1 Introducción: raíces e hilos En agosto de 1979 fui a Honduras para enseñar en un colegio evangélico bilingüe. Fui con el deseo de ser un instrumento de Dios en la transformación de las vidas de otros. Creo que sí, Dios me usó. Lo que es cierto es que vivir en Honduras causó un gran impacto en mi vida, que Dios usó para transformarme. Encontré pobreza extrema. La vi por todos lados, en las calles y los cerros de Tegucigalpa. También la vi de cerca. La familia que vivía al lado tenía una casita sencilla construida con pedazos de madera y metal. No tenían agua ni luz. Una familia al otro lado de la calle, sin asfaltar, frecuentemente les faltaba comida y sus niños no solo venían a nuestra casa buscando comida, sino también pedían ayuda para comprar sus útiles y uniformes para la escuela. También al vivir en América Central en esos años fui testigo de una situación de violencia, revolución, guerra, opresión y desaparecidos. Vi concretamente la falta de justicia social en varias maneras. También visité zonas de guerra y hablé con personas que habían perdido a sus seres queridos en masacres. Leía mi Biblia con nuevos ojos y puse énfasis en textos que hablan sobre la pobreza y la justicia. También por primera vez encontré cristianos que hablaban de esos temas. Comprendí que yo tenía un cristianismo demasiado individualista y espiritualista. En el colegio donde enseñaba, evangelizaba, pero con el tiempo empecé a hablar más y más de la justicia y de ayudar a los pobres
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y, en lo que pude, trataba de poner en acción mis pensamientos. Era mi pasión. Después de cuatro años al regresar a los Estados Unidos era una persona cambiada, pero también una persona con muchas preguntas ¿Por qué Dios estaba permitiendo que la violencia y el sufrimiento continuaran? ¿Por qué los cristianos evangélicos no estaban haciendo más para combatir las raíces de la pobreza en América Central? Tenía preguntas y también estaba cansado. Había pensado mucho sobre cuál era el estilo de vida apropiado para un cristiano en medio de tanta pobreza. Traté de vivir sencillamente, donaba y regalaba mucho pero no sentía que había hecho lo suficiente. Tenía una mejor teología, más integral, pero los problemas y las guerras seguían. Mi país estaba en medio de todo. Mis esfuerzos no eran suficientes; me sentí cansado, confundido. Sentí algo de culpa por las acciones de mi país y por no poder hacer todo lo que deseaba, pero a la vez me sentí superior a muchos cristianos que no compartían mis puntos de vista y mis acciones en favor de los pobres. Asistí a un semestre de estudios interdisciplinarios en el estado de Oregon donde conocí a mi esposa Lynn. Los profesores compartieron mis perspectivas sobre la justicia y la política de los Estados Unidos, pero también me confrontaron y me ayudaron a ver cómo trataba de justificarme a mí mismo. Me di cuenta de que había empleado la perspectiva “ampliada” de mi fe de la misma manera en que lo había hecho antes con el legalismo en el cual había nacido: establecía líneas divisorias entre otros y yo. Al compararme con los demás, pensaba que estaba en lo cierto porque mi cristianismo ahora incluía la preocupación por los pobres, un compromiso con la justicia social y un estilo de vida sencillo. Así como antes menospreciaba a quienes bailaban o tomaban, ahora menospreciaba a aquellos que no compartían mi nueva perspectiva.
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Al mismo tiempo que juzgaba a otros con un sentido de superioridad moral, sentía que algunos evangélicos me menospreciaban por cosas que yo no hacía o creía. Por ejemplo, aunque en la década de los años 80 la posición que yo había asumido en cuanto a la política de los Estados Unidos en América Central hacía que algunos cristianos me consideraran “un buen cristiano”, otros me criticaban. En Honduras, mientras algunos aprobaban mis esfuerzos en favor de la justicia por los oprimidos, otros me trataban como si fuera un hereje. A veces me sentía cansado de esforzarme por mantenerme en el buen lado de las líneas divisorias que yo mismo había trazado. Cuando leía algo nuevo, o escuchaba un sermón distinto, a menudo añadía algo a la lista de las cosas a las que el “verdadero cristiano” debe dedicar tiempo y dinero. Intentaba equilibrar y llevar esta pesada carga, pero al final se me hacía imposible y tenía que inventar alguna racionalización que me permitiera considerarme todavía un “buen cristiano”, con la esperanza de que otros en la comunidad también me vieran así. Las líneas divisorias que trazaba causaban daño en mis relaciones con mis semejantes y me hacían mal a mí mismo. Aunque a lo largo de los años mis perspectivas de lo que significa ser cristiano cambiaban, mi deseo de estar en lo cierto, mi “furia por lograr lo bueno” permanecía constante. Había demolido una casa y construido otra que parecía distinta, sin darme cuenta de que los cimientos eran los mismos. Estos cimientos hacían que me erigiera en juez, presto a trazar líneas divisorias que me impedían experimentar una genuina comunión cristiana en cualquiera de los dos lados. Afortunadamente los profesores no solo me confrontaron con mi fariseísmo. También en nuestras conversaciones sobre la Biblia y libros por autores como Will Campbell, Jacques Ellul y Karl Barth hablaban continuamente de la gracia de Dios, la cual experimenté de manera más profunda en ese tiempo. Empecé a borrar las líneas de división y a tener más gracia para mí y los demás.
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Me quedé en los Estados Unidos unos años trabajando con mi esposa en un ministerio con universitarios (InterVarsity Christian Fellowship) en Syracuse, Nueva York. Todos los años fuimos a Honduras por dos meses. En 1987 fuimos a estudiar en un seminario cerca de San Francisco, California. Regresamos varias veces a Oregon para conversar con los profesores con quien estudiamos antes. Una conversación con Douglas Frank está marcada indeleblemente en mi mente. Él me comentó que pensaba que él estaba equivocado sobre la gracia. Inmediatamente sentí una gran confusión e inseguridad. La gracia era un tema tan central e importante en mi vida y ministerio. Pensaba, “no puede ser”. Pero su próxima oración calmó mis nervios y me despertó una gran curiosidad y expectativas de algo aún mejor. Él dijo, “No es la gracia quien nos salva sino Jesús. Pienso que hemos hecho bien en hablar de la gracia de Dios pero aún más importante es ayudar a las personas a experimentar al Dios de gracia”. Douglas nos invitó a leer a Lutero y practicar su teología de la cruz, enfocándonos en Jesús y dejándole formar nuestro concepto de Dios. Esa conversación me lanzó en un peregrinaje de centrarme en Jesús y tratar de usar a Jesús como el lente que informa y enfoca mi teología y práctica de la vida cristiana. Llegué a tener una relación más profunda con el Dios de gracia revelado en Cristo Jesús, y encontré mayor libertad de vergüenza y culpa, más paz y la habilidad de ser más honesto y transparente, y así tener relaciones más auténticas con personas a mí alrededor. En 1989 regresamos a vivir en Honduras de nuevo, ahora con una hija, Julia, de unos meses. Nuestra segunda hija, Christie, nació en Honduras en 1991. Mi nuevo enfoque en Jesús me hizo más sensible al concepto de Dios que tenían las personas y cómo, para muchos, era un gran contraste con el Dios revelado por Jesús. Reflexionaba sobre las preguntas ¿Cómo es que tantas personas piensan en Dios como alguien lejano, enojado y acusador? ¿Cuáles
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son las raíces de ese concepto? ¿Cómo podemos ayudarles a cambiar ese concepto? El próximo capítulo en este libro es producto de esas preguntas. Continuaba dando estudios bíblicos sobre la justicia, y estaba activamente involucrado en ayudar a los pobres. Sin embargo reflexionaba mucho más que antes en la relación de las personas con Dios. Comprendí que aunque mejorásemos su situación económica, si esa persona seguía viviendo avergonzada y con temor a un Dios enojado y acusador, todavía sufría y necesitaba ayuda. Ahora tenía pasión no sólo por la justicia y el ayudar a los pobres, sino también en ayudar a las personas a experimentar el amor de Dios revelado en Jesucristo. Mi libro, ¿Dios de ira o Dios Amor? es fruto de mis conversaciones con personas y estudios bíblicos que daba en esos años.1 Como explico en el próximo capítulo varios factores culturales e históricos contribuyen al concepto distorsionado de Dios que tienen muchas personas. También comprendí que algunas de mis propias creencias y prácticas eran parte del problema. Vi que la manera en que yo explicaba cómo la cruz proveía la salvación podía reforzar la imagen de un Dios enfocado en castigar. De esa observación nacieron varias preguntas como: ¿Es correcto mi entendimiento de la cruz? ¿Hay alternativas? ¿Si hay, cuál es mejor, o cuáles? Esas preguntas me llevaron a mucha investigación y reflexión. Y después me lanzaron a tratar de comunicar la salvación por la cruz en maneras diferentes y contextuales. Los capítulos 7,8 y 9 de este libro son producto de esa investigación y proclamación.2 1 Marcos Baker, ¿Dios de ira o Dios de amor?: Cómo superar la inseguridad y ser libres para servir, 2ª ed., Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2007. 2 Otros dos libros que escribí son fruto de esa observación y preguntas sobre la cruz: Mark D. Baker and Joel B. Green, Recovering the Scandal of the Cross: Atonement in New Testament and Contemporary Contexts, IVP Academic, Downers Grove, IL, 2000, 2ª ed. 2011.; Mark D. Baker, ed., Proclaiming the Scandal of the Cross: Contemporary Images of the Atonement, Grand Rapids, MI, 2007.
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Había conocido Menonitas la primera vez que viví en Honduras y en los años después leí a autores menonitas y anabautistas como Will Campbell, Juan Driver, Vernard Eller y John H. Yoder. Comprendí que aún con todo mi discurso sobre la justicia tenía una mentalidad muy individualista. El énfasis en la comunidad alternativa cristiana de los anabautistas nos atrajo a mi esposa y a mí. También la lectura de los anabautistas reforzó el cristocentrismo que estuvimos aprendiendo de Douglas Frank y Lutero. Viviendo en Honduras de 1989 a 1992, aunque no asistíamos a una iglesia anabautista, decíamos a las personas que “pensamos como anabautistas”. Al fin reconocimos que, por el énfasis comunitario de los anabautistas, no era tan apropiado o posible decir “pienso como anabautista” sin participar en una comunidad anabautista. Por ello cuando fuimos a Carolina del Norte en 1992 para mis estudios doctorales en teología en Duke University nos hicimos miembros en una iglesia menonita. Como escribí al principio de este capítulo, Dios usó mis experiencias para transformarme. Eso no paró en 1983, durante los años de 1989 a 1992 y de 1996 a 1998, Dios seguía usando mis experiencias en Honduras y con los hondureños, para seguir transformándome. No solo Honduras, sino también otros países en América Latina que he visitado han dejado su influencia en mi vida: México, El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Colombia, Perú, Paraguay, Argentina y Chile. Y el crecimiento y la transformación siguen hasta hoy, por mis visitas anuales a países del sur y por mi interacción con muchos latinos acá en California donde vivo ahora. En el corto recorrido de esas décadas de mi vida no puedo cubrir todos los temas de reflexión y crecimiento, pero quiero mencionar uno más. Por toda la década de los 80 continuaba dando estudios bíblicos sobre la importancia de trabajar por la justicia para todos y de ayudar a los pobres. Hablaba mucho sobre el Reino de Dios
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y usé otras estrategias para tratar de convencer a los cristianos que los temas de justicia y la acción social eran algo céntrico, integral al evangelio. Sin embargo sentía que muchos veían lo de ayudar a los pobres y trabajar por la justicia como actividades opcionales, aún después de que yo había hablado tanto sobre la justicia en la Biblia y dado estudios bíblicos sobre Lucas 4, Isaías 58, Amós, etc. “¿Por qué?” me preguntaba “¿Cómo es que en un contexto de tanta pobreza muchas iglesias expresan indiferencia o aún hostilidad a un evangelio más integral?” Leyendo una ponencia sobre Pablo y su carta a los Gálatas dado por Richard Hays en México pensé en una posible respuesta. En su ponencia Hays argumentó que hemos leído a Pablo en una forma demasiado individualista y espiritualista y él propuso una lectura que reconocía la preocupación de Pablo no solo por los individuos sino por la comunidad cristiana también.3 Para muchos evangélicos los escritos de Pablo son el canon entre el canon de las Escrituras, formando así su conceptualización del evangelio. Mi pensamiento era que si leemos a Pablo de una forma menos individualista y espiritualista tal vez otros pasajes bíblicos, como Isaías 58 y Lucas 4, y conceptos como la justicia, serían vistos más céntricos e integrales al evangelio. Era una buena observación. El problema era que yo mismo leía a Pablo en forma individualista y espiritualista. Afortunadamente tuve la oportunidad de estudiar a Pablo, y específicamente Gálatas, con Richard Hays en Duke University y después pude trabajar con los hermanos y hermanas de la iglesia Amor, fe y vida en contextualizar la carta de Pablo en un barrio hondureño. El tercer capítulo de este libro es fruto de esa conversación con Pablo, Hays y Amor, fe y vida. 3 Richard B. Hays, “Jesus’ Faith and Ours: A Rereading of Galatians 3,” en Conflict and Context: Hermeneutics in the Americas eds. Mark Lau Branson y C. René Padilla, Eerdmans, Grand Rapids, 1986, pp. 257-280. El libro contiene las ponencias y la discusión sobre ellas de una conferencia en Tlayacapan, México, (24-29 de noviembre, 1983). La conferencia fue auspiciada por la Fraternidad Teológica Latinoamericana y la Theological Students Fellowship de los Estados Unidos de América.
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Uso la metáfora “raíces” en el título porque los capítulos que siguen en este libro están enraizados en experiencias contadas en este capítulo. También uso la metáfora raíces por que las raíces necesitan tierra. Y Honduras específicamente y América Latina en general es la tierra de esas raíces. Pero imaginando la relación entre las raíces y los capítulos podría llevar al lector a ver los capítulos de una forma demasiado singular y aislada: una raíz para cierto capítulo otra raíz para otro. Aunque es cierto que puedo señalar específicamente de donde nace la mayoría de los capítulos no siempre es tan sencillo. La raíz de uno también influye a otro; unos tienen más que una raíz; y a veces un capítulo es la raíz de otro. Otra debilidad con la metáfora de las raíces es que pone más énfasis en dónde nació que en cómo se desarrolló. La verdad es que los capítulos están entretejidos. Muchas veces están entretejidos en cómo nacieron pero especialmente en cómo se desarrollaron. Por eso también uso la metáfora de hilo. Lo que he descrito en esta introducción son hilos que están entretejidos en cada capítulo. Los hilos principales son: • Una preocupación por la justicia y un deseo de promover un evangelio más integral. • La tesis que una lectura menos individualista y espiritualista de Pablo facilitaría un evangelio más integral. • Un reconocimiento que muchos tienen un concepto distorsionado de Dios. • Un reconocimiento que una explicación común de la cruz contribuye a esa distorsión. • Una convicción que “gracia” y “libertad” no solo deben ser palabras que usamos, pues nuestras iglesias pueden ser caracterizadas por la gracia y comunidades libres de líneas divisorias. • Una convicción que, como individuos y comunidades, el centrarnos en Jesús es la mejor respuesta a los desafíos y problemas mencionados.
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En el tejido de algunos capítulos, varios de los hilos son obvios. Pero aun cuando no está mencionado explícitamente están presentes casi todos los hilos en la mayoría de todos los capítulos. Por ejemplo, los capítulos sobre la cruz se enfocan más en la relación entre la cruz y el concepto de Dios de la persona y en su experiencia de vergüenza y exclusión por líneas divisorias. Sin embargo el hilo de promover un evangelio más integral está muy presente. Al amplificar nuestra explicación de la cruz y de fundarla en la vida de Jesús facilita la relación entre la cruz, la salvación, el Reino de Dios y el llamado a vivir como discípulos de Jesús. Invito al lector a buscar hilos escondidos en el tejido de otros capítulos. Hilos y tejido son una metáfora. Si fuese un tejido uno podría mirarlo todo junto a la vez. Es un libro y tenemos que ir capítulo por capítulo, tejiendo la relación en nuestras mentes. Como la relación entre los capítulos no solo es lineal hay varias maneras de organizar los capítulos. Aquí les doy una breve explicación del orden que escogí. El capítulo que sigue es fundamental. Presento observaciones sobre conceptos de Dios comunes. En el siguiente capítulo miramos Gálatas y exploramos otro problema, comunidades legalistas. Pero también encontramos varios hilos en el capítulo que son parte de las respuestas a los problemas presentados en los capítulos dos y tres. En el capítulo cuatro ampliamos temas que encontramos en Gálatas y hacemos explícito el tema central del libro: centrado en Jesús. Los capítulos cinco y seis son muy importantes en el tejido del libro. Se enfocan concretamente en la vida de Jesús. Los capítulos anteriores hablan de la importancia de Jesús, en los capítulos cuatro y cinco miramos quién era Jesús y entonces algo de lo que significaría estar centrado en él. Los próximos tres capítulos se enfocan en cómo la cruz y la resurrección proveen la salvación. Hay mucho énfasis en la vida de Jesús en los capítulos seis y siete y varios
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hilos del libro están presentes en estos tres capítulos. Los últimos dos capítulos del libro exploran el tema de la ira y el juicio de Dios en relación a los temas presentados en los otros capítulos del libro. Soy autor del libro pero Gustavo Delgadillo concibió la idea de publicar estos escritos como un libro. Sin Gustavo y Ediciones Shalom, de Lima, Perú, no hubiera sido un libro. Doy gracias por su visión y todo su trabajo promoviendo literatura como este libro. Caminamos juntos. Gracias a César García por también animarme a realizar este proyecto y por escribir el prólogo. Algunos de los capítulos son nuevos, escritos para este libro. Los otros fueron escritos en diversos años, unos publicados antes otros no. Entonces, muchas personas han contribuido a este libro, al leer un capítulo u otro y compartir sus pensamientos. Otras personas participaron en estudios bíblicos, clases y conferencias donde presentaba ideas que más tarde tomaron forma escrita. Gracias a todas esas personas quienes son más de las que puedo nombrar acá. Sí quiero mencionar a algunas personas que me ayudaron a traducir algunos de los capítulos del inglés o que me ayudaron a corregir el español de estos capítulos, de algo entendible pero con varios errores a algo mucho más agradable para ustedes los lectores. Ellos son Emma Matute y David García de Honduras, Martin Eitzen y Rafael Zaracho de Paraguay, César García de Colombia, Jason Winton de los Estados Unidos, Gustavo Delgadillo y Mariela Meneses de Perú. Un hilo que ha sido constante por todo lo que esta escrito en este libro es mi esposa Lynn, amiga y compañera en conversación y en la misión. Sus ideas y su apoyo estan presentes en cada capítulo. Como dicen, no hay palabras suficientes para expresar todas las maneras como ella ha contribuido a este libro. Gracias por su amor y apoyo.