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CAMBIOS EN LA INDUMENTARIA FEMENINA
from Moda transgresora
Durante las primeras décadas del siglo xx la indumentaria femenina se vio sometida a cambios revolucionarios y pasó de reforzar la dependencia de las mujeres a través de unas prendas restrictivas y ornamentales a un estilo que reflejaba el nuevo papel de la mujer en la sociedad.
Aunque la reforma de la indumentaria se hubiera visto impulsada a mediados del siglo xix por la breve aparición de los pantalones Bloomer, en 1860 la falda con miriñaque estaba otra vez de moda y era más ancha que nunca. Las prendas femeninas eran muy elaboradas, y las mujeres de clase media se convirtieron en una fuerza de consumo que intentaba estar a la última respecto a las novedades que imponían las regias creadoras de estilo del momento: la reina Victoria y la emperatriz Eugenia.
Así, se transformaban en aves del paraíso con llamativos tejidos gracias a los nuevos colores sintéticos que se habían convertido en el último grito tras el descubrimiento del primer tinte de anilina, la mauveína, en 1856. Con el cambio de siglo, la silueta femenina se estrechó, dejando atrás los miriñaques y adquiriendo una forma de S que se obtenía a fuerza de corsés y rellenos. Las defensoras del cambio de indumentaria también fomentaban innovaciones como el «corsé sano», que no era tan rígido, y las mujeres adoptaron el estilo más práctico de los vestidos camiseros, las faldas y las prendas de tweed, que podían adaptarse para practicar ciclismo y golf. Esta nueva imagen quedó inmortalizada en la «chica Gibson» de la segunda década del siglo xx, un arquetipo de la mujer moderna creado por el ilustrador Charles Dana Gibson. Lo que la definía era su figura de reloj de arena y su personalidad activa, el estilo de la nueva era.
Poco a poco, las prendas femeninas se habían ido haciendo cada vez más prácticas, pero no fueron sino los retos planteados por la Primera Guerra Mundial los que provocaron los grandes cambios. Cientos de miles de mujeres comenzaron a trabajar en manufacturas, fábricas de municiones y explotaciones agropecuarias para sustituir a los hombres. Así, con el fin de garantizar su seguridad, llevaban prendas similares a las de los hombres, como monos, pantalones, gorras y botas.
Cuando Estados Unidos entró en el conflicto, en 1917, aparecieron algunas organizaciones de voluntariado en el país que permitieron a las mujeres participar en la guerra, como el Cuerpo Motorizado Femenino de América. Las faldas de civil se elevaron un palmo del suelo para facilitar la subida a los automóviles, los vestidos se hicieron más holgados y menos restrictivos y las mujeres, por primera vez, llevaron bolsillos. Al terminar la guerra, las mujeres se mostraron reacias a renunciar a la nueva autonomía. Así, la destrucción causada por el conflicto no solo influyó en el sufragio femenino, que se concedió en Gran Bretaña en 1918, sino que también propició una nueva forma de vestir para las mujeres basada en la comodidad, la libertad y la funcionalidad.