Cuento Infantil Cuanito y Peluchin

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Textos D.R. 2009 © Rogelio Hugo Martínez

Sobre esta edición D.R. © Rogelio Hugo Ramírez Martínez Ilustraciones y diseño: Ricardo Baeza “PeregiI” Edición; Javier Medina Loera ISBN: 968-9253-05-1 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte; en español o cualquier otro idioma, ni registrarla en otro idioma o transmitirla por, un sistema de recuperación de información , en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia, o cualquier otro inventado o por inventar, sin permiso expreso, previo y por escrito del autor. TEXTO ROGELIO HUGO RAMÍREZ MARTINEZ Ilustraciones RICARDO BAEZA "PEREGIL" Digitalización y exposición en Redes

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Era un día como los mejores que se dan en el año. Cuanito (llamado así cariñosamente, al nacer, por la menor de sus hermanas, cuando ésta tenía escasos tres años de edad), se levantó como de costumbre al escuchar los primeros cantos de los gallos, que parecían competir con los gallineros vecinos. Cuanito se sentó sobre lo que fuera su cama compuesta de zaleas de variadas bestias que habían victimado los hombres del rancho para evitar que éstas se apoderaran de los animalitos domésticos durante las noches. Sentado, aún sin sacudirse del todo el sueño, Cuanito se talló los ojos con los puños de sus manos, y antes de entrar en sus acostumbradas oraciones, vino a su mente el inmediato recuerdo de la noche recién pero pasada, que fue lluviosa, sin relámpagos ni truenos.

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En sus oraciones recordaba siempre con gran ternura a su madre, sí, a su querida y siempre amada madre, quien había fallecido diez meses antes al intentar traer al mundo a un hermanito, que también perdió la vida. El recuerdo diario de su madre era inevitable. Ella lo llenaba de tiernas caricias y le enseñó sencillas oraciones que fueron la simiente del amor al Creador y a sus criaturas. Estas oraciones eran una grata disciplina que al igual que su Angel de la Guarda no lo desamparaban ni de noche ni de día.

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Se levantó, se calzó sus guaraches y fue a la pila del patio a lavarse manos y cara. Regresó a su dormitorio para recoger las zaleas, enrollándolas unas con otras para luego ponerlas con su almohada, como de costumbre, sobre el baúl de poco uso. Su responsabilidad diaria, no impuesta pero solicitada por su padre, consistía, por ser hombrecito, en ir a la cocina y sacar del fogón el nixtamal aún tibio, pues durante la noche se cocía con agua y cal mediante la correspondiente ración de brazadas de leña seca.

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Puso el nixtamal en una palangana más amplia que la olla en que había sido cocinado, le dio tres lavadas restregando entre sí los granos de maíz, y en la última enjuagada en la que ya no sintió ninguna babosidad propia del nixtamal, lo acercó a un molino de fierro pintado de un color verde obscuro que siempre estaba fijo sobre un fuerte madero; no podía precisarse si éste era de madera mal trabajada o un tronco retocado con azadón. En el proceso de la molida, que duraba poco más de una hora, podía, sí, cambiar de mano al volante, pero la izquierda era siempre menos hábil y más pronto perdía su fuerza. Lo que no se debía hacer era aflojar la paloma de…

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…fierro que oprimía un disco dentado contra el otro, porque la tía Chole, al tortear, de inmediato notaba la diferencia en la textura de la masa y decía que tenía que trabajar más en el metate y que aún así quedaban las tortillas quebradas y no podía hacer los "burritos con sal" que tanto gustaban a los niños. Al terminar la faena, era obligación dejar todo limpio y en su lugar.

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Al salir Cuanito de la cocina era cuando por primera vez en el día veía a sus dos hermanas: Raquelito, de 14, y Aurora, de escasos 15 años. Ellas asumían la tarea de cuidar y asear el gran patio central de la casa del rancho Ojo de Agua, mismo que ademas de su belleza tenía adjunta una hermosa capilla, con torre y campanario. Raquelito y Aurora se turnaban en sus actividades: una barría, mientras otra regaba las plantas, que por estar dentro de los portales, no rec\biar\ agua de lluvia; sacudían y alborotaban las hermosas enredaderas de violáceas y rojas flores de "arete" que tapizaban los muros del patio. El cuidado de los pajaritos enjaulados era todo un arte; había que cambiar el papel o el trapo que servía de piso de la jaula, limpiar los barrotitos de bejuco, lavar y cambiar agua a las tinitas de barro rojo en que bebían y hasta se bañaban los canarios, cardenales, verdines y gorriones; otro recipiente del mismo barro se utilizaba para poner el alimento que generalmente consistía en alpiste, y como los pajaritos, al comer, dejaban la corteza dentro, era necesario soplar suavemente para dejar tan sólo el alpiste útil.

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Casi al tiempo de concluir sus labores Aurorita, Raquelito y Cuanito, llegaba su padre don Ramón con su peón Macario; don Ramón cargando dos grandes botes de leche que seguramente un día fueron plateados y ahora eran grises; Macario con una cántara un poco más chica en una mano y en la otra un pequeño banco de tres patas y una correa gruesa que era el pial de las vacas. 11


Para las siete personas que habitaban la casa, era demasiada leche, pues por la tarde traían casi la misma cantidad, pero la tía Chole se encargaba de hacer unas ricas adoberas de queso que se enviaban al pueblo para su venta. Tal vez no era necesario hacer tanto queso, pero en el rancho se daba todo de manera abundante gracias al trabajo y a la perseverancia, y el tío Nicanor, esposo de tía Chole, no permitía que se vendiera ningún animal, menos del ganado.

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Como de costumbre, don Ram贸n y Macario dejan los botes dentro de la cocina, cerca de la puerta. Luego don Ram贸n se dirige a sus tres hijos que sonrientes lo esperan, pero a pesar de que ama entra帽ablemente a cada uno de ellos, no le es dado manifestarlo de otra manera que sacudi茅ndoles el pelo de sus cabecitas.

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Transcurrido un breve tiempo de comentarios sencillos, todos escuchan el llamado de la tía Chole que para ese entonces ya ha avivado el fogón y todo está dispuesto para el almuerzo. Al entrar a la cocina se mezclan los suaves y rítmicos sonidos del chispear de los leños encendidos bajo un gran comal de barro, el hervor de los frijoles y el molcajete que machaca los asados tomates con sal y chile de árbol. Como siempre, esta mañana Cuanito pidió a tía Chole que le diera el suero que escurría de las adoberas de queso; vinieron luego los deliciosos burritos para cada uno de los hermanitos, que sopearon con el jocoque, y después los frijolitos y nopales con huevo Don Ramón no despegó la mirada a sus hijos, recordando en silencio a su esposa Lupe; sentía un dolor tan profundo por su ausencia que no se permitía a sí mismo expresarlo, sabiendo que cada uno de sus hijos a su manera encerraba para sí los mismos sentimientos.

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Y como todos los días, aquella mañana, al concluir el almuerzo, Aurorita, con una breve oración dio gracias a Dios por los alimentos recibidos, plegaria a la que se unieron los demás con respeto Las niñas juntaron la escasa loza para lavarla; la tía Chole llevó los alimentos a la cama del tío Nicanor, quien desde hacía años tenía tullidas las piernas, y de paso pidió a Macario, quien por costumbre y tradición comía fuera de la cocina, que se apresurara para ayudar a sacar a don Nicanor al sol. Esto ocurría, sentándolo en un maltrecho equipal y poniéndole una frazada sobre sus ya inútiles piernas.

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Cuanito pidió permiso a su padre para llevarse a la única burrito que tenían a cortar quelites y verdolagas y de paso traer duraznos y capulines. Don Ramón le negó el permiso diciéndole que de un momento a otro la burrita podría parir, pues ya se le había pasado el tiempo. Este jumento respondía al nombre de La Algodona, pues era la única burra albina que había en toda la región; siempre era solicitada en las navidades para representar el nacimiento de Jesús; le cambiaban de Virgen cada año, y al escoger a la más bonita para transportar a María, la exhibían por todo el pueblo y no duraba en su soltería.

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Cuanito se fue caminando sin La Algodona, aunque pronto sintió la de quitarse los guaraches, porque en ellos se apelmazaba la tierra roja más aún, con la lluvia de la noche anterior abundaban los arroyuelos que desaguaban en el Ojo de Agua y la limpieza de sus pies sería más agradable caminando por las corrientes; al caminar sentía el suave golpeteo del aire que contenía los más exquisitos aromas de tierra, pasto f resco y f lores como la Santa María y la vara de San Juan, que en ese tiempo se prodigaban.

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Al regresar al rancho con su recolección de duraznos, capulines, verdolagas y quelites, vio que había reunida en la casa más gente de la que ahí habitaba.

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Al llegar se dio cuenta de que La Algodona había tenido un burrito, pero que por desgracia, éste había nacido sin sus patitas delanteras. Nadie daba crédito a este fenómeno, nadie se atrevía a dar explicación, el silencio dominaba al sombro. Dadas las circunstancias, no tenía caso llamar al veterinario del pueblo, que iba los jueves. Don Ramón opinó que lo mejor sería darle una pronta muerte al animalito, antes de que éste tuviera más sufrimientos. Ninguno de los presentes se atrevió tan sólo a opinar. ¿Cómo quitarle la vida a tan indefenso jumentillo? Cuanito, con una autoridad inusitada, dijo."Este burrito es y será mío y vivirá muchos años, yo me encargare de él!'Todos voltearon a verlo sin pronunciar palabra, sin aprobar ni objetar.

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Con la ayuda de Macario, Cuanito pialó a La Algodona hasta tumbarla y poner sus mamas al alcance del burrito. Así transcurrieron algunas semanas y el inválido crecía sin novedad alguna. Un día de tantos, después del almuerzo, Cuanito dijo que cuando lo veía Peluchín, reflejaba gusto por su presencia. Aurorita preguntó: ¿A quién le llamas Peluchín? Cuanito contestó de inmediato: A mi burrito, se llama Peluchín.

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Raquelito intrigada, también preguntó: ¿Por qué le pusiste el nombre de Peluchín? - Yo veo que a ustedes sus tías que vienen de la capital les regalan muchos animalitos de peluche: jirafas, patitos, osos, changuitos, pero del burrito nadie se acuerda, como si fuera entre todos los animales el más corriente, pobre y humilde o quizás porque tiene su carita muy triste, por eso pensé que se llamaría Peluchín. Pasó el tiempo, y Cuanito, a tan temprana edad, ya había adquirido una responsabilidad y sabía que en esa condición Peluchín tal vez no viviría mucho tiempo. Cuanito creía que el propio Peluchín tenía que sentirse útil. 21


Un jueves su padre los llevó al pueblo más cercano aprovechando que debía ir a comprar las cosas elementales del consumo doméstico; entraron a la tienda más surtida; su dueño era un señor de nombre Honorato que siempre se sentaba en un equipal a las afueras de su establecimiento. Tenía una pierna de palo.

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Don Honorato tenía fama de huraño y desconf iado y se decía que su capital lo había hecho como agiotista, prestamista; para garantizar la recuperación de su dinero y ganancias, exigía prendas a la gente. Cuanito se llenó de valor y se puso f rente a don Honorato, mientras su padre hacía sus compras.

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Perdone señor, yo quiero saber ¿dónde compró su pierna de palo? Don Honorato se sintió confundido y molesto por esa indiscreta pregunta. Cuanito pensaba en Peluchín, pero don Honorato pensó en las inútiles piernas de su tío Nicanor, el mismo que hacía seis años quiso lucirse, después de tomarse unos tragos de mezcal, montando sin mucha experiencia en la jineteada, una briosa potranca fuereña. Mira niño, contestó don Honorato, si son para las patas de tu tío Nicanor, esto que aquí traigo (tocando sus piernas de palo con los nudillos de sus dedos) a él no le sirve.

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Bien señor, pero lo que quiero saber es dónde las compró. El aludido guardó silencio un largo rato y saliendo un gruñido de su rasposa garganta dijo: Te contestaré y te retiras. Me las hizo Cayetano, el viejito carpintero que arreglaba carretas y diligencias, vive en El Nopal, a media legua de tu rancho.

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Gracias señor Honorato, muchas gracias.

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No pasó mucho tiempo sin que con permiso de su padre fuera Cuanito, acompañado del mozo Macario, a visitar a don Cayetano. Macario se adelantó a las palabras que tenía preparadas Cuanito y le dijo: Buenos días don Cayetano, Cuanito trae un asunto con usted. - Bien, siéntense y díganme cuál es ese asunto. El niño contó con todo detalle la condición de La Algodona y su burrito Peluchín, y al concluir dijo: Yo sé que usted hace patas de palo y quiero que le ponga unas a mi Peluchín. No niño, dijo don Cayetano, eso no es posible, ¿de dónde sujetarlas? ^ ¿qué entiende tu burro de equilibrio? No, no, ni de adorno. No, no, no puedo con mis conocimientos arreglar algo que Dios hizo así; si así lo mandó al mundo, yo qué puedo hacer. Cuanito no se mostraba decepcionado, miraba fijamente al carpintero, como reprochándole su poco espíritu de lucha, y lo fácil que repetía no, no. Don Cayetano pronto encontró una salida fácil a tan difícil asunto, y dijo: Mira Cuanito, hoy es martes, el domingo al terminar la misa del templo del Ojo de Agua voy a visitarte a tu rancho y veré, siempre y cuando mis rezos me iluminen, qué podemos hacer por Peluchín. Cuanito sonrió porque le gustó el "qué podemos". Ya se había establecido un cierto compromiso. -Muchas gracias, don Cayetano, yo estaré en espera de usted el domingo. 24


A su regreso al rancho, don Ramón, que ya sabía a qué habían ido con el viejito carpintero y el asunto tan complicado que le llevaron, preguntó a Cuanito y Macario cómo les había ido. Macario contestó: Dijo don Cayetano que no se podía, pero que vendrá el domingo a ver qué se puede hacer.

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Llegó el esperado domingo. Ya para esas fechas, Cuanito, con la ayuda de su padre y de Macario le habían puesto a Peluchín un ancho peto de carnaza en la altura donde debería tener sus patitas delanteras; con una reata que pasaba por una carrucha pendía de un guayabo, manteniéndolo en una postura normal. Así, Peluchín podía ejercitar sus patitas traseras, y cuando el sol caía de lo más alto, recibía sombra del guayabo y Cuanito le acercaba agua y pastura. 26


Durante la misa dominical Cuanito observaba a distancia a don Cayetano, que no mostraba mucho esmero en pedir iluminación o ayuda celestial. Cuanito, a su vez, tampoco estaba muy atento a la celebración de la misa e hizo un recuerdo de lo que hasta el momento había sucedido; de pronto sintió el sutil impacto interior cuando acude a uno la solución de un problema, en este caso el suyo.

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Terminado el acto religioso, a Cuanito se le hizo más tardada que nunca la saludadera entre parroquianos, y para colmo, unos familiares de su papa habían llevado en un cochezote azul al señor cura que ofició la misa, y tenían que regresarlo a su casa. Por fin los cristianos y cristianas empezaron a despedirse de cada uno, siendo más tardadas las mujeres, tal vez porque siempre están encerradas o porque querían lucir sus brillantes faldo de colores más fuertes que los de las mismas flores del campo.

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Don Cayetano se dirigió a Cuanito y le dijo: Bien, cumpliendo mi palabra, aquí estoy, vamos a ver ese animalito. - Sí, gracias, señor, Peluchín esta en el corral detrás de la casa. Se dirigieron ahí, y después de mirar detenidamente a Peluchín, don Cayetano le dijo a Cuanito: Mira, no me vino una idea como para ponerle patas a tu burrito, pero qué caso tiene, como quiera que sea lo tienes muy bien alimentado, y creo que así como lo cuidas vivirá muchos años, con la ventaja sobre los demás burros de que éste no tendrá qué trabajar tanto y tan penosamente como les toca a todos los de su especie. Cuando don Ramón escuchó lo comentado, discretamente, con cualquier tonto pretexto, tal vez para no vivir la decepción de su hijo, se retiró.

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Cuanito se dirigió a don Cayetano: Mire, cuando nadie me negó la propiedad de Peluchín, yo dije lo mismo que usted, que viviría muchos años, pero también dije que sería útil, y así como lo estamos viendo usted y yo, no lo es; pero yo tengo la solución para que Peluchín sea útil. Bueno, al decir que yo tengo la solución, usted tiene una parte y yo la otra. Don Cayetano se veía más confundido aún que cuando Cuanito fue a su casa. - A ver, a ver, qué tanto dices, que sin que yo diga sí a nada, me estás comprometiendo, sí, me estás metiendo en un asunto que puede ocasionar la desgracia de tu burro. No don Cayetano, contestó Cuanito, sólo quiero decirle que cuando fui el martes a su casa vi una carretita vieja que cuando fue útil seguramente la tiraba un burrito o una mulita. Si Macario, usted y yo arreglamos esa carretita, le amarramos el peto de carnaza que ya trae Peluchín, si le repartimos los pesos de uno o del otro lado, el burrito con sus patas buenas puede hacer caminar la carreta y en ella llevar cosas como pasto, leña, agua. Entonces, Peluchín será útil y hasta vivirá más años. 30


Don Cayetano se quedó inmóvil, perplejo, callado y callado. Cuanito también guardó silencio y pensaba que estaba ante un señor que no quería deshacerse de su vieja carreta, o que no quería trabajar, y hasta creyó que ese señor ni siquiera quería pensar. De pronto se levantó don Cayetano y con una sonrisota que nunca se le había visto extendió su mano derecha, como si estuviera con un hábil y adulto comerciante, y le dijo a Cuanito: Trato hecho, tú me ayudarás desde mañana, pero arregla ahora con don Ramón tus quehacer y atiende a las clases que te da esa maestra largucha de la que no sé su nombre. Te espero mañana y cuando terminemos la carreta, que La Algodona la traiga y con las herramientas de aquí y de allá haremos los equilibrios de palo, pero no para que camine Peluchín, sino para que descanse cuando esté cansado 31


Fue el domingo más feliz y el día y la noche más largos de Cuanito. Con todo detalle le comentó a don Ramón, y éste, sin pensarlo nada, aceptó darle el tiempo necesario para cumplir el proyecto... ¡Y así!, mas pronto de lo esperado, Peluchín corría alegremente con su carreta por los caminos que Macario y Cuanito arreglaron en el rancho. Fin

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GLOSARIO: APODERA.- Queso hecho en forma de adobe. AZADÓN.- Herramienta de campo que sirve para remover y desyerbar la tierra. FOGÓN.-Sitio construido en las cocinas para hacer fuego y guisados GUARACHE .- Calzado tosco que lleva correas. JOCOQUE.- Alimento hecho con leche cortada o nata agria, a manera de crema espesa. METATE.- Piedra utilizada para remoler masa de maíz y hacer tortillas. MOLCAJETE.- Mortero de piedra con tres pies cortos, usado para preparar salsas. NIXTAMAL- Maíz cocido con agua y cal para hacer masa y tortillas. PETO.- Armadura, adorno o vestidura que se pone en el pecho. PlAL.- Cuerda utilizada para sujetar las patas de las vacas mientras son ordeñadas. POTRANCA.- Yegua que no pasa de tres años. Simiente.- semilla. SUERO.- Líquido que escurre de las prensas donde se hace el queso. ZALEA.- Cuero, piel en general 33


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CUENTO “CUANITO Y PELUCHÍN” Es la tierna historia de un niño campesino, inteligente y activo, que recrea la tranquilidad y sencillez de la vida rural en la Altiplanicie Mexicana durante la primera mitad del Siglo XX, con sus paisajes, personajes, costumbres y tradiciones. Al empeñarse en salvar y rehabilitar a un burrito nacido inválido en su rancho, Cuanito muestra además que no hay que dejarse vencer por las dif icultades propias de la vida, sino hacerles frente y resolverlas con inteligencia. Esto hace de Cuanito y Peluchín una de las obras más recomendables de la literatura infantil. EL EDITOR

EL AUTOR ROGELIO HUGO RAMREZ MARTÍNEZ, autor de Cuanito y Peluchín, nació en 1934 en Arandas, Jal. Desde la edad de dos años fue traído por sus padres a Guadalajara. Considerado un niño precoz y con permanentes inquietudes polifacéticas, incursionó en diversas áreas de actividad, siempre con un sentido empresarial. Aquí se dedicó desde muy temprano a diferentes actividades industriales, principalmente en el área de técnicas y manufacturas dentales, campo en el que ha alcanzado reconocimientos a nivel nacional e internacional. Ha colaborado en revistas especializadas del área dental y también con publicaciones de interés general. Su carrera empresarial lo llevó a dirigir diversos organismos del sector privado y asistencial, pero no ha perdido contacto con su tierra, Arandas, donde asegura haber pasado los mejores momentos de su vida. http://rogeliohugoramirez.wordpress.com 35


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