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La hora de los arrumacos: Lecturas en tiempos de coronavirus

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Don´t touch me

Don´t touch me

Víctor Zúñiga, Santiago. Otoño del 2020

“Virus, humor de la víbora para los griegos” Gonzalo Millan, Virus, 1976-1986

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La invitación a compartir una crónica urgente me sorprende aún aquilatando esta experiencia extrema. La obligada cuarentena, la reclusión en el hogar, el aumento exponencial de las tareas escolares, la extinción de las visitas familiares, el incremento de las interacciones virtuales, la intoxicación noticiosa y el bienaventurado teletrabajo, supera el tiempo, ánimo y capacidades disponibles para enfrentar todos esos apremiantes requerimientos.

Así, en el lapso de dos semanas, hemos sido empujados a pensar y repensar nuestras existencias, en la sociedad que construimos, en el futuro de los hijos y en el cuidado de nuestros viejos. Ya el 18 de octubre del 2019, fue el inicio de un “sacudón” a la mayoría de los cimientos/certezas levantados y que marcaron la historia de Chile en los últimos 30 años y que hoy, con el arribo de la epidemia del coronavirus, nacen aún más interrogantes sobre el rumbo que lleva la sociedad chilena.

¿Qué convivencia social surgirá? ¿Qué cambia en una sociedad cuando se altera abruptamente su convivencia social? ¿Se modificará la forma de percibirnos/enterdernos entre los distintos segmentos de la sociedad chilena? ¿Qué efectos producirá en la dimensión cultural de Chile la expansión del coronavirus?

Oscar Contardo, en su libro Antes que fuera Octubre (2020)”, pone el dedo en la llaga. Con la palabra apartheid, término acuñado en otras latitudes pero comprensible para

todos los chilenos, caracteriza nuestra convivencia social. En su crónica precisa:

“...en Chile no existen leyes explícitas que separen y discriminen los distintos grupos humanos según su origen étnico, su fenotipo o la pigmentación de su piel, no son necesarias las normas; la tradición y la cultura se han encargado de hacerlo de manera eficiente y efectiva bajo la excusa de la normalidad que alcanza distintos ámbitos de la vida: es normal la educación segmentada según ingresos, lo mismo que salud y el transporte; es normal que las ciudades se dividan, cada vez más, entre zonas para ricos y para el resto”…

Una larga lista de normalidades que el estallido social y epidemiológico se han encargado de arrojarnos/recordarnos en el rostro de cada uno de nosotros.

Esta forma de relacionarnos ya la anunciaba José Donoso en Casa de Campo (1978), al relatarnos las peripecias de la familia Ventura en Marulanda. En los tres meses de veraneo/confinamiento de una familia de terratenientes, da cuenta con detalle los conflictos de las distintas clases, grupos y capas de la sociedad chilena. También los mecanismos que echaban a andar cuando la normalidad, privilegios y estilo de vida se veían amenazados:

“Esto es lo que los grandes hacían con los seres que no podían absorber en su estructura: lo que intentaban hacer con todos los que no eran como ellos; lo que hacían con sus hijos mediante la incredulidad, mediante la vigilancia de los sirvientes, mediante su falta de placer en ellos, mediante leyes arbitrarias inventadas y consagradas por ellos mismos pero que se atrevían a llamar leyes naturales”

Lentamente observamos que leyes y normativas antes incuestionables, pronto empiezan a desmoronarse y otras, que a fuerza de reclamos y luchas callejeras, están siendo sometidas al escrutinio público como nunca antes.

El poeta Gonzalo Millán fue un adelantado/visionario para los tiempos que corren, en su poemario Virus (1987), encontré los siguientes versos, que exclaman:

Letra Muerta Un virus en acción es casi invisible, la luz fusela su cuerpo. Se lo puede observar bien con el microscopio electrónico, únicamente después de muerto.

Este virus en acción ha develado precariedad laboral de miles de chilenos, ha expuesto una vez más las profundas grietas del sistema de salud, ha mostrado el egoísmo de quienes se fueron de vacaciones al litoral sin importarles los lugareños, ha señalado la arbitrariedad en las medidas implementadas solo para algunos territorios y desató la locura del acaparamiento en los supermercados.

Finalmente, solo me queda agregar, que en las lecturas que realizamos, leemos nuestras vidas, leemos las vidas de los otros y leemos las sociedades en las que vivimos (Alberto Manguel, El Sueño del Rey Rojo, 2012).

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