PASiegos siglo XXI
I単aki Izquierdo Muxika
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Agradecimientos: A la Consejería de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca y Biodiversidad del Gobierno de Cantabria por la ayuda en este proyecto. A todos los pasiegos por el buen trato recibido y su confianza que han hecho posible este libro. Al equipo de Cantabria Tradicional. A Eloy Gómez Pellón por su texto. A Jesús Ramón Ochoa, alcalde de Ruesga, por su apoyo con el albergue. A Martín del grupo espeleológico de Ramales. Al colectivo Garage Lux por su ayuda en el editaje. A Ángel Luis Álvarez, Blanca Martínez y Pilar Ortiz. A Teresa Martínez y José Carral por recogerme las cosas que se me pierden por el monte. A Guillermo por las avellanas y a Cristina por las quesadas y los sobaos. Que me perdone si me he olvidado de alguien.
Titulo: Pasiegos siglo XXI Autor: Iñaki Izquierdo Muxika © © © ©
De De De De
la edición: Cantabria Tradicional S.L., Torrelavega los textos: Eloy Gómez Pellón las fotografías del prólogo: Archivo Zubieta las fotografías del catálogo: I ñaki Izquierdo Muxika, realizadas en los años 2008 y 2009 www.izquierdofoto.com
Tratamiento de las imágenes: Carlos Cánovas Diseño y maquetación: Consultoría Creativa 2ª Edición mayo de 2011 Impresión: Gráficas Campher
ISBN: 978-84-15112-02-0 D.L.: SA-1067-2010 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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Prólogo por Eloy Gómez Pellón Fotografías
Índice fotográfico en miniaturas
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SALUda El valle del Pas es uno de los lugares más maravillosos y representativos de Cantabria. Un territorio de belleza singular, en el que las costumbres y los modos de vida tradicionales han trascendido a la globalización para conformar un auténtico paradigma de la cultura rural en nuestra región infinita, gracias a la personalidad emblemática de sus gentes. Hay muchas y muy curiosas teorías sobre el origen histórico del pueblo pasiego. Personalmente, una de las que más me ha interesado es la de la profesora Carmen Delgado Viñas, autora de un magnífico estudio que sitúa su procedencia en las montañas altas de Suiza y data en la época de la Reconquista y la Repoblación a su llegada a los valles de Cantabria. Esta tesis justifica tanto el perfil físico de los pasiegos, tan diferente al del resto de los cántabros (ojos azules, tez pálida, cabello rubio…), como la habilidad ganadera que siempre les ha distinguido y aún hoy se mantiene como una de sus principales señas de identidad. Mi estrecha vinculación con los pueblos de Cantabria y el contacto permanente con sus gentes a lo largo de muchos años me ha permitido conocer muy bien a los pasiegos. Su fisonomía me resulta tan inconfundible como sus apellidos y me precio de reconocerlos en cualquier lugar del mundo. Pero sobre todo admiro su manera de ser, porque son gente buena y de palabra, grandes trabajadores, extraordinarios negociantes, magníficos ganaderos y habilidosos artesanos. Hombres y mujeres formados en la cultura del trabajo duro, orgullosos de su historia ancestral y guardianes de una parte esencial de la identidad de Cantabria. San Roque de Riomiera, Vega de Pas, Selaya, Luena, Saro, Corvera de Toranzo, Villacarriedo, San Pedro del Romeral, Penagos, Santa María de Cayón, Puente Viesgo, Santiurde de Toranzo y Castañeda. 13 municipios cántabros unidos por una idiosincrasia, la misma que delimita los Valles Pasiegos y que con tanto acierto, belleza y detalle ha ilustrado Iñaqui Izquierdo. En este libro he encontrado el más maravilloso regalo, un paseo inolvidable por lo que fue, lo que es y lo que espero que siga siendo siempre la magia de un enclave único en el mundo, construido durante siglos por la interacción entre el hombre y la naturaleza. Disfruta, amigo lector, de este viaje fotográfico a través de la esencia de un pueblo singular del que Cantabria entera presume y se enorgullece.
Miguel Ángel Revilla Roiz, Presidente de Cantabria
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PRESentación En Cantabria no puede entenderse la naturaleza y el territorio sin el hombre. Y no se puede explicar nuestra cultura y nuestra historia -ni siquiera plantear nuestro futuro- sin tener en cuenta la conservación de nuestro patrimonio sociocultural: auténtica seña de identidad regional. Siempre he creído que las gentes que viven en los municipios rurales de Cantabria, deben disponer de unas infraestructuras y unos servicios dignos y de primera calidad, que los haga atractivos para vivir y trabajar. Por eso veo el Desarrollo Rural como una auténtica “política social” que promueve la desaparición definitiva de las desigualdades, y el aumento del nivel de renta y empleo en nuestros pueblos y comarcas. Éste libro de imágenes, a caballo entre la mirada antropológica y la reflexión artística, supone un excepcional trabajo que desvela los usos, rituales, costumbres y los –a veces sorprendentes- modos de vida de un pueblo milenario: el pasiego; emprendedor como pocos, y adaptado a su medio natural como nadie. Los habitantes de las comarcas pasiegas viven apegados al latido de la tierra que los ha visto nacer y crecer. Son imprescindibles para mantener la fisonomía del territorio; y lo son porque aportan un enorme valor añadido, traducido en empleo, productos agroalimentarios de calidad y servicios y actividades socioculturales singulares. Los pasiegos son hombres y mujeres enraizados en su territorio, pero conectados al mundo, que Iñaki Izquierdo nos presenta con su enorme fuerza documental y expresiva. Espero que disfruten del vigor de esos rostros de mirada limpia e infinita que nos muestran un intenso “paisaje emocional”, y ofrecen al mundo globalizado lo que siempre ha sido este lugar y sus gentes: un territorio con pasado y, sobre todo, con un excepcional futuro.
Jesús Miguel Oria Díaz Consejero de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca y Biodiversidad Gobierno de Cantabria
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PRÓlogo En el año 2003 tuve el honor de realizar el estudio preliminar a una obra inédita de Gregorio Lasaga Larreta, el escritor cántabro que, en la primavera del año 1895, realizó un sorprendente viaje por los Montes de Pas, tratando de responder a la llamada de su proverbial curiosidad y de vencer la nostalgia que le había acompañado desde sus años escolares en el inolvidable colegio de los Padres Escolapios de Villacarriedo. Aquel texto, titulado Los pasiegos, había permanecido dormido en forma de manuscrito durante más de un siglo, de modo que, al cabo del tiempo, veía la luz para deleite de un público interesado en el estudio de las costumbres de la tierra y en la lectura de nuestros escritores regionales. La feliz acogida que tuvo la obra explica que, al año siguiente, en el año 2004, el libro conociera una nueva edición, más generosa aún en ejemplares que la primera, premiando póstumamente el mérito de nuestro escritor de haber sabido capturar el alma pasiega. Decía yo que Gregorio Lasaga fue uno de los grandes retratistas literarios de finales del siglo XIX, y apoyaba mi argumentación en que nos había proporcionado páginas plenas de sensibilidad sobre las gentes de su tiempo, ciertamente que sin pretensiones teóricas ni metodológicas. El texto sigue poseyendo en el presente la misma belleza e idéntico interés que cuando fue escrito, siendo la mejor prueba de cuanto acabo de decir el goce que su lectura reporta en nuestro tiempo. Unos años antes, en 1997, yo mismo había escrito un estudio introductorio, con mucho placer, para una espléndida serie de fotografías de Álvaro Zubieta de singular calidad y de sorprendente riqueza descriptiva. La primera vez que tuve ante mí las instantáneas de Zubieta, logradas en el ecuador del siglo pasado, entre 1940 y 1960, y todas ellas realizadas en blanco
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y negro, me asombré de su fuerza expresiva y, acaso, más aún tratándose de las tomadas en los Montes de Pas. Habían sido realizadas medio siglo después de que Lasaga Larreta viajara por los valles pasiegos y, sin embargo, parecía que el tiempo no había pasado. Las mismas caras y los mismos paisajes suscitan en nosotros análoga sensación. Zubieta no realizó un viaje tan duradero como el de Lasaga, sino que, ocasionalmente, en años sucesivos y sirviéndose de estancias breves, coincidiendo con períodos de receso en su trabajo profesional, fue capturando pacientemente el mundo que se alzaba ante sus ojos. Ambos, Lasaga como escritor y Zubieta como fotógrafo, fueron sinceros y geniales retratistas y, en un caso y en otro, su quehacer pasó casi desapercibido a lo largo de sus vidas. Murieron sin recibir una gratitud que el destino, corriendo el tiempo, agrandó con estimable munificencia. Al igual que sucediera con el libro de Los pasiegos de Lasaga, el de La Cantabria rural, 1940-1960, de Álvaro Zubieta, tuvo una excelente acogida, y hasta dio lugar a una exposición inaugurada el mismo año de la publicación de las fotografías de Zubieta, en la Universidad de Cantabria, en la que el público pudo acercarse a contemplar las instantáneas del admirado fotógrafo santanderino. La exposición se trasladó más tarde a otras salas de la región, como la de la Casa de Cultura de Santoña y la del Ayuntamiento de Reinosa, de modo que en el declinar del siglo pasado, entre 1997 y 1998, todo el mundo pudo admirar la esplendidez de aquellas imágenes. La de la Sala de Exposiciones de la Universidad dio pábulo para que, en el acto de inauguración de la muestra, los intervinientes rindieran un cálido y merecido homenaje al famoso fotógrafo. Más allá de las evidentes diferencias, hay muchas coincidencias entre la actitud de Lasaga y la de Zubieta. Ambos se acercan a la realidad para mirarla desde fuera, sin apenas introducirse en su interior. Por decirlo en términos antropológicos, adoptan un punto de vista etic, es decir, tratan de mirar al otro, distinto y distante, sin perder un ápice de sí mismos. No aspiran a involucrarse en lo que ven, sino que, casi de incógnito, llegan, ven y se van. Contemplan el paisaje y observan el paisanaje guardando, en el caso de este último, una cierta distancia social. Sin embargo, ambos se rinden ante la necesidad de comunicar la experiencia perceptiva. En la obra de Lasaga hay abundante información sobre la organización del espacio en la concepción cultural pasiega, pero hay muchas observaciones acerca de las costumbres, de los valores y de las creencias de los pasiegos, de tal manera que se puede ver a los mismos protagonistas en sus múltiples roles. Y en la obra fotográfica de Álvaro Zubieta ocurre algo parecido. Zubieta cultivó el retrato con esmero, logrando imágenes magistrales y, sin embargo, en contadas ocasiones están posando los protagonistas. Antes bien, están trabajando, cerrando sus tratos de compraventa, trajinando o divirtiéndose, pero no miran al objetivo sino que se hallan absortos en sus quehaceres. Al mismo tiempo, el propio Zubieta plasma el paisaje, mostrándonos la verde hierba de los prados, los cierres pétreos de sus fincas, las rústicas cabañas y las vacas que pastan. Hay otra llamativa coincidencia entre Lasaga y Zubieta, a pesar del medio siglo que los separa en su observación de los pasiegos. Ambos tienen la sensación de que es imperiosa la necesidad de mostrar la impar cotidianidad de estos ganaderos antes de que ésta desaparezca para siempre. Observan a los pasiegos románticamente, como si estuvieran ante unos paisajes
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y unas gentes de ensueño. Se recrean, respectivamente, en la narración y en la imagen. Fue muy propio de los escritores costumbristas decimonónicos acercarse a las costumbres rurales, como sucedáneas de las primitivas, cual si se tratara de un objeto único, a menudo idealizado hasta la saciedad. Tienen la necesidad de ofrecer a sus lectores un texto sorprendente, imaginando que éstos lo leerán con un asombro que es el mismo que el que ellos han sentido. Lasaga dirá explícitamente, al poco de empezar su texto, que los pasiegos constituyen la singularidad, la diferencia, quizá la alteridad, mejor que los habitantes de ninguna otra parte de lo que hoy es Cantabria. Y es, justamente, esta otredad la que mueve la pluma de Lasaga. En el caso de Álvaro Zubieta sucede algo parecido, aunque no de manera tan nítida. Él se acerca a los valles pasiegos, sintiéndose seguro de que la transformación de los mismos es inminente. Allí viaja, como era costumbre en él, cuando llega el fin de semana y el tiempo es propicio. Lo hace para capturar instantáneas muy pensadas, en las que invierte a veces horas. Zubieta disfrutaba con su trabajo tanto que, frecuentemente, regresa de su viaje al campo con unas pocas fotografías, y hasta sin ninguna. Es más que probable que la carestía de los productos fotográficos y la inversión en tiempo, sean variables de gran importancia en su toma de decisiones. La costumbre de nuestro fotógrafo de salir al campo no era distinta de la que existía, desde tiempo atrás, en otras partes de Europa entre sus colegas. Era una actitud un tanto pasional, heredada de los viajeros y escritores del siglo precedente, en la que primaba la emoción del encuentro con la naturaleza y con el alma popular. Ciertamente que había otros muchos aspectos que unían a Lasaga y a Zubieta. Para ellos, los pasiegos no son la única unidad de observación. Lasaga escribió acerca de Cantabria en varias ocasiones. Y Zubieta recorrió la región entera persiguiendo sus encuadres preferidos. De alguna manera, también Lasaga buscó determinados “encuadres” en su literatura. Ahora bien, la pluma de este último y la cámara del primero prestan especial atención a los valles pasiegos, en los cuales obtienen excelentes documentos que hoy nos sirven para ilustrar nuestro conocimiento de las gentes de los Montes de Pas. Ahora tengo la oportunidad de prologar un libro que contiene una serie de 82 fotografías inéditas, dotadas de una acusada plenitud técnica y de un altísimo valor documental. Tal serie está llamada a convertirse en un revelador testimonio de la vida en los Montes de Pas a finales de la primera década del siglo XXI. Su autor, Iñaki Izquierdo, ha reunido las fotografías, al igual que en los casos anteriores, después de haber acumulado una notable experiencia en campos cercanos y afines al que cultiva en esta ocasión. Como les sucedió a Lasaga y a Zubieta, su trabajo se inserta en el seno de una trayectoria ascendente y meritoria. Ahora bien, Iñaki Izquierdo está dotado de una sólida formación universitaria que le llevó a licenciarse en Ciencias de la Información en la Universidad del País Vasco hace dos décadas. Impulsado por idéntica curiosidad que la de los autores que he referido más atrás, este fotógrafo vasco ha ido descubriendo los mundos que estaban a su alcance y también alguno, como el de los valles pasiegos, que se hallaba a una considerable distancia del medio habitual en el que desenvuelve su profesionalidad y su indagación social.
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Iñaki Izquierdo nació en los años sesenta y su vida ha sido inseparable de la margen izquierda del río Nervión. Testigo privilegiado de la desindustrialización de esta parte del País Vasco, observador certero de la gran transformación que han experimentado las poblaciones que, en otro tiempo, fueron referentes inexcusables de la actividad siderometalúrgica vizcaína y cuna de la industrialización del norte de España, es uno de los grandes cronistas del magno proceso de cambio acontecido en el entorno bilbaíno. No en vano, Iñaki Izquierdo es el autor del medio centenar de fotografías que, vistas en sucesivas exposiciones del País Vasco, de Cataluña y de otros lugares, han recibido la alabanza de la crítica, al tiempo que resultaban unánimemente elegidas como certeros exponentes de una realidad que, a menudo, es insuficientemente conocida. A decir verdad, Iñaki Izquierdo debutó en el cultivo de la fotografía con un tema que resultaría asociado a su quehacer durante años. Es la toma de imágenes en contextos mineros de Vizcaya la que nos muestra el interés inicial de su autor por todo cuanto tiene que ver con la industrialización del País Vasco al socaire del colosal desarrollo minero. El mineral de hierro arañado en las generosas vetas de las Encartaciones y de otros lugares se convertía en la materia prima que fundían los Altos Hornos de Baracaldo y de Sestao. Él mismo alcanzó a conocer no solamente los estertores de la minería vizcaína sino también el ambiente fabril de estas poblaciones de la margen izquierda del Nervión, donde muchos miles de operarios hacían posible cada día la actividad de las numerosas empresas vascas. Mejor aún, debido a su edad, tuvo la oportunidad de contemplar aún el proceso que, finalmente, abocó al nacimiento de las nuevas y dinámicas urbes postindustriales que, en nuestros días, lustran la magnífica modernidad del País Vasco. Después de lo dicho, se deduce que Iñaki Izquierdo estaba llamado a participar en otras empresas, seguramente que sin olvidar las previas y valiéndose para ello de la garantía que le proporcionaban sus éxitos. El trabajo contenido en este libro es una muestra inequívoca de cuanto estoy señalando. Saliendo de su medio habitual, el fotógrafo se acerca a la vecina región de Cantabria, aprovechando el conocimiento que le proporcionan algunas incursiones previas. Y lo hace para plasmar el modo de vida de los habitantes de los Montes de Pas. Curiosamente, no fueron pocos los naturales de esta parte de Cantabria los que, en sucesivas generaciones, salieron de sus valles y, dejando atrás la ganadería, su característica forma de vida, se convirtieron en mano de obra asalariada en las fábricas vizcaínas. Ello nos hace pensar que no se trata de escenarios por entero disociados. En esta ocasión, el autor de las fotografías ha querido mostrarnos el recóndito mundo de los lugareños de los Montes de Pas, enseñándonos cómo viven y cómo conviven. Las instantáneas de Iñaki Izquierdo nos trasladan, con encomiable realismo, a los escenarios cotidianos de los pasiegos de nuestros días. Conservando algunos de los rasgos de su cultura tradicional, los inevitables efectos de la globalización también están muy presentes, dando vida a una simbiosis que es la misma que hallamos en cualquier parte del mundo. Ahora bien, de ninguna manera podría sostenerse que los Montes de Pas no han sido sensibles a las innovaciones con anterioridad. Es, justamente, al revés: ésta es una de las áreas de la región que ha dado mayores muestras de cambio en el transcurso de los últimos siglos. En ninguna otra parte del sur de Cantabria hallaremos una transformación del paisaje similar a la operada en
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los Montes de Pas desde el siglo XVII, y aún desde antes. Los verdes prados pasiegos ganados a los bosques se convirtieron desde entonces, poco a poco, en una fuente permanente de recursos ganaderos. A partir del siglo XVIII, la transformación se hará cada vez más intensa, al mismo tiempo que una raza vacuna autóctona, la pasiega, mostrando una poderosa fuerza adaptativa, se convierte en la clave de un sistema económico asentado sobre las permanentes “mudas” de la familia pasiega, tratando con ellas de explotar lo más intensivamente posible la hierba de los frescos prados. En las imágenes de Iñaki Izquierdo se aprecia con nitidez la organización del espacio en los Montes de Pas. Desde el fondo de sus valles hasta la cima de los montes, los prados cerrados con pared seca se van sucediendo interminablemente. A menudo, cada uno de ellos posee la superficie idónea para cobijar una cabaña, que se constituye en el último elemento de la triada inequívoca de ese bello paisaje pasiego. Las cabañas comparten una particularidad, cual es que la fachada, casi siempre, se halla en el hastial, es decir, bajo el ángulo que forma el encuentro de las vertientes del tejado. El tejado es, las más de las veces, de lajas de piedra que los pasiegos denominan “lastras”. Regularmente, saliendo del fondo de los valles, la montuosidad del terreno permite que el acceso de los moradores a la cabaña se realice a través de una escalera de patín, cuya culminación constituye la entrada a un rústico balcón que, a su vez, permite el ingreso en el pequeño espacio de habitación, compartido con el almacén de la hierba, o con el payo como lo llaman los pasiegos. En la planta baja se guardan los ganados, mientras permanecen estabulados, y también los aperos y los cachivaches. Un innegable principio de funcionalidad rige el uso de estas cabañas, aunque, como no podía ser de otra manera, a él se supedita otro de precariedad o de provisionalidad. La familia que mora en ellas dispone de lo necesario, y nada más que de lo necesario, para vivir. Ciertamente que tratándose de las cabañas de los fondos de los valles, ésas en las que la familia pasa una parte sustancial de la invernada, las condiciones son muy diferentes. Estas cabañas, que los pasiegos califican como vividoras, son más confortables, tanto por su tamaño como por los medios que albergan. La provisionalidad de las cabañas de tránsito se sustituye aquí por la búsqueda de una cierta perennidad en el uso del espacio habitado. El resultado final es que, tras recorrer el largo circuito de cabañas que se distribuyen por los distintos niveles ecológicos del valle, la familia recala en la cabaña vividora, la más abrigada y desahogada de todas, para volver a empezar cuando lleguen los primeros días que anuncian la luz de la primavera. Es entonces cuando los caminos pasiegos se llenan de transeúntes y, en ocasiones, de familias enteras que participan en la “muda”, valiéndose de los mulos y de los animales que tienen a mano, para que, gracias a la cooperación de sus miembros, sea posible el traslado de los pertrechos de una cabaña a otra. Cualquiera que contemple los valles pasiegos, todavía en el presente, podrá ver cómo las vacas siguen constituyendo el abnegado modo de vida de sus habitantes. Realmente, la comunión que forman los moradores de la cabaña y los ganados es la auténtica expresión de esa sencilla economía. Como puede apreciarse en las fotografías de Iñaki Izquierdo, son frisonas, o “pintas” como las llaman los pasiegos. Hace más de medio siglo que dejaron de verse las vacas pasiegas en los prados de los Montes de Pas. A decir verdad, la vaca pasiega empezó a languidecer en los años sesenta del siglo XIX,
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cuando progresivamente fueron dejando su paso a las vacas alpinas, “suizas” que se incorporaron a los valles pasiegos gracias a sus mejores aptitudes lecheras. Sin embargo, muy pronto, comenzando aún el último cuarto de aquel siglo, estas últimas, a su vez, fueron sustituidas por las frisonas procedentes de los Países Bajos. En estos valles, de lomas y de suaves puertos, la nueva raza acabaría por fundirse con el paisaje y por convertirse en el ganado por antonomasia de los ganaderos pasiegos. Este ganado, sin embargo, al revés que el autóctono y el alpino, precisaba una estabulación mayor. Protegido de los accidentes meteorológicos y de los fríos de la noche en las sencillas cabañas, se convirtió enseguida en una magna fuente de réditos, gracias al inagotable pasto verde que se desparramaba por los empinados prados de los Montes de Pas. El singular nomadismo pasiego inhibe la agricultura, como no podría ser de otra manera. Todo el sistema pasiego se asienta sobre la estrategia ganadera que se ampara en una doble especialización: la ganadera por un lado, con preferencia de la especie bovina sobre las demás, y la productiva por el otro, al privilegiar la producción láctea sobre todas las demás. Esta especialización explica el éxito de una raza vacuna, la frisona, en el último cuarto del siglo XIX, y es la que permite entender la enorme producción láctea de los valles pasiegos, ya en esta época, y su progresivo incremento durante el siglo XX. Todo ello sin menoscabo del complementario papel de otras especies ganaderas, como la ovina y la equina, las cuales se funden con las razas ganaderas para formar el característico rebaño heteróclito de los Montes de Pas. Tan pródiga producción láctea habría de convertirse en el hecho fundamental que coadyuvó a la instalación de una poderosa industria láctea, la Nestlé, a los pies de los valles pasiegos, indefectiblemente unida en el correr de los años a la comercialización de la leche en Cantabria. Por entonces, los reputados ganaderos pasiegos eran, sin duda alguna, los mejores conocedores de los secretos de los derivados lácteos que han dado justa fama a los pasiegos y a las pasiegas como expertos artesanos de la elaboración del blanco y cremoso queso de cerbellán, de las sabrosas quesadas, de los sobaos y de todo un largo repertorio de productos salidos de los fecundos valles del río Pas. Las fotografías de Iñaki Izquierdo nos muestran a hombres vigorosos portando enormes cargas de hierba, a veces valiéndose de la característica velorta, es decir, de la vara de fresno con la que se envuelve la carga de hierba, o de los rudimentarios cuévanos. A otros que, sirviéndose de los équidos arrastran la hierba mediante la no menos típica trapa. Son todos ellos útiles que el tiempo ha sedimentado después de haber servido a generaciones de pasiegos en una tierra escarpada, de accidentados prados. Vemos también a hombres que siegan con las afiladas guadañas en las pendientes laderas, y a otros que esparcen y voltean la hierba que, tras ser abatida, se convertirá en el heno que consuma el ganado cuando llegue el frío del otoño. Observamos a mujeres sudorosas que, tras realizar el duro trabajo del campo, se encargan de preparar la comida, de lavar y de tender la ropa, de criar y de cuidar a los pequeños, de hacer las labores del establo y de una larga nómina de tareas cotidianas. Y se ve a niños que, tras acudir a la concentración escolar de la comarca, participan activamente en las “mudas” y ayudan a transportar la leche. Cuando llega la noche, estos escolares también realizan, con mayor o menor diligencia, sus deberes escolares. Todavía hoy, a lo largo de curso, cambian varias veces de cabaña en compañía de su familia, convertidos en auténtica excepción en el espacio educativo europeo.
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La vida de los pasiegos es marcadamente familiar y, al mismo tiempo, de aparente soledad, salvando la presumible contradicción. Las cabañas pasiegas integran un poblamiento marcado por su acusada ultradispersión. Cada familia vive un tanto alejada de las otras. Sin embargo, las sendas y los caminos, encharcados cuando llega la lluvia, constituyen puentes que unen las islas de soledad. A la vista de este hecho, alguien pudiera pensar que los pasiegos tienen una discreta vida social y, sin embargo, quien así lo crea se equivoca. En las praderas, como llaman los pasiegos al conjunto de prados de una ladera, hay una vida social que nace de los encuentros de los moradores de sus cabañas. Los miembros del hogar se unen periódicamente al resto de la familia y, de modo especial, celebran los inevitables ritos de paso, empezando por los bautizos y los entierros y siguiendo por los días de la Primera Comunión. En momentos tan señalados como estos últimos, los niños llegan a la iglesia con sus inmaculados zapatos, cual si no se hubieran desplazado desde la lejana cabaña y, al terminar la ceremonia, toda la familia se funde en un abrazo y en un festejo. Pero los pasiegos también “bajan a la plaza”, van al mercado o a la feria y, cuando llega el domingo, las muchachas y lo muchachos acuden a las cabeceras comarcales para divertirse. Otros jóvenes adquieren su formación superior en Santander o en otras ciudades y muchos adultos trabajan en la industria o en los servicios de las poblaciones cercanas, sin que el modo de vida de sus familias constituya un impedimento para salvar los peajes de la vida moderna. Después de todo lo dicho hasta aquí, se entenderá mejor que la explotación de los recursos de las familias pasiegas se organizan a partir de la existencia de una serie de unidades productivas, a las que podemos llamar prados o fincas, dotadas de total autonomía. Cada prado cercado, capaz de albergar una cabaña, acaba funcionando como una unidad dentro del característico sistema rotatorio de explotación. Así se entenderá también que, llegado el momento del retiro de los padres, haya sido frecuente que, mediante una donación inter vivos, éstos pongan en las manos de los hijos los correspondientes prados, a través de un reparto o escoge ordenado, pero reservándose para sí el usufructo que haga posible su desahogo en el transcurso la vejez. Ahora bien, mientras la tierra es objeto de la herencia, en tanto que se trata de un patrimonio reunido gracias al trabajo de todos los miembros de la familia, no sucede lo mismo con el ganado, que es percibido como exclusivo patrimonio de los padres y, sólo complementariamente, de los hijos solteros que conviven con los progenitores dedicados a la ganadería. La compraventa del ganado, excluidas las cabezas que, ocasionalmente, pueden ser donadas a estos hijos solteros, constituye un nuevo recurso de los ancianos en la vejez. Es evidente que se trata de un modo de vida, el de los ganaderos pasiegos, difícilmente compatible con las comodidades materiales que demandan la vida moderna. Durante generaciones los pasiegos encontraron en la vida urbana de la plaza, es decir, de la pequeña villa pasiega, el marco idóneo de los servicios que precisaban. La villa acogía el mercado semanal y el comercio estante, las oficinas de la Administración, tales como las municipales, el servicio médico y las oficinas bancarias. Los hombres se encargaban de realizar las transacciones mayores y las gestiones administrativas y las mujeres del mercadeo de menor entidad, de acuerdo con la distribución de los roles en la organización social al uso. Unos y otros aprovechaban, y aún aprovechan, los breves viajes a la plaza para cultivar una imprescindible sociabilidad, tejida a través de los contactos con los
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parientes, con los vecinos y con los amigos, tanto en la propia plaza como en el camino hacia la misma. Esta sociabilidad ha sido el oportuno contrapeso a una vida familiar y, al mismo tiempo, aparentemente solitaria, desarrollada en un largo periplo anual, a través de una larga sucesión de cabañas, en la cual los vecinos raramente se repiten. La vida de estos habitantes de los Montes de Pas se halla recogida magistralmente en las instantáneas de Iñaki Izquierdo, convertidas, como el mismo paisaje pasiego, en auténtico patrimonio cultural. Sus fotografías, llenas de sensibilidad, rezuman un admirable realismo que contribuirá al uso y el disfrute del lector y, complementariamente, a cultivar su espíritu y a educar su ser. La Consejería de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca y Biodiversidad que dirige Jesús Oria, se arroga el mérito de la publicación de este espléndido libro de imágenes del paisaje y de las gentes de los Montes de Pas, a modo de nuevo hito en la edición de obras imperecederas sobre esta comarca de Cantabria que han ido viendo la luz en nuestra región. La satisfacción que sentirán los protagonistas de las fotografías al verse retratados para la posteridad en las páginas de este libro es compartida por mí que, complacido, me honro con escribir estas líneas a modo de prólogo.
Eloy Gómez Pellón Catedrático de Antropología Social Universidad de Cantabria Santander, 23 de abril de 2011, día del libro.
Fotografías cedidas por la familia Zubieta
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