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La Flor de Escarcha Xavier Hernández
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ÍNDICE Teoría de las Burbujas Prólogo Fuego Libro primero Alabastro Hielo Escarcha Viento Libro segundo Zafiro Cuarzo Cristal Ámbar Libro tercero Arena Oro Éter
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Teoría de las Burbujas Existen infinidad de universos paralelos al nuestro. Esta historia está basada en esta teoría, según la cual cada uno de estos universos está delimitado por una barrera. Cada cierto tiempo, dos o más de estos mundos se juntan temporalmente, ya que es inevitable, formando un pequeño paso que permite el libre acceso al otro lado de la barrera para descubrir un nuevo mundo. Estos puntos comunes se llaman Zonas de Contacto. Pero al igual que las burbujas de jabón, estos mundos tienen un fin. Son los Últimos Días. Durante este corto periodo de tiempo la barrera se debilita por todos sus puntos, la luz se vuelve candente y hace daño en los ojos, el aire se vuelve turbio y los elementos se descontrolan y pierden su equilibrio natural. Todos intentan huir a toda costa, pero no siempre hay esa opción. Cuando la capa protectora del mundo se quiebra del todo, todo cae y se pierde en un gran Abismo por debajo del plano en el que se mueve todo lo real.
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~ Prólogo ~ Hemerocallis, Flor de un Día
“Aquello que para la oruga es el fin del mundo, para el resto del mundo se llama mariposa.” ~ Lao Tse
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Fuego Las murallas caían. Los árboles se tronchaban y crujían. Las casas quemaban. La fuerza de las olas hacía retumbar el suelo. Todos corrían. Eran los “Últimos Días”. Bajo el cielo del color de las granadas, entre los muros de color ceniza de las olas, un grupo de barcos se hacía a la mar: una pequeña flota de carabelas, grandes, enormes. Dentro viajaba la gente más importante de la ciudad con sus familias y sus mayores pertenencias. Las espaciosas bodegas estaban llenas hasta arriba, ya que no se sabía cuanto podría durar la travesía. Había de todo: desde manzanas rojas y brillantes, hasta barriles llenos de vino dulce. Y en otro barril medio escondido había un chico de pelo negro como la noche y un flequillo que ocultaba parte de su pálida tez. Debía estar cerca de los diecisiete años, y en su ropa y aspecto se reflejaba que venía de una familia no muy bien posicionada: la camisa, que una vez debió de ser blanca, ahora tenia un tono amarillento; unos pantalones raídos y manchados de barro; y un chaleco de cuero desgastado que le quedaba algo pequeño. Cuando ya habían recorrido unos cientos de metros, las corrientes y el viento se volvieron en su contra, como si intentasen hacer volver las naves al puerto. En ese momento unos marineros treparon por las escalas de cuerda con agilidad felina y empezaron a arriar las velas
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mientras una hilera de remos aparecía a cada lado del casco. Algunos barcos no fueron suficientemente rápidos, los elementos les ganaron y fueron arrastrados hasta el espigón, donde se estrellaron entre gritos, chasquidos de madera y el rugido del viento. Mientras, en la ciudadela, la gente quería mantenerse calmada, pero el miedo a la Muerte era más fuerte y se les había metido en el cuerpo. Una mujer anciana corría como podía hacia el puerto entre los escombros, gritando. Mientras corría miraba hacia todas partes en busca de ayuda. Veía caras pasar a toda velocidad, pero una en especial llamó su atención: una mujer de piel clara y cabellos dorados, ataviada con un corto vestido dorado y una chaqueta azul celestial. La miró y le sonrió. La mujer la miraba mientras huía, y por culpa de su distracción tropezó con una baldosa suelta y cayó al suelo. Un reloj escapó de su bolsillo y se rompió contra el pavimento. De entre los restos de la espera partida salió rodando un brillante engranaje que recorrió toda la ciudad hasta el puerto, donde se hundió en el mar turbio de un mundo que moría... Volvamos ahora al barco que resistió el envite de las olas y los azotes del viento. Todo el mundo estaba refugiado bajo cubierta, deseando llegar a la “Zona de Contacto”, su única esperanza de salvación. Era un hecho poco común, pero esa vez coincidieron ambos fenómenos: la destrucción de Hemerocallis y la salvación de su gente.
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Después de unas horas de haber dejado el puerto, el mar se empezó a calmar poco a poco. Los viajeros empezaron a salir a cubierta. Subían las escaleras temblorosos, agarrados a las barandillas y algo pálidos. Los cocineros se pusieron manos a la obra para que todos se recuperasen. Uno de los ayudantes bajó a la bodega a por algo de vino. Mientras buscaba entre los barriles encontró uno algo más apartado del resto. Cuando lo destapó, una mano le agarró del cuello de la camisa. Habían descubierto al polizón, pero este no se rendiría sin luchar. Salió del tonel y se preparó para atacar. Miró a la cara al joven ayudante y de repente bajó el puño. Había reconocido a su amigo de la infancia. Él vestía una camisa blanca y pantalones negros un poco manchados de harina. Su pelo, largo y castaño, estaba recogido en una cola con una cinta morada, y tras las gafas sus ojos brillaban. Su nombre era Eder. Hacía mucho que no se veían, pero se reconocieron al instante. –¡Tahiel! ¿Qué haces aquí?– se sorprendió Eder– No deberías haber subido de polizón ¡Podrían haberte descubierto! –¡No tenía opción, Eder! Padre y madre ya no están, y... tenía miedo... así que me he escondido aquí– respondió Tahiel. –Desde pequeño has sido así, no tienes remedio– le reprendió con voz cansada–. Bueno... ¿Y que hago contigo ahora?
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–Bueno, para empezar, ¿Podrías traerme algo de ropa para pasar desapercibido? No me apetece pasarme todo el viaje metido en este barril– rió. –¡Claro, ahora mismo! Solo escóndete otra vez, no quiero que nadie te vea mientras estoy fuera. Dicho esto Eder salió corriendo, y mientras, su amigo se metió en el barril otra vez. A los pocos minutos estaba de vuelta, y llevaba en los brazos un uniforme igual que el suyo solo que con las cintas rojas. –Tahiel, sal, ya tengo la ropa– anunció golpeando la tapa de un barril. –¡Oye, que estoy aquí!– se quejó sacando la cabeza de otro más a la izquierda. –Perdona. Bueno, vístete rápido y salgamos fuera –De acuerdo ¿Me ayudas con la cinta del pelo? Y mientras Tahiel se abotonaba la camisa, Eder le recogió el pelo con una cinta de color rojo sangre. Cuando todo estuvo listo, los dos salieron a cubierta y respiraron hondo el aire cargado de salitre. El mar estaba prácticamente en calma, y las nubes empezaban a aclararse. Llegaban a la “Zona de Contacto”.
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~ Libro primero ~ Galanthus, corazón de Invierno
“Una ráfaga de invierno sin color para mostrar sin hojas para rasgar.” ~ Kawai Chigetsu
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Capítulo primero Alabastro Cuando el barco llegó a la Zona de Contacto, una ráfaga de aire gélido les frenó. Delante de sus ojos había una pared ondulante y brillante. Nadie sabía que podría haber al otro lado, pero sí sabían lo que dejaban atrás, así que con un último empujón el mascarón de proa desapareció de su vista. Poco a poco la embarcación fue penetrando más y más en el otro mundo, y la gente, temblando, se preparaba para cualquier cosa. Eder y Tahiel fueron de los últimos en cruzar. Pasaron cogidos de la mano y con los ojos bien cerrados. Al abrirlos se descubrió ante ellos un paisaje helado, con un mar de color granito salpicado de pequeñas montañas de hielo. El cielo estaba cubierto de nubes, y a lo lejos se veían unas montañas de color gris-plomizo. Además nevaba. Muchos de los pasajeros fueron a refugiarse del frío a sus camarotes, otros pocos se quedaron a observar la belleza helada de ese mundo al que acababan de llegar. Todos se preguntaban donde estaban y que clase de gente encontrarían ahí. Desde la cofa, el vigía anunció que en unas tres horas podrían hacer escala en el puerto de la isla
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más próxima a su posición. El barco se abría paso entre los trozos de hielo que flotaban en su camino, rumbo a tierra firme. La gente se movía ansiosa deseando llegar a término. –¿Qué crees que encontraremos allí? –¿Serán salvajes? –Quizá nos echen... –¡Cada vez falta menos! Esto era lo único que se oía en la cubierta de la nave, mientras nuestros protagonistas se dirigían a las cocinas para ayudar en lo que se requiriese. –Eder ¿Estás bien? Pareces preocupado...– dijo Tahiel mientras abría la puerta de la cocina –¿Eh? Ah, no, solo pensaba...– respondió éste saliendo de su ensimismamiento– pensaba en que hacía mucho que no nos veíamos, en que los dos hemos cambiado mucho... –¿A que te refieres? –Bueno...– empezó, sonrojándose– quiero decir que... –¡Venga, par de haraganes! ¡Los platos no se friegan solos!– les interrumpió el jefe de cocina, un hombre tosco de cabello gris y voz potente. –¡Sí!– respondieron al unísono los dos chicos.
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–Bueno, cuéntamelo más tarde, ¿vale?– susurró Tahiel esbozando una sonrisa. –Sí... más tarde...– murmuró entre dientes su amigo mientras sumergía un plato en el agua. Y siguieron en silencio hasta que todos los platos y cacharros estuvieron limpios y el jefe de cocina les dejó ir. Las montañas que antes se veían como diminutos montículos ahora se habían convertido en enormes e imponentes fortalezas de piedra helada, y se distinguían claramente las olas estrellándose contra la costa escarpada. No había forma de atracar por ese lado, así que empezaron a dar la vuelta al barco para buscar un lugar más seguro para fondear. Al virar a estribor se encontraron delante de un estrecho plagado de islotes rocosos con salientes afilados. Las olas eran más fuertes aún en esa zona, y las corrientes los empujaban hacia las estacas de piedra que se acercaban sin piedad. El pánico cundió y se propagó como un incendio a bordo del navío, pero por más que se hizo, chocó y se incrustó ente los escollos. Solo se oía el retumbar de las olas y el silbido del viento. En el momento del impacto todo pareció ralentizarse. La gente salió despedida en todas direcciones y cayó entre los pliegues de un mar enfurecido.
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Cuando Eder recuperó la conciencia estaba tumbado en una playa de arena negruzca. A pesar del accidente, sus gafas estaban intactas. Estaba bastante oscuro y hacía frío, pero no muy lejos se veía el brillo de una hoguera. Se levantó tambaleante y mareado, y paso a paso se acercó al calor de las llamas. Alrededor de ésta había siete personas. Todas eran pasajeros del barco, pero Tahiel no estaba entre ellas. Le invitaron a sentarse con ellos y comer un poco del pescado que se estaba asando. Comió, se tumbó en la arena y esperó hasta que se hizo de día, pensando. En cuanto el sol despuntó en el horizonte, se levantó, se sacudió la arena y fue hacia el bosque que rodeaba la playa. Entre los árboles la luz era verde y tenue, así que tuvo que vigilar bien de no tropezar con raíces y piedras. Su principal objetivo era encontrar algún pueblo o ciudad para descubrir donde se encontraba y conseguir comida y alojamiento. Solo deseaba que Tahiel estuviera bien, aunque no lo veía posible. Y mientras caminaba por el bosque solo podía pensar en eso, cosa que le provocó más de una caída. Cuando estaba cerca del margen del bosque oyó un crujido detrás suyo. Una voz familiar le habló desde más arriba de su cabeza. –¿Te vas sin mí?– dijo, burlona. –¡Tahiel!– gritó Eder– ¿Dónde estás?
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–¡Aquí!– rió su amigo mientras salía de entre el follaje de un árbol –Es curioso, ¿no? Ésta vez te he encontrado yo. –He estado muy preocupado...– respondió casi al borde de las lágrimas– Baja ya y vámonos. Tenemos que encontrar algún pueblo y descubrir donde estamos. –Antes desde la copa de un árbol he visto una ciudad cerca de esa montaña– le respondió señalándola entre las ramas–. Calculo que debe estar a unos veinticinco kilómetros al noroeste, al otro lado de un río. –Pues venga, no hay tiempo que perder– dijo empezando a caminar–. Si no nos damos prisa se nos hará de noche. Tahiel saltó de la rama en la que estaba encaramado y corrió tras él hasta alcanzarlo en el linde del bosque. Pasado el umbral de vegetación el sol golpeaba con fuerza, puesto que estaba cerca del cenit, mas no hacía calor alguno. Calcularon que debían ser cerca de las doce del mediodía. El río discurría delante suyo como una cinta de plata fría. Y en la otra orilla, a lo lejos, se perfilaba una ciudad. No se veía puente alguno, pero el río era lo suficientemente poco profundo como para vadearlo. Así que se descalzaron y se remangaron los pantalones y metieron los pies en la corriente. El lecho era irregular y estaba lleno de piedras sueltas, y hacia la mitad, Tahiel
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resbaló con un cojín de algas y cayó. Al verlo, Eder no pudo reprimir una risotada, ganándose así un buen remojón de parte de su amigo. Calados hasta los huesos y todavía riendo llegaron al otro lado del río. Se tumbaron en el suelo al sol para secarse. La luz empezaba a menguar cuando reemprendieron la marcha a buen paso, pues el tiempo apremiaba y no querían quedarse fuera. No les quedaba mucha distancia hasta la ciudad, pero aún así el sol se escondía cuando llegaron a la puerta y entraron. Era un sitio tranquilo, había poca gente en la calle, y era agradable pasear sobre las losas de piedra en silencio. Por encima de los tejados de las casas se elevaba el campanario de una iglesia blanca como el alabastro que relucía bajo la luz del ocaso. Vieron también un par de posadas, pero no tenían dinero con el que pagar la estancia. –¿Y ahora que hacemos?– pregunto Eder preocupado. –Tendremos que dormir en la calle, supongo...– respondió Tahiel con un suspiro. Como si les hubiesen oído, las campanas empezaron a sonar, como si les llamaran y decidieron ir a echar un vistazo. La gente bajaba por las escaleras de mármol de la iglesia, y alguno se les quedaba mirando. Y no era para menos: los uniformes del barco estaban sucios y llenos de polvo y arena, y tenían el pelo enmarañado con ramitas y
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hojas. Resaltaban bastante entre toda la gente limpia y bien vestida. Cuando la avalancha se dispersó se acercaron a la imponente construcción. En un escalón, sentada, había una mujer con una capucha negra que les preguntó: –Vosotros sois los que han llegado en barco por la Zona de Contacto, ¿no es así? –Así es, pero ¿cómo lo sabe? y ¿quién es usted?– inquirió Eder desconfiando. –Esas preguntas aún no pueden ser contestadas. Solo decidme: ¿me vais a ayudar? –Depende ¿Qué ofreces?– preguntó Tahiel dudoso. –Lo que necesitéis. Todo lo que realmente necesitéis. Así que decidid, ¿aceptáis?– volvió a preguntar. –¿De que se trata?– concedió él. –No aquí, nos pueden oír. Venid conmigo, tengo una habitación en esa posada– dijo señalándoles el camino. La siguieron en silencio hasta la pequeña habitación donde se hospedaba. Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Eder tomó la iniciativa y preguntó: –Venga, dinos a que viene tanto misterio, ¿Para que nos necesitas? –Necesito– dijo ella sirviéndoles dos tazones de sopa– que robéis una espada. –¿Una espada? ¿Solo eso?– soltó indignado.
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–No es una simple espada, y no se encuentra en esta ciudad.– respondió ella con paciencia. –¿Entonces donde está?– preguntó Tahiel dejando el plato a un lado. –Se encuentra en la capital de este mundo, bajo la custodia de los duques. –¿Y que puedes contarnos sobre este mundo?- requirió Eder secándose las comisuras con la mano. –Veamos... estamos en Galanthus, un mundo sumido en el Invierno. En las islas más grandes hay una ciudad importante, doce en total. La capital está justo en el centro, y es allí donde debéis dirigir vuestros pasos, a la mansión de los duques– sacó un mapa y señaló el punto–. Aquí. –De acuerdo. Entonces vamos allí, conseguimos esa espada y te la traemos. ¿Es eso?– dijo Tahiel inspeccionando el mapa. –Exactamente. Ahora dormid. Yo os conseguiré ropa y armas. Marchareis mañana. –Si no es molestia yo preferiría conservar esta ropa– pidió Eder–. Y no se me da bien manejar armas... –Yo me encargaré de todo, así que descansad y recobrad fuerzas. Podéis usar la cama.– ofreció la dama. –Muchas gracias.– respondieron los dos a la vez.
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Cuando estuvieron profundamente dormidos, la mujer se ajustó la capa, abrió la puerta y salió sigilosamente. Volvió cuando ya salía el sol con dos paquetes envueltos en papel blanco y un sobre morado con un sello en forma de estrella dorado. Los dejó sobre la mesa y se volvió a ir, esta vez con más prisa.
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Capítulo segundo Hielo La luz se colaba por las rendijas de la cortina cuando Eder despertó sobresaltado en una cama que no era la suya. Entonces empezó a recordarlo todo: la huída, el accidente, Tahiel, la extraña mujer y la misión. Se giró un poco en la cama y se levantó con cuidado. En la mesa había dos paquetes y un sobre morado sellado. De la dama no había ni rastro. Fue a despertar a su amigo antes de hacer nada. –Tahiel despierta, ya es de día. Hay dos paquetes y una carta. –Pues ábrelos y déjame dormir...– le contestó con voz soñolienta. Así que se dirigió a la mesa, tomó la carta, la abrió y leyó:
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“Chicos:
he tenido que irme a toda prisa por motivos personales. En los paquetes hay todo lo que necesitareis: ropa, armas y dinero. La cuenta de la habitación está pagada, no os preocupéis de eso. Tened cuidado y no me falléis. No os olvidéis el mapa, tiene anotaciones que podéis necesitar. Atentamente: ” –Vaya, que mujer más extraña... – dijo mientras se disponía a rasgar el paquete más pequeño. De dentro sacó una camisa igual que la suya, unos pantalones negros con cintas moradas también como los suyos y un saquito con monedas. En el otro más grande había otra camisa, pero de tres botones, un chaleco de cuero negro, unos pantalones marrones y un arco con flechas. También había unas cuantas monedas. Eso era de Tahiel. Dejó la ropa del paquete grande en una silla y fue a lavarse y cambiarse. Mientras lo hacía oyó a Tahiel levantarse y caminar por la habitación. –Tu ropa esta encima de la silla, ahora te dejo esto libre.– le dijo.
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–¿Y este arco?– oyó desde la otra habitación. –Es tuyo, esa mujer lo ha traído para ti. –¿Y tú?¿No tienes nada?– preguntó asomándose al baño. –Yo no se usar armas.– respondió mientras se secaba el pelo e intentaba alcanzar su ropa. Como no veía nada, tiró la pila de ropa nueva al suelo, y del bolsillo del pantalón salió despedida una cosa brillante que fue a parar a los pies de Tahiel. –¿Y esto que es?– preguntó mientras lo recogía– ¿Un anillo? –Vaya, no lo había visto... –Mira, si le pegas a alguien con eso igual sí le haces daño.– rió el chico. –Bueno, se puede intentar... de todos modos, es lo mejor que hay, y por lo menos sabré usarlo.– dijo alargando la mano para tomarlo. Pero en vez de dárselo, y para la sorpresa de Eder, Tahiel le cogió de la mano y le puso el anillo él mismo. El rubor de su cara era más que evidente, y Tahiel aprovechó el momento de duda de su amigo y le besó.
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–Date prisa para que me pueda cambiar.– le dijo guiñándole un ojo. Cuando ambos estuvieron listos cogieron el mapa que les había enseñado la noche anterior la mujer, y vieron que había una ruta marcada en rojo, señalando el camino más rápido, así como anotaciones en letra apretada y una “X” y un “13” en una de las Islas Menores. –¡Bueno, pues allá vamos!– exclamó Eder. –Sí, vámonos ya.– rió Tahiel. –Me gusta la idea de compartir esta aventura contigo.– dijo sonriendo mientras abría la puerta y barría con ella un montoncito de arena dorada. Hacía frío en la calle, pero se podía soportar, así que cruzaron la puerta oeste y emprendieron la marcha hacia el mar. Según las anotaciones encontrarían un muelle con barcos de línea para llegar a la isla de Vorst, la ciudad del lago y su próximo destino. Tendrían que pasar la noche a la intemperie, así que cuando empezó a oscurecer buscaron un sitio a cubierto del viento, encendieron un fuego y se taparon con las capas preparándose para una noche de frío. Hacia el mediodía de la jornada siguiente llegaron a un pueblecito de pescadores. Un cartel bastante llamativo
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señalaba el embarcadero donde esperaba una barcaza con unos cuantos bancos de madera. Pagaron el pasaje, y la mujer de detrás del mostrador les dijo: –Cuando oigáis la campana venid aquí, ¿vale? Mientras el barco no zarpaba fueron a una taberna que había cerca del muelle y comieron un poco. La campana les llamó a las cinco en punto. Se apresuraron al barco y se sorprendieron de ser los únicos pasajeros. Durante el trayecto no habló nadie, se quedaron en silencio todos. Lo único que se oía era el murmullo de las olas y el susurro del viento. Cuando el sol ya se escondía a sus espaldas tocaron tierra firme. Se refugiaron en una cañada y se turnaron para hacer guardias por si se acercaba algún animal. La noche transcurrió tranquila, y el día ocupó su lugar, despertándoles con su luz dorada. –Evitemos las montañas– dijo Tahiel desperezándose–. No ofrecen refugio alguno por la noche y es fácil sufrir una emboscada. –Entonces iremos todo recto por los llanos– respondió Eder siguiendo la línea roja con el dedo. –Pongámonos en camino ya, así llegaremos antes de que se haga de noche– le apremió su amigo.
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Y anduvieron durante todo el día, comieron mientras caminaban, todo con tal de no perder tiempo. Tenían el tiempo justo, y si no llegaban antes de que cerrasen las puertas tendrían que pasar la noche fuera otra vez. Y por si fuera poco notaban a alguien que les seguía, y en campo abierto se encontraban desprotegidos. Caminaban en tensión y vigilando sus espaldas a cada momento. Ya llegaban al lago cuando les salieron al paso dos personas enmascaradas, un hombre y una mujer. La máscara del hombre tenía rombos azules y blancos. La de la mujer era naranja y tenía una enorme boca. –Ya era hora de que os mostrarais...– gruñó Tahiel cargando una flecha en su arco. –Conocemos vuestros planes– dijo el de azul–. No opongáis resistencia o saldréis perjudicados. –Di una sola palabra más y te traspaso la garganta con la flecha– le respondió furioso. –Parece que alguien no lo ha entendido– rió la mujer levantando la mano derecha-. “Catenis Purgatorii”¹
Catenis Purgatorii, literalmente, Cadenas del Purgatorio. (N del A) ¹
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Acto seguido, unas cadenas se enredaron en los brazos y piernas del chico y lo derribaron. –¿Qué demonios queréis de nosotros?– preguntó Eder rechinando los dientes. –El anillo– le respondió el hombre como si fuera lo más obvio del mundo. –Esta bien... si lo quieres te lo daré– concedió mirando a Tahiel–. Pero antes suelta a mi amigo. Haciéndole un gesto a su compañera se acercó a Eder. Ella soltó a su presa. El asaltador estaba a tan solo unos centímetros cuando Eder sonrió y le dijo: –Demasiado cerca– y le propinó un golpe tremendo con el anillo haciendo que se rompiera un trozo de máscara– ¿Ahora Tahiel! –¡Sí!– contestó, y raudo como el viento clavó una flecha en el hombro de la de la boca gigante– ¡Corre! Y salieron corriendo a toda velocidad, cruzaron el puente y entraron en la ciudad. Cuando se encontraron a salvo, pararon a recuperar el aliento. –Pensé que se lo ibas a dar de verdad– rió Tahiel.
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–No soy tan tonto– se quejó su amigo–. Aunque parezca un anillo normal, si lo quieren por algo debe ser. Y por eso no lo tendrán nunca. –Bien, descansemos por hoy. Mañana seguiremos con el viaje– le dijo. –Esta bien, pero esta vez iremos a caballo. No podría andar ni un kilómetro más aunque de ello dependiera mi vida.
–¿Lo tenéis? –Desgraciadamente no... hemos tenido algunos problemas... –Sí, ya lo veo... tu máscara esta rota. –Exacto, y a Gula le han clavado una flecha en el hombro, Señor. –Confiaba en vosotros, Avaricia... y me habéis fallado. –No esperábamos esa reacción de ellos... esta vez han hecho un buen movimiento. –Desaparece de mi vista. –S...sí, mi Señor... –Soberbia, Pereza, es vuestro turno, jugad bien vuestras cartas y traedme la llave.
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Capítulo tercero Escarcha Solo se oía el sonido sordo de los cascos de dos caballos marrones sobre la tierra blanda y el golpeteo rítmico de la lluvia sobre las cabezas de sus jinetes. Acababan de desembarcar en la más grande de todas las islas de Galanthus, donde se encontraba la capital, Tihpa. Les quedaba cerca de una hora y media de camino todavía, por eso se habían procurado un par de capas con capucha para protegerse del agua. Tahiel llevaba el arco cargado y listo para disparar por si a los enmascarados se les ocurría presentarse otra vez. –Relájate hombre...– le pidió Eder– Vamos a caballo, les será muy difícil atraparnos sin que nos demos cuenta. –Lo se, pero si lo consiguen estaré preparado. Además, ¿recuerdas la carta? Y es que la noche anterior, en la posada, encontraron otro sobre morado sellado, de la mujer, que decía así:
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“Soy yo otra vez:
Se lo que os ha pasado hoy. Fue por su culpa que tuve que irme a toda prisa de la ciudad. Hay más de ellos, tened extremo cuidado y seguid con la misión No os fiéis de nadie. PD: os he dejado unas cuantas monedas más en la mesa para que no paséis apuros.” Mientras hablaban y reflexionaban sobre estos sucesos, la muralla de la ciudad se alzo en la distancia y se les fue acercando. –¡Cuidado!– advirtió Eder mirando el mapa bajo su capa. – Estamos llegando a una zona pantanosa. Sigamos el camino marcado. Bordearon el fango y entraron por la puerta este. La mansión estaba al otro lado, pero tenían que hacer otras cosas. Dejaron los caballos en un establo, buscaron una posada y planearon la estrategia. –Tenemos que hacerlo de noche– dijo Tahiel–, así no nos verá nadie. –Perfecto– contestó su compañero–. Según he oído, en la parte trasera de la mansión hay un laberinto. Saldremos por allí. Pero, ¿cómo entramos?.
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–Hay una claraboya en la cúpula y hay una escalera de mano tallada en piedra. Esta cubierta de hiedra, pero yo la he visto cuando he ido a inspeccionar. –¡Fantástico! – exclamó Eder–. Esto va a ser realmente fácil. Cuando acabaron de ultimar su plan ya era noche oscura. Salieron a la calle con todo lo que necesitaban y se acercaron a su objetivo. Les costó un poco encontrar la escalera a oscuras pero cuando la localizaron la subieron a toda velocidad. En el centro de la claraboya había una escalera de caracol por la que descendieron con cuidado para no ser descubiertos. –¡Venga, venga!– apremió Tahiel con el corazón a cien. No se veía vigilancia de ningún tipo, pero aun así observaban todas las esquinas y escuchaban con atención a la espera de pasos. Buscaban una puerta especial, diferente de todas las demás. La que escondía la espada que aquella mujer les había pedido. –¿Dónde está?– susurró Eder contrariada. –Debería estar en la planta baja... o si no en el sótano– respondió el otro. –Intentémoslo en el sótano porque aquí no esta. Y bajaron a los sótanos. Un conjunto de pasillos pobremente iluminados.
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Vieron unas puertas de madera oscuras, posiblemente alacenas pero, había un portón grande, más claro y con mejor iluminación. Dos hombres armados lo custodiaban. –¡Lo tenemos!– dijo Eder con sigiloso júbilo–. Ahora deshagámonos de los guardias. –Se me ocurre algo– caviló su amigo–. Podemos usar la bifurcación del pasillo para desviarles y después los encerramos en alguna alacena. –No es mala idea. ¡Intentémoslo! Y así lo hicieron. Tahiel disparó una flecha que chocó contra la pared y resonó por toda la planta. Como estaba previsto, los guardias fueron corriendo a investigar la procedencia del ruido. Otra flecha rebotó contra la siguiente esquina, donde esperaban los chicos para empujarlos hábilmente a una pequeña y mal iluminada sala. Cuando la puerta estuvo cerrada y atrancada a prueba de huidas, se dirigieron a su meta, el portón blanquecino que les cerraba el paso. Estaba bloqueado con dos cadenas de las que colgaba un candado de plata con una hendidura semiesférica. –Ahora resulta que necesitamos una llave– se quejó Tahiel– ¿No pensó en esto aquella mujer? –Tal vez sí lo pensó– respondió Eder mirando su mano derecha. Acercó el zafiro al hueco y al rozar el metal, el candado se abrió con un suave chasquido.
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–Era demasiado obvio– rió ante la cara de desconcierto de su amigo. –Bien, pues ¡abajo!– dijo éste. Detrás de esa puerta había encontraron una escalera de blanco mármol que giraba caracoleando hacia una sala circular. Allí , una estatua de piedra. Una mujer con los brazos extendidos les ofrecía una espada que brillaba con la luz de las estrellas. –Cógela tú, Tahiel– susurró Eder. –No. Yo tengo mi arco. Debes cogerla tú. –¡Pero yo no tengo ni idea de cómo usarla! – exclamó Eder. –Cógela. Ya aprenderás. Ahora debemos salir de aquí. Hay una puerta en la otra punta de la sala. Esa puerta llevaba directamente al centro del laberinto. La piedra gris de los muros estaba salpicada por todas partes de motitas blancas y cubriendo el suelo había una manta de nieve del grosor de una alfombra de grueso pelo. Se encontraron en una plazoleta y ante ellos, doce posibles vías. No sabían cuál de ellas tomar. Temiendo perderse empezaron a pensar formas de salir de allí. Tahiel se subió a la tapia para ver donde estaba la salida y al bajar anunció. –Hay tres salidas: dos dan al pantano y la otra apunta hacia el bosque.
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–Muy bien, pero ¿cuál de todas estas es la buena?– preguntó nervioso. –Eso no puedo decírtelo...– contestó con la mirada baja mientras pateaba la nieve con la punta de su bota. Al apartar la nieve dejó al descubierto una mancha oscura. Algo llamó su atención en esta. Fue apartando toda la a nieve alrededor y descubrió un dibujo, una flecha, mejor dicho, una manecilla. En el suelo del laberinto había un gran reloj dibujado y la mayor de las manecillas apuntaba hacia una de las salidas. Decidieron tomar esa dirección y apoyándose en la pared avanzaron. Ya clareaba y la luz se reflejaba en la nieve dañándoles la vista. Llevaban un buen trecho andado cuando Eder exclamó: –¡Mierda!. ¡Necesitaremos los caballos para huir!. Algo se oyó tras ellos. La exclamación de Eder había descubierto su posición y los guardias rectificaron su camino en busca de los intrusos. Empezaron a ir tras ellos pasos en la nieve. Primero un susurro y cada vez más contundentes. –¡Los guardias!. ¡Corre, corre, corre! – gritó Tahiel. Huida frenética y callejones que no daban a ningún sitio. El laberinto les hacia perder la orientación y el instinto correr más y más. Los pasos de los guardias cada vez eran más cercanos.
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La adrenalina subía y les ardía la sangre. El aire les faltaba .... más guardias ... más pasos... Y cuando se creían rodeados, el último giro del laberinto les mostró una salida. No se lo podían creer. Allí atados a un poste estaban los dos caballos marrones. En la silla de montar de uno de ellos había otro sobre morado pero no había tiempo de abrirlo. Montaron y salieron al galope. Cuando la pared del laberinto solo era una mancha gris a lo lejos, aminoraron la marcha y leyeron la nota. “Dije... todo lo que necesitéis ... ¿verdad?. Cuidad vuestras espaldas. ”
–Bien, ella ha cumplido con su parte del trato. Ahora debemos cumplir nosotros. –De acuerdo. Vayamos hacia el bosque para despistar a los guardias. Desmontaron y tomando de las riendas sus caballos se perdieron en la espesura. Tenían un largo camino por delante hasta el punto de encuentro con aquella mujer.
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Capítulo cuarto Viento –¡Alto ahí! – se oyó tras ellos. Estaban en un islote completamente cubierto de vegetación y lo último que esperaban era encontrar a alguien ahí. Se giraron lentamente y vieron frente a ellos a un muchacho de piel tostada. Su cabello marrón oscuro se veía desgreñado. Un tatuaje asomaba bajo su ropa, chaleco verde cedro con capucha de pelo, camiseta negra y bombachos color musgo completaban su indumentaria. Sujetaba con una mano un hacha doble bastante grande. –¿Quiénes sois?– preguntó bruscamente– ¿Y a dónde creéis que vais? –Nos dirigimos a la siguiente isla, debemos entregar algo– respondió Eder. –¿Qué quieres de nosotros?– intervino desafiante Tahiel. –Nada en absoluto pero no podéis pasar de este punto– respondió el muchacho con una mirada llena de veneno. –¿Y nos lo impedirás tú?– le replicó irónicamente. –Mira, no queremos complicaciones– interrumpió Eder intentando apaciguar la disputa–, pero debemos llevar esta espada hasta la siguiente isla por encargo de una dama de
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capucha negra. Déjanos proseguir el viaje, nos siguen la pista. –Dejádmela ver– solicitó el desconocido. –Sólo verla, nada de tocar– advirtió desenrollando la capa con la que protegía la espada. –Es...¿la espada del Duque?– balbuceó tragando saliva. –La misma. ¿Podemos pasar ahora?– respondió volviendo a guardarla. –Está bien, yo mismo os acompañaré. Pero, respecto a esa mujer... –empezó – no está en el pueblo. Al menos yo no la he visto. –¿Hay un pueblo en esta isla? –Así es. En él se refugian todos aquellos que son perseguidos por la ley – explicó el muchacho–. De modo que también habrá un sitio para vosotros. –Si es así, llévanos– instó Tahiel que hasta ahora había permanecido en silencio–. Y que quede claro que no te quitaré ojo. –Seguidme– les contestó–. Y no os entretengáis. Lo siguieron hasta que llegaron al mar. No se veía ningún barco ni ninguna otra forma de acceder a la siguiente isla. Pero antes de que pudieran preguntar, su guía se acercó a unas rocas y les hizo una seña para que se acercaran. Empujaron una de las piedras revelando un túnel. –Esta zona del mar es muy hostil, es por eso que escogimos esta isla como escondite. Y claro, de alguna forma teníamos que llegar, así que hicimos túneles. –Son seguros, verdad?– preguntó dudoso Eder.
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–No ha habido nunca ningún derrumbe, podéis pasar tranquilamente. Contrafuertes de piedra sujetaban un techo muy bajo. Sobre sus cabezas se oía el retumbar de las olas. Delante suyo no se veía nada a excepción del resplandor de la antorcha que sujetaba el chico que habían conocido en el bosque. –A propósito, yo soy Eder y él es Tahiel. –Mi nombre es Nikel. Me dedico a vigilar el bosque en busca de intrusos, como vosotros- les explicó con una sonrisa de complicidad-. Ya llegamos al otro lado. Todavía queda un trecho hasta el campamento pero no tardaremos en verlo. Aunque, si lo necesitáis, podemos parar a descansar. –Yo estoy bien– contestó Eder–. ¿Tu necesitas parar, Tahiel? –Puedo seguir– se limitó a responder. –Entonces prosigamos– les apremió Nikel–. Pero démonos prisa. De noche los lobos van de caza. El campamento se levantaba alrededor de un arroyo, en un claro del bosque. Lo primero que hicieron al llegar fue ir a hablar con la líder del pueblo, Licea, una mujer anciana con una capucha roja, y explicarle cuál era su misión. –Así que una dama vestida de negro os mandó a robar la espada del Duque– dijo con voz carrasposa.
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–Eso es, señora– respondieron al unísono sentados en la alfombra de una tienda de lona púrpura. –Y os dijo que os encontraríais aquí para el intercambio, ¿correcto?– preguntó para aclarar. –Sí señora– contestaron a la par. –Pues hace un par de días vino una mujer al pueblo. Parecía bastante misteriosa y mencionó algo sobre dos chicos y una espada. Debo suponer que se refería a vosotros. –¿Se fijó en sus ropas?– preguntó ansioso Tahiel mirando a la anciana. –Cielo...– dijo tirándose la capucha hacia atrás– soy ciega... Y así era. Sus ojos grises estaban faltos de luz y parecían tristes y vacíos. –L...lo siento– se disculpó–. No tenia idea. –No te disculpes, no me cegaste tú– rió ella– Ahora que lo pienso... dejó una carta para vosotros. –Me la podría enseñar, por favor?– pidió Eder con los ojos brillantes. –Claro muchacho. Aquí tienes– y sacando un sobre de su manga extendió su brazo para entregárselo. Era otro sobre morado con lacre dorado en forma de estrella. –Sin duda es su marca– dijo sonriendo–. ¿Me permite un momento para leerla? –Adelante, no tengas reparos.
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Se acercó a una lámpara de aceite y rompió el sello. La carta decía así: “Bien hecho muchachos. Sabía que podía confiar en vosotros. Ahora no puedo recoger la espada, así que seguid adelante o mejor ARRIBA ”
–¿Arriba? ¿Qué demonios quiere decir con eso? –Salid y mirad al cielo– propuso Licea. Fuera de la tienda, los jóvenes miraron al cielo y allá vieron una superficie ondulante que ambos conocían bien. –Una Zona de Contacto– murmuró Tahiel con la boca abierta. –¿Quiere que vayamos a otro mundo otra vez? –No sé qué es pero apareció justo cuando ella se fue– les explicó la anciana. –¿Y cómo se supone qué llegaremos hasta ahí arriba?– preguntó preocupado Eder. –Hmmmm... seguidme– les pidió ella. Les guió hasta un claro cercano al pueblo. Se movía con mucha agilidad para la edad que aparentaba y sus pies caminaban ligeros pese a su ceguera.
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En el centro del claro, amarrado al suelo con gruesas cuerdas, había un globo. –Con esto podréis subir hasta allí. –¿D...de verdad?– preguntó Tahiel con ojos emocionados. –Sí, pero debo poner una condición. Uno de los que aquí viven deberá ir con vosotros. –Yo estoy conforme– respondió Eder al momento. –Yo todavía no me creo que vaya a subirme en eso...– repuso Tahiel. –Podéis pasar la noche aquí. Se os preparará una tienda. –Gracias por vuestra amabilidad– dijo Eder mientras caminaban de vuelta al pueblo. Tahiel miró por ultima vez el globo y le siguió. Les ayudaron a montar la tienda cerca del margen del claro y les llevaron un plato de asado a cada uno. Tras calmar sus estómagos se acomodaron en el camastro a conversar. –¿Porqué has sido tan antipático con Nikel?– reclamó Eder a Tahiel. –No me gusta, me da mala espina– respondió apoyándose en su compañero. –No tenías porque ponerte así– le dijo pasándole el brazo por los hombros. –Lo siento– se disculpó. –No te preocupes– susurró abrazándole–. Intentemos dormir.
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Les despertaron unos golpes en un poste de la tienda. –Vamos, ¡ya es de día!– se oyó la voz de Nikel fuera– La jefa quiere que os acompañe yo en el viaje. –Ahora salimos– contestó Eder frotándose los ojos. –Tenía que ser él. De entre todos los habitantes de este lugar, tenía que ser él– refunfuñó Tahiel con voz pastosa. En el claro les esperaba Licea junto al globo. –Es sencillo: cuanto más fuego, más rápido subiréis– les explicó la anciana–. Os hemos preparado provisiones. –Mil gracias, de verdad– respondieron Eder y Tahiel. –Emprended el camino, sino se cerrará la puerta. Subieron los tres a la cesta y cortaron los amarres. Se elevaron lentamente y en unos minutos el bosque se convirtió en una mancha verde bajo ellos.
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~ Libro segundo ~ Soldanella, campanas en el firmamento
“Las estrellas son bellas porque tienen detrás una flor que no se ve.” ~ Antoine de Saint-Exupéry
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Capítulo primero Zafiro Una leve brisa meció el globo mientras atravesaba un mar de nubes. No se veía tierra por ningún sitio. Nadie hablaba. Nikel parecía algo afectado y se estaba poniendo pálido. –Oye, ¿estás bien?– preguntó Eder poniéndole una mano en el hombro. –No te preocupes, se me pasará en cuanto toquemos tierra. O eso creía. Porque la “tierra” no era tierra, si no un archipiélago de islas suspendidas en el aire sin ningún tipo de soporte. –¡Oh, mierda!...– maldijo al verlo. –¡Vaya! ¡Es un sitio realmente increíble!– exclamó Tahiel. –Quisiera saber cómo llegará ella hasta aquí– dijo Eder contemplando el lugar al que se dirigían. Aterrizaron suavemente en una plataforma, apagaron la caldera y bajaron. Había gente curiosa mirándoles y ellos se quedaron quietos sin saber que hacer.
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Al mirarles mejor, vieron que no eran personas como ellos. Tenían las orejas más alargadas, acabadas en una punta. Sus ojos eran más almendrados y el pelo de colores muy vistosos. Además, las mujeres llevaban una flor de cristal en el lado izquierdo de la cabeza. Sus ropas eran lujosas, muy diferentes de las de los chicos. –¿Qué hacemos ahora?– susurró Tahiel. –No lo sé...– le respondió Eder. Se oyó un golpe seco a su lado. Nikel estaba tirado en el suelo, blanco como cal. –¡Mierda, mierda, mierda!– gruñó Tahiel agachándose para sujetarlo– ¡Justo ahora tenía que desmayarse...! La multitud se separó y un hombre alto de cabello rojizo se les acercó. –Venid conmigo- les dijo. Los dos muchachos cogieron a Nikel y siguieron al elfo de cabellos rojos hasta una casa cercana a la plaza en la que aterrizaron el globo. –Ponedlo en esa mesa. Se puso de cara al fuego y removió enérgicamente una olla que colgaba en la chimenea. Cuando se giró, llevaba un cuenco de fina cerámica lleno de un liquido naranja brillante.
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–Incorporadlo– solicitó con calma. Una vez estuvo sentado y apoyado en los dos muchachos, acercó el recipiente a la boca del inconsciente chico. Le dio de beber todo el brebaje y al poco a poco Nikel recuperó su color natural y con esfuerzo abrió los ojos. –¿Qué era eso?– preguntó– ¡Sabía a rayos!. –¿Así me agradeces que te salvara?– le replicó– Soy Oros. Habéis llegado por la Zona de Contacto, ¿no es así? –Así es– le respondió Tahiel mientras Eder se ocupaba de su repuesto compañero–. ¿Dónde estamos?. –En Soldanella, las cinco islas flotantes y nuestro hogar. Esta es la ciudad del oeste, Zafiro. Sed bienvenidos. –M...muchas gracias...– dijo Eder– Nosotros venimos en busca de una mujer que viste una capa negra y nunca muestra su rostro. ¿Sabéis de alguien así?. –No realmente. Mas podríais pedir audiencia con el Rey. Él pudiera tener noticias de dicha dama. –¿Podríamos quedarnos aquí hasta que la localicemos? – pidió Nikel. –¡Por supuesto!– rió Oros– Las visitas siempre son más que bienvenidas. –¿De verdad? ¡Muchas gracias!– exclamó con las fuerzas recuperadas. –Esperamos no causar molestias...– se disculpó Eder. –No debe preocuparte eso– le contestó afablemente–. No pasa nada, de verdad. Además, la casa es grande y yo vivo solo. –Bueno...en ese caso, agradecemos su hospitalidad.
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–¿Porqué no salís a visitar la ciudad?– propuso su anfitrión con una sonrisa– Es realmente una maravilla. Os gustará. –¿Vendrá con nosotros a mostrárnosla?– preguntó Tahiel. –Iría encantado, pero tengo algunas cosas que hacer. No importa. Salid y divertios. –Bueno, pues hasta la vuelta– y diciendo esto salieron los tres por la puerta. La multitud se había disipado y no se veía casi a nadie. Dieron la vuelta a la ciudad procurando evitar los márgenes por si Nikel se volvía a indisponer. Descubrieron que la forma de viajar entre ciudades era en tren, por unas vías que no parecían nada seguras. En el centro exacto de la ciudad había un pedestal de piedra blanca, decorado con filigranas plateadas en el descansaba un zafiro del tamaño de una cabeza que parecía brillar con luz propia. Mientras lo contemplaban oyeron pasos tras de si. Cuando se giraron se encontraron de frente con dos enmascarados. El primero vestía de blanco y plata, con una máscara que parecía una araña. Su compañera de negro y plata, y su máscara mostraba lazadas negras tapando sus ojos. –¿Otra vez vosotros?– exclamó Tahiel. –¿Qué pasa? ¿Quiénes son?– preguntó Nikel desconcertado.
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–Después te contamos– contestó Eder acercando la mano a la empuñadura de la espada–. Prepárate para cualquier cosa. –Parece que no os cogemos desprevenidos– rió la chica de los lazos en los ojos–. Pero esta vez nosotros tampoco lo estamos. ¡Nyx Caeca!¹ Al decir esas palabras toda la ciudad desapareció tras un velo de noche y un manto estrellado. –¿Qué es esto?– exclamó Eder– ¿Qué pasa? –Supongo que es mi turno– dijo el enmascarado blanco como única respuesta–. ¡Insecta Pestem!² Y donde debía estar el suelo apareció una gran telaraña llena de insectos. –¡Mierda!– maldijo Tahiel mientras disparaba su flecha. Pero la flecha se desvió hacia arriba. –¡Hahahahaha! ¿Dónde está tu puntería ahora?– rió el insecto blanco. Y la flecha siguió subiendo, y en su punto más alto se prendió en llamas. Y bajó en picado, cayendo a pocos centímetros de uno de los lazos de la enmascarada. Esta se apartó con un ágil y rápido giro justo en el último segundo. La flecha impactó en la telaraña y quemó algunos hilos. Eder observaba boquiabierto. ¹ ²
Nyx Caeca literalmente Noche Ciega (N del A) Insecta Pestem literalmente Plaga de Insectos (N del
A)
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–Supongo que esto iguala las estadísticas– rió sarcásticamente Tahiel. Soltando maldiciones, el enmascarado hizo un gesto y al instante los insectos se unieron en un solo cúmulo y cargaron contra ellos. Nikel agarró fuerte su hacha y se lanzó al ataque. El golpe falló pero este hizo que allí donde se hundió la hoja creciera el tallo de una hiedra. Esta se fue enredando en la masa de cuerpecitos brillante que componían todos los insectos disipando gran parte de la trampa. –Ahora os tomamos delantera– informó sonriente. –Bien, bien... – susurró la mujer de los lazos– Ha sido realmente sorprendente... ¡Pero esto no acaba aquí! Y cerrando los puños e inclinándose hacia delante empezaron a correr hacia ellos. Eder, nervioso, soltó a ciegas rápidos ataques con la espada para evitar su inminente llegada. Cuando se dio cuenta, todo eran espinas de hielo rodeando a sus enemigos. Nikel aprovechó para volver a hacer crecer la enredaderas a su alrededor y Tahiel disparó nuevamente. Pero antes que la flecha impactara, los enmascarados desaparecieron y la ilusión que habían creado se disipó. El zafiro seguía brillando, pero el sol descendía ya. Decidieron regresar a casa de Oros, su anfitrión.
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–Chicos, mientras estabais fuera ha llegado esto– les dijo mostrándoles el característico sobre morado de la mujer misteriosa. Rápidamente lo abrieron: “Parece que todavía os siguen. ¿no?. Y habéis desarrollado nuevas habilidades. ¡Bravo!. Nos encontraremos en Ámbar, la ciudad del este. Allí recogeré el pedido. Y seguid vigilando vuestras espaldas. ” –¡Tenemos que llegar hasta Ámbar!– exclamó Eder. –Mañana. A estas horas ya no salen más trenes desde aquí– contestó Oros. Por la noche, Eder tuvo un extraño sueño; un reloj de arena dorada que iba dejando caer su contenido. Cuando el último grano estaba abajo, el reloj se convirtió en un castillo blanco. Sonaron las doce en algún sitio y en la última campanada el edificio empezó a quemarse y a agrietarse.
Capítulo segundo
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Cuarzo Ya estaban en el tren de camino a la capital. Eder había decidido no contarles su sueño porque parecía no tener mucho sentido. El tren era realmente lujoso. Con metales dorados y asientos de piel roja. Todo estaba tranquilo, eran los únicos pasajeros en ese vagón y en pocos minutos llegarían a la ciudad central. A Nikel no parecía hacerle mucha gracia que el tren no tuviera más soporte que unas vías colgantes, pero se mantuvo en silencio lejos de las ventanillas. A decir verdad, ninguno de ellos hablaba, sólo pensaban en los acontecimientos del día anterior. La noche anterior habían descubierto que en el pecho de Eder había aparecido una marca que parecía un pequeño brote de alguna planta. Supusieron que era por culpa de la espada. Cuando Eder la usó, una potente energía recorrió sus venas. Sintió que se helaban. Quiso gritar pero unas raíces que nacían en su ser llenaron su garganta. Toda esta fuerza pasó a la espada rodeando a sus enemigos de heladas espinas. Mientras sus mentes estaban ocupadas en esto, el tren aminoró la marcha y se acercó a la estación.
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Se apearon a toda prisa e intentaron llegar hasta el siguiente tren que los llevaría hasta Ámbar, su próximo destino, pero fue tarea imposible. Una gran cantidad de transeúntes entorpecían el paso a los muchachos. Desistieron y se acercaron a consultar los horarios expuestos en el pergamino del tablón informativo. Todas las salidas se habían cancelado indefinidamente. –¿Una huelga?– preguntó Nikel– ¿Qué hacemos ahora? –Tendremos que quedarnos por aquí– suspiró Eder. –Sí, pero ¿dónde?– inquirió Tahiel. –Pues no tengo ni idea. Así que fueron a dar una vuelta para conocer la ciudad. Todas las calles estaban ordenadas con un patrón radial que desembocaba exactamente en el centro, en el castillo de la familia Real. Un castillo blanco, enorme, que al reflejar la luz del sol creaba destellos de todos los colores. Eder se quedó mirándolo durante un buen rato. –Es el castillo...– murmuró. –¿Qué dices?– Nikel y Tahiel ya iban unos pasos por delante de él. –Ya he visto este castillo antes.– contestó– Vamos a un sitio tranquilo y os cuento lo que sé. Encontraron, en unos jardines, un sito bastante apartado bajo una morera y allí sentados les explicó su sueño. –Esta pasada noche he tenido un extraño sueño. En él he visto un gran reloj de arena que al acabársele el tiempo
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se ha convertido en un gran castillo blanco. Este castillo, el castillo de la familia Real. ¡Era el mismo! –No entiendo lo que quieres decir– interrumpió Nikel. –Déjame acabar– continuó–. Bien, como decía , vi el castillo. Y al sonar las doce, este se envolvió en llamas y se comenzó a resquebrajar como el cascaron de un huevo. –Y ¿qué crees que quiere decir?– le preguntó Tahiel preocupado. –No lo sé... podría ser cualquier cosa. Podría ser un simple sueño o podría estarse preparando algo grande... –Nos prepararemos para lo peor– dijo Nikel muy serio, más de lo que nunca lo había estado. –De acuerdo, confío en vosotros– respondió Eder asintiendo. Repusieron fuerzas con algunas de las provisiones que Licea les había proporcionado y tras un pequeño descanso empezaron a prepararse para lo que se avecinaba. El reloj de arena empezaba su cuenta atrás.
La sala estaba oscura, pobremente iluminada por la luz de unas antorchas en las paredes. Una mesa de madera oscura estaba en el centro de la estancia y alrededor de ella había siete personas con túnicas y máscaras.
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–¿Vosotros también me habéis fallado?– rugió el que estaba a la cabeza de la mesa, un hombre con una máscara negra y roja rota, Ira. –No esperábamos esas reacciones, mi señor– respondió la mujer a su izquierda. Era la que lucia lazos negros en su máscara. –Sí, nunca pensamos que unos simples mortales tuvieran esas habilidades– balbuceó el hombre situado a su derecha con la máscara de araña blanca. –No paráis de decepcionarme...¡Y estoy harto! – gritó fuera de control– Envidia, Lujuria, sois nuestra última baza. No toleraré más errores, así que preparaos bien. –Entonces –dijo el hombre del final de la mesa tocando nervioso la melladura de su máscara de rombos azules– permitidnos compartir nuestra información con ellas. –Que así sea– aceptó el líder. –Por lo que sabemos, ya han conseguido la espada– empezó la que tenía una enorme boca en su máscara, Gula– y se dirigen hacia la ciudad de Ámbar, en Soldanella. Pero se encuentran bloqueados y no pueden avanzar. –En la lucha tienen muchas posibilidades– continuó Pereza tironeando de sus lazos–, pero parece que el muchacho que lleva la espada no tiene la más mínima idea de cómo usarla. –Exacto– terció el de la máscara de araña, Soberbia–. Ataca a la desesperada. Pero hay que tener cuidado con los demás, ya han demostrado su potencial. –Sí, pero debéis evitar acercaros demasiado– advirtió el que usaba la máscara con rombos, Avaricia, señalando el
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agujero–. Ved lo que me pasó a mi por confiarme y no tener cuidado. –Además, por lo que parece– apuntó Gula– si el muchacho del arco se encuentra en peligro, su compañero, el que porta la espada, se altera y pasa de ser vulnerable a convertirse en un despiadado guerrero. Vigilad. –Y ¿qué sabemos de ella?– requirió el jefe, Ira. –Sigue tirando de ellos. Les envió otra carta citándolos en Ámbar– respondió Pereza. –Y allí es a donde se dirigen ahora– apoyó Soberbia–. En estos momentos están en Cuarzo, la capital, y mis insectos me han dicho que el portador de la espada, llamado Eder, ha tenido un sueño que anuncia una catástrofe. Un castillo bañado en llamas. –Entonces– preguntó Envidia que usaba una mascara verde con una rosa amarilla brotando de ella- ¿no sería mejor dejarlos? No tienen escapatoria si los trenes los mantienen bloqueados. –Quizás tengas razón– repuso Ira– pero quiero que les sigáis, no les dejéis huir. –Sí, mi señor– respondió Lujuria. Su mascara rosada lucia una atrevida y recargada decoración–. Saldremos cuando estemos preparadas. –Buena suerte– les deseó Ira–. Pero recordad, ¡no falléis! –No lo haremos– corearon Lujuria y Envidia mientras se retiraban. –Damos por terminada la sesión– dijo Ira levantándose.
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Mientras los tres compañeros practicaban sus técnicas de ataque preparándose para lo inesperado, el sol se perdió completamente, y amparados por la noche se acercaron a la plaza central. Se apostaron en una esquina cercana al castillo, escondidos, esperando. El campanario de la ciudad anunciaba las doce.
Capítulo tercero Cristal
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Quietud absoluta. Durante unos minutos estuvieron casi en una oscuridad y un silencio totales. Estaban a punto de desistir cuando alguien pasó junto a ellos a toda velocidad. Al momento, se oyó un cristal rompiéndose. –Ya empieza– susurró Eder. No tuvieron que esperar mucho para ver las llamas asomando por encima de los muros. –Si lo hubiera dicho a alguien se podría haber evitado... – dijo. –No te tortures– le dijo Nikel–. Podría no haber sido más que un sueño... –Dejaos de cháchara, tenemos que decidir. ¿Salimos corriendo en otra dirección o vamos e intentamos ayudar? –Vamos para el castillo. Por algo me llegó ese aviso. Y dicho esto salieron corriendo y se metieron de cabeza en el caos. Entraron por un punto ya roto de la muralla y fueron evitando los obstáculos y a la gente en su frenético avance hacia lo desconocido. Toda la belleza, la quietud la perfección que mostraba la ciudad esa mañana se había truncado esta noche estallando, frágil, como una bola de cristal cuando cae al suelo y se quiebra en mil pedazos.
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Se topaban con gente que corría en todas direcciones, unos huyendo, otros dirigiéndose hacia adentro. El fuego lo arrasaba todo y en la sala del trono, devorada ya por las llamas, parecía verse rastros de sangre. Rastros de un violento asalto. Eder y Tahiel no podían evitar recordar los últimos momentos que pasaron en su mundo como imágenes que llegaban a su mente mientras avanzaban entre el caos. Buscaron con afán algún superviviente de la lucha y del fuego pero no vieron ni un alma. – ¡No queda nadie!– dijo Tahiel– Si no han conseguido huir estarán... muertos... –Sí, y si no salimos de aquí a toda velocidad acabaremos igual– apremió Nikel. Al doblar una esquina, Eder se dio de bruces con una elfa de pelo verde oscuro que corría desesperada. Su respiración entrecortada y angustiada apenas la dejaba hablar. –¡Ayudadme!. ¡Sacadme de aquí!. ¡Por favor, sacadme de aquí! – dijo entre jadeos y llantos– No pueden encontrarme. Vienen a por mí. ¡Me matarán! –¡Tranquilízate!– le respondió Eder– ¿Quién eres? ¿Quién quiere matarte? –Soy la princesa. Han matado a toda mi familia y yo soy la única que queda con vida– se derrumbó, y cabizbaja
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entre sollozos de dolor dijo– Mi nombre es Crystal. Ayudadme por favor. –Está bien, te vienes con nosotros– dijo Tahiel–. Pero ahora ¡salgamos de aquí!. –¡Por ahí no! – gritó la princesa– Está lleno de rebeldes. –No te preocupes, tenemos nuestros métodos– sonrió Nikel. Ya se veía el cielo nocturno aun iluminado por las llamas cuando oyeron a un grupo de elfos delante de ellos. –No los matéis por favor– susurró Crystal. –¿Quién ha dicho nada de matarlos?– dijo Nikel guiñando un ojo. Los elfos ya les habían descubierto, pero antes de que pudieran reaccionar el hacha de Nikel se clavó en el suelo y las enredaderas crecieron por el cuerpo de los elfos reteniéndolos. Un segundo después, Eder, con un ligero movimiento de espada levantó una barrera de espinos de hielo que cercaba a los elfos. –¡Vaya!... no creí que fuerais capaces de hacer eso– dijo sorprendida cuando estuvieron lejos. –Mirad a quien tenemos aquí– interrumpió una voz entre las sombras. –¡Mierda! ¿Tan rápido nos han encontrado? – gruñó Tahiel. –¿Quién os busca?– preguntó la voz. –Los rebeldes– replicó Eder con brusquedad–. Si no quieres nada de nosotros, déjanos pasar. –Me temo que eso no va a ser posible.
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–¿Quién sois?– dijo Nikel entre dientes. –Fácil– le contestaron esta vez dos voces mientras se veían dos siluetas que se acercaban a la luz. Y la luz mostró sus máscaras, una verde y otra rosada. –¿Otra vez?– exclamó Eder airado– ¿No nos podéis dejarnos en paz unos días? –¿No te alegras de vernos?– rió Envidia– Muy mal. –A decir verdad, no creíamos que pudierais sobrevivir dentro del palacio– les confesó Lujuria. –Pues hemos sobrevivido, y también pasaremos por encima de vosotras– respondió desafiante Tahiel. –Demostrádnoslo– el cambio de tono en la voz de Envidia fue más que evidente- ¡Acus Rosa!¹ Y cuatro paredes de púas se alzaron impidiéndoles escapar. –¿Es lo mejor que tienes?– le echó en cara Nikel blandiendo el hacha.
–Si te parece poco puedo unirme a la fiesta– se entrometió Lujuria con su dulce voz– ¡Venenum in Corde! ²
Acus Rosa literalmente Agujas de Rosa (N del A) Venenum in Corde literalmente Veneno en el Corazón (N del A) ¹ ²
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Al extinguirse el último eco de su voz, quedaron envueltos en una espesa niebla púrpura que emanaba un intenso olor dulzón. –No hay forma de que salgáis de aquí con vida, esto no es solo niebla. Es veneno. En pocos minutos no podréis moveros y una vez inmóviles os asfixiareis. –No te confíes tanto...– dijo Crystal mirando fríamente a Lujuria. –¿Qué dices, niña?– dijo Lujuria– ¿Crees que puedes hacer algo contra esto? – y señaló a su alrededor riendo a carcajadas. –Viento de plata...– susurró la joven elfa. Y comenzó a girar como una peonza a un ritmo frenético, levantando un fuerte viento a su alrededor. Las cinta verdes que colgaban de sus muñecas eran auténticos torbellinos girando que avivaban aun más la fuerza del viento. La toxina que flotaba en el aire se dispersó y la potencia del vendaval lanzo a las enmascaradas contra la barrera de púas. Cuando dejó de girar sonrió desafiante y se preparó para seguir luchando. –No soy una niña, no me subestimes porque te llevarás más sorpresas. –Maldita sea...– gruñó entre dientes Lujuria– ¡Acabaré contigo insolente! Y se lanzó hacia la princesa sacando de los pliegues de su túnica dos dagas relucientes. Pero Crystal, en lugar de
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apartarse de su camino, levantó los brazos y con un movimiento de muñeca, las cintas se desplegaron silbando y cortando todo lo que encontraron a su paso, incluida la ropa y el pecho de Lujuria. –¡M...mierda!– consiguió articular mientras se sujetaba el corte intentando frenar la hemorragia. –Te advertí– le recordó su oponente con una mirada fría en el rostro. –¡Acus Rosa!– gritó furiosa Envidia. Pero antes de que hubiese dicho la última palabra, Crystal ya no estaba en su campo de visión. Había saltado, y cuando las púas brotaron las cortó de raíz. Cayo de pie sobre el tocón, y en un rápido movimiento hacia delante sujetó sus brazos con las cintas. Una flecha silbó hacia la mascara verde pero cuado estaba a unos milímetros de clavarse en la rosa amarilla, tanto Envidia como Lujuria desaparecieron con un estallido de luz roja. –Han vuelto a escapar– farfulló Eder. –Pero estoy segura que no atacarán en un buen tiempo– respondió Crystal.
Capítulo cuarto Ámbar
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–¡Ha sido impresionante!– gritó emocionado Nikel– Pero ¿podrás cortar las otras púas también? –Claro– contestó la princesa dirigiéndose hacia una de las paredes que con un simple movimiento cayó al suelo–. Hecho. –Ven con nosotros– dijo Tahiel–, ya que aquí no tienes... lugar... –Podría ir, pero decidme, ¿hacia dónde os dirigís?. –Vamos hacia Ámbar a entregar esta espada por encargo– contestó Eder. –Ya veo... pero no sois de aquí– murmuró ella. –Busquemos un sitio donde escondernos y te daremos todas la explicaciones. No querrás que te encuentren. Buscando por la ciudad encontraron un callejón mal iluminado lejos del bullicio del castillo. Se sentaron en el cuelo agotados buscando algo de descanso y empezaron su historia. –Lo primero, yo soy Eder. Él es Tahiel y él Nikel. – Presento al grupo señalando a cada uno. – Tahiel y yo venimos de Hemerocallis, un mundo del que conseguimos huir por los pelos. Ese mundo ya no existe. Desapareció. Después de eso llegamos a Galanthus. Un mundo sumido en el invierno pero nuestro barco se estrelló. Conseguimos sobrevivir y encontramos a una mujer que nos pidió que robáramos cierta espada para ella. –Cuando estábamos llegando a la ciudad del Duque para hacernos con ella se nos presentaron dos enmascaraos que nos intentaron robar la llave para conseguirla. – Prosiguió Tahiel. – Pero Eder fue más listo y les burlamos. Con la
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espada en nuestras manos huimos hacia una colonia de rebeldes donde conocimos a Nikel. –Entonces llegamos a este mundo – terció Nikel – por una zona de contacto, aterrizando en la ciudad de Zafiro, donde nos volvimos a encontrar con otros dos enmascarados más y hoy hemos venido a esta ciudad. El resto ya lo conoces. –Vaya, el resumen de una historia peculiar...– respondió algo desconcertada– Me uniré al grupo si no os importa. No tengo sitio al que ir. –Por descontado. Viajarás con nosotros. Ahora cálmate, ya ha pasado todo. –Creí que no saldría viva del castillo– sollozó–. Os estaré eternamente agradecida. –Ahora que ya sabes todo lo que debías saber tendríamos que decidir qué hacer– comentó Tahiel–. Los trenes están bloqueados, y no podemos llegar a Ámbar. –¿Y quién dice que no?– dijo Crystal con una sonrisa pícara– Seguidme. Cruzaron la ciudad vigilando el más mínimo movimiento para no ser descubiertos. Seguían a su nueva compañera hasta que llegaron al edificio de la estación del este. –Podemos colarnos y coger un tren para llegar al destino de vuestro viaje– explicó –¡Pero hay un tremendo candado en la puerta!– replicó Tahiel. Crystal levantó la mano derecha en dirección al candado, y de un simple tajo este cayó al suelo.
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–¿Algún otro impedimento?.– rió. –Sí– le dijo algo avergonzado– ¿Quién conducirá el tren? –Vale, eso sí que no lo puedo solucionar, pero entremos o nos verán. En el interior todo el mármol blanco brillaba bajo la luz de las lámparas que había encendidas. Había tres grandes máquinas paradas en las vías, preparadas para salir pero faltas de conductor, Se acercaron a una de ellas y la inspeccionaron. Estaba llena de palancas que ninguno de ellos sabía para qué servían. Encontraron también una pequeña caldera, pero estaba vacía. Buscaron por todas partes el combustible hasta que vieron que en el vagón de cola había un compartimiento repleto de carbón. Llenaron la caldera. –Bien, y ¿cómo lo encendemos?– preguntó Nikel. Como única respuesta Tahiel sacó su arco y disparó una flecha que se prendió en llamas y encendió la pila de carbón. –Esta vez gano yo– dijo retador a Crystal. –Muy bien, pero seguimos sin saber cómo arrancar esto– les indicó Eder. Y empezaron a tocar todos lo botones y palancas que encontraron a excepción de la cadena que colgaba del techo que estaba claro que era el silbato. No querían descubrirse.
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Al pulsar uno de los botones, uno rojo brillante, se oyó un ruido extraño, una especie de crujido sordo, y todo empezó a temblar. Con una sacudida el tren empezó a moverse hacia delante. –¡Ya está!. ¡Lo conseguimos!– exclamo Nikel ilusionado. –¡Bueno, pues allá vamos!– dijo Eder. –Debo suponer que el freno es esta palanca que es diferente al resto, ¿no?– requirió Tahiel con desconfianza. –Seguramente, pero aún queda un buen rato para tenerlo que averiguar– le respondió la princesa–. A esta velocidad tardaremos una media hora. Y mientras el tren avanzaba hacia su destino y ellos discutían sobre sus siguiente movimientos, un tímido sol se dibujaba frente a ellos. El trayecto se les hacia tremendamente largo a los cuatro amigos pero en realidad no habían pasado más que unos minutos. –Lo próximo que deberíamos hacer es buscarte una nueva identidad– dijo Tahiel a la princesa. –Sí, y cambiar tu apariencia– le apoyó Eder–. Así nadie te reconocerá. –No es una mala idea– les contestó ella– Me costará acostumbrarme a no ver esta imagen, pero es lo más adecuado. –¡Bien dicho!– exclamó Nikel que todavía se mantenía lejos de las ventanas.
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–¡Oh, vaya!. Parece que ya es de día– Crystal se acercó a una ventana–. Es como si allí arriba no supieran lo que pasa en mi ciudad... –No te desanimes– dijo Eder acercándose para consolarla–. Es un bonito amanecer, ¿no crees? –Sí, lo es– y esbozó una débil sonrisa. –Chicos, no quiero asustaros pero el tren ha dejado de moverse– advirtió Nikel. En efecto. La máquina se había parado completamente. –Se habrá quedado sin combustible– dijo Crystal–. Alguien debería ir a buscar más carbón. –Ya voy yo– respondió Tahiel y salió corriendo. Unos minutos más tarde volvía con los brazos cargados de carbón. Lo metió rápidamente y lo prendió con otra flecha. Pero seguían parados. Le dieron de nuevo al botón rojo pero tampoco resultó. –¿Qué está pasando?– preguntó Eder. –Eso...– la voz de su nueva amiga sonó tan asustada que hasta Nikel corrió a la ventana a mirar. –¡Oh no!...– murmuró Tahiel– No puede ser... Porque en el cielo a la derecha de donde ellos estaban, se estaba formando un torbellino que iba cobrando fuerza a cada segundo que pasaba. Y no era normal, porque brillaba con una luz dorada y se acercaba más y más. –¡Nos va a absorber!– gritó Nikel.
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–¡Agarraos a lo que podáis!– les apremió Eder. El tornado se les echó encima y levantó el tren de las vías. Los cristales se rompieron y las esquirlas se mezclaron con nubes de arena dorada.
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~ Libro tercero ~ Caltha, estrella de oro
“Aún aquello insignificante, como granos de arena, cubre el gran vacío del infinito, llenándolo. ” ~ Anónimo
Capítulo primero Arena –Despertad, estáis a salvo. Ya ha pasado todo.
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Esa voz le era conocida. Eder abrió los ojos lentamente y se intentó incorporar, Le dolía todo y se sentía como si lo hubieran intentado desmembrar. No veía bien sin las gafas, sólo veía que seguían en el tren y que el suelo estaba cubierto de arena –Toma, tus gafas– oyó otra vez la voz. Se las puso y miró a su alrededor. Todos estaban aún en el suelo. Y en un asiento tras de él estaba la mujer que tanto habían estado buscando. –¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos?– preguntó aturdido sacudiéndose la arena de la cabeza. –Habéis llegado a vuestro destino. Bienvenidos a mi mundo, Caltha. –¿Destino final?– repitió– No entiendo nada. –Despierta a tus amigos y venid conmigo. –De acuerdo– asintió sin comprender. Cuando todos estuvieron repuesto salieron al exterior donde les esperaba la dama. Había cinco caballos. Ella montó en uno y les invitó a hacer lo mismo. Emprendieron el camino a toda velocidad sin mediar una palabra. Cuando las dunas quedaron atrás y el suelo pasó de dorado a verde, descabalgaron y la mujer dijo:
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–Nos dirigimos hacia Tyyak, pero antes de llegar debo hablar con vosotros. –Pues aquí nos tienes. Habla– contestó Tahiel. –Lo primero, debéis saber que no estáis aquí por casualidad. Se sabia todo completamente de vosotros y yo me encargue de traeros hasta aquí. También tenéis que saber que este mundo está en guerra. Por eso os pedí que robarais la espada. Los enmascarados con los que os habéis enfrentado responden al nombre de Cardinal Sins. –Y ¿cómo deberíamos llamarte?, si puede saberse– replicó Eder. –Soy Sienna– dijo quitándose la negra capa. Así se mostró como una mujer de piel clara y cabellos dorados. Ataviada con un corto vestido dorado y una chaqueta azul celestial. Les miró y les sonrió. –¿Esta eres tú en realidad...?– susurró Tahiel. –¿Puedes decirnos algo más que no sepamos? – pidió Nikel. –Claro– les respondió–. Vuestras armas se han estado comportando de forma extraña últimamente, ¿verdad? – Así es– dijeron los tres chicos a la vez. –Bueno, pues es cosa mía– les confesó–. El arco lo traje de aquí, pero la espada era así desde un principio. Y hace unos días te encontré dormido en el bosque y me encargué de tu hacha. –¿Y qué hay de Crystal?– preguntó Tahiel.
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–Olvidas que no soy humana– repuso esta–. Yo domino este elemento desde niña. –Sí, y que hayáis conseguido extraer la magia que había en las armas es una muestra más que sois los indicados. Prosigamos con el camino. Ya estamos cerca. Cabalgaron cerca de un rió y al girar uno de sus recodos, la ciudad apareció ante ellos. Se alzaba alrededor de una colina, con un castillo de ladrillo rojo en la cima. Aceleraron la marcha y se dirigieron al castillo. Les recibió un grupo de hombres y mujeres que les condujeron hasta una espaciosa sala con bonitas mesas y cómodas sillas. Les invitaron a sentarse y al momento aparecieron unos sirvientes portado un buen festín. – Hace tiempo que no coméis adecuadamente, debéis reponer fuerzas– les dijo Sienna sonriente. –¡Que aproveche!– corearon los cuatro. Atacaron la comida con ansia. Cuando los platos estuvieron vacíos los sirvientes se los llevaron. Entonces se les informó. –Muchachos, como se os ha dicho antes, estamos en guerra. Y vosotros sois imprescindibles, sobretodo tú, Eder. Eder miraba sin comprender, expectante. Ávido de respuestas.
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–Lo que intentamos deciros es que debéis entrenaros y aquí en Caltha hay tres Centros de Instrucción diferentes. Está el de la montaña, donde se entrena la fuerza bruta; el del lago en el que se especializan en el manejo de armas ligeras; y otro en el bosque donde se pone aprueba la puntería y la agilidad. Eder y Tahiel cruzaron una mirada rápida y se entendieron a la perfección. –Por tanto, vuestro grupo deberá separarse. Eder, tú iras al lago, puesto que una espada como esa necesita un entrenamiento especial. Nikel, tu iras a las montañas a adquirir fuerza y destreza en el manejo del hacha. Crystal, has demostrado que no necesitas entrenamiento, tienes un gran potencial, así que iras al lago en calidad de Instructora. Y por último, Tahiel. Te entrenaras en el bosque desarrollando aun más tu puntería y tu agilidad. ¿Todo claro?. –¡Sí!– contestaron. –Podéis retiraros, os quedareis aquí durante una semana para recuperaros. Ahora se os acompañará a vuestras habitaciones. Las habitaciones eran enormes, con grandes ventanales pon donde entraba una deliciosa luz. Una cama con un dosel de terciopelo violeta, una pequeña estantería, un baño y un escritorio. Una mullida y gigantesca alfombra decoraba el suelo y daba calidez a la estancia.
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Eder cerro la puerta, dejo la espada sobre la cama y se tumbó en la alfombra enredando los dedos en ella. Vino a su memoria todo lo ocurrido desde que marchó de su mundo como si de una historia ajena se tratara. Pero era real, muy real. Estaba siendo su historia y aun no era capaz de asimilarlo. Ahora se encontraban preparándose para una guerra cuando su única intención era entregar una espada. Unos golpes en la puerta le trajeron de vuelta. –Adelante– dijo mientras se incorporaba. –Hola, creí que querrías hablar un rato– le comentó Tahiel entrando y cerrando tras de si. –Sí, claro. Sólo estaba pensando. –Y ¿en qué pensabas?– preguntó Tahiel acercándose. –Después de estos días y todo lo que hemos pasado... y ahora se deshace el grupo. Nos separarán. –No debes preocuparte de eso ahora. Céntrate en tu formación. Tu aprendizaje. Todo lo que puedas evolucionar como guerrero será necesario en el campo de batalla. Y puede que en algún momento podamos vernos. Los diferentes centros sólo están a un par de horas a caballo. Siempre puede haber un tiempo para el descanso de la instrucción.
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Eder sonrió con las noticias de su compañero. No sería tan duro como estaba temiendo siempre que pudiera tenerlo cerca. –Y ¿crees que podríamos vernos con frecuencia?– preguntó ilusionado Eder. –No sé con que frecuencia pero te aseguro que nos veremos. Y ahora intentemos aprovechar esto días de reposo que nos ofrecen antes de partir. Y así fue. En todo momento estaban juntos. Disfrutaron del placer dela lectura en la majestuosa biblioteca. De la buena comida y daban largos paseos en interminables charlas por los jardines salpicados de color y fragancia. Cuando llegó el séptimo día, se despidieron los cuatro compañeros con orgullo y valentía pero con el dolor de la separación. Cada uno siguió su camino. Nikel se colgó el hacha a la espalda y partió hacia la montaña. Tahiel se preparó para un largo viaje por el desierto hacia el bosque. Crystal y Eder se hicieron compañía en su marcha hacia el lago.
Capítulo segundo 79
Oro El sol brillaba sobre las calmadas aguas del lago. Eder tenía una carta en la mano. Era de Nikel. Hacía ya un mes que no se veían. La carta decía: “ Queridos compañeros, Crystal y Eder.
Deseo que vuestra estancia este siendo tan satisfactoria como la mía. Yo, por mi parte estoy bien pero os extraño mucho. Confió que este tiempo de enseñanzas e instrucción estén dando frutos en Eder. Tus progresos con la espada, amigo mío, serán decisivos para todos. En este campamento avanzo a grandes pasos. Lun se encarga de ello. Es una de mis instructoras que aunque parezca una locura sólo tiene quince años. Bueno, realmente ella está con el grupo de explosivos pero pasamos bastante tiempo juntos. Pronto volveré a veros y compartiremos juntos nuevamente nuestro camino. Hasta entonces cuidad el uno del otro. Nikel.” –¡Vaya!, ¿así que estás aquí?– dijo una voz detrás suyo. –Hola Crystal– contestó mirando su reflejo en el agua. –Te estaba buscando. Tienes otra carta. –¿Quién me escribe?.
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–No lo sé. Únicamente pone tu nombre. Eder se giró y vio a su amiga que sostenía una carta morada con sello dorado. –¡Dámela, es de Sienna!– le pidió extendiendo su mano. La abrió mientras Crystal se sentaba junto a él en la hierba. Leyeron la nota los dos. La letra era diferente a la de las otras notas de Sienna. Parecía escrita con prisa. “Eder, os necesito.
Tengo una misión importante que encomendaros. Debes convocar al resto del grupo. Me reuniré con vosotros en tres días. Daos prisa.
Sienna”
–¿Qué habrá pasado?– susurró nerviosa Crystal. –No sé, pero no predice nada bueno. Siempre firma con glifos, pero esta vez no... –¿A dónde vas?. –Enviaré notas urgentes a Tahiel y a Nikel para que se reúnan con nosotros cuanto antes. Ya lo has leído. En tres días volvemos a estar en marcha. Entregó sendas misivas al mensajero.
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–Daos prisa, por favor, es urgente– instó al jinete.
Tahiel recibió la nota entrada la noche. Rápido informó a su Instructor jefe de la situación. –Pero no has completado tu entrenamiento. – Dijo Vlak a su pupilo. –Si Sienna nos reclama. Debo ausentarme durante un tiempo. Es importante. –Si es así y es lo que temo, creo que será mejor que no viajes solo. Prepararemos lo necesario por la mañana y partiremos al atardecer. Yo te acompañaré. Tahiel aceptó.
La nota de Nikel fue recibida al alba. Compartió la noticia con Lun, la cual preocupada por este decidió acompañarle. Ella preparó su mochila. La noche sería la mejor compañera para el viaje. Nikel tomó su hacha y tras
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ensillar a sus caballos se despidieron del campamento por un tiempo y marcharon al encuentro de sus amigos. En la noche del segundo día parieron al encuentro previsto, pero el camino era largo, más de lo que creían, y tras un par de altos en el camino llegaron al lago abriéndose paso entre los jirones de niebla que se alzaban del agua. Tahiel llegó acompañado de Vlak. Encontraron a Nikel descabalgando frente al campamento. –¡Cuánto tiempo, amigo!– exclamó Nikel. –¡Sí!– dijo Tahiel. – Parece que a ti tampoco te han dejado venir solo. Ambos muchachos rieron. Tras las debidas presentaciones se dirigieron a las cuadras para dar cobijo y descanso a sus cabalgaduras. –Seguidme– dijo Tahiel–. Sé cual es su habitación. Crystal y Eder les esperaban. Abrieron la puerta en silencio y recibieron a sus camaradas pidiéndoles silencio para no molestar al resto de los residentes. Una vez dentro y cuando las muestras de alegría por el reencuentro fuero sofocadas, Eder les mostró la nota de Sienna. –Pero no sabemos de qué se trata– dijo Nikel.
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–No, pero ella no hubiera interrumpido nuestro entrenamiento si no fuera realmente importante. –Bueno, sea como sea no creo que tarde en llegar– apuntó sosegada Crystal. El sol brillaba ya alto y había disipado la niebla. Desde el ventanal vieron un jinete a lo lejos. Se distinguía el oro de su pelo centelleando bajo la luz. Sienna fue al encuentro de ellos en el salón de juntas del campamento. Todo había sido dispuesto a petición de Crystal para esa reunión.
Capítulo tercero
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Éter –Mis queridos muchachos– inició Sienna–. No ha sido demasiado el tiempo que habéis tenido para vuestro crecimiento en el arte del combate pero veo en vuestros rostros, en vuestros ojos, que ha sido el justo y necesario. Caltha os necesita– sentenció–. Nuestros enemigos han conseguido infiltrar en las colinas solitarias de Tyyak una de sus más efectivas armas. –Pero... ¿Cómo han conseguido llegar con toda vuestra guardia vigilando?– exclamó Eder. –No han sido vistos. Esta es una de las propiedades de sus armas. Se trata de éter. Son serpientes de éter. Totalmente invisibles ante la luz diurna ya que se mantienen en estado gaseoso. Penetran en nuestra atmósfera creando un túnel que transportará a quien decida destruirnos. –No entiendo. ¿Nos destruirán con un túnel? – preguntó Nikel. –El túnel en nuestra atmósfera se interna en nuestras colinas y continuaran perforándolo hasta llegar al núcleo dorado– continuó Sienna–. El núcleo dorado es lo que mantiene la cohesión entre todos los mundos. Pero si alguien consigue llegar a él y arrebatar una sola gota de su oro podrá mover los mundos a su conveniencia. Hacer, deshacer, destruir, crear mundos infernales... es uno de los más poderoso elixires y ha sido guardado por los nuestros desde los inicios de la historia.
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–¿Cómo podemos parar algo que no se ve?– preguntó contrariado Eder. –La tierra y la falta de luz solar las hace visibles y así pueden ser destruidas. Aquí tenéis unos mapas de la ultima situación de estos seres. Debéis salir ahora mismo. –Debemos preparar... – empezó Tahiel. –¡No!, no es necesario– le interrumpió Sienna–. Todo está previsto. Fuera están los mejores caballos de estas tierras con vuestras armas y lo que os pueda ser necesario. Una cosa más. Lun, Vlak, agradezco enormemente vuestro gesto pero ahora ... serán ellos quienes os guíen a vosotros. Y dicho esto Sienna sonrió a los muchachos como una madre reconforta a sus hijos antes de dormir y los dejó marchar. Galoparon sin descanso en la dirección que marcaba el mapa. Cuando se acercaron vieron que la colina parecía estremecerse en ligeros movimientos. Era la entrada y salida de las serpientes que todo y su invisibilidad dejaban algún rastro a los ojos de los chicos. –¿Cómo entraremos?– dijo Crystal–. Son muchas. Nos verán. –Yo sé cómo– y apoyando su mochila en el suelo Lun extrajo una bolsita con esferas doradas. –¿Vas a lanzarles canicas?– preguntó Tahiel extrañado.
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–Creare caos en el mismo caos– respondió Lun–. Debéis correr hacia el túnel cuando os lo indique. Apostada bajo un saliente de la montaña, Lun lanzó una de las esferas que al contacto con la roca estalló haciendo volar todo lo que encontró a su paso. Los zigzagueaos en el aire eran ahora más evidentes. Huían todas las que podían hacia adentro y las que aun flotaban en el túnel atmosférico se retiraban. Una segunda esfera esta vez lanzada desde más cerca penetró en el túnel, pero esta vez la explosión fue sónica. Ninguna roca se desplomo pero los restos de las serpientes afectadas ahora eran visibles bajo la oscuridad de la colina. A la señal de Lun todos corrieron hacia el túnel. –Despejado. Podemos avanzar. –¿Y las serpientes? – preguntó Vlak. –Las que quedan han huido por los túneles hacia el interior. Debemos avanzar con precaución. Bajaron en penumbra por una galería de túneles siguiendo el rastro del calor del núcleo. Pero al llegar a una de las aberturas más amplias toparon nuevamente con caras conocidas. Más exactamente con mascaras conocidas. Tras las pocas serpientes que quedaban, ahora ya visibles, se refugiaban una mascara rosada, una verde, una lazada y la última la de la araña.
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–Os acompañan nuevos amigos... ¿No os atrevíais a venir solitos?– rió Soberbia. –Vuestras nuevas compañeras sí que dicen bastante de vosotros– respondió Eder mordaz. Abriendo los brazos, Soberbia convirtió aquella realidad en su escenario plagado de hilos pegajosos de telaraña. En un salto acrobático, Vlak lanzó un ataque cuerpo a cuerpo a Soberbia, pero fue placado por su compañera Pereza, que bajo el conjuro “Nyx Caeca” le cegó errando el golpe. Este al caer quedó enredado en la telaraña, inmóvil. –Sienna os dijo que nosotros os guiaríamos. Quedaos detrás de nosotros– gritó Crystal a Lun y Vlak. –Hacedle caso a la niñita no sea que salgáis mal heridos– se oyó entonces a Lujuria. –Insiste en verme como una niña ¿Necesitas otra lección? La enmascarada tocó con la punta de su dedo a Vlak y este se desvaneció. –¿Qué le has hecho, monstruo?– gritó Tahiel. –Yo nada. Ha sido el veneno de mi punzón. Pero tranquilos, no está muerto. Permanecerá inerte hasta que nos entreguéis la espada. –¿La espada? ¿Y para que queréis vosotros la espada del Duque?– pregunto airado Eder.
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–¿Qué creéis que estamos haciendo aquí?. Sólo las espinas de hielo de la espada pueden recoger el oro liquido del núcleo. –Por eso nos perseguís desde que iniciamos nuestro viaje en pos de la espada– todo cobraba sentido para Eder–. Y por eso Sienna quería la espada en su mundo. Para proteger el núcleo. –Pero ella te la cedió a ti, Eder– le dijo Tahiel– ¿Por qué no la custodió en su castillo?. –No os dais cuenta. La espada ha reaccionado al corazón de Eder. Ahora le pertenece– Explicó Crystal. –Y es por eso mi joven amigo– dijo Envidia acercándose a Eder– que serás tú quien nos ayude a conseguir el preciado elixir– y le arrojó una esfera de cristal que se quedó flotando frente a él–. Recoge una muestra del núcleo y la esfera se abrirá. Deposítala dentro y cuando me la hayas devuelto recuperareis a vuestro amigo. Pero la complicidad entre Eder y Tahiel volvió a ser la solución. Con una simple mirada se entendieron y entonces.... Fuego, hielo, viento, madera, se desataron los elementos. Tahiel lanzo una rápida ráfaga de flechas hacia la tela que inmovilizaba a su instructor. Al mismo tiempo, Crystal soltó sus lazos para bloquear a Lujuria evitando que continuara inyectando su veneno. Un golpe de hacha hizo brotar a tiempo la enredadera que recogió a Vlak antes de caer y lo arrastró a salvo tras ellos. El resto de brotes de la enredadera se ocuparon de no dejar ni una serpiente extendiéndose por todos los túneles hasta que cayó la
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última. Eder por su parte inmovilizó a los enmascarados dejando sus cuerpos envueltos de espinas de hielo flotantes pero esta vez las espinas reaccionaban al movimiento de sus presas. –¿Qué es esto, maldito crío?– gritó iracunda la Pereza. –Un solo movimiento de tus lazos y las espinas seguirán su camino. Lo mismo va por los demás. He tenido tiempo para aprender y la espada ahora es parte de mí. Eder cerró los ojos como guiado por el instinto. Hizo girar la espada frente a él y frente al núcleo en vertical. Alrededor de este empezó a brillar una fría luz que fue envolviendo el núcleo creando así un caparazón de espinas de hielo que lo protegían. Y fue entonces cuando en un sordo conjuro los cuatro amigos se pusieron espalda con espalda sin saber porqué, guiados por algo superior a ellos. Las cintas de Crystal empezaron a girar. El grupo de amigos empezó a elevarse del suelo mientras giraba. Llevado por esa energía, Eder levanto su espada. Tahiel alzó una flecha en llamas y el hacha de Nikel se unió con una enredadera a ellos. Mientras Crystal envolvía con la fuerza de los vientos a los cuatro. Era una gigantesca columna de energía que cada vez avanzaba más hacia los enmascarados expandiendo su fuerza y desatándola por todas las galerías de la colina y
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por el túnel excavado por las serpientes en la atmósfera de Caltha. El túnel se cerró protegiendo así nuevamente su mundo y los enmascarados desaparecieron, se fundieron ante tal poder. Solo quedo de ellos una rosa amarilla. Cuando los muchachos recuperaron el control, cayeron al suelo libres de su ensoñación. –¿Qué ha pasado?– gritó Lun parapetada tras una barrera de enredaderas que les había protegido en todo momento a ella y a Vlak. –Lo que tenía que pasar– respondió Eder–. Esta es la respuesta que desde siempre hemos buscado cuando creíamos que éramos diferentes. Sólo estábamos incompletos. Sienna nos ha completado. Y Caltha nos ha bautizado. –Pero, todo esto... ¿lo sabíais?– insistió Lun. –No, nos ha sido revelado en nuestro trance– respondió Crystal–. Ahora nos toca aprender a controlarlo. –Bien pero ¿que tal si lo aprendéis en otro sitio?– dijo balbuceando Vlak recuperando las fuerzas tras haber eliminado el veneno– Ahora necesitamos salir de aquí. Todos rieron ante tan oportuno comentario. Pero era cierto, así que ayudaron a su amigo a levantarse y apoyado en Tahiel salieron de las colina y emprendieron el camino juntos otra vez.
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