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En Osorno la cuarentena
Ángela Parga. Osorno.
Jueves. Soñé con un gran pájaro, de plumaje verde tornasolado; se aproximaba y acariciaba mis pies hasta asirme. Pendiendo en el aire podía ver cómo la tierra temblaba.
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Viernes. La mirada aplasta Avenida Pedro Aguirre Cerda, sigue los trayectos de un gentío diferente y subalterno. Calles empolvadas recorridas por hombres y mujeres iluminados por pelusas; algunos montados en sus carromatos de feria, desfloran la madrugada. Ellos son tristes por naturaleza.
Sábado. El agua llueva todo, los huesos, evoque la última mano que se ha tocado e inunde, destruya la peste.
Domingo. Los hornos atestados no pueden con los huesos, apenas la fragancia, los insultos, las mieles de los jóvenes. Cajas que cierran el mundo arrastrándose en carros de pies sucios, vociferan la mercancía y el pollo frito sorteando a la peste. Si me preguntan, no oirán nombre preciso, en el lecho de los pasos la sangre espesa su desencanto, lo que las calles reducen a polvo, la esperanza enciende en los pies azules del haitiano. ¿Y de qué está hecho este cuerpo blando como un montículo de arena, de qué es esta mano queriendo exprimir el resplandor de los días; en qué raíz, qué rosa cardinal?