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Prólogo

Un nuevo libro dedicado a los amantes de las mascotas, sean niños o adultos. Una historia real, que le sigue a la del primer libro, BRISA: UNA HISTORIA DE AMOR; creado por la necesidad de expresar el intenso sentimiento que Etel siente por su mascota en especial y por todos los animales. Ella nunca pensó que habría otro libro posterior y que se dedicaría a una nueva historia: la de LUNA.

Fue tanto el interés por aquel libro, y tan fuerte el sentimiento que la une a sus mascotas, que hoy presenta esta nueva propuesta para todos sus lectores “mascoteros”.

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Expertos explicaron que el cerebro canino, al igual que el humano “no solo separa lo que decimos de cómo lo decimos, sino también

que pueden combinar los dos para una correcta interpretación de lo que esas palabras significan realmente”. Attila Andics.

Convencida de esto, la autora ha diagramado esta nueva historia para presentar a la nueva integrante de su familia: la dulce y sumisa LUNA.

Este es un libro que también ayuda a los que deseen conocer un poco mejor a sus mascotas.

Celebremos la vida junto a ellos, seres tan inteligentes y cariñosos que nos enseñan día a día un amor diferente y pleno. Los editores

Epílogo

MONÓLOGO DE LUNA (para Negri)

Llevo dos años en esta manada y soy una perra feliz. Lo sé, porque el otro día se lo escuché decir a mamá cuando Roo se lo preguntó. “Pronto cumplirá 3 años” –le dijo–, “acordate que tenía 8 meses más o menos, cuando llegó al campo”. Yo paré las orejas al escuchar Luna, y como siempre que escucho mi nombre, me acerco a ellas, por curiosa nomás. También si escucho la palabra “perra” o “Luni”, como a veces les agrada llamarme; me he dado cuenta que lo dicen cuando quieren darme cariño o algo en especial. Los humanos son raros, usan mucho los apodos, pero te acostumbras, es fácil. Ah…. también Roo se refiere a mí cuando repite una y otra vez “oso de felpa”, por el tono que usa, yo sé que es con extremo cariño, y entonces busco refugio en la tibieza de su regazo y le doy empujoncitos con el hocico en su mano, para pedir caricias. ¡Sí!, adivinaste, soy una perra muy pedigüeña

de amor y dedicación, me encanta que me lo prodiguen y también darlo con mis besos de lengüetazos. No tengo mucho que hacer, mi misión es hacer feliz a Roo y eso lo cumplo a la perfección cada instante de mi vida. A cambio, recibo comida, abrigo, un hogar calentito y algún que otro paseo en auto. ¿Qué soy? ¿Una perra privilegiada? Puede ser, sin embargo, siento que es mi destino, soy LA ENVIADA… claro, enviada por un ángel llamado Brisa, que desde aquel lejano día que se despidió, no ha vuelto a visitarme en mis sueños. En esta casa grande y bonita he aprendido muchas cosas, voy creciendo y dejando de lado los juegos de cachorra. Trato de ser una perra buena y obediente, de esa manera no enojo a mamá, porque Roo casi nunca se enoja; me llevo de maravillas con mi hermana humana, estoy atenta a ella siempre y no la dejo sola nunca, la persigo por todos lados, y me encanta cuando me abre la puerta para salir a la vereda, y mientras ella espera en la puerta, yo hago mis necesidades; o la acompaño cuando matea con sus amigas. Es mi angelito en la Tierra, ni te imaginas el amor que siento por esta humana, porque

percibo el amor que ella siente por mí. También mamá me ama, aunque se muestra más distante, más fría… sin embargo, está atenta a todo para que no me falte nada. Antes jugaba conmigo, ahora ya no, tiene miedo, porque un día la hice caer y con Roo nos llevamos un gran susto. Se le quebró un diente, y hasta el día de hoy que está luchando con él, según le escuché decir, porque no le dura mucho el arreglo. Y todo por mi culpa. No me gusta que llore, pero ella lloraba mucho durante un tiempo, posterior a ese golpazo. Luego pasó, y la volví a ver sonreír. Pobre mamá, tan buena, me porté mal cuando la hice caer, pero no fue por perra mala, me resbalé en el piso y no podía parar, hasta que di con ella, que terminó en el suelo. Yo no sabía qué hacer y me escondí, tiempo después también me tuve que esconder cuando me porté como perra mala. Mamá había dejado una torta arriba de la mesa y salió. Yo no pude vencer la tentación y trepé para comerla, dejé muy poco. Cuando me di cuenta que estaba muy mal lo que había hecho, busqué un rincón para ocultarme. Cuando mamá llegó y vio el desastre, me llamó enojada, yo en silencio para que no me encontrara, estaba muy avergonzada. Pero ella me encontró y

me retó fuerte. Tenía razón, pero yo tuve mi castigo, anduve descompuesta toda la noche, sin poder dormir. ¡Cómo me dolía la panza! Merecido tenía lo que me estaba pasando, así aprendí la lección. He aprendido a ladrar para defender esta casa. Si algún perro vago se quiere acercar, aquí estoy para impedirlo. Aunque desde adentro, mis ladridos son poderosos. También si algún humano se acerca a la casa y olfateo que trae raras intenciones, comienzo a ladrar con carácter y fuerza para que crea que soy mala, aunque no lo soy para nada. Pero tengo que parecerlo, si estoy aquí, algún trabajo tengo que hacer, ¿no crees hermano? Odio los gatos, suelen pasar por los techos y yo escucho el ruido que hacen. Ahí sí que salgo al patio ladrando y saltando enfurecida. Si los agarro, no los suelto. Roo, a veces, me hace jugar al “cáchelo”; yo salgo toda alterada y cuando me doy cuenta no veo nada, pero no importa, yo “Cacho” igual con fuertes ladridos de perra mala y dejo conforme a Roo. Con el tiempo aprendí que es como un juego y me gusta jugarlo. Mi único amigo canino es Bongo, suele venir con una amiga de Roo llamada Luji; al principio no

quería verlo en mi territorio, con “mis” humanas, sin embargo, él hacía feliz a Luji que también me mima mucho a mí, así que después de tantos juegos nos hicimos amigos. Ahora que pienso… hace días que no viene Bongo, y bueno, se puso muy grandote y ya no me gusta tanto jugar con él. Quiere olisquearme las partes traseras, pero yo no me dejo. ¡Qué piensa que soy! Negri, te extraño, hace mucho que no te veo. Es que mamá no me lleva cuando sale en el auto para el lugar donde vos estás. A Tito lo veo bastante, a él también lo quiero mucho y no paro de demostrárselo con mis saltos y lengüetazos. Pobre, a veces lo araño sin querer con mis uñas largas y él me reta. También me he quedado dos veces en su casa, cuando Roo y mamá me llevan, aunque no sé por qué razón. Ellas desaparecen un tiempo y yo me quedo a hacerle compañía a Tito y Elisa. Después de un tiempo, aparecen a buscarme. Cuando estoy con ellos, trato de portarme bien y acompaño a Tito mientras mira televisión a la noche. A veces, nos dormimos los dos y Elisa nos saca fotos muy graciosas. Al principio sufría cuando me dejaban, no

entendía qué cosa había hecho mal para que me castigaran alejándome de ellas. Después imaginé que alguna razón ajena a mí, tendrían para dejarme, porque siempre regresaban a buscarme, llenas de felicidad. Y cuando volvía a casa, Roo me recibía con increíbles muestras de amor, feliz de verme nuevamente. Entonces, yo daba volteretas en el piso, de pura felicidad. ¡Cómo me gusta volver al campo! Allí soy tan libre, me puedo revolcar y correr. Pena que cada vez voy menos, tal vez porque se enojaron mucho un día que me revolqué en bosta de vaca. Lo cierto es que Roo me bañó en cuanto llegamos al pueblo, luego, si no me llevan a un lugar donde me mojan toda, lo hace Roo en el patio. Cuando la veo preparar las cosas, sé que está por bañarme, no me gusta nada y me escapo. Claro que no puedo ir muy lejos, enseguida me encuentra y me lleva a la rastra para la tortura. ¡Qué ritual tan extraño! Pero como luego la veo tan feliz y me prodiga tantas caricias y mimos, aprendí a soportar los baños con hidalguía, porque sé que luego vendrá la recompensa. Al principio, cuando me llevaban al campo, temía me dejasen. Al cabo comprendí que nunca lo

harán y entonces puedo relajarme. Aunque después de un rato, ya me canso y me acerco al auto, por las dudas, nomás… no se vayan a olvidar de mí. Los amigos de Roo son muy buenos, todos me quieren y a todos prodigo amor. Nada me gusta más que vengan a visitarnos, y yo recibirlos como perra buena, con saltos y besos. Con ellos cerca, nunca falta algo rico para comer; me quedo cerca, hago “sentada” y me dan exquisitos premios. La comida humana es mucho más rica, ¿tú que piensas Negri? Yo muero por un bocado. Según Roo, duermo como una “morsa”, así la escuché decirle a mamá. También que me parezco a una “foca”, y que mis abrazos son de “oso”. O sea, soy el zoológico entero en mi cuerpo de perro. Yo sé que lo dice con cariño, por eso no me enojo. ¡Oh cómo me gusta dormir junto al calefactor en invierno!, Roo dice que me parezco a ella, las dos ahí metidas, y mamá se enoja un poco, pero le hace gracia la escena que presentamos las dos. Por todo eso y por mucho más que ahora no te contaré, te digo Negri, que soy una perra feliz. Y espero seguir así por todo el tiempo que me toque vivir.

Negri, hermanito… todo esto trataré de contarte cuando tenga la oportunidad y la dicha de volverte a ver. Tu hermana Blanquita… o Luna, la enviada

Lector:

EL FINAL ES TUYO

La autora

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