojando a la flor de la piel. Basta un empujón, un cerillo, un catalizador que nos permita recrearlos y recordarlos, como la cabeza de un oso en la pared de algún cazador insensato. Eso somos, cazadores y cazados buscando trofeos o buscando la nada, da igual en un mundo en donde nadas y trofeos valen lo mismo. Imagofagia te invita a devorar la imagen para que te vacunes contra la vida cotidiana. Es la píldora rompeataduras, la navaja de afeitar que te seduce, corta y encuentra un diálogo con las estrellas. Así, amigos míos, sean parte de las vociferaciones que tenemos que extirpar al unísono.
Ecatl López
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EDICIÓN Y DIRECCIÓN GENERAL
COLABORACIONES Cristhian Villegas Karina López Vázquez (CDMX)
Ecatl Alam López Jiménez
REDACCIÓN Y ESTILO Rubén Manuel Rivera Calderón Mario Montaño Romero
CONTACTO: mutantekdg@gmail.com Facebook: Colectivo Mutante / Ecatl López
DISEÑO EDITORIAL Ecatl López Jiménez
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CONSEJO EDITORIAL Ecatl Alam López Rubén Manuel Rivera Calderón Omar Murillo Daniel Olimón 3
Texto: Daniel Olimón Fotografía: Ecatl López
Mar Dorso del cielo te derramas iluminado por la espuma blanca dormitas en un grito de arena Te enciendes y enredas te arrojas y cruzas los brazos Mar de ojos desvelados tienes la inmortalidad azul que no pesa.
Texto: Karina López Vázquez
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rillo mar Mu Texto: O Ecatl López fía: Fotogra
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Texto: Daniel Olimón
MANOJOS DE OSCURID AD La cerrazón de la oscuridad madrugó; sus tendencias pendulares golpearon a la puerta. El mundo se nos vino encima; extendió el manojo de sus nervios. La noche entumida se agolpaba de abajo hacia arriba; abría sus yacimientos, expandiendo su negrura al cielo hundido de septiembre. En un instante de desgracia su frialdad arropó todo, antes del cereal en nubes claras y una taza de buenos días. Tras la máscara de pánico que sitiaba tu rostro; pude percibir espesas figurillas que escurrían de tus córneas, diluviabas una escarcha de bestezuelas taciturnas. En la distancia, escuchaba tus visiones estancadas, en los pasillos de una ciénaga forcejeaban al ritmo acelerado de la angustia. Un nuevo amanecer detona los monstruos expuestos al enfriamiento de tus ojos; desesperados entierran sus colmillos a la cintura de los muros; se aferran con garras a hormigones desvestidos, los restos de una lluvia desgarran el dorso de una súplica arrastrándose en penumbras. Agrupado en las branquias del abismo, el silbido de sus puños es parvada resonante de sus miedos; taladran manos trepidando al viento. Colibrís baten su lamento, miles de gorjeos desgarran la anatomía de las tinieblas; en los túneles de su tráquea se mueven rápido los gritos. ¿Los escuchas?...
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Texto: Omar Murillo
DE LA PUNTA DE TUS SENOS hasta la orilla del mar sólo hay cuatro besos Uno por cada esquina De la sombra que bebe el árbol a tu última mirada existen vocablos impronunciables Como acertijos bajo las piedras Y si hablamos del licor tus piernas se abren en lento silencio Suave fuego crepitando El jugo de la rosa cristal derretido pasa por mi lengua Abulta las venas En un instante de locura tras el follaje rojo salta tu tigre Me rasga la tinta Savia en cascada Olor que mata Ebrio de tu mezcal.
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Me despojo de pretextos y culpas para internarme en la noche. La oscuridad estampa su rencor iracundo sobre mi cara. Lo quiere dejar en claro, está harta de mis traiciones luminosas. ¿Salir del closet o internarse en él? La noche me invita a que pase, desde el otro lado del espejo. Avanzo entre sombras, golpes, vidrios, heridas. Veo a mi propio esqueleto buscar a tientas un poco de carne que ponerse. Soy este ropero lleno de juguetes y monstruos. De los ganchos para la ropa cuelgan todas las pieles que he sido: mis muertos, mis amantes, mis amigos. Hay un gancho vacío del que mana sangre fresca como pintura sobre un lienzo que se engulle a sí mismo. Se me escurren los ojos. Trato de quitarme estas sombras imprevistas como lagañas. El espanto renace entre mis dedos ávidos de tocar a alguien. Sus yemas solo palpan el filo de mi hiel prematura, rebelde y petrificada, amante de las libertades y el muro. Mutación, deformación, injerto todo es bueno si desmiente a la estela que deja lo que no vemos del barco sobre las aguas. Quisiera embriagarme de esta oscuridad que me grita frases lascivas, desde mis adentros. Todo es bueno si deforma un trazo, una palabra. Trato de quitarme estas sombras imprevistas pero nada importa; nunca tengo sueño ni deseo la paz de nada ni la pureza de un ser infinito. Estoy aquí y ahora metido en este agujero que exploro como si metiera mi dedo en la herida de una bala inocente y perdida, como un amor adolescente. Trato de quitarme estas sombras imprevistas, como cucarachas pero me devora la noche cuajada de temores. Ya no hay límites, soy mi grito y tú, la membrana donde el misterio resuena; soy mi espejo y tú, la amorosa piedra anónima que se aproxima.
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Texto: Rubén Rivera Ilustración: Daniel Olimón
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Ilustración: Ecatl López 10
El demencial caso de Tobías Texto: Christian Villegas
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noche tuve ese sueño otra vez. Lloré como ya es costumbre, recé al Dios de mi fe y luego fui al baño. Tuve miedo al ver mi rostro en el espejo. Era yo, pero no pude reconocerme. La mirada perdida, los párpados hinchados, y una mano temblorosa deslizándose por el filo de mi mejilla. ¿Quién era esa persona? ¿Por qué no podía reconocer mi propio reflejo? Todo es culpa de esos sueños. Lo sé, puedo sentir que es así. No es como dice King en su “Biblia de la maldad”, donde sugiere que las pesadillas escapan de tu mente antes de tomar el desayuno. Ellas lo toman a mi lado, me persiguen por donde voy. Son parte de mí. —Indescriptibles —¿Disculpe? —Lo que oyó. No puedo describirlos. Tomé un sorbo de agua mientras aquella persona anotaba en su libreta. —Sea más específico, pienso que puede hacerlo mejor, Tobías —Pues no quiero, entonces; no encuentro un motivo para pensar en esas cosas. Además ¿Qué sentido tiene intentar describirlos? —Pudiera encontrar la razón de sus pesadillas, o un modo de evitar que le afecten de sobremanera. Los terapeutas son todos unos charlatanes. Piensan que debemos sentarnos en sus sillones elegantes y soltar todo sin siquiera tomar en cuenta nuestra opinión al respecto. Tenía razón, sin embargo. Claro que podía describirlos. A cada uno de ellos. Con sus formas imposibles y ese aroma tan peculiar. Vomitivo, diría yo. Medicarme para dormir resultó no ser la solución. Qué sorpresa. Incluso podría decir que empeoró los sueños. Cada vez su aroma era más intenso, cada noche sus pasos retumbaban más. Cada vez que usaba una de esas píldoras, sentía que no podría despertar a tiempo. Por eso las dejé en primer lugar. ¿Pudiera alguien echármelo en cara? Una vez crucé miradas con aquel mastodonte bañado en fluidos verdosos. Me miró con lo que se supone eran sus ojos. Una mirada por demás enloquecedora. Vacía como el más profundo abismo marino, de donde seguramente surgió para acosarme en mis noches más amargas. Y quisiera decir que eso fue lo peor. En una de esas ocasiones que no lograba despertar, escondido en una zanja lo suficientemente amplia para dejarme entrar a la fuerza, le vi andar a toda prisa, eufórico, gimiendo maldiciones entre quejidos imposibles de pronunciar. Buscaba algo, y seguro que era yo, porque más pronto que tarde centró su atención en mi
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dirección. Su mirada horrenda volvió a husmear dentro de mi mente, y me llevó a ese estado de éxtasis donde no puedes pensar con claridad. Era demencia pura lo que despedía. Me había encontrado otra vez, y esta ocasión no pretendía dejarme escapar. Aulló con enjundia. Bramó exaltado mientras corría en un frenesí inconmensurable de muerte. Era mi fin, lo sabía y no podía evitarlo. Las pastillas de nuevo, las pastillas, malditas pastillas para dormir. Pensé en salir y huir, pero en algún momento la zanja se había encogido. El suelo tenía vida, y me había convertido en su prisionero. Una corteza de árbol podrida había cumplido su última tarea y me abrazaba con coraje, esperando que la bestia abriera las fauces para despedazar mi carne. Lloré, y seguramente oriné los pantalones, estaba devastado. Lo había entendido, no estaba soñando. No era un sueño y ya, no podía serlo. Era víctima de una realidad que se escapa de toda comprensión humana, y pronto dejaría de existir en ella. ¿Moriría también en mi mundo? ¿Podría volver a él una vez que fuera devorado por el monstruo del pantano? Claro que no. Pero desperté, no sin antes escupir una plasta verde que se coló en mi boca cuando gritaba desbordado por ayuda. Por piedad. En la mano aún conservaba un pedazo del árbol que arranqué en un vano intento de escapar. Y anoche fue la peor de todas. Ni siquiera recuerdo el momento en que desperté, pero lo sabía, cada ocasión me encontraba más cerca de ese monstruo. Esta noche seguro me atrapará, esta noche por fin no habrá interrupciones. Sólo por esta ocasión siento que sería mejor dejarme morir. Luego de varias noches sin poder dormir, sin desear hacerlo, mi cuerpo no pudo más, y apenas en un pestañeo, ya me encontraba corriendo a toda prisa de la bestia. No es que continuara desde el punto donde nos habíamos quedado la última vez, pero sí era en cada ocasión más consciente
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de mí. Era más pronta su alerta de mi presencia, y más pronto comenzaba la caza donde yo era su presa. En esta ocasión no tenía a dónde huir ni dónde esconderme. De nada servía, puesto que, y a pesar del fétido ambiente, podía oler mi miedo a kilómetros de distancia, y los pantanosos suelos por donde debía correr no eran partidarios de verme partir. Por el contrario, la fangosa costra de arena podrida se endurecía apenas daba un paso en ella, y oprimía con fuerza, impidiendo a mi pie salir con el mínimo de los esfuerzos. Y para aquella abominación era como si sus pies fueran más ligeros que el aire, deslizándose sobre los musgos y raíces muertas, podridas como su piel, como sus ojos, como todo el mundo donde había caído. Aleteó. Ni siquiera había advertido que tenía alas. Se alzó por el cielo negro y con sus garras por delante se abalanzó contra mí. Cerró las garras, pero ya no estaba ahí. Había abierto los ojos y me dirigía al baño a lavar mi rostro. Estaba cansado ya, y deseaba que terminara en esa ocasión. Lo deseaba tanto que ahora temo por despertar. Me atrapó, estoy seguro. Lo sé porque la persona que despertó no era yo. Lo veo caminar, veo el mismo cuerpo que el mío, pero sé que no soy yo. Habla como yo, piensa como yo, y se viste como yo. Pero no soy yo. Porque yo sigo atrapado en las garras de la bestia. Mi carne sigue siendo triturada por las sierras de su boca. Soñé con un mundo donde pudiera vivir en paz, agradeciendo a un Dios bondadoso por cada amanecer, pero no era yo. No existo en esa realidad.
Ilustración: Daniel Olimón 13
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Texto y fotografía: Ecatl López
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Es verdad. N unca ni ser polític quise escribir poesía o o corredo r de bolsa; aparcar en u n a agencia na ni vestirme useabunda con la forma lidad y el ma quillaje de lo Tampoco se r una vitrina s muertos. m á s del televiso con una mu r eca colgada todo el día. Mucho men o en la lámpara s quise convertirme incandescen te de la Ley. No pedí cin co dedos, un o esta voz tr tuerto apell emebunda q ido ue me recue rda al adiós Jamás quise de los trene esta cruz s. ni mi impolu sobre la frente ta in ocencia remojada en una pila de p ecados. No obstante en un claustr aquí estoy, o papeles qu e apestan a p mirando po o r la ventana mientras un hacia el últim esía y café de oficina, hombre atra o rescoldo d pado en el c el atardecer, ristal, escup e a mi cara s us verdades .
Texto: Mario Montaño Fotografía: Ecatl López
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Temía al fantasma del puerto, pero ahora llega un barco ne gro y lleno de tantos recuerdos. No es un barco pirata; es el que siempre ha tenido el oro, las monedas para cruzar el río de los muertos. Es la nostalgia desp rendida de su soga, el perro de tres cabezas, la temerosa ola que provoca un solo titán, las cu erdas flojas del violín, la llaga que sabes que nunca se curará. Al final todos somos pleonas mo de la vida inútil y es cu ando Perseo, con todos sus regalos , admite su final.
4 3 : 3 / 2012
gio en u f e r n os a u ea de olvim i u f o und la tar s m a l s e o r m lengua i c e i aba d h c a o s g o a a jue yn manea iudad az y mucho o se ib l c d é n a u l a q e u d us r Yc asan y s altos con sexo vo ipse, b p l e c r e e a u l g q e u ad nes ón los l invasi Hoy, en el dí ar las ficcio a d o t dar didas. go para olvid los días. n e r p so de e cie incom e m p r l a e d e ue nt ra de q se resisten a y pasan
Texto y fotografía: Ecatl López
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Cossus Busco las tragedias en tu espina dorsal, aquéllas que han proclamado los instantes, tal vez algunas sentencias súbitas, fantasmas que sólo conocen la ciudadela de noche. Busco cierto ritual encorvado y desechado, en algún lugar de la distancia espacial, un truco de papel sin escritura, una cometa que se incendia sin fuego. Busco ser gusano en fruta seca, espiándote entre las grietas de un mundo gris, formulando el veneno, aniquilándome en tu ambicioso despertar.
Texto y fotografía: Ecatl López
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S
andra no rebasaba de los 25 años, pero su locura superaba cualquier frontera con espinas, cualquier tormenta y tifón formado con las lágrimas más desdichadas. Sandra tenía el culo perfecto, una anatomía matemática y una naturaleza muy brava. Su adicción a la verga y a las drogas siempre la llevaba a cortarse en mil pedazos en las noches de luna llena, creyéndose Loba Madre o trozo de tierra infértil. Sandra no decía palabras, pero hablaba mucho; su marchitada autoestima la llevaba a degollarse y drenarse como si no existieran los mañanas. Aniquilaba con clavos su cansada mirada y saciaba a los vagabundos y gente sin rostro; holgazanes del mundo que no tienen nada que perder en la niebla urbana. Yo la adoraba como si fuera una pepita de oro en un fangoso río de podredumbre. Llegué a pronunciar su nombre más de tres veces cada madrugada; a recordar su olor bajo la almohada. Y, sin embargo, ella me dejó con tan sólo un pedazo de silueta y una maleta repletamente vacía. Sandra ahora vaga en recovecos hostiles buscando la muerte entre dragones y pedazos de hierro. Va y viene del infierno cada día más pulverizada, pero sonríe cada día con las venas expuestas de fuera, danzando y buscando menos rostros en el asfalto, como una niña extraviada. Cierta ocasión decidí soltar su silueta en una noche que no pude domar su ausencia, y me sentí el ser más rancio, sin sombra, como un gato callejero despellejado. Sin embargo, dicen que las búsquedas por los mismos pasillos de la noche te dan cabida a la autorreflexión, el cliché más mediocre para aquéllos que creen que hay salvación en un mundo enajenado por artilugios como el amor. Hoy en día apenas y recuerdo mi propio nombre; el suyo en cambio, ha intentado llenar mis tragos con algo más que bebida. Su culo y sus tetas se podrán haber largado al inframundo de las sombras de un dios mudo, pero el olor bajo mi almohada sirve para masturbarme hasta caer eternamente dormido cada que la invoco. Ecatl López
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Ilustración: Ecatl López
LA CALLE Y TU FANTASMA
Al final, tumbarse y clavar los ojos en los latidos del vacío; despacio la caverna de sus brazos me atrae. Edificios de carne se enganchan a las paredes de este claustro; sienten el rasguño de tu sombra palpitante entre los carros. ¡No tengas miedo!, un destello del corazón protesta tambaleándose al borde de la noche; ebrio, imagina pétalos en tus piernas floreciendo al susurro de la esquina. El eco de mi pulso hunde la cara en la exhalación del día; vierte el vapor de sus párpados en el bullicio de la calle; espolvorea la nariz en la arquitectura de tu cadera; arrulla las casas acurrucadas al regazo de tus orejas; trepa en el bostezo de algunas azoteas; hurga en la comisura de sus ventanas y se descubre marchito tras las puertas del gemido. Mis tactos ruedan en el artificio iluminado de tus pupilas; penetran la niebla de tu pelvis mojada; fondean en la cúpula de tus pechos; mausoleos donde tiembla el viento. Desafían los callejones agazapados en tus costillas; recorren banquetas erizadas de tu piel; sus dedos hinchados saborean las horas atragantadas de desvelos; se refugian en tu bajo vientre; bosque de labios erguidos. La nube del silencio sigue aquí, igual que tú, fantasma que demora la mañana. 20
Fotos: Ecatl López
Daniel Olimón
Ítaca Ecatl López
Perseverante siento que te atrapo entre los sueños, no recuerdo tu rostro, se ha desvanecido con las tempestades, no recuerdo tu voz, porque a veces en la noche me habla. Y aunque la esencia del amor es el olvido, me rehuso a naufragar en esos mares de azul profundo. Aún así, la marea necia me recuerda con el vaivén, que no hay más sabor amargo que los recuerdos dulces. Y de sobresalto, empapado, entumido, me confunde la memoria atascada de alcohol, donde ya no sé, quién es el fantasma, si tú o yo (al final es la misma cosa). Y no es tanto cómo me ha costado el dejarte ir, liberarte ¿liberarme? Sino es como dice Cavafis, es el viaje lo que importó, y ningún alimento para Cíclopes errantes será oportuno.
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Si las palabras tuvieran color, en vez de comp poemas, pintarí oner a cuadros. En todos estarí as tú, boca aba jo, recostada en sillón. un El título invari able sería: “Muerte desnu da, pariendo fl ores”
Texto: Rubén Rivera Ilustración: Daniel Olimón
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Debajo de la lengua tengo demonios que me impiden llegar a mi cita con el amor Son de apariencia mal educada, desdeñosa saltan y tergiversan mis significados echan espuma, se largan y me dejan sola con la culpa, los agravios Miro mis labios amarga tiempo pasado lengua purulenta maloliente visceral cuando no pienso en sus demonios ellos atisban esperando mi caída siempre. Texto: Karina López Vázquez
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ace tiempo que me quedé huérfano, y sólo percibo de manera fugaz los sonidos de una marea llena de avispas que se van extinguiendo en la guerra sin héroes ni villanos.
De una u otra manera el insomnio me ha mantenido alejado de la idea de esbozar mis sesos en algún papel tapiz rancio; es el temor a seguir olvidando las caras de personas que alguna vez me importaron. Olvidar es una palabra cruda, sin esquinas, llena de heridas y de metáforas anacrónicas. Es una conjugación de orines y mal dolor de espalda; un pesar en los ojos que llega hasta el alma, o el alba. Olvidar es un acto vandálico que solo algunos poetas y pordioseros se han atrevido a ejecutar, jugando a las canicas encima de su vientre. Voy por esas calles de siempre, viendo pasar a la gente que sigue creyendo en dioses con promesas lejanas; yo creo que una gomita de dulce contiene el mismo sistema obtuso que cualquier inventor de religiones idiotas. Considero que la única cosa en qué creer, es la misma muerte que tenemos ya encima de nosotros; esa sonriente profecía que nos va educando como un mejor padre. Y hablando de padres, yo perdí al mío en una de las batallas más dolorosas. Se fue conteniendo su tristeza y ahogando su último aliento en una sola mirada; una especie de final enmarañado, un trago amargo que me mutiló el gusto por los atardeceres rojos. Por eso estoy en esta orilla, contando el tiempo sin contar, tratando de nublar ideas, personas y recuerdos, para volverme ciego y sordo, para abatirme entre las últimas botellas del alcohol más sublime con olor a perdición. Estoy en esta orilla rota para naufragar y no ser rescatado por ninguna red, estoy aquí para caerme por la borda del barco de los días grises.
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Texto: Ecatl López 27
Hienas punk El circo London de México presenta su desfile de hienas flacas con mohicanas amarillo - gris ojos pérfidos oblicuos miran a los espectadores la gente exclama: ¡Qué feas son! ¡Parecen perros salvajes! Yo creo que su naturaleza es punk y deberían estar bailando en sus matorrales En mi cabeza escucho: “London calling to the zombies of death quit holding out and draw another breath...” E-E-E-AAAA-UUUUUUH Hienas nenas con camisetas de Siouxsie y Nina Hagen La noche avanza entre cínicas sonrisas y lomos inclinados Rayadas, pardas, rastreras quiero beber una cerveza en el escondrijo de esta desencajada sociedad. Texto: Karina López Vázquez
Mis vicios han quedado como ecos en las pequeñas casas deshabitadas…
Texto: Ecatl López
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Texto: Omar Murillo Fotografía: Ecatl López
PALIMPSESTO Eyacular luz en tu espalda, registro de nuestro tiempo Otro tiempo en tu espalda marcado se borró como tarde o temprano el destello de mi luz se apagará y otra luz iluminará tu espalda.
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