ENERO 2023 | NÚMERO 14
Fo to: Archivo Pa labr a
Enero 2023 / Número 14
Semillas bajo la nieve
Vendrá el tiempo —lección circular de vida— donde el deshielo dé paso a la primavera y de nuevo florezcan las palabras, esas semillas que fueron sembradas en la hoja en blanco, entre el frío transparente de sus cuatro paredes: cubo de hielo que contiene la idea ante el arribo del fuego nuevo.
Muchas veces las circunstancias obligan a ello, a resguardar la esperanza, el honor y la lealtad a uno mismo —defendiendo lo que se hace, resultado de lo que se piensa—, ante vastos escenarios de oprobio y esterilidad, como hoy los castillos de paja se levantan para dar cabida al clan selecto, a la mafia afín, a la tribu bifronte… en un orden que evidencia el deshonor de lo parcial y alimenta el granero con las huestes de la cabezonería más enana.
En esta estación temprana, acusada de nubarrones administrativos, sólo se ve aletear el inmoralismo de un manto apolillado, comodidad abierta a los pulgones de toda índole.
Si tomamos a la servidumbre como maestra de la Cultura, tengamos la convicción que, cuando la borrasca dé paso a la luz —y la precisión sea una herramienta al uso, no sólo la medida del interés—, el día de mañana nos interrogaremos: ¿Quién es la paja y quién el trigo?
Y quien tenga el oído fino, no le será difícil escuchar que la “respuesta está flotando en el viento”, como lo sugirió Bob Dylan.
Si la política se degradó a la solemnidad de la “misericordia”, que la Cultura no se permita ser la expresión decisiva de la servidumbre, imitando el cinismo del tiempo presente. Resguardemos, pues, unas cuantas valiosas semillas bajo la nieve.
R.S.
Director General Arturo López Juan
Director de Información Enhoc Santoyo Cid
Director Editorial Gerardo Sánchez García
Gerente Administrativo Alfredo Tapia Burgoin
Coordinadora de Publicidad Ma. Del Socorro Encarnación Osuna
Coordinadora de El Vigía Digital Sandra Ibarra Anaya
Editor PALABRA Rael Salvador Corrector Manuel Quintero
Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua
/ Gabriel Trujillo Muñoz págs. 3 a 6
Respuesta al discurso de ingreso de Gabriel Trujillo Muñoz a la Academia Mexicana de la Lengua / Felipe Garrido págs. 7 a 9
A propósito de Spinoza / Fernando Mancillas Treviño págs. 10 a 12 El concepto de historia en Octavio Paz / Carlos Mongar págs. 13 y 14 Territorios literarios / Óscar Ángeles Reyes págs. 15 y 16
El Diablito / Enrique Velasco Santana pág. 16 Calendario ECA 2023 / Enrique Botello pág. 17 Ángel Valrá. Referencia obligada en la plástica de Baja California / Jeanette Sánchez págs. 18 y 19
Agravio, en Tijuana, contra una obra de arte monumental / Carlos-Blas Galindo págs. 20 y 21
Las librerías de mi vida / Alberto Manguel págs. 22 y 23
José Javier Villarreal: Poeta de provincia / Rael Salvador pág. 24
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raelart@hotmail.com / editores@elvigia.net
Diseño Editorial Arturo Corpus Fotograf ía Enrique Botello
Colaboradores
Carlos Mongar, Sergio Gómez Montero, Gabriel Trujillo Muñoz, Federico Campbell (†), Daniel Salinas Basave, Leobardo Sarabia, Santiago M. Zarria, Manuel Quintero, Enrique Botello, Héctor García M., Óscar Ángeles R., Fernando Mancillas T., Iliana Hernández Partida, Jazmín Félix, Herandy Rojas, Francisco Moreno, Fernando Reyes Trinid, Joatam de Basabe, Iván Gutiérrez, Rubén Rivera, Miguel Lozano, Carlos-Blas Galindo, Alberto Manguel, Janette Sánchez, Martín Caparrós, Alfonso Lorenzana, Marcela Danemann, Eduardo Flores Campbell y Felipe Garrido.
Corresponsales en el extranjero
Ferdinando Scianna (Italia); Cony Mollet-Sigüenza (Francia); Ramón Ángel Acevedo, “Rakar” (Chile); Patrick Liotta (Argentina); Héctor García Mejía (Los Ángeles).
Corresponsal en Tijuana Enrique A. Velasco Santana
Dirección: Av. López Mateos, No. 1875. Ensenada, Baja California. México. Teléfonos para publicidad: 120.55.55, extensión 1023.
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HORACIO ENRIQUE NANSEN: CENTRO Y PERIFERIA
Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Leng ua
POR GABRIEL TRUJILLO MUÑOZ*
Don Gonzalo Celorio, director de la Academia.
Estimados miembros de la Academia Mexicana de la Lengua, amigas y amigos: Agradezco, en todo lo que vale, el que se me haya invitado a formar parte de esta noble institución, institución que da lustre a nuestro idioma y es garante de su vitalidad y fortaleza. Soy gente de frontera, mexicalense, mexicano del norte, y estoy aquí, ante ustedes, para ofrecer mi discurso de ingreso, que trata sobre Horacio Enrique Nansen, un poeta igualmente fronterizo.
La literatura bajacaliforniana ha tenido, a lo largo de los siglos, protagonistas de altura, poetas, narradores y ensayistas que han dado, según sus respectivas épocas y circunstancias de vida, una lección común: no importan las vicisitudes de vivir en la periferia del país, de habitar las lejanías fronterizas del norte mexicano, mientras se pueda hacer de la escritura una fuente de conocimientos e identidades el espíritu literario perdura. Desde que se fundaron los poblados de Ensenada, Mexicali, Tijuana o Tecate, siempre hubo practicantes entusiastas de la poesía, el cuento o la novela, hombres y mujeres dispuestos a soñar despiertos mientras sus pueblos se iban convirtiendo en prósperas ciudades, mientras la literatura que creaban se presentaba de viva voz en tertulias sociales, en centros escolares, en ceremonias cívicas. En estas soledades, donde la cultura anglosajona y la latinoamericana se mezclaban, donde la creación
literaria parecía llegar ineludiblemente de fuera, nuestros escritores tuvieron que lidiar con un clima social difícil para el ejercicio de las artes, para el reconocimiento de sus textos entre su propia comunidad.
Durante la primera mitad del siglo XX, estos esfuerzos terminaron en las páginas de periódicos y revistas de vida efímera, ya que pocos de nuestros escritores lograron publicar libros que reunieran su producción literaria. Las excepciones son El negrito poeta mexicano (1918) de Héctor González, Palos de ciego (1923) de Facundo Bernal y Helicónidas (1928) de Florentino Pereira Ocejo. Con la transformación del Territorio Norte de la Baja California en estado libre y soberano de Baja California en 1952, el cambio también repercute en la creación artística y especialmente en la imaginación literaria. Nuevas generaciones se suman a la estirpe de los literatos de la entidad y así van apareciendo y agrupándose autores de la talla de Fernando Sánchez Máyans, Pedro F. Pérez y Ramírez, Miguel Ángel Millán Peraza, Rubén Vizcaíno Valencia, Valdemar Jiménez Solís y Jesús Sansón Flores, entre otros.
Este cambio se gesta en las postrimerías del gobierno del presidente Miguel Alemán Valdez, cuando éste tuvo a bien pedirle al Congreso de la Unión la creación del estado 29 de la federación mexicana: el estado libre y soberano de Baja California, que fue instituido el 16 de enero de 1952. Este parteaguas en la vida política de la entidad se tradujo en una transformación impetuosa e irreversible. No fue sólo el cambio de un territorio a un estado, sino el inicio de la fundación
de instituciones básicas, de carácter local, que pusieron en marcha una serie de procesos sociales y culturales como no se habían dado antes en tal cantidad y con tal envergadura.
Por vez primera, Baja California dejaba de ser una entidad controlada directamente desde el despacho presidencial y el gabinete en turno, y comenzaba su largo proceso de autonomía y democratización que la haría un ejemplo a seguir en las décadas siguientes. En la página editorial de la revista Siempre! (12-IX-1953), en un texto sin firma titulado “Nuestra herencia a Baja California”, se decía que su evolución era, sin duda, “un esfuerzo heroico de lucha permanente contra la inclemencia del medio y la voracidad extranjera. Generaciones a quienes el preocupado país olvidó casi siempre y abandonó con frecuencia, persistieron en un mexicanismo admirable y lograron, a veces con las armas en la mano, conservar para la patria esa porción de su territorio”
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Y es aquí, en estos primeros años del estado libre y soberano de Baja California, que ubicamos la vida y obra del poeta Horacio Enrique Nansen Bustamante. Nacido en Empalme, Sonora en 1938, la familia de Nansen emigró a Mexicali cuando él era niño, siendo en esta población donde hizo sus primeros estudios, empezó a escribir y publicar, antes de trasladarse, a principios de los años sesenta, a Guadalajara, donde murió en 1963. Horacio Enrique fue un creador que, en sus escasos 24 años de vida, estuvo a la vanguardia del quehacer poético regional. Hay que empezar diciendo que Nansen, en Mexicali, vio la luz primera: no la del nacimiento sino la de la conciencia. El núcleo de su niñez y adolescencia en pleno desierto lo hicieron un defensor empecinado de esta ciudad que había adoptado como suya. En su poema Grito de sal: la epopeya de Mexicali (1962), texto fundacional de una poesía que es crítica y exhorto a la vez, visión descarnada de la identidad mexicana en su raigambre periférica, Horacio le canta a una ciudad en crisis: el Mexicali fronterizo, la urbe agrícola que está sufriendo la salinización de las tierras de cultivo por causa de la sal que le envían, por las aguas del Río Colorado, los estadounidenses. Este conflicto local se vuelve internacional y Nansen decide tomar cartas en el asunto por medio de una poesía contestataria y reclamante.
Pero para entender el filo de sus versos, el grito de sus palabras, hay que ofrecer el mínimo contexto de su escritura. Estamos a principios de los años sesenta, donde un poeta fronterizo como Nansen debe probarse como joven promesa de las letras, en una época signada por la carrera espacial, el muro de Berlín y la revolución cubana, cuando Latinoamérica era un hervidero de ideas en pugna y protestas sociales al alza. Un mundo que cada vez suscitaba más su atención, porque ya entonces nuestro autor era un escritor ávido de novedades, presto a tomar bando por la justicia en el horizonte de sus días. Un joven que no perdía ninguna oportunidad de crecer como poeta, de absorber las experiencias de los demás para madurar más de prisa, con los ojos bien abiertos, con la lucidez del que tiene hecho ya su propio juicio sobre todo y sobre todos.
“Desde que se fundaron los poblados de Ensenada, Mexicali, Tijuana o Tecate, siempre hubo practicantes entusiastas de la poesía, el cuento o la novela, hombres y mujeres dispuestos a soñar despiertos”
Nansen comenzó a incursionar en el periodismo, primero en el ABC, bajo la tutela del poeta michoacano Jesús Sansón Flores, y más tarde
Fo tos: Cortesía
residencia de Guadalajara había escritores como Arturo Rivas, Elías Nandino, Ernesto Flores, Amelia Guerra, Artemio González, Guillermo García Oropeza, Felipe Garrido y Patricia Medina, entre muchos otros, que estaban poniendo su grano de arena para que la cultura jalisciense estuviera a la altura de la mejor de México. En esa causa, Nansen también contribuyó con sus cantos de vida y sus artíc ulos culturales. Para él, su estancia allí era un paso hacia horizontes más amplios, una etapa de preparación hacia cimas mayores en la literatura nacional. Mientras estuvo en Guadalajara, nuestro poeta fue cofundador, junto con Edmundo Domínguez Aragonés, de Opinión cultural, un suplemento dedicado a difundir la cultura en la perla tapatía por parte del periódico Opinión.
en El Mexicano, con el apoyo del narrador colimense Rubén Vizcaíno Valencia. En ambos diarios habría de publicar sus artículos de opinión y sus poemas. En aquellos tiempos, cada joven literato bajacaliforniano debía buscar su espacio de realización en el estado o salir a encontrarlo en las ciudades del interior del país. Los destinos obvios eran Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Nansen escogió Guadalajara, la Perla tapatía, la metrópoli que conservaba mucho de pueblerina, de provinciana en sus modos sociales, pero que contaba con una vida cultural mucho más intensa que la de Baja California. Por eso la decisión de partir fue fácil para él. El futuro estaba en horizontes artísticos más amplios y más desafiantes.
Cuando Enrique Nansen llegó a Guadalajara, gran parte de los autores más reconocidos no vivían en la capital de Jalisco: muchos de ellos se habían trasladado a la Ciudad de México a trabajar en la burocracia mexicana, a ser editores o a impartir talleres y cursos para sobrevivir. Tanto Agustín Yáñez como Juan Rulfo, Juan José Arreola y Antonio Alatorre seguían manteniendo fuerte vínculos familiares con su tierra natal, pero su trayectoria literaria se daba en la capital del país. Eso no significa que no hubiera, a fines de los años cincuenta y principios de los años sesenta del siglo pasado, un núcleo de poetas, narradores y ensayistas que se habían mantenido fieles a la Perla tapatía.
En los tiempos en que nuestro autor hizo su
Frente a la prensa tradicional del Jalisco de aquel entonces, la labor de Nansen en la Opinión cultural fue una apertura a otras formas de escribir poesía y pensar la literatura y el arte, más acordes con los tiempos que se vivían, en un México de revueltas campesinas, huelgas reprimidas por elementos policiacos y una juventud que iba pasando del rebelde sin causa a los movimientos contraculturales, a la toma de conciencia política ante la necesidad impostergable de democratizar al país. En este ambiente, Horacio Enrique ya avizoraba el salto hacia la Ciudad de México. Pero su misteriosa caída de un edificio de departamentos de la avenida López Cotilla, en el centro de Guadalajara, truncó sus planes de irse a vivir a la capital del país. A la fecha, todavía se sigue especulando si su muerte fue suicidio, accidente o asesinato.
Para acercarse a la obra literaria de Horacio Enrique hay que empezar con Grito de sal: la epopeya de Mexicali, escrito un año antes de su muerte y del que aún se discute si fue escrito en esta ciudad fronteriza o en la Perla tapatía. Este poema es, sin duda, el más conocido de su producción poética. Texto épico, de largo aliento, que puede ser considerado, a simple vista, un texto circunstancial, basado en un hecho histórico de índole regional que poco dice a las generaciones actuales. Pero su importancia es otra: estamos aquí ante uno de los primeros poemas que manifestaba, en forma estentórea, el conflicto entre centro y periferia que tan poco se ha estudiado en la literatura nacional y que, sin embargo, latía en la obra de nuestro poeta como el eje de su idea del mundo, como el centro de su visión entre lo dominante y lo olvidado, entre lo privilegiado y lo injusto. No es, el poema de Nan-
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sen, una simple loa a la provincia mexicana, sino la revelación de un problema que no se quería resolver en el centro del país, en los círculos del poder. Un poema que protestaba ante el centralismo de nuestra nación y que señalaba, como la revista Siempre lo había recalcado en 1953, que la frontera bajacaliforniana, mexicalense, era una región que “el preocupado país olvidó casi siempre y abandonó con frecuencia”. Desde tal perspectiva, este poema es un reclamo, un exhorto, una reivindicación de lo mexicano desde la frontera norte. Y el interlocutor no es otro que el espíritu nacional, que el país en su totalidad, pero cuyo corazón es la capital de la república, a tres mil quinientos kilómetros de distancia:
¡México!
Escucha...
En algún punto cardinal del mapa, aprisionado por la geografía en la desolación de tus fronteras, a la intemperie de cincuenta grados de un calor que florece algodonales, cerca del Yanqui que le corta el agua, lejos de tu interés y de tus Sanborns y tu Torre Latinoamericana, hay un pueblo que vive, que labora y envía los impuestos de tus lujos aun haciéndole falta a su agonía el agua que te sobra de la lluvia.
Es un pueblo profundo, pueblo angustia sudor de Kino y voz de Salvatierra; pueblo que está luchando todo el tiempo contra un cielo que nunca tiene nubes, contra la arena que se bebe el agua, contra la piedra que destruye arados, contra el calor y el frío, contra el tiempo, contra el odioso “dumping” neoyorkino, contra la protección de los bastardos que le impones como gobernantes y le hunden más y más en la miseria, contra el olvido en que le tienes siempre; pueblo que lucha y te recuerda lejos desde el límite mismo del oprobio, que siembra el alma en el desierto estéril ¡para poder decir: “soy mexicano”!
Como el famoso poema “Epílogo” (1926), del poeta afroamericano Langston Hughes, donde sobresale su verso final: “Yo también soy América”, en el poema de Nansen se repite la misma situación espiritual: la voz poética habla desde la frontera distante, pero no sólo para quejarse de
la situación vivida, experimentada, sino para avisar que esta región es, por más mitos negativos que sobre ella pesen, mexicana en su integridad, mexicana en su querencia. Yo también soy México, era lo que su poema manifestaba desde la lejanía geográfica, desde la cercanía cultural. Tal vez por eso, Grito de sal es una obra lírica que, con los años y el cambio de siglo, ha devenido en un poema comunitario, que ha sido adoptado como parte de aquellos textos que inspiran y que crean un sentimiento compartido, un ánimo de lucha, una protesta a viva voz. Y en ese sentido, al leerlo con cuidado, aparece una influencia visible en su escritura: la poesía del sevillano Antonio Machado. Y sobre todo, el poemario que lo dio a conocer entre sus compatriotas: Campos de Castilla (1912). En esta obra, Machado, como un hombre que ama a su tierra, lo demuestra exponiendo la situación real por la que está pasando esta provincia española a principios del siglo XX: es una visión descarnada de un mundo pobre, de una tierra que ya no puede ofrecer los frutos de antaño.
Y lo mismo puede decirse de la postura radical de Horacio Enrique Nansen en Grito de sal, cuyo tono crítico pocas veces había sido escuchado en la literatura bajacaliforniana de su tiempo y cuyo tema primordial es describir el deterioro del campo fronterizo, de las tierras antes fértiles y luego estériles del valle de Mexicali, una región agrícola afectada por la salinidad de las aguas del Río Colorado. El poema de Nansen es una visión igualmente desconsoladora, que muestra la mis-
ma rabia contenida, el mismo gesto de dolor que el del poeta castellano. El centro del poema es, como en el caso de Campos de Castilla, una exigencia moral por parte del poeta, quien se erige en la conciencia de su provincia, en el portavoz de su comunidad en pleno desastre.
Cincuenta años después de que don Antonio escribiera su manifiesto sobre la situación de Castilla, Horacio Enrique toma este discurso y lo adapta a su propio campo de vida y de trabajo: el valle de Mexicali, que de ser un emporio agrícola se había vuelto una sombra de lo que antes era: una tierra enferma, herida, salitrosa, por lo que el poeta decide defenderla de la única manera que tiene en sus manos: con la palabra escrita, con versos que son alabanza de su aldea y crítica de la corte. Un texto que sigue siendo, entonces como ahora, tan pertinente, tan actual, tan dolorosamente veraz en lo que dice de nuestra situación en el mundo, tan incisivamente lúcido acerca de lo que es vivir en la frontera norte de México. La lección de don Antonio Machado fue puesta en práctica por un poeta bajacaliforniano que compartía con el bardo español su sed de justicia, su hambre de dignidad provinciana, sus ganas de decir las cosas por su nombre. Grito de sal es, por ello, una piedra miliar en la poesía de la frontera desde la frontera misma, un momento de agresiva meditación entre el centro lejano y sus muchas periferias, la prueba de que la influencia literaria española siempre ha sido parte integral de nuestra literatura, de nuestra cultura, de nuestro ser aquí en el mundo.
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Como poeta que alza su voz en época de crisis, en tiempos de penuria, Nansen exhibe la salinidad del valle de Mexicali como el síntoma de una enfermedad mayor, la de la explotación sin limitaciones de los recursos naturales; de tal forma que el agua que antes daba vida y sustento, ahora intoxica, envenena, mata lo vivo sin dejar en su lugar más que una tierra baldía. Frente a estos hechos, el poeta asume el papel de vocero de la comunidad a la que pertenece por derecho de verso, por reclamo de justicia, por destino libremente elegido.
Hay otro lazo literario que debe ser explorado con mayor profundidad de la que en estas pocas páginas puedo dedicarle: el de la relación de la poesía de Horacio Enrique Nansen con los poetas mexicanos de su misma generación, específicamente con los poetas de la Espiga Amotinada (1959-1965), quienes publicaron dos libros colectivos en la capital del país. Este grupo estuvo constituido por cinco jóvenes mayoritariamente venidos del interior de México, provincianos, como entonces se decía: los chiapanecos Eraclio Zepeda, Óscar Oliva y Juan Bañuelos, el sinaloense Jaime Labastida y el único capitalino: Jaime Augusto Shelley.
Hoy podemos ver que Nansen y los Espigos estaban unidos en su proclamación de una poesía que uniera el impulso de vanguardia con la raíz nacionalista, cuyo antecedente directo podemos encontrarlo en la poesía de Ramón López Velarde y Carlos Pellicer. Recordemos aquí que esta nueva poesía mexicana (la que aparece a fines de los años cincuenta y principios de los años sesenta del siglo pasado) era una poesía que, a la sombra de Efraín Huerta y Agustí Bartra, expresaba al unísono sus impulsos literarios y su visión política. Tanto en aquellos como en Enrique, México era visto como un problema y, a la vez, como un ideal. Tal vez por eso, Horacio Enrique contemplaba a nuestro país como una promesa incumplida, como una nación inconclusa a la que aún le faltaban muchas promesas por realizar, muchos proyectos sociales, políticos, económicos y culturales por llevar a cabo. País en perpetua explotación y en constante resistencia.
que conquistar y pensar antes de que fuera demasiado tarde. Por eso puede decirse que nuestro poeta es un claro antecedente de la poesía que emergería a partir de 1968 en nuestro país: una poesía más libre y confrontativa, más dispuesta a decir las cosas por su nombre.
ahí que el verso perentorio fue el atributo que le dio identidad como poeta. De ahí que sus palabras sirvieron para apuntar hacia el norte de sus querencias, hacia la periferia desolada donde, incluso en la peor de las crisis, la utopía fronteriza mantuvo su quimera luminosa, la fuerza ejemplar de su espejismo. Porque en la tierra baldía de nuestra época, un poema como Grito de sal continúa siendo bálsamo y relámpago, lluvia y verdor Agua vital que no deja de llamarnos a su encuentro.
“El valor del español está en sus hablantes, en sus escritores, en sus investigadores, en sus poetas. Está en todos aquellos que han hecho de nuestro idioma fuente de vida, diálogo, trabajo, amistad”
En una época en que la poesía ya no es una torre de marfil, la obra poética de Nansen nos conmina a decir lo que pensamos de la situación del mundo, exige nuestra atención y entendimiento. En una era en que la poesía se ha vuelto un ágora donde cualquiera toma la palabra, ejerce su derecho de expresión, dice lo que siente, cree o piensa sin tapujos, la obra de Horacio Enrique permanece como un faro de luz ante las tormentas del tiempo que nos ha tocado lidiar, como un refugio para quienes experimentan las vicisitudes de la vida y las turbulencias colectivas sin dar marcha atrás a sus anhelos de cambio y equidad, de democracia y respeto. En un siglo de comunicaciones instantáneas, de comentarios virtuales, de pandemias que nos hacen volver a los encierros medievales, de violencias desatadas en tono de masacre, la poesía de Nansen sigue viva y saludable, alerta y pertinente, lista para señalar nuestros errores y aciertos, para exhibir nuestros tropiezos y cegueras, para valorar la palabra como espacio para conocernos mejor unos a otros.
Cuando empecé mi trayecto como escritor en Mexicali, lo primero que hice fue averiguar qué literatos me habían antecedido en esta región de México. Eran los años ochenta del siglo XX y entre los poetas que descubrí estaba Horacio Enrique Nansen, fallecido veinte años atrás. Lo que me interesó de su poesía era que hablaba de temas regionales, pero su anhelo era ser escuchado por el resto del país, que sus palabras resonaran más allá de Mexicali y fueran parte del diálogo nacional, que sus versos se integraran al corpus de la literatura que entre todos creamos. Ese anhelo también fue el mío e hizo que desde entonces buscara, en mi trayectoria como poeta, narrador y ensayista, hacer de la palabra un puente y de la literatura, un espacio donde las diferencias de norte y sur, de centro y periferia, se resolvieran de viva voz, de común acuerdo, sin más jerarquías que las del gozo compartido y la fraterna convivencia. Como debe ser. Como siempre ha sido.
Quiero terminar diciendo que el valor del español está en sus hablantes, en sus escritores, en sus investigadores, en sus poetas. Está en todos aquellos que han hecho de nuestro idioma fuente de vida, diálogo, trabajo, amistad. Si hay una institución abierta a todos los rumbos de nuestra patria, hecha para unir lo extremo y lo central, lo propio y lo ajeno, esa es la Academia Mexicana de la Lengua, mesa redonda del saber, casa de la justa palabra. Por eso es un honor acudir a su llamado, ser parte suya, contribuir en lo que modestamente pueda a su noble tarea de limpiar, fijar y dar esplendor a nuestra lengua. Sin duda es una tarea eterna y, por eso mismo, ejemplar.
A todos los que hoy me escuchan, a todos los que han atendido este discurso, un fronterizo como yo, un mexicalense como yo, se los agradece.
Sin embargo, para un poeta que se había hecho en un pueblo fronterizo como Mexicali, en una comunidad que para 1963 apenas cumplía sesenta años de existencia, el pasado no tenía el peso abrumador tal y como era percibido en otras regiones del país. A lo más era el trampolín para saltar hacia el futuro, hacia ese horizonte en llamas que había
No es poca cosa para un joven que sólo tuvo 24 años para cantar lo que veía, para desafiar lo que le parecía injusto, para decir lo que pensaba desde su impaciente verdad, desde su inquieta vehemencia. Porque como el mismo Horacio Enrique lo afirmara, él era “un volcán que arrulla el terremoto” De
Muchas, muchas gracias.
angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx
*Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas
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Respuesta al discurso de ingreso de Gabriel Trujillo Muñoz a la Academia Mexicana de la Lengua
POR FELIPE GARRIDO*
Don Gonzalo Celorio, director de la Academia Mexicana de la Lengua; doña Concepción Company Company, directora adjunta. Académicas y académicos numerarios y correspondientes. Agradezco con regocijo que sea mío el honor de responder al brillante discurso de ingreso a nuestra corporación que acaba de pronunciar don Gabriel Trujillo Muñoz.
Recién emigrado a Guadalajara desde su Mexicali natal, Horacio Enrique Nansen —acaba de decírnoslo Trujillo Muñoz— escribió, en 1962, su poema “Grito de sal. La epopeya de Mexicali” Murió el año siguiente cuando cumplía 24. Eran días de prodigios y amenazas; de la carrera espacial y la caída del Muro de Berlín; en ese año se publicaron La muerte de Artemio Cruz, Los funerales de la Mamá Grande, El Siglo de las Luces… y se afianzó en Cuba la revolución de Castro. Eran días en que Mexicali recibía las aguas del Río Colorado intencionalmente saladas en los Estados Unidos.
El poema de Nansen denuncia el abandono en que México, la capital, tiene a los estados, mayor mientras estén más distantes; el conflicto que ha siempre existido entre el centro y la periferia. Con su habla particular, con su vida dividida entre dos naciones, con sus modos de vestir y de pensar, la frontera es mexicana. Lo que Nansen y Trujillo Muñoz dicen, con energía y con razón es “también nosotros somos México”. Estoy con ellos. Yo también lo digo.
tierras de Coahuila ya comienza a ser frontera. Allí habían emigrado los abuelos. Los paternos, desde el territorio vasco, de España. Los maternos desde Durango y Monterrey. Nací, según se acostumbra, nueve meses después, en Guadalajara, a donde la carrera laboral de mi padre, en ascenso, lo había llevado. Un par de años después aprendí a caminar, en las terrazas del Castillo de Chapultepec y en la Plaza Río de Janeiro, en la colonia Roma. Mi padre había vuelto a ser promovido; estábamos en México: en la capital.
“Me alegra mucho que celebre el ingreso a la Academia de don Gabriel Trujillo Muñoz, en especial porque nadie en nuestra corporación es más periférico que él”
Crecí, pues, en el centro. Y crecí habitado por la aguda conciencia de que mientras mi madre me había dado a luz se escuchaban, en aquel 10 de septiembre, a tres cuadras de distancia, las campanas de la catedral, que marcaban las doce de la noche en Guadalajara. Una ciudad que volvían terriblemente visible el tequila, los frescos de Orozco, los mariachis, las Chivas Rayadas, las faenas de Manuel Capetillo y el Cine Nacional. Cada año, además, al llegar las vacaciones de invierno, mi madre, mis hermanas y yo nos instalábamos en Torreón durante un mes, mes y medio, y pasábamos las fiestas sumados a la tribu familiar. De México a Torreón viajábamos en tren: una noche y un día y otra noche. En el larguísimo trayecto, que seguíamos en un mapa, veíamos cómo cambiaban el paisaje, los pueblos, la comida, las voces, la gente. El mutilado territorio de la patria era vastísimo y muy diverso; la periferia se extendía en todas direcciones.
viaje: carretera, tren, ríos… a Bonampak tuvimos que llegar en avioneta.
En la dirección de Literatura de Bellas Artes, al frente de los programas de Rincones de Lectura y de Salas de Lectura en la Secretaría de Educación Pública, en Publicaciones del Conaculta organizar actividades con los estados fue siempre una obsesión. Durante los quince años que siguieron a mi renuncia en Conaculta seguí trabajando por mi cuenta con las instituciones educativas y culturales de los estados, sobre todo en la formación de lectores capaces de entender lo que leen y de escribir con claridad y corrección. Luego llegó la 4T y suprimió todos los presupuestos que hacían esto posible.
Fui engendrado en las Navidades de 1941, en Torreón, que de alguna manera, en las desoladas
Por fortuna ese asombro nunca se me ha acabado. Viajé mucho, como reportero, en las revistas Mañana y Contenido, en mis primeros años de trabajo. En algún aniversario de Mañana la revista publicó dos reportajes sobre las fronteras del país. Massart y Guevara fueron al norte; Ramírez y Garrido fueron al sur. Dos semanas de
En uno de estos viajes, no recuerdo cuándo, pero estoy seguro de que fue en Mexicali, conocí a don Gabriel Trujillo Muñoz. Estoy consciente de que ahora le estamos dando la bienvenida; sin embargo, hay algo más que debo decir sobre el centro y la periferia.
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Cuando ingresé a la Academia, en 2005, vi que ese esquema se repetía también aquí. Había un centro, los académicos de número, radicados todos en la capital del país, y una periferia, los académicos correspondientes. Esos académicos dispersos en otras ciudades han acumulado siempre un rico caudal de saberes y experiencia que estaba fuera del alcance de la Academia. Con el propósito de aquellos años llegamos a establecer una Comisión de Enlace, con el propósito de incorporar a los trabajos de la Academia a los académicos correspondientes. No era fácil, en ese momento, comunicarse y menos aún reunirse. Organizamos dos o tres reuniones regionales, y después hubo que suprimir aquella Comisión.
La situación es hoy diferente. Hemos aprendido a trabajar a distancia y tenemos la tecnología que hace falta para lograrlo. En estos meses, la Mesa Directiva de la Academia, encabezada por don Gonzalo Celorio y doña Concepción Company Company, ha retomado el tema y se están proponiendo y probando otras formas de incorporar a nuestros trabajos cotidianos las aportaciones que es dable esperar de los académicos correspondientes. Esta ceremonia forma parte de nuestro aprendizaje.
Me alegra mucho que celebre el ingreso a la Academia de don Gabriel Trujillo Muñoz, en especial porque nadie en nuestra corporación es más periférico que él. Nadie está más lejos de nuestra sede. Y porque la manera en que don Gabriel ha llevado su carrera ha sido fanáticamente periférica.
Don Ángel Gabriel Trujillo Muñoz nació en Mexicali, en 1958. Estudió Medicina en la Universidad de Guadalajara, recibió su título de la Universidad Nacional Autónoma de México. Lo primero que hizo en seguida, fue hacer a un lado la medicina y todos los demás posibles estorbos y ha
dedicado cada día de su existencia a escribir, a editar libros y revistas y a dar clases, sobre todo en la Universidad Autónoma de Baja California.
Bajo el sello de su Alma Mater, en 1981 publicó su primer libro, sobriamente titulado Poemas. Diecinueve años después llegó a su libro número cincuenta, Testigos de cargo. La literatura policiaca mexicana, publicado por el Centro Cultural Tijuana en 2000. (Abro un paréntesis para destacar que Trujillo Muñoz se ha dedicado con gusto especial a estudiar, historiar, antologar y enriquecer con su obra dos géneros que marcan nuestro tiempo: el policiaco y la ciencia ficción.) Si completar cincuenta libros le llevó diecinueve años, llegar a la centena, con cincuenta libros más, fue tarea de sólo otros nueve años. El número cien apareció en 2009; se titula Civilización y lo publicó el Instituto de Cultura de Baja California.
El fértil vientre del cosmos. La pintura bajacaliforniana como albergue creativo, el libro ciento cincuenta de don Gabriel, fue publicado por la UABC en 2014, y este año, 2022, apareció El país de las hormigas rojas, bajo el sello de Lectorum, su libro número 188. Podrían ser más antes de que acabe el año porque Trujillo Muñoz tiene cinco libros “de próxima aparición”, en cinco casas editoriales: 1) el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2) Ilesa Ediciones, 3) Bonilla Artiga Editores con el Imperial Valley College, 4) Libros del Fresno y 5) la Universidad Autónoma de México.
Al lado de esos 190 títulos de los que es autor —y no destaco tanto el número como el nivel, la calidad de lo escrito—, Gabriel Trujillo Muñoz ha sido compilador, presentador, coordinador de otras 53 obras históricas y literarias. Y en esta categoría hay otros tres títulos de “próxima aparición”: los tomos II, III y IV de la colección Clásicos de la Historia de
Esta enorme cantidad de obras ha sido publicada por editoriales de México, Estados Unidos, España, Francia y Alemania. Nuestro autor está antologado en 107 memorias y libros infantiles, y está presente en 80 anuarios, revistas y otras publicaciones periódicas. El año próximo Machote Producciones comenzará a grabar una película en video animación, Cachorra, basada en un cuento suyo.
La Academia Mexicana de la Lengua recibe con beneplácito a este cachanilla de una pieza y de cuerpo entero, Gabriel Trujillo Muñoz, que ha sido ya festejado con medio centenar de reconocimientos en México y más allá de nuestras fronteras. Un autor que admiramos y que hay que leer De su ingente producción voy a leer muy breves trozos de únicamente tres títulos; tres grandes libros de Gabriel Trujillo Muñoz que pueden ser tres caminos de iniciación en el universo de su obra:
El primero está tomado de una novela policiaca, El rastro del crimen, publicada en 2021 por Editorial Artificios, de Mexicali, y la University of Colorado, en Colorado Springs. Leo la primera página del capítulo titulado “La Lámpara Maravillosa” Y adelanto que Miguel Ángel es Miguel Ángel Morgado, el protagonista de las novelas negras de Trujillo Muñoz; no un policía ni un detective, sino el abogado defensor de los Derechos Humanos en la frontera norte:
Ya en su automóvil, Miguel Ángel se fijó en la hora: eran pasadas las 7 de la noche.
No supo qué hacer a continuación.
Sonó su celular antes de que tomara una decisión.
—¿Me recuerdas, licenciado?
—Linda. Por supuesto. Te iba a llamar, pero, como sabes, ando metido en líos mayores.
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Mexicali, con Ilesa Ediciones.
—Espero que no por mi culpa, querido. ¿Estás bien?
—Estoy, que ya es ganancia. Pero gracias por preguntar ¿Y tú?
—Ahora estoy en la Unidad de Criminalística Avanzada y tengo algo para ti.
—¿Algo para mí?
—La doctora Aidé Zapata. A ella no se le pasa nada de lo que sucede y supo que tú y yo tenemos quereres, así que me dio unos papeles only for your eyes.
—Bien por ella.
—Y yo tengo una memoria para ti. Contiene información de la investigación policiaca en proceso, la de la balacera en que participaste, querido. ¿La quieres?
—La quiero.
—Te va a costar
Miguel Ángel le siguió el juego.
—¿Cuánto?
—Búscame en le habitación 116 del motel La Lámpara Maravillosa.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo, Darling.
…
El segundo es Retratos personales desde la frontera, publicado en 2019 por el Instituto de Cultura de Baja California y la Secretaría de Cultura. Los retratos están dispuestos en orden alfabético y son de juguetes, lugares, funnies, “Libros y países imaginarios”, autores de todos los géneros, tiempos y niveles, lo mismo los más ampliamente conocidos, como Carlos Fuentes, Elmer Mendoza o José Agustín, que radicalmente locales, como Esalí, cuya semblanza leo en la página 141:
Esalí
Lo sublime. Lo divino. Lo trascendente. La fe como literatura New Age. A Esalí, a Estela Alicia
López Lomas, la escritora fronteriza, la recuerdo envuelta en la blancura de sus vestidos, vaporosa y cálida, con la mirada puesta en el infinito, en los mundos más allá del mundo. Sus lecturas públicas eran una mezcla de ceremonia religiosa y arrebato místico, de rito sagrado con sus dosis asfixiantes de veladoras e incienso. Cada vez que hablaba con ella, en la última década del siglo XX, se quejaba amargamente de críticos como Humberto Félix Berumen, que había desmenuzado su obra sin valorar sus aportaciones poéticas y narrativas a la literatura bajacaliforniana, que no le había dado el lugar que ella creía merecer. Un día, cansada de ir a contracorriente, desapareció de Tijuana para retornar a su natal Jalisco. De ella me queda el sudario de sus palabras, la corona de espinas de su viacrucis personal.
El tercero es un libro de poesía intensamente autobiográfico, Sin orden y concierto. Poesía vivida (2008-2016), un largo homenaje a Mexicali y al desierto: De ahí tomo tres lecturas, al tiempo que le reitero a Gabriel, que festejamos con entusiasmo su ingreso en la Academia Mexicana de la Lengua.
El río revuelto
A veces sólo es un cauce seco, una tierra blanda entre los confines llenos de matorrales. A veces sólo es un charco al fondo, una sinfonía de ranas en plan de fiesta nocturna. A veces sólo es un recuerdo, un rumor que nos acompaña cuando andamos en sus antiguas riberas.
Sin embargo, de pronto, el río regresa por sus fueros. Vuelve, impetuoso, gris, turbio como nunca antes. Río revuelto con su vozarrón de dios inmisericorde. Criatura que no acepta nada que le impida el paso. Ahora derruye, arrasa, cambia los
contornos del paisaje. De nuevo es el rey de todo cuanto abarca la mirada.
Cierta hermosura
A veces, casi por accidente, las palabras albergan cierta hermosura.
Un atisbo de belleza entre la podredumbre.
Una luz ostensible que nadie puede arrebatarles.
A veces, casi por azar, las palabras nos limpian, nos sanan, nos curan.
Purgan el veneno que llevamos dentro.
Dan fe del dolor que causamos a otros.
La amiga fiel
Me conoces mejor que nadie, Poesía, a ti no puedo mentirte.
Dondequiera que ande siempre atiendo tu llamado, siempre escucho lo que vas a decirme.
En tus palabras vivo. En tu solaz renazco.
Si tengo una amiga fiel, esa eres tú, Poesía.
A ti no puedo mentirte.
*Académico de Número y Tesorero de la Academia Mexicana de la Lengua 17 de noviembre de 2022
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A PROPÓSITO DE SPINOZA
POR FERNANDO MANCILLAS TREVIÑO *
“No intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo consideramos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos”.
B. Spinoza
Referido por múltiples pensadores de diversas orientaciones, como Karl Marx, Erich Fromm, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Antonio Negri, Pierre Bourdieu, Louis Althusser, Étienne Balibar, Albert Einstein, Jorge Luis Borges hasta llegar al reconocido neurocientífico y neurólogo portugués Antonio Damasio (Lisboa, 1944), con su notable obra: En busca de Spinoza: neurobiología de la emoción y los sentimientos, se recupera la actualidad y vigencia del pensamiento de Baruch Spinoza (1632, Ámsterdam-La Haya, 1677), en nuestra era contemporánea.
En el mismo sentido, resulta por demás pertinente que filósofos de la talla de Rüdiger Safranski (1945), Wolfgang Eilenberger (1972), Richard Wolin (1952) y, ahora, Steven Nadler (1958), acometan la tarea de investigar y comunicar la trayectoria y biografía intelectual de grandes pensadores como: Friedrich Schiller (1759-1805), Friedrich Hölderlin (1770-1843), Arthur Schopenhauer (1778-1860), Friedrich Nietzsche (1844-1900), Walter Benjamin (1892-1940), Ernst Cassirer (1874-1945), Ludwig Wittgenstein (1889-1951), Martin Heidegger (1889-1976), entre otros.
Ahora bien, el filósofo Steven Nadler (1958) en su extenso trabajo sitúa muy adecuadamente a su biografiado cuando señala: «Filósofo moral y metafísico, pensador político y religioso, exe-
geta bíblico, crítico social, pulidor de lentes, comerciante fracasado, intelectual holandés, judío herético… Lo que hace la vida de Spinoza tan interesante son los variados y a veces opuestos contextos por los que discurrió: la comunidad de inmigrantes portugueses y españoles, muchos de ellos antiguos “marranos” que encontraron refugio y oportunidades económicas en la nueva e independiente República Holandesa; la turbulenta política y la espléndida cultura de aquella joven nación, que a mediados del siglo XVII estaba viviendo su llamada Edad de Oro; y no menos importante, la historia misma de la filosofía»
En la denominada Edad de Oro de Holanda del siglo XVII, además del exuberante comercio y las finanzas, se encuentran las contribuciones artísticas de Rembrandt (1606-1669), con obras como Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (1632), La ronda de noche (1842); Johannes Vermeer (1632-1675), con su obra: La joven de la perla (1665), los trabajos científicos del padre de la microbiología Anton van Leeuwenhoek (16321723), al efectuar observaciones y descubrimientos con microscopios que él mismo construyó, y finamente, la filosofía más importante del siglo XVII, de René Descartes (1596-1650), aunque nacido en Francia pasó la mayor parte de su vida adulta en Holanda.
Además de su intensa exploración de los filósofos clásicos de la Antigüedad y de los pensadores modernos, Spinoza estudió exhaustivamente la filosofía de Descartes, especialmente el Discurso del método (1637) —con sus ensayos científicos que lo acompañan: La Geometría, Dióptrica, Los meteoros , las Meditaciones metafísicas (1641), Principios de la filosofía (1644), Las pasiones del alma (1649), convirtiéndose en un sobresaliente conocedor del pensamiento cartesiano, al que acudían propios y extraños para obtener unas lecciones de su erudito y célebre aprendizaje.
No obstante, como señala Steven Nadler en su gran brillantez, “Spinoza era un pensador demasiado original e independiente, con una mente demasiado aguda y analítica, como para contentarse con ser simplemente un discípulo acrítico. Tal vez lo que Spinoza vislumbrara por encima de todo era que, dentro de un marco básicamente cartesiano, se le abría la posibilidad de desarrollar un programa filosófico propio, un proyecto cuyas líneas maestras empezaban a brotar de manera natural de su propia experiencia y se iban perfilando progresivamente. Las cuestiones que más le interesaban entonces eran las relativas a la naturaleza del ser humano y a su ligar en el universo. ¿Cuál es la esencia de esta criatura capaz de conocerse tanto a sí misma como al mundo del que forma parte? ¿Qué puede concluirse de la relación de los seres humanos con el resto de la naturaleza acerca de su libertad, de sus posibilidades y de su felicidad? ¿Cuál es la naturaleza de sus respuestas emocionales ante el mundo y de sus acciones dentro de él?”
La influencia de su sabiduría se irradiaba en una personalidad carismática, como da testimonio su colega Jean-Maximilien Lucas: “La conversación [de Spinoza] tenía tal aura de genialidad y sus comparaciones eran tan adecuadas, que hacía que todo el mundo adoptara inconscientemente sus opiniones. Era persuasivo, aunque nunca recurriera a una dicción refinada o elegante. Era de por sí tan inteligible, y su discurso estaba tan lleno de sensatez, que nadie po-
“La influencia de su sabiduría se irradiaba en una personalidad carismática”
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StevenNadler
día escucharlo sin experimentar un sentimiento de satisfacción. Estos refinados talentos atraían hacia él a toda persona razonable, y cualquiera que fuese el momento en que uno se acercara a él lo encontraba siempre en un estado de humor excelente […] Poseía una magnífica y poderosa mente y una disposición realmente complaciente. Su juicio era tan equilibrado que tanto el más amable como el más severo de sus interlocutores encontraban difícil resistirse a sus peculiares encantos”
Por otro lado, ante su franco rechazo y escepticismo de la guerra entre Inglaterra y Holanda en 1665, Spinoza declara: “Si aquel célebre burlón [es decir, el filósofo griego del siglo V a. C. Demócrito] viviera en estos tiempos, realmente moriría de risa. A mí, empero, esas turbas no me incitan ni a reír ni a llorar, sino más bien a filosofar y a observar mejor la naturaleza humana. Pues no pienso que me sea lícito burlarme de la naturaleza, y mucho menos quejarme de ella, cuando considero que los hombres, como los demás seres, no son más que una parte de la naturaleza, y que desconozco cómo cada una de esas partes concuerda con su todo y cómo se conecta con las demás. En efecto, yo constato que sólo por esa falta de conocimiento algunas cosas naturales que sólo percibo de forma parcial e inexacta, y que no concuerdan en modo alguno con nuestra mentalidad filosófica, me parecen vanas, desordenadas y absurdas. Por eso dejo que cada cual viva según su buen parecer y que quienes así los deseen mueran por su bien, mientras me sea lícito vivir por la verdad”.
Parafraseando irónicamente a Spinoza no existe la menor duda de que su profundo escepticismo analítico sería de gran ayuda para comprender la barbarie bélica de conflictos contemporáneos como los de Siria y Ucrania.
La riqueza de esta biogr afía de Steven Nadler estriba en que no sólo va desarrollando la explicación de los acontecimientos socio-históricos en los que se desenvuelve, para bien y para mal, la situación existencial de Baruch Spinoza —en sus oportunidades y contingencias—, sino también en cómo responde el gran filósofo de la modernidad a sus avatares con la parsimoniosa y extensa profundidad de su complejo pensamiento.
La mejor y más provechosa manera de conocer sus contribuciones es acudir a su obra. Ade-
más de su Tratado teológico-político (1670) y su Ética demostrada según el orden geométrico (1677), también es provechoso el Tratado de reforma del entendimiento (1677), donde por cierto reflexiona: “Después que la experiencia me había enseñado que todas las cosas que suceden con frecuencia en la vida ordinaria son vanas y fútiles, como veía que todas aquellas que eran para mí causa y objeto de temor no contenían en sí mismas ni bien ni mal alguno a no ser en cuanto que mi ánimo era afectado por ellas, me decidí, finalmente, a investigar si existía algo que fuera un bien verdadero y capaz de comunicarse, y de tal naturaleza que, por sí solo, rechazados todos los demás, afectara al ánimo; más aún, si existiera algo que, hallado y poseído, me hiciera gozar eternamente de una alegría continua y suprema”.
“Era de por sí tan inteligible, y su discurso estaba tan lleno de sensatez, que nadie podía escucharlo sin experimentar un sentimiento de satisfacción”
Más allá de su función como biógrafo Steven Nadler sorprende con agudeza en una notable evaluación de la máxima obra de Spinoza, al observar: “La Ética es una obra ambiciosa y multifacética. Es también valiente hasta el punto de merecer el calificativo de audaz, como sería de esperar de una crítica sistemática e implacable
de las concepciones tradicionales de Dios, del ser humano, del universo y, por encima de todo, de las religiones y de las creencias morales y teológicas fundadas en estas. A pesar de la escasez de referencias explícitas a pensadores pasados, la erudición en el libro es realmente asombrosa. El conocimiento que Spinoza tiene de los autores clásicos, medievales, renacentistas y modernos —paganos, cristianos, judíos— es aplastante. Platón, Aristóteles, los estoicos, Maimónides, Bacon, Descartes y Hobbes (entre otros) son el pavimento intelectual sobre el que se asienta esta obra. Al mismo tiempo, es uno de los tratados más radicalmente originales en toda la historia de la filosofía. También es uno de los más difíciles, y no sólo por su formato. En una primera aproximación, la mera apariencia de la ética desalienta e incluso intimida al no filósofo. Con su estructura euclidiana de definiciones, axiomas, postulados, proposiciones, escolios y corolarios, resulta impenetrable. Pero la forma geométrica, que Spinoza había adoptado desde finales de 1661, no es una envoltura superficial de un material que podría haber sido presentado de un modo diferente y más accesible”.
Pintura: Lección de anatomía del Dr Nicolaes Tulp,deRembrandt
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Como observamos aquí, las biografías de los grandes pensadores no deben regodearse en las anecdóticas aventuras y miserias del biografiado, sino develar el profundo conocimiento y sabiduría legados por el autor en cuestión. Por lo tanto, Nadler descubre: “Lo que ese conocimiento encierra —y lo que Spinoza pretende demostrar (en el sentido más estricto de la palabra)— es la verdad acerca de Dios, de la naturaleza y de nosotros mismos; acerca de la sociedad, de la religión y de la vida.” […] “el mensaje crucial de la obra es de naturaleza enteramente ética, pues lo que Spinoza se propone demostrar en su obra magna es que nuestra felicidad y bienestar no se encuentran en una vida esclavizada por las pasiones y por los bienes transitorios que ordinariamente perseguimos, ni en la ciega adscripción irreflexiva a una serie de creencias supersticiosas disfrazadas de religión, sino en la adhesión a la vida de la razón. Pero para clarificar y apoyar estas amplias conclusiones éticas, Spinoza tiene que desmitificar primero al universo y mostrarlo tal como realmente es” Adelantándose dos siglos a Marx, Spinoza reveló algunas de las causas fundamentales de la alienación en el mundo moderno. Por ello, las autoridades, tanto eclesiásticas como seculares, repudiaron, condenaron, censuraron y prohibieron la publicación, distribución y venta de las obras de Spinoza, al considerarlas una amenaza a la pervivencia de su hegemonía.
Cuando el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930, Denguin, Francia-2002, París, Francia), señala que el agente social debe transitar del habitus al conatus, recupera un concepto fundamental spinoziano. En este sentido, se comprende: «Lo que usualmente ocurre, tanto cuando actuamos como cuando somos actuados, es un cambio en nuestras capacidades mentales o físicas, lo que Spinoza llama “un incremento o decremento en nuestro poder de actuar” o de nuestro “poder de perseverar en el ser”. Todos los seres están dotados naturalmente de este poder de lucha. Este conatus, una especie de inercia existencial, constituye la “esencia” de todo ser. “Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser”. Un afecto es justamente cualquier cambio, para mejor o para peor, en este poder Los afectos que son acciones son cambios en este poder cuya fuente (o “causa adecuada”) se encuentra sólo en nuestra naturaleza; los afectos llamados pasiones son los cambios en este poder que se originan fuera de nosotros. Lo que tendríamos que buscar sobre todo es liberarnos de las pasiones –o, puesto que esto no es en absoluto posible, aprender al menos el modo de moderarlas y restringirlas- y convertirnos en seres activos y autónomos. Si lo logramos, en-
Imagen: Ar chivo Pa labr a.
relaciones con las cosas externas a nosotros, sino de nuestra propia naturaleza. Y como consecuencia de ello, nos veremos realmente liberados de los molestos altibajos emocionales de esta vida»
Finalmente —como si de una feliz coincidencia se tratara—, apareció recientemente en el número 285, septiembre de 2022, de la revista Letras Libres, una edición especial dedicada a Spinoza, denominada: “Spinoza, nuestro contemporáneo”, para resaltar la trascendencia de su pensamiento a lo largo de los siglos, cuando argumentan: “Qué tiene que decir Baruch Spinoza, un remoto filósofo del siglo XVII, a los predicamentos del siglo XXI? Mucho, porque los fanatismos que enfrentó de manera solitaria en su tiempo se han multiplicado en el nuestro. Aquellos fanatismos de la identidad teológica-política provocaban guerras civiles; los actuales —surgidas de las muchas identidades— se disputan, con ferocidad, el reino de este mundo. Por un lado, las viejas formas de intolerancia permanecen o incluso regresan; por otro, parece que nos esforzamos en encontrar otras nuevas […] Por todo ello, la vida y la obra de Spinoza —emblema universal de la razón, la libertad y la tolerancia— tienen mucho que decir a nuestro siglo” (pág. 9).
El autor Steven Nadler (1958) es profesor de Filosofía Moderna y Humanidades en la Universidad de Wisconsin-Madison. Ha sido Profesor Visitante de Filosofía en la Universidad de Stanford, Universidad de Chicago; la Escuela de Altos Estudios en
a Spinoza en la Universidad de Ámsterdam. De 2010 a 2015 fue editor de la Journal of the History of Philosophy, publicada por la Johns Hopkins University Press. En 2020 fue electo miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Entre su prolífica obra se encuentran: Los judíos de Rembrandt, University of Chicago Press, 2003; El filósofo, el sacerdote y el pintor: un retrato de Descartes, Princeton University Press, 2013; Un libro fraguado en el infierno. El «Tratado teológico-político» de Spinoza, 2022; Descartes: La renovación de la filosofía, Reaktion Books, 2023, entre otros.
De la inmensa y actual bibliografía existente sobre Spinoza encontramos: Laurent Bove, La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia en Spinoza, Cruce Casa, 2014; Frédéric Lenoir, El milagro Spinoza: Una filosofía para iluminar nuestra vida, Ariel, 2019; Étienne Balibar, Spinoza político. Lo transindividual, Gedisa, 2021; Antonio Negri, Spinoza ayer y hoy, Cactus, 2021; Michael Lebuffe, Spinoza’s Ethics: A Guide, Oxford University Press, 2022.
Steven Nadler, Spinoza, Madrid, Akal, 2021, 446 páginas.
fernamancillas@yahoo.com
*Profesor-Investigador de la Universidad de Sonora
EL CONCEPTO DE HISTORIA EN OCTAVIO PAZ
POR CARLOS MONGAR*
Sin duda Octavio Paz es una figura axial en el pensamiento contemporáneo. Tenemos una deuda con él: nos ha exigido el cultivo de las ideas, la imaginación y la crítica. Sus libros son espejos: obligan a vernos, y por la vista con todos los sentidos oímos, gustamos y sentimos la vida que continuamente desvivimos.
Su discurso literario es la cartografía de una experiencia; la experiencia de la “otredad”, esa “polisemia desconocida” del hombre frente al cosmos. Cada libro de Octavio Paz es una invitación a la errancia de la palabra en el mundo. Invitación a conjugarnos en los signos y sismos del lenguaje creador e imaginativo que es la poesía. Es un seductor de la palabra, todo poeta lo es; va de una palabra a otra amándolas, sintiéndolas, sufriéndolas y sobre todo llenándolas de vida.
Como poeta, Octavio Paz, ha buscado comprender, aclarar e influir el mundo que le tocó vivir. Siempre creyó que la poesía responde al momento, a nuestras reacciones internas y externas entre las horas. Su imagen es la imagen de la luz y de la oscuridad. Los excesos son ciegos y la ceguera no permite ver Octavio Paz es uno de los catalizadores esenciales de nuestra cultura: nos ha obligado a pensar, aun en contra de lo establecido por él mismo.
A partir de su breve obra Pequeña crónica de grandes días, editada por el Fondo de
Cultura Económica (1990), elaboré algunas notas, hace algún tiempo, con objeto de responder brevemente a objeciones y dudas “nebulosas” que durante su lectura me acometieron; y ahora, las comparto con ustedes, dado que mis consideraciones actuales no difieren en lo esencial con esas notas del pasado.
Encuentro desde el punto de vista del contenido de la obra, un aspecto teórico elemental, y un aspecto fenoménico propio de la crónica (narración de hechos históricos desde el punto de vista del autor). El interés de este texto se funda en “preguntar” a Octavio Paz, a través de su Pequeña crónica —mediando el tiempo transcurrido—, ¿cuál es su concepto de la historia?. Abstrayéndome del aspecto fenoménico de la crónica por cuestiones metodológicas, y no con el deseo de escamotear la unidad de la obra.
En la parte final del apartado “Apuntes justificativos” (pág. 13), encontramos claramente la definición de la historia que Octavio Paz sustentaba; señala: “la historia no es un absoluto que se realiza sino un proceso que sin cesar se afirma y se niega. La historia es tiempo; nada en ella es durable y permanente”
Si Octavio Paz asegura que la historia no es un absoluto, ¿cómo entender este absoluto? Allanemos el problema bien intencionadamente; entendámoslo en el sentido contemporáneo que indica Nicola Abbagnano en su diccionario de filosofía: “El término (absoluto) ha quedado para significar ya sea el estado de aquello que, bajo cualquier título, se encuentra priva-
do de condiciones y límites, o ya sea (como sustantivo) aquello que es realizado por sí mismo de modo necesario e infalible”
Sigamos con la caracterización de Octavio Paz: “La historia es... un proceso que sin cesar se afirma y se niega” ¿Cómo entender esto? Completemos: “La historia es tiempo; nada en ella es durable y permanente”. Me parece extraño que, por ningún lado de estos conceptos abstractos utilizados por Octavio Paz aparezca el ser humano (no trato de descalificarlo por el empleo del lenguaje abstracto que es propio de la ciencia, sino que hago notar la ausencia del hombre como verdadero sujeto y objeto de la historia).
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Fo togr a a : Juan R ul fo .
OctavioPaz.
Octavio Paz señaló en múltiples ocasiones que es vital la exactitud del lenguaje, y sobre todo en un discurso y lucha de principios es fundamental la precisión expresiva. De la caracterización de la historia que hace Paz, se puede deducir que la historia es un absoluto en proceso (esto es, el devenir que se desarrolla o discurre sin cesar como tiempo, y que se afirma y se niega porque nada en el tiempo, que es la historia, es durable y permanente). Nada de esto debe extrañarnos en tiempos de contradicciones económicas, políticas y sociales, y cinismo humano rampante. No es de épocas recientes atacar un fantasma y abrirle la puerta de la cocina para que regrese cuando convenga. Ya lo decía a finales del siglo XIX el viejo Marx: “Lo caduco tiende a restablecerse y a mantener sus posiciones dentro de las formas recién alcanzadas” La historia es el sustrato de la sociedad; y los hombres de carne y hueso son la sustancia de la sociedad, pues los hombres son los creadores de sí mismos y de la sociedad y sólo a ellos corresponde la construcción de cada estructura social, su reproducción y sus cambios. La sustancia no conlleva sólo lo esencial, sino también la constante de la diversidad total de la estructura social: producción, relaciones de propiedad, estructura política, vida cotidiana, ciencia, moral, derecho, arte, etc. Y, además, todo aquello que es propio del ser humano y que contribuye a expandir su vida plenamente. Por eso entendemos que el sustrato de la sociedad no puede ser sino la historia misma.
A partir de su concepción de la historia, Octavio Paz, inició su apartado “Fin de un sistema”, con: “La historia es lenta...”, y continúa: “El proceso histórico es tan lento...”. ¿No habíamos quedado en que “la historia es tiempo” (así, a secas, en abstracto)? Pues bien ¿De dónde extraería Octavio Paz que además el tiempo a veces va muy de prisa y a veces va lento? El tiempo es el movimiento irrepetible de los sucesos en el cosmos. El tiempo histórico es el movimiento irrepetible de los sucesos sociales. No hay marcha atrás, pero lo conquistado por la especie humana nunca se pierde (por lo menos eso quiero creer yo). Es desatinado afirmar que, en las diferentes épocas históricas el tiempo actúa unas veces lentamente y otras con más rapidez. Lo que varía no es el tiempo, sino el ritmo con el que se transforman y cambian las estructuras sociales. Por lo mismo, Paz, puede afirmar (pág. 17): “La aceleración de la historia se debe, probablemente, a la concatenación de fuerzas silenciosamente a la obra durante años y años; una circunstancia fortuita las combina y su mezcla provoca cambios y explosiones”
Veamos: “A la concatenación de fuerzas” (¿Qué fuerzas son esas fuerzas ocultas y silenciosas que trabajan años y años?); que, finalmente circunstancias fortuitas (no la contradicción entre los hombres, no), “circunstancias fortuitas las combinan y su mezcla provoca cambios y explosiones”
“Octavio Paz señaló en múltiples ocasiones que es vital la exactitud del lenguaje, y sobre todo en un discurso y lucha de principios es fundamental la precisión expresiva”
El cambio de las estructuras sociales las realizan los hombres no fuerzas silenciosas; en todo caso hombres aplastados, silenciados por la explotación, el autoritarismo, el hambre, y muchas cosas más. Los cambios se dan en función, entre otras cosas, de la lucha entre poseedores y desposeídos, entre poseedores contra poseedores, y desposeídos contra desposeídos.
En alguna ocasión, Octavio Paz, afirmó que, “El poeta que escribe no es idéntico al hombre que vive. Están en continua comunicación y puede decirse que el hombre que vive es la inspiración del poeta que escribe, pero no son lo mismo ni el mismo”. Y es verdad, el poeta brillante, sublime a veces no está en concordancia respecto del intelecto crítico, ya que el intelectual enemigo de las ideologías, practica la “ambigüedad” intelectual ideológica para atrapar pajarillos incautos en sus fascinantes redes de palabras, verdaderos ejercicios de taumaturgia y pureza verbal. En la citada Pequeña crónica... encontramos
un ejemplo de lo arriba aseverado. En la página 159, ante la pregunta “¿Cuál es la gran herejía de nuestro siglo?” Octavio Paz, aparentemente, realiza un giro totalmente opuesto respecto a lo señalado al principio de este texto (por su gran importancia citaré extensamente parte de la respuesta), Paz, dice: “Haber sustituido a Dios por la historia. Si se es ateo, hay que vivir en la negación o en la privación de Dios, no inventar sucedáneos quiméricos que son verdaderos testaferros afectivos e intelectuales. La historia, por lo demás, en un sentido riguroso realmente no existe: no es una substancia ni una entelequia. La historia es nosotros, los hombres. Divinizar a la historia es divinizarnos a nosotros mismos, criaturas mortales y falibles. La historia es imperfecta, fracaso y crimen por ser la obra de seres imperfectos: nosotros mismos. La historia es horrible como un ídolo y también, como todos los ídolos, fascinante. Pero no existe: es una ilusión, una proyección de nuestros sueños y terrores. No niego, claro, al pasado ni a los procesos históricos; tampoco a los protagonistas históricos: los hombres, las sociedades, las culturas. En cuanto a la vieja pregunta: ¿la sucesión de actos y de obras que llamamos historia es racional?, contesto: creo que a estas alturas nadie se atrevería a afirmarla. Tampoco digo que sea un proceso enteramente irracional. La historia no carece de sentido o, mejor dicho, de sentidos. La historia no es una: es plural”.
Desde la publicación de La razón en la historia, Hegel aseguraba que el curso de la historia no era muy racional, y que su abundante irracionalidad era tan evidente que no se requería para verla ningún esfuerzo filosófico especial. Y efectivamente, fases decisivas han sido fruto del azar
Por otro lado, la historia no tiene un sentido, pero sí podemos nosotros los hombres darle un sentido a nuestra historia. La humanidad (nosotros con ella) hacemos nuestra propia historia, pero en situaciones previamente dadas.
Finalmente, si intentamos realizar un análisis en el campo de la ciencia de la historia, y abordamos el objeto (historia) como asegura posteriormente Octavio Paz: “La historia es nosotros, los hombres”, algo se puede lograr; mas si abordamos el objeto de la ciencia de la historia como la sustitución de Dios por la historia, cuando no por cualquier otro sucedáneo quimérico, en realidad no creo que se logre esclarecer, aunque sea mínimamente, el camino de nuestra especie en su transcurso por este mundo lleno de confusión.
*Poeta y ensayista, autor de Fragmentos sin fondo
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mongar66@hotmail.com
Territorios literarios
ÓSCAR ÁNGELES REYES*
¿Cómo nos transforma el paisaje?, para ser más puntuales, ¿cómo transforma nuestra manera de explicar la realidad? El entorno está formado por el espacio geográfico, el ámbito de la literatura a la que nos acogemos, el espacio humano en el que nos desenvolvemos; el espacio que habitamos tiene su propia música y baile, su gastronomía y su cerveza, nuestras costumbres amorosas pueden depender también de él.
El espacio geográfico bajacaliforniano tiene referencias obvias: mar y desierto, tonos azules, tonos avellana; algunos lugares emblemáticos: La Rumorosa, la mismísima Tijuana, que por sí sola ya implica un espacio que llamamos “geografía fronteriza”, probablemente San Felipe, “Felas” para muchos. Cada creativo toma además su trozo de tierra —para mí ha sido la Colonia 89 en Ensenada, el centro, incluso Lomitas—, otros más se acomodan bien en la Avenida Revolución en Tijuana, o en La Chinesca en Mexicali. La geografía literaria es un lugar muy personal con dimensiones variables, se relaciona con nuestro origen y con la pluralidad de variables que tiene cada vida; así, he leído a escritores asentados en el norte que deciden recrear escenarios muy del sur, como a veces yo mismo, y a esos ejercicios los entiendo como viajes a lugares de los que deseamos decir algo, posiblemente en los que quisiéramos desenvolvernos también, o en los que habitamos alguna vez.
Otro espacio, lo decía, es la fracción de literatura al que le llegamos a lo largo de nuestra vida, creativa o no. Es decir, ¿qué leemos los que vivimos en el norte? —¿qué leen los centrofóbicos?—. Los norteños leen a norteños, es una premisa básica, y los del sur, ¿leen a los norteños? Regreso, ¿los norteños leen a los de su tierra? No tengo estudios cuantitativos que lo sustenten, sin embargo, si nos hacemos fiestas entre nosotros, lo lógico es pensar que también nos leemos. Por otro lado, si atendemos a la
pobrísima calidad de muchas obras publicadas, la duda no es si leemos a nuestros parientes regionales, sino si leemos simple y llanamente. Lo cierto es que nuestras lecturas nos forman como humanos y como escritores, y adecúan no sólo los estilos, incluso las obsesiones, nuestra pobreza y riqueza. Nuestras lecturas somos nosotros mismos.
“El espacio geográfico bajacaliforniano tiene referencias obvias: mar y desierto, tonos azules, tonos avellana; algunos lugares emblemáticos: La Rumorosa, la mismísima Tijuana…”
Entonces, ¿a un escritor norteño lo forma el norte? Parece una pregunta de respuesta obvia. Con todo, pongamos mi caso nuevamente, soy un escritor que nació no entre los algodonales, sino en plena colonia de los Doctores, muy cerca de la Arena México, por lo que tengo un marco referencial muy propio. Gabriel Trujillo Muñoz nació en Mexicali, lo mismo que Rosina Conde y Jorge Ortega, Daniel Salinas en Monterrey, Federico Campbell en Tijuana, pero fue itinerante, lo mismo que Daniel Sada, por mencionar algunos —habría que aclarar que una cosa es ser un escritor bajacaliforniano, que es-
cribir desde y del norte—. Cada uno de los escritores mencionados tiene un modo diferente, se formaron en espacios amorosos distintos. Sada era cliente en Café la Blanca, en el centro de la Ciudad de México; ¿qué llamaba su atención?, ¿cómo influyó en su escritura el olor de los tamales dorándose listos para las tortas? Daniel Salinas, en cambio, miró otro norte, el regiomontano, se familiarizó con los calores en verano y el Barrio antiguo, y quizá se llegó a tomar la cerveza de cortesía de la Cuauhtémoc; Campbell estudió en Minnesota y caminaría al lado de un muy frío Misisipi, después lo haría en Suiza y en Italia, y se llenaría los ojos de paisajes a los que no todos tenemos acceso. A Trujillo lo entiendo como el más fronterizo de todos, el más binacional por sus andanzas; Rosina Conde estudio literatura en la mítica Facultad de Filosofía y Letras en C. U., y pudo sentarse en el Jardín de los Cerezos a leer a Alfonso Reyes, mientras Jorge Ortega se tomaba un café turco en Las Ramblas, en aquellos tiempos en los que estudiaba filología hispánica en Barcelona. En la variedad también está la riqueza de una literatura.
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POR
De los detalles personales de los escritores sé poco, mucho menos de sus tropiezos amorosos, ni siquiera de sus abusos gastronómicos. ¿Cómo influyeron sus enfermedades, sus taquicardias, su atmosfera sanguínea, sus amores juveniles en su ficción? Ahí están sus letras para indagar un poco, como pescar en un río de aguas lodosas. Sin duda se trata de una maraña de eventos que se ajustan a lo que llamamos “la vida”, y que conforman el gran cuerpo, la potencia creativa de un individuo. Exacto, en las obras está la lectura no únicamente de lo que pretenden decirnos los autores, está también una especie de intrahistoria que es la de ellos. ¿De qué escribiría un Daniel Salinas nacido en Villa Hermosa?, ¿qué nos diría un Gabriel Trujillo de la Narvarte, en la Ciudad de México? No dejan de parecerme fascinantes
EL DIABLITO
Valle de Mexicali?, ¿cómo se habría relacionado con esas mujeres que no les dan vuelta a las cosas?, ¿qué lenguaje nos habría propuesto desde la frontera?
El ejercicio de la creatividad se da desde el espectáculo de la vida, que es multidimensional y multifactorial, en donde la ridiculez se codea con la belleza, lo mismo que la gracia con lo horrendo; las respuestas, el flujo, es también multidireccional, aunque en un espacio bien definido.
La literatura de la región no es sólo la voz del narrador o el poeta, es la voz de las personas con quienes habla y habló, es también las frases del grupo, las voces que sólo usan los niños en el pa-
tio de la escuela y es también el sonido que se pierde gritando a todo pulmón mirando al horizonte azul u ocre, y es por supuesto, la suma de todas nuestras buenas o malas lecturas, nuestras malas palabras y nuestras penurias literarias, nuestras muletillas, nuestros prejuicios y nuestras pesadillas; pero por supuesto, también nuestros antojos y nuestra libertad, al mismo tiempo que nuestra basura y nuestros amores perdidos. Vaya, nuestra literatura somos nosotros mismos, desde un barrio que podemos llamar Baja California, participando en el circo de la literatura nacional.
Solsticio de invierno en Baja California
centímetros, en color rojo con un tocado en la cabeza.
n la zona arqueológica de “Vallecitos”, cerca del poblado de La Rumorosa, se localiza un museo a la intemperie, es un resguardo rocoso conocido como la “Cueva del Indio”, donde en su interior se encuentra plasmada una pintura rupestre conocida como El Diablito. Se trata de la pintura de una figura antropomorfa o humana, de 30
EEste tipo de pintura tenía la función precisa de medir el desplazamiento del Sol, de modo que el hombre antiguo las utilizaba como sitios calendáricos.
Durante los días 21 y 22 de diciembre de cada año, fecha del Solsticio de invierno, esta figura se ilumina por un rayo de luz de Sol que penetra únicamente en esos días y a determinada hora. Este sitio comprueba el conocimiento que tenían los antiguos Kumiai sobre el tiempo
solar utilizándolo para regular sus ciclos de caza y recolección.
Los indígenas Kumiai pertenecen a la cultura lingüística de los Yumanos; estos fueron los últimos grupos en llegar a la península entre 1000 y 500 años A.C., y habitaron toda la región fronteriza de Baja California a partir del paralelo 30 hacia el norte.
Este lugar, “Vallecitos”, es un museo a la intemperie administrado por el Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH) que preside el antropólogo Jaime Vélez. revistafundadores@yahoo.com.mx
todoestodo@gmail.com
*Escritor y biólogo por la UAM
POR ENRIQUE VELASCO SANTANA*
*Escritor y promotor cultural
Fo tos: Archivo Pa labr a. Fo to: Cortesía 16
RosinaConde.JorgeOrtega.DanielSalinasBasave
Calendario ECA 2023
POR ENRIQUE BOTELLO*
La fotografía me ha ofrecido oportunidades increíbles, desde gestionar recursos varios hasta realizar actividades siempre ligadas al crecimiento y el conocimiento del arte y la cultura.
En 2010, apoyado por dos ex alumnos y grandes amigos, Joel Velarde y Francisco Buelna, arrancamos con las actividades de Galería 184; el pretexto fue mostrar los resultados de un taller que impartió el multipremiado fotógrafo Francisco Mata Rosas, “La chica plástica”, que fue un taller con cámara Holga —su característica es que es totalmente de plástico (de ahí el “adjetivo” del taller), los resultados varían y siempre hay gratas sorpresas—. Se hizo un acercamiento al desnudo y cada participante mostró una foto en ese primer evento en dicho espacio.
Después vinieron un sinfín de exposiciones, talleres, lecturas, música, subastas, charlas, conferencias, y muchas otras más actividades, incluido el festival IMAGINARIA, con participantes de la talla de Ana Casas, los hermanos Montiel Klint, Javier Hinojosa, Alfredo Destefano, Lola Medel, Karina Juárez, Yael Martínez y muchos, muchos más, y por supuesto también talento local y de la región.
El trabajo ha sido conjuntado a instituciones públicas, OSCs y empresas privadas, siempre sin perder de rumbo el objetivo de sumar para educar
Desde hace unos cinco años, la empresa Energía Costa Azul me invitó a colaborar en un proyecto cuyo producto final es un calendario; desde un principio vi la oportunidad de abrir una ventana para aglutinar quehaceres que podrían fortalecer el uso de la fotografía como herramienta para la conservación, el ambientalismo y, simplemente, conocer más de nuestro terruño en términos de paisaje y naturaleza.
con propuestas de ambientalistas e investigadores sobre conservación y yo con fotógrafos dedicados a la imagen de naturaleza y paisaje.
«Es un proyecto, que si bien tiene resultados inmediatos, como el calendario, los objetivos más importantes se verán a mediano plazo»
Es un proyecto, que si bien tiene resultados inmediatos, como el calendario, los objetivos más importantes se verán a mediano plazo. En esta última edición, y después de muchas negociaciones, nos dimos a la tarea de organizar el Primer Encuentro de Fotografía de Naturaleza con Celular. Junto con Lizette Rolland armamos el cartel de ponencias, ella
La combinación resultó en algo sobradamente interesante; el anfitrión fue el Museo Caracol, donde las y los fotógrafos y los temas de imagen resaltaban las virtudes de la naturaleza, mientras conservacionistas hablaban de cómo disfrutar con el menor impacto posible. De todo esto, lo más interesante fue que estuvo dirigido a un público de educación media, un grupo de casi 70 estudiantes que prestaron mucha atención durante las presentaciones. Por cierto, los dos primeros bloques se presentaron en el formato Pecha Kucha (sencillo), por lo que fueron muy ágiles. El tercer bloque se dedicó a las conferencias magistrales en la que el cierre lo hizo el reconocido fotógrafo de naturaleza Javier Hinojosa.
La siguiente experiencia fue todavía mucho más interactiva: se realizó una salida de campo a dos lugares importantes, el Arroyo San Miguel y el humedal de La Misión; en este recorrido los estudiantes estuvieron acompañados de los expositores y se dieron a la tarea de capturar las imágenes para el calendario 2023.
Como manifesté anteriormente, este es un proyecto a mediano plazo y es importante reconocer que debemos de sumar entre diferentes intereses para bienes comunes, y la conservación de los espacios naturales nos debe importar a todos. Pequeñas acciones como estas, dan una visión distinta de nuestro entorno.
¡Felicidades a todos y cada uno de los involucrados en este pequeño gran proyecto! ¡Enhorabuena!
*Fotógrafo y docente de la Facultad de Artes (UABC)
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chocorrol_@hotmail.com
Fo tos: Enrique Botello .
RECONOCIMIENTO A LA TRAYECTORIA ARTÍSTICA 2022
ÁNGEL VALRÁ
Referenciaobligadaen laplástica deBajaCalifornia
POR JEANETT E SÁNCHEZ*
Con una trayectoria que llega a los 57 años este 2023, Ángel Alfonso Valenzuela Ramos, conocido como Ángel Valrá, mantiene un proceso de consolidación constante y en ascenso, prueba de ello es el Reconocimiento a la Trayectoria Artística 2022, que le fue otorgado el pasado mes de diciembre por el gobierno de la entidad.
Consolidarse a lo largo de más de medio siglo y, más aún, mantenerse vigente y activo en una de las disciplinas que ha dado a México un importante lugar en la historia del arte, es un asunto que amerita la reflexión, un balance de los logros y los desafíos, de las aportaciones y el legado.
“Fue en 1966 cuando llegué a Tijuana, era maestro rural, tres años después fundé una escuela de Artes Plásticas y en ese tiempo hice aquel cuadro que me llevó a las ligas mayores del arte nacional, el quijote que fue la portada de aniversario de la revista Siempre!”.
“Para quienes no tengan referencia de la importancia que esto implica, esa portada la hizo, un año antes, el zacatecano Rafael Coronel, y en otras ediciones la hicieron personajes de la talla de Rufino Tamayo, José Luis Cuevas, David Alfaro Siqueiros, es decir, los grandes maestros del arte”.
Esa portada fue clave en ese momento para Valrá. “Recuerdo que cuando tuve la portada la llevé con Raúl Sánchez Díaz, el gobernador de Baja California en ese entonces y es cuando él me da la tarea de trabajar en el área de arte infantil en escuelas primarias”
Entre sus memorias destacó que fue por ahí de 1971 cuando por primera vez exhibió en Ciudad de México, y fue ahí donde el crítico de arte Antonio Rodríguez predijo que tendría una carrera de talla internacional.
Y sin duda así ha sido, la obra de Valrá se ha expuesto en México, Estados Unidos y Europa, además es una propuesta artística que cuenta con un importante número de coleccionistas, pero lo que para él es lo más importante tiene
que ver con sus esfuerzos por emprender, promover y desarrollar programas de enseñanza artística entre las nuevas generaciones, buscando la gratuidad y la calidad, ante todo.
Durante la exposición “Pintura Cósmica” que realizó en la Galería POP en 2022, se mencionó que “a través de los años, su pintura ha hecho un viaje de la figuración a la abstracción, caracterizándose por la pasión y el orden”.
“Mi pintura nació contemporánea, lo ha sido desde siempre. Recuerdo que cuando me iba a ir a Francia, hubo quien me ‘recomendó’ recrear objetos o símbolos muy mexicanos, pero yo hice todo lo contrario seguí mi estilo, una pintura absolutamente universal, sin dejar de explorar lo figurativo como el Quijote, pero también el retrato, el arte abstracto”.
“Si el espectador observa, se dará cuenta que en mi obra hay simetría, lo que hago es jugar con el balance más que con el equilibrio, trabajo con un sistema de triángulos que se van superponiendo y se van alejando, entonces siempre hay líneas trazadas que le dan direc-
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ción a la obra”, explicó en una entrevista para Transmedios TV.
“En esencia mi trabajo es la mecánica de fluidos y el hecho de que no tengo una idea de lo que voy a hacer, pero resulta que todas las cosas que andan flotando en mi cabeza, en mi conciencia, salen, se expresan, sin ninguna voluntad de dirección, es lo que yo llamo el control del azar o el azar del control”, dijo en esa ocasión.
Por encima del alcance que ha logrado el estilo y la técnica de Valrá en el mundo del arte, él mantiene no sólo su esencia, sino también su sencillez. Es un hombre de carácter fuerte, pero con una enorme paciencia frente a la población infantil y juvenil que asiste a sus clases y talleres.
tar ese sentimiento: la experiencia visual de un momento que se transmuta en obra pictórica”, expresó entonces.
En su biografía se destaca que “participó en varias exposiciones en el Distrito Federal como las Bienales de 1992 y 1996 en las que fue seleccionado para exponer en el Museo Rufino Tamayo. Su obra se expuso en 1991 en una muestra colectiva de los mejores pintores de México, llamada Homenaje a Mozart, en el Museo de Arte Moderno en la capital del país. Asimismo, participó en 1986 en Confrontación 86 exposición que tuvo lugar en el Palacio Nacional de Bellas Artes”.
“Ángel Valrá, mantiene un proceso de consolidación constante y en ascenso, prueba de ello es el Reconocimiento a la Trayectoria Artística 2022”
“Hace muchos años yo abandoné el tener, el sufrir ‘porque no tengo’, hago esto para divertirme, lo hago desde que tenía 10 años, empecé a vender mis cuadros a los 14”.
En junio de 2021 Valrá expuso “Camino a Playas”, obra que describió como un nuevo ciclo en su trayectoria, el reencuentro con su tierra y seres queridos. “Es la obra que logra represen-
“De 1983 a 1986 asumió la dirección de la Casa de la Cultura de Tijuana, recinto en el que propició un movimiento internacional de talentos en disciplinas como la danza contemporánea, la plástica, el teatro y la literatura. Esto fortaleció la modernidad artística en Tijuana, propiciando las expresiones vanguardistas que hoy la caracterizan”.
En 2012, tres décadas de su labor creativa conformaron la exposición “Ángel Valrá. Pintura re-
visitada”, en el Centro Cultural Tijuana. El texto curatorial explicaba que la exposición “traza un arco de tiempo cuyo inicio se ubica a mediados de la década de los ochenta y la parte final concentra obras creadas a lo largo de la última década e incluso en el presente más inmediato, toda vez que una de las piezas fue producida expresamente para formar parte de la muestra”. Esta exposición se inscribió en el programa de revaloración de artistas locales puesto en marcha por el Cecut en 2011.
En esa ocasión Enrique Ciapara, comisario de la exposición, aseguró que “Valrá es un viajero entre las plasticidades figurativas y la abstracción lírica”.
Baja California ha sido, sin duda, una plataforma para pintores de la generación de Ángel Valrá, nacido en Mexicali (1947) que igual figura en el Paseo de la Fama, promovido por el Comité de Imagen de Tijuana, que en la Bienal de Artes Plásticas de la entidad.
*Licenciada en Comunicación por la UABC, con 23 años de experiencia en periodismo y gestión de contenidos
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periodistajsg@gmail.com
Fo tos: Cortesía
Ag ravio, en Tijuana, contra una obra de arte monumental
POR CARLOS-BLAS GALINDO*
Desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta la actualidad, las artes plásticas y visuales han perdido de manera paulatina pero continuada, en Occidente, buena parte de su función social, misma que en la actualidad, con lentitud, comienzan a recobrar. Adicionalmente, ya desde mediados de la década de los años 30 del siglo XX, Walter Benjamin (1892-1940) alertaba sobre el menoscabo de la condición de “poco asequible” con la que contaban las obras plásticas hasta antes de que fuera posible difundir masivamente sus imágenes en la prensa impresa o en tarjetas postales, por ejemplo, situación que él denominó como la destrucción de lo aurático de la obra, término con el que no intentó fijar una postura añorante con respecto al papel de lo artístico hasta antes de que fuera factible lo que dio en llamar su reproductibilidad técnica, sino un juicio de realidad acerca de su no unicidad en tiempos de la expansión de las masas, sectores a los que hoy en día preferimos denominar —con el postmarxista Toni Negri (1933)— como multitud (una formidable traducción a nuestra lengua de los textos de Benjamin, realizada por Andrés E. Weikert, en la que coteja varias versiones del Urtext benjaminiano, la publicó en México la editorial Ítaca en 2003, con una elucidadora introducción de Bolívar Echeverría (1941-2010) y una esmerada edición, misma que Erika Rascón, de quien ahora soy afortunado esposo, me obsequió el 8 de marzo de 2011, antes de que fuésemos novios siquiera). Pero una cosa es la disminución de la función social del arte y la merma o pérdida de su aura y otra, muy distinta, es que se desprecie el carácter artístico de una obra, ultraje que en estas fechas se comete contra la escultura monumental pública urbana México, monumento al mestizaje, de la que es autora Ángela Gurría (1929), la cual se ubica en la glorieta situada en
la confluencia del Paseo de los Héroes y la Ruta (o Bulevar) Independencia, en la llamada Zona Río de la ciudad de Tijuana, Baja California, al colocarle irresponsablemente elementos y luces ajenos.
“A los dos cuerpos de México, homenaje al mestizaje, les han sido irresponsablemente colocados, en sus puntas, perfiles de estrellas en materiales metálicos que sostienen luces…”
Por supuesto que no es mi intención la de impartir lecciones de historia de Tijuana en un medio periodístico bajacaliforniano, como lo es Palabra; empero, toda vez que comparto en redes sociales mis colaboraciones para la prensa impresa de esta entidad y son leídas dentro y fuera de Baja California, hago algunas acotaciones al respecto, incluso a pesar de que es consultable en la internet vasta y veraz información sobre el tema, misma que he cotejado. En 1900, esa ciudad contaba con 242 habitantes. Medio siglo después, la población tijuanense era de casi 60 mil. Para 1955, en la Zona Río existían numerosos asentamientos “irregulares”, por lo que a una gran parte de esa área se le denominaba como Cartolandia, en alusión a los materiales con los que las personas habitantes precarizadas construían sus viviendas. En un proceso de gentrificación, decidido en los años 70 desde la capital de México (mismo que fue previo a la descentralización desde el centro y a los programas culturales fronterizos —con énfasis en las fronteras norteñas, asimismo decididos desde el centro—, de suyo acciones ochenteras), quienes vivían en esa fracción padecieron “reubicaciones”, perpetradas para hacer posible la transformación de esa zona en el nuevo centro de la vida comercial, financiera, cultural y administrativa de Tijuana (en detrimento de su centro urbano originario, al que se le dio un uso turístico), para lo cual el Río Tijuana fue canalizado —con presupuesto federal durante el sexenio de la presidencia de Luis Echeverría (1970-1976)—, no obstante lo cual se han padecido varios y desastrosos desbordamientos de ese cauce, posteriores a su canalización. Con el claro propósito de prestigiar la Zona Río y el Pa-
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seo de los Héroes (en el que se consideran próceres mexicanos y estadounidenses), se convocó —otra vez desde el centro— a un concurso para la erección de un monumento denominado México que se ubicaría en la glorieta situada en el mencionado paseo y la Ruta Independencia (1).
En 1973 Ángela Gurría (quien 40 años después sería distinguida con el Premio Nacional de Artes) obtuvo el primer premio de aquel certamen, con un proyecto que basó en los preceptos de la nueva escultura neovanguardista, en la que ya no se privilegiaban las masas cerradas sobre ellas mismas, sino que se buscaba una interacción entre los vacíos u oquedades y las partes llenas, entre otras características. En ese mismo año, ella fue la primera mujer en ingresar a la Academia de Artes, como académica de número, institución de la cual continúa formando parte. En su obra monumental urbana de carácter público para Tijuana, de 30 metros de altura, y a la que intituló México, homenaje al mestizaje, aludió a lo dual y a lo complementario, recurso que ella misma había planteado en su escultura Señales, para la Ruta de la Amistad (1968) en la capital mexicana, e hizo asimismo referencia a lo tipográfico (recuérdese que las neovanguardias tendieron
«Conocida con el mote de “monumento al fierro”, después de lo cual ha sido designada como “monumento a México”, “monumento M”, “monumento al progreso”, “monumento a la libertad”, “monumento a la Independencia”, “monumento a la raza”, “monumento a las dos culturas” o, más frecuentemente, como “las tijeras”»
lazos de contacto entre las artes y los diseños), estilizando con acierto la letra eme. El monumento, que es el único no figurativo de siete que conforman el multicitado paseo (cuatro en glorietas y tres en el camellón) ha contado con ciertas vicisitudes. Ignoro si Gurría viajó a Tijuana para conocer el emplazamiento de su escultura antes o después de haber sido galardonada. Empero, se sabe que en 1974 se terminó de instalar la estructura metálica de su obra y que, debido a inconsistencias en la asignación presupuestaria respectiva, tal estructura permaneció sin recubrimiento y resintiendo los efectos de la corrosión hasta 1981, año en el que fue recubierta una parte con hierro y, la otra, con aluminio, según el proyecto original de Ángela Gurría, con lo que esta artista pudo concluir su conocida escultura, merced a la intervención de la presidencia municipal tijuanense de aquellas fechas, al frente de la cual estaba José Guadalupe Osuna Millán.
Durante el lapso en el que permaneció inconclusa, esta obra fue conocida con el mote de “monumento al fierro”, después de lo cual ha sido designada como “monumento a México”, “monumento M”, “monumento al progreso”, “monumento a la libertad”, “monumento a la Indepen-
dencia”, “monumento a la raza”, “monumento a las dos culturas” o, más frecuentemente, como “las tijeras” y, la glorieta en la que se encuentra, ha fungido —como la dedicada al tlatoani Cuauhtémoc— a manera de punto de reunión para el arranque de numerosas marchas ciudadanas. Durante mi más reciente visita a Tijuana, en el mes de diciembre, pude constatar que, a los dos cuerpos de México, homenaje al mestizaje, les han sido irresponsablemente colocados, en sus puntas, perfiles de estrellas en materiales metálicos que sostienen luces y, asimismo, en sus perímetros, tiras de cableado igualmente con luces, que van desde sus cúspides y hasta el suelo, conformando conos —mismos que son más perceptibles por las noches, cuando esas luces son encendidas— con la cínica intención de aprovechar esta obra artística para disfrazarla de pinos de las festividades decembrinas instauradas desde el poder global dominante. Se encuentra en proceso la necesaria y urgente normatividad que impida que, en México, las personas servidoras públicas hagan apología de alguno de los muchos credos religiosos que se practican en este país. Empero, es de sobra sabido que, desde que fueron promulgadas las Leyes de Reforma, en 1857 (convergentes con el innovador texto constitucional del mismo año), el Estado mexicano es laico, asunto que debe ser respetado incondicionalmente por personas servidoras públicas y por toda la ciudadanía. Además de constituir un atropello al marco legal vigente en cuanto al laicismo, el colocarle elementos ajenos a la escultura de Gurría es un agravio al carácter eminentemente artístico de esta escultura. Este acto de barbarie, perpetrado por personas que a todas luces carecen de una formación en cuanto a la cultura artística y no se asesoran respecto a este tema con gente especializada, debe ser de inmediato revertido. Corresponderá a personal de la Secretaría de Cultura del gobierno del estado de Baja California verificar si existe un daño a la integridad física de esta obra escultórica y, en su caso, proceder de manera que tal deterioro sea reparado, toda vez que esa secretaría es responsable de la salvaguarda y difusión del patrimonio cultural bajacaliforniano.
(1)El afán por subrayar la mexicanidad tijuanense ha llevado a la nomenclatura del Puente México, la colonia México o el campo deportivo México, por ejemplo.
carlosblasgalindo@yahoo.com
*Profesor-investigador de arte, crítico de arte, curador independiente, artista visual y conceptual
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Fo tos: Carlos-Blas Galindo
LAS LIBR ER ÍAS DE MI VIDA
POR ALBERTO MANGUEL*
Cuando llegué a París en 1969, en el último año de mi adolescencia, la Fnac abrió una sucursal en la Avenida Wagram que se convirtió en la mayor superficie de venta de libros en Francia. La Fnac había sido creada dos décadas antes como un centro de ventas a precios reducidos; la apertura de la tienda en la Avenida Wagram hizo que, 12 años después, el ministro de Cultura Jack Lang, para proteger a los pequeños libreros, decretase la ley del precio fijo, según la cual todo libro debía venderse al mismo precio, fuese donde fuese. A pesar de esa restricción, la Fnac siguió expandiéndose y hoy en día no hay ciudad francesa que no tenga su Fnac, ofreciendo al público no solo libros sino música, películas y aparatos electrónicos, una suerte de Amazon de ladrillo y hierro.
Al comienzo, los directores de la cadena justificaron su pantagruélico proyecto alegando que la Fnac no sería una gran superficie anónima, sino un conjunto de librerías especializadas. En mi primera visita, un joven experto me guió a través de un largo laberinto de libros de poesía, comentando y recomendando autores y editoriales. Eso duró poco. Al cabo de unos meses, aduciendo el viejo estribillo que la poesía no se vende, la sección fue reducida a unos pocos estantes y el joven experto fue remplazado por una amable señora que nunca había oído hablar de Verlaine. Mientras tanto, y no enteramente debido a la existencia de la Fnac, muchas de las mejores librerías de París fueron desapareciendo. Saint-Germain-des-Près, barrio de libros por excelencia, se convirtió, en los años ochenta del siglo pasado, en un conglomerado de tiendas de moda.
Lo sabemos: lo firme huye y solamente lo fugitivo permanece y dura, pero eso no es consuelo. Ciertamente, el oficio de librero ha cambiado a lo largo de los siglos. En Grecia y Roma, el librero era también el copista, y Marcial, en el siglo I, recomienda al lector su nuevo libro de poemas, que, según reza el aviso de una cierta taberna libraria, puede adquirirse allí por cinco dinares. En la Edad Media y el Renacimiento, el librero no solo copia sino que también busca manuscritos: Petrarca se ufana de haber adquirido en una librería un viejo ejemplar de Homero que, por desgracia, no puede leer porque no sabe griego. A partir del siglo XVI, el librero es también editor: el autor le paga para
que imprima su libro, o le vende los derechos para que el librero lo publique por cuenta propia. Un tal James Lackington, a fines del siglo XVIII, abre en Londres el Templo de las Musas, una librería que alberga más de medio millón de ejemplares y que, antecesor de la Fnac, promociona la venta de libros a un precio más barato que el de sus competidores, pero siempre al contado. El Templo de las Musas no vende a crédito.
Mi vida es un largo y feliz recorrido de librerías que extienden sus anaqueles desde mi infancia hasta hoy a través de todos los países en los que he vivido. Prufrock medía su vida en cucharaditas de café; yo la mido en librerías. La primera que recuerdo (uno no olvida su primer amor) estaba en Tel Aviv, cerca de la Embajada Argentina. Era una gran tien-
da cavernosa donde mi nodriza me dejaba recorrer las estanterías más bajas, que estaban al alcance de mis cinco o seis años. Allí descubrí una magnífica serie ilustrada de los cuentos de los hermanos Grimm. Aún conservo uno: La mesa, el asno y el bastón maravilloso. No recuerdo al librero: en las librerías que más quiero, los libreros son presencias intuidas como fantasmas discretos que no se imponen ni nos acosan con un “¿Qué está buscando?”. Recorrer librerías es una actividad solitaria: los lectores no cazan en jaurías.
Cuando regresamos a Buenos Aires, descubrí las librerías de mi barrio, Belgrano, que vendían sobre todo artículos de papelería pero también libros. Mi favorita tenía la colección completa del sello Robin Hood. Bajo sus cubiertas amarillas descubrí mis
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Fo to: Archivo Pa labr a.
primeros Sandokán y las aventuras de Bomba, el niño de la selva, pálida imitación de Mowgli a quien no conocería hasta tiempo después. Luego, cuando empecé el colegio secundario en el corazón histórico de la ciudad, mis librerías fueron las de viejo. Mis compañeros y yo frecuentábamos la venerable Librería del Colegio (hoy Librería de Ávila) cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII, y después recorríamos la calle Corrientes con sus innumerables cuevas de papel y tinta, donde los libreros, muchos de ellos republicanos exiliados de la España de Franco, vigilaban discretamente nuestras idas y venidas entre las polvorientas mesas donde se apilaban sus tesoros. Allí descubrí a mis primeros poetas españoles modernos —Blas de Otero, Vicente Gaos, Miguel Hernández, Pedro Salinas— y las novelas del “boom” latinoamericano publicadas por Seix Barral, todas apiladas entre la inocente pornografía de Jardiel Poncela y las pecaminosas traducciones de los rusos, checos y húngaros en la colección Austral.
Había por lo menos tres librerías de lengua inglesa en Buenos Aires en los años sesenta. Mitchell’s, Rodríguez y Pigmalión. Esta última estaba dirigida por una alemana muy culta, Lili Lebach, quien había publicado a Stefan Zweig cuando este vivía en el exilio. A los 15 años, empecé a trabajar en Pigmalión, gracias a la generosidad de Fraulein Lebach. Al contratarme (le expliqué que podía venir a trabajar por las mañanas y también después del colegio, porque mis clases eran del turno de la tarde) me dijo que mi primera tarea sería la de pasar un plumero a libros: así aprendería a reconocerlos y ubicarlos. Al contrario de muchos libreros de hoy que confían en la memoria de un ordenador para encontrar un libro, Fraulein Lebach insistía en que conociésemos nuestro fondo, y también que leyésemos las novedades que llegaban de Inglaterra y de los Estados Unidos para saber qué recomendar a los clientes. Gracias a ella, descubrí a Saul Bellow, Patricia Highsmith, Steinbeck, Evelyn Waugh, y a George Ivanovich Gurdjieff por el cual Fraulein Lebach sentía adoración evangélica. Desgraciadamente, no podía convencer a sus clientes de la importancia del gran sabio, y los libros de Gurdjieff se acumulaban tristemente en el depósito. A Pigmalión venían muchos de los grandes escritores argentinos. En el pequeño espacio entre las estanterías, escuché a Ernesto Sabato comparar las traducciones de Dostoievski al español con las inglesas y francesas; a Victoria Ocampo hablar de Aldous Huxley y Virginia Woolf; a Borges recomendar una biografía de Kipling que
sus dedos ciegos habían milagrosamente reconocido. Fue en Pigmalión que Borges me propuso que viniese a leerle por las noches los cuentos Kipling, de Stevenson y de Henry James. Supe más tarde que Borges quería revisitar los cuentos que él consideraba obras maestras antes de volver a escribir las ficciones que llevarían el nombre de El informe de Brodie y El libro de arena. Para estudiar esos cuentos, necesitaba los ojos de otros. Yo fui uno de los muchos elegidos pero, con la arrogancia de un adolescente, creí que yo le estaba haciendo un favor a un viejito ciego. Escuchar a Borges comentar esas lecturas fue quizás la lección más importante en mi vida de lector.
Viajé a Europa en 1969 y en París, Londres y Milán, otras librerías jalonaron mi vida. En La Hune de Saint-Germain, Severo Sarduy me presentó a Roland Barthes, quien me recomendó al ilegible Maurice Roche. Allí, Severo me regaló un libro del concretista brasilero Haroldo de Campos (traducido al francés) y me hizo leer a Raymond Queneau. En la rue de Seine estaba la librería Fischbacher, especializada en libros de arte africano y oriental, donde el dueño, con la generosidad de un refugiado, me dio trabajo y me permitió dormir en la trastienda. Yo, que con mi pasaporte argentino y sin permiso de trabajo, no podía encontrar empleo, le debo a Monsieur Fischbacher mi sobrevivencia en París. Recuerdo que, con mi primer sueldo, me ofrecí un enorme café au lait con croissants después de no haber comido casi nada durante varios días. Se habla poco de la generosidad de los libreros.
poco tiempo de abrir, El búho de Minerva quebró, pero su memoria sobrevive en unos cuantos lectores agradecidos.
Conocí librerías en todos mis viajes: la más pequeña, una mesa dispuesta bajo un cocotero en las islas Cook donde encontré una primera edición de El misterio del sombrero romano, de Ellery Queen; la más exótica, en un mercado de Samarcanda donde compré un pequeño Corán manuscrito con bellísima caligrafía; la más atrayente, la librería Acqua Alta en Venecia, caótico conglomerado en la ciudad más hermosa del mundo.
“En Grecia y Roma, el librero era también el copista, y Marcial, en el siglo I, recomienda al lector su nuevo libro de poemas, que, según reza el aviso de una cierta taberna libraria, puede adquirirse allí por cinco dinares”
Pienso que yo sería un mal librero: le tengo demasiado apego a los libros para dejar que otros se los lleven, aún si me pagan. Para ser un buen librero, si uno es un lector apasionado (como lo son frecuentemente quienes se dedican a esa sagrada profesión), uno tiene que dejar de lado la codicia que nos impulsa a atesorar volúmenes y el egoísmo que nos impide desprendernos de ellos. Un librero de ley es un San Martín dispuesto a ceder no sólo media capa sino la capa entera. Alessandro Baricco fue más allá. En los años noventa, abrió con un grupo de amigos una librería, El búho de Minerva, que vendía apenas una docena de títulos, todas obras (según Baricco) de sus autores más secretos y queridos. Deshacerse de centenares de títulos por los c uales uno siente más o menos cariño, requiere menos altruismo que deshacerse de un puñado de amores esenciales, esos libros sin los cuales (diría Pierre Menard) “el mundo sería más pobre.” Por supuesto, al
Hoy, a pesar del acoso de Amazon y del coronavirus, las librerías de este último capítulo de mi vida han logrado (hasta ahora) sobrevivir Adaptándose, reimaginándose, proponiendo nuevos servicios, pero siempre siendo esa presencia generosa, discreta, sabia, a veces virtual, que me acompaña todavía. No quiero hablar de mis librerías españolas favoritas, porque son varias y no quiero ofender a ninguna. Pero en mis otras ciudades tengo ciertas librerías particularmente amadas: el oficio de lector autoriza la poligamia. En Buenos Aires, la maravillosa librería Guadalquivir, donde la jefa, Natalia Urueña, en un espacio reducidísimo, logra exponer títulos inhallables definidos por su gusto exquisito. Guadalquivir tiene un sitio web en el que, casi a diario, se recomiendan títulos por tema o editorial: yo trato de leer los más que puedo. Cuando vivía en Francia, frecuentaba sobre todo dos librerías: Tschann en Paris, en el barrio de Montparnasse, cedida por la antigua dueña a sus empleados, quienes la administran con eficacia y buen gusto; y La Belle Aventure en Poitiers, fundada por Christine Drugmont a principios del milenio, para dar a la ciudad de Foucault un sitio cultural donde autores y lectores pueden entrar en continuo diálogo. La Belle Aventure abrió luego una sección de literatura infantil que resultó ser una de las mejores de Francia. En mi cartografía librera, estas tres librerías están marcadas con una estrella de oro.
Quizás los primeros libreros fueron los sacerdotes egipcios que vendían en sus templos ejemplares del Libro de los muertos a las familias de los difuntos, para guiar al alma en su viaje al más allá. Esos sacerdotes son los antepasados de nuestros libreros, quienes, como ellos, nos ofrecen hoy, por unas monedas, guías para fortalecer nuestras almas y para ayudarnos a recorrer con destreza y coraje este problemático mundo nuestro y también, si es necesario, el que vendrá.
@albertomanguel
*Escritor y editor argentino-canadiense, autor de Una historia de la lectura
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José Javier Villarreal: Poeta de provincia
POR RAEL SALVADOR*
En estos casos, el cielo es azul —con pocas nubes, transparente como un trago de aire en un año por estrenar— y se asemeja a la piedra de un poema que se pulveriza en la memoria, para —un verso más, un verso menos, un verso tachado, un verso abierto, un verso sangrando noche o luz— hacer más extensos los recuerdos de lo intenso.
Y nos dice José Javier Villarreal en Hipólito Salas 135:
… La ventana, como el cielo, también te espera. Espera tu regreso para mostrarte un paisaje. Tu habitación está a oscuras, la ventana no. Ella juega otro papel. Está adentro, pero también afuera. Forma parte de la intimidad, pero también del mundo social que conforma a la ciudad…
Una poética de registros paradójicos —como podría leerse, en la inmortalidad del tiempo, todo verso—, actividad existencial que legitima la elegía de la vida y la naturaleza de la muerte, porque sobrevivir significa la intensidad subversiva de la propia vida.
Podría decir que la poética del autor de Campo Alaska (2012) es el trasiego de un habitáculo soterrado por el Solsticio de invierno y la amenaza deliciosa de cualquier nieve, un alambique “óxidodorado” que sostiene los destilados maestros del editor, ensayista, traductor y poeta, una colmena de galaxias titilantes en la lengua de un dios pagano, a la vez que institucionaliza sus visiones en las cifras ecuménicas de un moderno platonismo —auspiciado por un San Agustín tardío—, ese mundo superior a la esperanza que es la poesía.
Son los poemas suprasensibles, numénicos —aparecidos en Una señal del cielo (2017)—, que en su dulce y conmovedora extensión se miden con la epifanía del acontecimiento religioso:
Mis pies no son los pies de Jesucristo, no caminaron sobre la superficie de las aguas, no fueron lavados por María Magdalena. Mis pies no son los pies de Jesucristo, no quedaron grabados en una trágica y dolorosa imagen.
Pero mis pies (que no son los pies de Jesucristo) fueron besados por tus labios.
Sí, cómplices no sólo de una era, sino de un oficio, de un mandato, de un designio. Porque de Ovidio a Beckett, pasando por un libérrimo Pound enjaulado o el caro fantasma de Celan (aún con los boletos húmedos de Esperando a Godot en su bolsillo), arribas a Monterrey —en 1976— y la historia empieza a entenderse, tanto así que limas con la sutileza del oleaje del “Mar del Norte” poemas en tus constantes viajes a Baja California —durante las estancias de Navidad, Semana Santa y el Verano Indio de Tecate— y en poco más de una década te haces del Premio de Poesía Aguascalientes 1987.
Ese joven —con la apariencia de un “Tarkovski” de provincia (toda “Zona” es excéntrica)—, cortejado por el canto de las Nereidas de este Norte, hijo prodigo de todas las batallas ganadas y de todas las batallas perdidas —como resulta usual a quien comprende los giros de la “rueda” que nos tipifica en la fortuna de lo humano—, y que ahora se encuentra de nuevo aquí, compartiendo los destilados de la vid luminosa y su deseo diáfano, sutil, transparente, como alguna vez, en una noche fundacional, Homero “observó la rabia del océano”, esa elegía irrenunciable de los dioses frente al mar
Poemas misericordiosos, marinos, de estructura esencial, de una cotidianidad mística, hogareños, de un clasicismo irrenunciable, y que nos sostienen, a su vez, las murmuraciones etéreas de un imperio de creación identificable: la sensualidad divina de Luis de Góngora —que desde su tiempo gratifica el presente con reminiscencias a Roberto Calasso en Las bodas de Cadmo y Harmonía— y otros invitados al festín de lo poético.
Y ese otro poema rodante, que también es una devoción:
La piedra está ahí, no podemos fingir, sabemos que la piedra es famosa. Se le han inscrito números y magníficos poemas, artistas de renombre han declarado que se ponen a su servicio en el momento que toman el cincel y el martillo. Hay amantes que recogen una piedra para dársela / a su amado…
Palabras de apertura en la presentación de Poeta de provincia Antología poética (1981-2021), en compañía de su autor y Jorge Ortega, en el Festival INTERZONA 2022. Tijuana, B.C.
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raelart@hotmail.com *Escritor y editor
Fo to: Daniel García