El siglo de los niños

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Serie: Clásicos de la educación


Ellen Key

El siglo de los niños

Traducido por: Miguel Domenge Mir Estudio introductorio: Juan Luis Rubio Mayoral y Carmen Sanchidrián Blanco



El siglo de los niños

Por

Ellen Key Traducido por: Miguel Domenge Mir Estudio introductorio: Juan Luis Rubio Mayoral y Carmen Sanchidrián Blanco


Título original de la obra: Barnets århundrade (1900)

Primera edición en castellano: El siglo de los niños (Barcelona, Henrich & Cía. Editores, 1906)

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Colección Clásicos de la Educación

Nuestra época se está viendo sometida a transformaciones hasta ahora insospechadas que afectan a las formas de entender y practicar la educación, en todas las modalidades que esta adopta en las sociedades avanzadas, y a sus relaciones con el mundo de la vida y de la cultura. La inteligencia y la práctica de la nueva educación no se aborda solo desde la racionalidad proyectiva, sino que remite a la reconstrucción crítica del archivo en el que se objetiva la memoria de la cultura de la escuela. Esta perspectiva, que aboca a una nueva narratividad del discurso y de la experiencia, se nutre, entre otras fuentes, de una renovada lectura de los clásicos. Cada tiempo, y el nuestro también, decide qué autores y qué textos han de ser rescatados o recalificados como clásicos. Esta colección de Clásicos de la Educación nace para facilitar la lectura de los libros que nos ayudarán a entender quiénes somos y adónde hemos llegado. Mediante el diálogo con ellos, los enseñantes y pedagogos de nuestra época se instalarán críticamente en la tradición de una cultura educativa aún viva, de la que no es posible ni razonable prescindir.

*** Ediciones Morata y la Sociedad Española de Historia de la Educación muestran su voluntad de continuar con la recuperación de las voces de autores que han sido relevantes para el mundo educativo en la historia. Así, se suma a la serie “Clásicos de la Educación” un nuevo título: El siglo de los niños, de Ellen Key, con estudio introductorio, de Juan Luis Rubio Mayoral y Carmen Sanchidrián Blanco.

© Ediciones Morata, S. L.


COLECCIÓN CLÁSICOS DE LA EDUCACIÓN Consejo Asesor Directora Gabriela Ossenbach Sauter (UNED) Secretaria Kira Mahamud Angulo (UNED) Carmen Colmenar Orzaes (Universidad Complutense de Madrid) Patricia Delgado Granados (Universidad de Sevilla) Narciso de Gabriel Fernández (Universidad de A Coruña) Alejandro Mayordomo Pérez (Universidad de Valencia) Xavier Motilla Salas (Universidad de las Islas Baleares) Joan Soler Mata (Universidad de Vic) Antonio Viñao Frago (Universidad de Murcia) María Esther Aguirre Lora (UNAM, México) Carlota Boto (Universidad de São Paulo, Brasil) Marcelo Caruso (Universidad Humboldt de Berlín, Alemania) H. Rubén Cucuzza (Universidad Nacional de Luján, Argentina) Antonio Nóvoa (Universidad de Lisboa, Portugal) Simonetta Polenghi (Universidad Católica de Milán, Italia) Javier Saénz Obregón (Universidad Nacional, Colombia) Frank Simon (Universidad de Gante, Bélgica)


Contenido

PARTE I: ESTUDIO INTRODUCTORIO............................................................ Estudio introductorio, Juan Luis RUBIO MAYORAL y Carmen SANCHIDRIÁN BLANCO......................................................................................................... Presentación, 13.—Ellen Key (1849-1926), 17.—Su vida, 17.—Su obra, 22.—Traducciones, 24.—Ellen Key en España e Iberoamérica, 29.—El siglo de los niños, 35.—Antecedentes del título y del contenido, 35.—La construcción de la infancia desde el niño, 38.—El evolucionismo y el concepto de “santidad de la generación”, 40.—Mujeres, trabajo y maternidad, 43.— La educación y la reforma de las escuelas, 46.—Conclusiones, 48.—Referencias, 51.—Obras de Ellen Key (en orden cronológico), 51.—Traducciones de las obras de Ellen Key, 52.—Bibliografía, 53.—Bibliografía complementaria sobre Ellen Key, 57.

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PARTE II: EL SIGLO DE LOS NIÑOS...............................................................

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TOMO PRIMERO..............................................................................................

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Dedicatoria........................................................................................................

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Al lector.............................................................................................................

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CAPÍTULO 1. Los derechos de los hijos.........................................................

71

CAPÍTULO 2. La maternidad y el trabajo de la mujer....................................

101

CAPÍTULO 3. La educación..............................................................................

121

TOMO SEGUNDO ............................................................................................

167

CAPÍTULO 4. Sin hogar.....................................................................................

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El siglo de los niños

CAPÍTULO 5. Cómo se matan las almas en la escuela.................................

175

CAPÍTULO 6. La escuela del porvenir.............................................................

189

CAPÍTULO 7. Enseñanza de la religión...........................................................

217

CAPÍTULO 8. Trabajo y delincuencia infantil..................................................

233

Apéndice...........................................................................................................

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PARTE I ESTUDIO INTRODUCTORIO



Estudio introductorio Juan Luis Rubio Mayoral y Carmen Sanchidrián Blanco

Presentación Presentar una obra no es tarea fácil y menos cuando su título es sugerente, su autora conocida y sus referencias parecen hacerla acreedora de una posición relevante en la historia de la cultura. No hay duda de que estos rasgos se dan en El siglo de los niños, Barnets århundrade en el original sueco de 1900. El siglo de los niños fue un título acertado que apareció en el momento justo, tanto que en sí mismo, más que el propio contenido de la obra, muy poco leída, ha sido utilizado posteriormente en eventos o publicaciones relacionados con la infancia, especialmente justo a comienzos del siglo XXI. En cierto sentido, podríamos decir que el mayor acierto del libro fue su título, un título que podía fácilmente convertirse en slogan. Ahora bien, si se mira la historia de la infancia desde la perspectiva de la larga duración, fue avanzado el siglo XX, el siglo del niño, cuando se produjo una inflexión en la visión positiva acerca de la historia de la infancia. Hasta los años setenta de ese siglo parecía que la situación de la infancia había mejorado constantemente, mejoraba su educación, su atención médica, su situación en la familia, y sus derechos y la protección de los mismos. La historia de la infancia nos ha enseñado que ha habido épocas donde la vida de un niño, la vida de un ser humano, en general, valía poco. Las tasas de mortalidad infantil eran tan elevadas que la muerte de los niños era casi normal de puro habitual. Los abusos, la enfermedad y la explotación formaban parte de la vida de los seres humanos desde la infancia. Llegó un momento en que esas situaciones empezaron a denunciarse y filántropos decidieron comenzar una cruzada para salvar a la infancia. Había que salvarla de los peligros de la calle, de la explotación laboral, del abandono. Apareció, entre otras instituciones, la escuela primaria obligatoria y la prohibición de trabajar antes de esa edad: escuela y trabajo como cara y cruz de una misma © Ediciones Morata, S. L.


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El siglo de los niños

moneda. A medida que aumentó la escolaridad obligatoria, se alejó la edad de actividad laboral. Empezó la legislación protectora de la infancia: un niño delincuente no podía ser tratado como un adulto delincuente y la sociedad comenzó a asumir alguna responsabilidad en que ese niño se hubiera convertido en un peligro en vez de en un “ciudadano de provecho”, y a plantearse su posible reeducación. Aparece la noción de “infancia en peligro”, distinta de la “infancia peligrosa”. Desde todas las perspectivas, la sociedad empezó a mirar hacia los niños, a sentirse culpable del estado en que se encontraban y a tomar medidas para “salvarlos”. En ese contexto apareció El siglo de los niños de Ellen Key. Por otra parte, si además de mirar hacia el pasado, hacia su contexto, nos fijamos en el presente y en el futuro de la infancia, esa línea de mejora constante en las condiciones de vida de los niños parece haber cambiado de dirección. ¿Qué pensaría Key al ver en las sociedades desarrolladas el bullying, la obesidad infantil, el consumismo o la explotación infantil? Los niños siempre habían formado parte de un grupo, la familia o la comunidad, que les prestaba diversos grados de atención. Tampoco podemos pensar que todos los niños vivían en malas condiciones o eran maltratados. Hay multitud de ejemplos de niños muy queridos, cuidados, mimados, educados en los siglos anteriores al XIX, ya que, si algo sabemos los historiadores, es que las generalizaciones son siempre erróneas. Una relevante aportación en este sentido es la de Linda Pollock, que hacía ver que algunos historiadores apoyaron, a la vista de las obras de Ariès o de Lloyd de Mause,1 la creencia errónea de que antes del siglo XX (su libro aborda de 1500 a 1900) no había un concepto de infancia, cuando lo cierto es que no podemos analizar siglos pasados con los criterios actuales y que, aunque se viera a los niños de forma diferente a la actual, eso no significa que no fueran vistos como niños.2 Ahora bien, hoy en día, sin negar la necesidad de proteger a los niños y sus derechos, ¿no los hemos apartado del mundo de los adultos? Se habla de la infantilización de la infancia y de buena parte de la juventud. ¿No es eso el resultado de ese alejamiento? Ellen Key hablaba del príncipe de la casa y se preguntaba dónde estaba el rey. Pues bien, lo que tenemos hoy son muchos niños convertidos en absolutos tiranos. En muchas familias se dice que no quieren que les falte nada a los niños ¿Qué necesitan los niños? Quizás más tiempo, más “cuidado” en el sentido más amplio del término. Y, por otra parte, tenemos a millones de niños pasando hambre, sin educación, sin los cuidados mínimos. Los derechos de los niños siguen siendo un tema ­pendiente. 1 Ariès, P., El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Madrid, Taurus, 1987, y DeMause, Ll. (ed.), Historia de la infancia, Madrid, Alianza, 1982. 2 Pollock, L., Forgotten Children: Parent-Child relations from 1500 to 1900, Cambridge, Cambridge University Press, 1983, pág. 263.

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PARTE II EL SIGLO DE LOS NIÑOS


Figura 9. Portadilla de la primera edición en castellano de El siglo de los niños (1906). Al dorso figura: “Esta edición ha sido expresamente traducida para la Biblioteca Sociológica Internacional, con permiso de su autora”.


TOMO PRIMERO



Amad la patria de vuestros hijos; que este amor sea vuestra nueva nobleza: ¡tierra inexplorada en lejanos mares! ¡Quiero que en su busca despleguéis vuestras velas! Debéis a vuestros hijos una reparación por haberlos engendrado. ¡Que sea esta la redención de vuestro pasado, la bandera de vuestra vida! (Así hablaba Zarathustra.)


A LOS PADRES QUE ESPERAN EDUCAR EN EL NUEVO SIGLO AL NUEVO HOMBRE


AL LECTOR

H

abía visto citado con elogio el nombre de Ellen Key en importantes revistas extranjeras, pero no conocía ninguna de sus obras; lo sugestivo del título del presente volumen, El siglo de los niños, y el recuerdo de las alabanzas prodigadas a su autora, me llevaron a empezar su lectura. Abrí el libro, leí el título del primer capítulo, “Los derechos de los hijos”, y a las pocas páginas vi sintetizado el pensamiento capital de la obra, vi que Ellen Key “solo espera la evolución social cuando se haya despertado la conciencia de la santidad de la generación. Esta concien­ cia hará de nuestros hijos, de su nacimiento, cuidados y educación el eje de todo deber social, alrededor del cual se agruparán leyes, usos y cos­ tumbres”. Arrastrado por la vehemencia, por el fuego con que expone sus teorías, no menos que por los encantos de su estilo, terminé casi de un tirón la lectura de tan notable libro. Ellen Key podrá equivocarse en algún extremo de sus conclusiones —pues acepta las últimas consecuencias de sus teorías,— pero es un espíritu excelso y solo mueve su pluma el interés de la humanidad, com­ pendiada en la educación de la infancia. En su obra destacan tres temas principales: el derecho de los hijos a ser engendrados por padres moral y físicamente sanos, y a no ser abandonados en los asilos para la infancia o jugando en medio de la calle si han nacido en una familia de obreros, o en manos de la institu­ triz si sus padres pertenecen a las clases ricas; una crítica exacta y dolorosa de la educación actual, plagada de defectos; y por último, en forma de ensueño, nos pinta con hermosísimos colores la escuela del porvenir. Su obra como vemos no es de crítica negativa; destruye sí, pero nos ofrece materiales para construir de nuevo. © Ediciones Morata, S. L.


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EL SIGLO DE LOS NIÑOS

Desde mi galería, mientras leo la obra de Ellen Key, veo el patio ena­ renado de un colegio para niñas dirigido por monjas. Acaba de salir de clase una bandada de chiquillas; corren, juegan y gritan —sobre todo gritan— llenando toda la vecindad con su alegría; están en plena liber­ tad, unas cuantas se persiguen jugando al escondite, otras saltan a la comba, las mayorcitas juegan al marro, —juego de chicos,— y unas po­ cas más formales o más hipócritas acompañan a la monja que vigila los juegos de las demás. De pronto, cuando mayor es el entusiasmo, cuando la individualidad de las niñas empieza a exteriorizarse, la sor agita una campanillita, y las niñas corren presurosas alrededor de la monja que las llama; una vez reunidas les ordena rezar, y cuando han rezado con los labios puestos en Dios y el pensamiento en el juego interrumpido, vuel­ ven a desbandarse, a correr, a jugar, a revolotear, cual mariposas podría­ mos decir si en aquel enarenado patio creciesen las flores: la campanilli­ ta las ha dominado, ha arrancado de sus tiernas almas un brotecillo de individualidad que empezaba a nacer. —¡Qué hermoso! —me dijo un amigo. —¿Has visto qué espíritu de disciplina, qué obediencia ciega, qué respeto? Yo no le contesté, y seguí leyendo el libro de Ellen Key, tan verdade­ ramente hermoso, tan verdaderamente humano... Para la autora, el peor mal de nuestra educación está en su dualismo. A los niños, al enseñarles el catecismo, se les da a conocer una teoría, que después la Universidad se encarga de destruir. De este dualismo arran­ ca la falta de fe y entusiasmo hacia un ideal. Sin ideal no es posible la vida progresiva, y sin fe y sin entusiasmo no es posible el ideal. A pesar de la vehemencia y calor con que defiende su teoría, conser­ va una tranquilidad grande de espíritu, que le hace decir al ocuparse de la escuela de sus ensueños, que “lo más importante no es la teoría que sustentemos, lo que más importa es tener suficiente fe en una teoría para hacerla nuestra y bastante energía para aplicarla. Es preciso que la escuela se decida y no fluctúe entre dos sistemas de educación y vida, si no quiere destruir con la fe la energía de nuestra juventud”. Lector: yo hubiese querido satisfacer tu curiosidad dándote detalles biográficos de tan gran escritora; yo hubiese querido poderte decir algo más de lo que ella misma nos cuenta en el curso de su obra, pero el deseo de que pudieses saborear cuanto antes su prosa sugestiva lo ha impe­ dido. © Ediciones Morata, S. L.


AL LECTOR

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No podrás formarte idea física de Ellen Key, ignorarás los detalles de su vida; pero si lees el libro, y estoy seguro de que lo terminarás si lo empiezas, conocerás su alma: su alma hermosa y buena, transparente y luminosa. 1M. D. M.* Barcelona, julio 1906.

* Miguel Domenge Mir. © Ediciones Morata, S. L.



1 LOS DERECHOS DE LOS HIJOS

E

n aquella noche de fin de año, mientras agitados por tristes recuer­ dos o ansiados deseos esperábamos que el toque de media noche anun­ ciase al mundo el nuevo siglo, hacia el cual tendían nuestras vagas e in­ definidas aspiraciones, comprendíamos todos que solo podíamos esperar de él, con certeza, la paz eterna y que ninguno de los vivientes vería cumplido el impulso evolutivo en el cual todos, consciente o inconsciente­ mente, habíamos tomado parte. Los últimos sucesos habían inspirado un dibujo representando a un niño desnudo, que en el momento de pisar la tierra se para todo asustado al contemplar nuestro globo, cubierto y erizado de armas de tal manera que no quedaba un solo palmo de terreno donde asentar la planta. Todos los que pensando en este símbolo, se preguntaron por qué causa en los campos de batallas económicas y políticas siguen desencadenándose las más bajas pasiones humanas, por qué motivo el inmenso desarrollo de la civilización durante el pasado siglo no ha conseguido ni siquiera dar una forma algo más noble a la lucha por la existencia, resolvieron el proble­ ma de cien modos diversos. Muchos se limitaron a decir que indudable­ mente nada puede cambiar mientras no cambie la naturaleza humana, mientras el hambre, el instinto de reproducción, y la sed de oro y poder sean los móviles principales de nuestras acciones; y afirmaron otros que si los hombres supiesen aplicar la doctrina que hace diecinueve siglos trata en vano de modificar este estado de cosas, las espadas serían lleva­ das a las fraguas para convertirlas allí en arados. Yo, por lo contrario, tengo la convicción de que todo cambio en nues­ tras ideas sigue de cerca a toda evolución de nuestra naturaleza, y que ésta será completa, no cuando toda la humanidad sea cristiana, sino cuando en ella se haya despertado la conciencia de la “santidad de la © Ediciones Morata, S. L.



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