SEMIÓTICA

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JAVIER BORGE HOLTHOEFER

FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

4. LAS IDEAS Y EL ORIGEN DE LA SEMIÓTICA EN J.LOCKE 4.1. La dimensión crítica de la reflexión sobre el lenguaje natural El libro III del Ensayo sobre entendimiento humano constituye el primer tratado de filosofía del lenguaje por que en él se abordan explícitamente problemas epistemológicos ligándolos a problemas semánticos. Esto no quiere decir que Locke elaborara una filosofía del lenguaje en sentido moderno, esto es, un conjunto articulado de tesis sobre la naturaleza del significado, sino que, en su caso, la reflexión sobre el significado es parte de la que elucidación filosófica. El sentido que tiene la reflexión sobre el significado en Locke no es el de contribuir a la constitución de una teoría lingüística filosóficamente fundada, sino el de colaborar en la eliminación de obstáculos para la resolución del problema epistemológico central en su filosofía: la naturaleza y los límites del conocimiento humano. En este sentido, fue influido por Bacon y sus ídolos del mercado: el lenguaje vela, antes que desvela, la naturaleza del pensamiento. La reflexión semántica tiene ante todo una dimensión práctica: prevenir y evitar los errores a que nos inducen conocimiento imperfecto del funcionamiento del lenguaje. El estudio del lenguaje adquiere, particularmente en el mundo anglosajón, una dimensión crítica que se puede relacionar con el surgimiento de la nueva metodología de la ciencia (el Novum Organum de Bacon), que reniega de la tradición apriorística y deductiva de la lógica medieval. Ese es un sentido claro de la obra de Bacon: desconfiar, sistemática o metodológicamente, de los usos establecidos, petrificados en el lenguaje, en la medida en que expresan un conocimiento caduco, incierto o confuso. El lenguaje natural deja de ser un instrumento fiable para el acceso al conocimiento: o bien es preciso sustituirlo por un lenguaje perfeccionado, o directamente suplirlo por el lenguaje matemático. 4.2. La noción de idea en Locke El concepto central de la filosofía de Locke es el de idea. A menudo se ha criticado el uso que hace de dicho concepto, plurivalente y en ocasiones inconsistente. Lo cierto es que Locke consideró las ideas como un cierto tipo de signos de las cosas, y las palabras como signos de las ideas. En este sentido, la tesis central de su semiótica, en lo que se refiere al lenguaje, es que las palabras significan ideas; una tesis cartesiana, que también se en contra expuesta en la Lógica y Gramática de Port-Royal. CLASES DE IDEAS

En primer lugar, hay que tener en cuenta el problema del carácter individual o general de las ideas, en el sentido de Locke. ¿Son las ideas de carácter subjetivo? ¿U objetivo? ¿Concede cada individuo su significado a las palabras que usa? Y, si es así, ¿cómo es posible la comunicación? Esos son los problemas con que ante todo se enfrenta la teoría semántica de y a los que trata de dar respuesta. LAS IDEAS COMO SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS

El enunciado más sintético que se conoce de su teoría del significado es el siguiente: las palabras, en su significación primaria, nada significan excepto las ideas que están en la mente de quien las usa. Con la matización en su acepción primaria, Locke parecía excluir ante todo las ocurrencias metalingüísticas de las palabras, esto es, cuando las palabras se utilizan para referirse a sí mismas, y, además, las palabras sincategoremáticas. La teoría del significado de atañe, pues, primordialmente a los términos categoremáticos, verbos, sustantivos y adjetivos, aunque es preciso advertir que sus 1


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reflexiones semánticas sobre los verbos son más bien accesorias y circunstanciales. Parece que dio una especial importancia a la función nominativa, centrando sus análisis sobre la categoría de nombre, que englobaba a los sustantivos y a los adjetivos. Esta preponderancia concedida a la función nominativa se enmarca perfectamente en la concepción general de sobre la función del lenguaje en la interacción social: fue necesario que el hombre encontrara algunos signos visibles, por los cuales esas ideas invisibles de que están hechos sus pensamientos pudieran darse a conocer a otros hombres. 4.3. Lenguaje y comunicación: condiciones de posibilidad de la comunicación La función del lenguaje es, ante todo, exteriorización de un mundo individual, inaccesible en principio al examen del congénere. Ahora bien, dada esta concepción sobre el uso del lenguaje, se plantean dos problemas: 1º ¿Cómo es posible la utilización significativa del lenguaje? El obstáculo con el que se enfrenta la teoría de Locke es su propia concepción epistemológica. Las palabras sólo pueden adquirir significado para quien las utiliza en la medida en que en su mente se encuentra presente la idea correspondiente. La realidad sólo es captable en la forma de idea, esto es, de signo representativo. Esta tesis hace dificultosa la explicación del aprendizaje y uso del lenguaje porque, si sólo pueden emplearse las palabras a las que, en la mente de cada cual, corresponden ideas, ¿cómo explicar la utilización de las palabras que designen objetos o experiencias desconocidos? El lenguaje no permite referirse directamente a la realidad, sino que sólo secundariamente es relacionable con ella. Pero si no existen tales ideas el lenguaje pierde su significatividad. La conclusión que parece inevitable extraer de la teoría semántica de Locke es que sólo podemos hablar significativamente de aquello que en alguna medida hemos experimentado. Y, así, parece lógico pensar que los límites del lenguaje, del lenguaje que yo hablo y puedo entender, han de coincidir con los límites de mi experiencia individual. 2º ¿Cómo es posible la utilización comunicativa del mismo? Las condiciones que establece en su teoría para la utilización significativa del lenguaje son tan rigurosas que de hecho hacen imposible explicar su función comunicativa de una forma real. Para explicar este simple hecho, el que los hombres se comunican mediante el lenguaje, Locke tiene que acudir a dos tesis implausibles: en primer lugar, que esa comunicación se basa en la presunción de que las ideas que tienen los demás en su mente son similares a las nuestras. En segundo lugar, la comunicación se hace posible mediante el espejismo de una relación directa entre lenguaje y la realidad: nos comunicamos porque creemos que nuestras palabras se refieren a una misma realidad, en particular cuando empleamos nombres para las sustancias. Pero esta creencia no es sino una ilusión, fruto de una equivocada concepción de cómo funciona el lenguaje y de nuestra necesidad de dar valor de realidad a nuestras afirmaciones. De acuerdo con la teoría lockeana, la auténtica comunicación requiere identidad de denominaciones e identidad de ideas. La investigación de los criterios de identidad en el primer nivel suscita el problema de la sinonimia y remite al segundo nivel, puesto que los palabras son sinónimas si y sólo si son signos de la misma idea. La entera teoría del significado depende de los criterios de identificación de las ideas y de los requisitos especificables para su identidad.

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4.4. Nombres comunes e ideas generales Aparte de estas dificultades en explcar el aprendizaje y la comunicación lingüísticas, la teoría semántica de Locke hubo de enfrentarse a los problemas que plantea la diversidad de las categorías lingüísticas. El más inmediato de estos problemas es el de explicar la existencia y funcionamiento de los nombres generales, de los nombres cuyo significado no es una idea de una realidad particular. Aun estando la realidad constituida únicamente por entidades particulares, es posible la existencia de ideas generales, que son el resultado de un proceso de abstracción, que opera sobre las ideas particulares. 4.5. Esencias reales y nominales El significado del término general es, pues, la idea general que permite agrupar las cosas en clases, pero no ese conjunto de cosas sin más; constituye lo que Locke denominaba la esencia de la especie o género correspondiente a la clase. En este sentido, es un precedente claro del intensionalismo moderno, que no identifica los conceptos (las ideas generales, en su terminología) con las clases extensionales correspondientes, sino con conjuntos de propiedades definitorias que se aplican a todos los miembros de la clase en cuestión. Ahora bien, un punto que interesa resaltar en la concepción semántica de es su tesis de que el proceso de abstracción de ideas generales no es siempre arbitrario, sino que en ocasiones tiene fundamento en la naturaleza de la realidad. En particular, Locke se refiere a lo que luego se han dado en llamar clases naturales. Entre ellas, destaca todas las cosas que se propagan por simiente. Aunque pueda existir una relación causal entre la conexión de las propiedades naturales de los individuos pertenecientes a una especie y la idea abstracta que nos hacemos de ella, es esta última la esencia misma de la especie cuestión, el significado del término general. Esto es lo que ha permitido clasificar la postura de Locke como conceptualista moderada: el significado de los términos generales es el concepto, que tiene un fundamento, incognoscible en el caso de substancias, y que equivale a la totalidad articulada de componentes conceptuales (ideas simples, en terminología de Locke). El significado no se corresponde pues con la esencia real (el modo en que está realmente constituida la cosa), sino con la esencia nominal, que es la idea abstracta constituida sobre la base de aquélla. Esta tesis de la disimilitud entre la esencia real y la nominal se aplica en particular en el caso de las sustancias, no así en el caso de los nombres de las ideas simples y de los modos, en que ambos tipos de esencia coinciden; en el primer caso, por la naturaleza elemental de lo nombrado, el contenido inmediato de la experiencia, y en el segundo, por ser modificaciones mentales de las ideas simples (modos simples) o producto arbitrario de la elaboración del entendimiento (modos mixtos) sin correspondencia con modelos reales. La influencia de Locke sobre la filosofía del s.XVIII fue amplia y profunda. Esta influencia tuvo dos dimensiones: una positiva, de aceptación, difusión y aplicación de sus teorías, y otra reactiva, de crítica y rechazo de su tesis sobre la relación entre lenguaje y pensamiento. Dentro de la primera dimensión destacan las teorías semióticas de los enciclopedistas. Dentro del aspecto reactivo destaca Leibniz.

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4.6. La semiología de Leibniz. El lenguaje como instrumento cognotivo La obra de Leibniz, Nuevos ensayos sobre entendimiento humano, fue concebida como una respuesta detallada al Ensayo de Locke. Su estructura reproduce punto por punto la del Ensayo. En sus Nuevos Ensayos, en los capítulos dedicados a lenguaje, Leibniz insiste en primer lugar en el carácter diferencial del lenguaje: no sólo es producto de la necesidad social e histórica (evolutiva) de comunicación, sino que también es expresión de una naturaleza racional, que separa a la humanidad de la animalidad. Es posible concebir un lenguaje no basado en la articulación de palabras, pero no un lenguaje que no represente la actividad raciocinadora del entendimiento, que no sólo sirve a la necesidad de transmisión de información, como habría indicado Locke, sino que también constituya un instrumento activo en la consecución del conocimiento. La diferencia entre las concepciones generales de Locke y Leibniz sobre la función del lenguaje es una diferencia de énfasis, pero importante. Para Locke, en lenguaje es ante todo un sistema de representación de conocimiento. Para Leibniz, en cambio, el lenguaje sobre todo un instrumento cognitivo, un medio natural para acceder al conocimiento de la realidad. Discute Leibniz la naturaleza absolutamente arbitraria de el vínculo entre la palabra y lo que significa, expuesta en el Ensayo de Locke. Su argumento es que, si bien en la actualidad la relación entre el sonido y el significado parecía arbitraria, es posible que ello sea fruto de la evolución histórica de la lengua, que haya borrado los rastros de una relación natural primitiva. Por ello, se esfuerza en mostrar la posibilidad de la hipótesis del origen común de todas las naciones, y de una lengua radical y primitiva, utilizando datos filológicos de dudosa fiabilidad. Así los motivos de Leibniz para defender la hipótesis de la lengua adánica y el carácter natural de la significación en esa lengua eran de muy diversa índole, pero se reducen a una fundamental: coherencia con su propio sistema filosófico. Por eso, cuando se consideran las teorías sobre lenguaje de Leibniz, hay que tener muy en cuenta el contexto que configura el resto de su obra filosófica. Propugnaba, en su metafísica, la existencia de un orden natural, que se correspondía con un orden en el pensamiento y, eventualmente, con un orden lingüístico. En este sentido se ha considerado que, en teoría del lenguaje, Leibniz representa un retorno al realismo de los modistae. Su naturalismo semántico no vendría a ser sino la expresión teórica de la tesis de que el lenguaje (la primitiva lengua adánica) refleja, a través de pensamiento (los modi intelligendi), la estructura entera de la realidad (los modi essendi). 4.7. Nombres comunes y abstracción Otro punto de las tesis lingüísticas de Leibniz difieren radicalmente de las de Locke es en la semántica de los términos generales. Para Locke, tales términos existen en el lenguaje en virtud de su función económica: permiten un ahorro a la memoria. Para Leibniz, no solamente sirven para perfeccionar las lenguas, sino que son imprescindibles para su constitución esencial. El lenguaje no sólo ha de dar cuenta de la existencia de entidades particulares, sino también de sus relaciones (de similitud). Las relaciones son tan reales como los particulares mismos, no son fruto arbitrario de nuestro entendimiento. Es más, Leibniz concede primacía, tanto desde el punto de vista epistemológico como desde el del aprendizaje lingüístico, a los términos generales sobre los nombres propios: Las primeras palabras habrían sido términos generales y los nombres propios el resultado de un proceso de especificación progresiva. Esta tesis tiene que ver con la concepción, contraria a la de Locke, sobre la función del proceso de abstracción en semántica. Leibniz coincide con Locke en 4


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concebir la abstracción como carencia de determinación, pero piensa que es como cognitivamente antecedente a la especificación individual. Según Leibniz, el proceso de aprendizaje lingüístico va desde lo general a lo particular: primero se emplean nombres abstractos, incluso para designar realidades individuales, y sólo posteriormente se aprende la aplicación de nombres con una referencia más reducida. Ese proceso, no obstante, no desemboca en nombre propio puro (lógico), sino que se detiene en un nivel bajo de abstracción, pero abstracción al fin y al cabo. La propia noción de nombre propio lógico carece para de sentido, si es que tal noción se entiende como determinación lingüística de la individualidad. Mientras que, para Locke, la captación de la realidad comienza necesariamente por la experiencia de lo individual, Leibniz mantiene lo contrapuesto: lo individual no es accesible al entendimiento sino a través de lo general. El realismo radical de acentúa y se contrapone al de Locke, expresado través de su moderado conceptualismo. No ve ninguna necesidad de establecer distinción entre esencias reales y nominales, esto es, como una diferencia entre la constitución real de las cosas y su representación a través de ideas abstractas. Para Leibniz, sólo existen diferentes formas de especificación de su significado (esencia): o bien a la definición expresa la posibilidad (realidad) de lo definido y, en este caso, se trata de una definición real; o bien la definición no la expresa y se trata de una definición nominal, que no nos permite concluir a priori sobre la realidad de tal esencia, en definitiva, sobre la significatividad del término, pero que no la excluye. 4.8. El proyecto de un lenguaje universal La identificación entre posibilidad y realidad, trasladada a términos de teoría del lenguaje, está estrechamente relacionada con el proyecto de una lingua universalis expresión de la mathesis universalis. En efecto, si la realidad tiene una estructura, un orden natural, en este orden ha de poder reflejarse en una lengua auténticamente pura. En esa lengua, la definición del significado de los términos, la descripción de la estructura de su significado, ha de conllevar la expresión de su posibilidad (realidad): la semántica de esa lengua no sería sino la verdadera ontología. Descartes ya había avanzado dos ideas básicas en la fundamentación del proyecto de una lengua universal: en primer lugar, la idea de la correspondencia entre el orden natural y el orden lingüístico. En segundo lugar, la idea de que tal correspondencia no es puramente formal y arbitraria, sino que expresa una relación natural entre el lenguaje y la realidad. Pero la invención de esa lengua universal, en palabras de Descartes, depende de la filosofía verdadera porque de otro modo es imposible enumerar todos los pensamientos de los hombres, y ponerlos en orden, ni siquiera distinguirlos de forma que sean claros y simples. A lo largo del siglo XVII, los proyectos de lenguas universales proliferaron a pesar de los fuertes requisitos establecidos por la filosofía cartesiana. En todos estos lenguajes artificiales propuestos esta patente una misma concepción semiótica, expresada ya desde T. Hobbes: el signo lingüístico es un instrumento de cálculo que, como tal, puede ser sustituido por una entidad matemática, una cifra. Como la realidad tiene una estructura matemática (Galileo), la lengua universal, matematizada a su vez, nos permite acceder a su estructura, operando por tanto como auténtico instrumento de conocimiento.

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Esta idea se encuentra también en Leibniz. La concepción de Leibniz coloca por tanto la estructura lógico-semántica como columna vertebral del lenguaje y la realidad. Esa estructura lógica ha de ser común tanto a la combinación de las ideas simples como lo concatenación de los términos primitivos. En Leibniz, más allá de los detalles de su sistema lingüístico, interesa subrayar la función de dicho sistema el conjunto de su filosofía. En él se encuentran prefiguradas ideas que tendrán su momento de vigencia en la filosofía contemporánea del lenguaje: la idea de que la ontología y la gramática se encuentran vertebradas en torno a la lógica y la idea de que está determinado, a su vez, el ámbito de lo real.

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