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“Tu Sepulcro, Y el suyo

Entré a mirarte y allí estabas, arriba. Quise llegarte y pedí ayuda. Pasé por atrás para estar más cerca de ti y no sabía que podía hacerlo, pero después de tres escalones toqué tu mano, entreabierta; como mi corazón que a veces despiertas sin darme cuenta que sigue con vida.

Así es como yaces y como ella también yacía, aquella funesta noche a las dos de la mañana en la que ya nunca más amanecería ante sus ojos. Pedí por ella, pedí por ti, rogué por él, por ellos y hasta por mí.

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Si sé que lo sabes todo por qué lo hago. Si sólo me falta una cosa me sentí egoísta tocando tu herida sin querer hacerte sangre, sabiendo que ya no daña un clavo pasado ni una lanza en la espalda si una escultura no duele, y ya ha secado el espino lanzado en tu frente que ya ni siquiera siente, gracias a quien sea que se llevó ese dolor tan candente como el frío que se siente en esta cama, y en la tuya al no tenerte. Que si tú quisiste amar y serlo, te ruego de nuevo rozando tus dedos de hielo que seguro eran fuego; antes de estar ahí; en ese trono de velas, de acero, de incienso y pintura de oro; volver a sentir y dar vida a este cuerpo que ahora destrono para postrarme a tus pies. Que tras sentirte de cerca ya no hay barrera, marea ni lluvia que impida que un sueño eterno se cumpla en una noche de Viernes Santo, mientras el agua arrastra las penas negras para limpiar el hierro de las cadenas, que frenan el paso a una nueva ilusión llena de amor, en vena, que acabe de un golpe en estigma, como los tuyos, con mi condena.

María Lorenzo Sánchez

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