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Capítulo II: La visión de los protagonistas
CAPÍTULO II
LA VISIÓN DE LOS PROTAGONISTAS
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Toda la trayectoria de nuestro centro hasta aquí narrada como institución, adquiere un sentido más pleno si la completamos de vida con las experiencias personales de los que han formado parte de nuestra comunidad educativa en diversas etapas de su historia, por ello se incluye este capítulo en el que algunos de los alumnos, profesores y otros trabajadores de nuestro centro educativo nos narran sus vivencias personales y nos transmiten la otra cara de nuestro instituto, la cara humana que complementa la que hasta ahora hemos visto, la cara institucional.
Carmen Antúnez y Aurelio Soto nos describen sus trayectorias como profesores, como cargos directivos y en el caso de Antúnez como mujer que perteneció a la primera promoción femenina de nuestro instituto. Rafael Pérez Castillo, alumno de la primera promoción, profesor y Secretario de nuestro centro, nos regala una visión humana y poética de su trayectoria personal por el instituto. Manuel López Pardiñas destaca la importancia de su etapa en el instituto para su formación personal y académica. Rafael Montagut Lorenzo nos habla desde la nostalgia de su paso como alumno por nuestras aulas. Trinidad Flores Cruz, componente de aquella primera y modélica promoción de 1955, nos ilustra con el detalle de la vida cotidiana en las primeras clases en La Merced, a través de unas entrañables anécdotas de las cuales fueron protagonistas un grupo de niños cargados de ilusiones, y que a la vez también eran muy conscientes de que el trabajo y el esfuerzo les permitirían progresar en unos tiempos tan difíciles en la Historia de nuestro país como fueron los años cincuenta. Alfonso García Barroso nos habla, desde la intimidad de su diario, de sus percepciones vitales en una adolescencia en la que encuentra a otro Alfonso al que hoy no reconoce. José Luis Rúa nos regala con un artículo en el que, además de desgranar su trayectoria personal y profesional, resume de manera muy certera la evolución de las enseñanzas de Educación Física. Alumnos y alumnas de promociones más modernas nos cuentan sus experiencias, por un lado Tamara Veláquez Blanco, licenciada en Ciencias de la Información, que hoy en día como otros muchos jóvenes formados en nuestra sociedad está fuera de España, concretamente en Inglaterra, para lograr un trabajo que este país, de momento, es incapaz de proporcionarle, o Juan Ignacio González Orta, historiador, que también ha pagado su tributo en el extranjero, en su caso en Francia, y que ahora es colega de profesión en un instituto de Sevilla. Rocío Concepción Rodríguez nos aporta su testimonio como antigua alumna y como madre actual de dos alumnos. José Vázquez nos habla de su paso por el instituto como trabajador en el puesto de conserje, sin olvidar los años en los que fue alumno.
Todas las personas que han formado parte de nuestro centro no podían, por razonas obvias de espacio, dejar su testimonio escrito, pero es posible, y ese ha sido nuestro deseo, que todas se vean representadas en algunos de los textos que a continuación se pueden leer. Gracias a todos por su colaboración, a unos por su intervención directa y a otros por vuestra cercanía emocional con las narraciones que a continuación se pueden leer.
PRIMERA PROMOCIÓN. Ayamonte, 1955. Texto de Trinidad Flores Cruz.
A lo largo de las celebraciones que hemos venido disfrutando con motivo del sesenta aniversario fundacional del Instituto Laboral de Ayamonte, hoy Guadiana, hemos ido recordando, y a la vez descubriendo, los orígenes del centro docente, lo que supuso para el devenir de la ciudad, las nostalgias que despiertan su recuerdo; hemos contemplado un buen número de documentos gráficos y audiovisuales, y sobre todo, hemos disfrutado con un nuevo y entrañable reencuentro de las “viejas glorias”.
Llega ahora el momento de evocar anécdotas y recuerdos de algunos alumnos de aquellas dos primeras generaciones, que hace ya diez años celebramos el cincuentenario.
Alfonso García Barroso, impulsor principal de estas nostalgias, me pide que recopile algunas de las anécdotas y recuerdos contados por viejos compañeros que nos hablan de aquellos tiempos inolvidables. Es obvio que tenemos que resumir, porque de lo contrario, de anécdotas podríamos llenar un libro, y este trabajo que se me encomienda solo forma parte de uno, el que el centro editará con motivo de la efemérides.
Vamos a centrar el anecdotario y los recuerdos en varios conceptos que nos proponen determinados alumnos: acomodación a los nuevos estudios, responsabilidad, relación profesor-alumno y anécdotas varias y curiosas.
Antonio Vidal por un lado, y Antonio Carmona por otro, nos hablan de la acomodación para los nuevos estudios. Uno, Carmona, venía de la añorada Casa Cuna; el otro, Vidal, del Bachiller “por libre”, es decir, el que se estudiaba recibiendo clases de los Maestros de Escuela de la ciudad para al final examinarse en la capital. Para Carmona no era más que pasar de una situación de aprendizaje a otra y que en todo caso lo que primaba era aprovechar el tiempo, como manifiestan también Gonzalo Cano y Sulpicio Gutiérrez, que cuando comienza el Bachillerato Superior en Santoña se da cuenta de que tiene que apretar los codos más que lo hacía en Ayamonte.
Varios compañeros, entre ellos Rafael Pérez Castillo, alumno y después profesor del centro, recuerdan el gran respeto y admiración que sentíamos hacia los profesores, era una relación realmente empática.
En cuanto a las anécdotas, se pueden recordar muchas, como la de mis lágrimas cuando leí en la papeleta del examen de ingreso la palabra “notable”, que ignoraba por completo que existiese; o cuando Antonio Frigolet salió de una clase sin que ni el profesor ni ninguno de nosotros se diera cuenta; o cuando Julio Barroso y Victoriano Aguilera acudieron a Paco Palmero en noche de llantos juveniles por el temor que suponía dormir en un convento de monjas en Cádiz con cementerio propio; o cuando Pepito Bustamante, a la pregunta de Don Juan Fernández de si teníamos alguna pequeña duda sobre lo escrito en la pizarra le contestó aquello de “tengo una pequeña duda que lo abarca todo”…
Para terminar, vamos con dos antiguos alumnos que sin duda alguna han llegado a adquirir la categoría de personajes:
Por un lado, Manuel Salgueiro Cavaco, que vivía a las afueras del pueblo, en la Cerquita de Padres Jesús, desde donde se desplazaba a diario en bicicleta o andando, y que para poder estudiar de noche tenía que enganchar un cable a la acometida general que luego desenganchaba por las mañanas. Inolvidables resultaron sus exhibiciones con la bicicleta.
En cuanto a Paco Palmero, qué vamos a decir de él. Yo creo que al Palmero le daba igual estudiar el Bachillerato, a él lo que le gustaba era el Instituto, su vida interior, su relación con determinados profesores. Por lo demás, sentado en su pupitre junto a una ventana, estaba más pendiente del trajín de los barcos en el Guadiana y en el muelle de Villarreal que de la clase en sí. Paco ha confesado, y lo hace poniéndose la mano en el corazón, que el Instituto fue y sigue siendo algo así como su propia vida. Lo siente así y lo repite cada día.
Fondo Fotográfico del IES Guadiana. Alumnos y alumnas de las primeras promociones, 1955 y 1967, en la celebración del Aniversario. 15 de mayo de 2015.
CARMEN DOLORES ANTÚNEZ CARACENA
Con motivo del 60 Aniversario del Instituto he sido invitada a participar en esta publicación, al reunir, en mi persona, varios perfiles relacionados con este Centro: el de alumna, profesora, madre de alumnos, y por último directora.
Alumna
Mi vida, en cierto modo, transcurre de forma paralela y ligada a la del Instituto. Nazco el mismo año en el que se crea (1955); en enero de 1967, después de hacer el preceptivo examen de ingreso, obteniendo Matrícula de Honor, me matriculo, junto a 38 alumnas más, en el primer curso del Bachillerato Laboral Administrativo (bachillerato femenino)formando parte de la primera promoción de alumnas, ya que, desde su creación, el Instituto sólo había sido masculino, y se impartía el Bachillerato Laboral, modalidad Marítimo-Pesquera. El Instituto se denominaba entonces, Centro de Enseñanza Media y Profesional (1955 – 1967) conocido en la localidad como “Instituto Laboral”, nombre que va cambiando, en consonancia con las leyes educativas de cada momento.
En el curso 1966/67 comienza mi primera relación con el Instituto como alumna. Fui estudiante durante cinco cursos del Bachillerato Administrativo, lo que condicionó, en cierto modo, mis estudios posteriores. Del total de 39 alumnas que comenzamos el primer curso, 21 terminamos el bachillerato. Unas dejaron los estudios, otras se incorporaron al Bachillerato Elemental que, como nuevas enseñanzas, había comenzado en el curso 1967/68, estando todavía el alumnado separado por sexos. En el curso 1971/72, cuando se implanta el Bachillerato Superior, que constaba de dos cursos, 5º y 6º, se forman ya los grupos mixtos, de alumnos y alumnas. Algunas de las que terminaron el Bachillerato Laboral, se incorporaron al Bachillerato Superior.
El Bachillerato Laboral Administrativo estaba dentro de las enseñanzas profesionales, manteniendo el instituto desde esos años su vocación de Centro que, además de las enseñanzas de carácter general, presenta una oferta formativa en el ámbito laboral (administrativo, metal-mecánica, electrónica, instalaciones frigoríficas, mantenimiento de edificios) muy reconocida en Ayamonte y en localidades vecinas. El Bachillerato Laboral Administrativo, nació y se extinguió con nuestra promoción.
Desde el año 1967 al 1975, pasa a denominarse Instituto Técnico de Enseñanza
Media.
De estos primeros años son muchos los recuerdos que me vienen a la memoria: compañeras, profesorado, aulas, etc. Vivencias todas enriquecedoras que contribuyeron a definir mi personalidad y a forjar mi vocación profesional. Con las compañeras, unas más cercanas que otras, siempre mantuve una buena relación, que continúa hoy en día.
Esta primera promoción de mujeres ha sido muy productiva, ya que las encontramos desarrollando profesiones muy variadas: maestras, administrativas, enfermeras, terapeutas ocupacionales, profesoras, empresarias, etc. Considero que supimos aprovechar la oportunidad que se nos abrió en Ayamonte, al poder realizar unos estudios medios que nos puso en la rampa de salida para realizar otros superiores, posibilitando la independencia económica y profesional, que de no haber sido así, seguramente, no habríamos alcanzado, ya que el desplazamiento a la capital para seguir los estudios, estaba vedado para la mayoría de las mujeres, sobre todo por la humilde economía de las familias.
En agosto de 2014, después de 47 años, tuvimos el primer reencuentro de “Alumnas del Bachillerato Laboral”, con algunos de los profesores y las profesoras que nos impartieron clase; una jornada, sin duda, muy emotiva, en la que evocamos muchas anécdotas compartidas.
Muchos son los profesores y profesoras que han dejado una huella imborrable en la etapa más bonita de la adolescencia temprana, el profesor de Ciencias Naturales y Física, Don Manuel López Grién, director del centro; D. Justo Gutiérrez Márquez, profesor de Dibujo, secretario y director, cargo que alternaba con D. Manuel López Grién; Dª Mª Jesús Valdés_Hevia Villa, profesora de Lengua y Literatura, D. Joaquín Feria Obando, profesor de Inglés, que atendía la biblioteca del centro; Dª Aurora Chacón Cuesta, profesora de Hogar y Música; D. Manuel A. Vázquez Berrrones, profesor de Matemáticas; D. Juan Delcán Rubio, profesor de Taquimecanografía, entre otros, y en los últimos cursos, Dª Ángela Rivera Crespo, profesora de Lengua y Literatura, que nos daba la asignatura de Economía; Dª Carmen Santos Gordo, profesora de Historia, que nos impartió Derecho y Dª Isabel García Nisa, profesora de Lengua y Literatura, que nos impartía Historia del Arte. Posteriormente, he sido compañera de profesión de algunos de ellos. Era un profesorado que impartía sus clases tanto a los grupos masculinos, como a los femeninos.
Nuestras aulas estaban en la zona actual de Dirección y Administración, al ser la enseñanza separada por sexos, se adecuaron ciertos espacios para las alumnas, así mismo compartíamos otros espacios: Laboratorio de Ciencias, Aula de Dibujo, Gimnasio. También, desarrollábamos algunas actividades conjuntamente con los alumnos, entre las que cabe destacar:
• El coro, que dirigía Dª Aurora, la profesora de Hogar. Con él participamos en concursos de villancicos en Huelva varias navidades. Actuamos en Villafranca de los Barros y visitamos Almendralejo y Mérida.
• Una réplica del famoso concurso televisivo, “Cesta y puntos” aplicado al
Centro, en el que competíamos equipos de alumnas contra alumnos.
• Actividades de exposición-ampliación de temas de Matemáticas, con el profesor
Don Manuel Alberto Vázquez Berrones, fuera del horario lectivo.
• Excursiones a Castro Marín, la playa de Punta del Moral, etc.
En el Instituto, además de los conserjes-bedeles, que hacían sus funciones, sobre todo, con los grupos masculinos, trabajó también una celadora para los grupos femeninos, la señorita Conchita Gallego Reina, nombrada celadora accidental de la Sección Femenina, con fecha 1 de enero de 1967.
Cuando finalicé el bachillerato, junto con cuatro alumnas más, obtuve beca para estudiar en la Universidad Laboral Femenina de Zaragoza el Bachillerato Técnico Superior de la Modalidad Secretariado, y posteriormente el C.O.U. Después hice la Licenciatura de Ciencias Económicas y Empresariales (Sección Empresariales),
obteniendo el 1er Premio de mi Promoción, concedido por la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, en marzo de 1980, a propuesta de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Sevilla.
Pasados estos ocho cursos, en los que termino mi formación académica, vuelvo a Ayamonte y al Instituto, ahora como…
Profesora
En el año 1979 termino la licenciatura y en noviembre de ese mismo año, sustituyo a Dª Mª Leonor Fournier Andray, de baja por maternidad, durante tres meses. Es mi primer trabajo como profesora de Prácticas Administrativas, en la Sección Delegada, que dependía del Instituto Politécnico de Huelva, y funcionaba desde el año 1975, junto al de enseñanzas medias, el Instituto Nacional de Bachillerato Mixto (1975 – 1985).
En el curso 1980/81 obtengo una plaza de interina en la asignatura Tecnología Administrativa y Comercial, perteneciente a las enseñanzas de Formación Profesional, especialidad Administrativa y Comercial que, junto con las enseñanzas de Primer Grado de Metal – Mecánica, se impartían en el Instituto, conviviendo en el mismo recinto las enseñanzas profesionales y medias. Desde ese curso, hasta la actualidad, he trabajado en el mismo Centro, con distintas responsabilidades a lo largo de mi vida profesional.
La Sección de Formación Profesional, se convierte en Instituto de Formación Profesional, en el año 1984. Se consensuó la denominación de “León Ortega”, en reconocimiento al insigne escultor ayamontino Antonio León Ortega. Instituto que fue ampliando sus instalaciones a medida que se ampliaban las enseñanzas y aumentaba el número del alumnado de formación profesional. Se impartían enseñanzas de primer y segundo grado, en las especialidades Administrativa - Comercial, Electricidad – Electrónica y Metal – Mecánica (solo primer grado).
En esas fechas convivían dos Institutos en el recinto actual, con sus respectivos equipos directivos, sus Claustros de Profesorado y su personal de administración y servicios:
• Instituto de Bachillerato Guadiana. (1985 - 1997)
• Instituto de Formación Profesional “León Ortega”. (1984 – 1997).
En el año 1997, como consecuencia de la entrada en vigor de la Ley 1/1990, de 3 de octubre, Orgánica General del Sistema Educativo, LOGSE, se fusionan
los dos Centros, manteniendo el nombre de Instituto de Educación Secundaria Guadiana, I.E.S. Guadiana, hasta nuestros días.
Durante mis años de docencia he sido testigo de la transformación tan importante que se ha producido en las instalaciones. En los años 80 las ampliaciones para el nuevo Instituto de F.P. “León Ortega”, que sufrió una amplia demanda por el impulso que desde la Administración Educativa se le dio a la Formación Profesional, hasta aquel entonces, la “pariente pobre” de la enseñanza, con la construcción de los edificios rojos junto al Cuartel de la Guardia Civil.
Posteriormente con la unificación de los dos Centros, la asunción de todos los grupos de la E.S.O. (Educación Secundaria Obligatoria), la adscripción de numeroso profesorado de la E.G.B. (Educación General Básica), que conlleva un aumento considerable del alumnado y del profesorado, se lleva a cabo una reforma integral en las instalaciones (1998-2000) con la construcción de nuevas aulas, adaptación del salón de actos, eliminación de la “mítica” piscina y gimnasio, etc., quedando, básicamente, la estructura actual. Posteriormente, se han ido haciendo pequeñas reformas, para cubrir las necesidades que han ido surgiendo.
Como profesora me quedo, además de con las relaciones de amistad con muchos compañeros y compañeras, la relación con el alumnado. Para mí ha sido muy importante encontrarme, cada inicio de curso, con grupos de jóvenes que siempre están en la misma franja de edad, hecho que te hace sentir que el tiempo no pasa y te obliga estar al día de la problemática que les preocupa.
Me enorgullece encontrarme con antiguos alumnos y alumnas que me recuerdan con cariño y que están ejerciendo sus profesiones en distintos puestos: maestras, jefa de personal en hoteles, administrativos en entidades públicas y privadas, etc., Son muchas las promociones que han pasado por nuestras aulas, sin duda, lo mejor es que ellos son el sujeto principal del sistema educativo.
Madre de alumnos
He sido madre de un hijo y dos hijas que han sido alumnos del Instituto. Nunca nos planteamos que siguieran sus estudios en centros privados. He considerado que este Centro ha cubierto las expectativas educativas familiares en esta etapa, permitiendo la continuidad de sus estudios superiores.
Siempre he sido defensora de la enseñanza pública. Considero que posibilita la igualdad de oportunidades, sobre todo a las familias con bajos recursos, y la integración del alumnado con ciertas dificultades: emigrantes, discapacitados, etc.,
Además el profesorado, tanto en la Educación Primaria, como Secundaria, son unos profesionales altamente cualificados, que por diversas circunstancias, aún por analizar en profundidad, han ido perdiendo el reconocimiento social que merecen. Es el momento, que se les dé el lugar que les corresponde, ya que forman un pilar clave en la educación de los jóvenes de nuestro país. Y, aunque sé que es una frase muy recurrente, tenemos que reconocer que, el futuro de un país pasa por la formación de sus jóvenes y tanto más rico y avanzado será, cuanto mejor formados estén.
Como madre, he estado pendiente del proceso educativo de mis hijos, confiando plenamente en las recomendaciones que el profesorado me indicaba, para mejorar en aquellas cuestiones que consideraban necesarias. El resultado fue positivo y en la actualidad los tres han terminado sus estudios superiores.
Directora
Bien por mi formación académica, ligada a las tareas administrativas y a la gestión empresarial, bien por mis actitudes personales, lo cierto es que no me ha sido difícil asumir tareas de organización y responsabilidad. Me he sentido cómoda desarrollando estas funciones. Casi las dos terceras partes de mi vida laboral las he dedicado, además de a la docencia, a tareas directivas.
Como he indicado anteriormente, es en el curso 1980/81, cuando obtengo plaza de interina en la especialidad de Tecnología Administrativa y Comercial, siendo Profesora Delegada de la Sección de Formación Profesional (cargo asimilado al de directora de la misma) Dª Mª Isabel García Nisa, gran profesora, mejor persona y buena amiga, que me había impartido clases en mi último curso del Bachillerato Laboral.
En el año 1983 apruebo las oposiciones. Ese verano, cuando Dª Mª Isabel García Nisa me sugiere que me haga cargo de la Dirección de la Sección. Asumí esta responsabilidad con ilusión, tenía 28 años y dos hijos, y conté siempre con el apoyo de mis compañeros/as, que en aquellos años éramos como una familia, ya que la Formación Profesional era pequeña, en grupos y alumnado, en comparación con las enseñanzas medias.
En esos años trabajamos mucho (todo el profesorado), en los Centros de Primaria, con el alumnado de 8º de E.G.B. y sus familias, para informar sobre las salidas de la F.P., intentando que tuviese el prestigio que merecía.
En 1984, la Sección se convierte en Instituto de Formación Profesional, independiente del Instituto Politécnico de Huelva y del Instituto de Bachillerato de Ayamonte, aunque convivíamos en el mismo recinto, compartiendo muchos espacios, con personal de administración y servicios propios.
En el curso 1984/85 asumí la dirección del Instituto, hasta el curso 1988/89, siendo Jefa de Estudios Dª Mercedes Feria Obando y Secretario D. Aurelio Soto Elvira. En esa etapa se produjeron muchos avances en la Formación Profesional en Ayamonte, tanto a nivel de infraestructuras como de la oferta de estas enseñanzas. El impulso del gobierno socialista hizo que muchos institutos de F.P. se renovasen y ofreciesen nuevas especialidades, que estuvieron dotadas con las últimas tecnologías del momento.
En Ayamonte teníamos dos especialidades, Administrativo-Comercial y MetalMecánica, ampliándose con Electricidad-Electrónica. Se impartían primeros y segundos grados, pasando de unos 75 a más de 200 alumnos/as. De un edificio con 4 aulas, una oficina y una sala de profesores, además de los talleres, se pasó a 4 edificios con 14 aulas, despachos, etc.
Durante los cursos que estuvo en vigor la Formación Profesional de primer y segundo grado, se mantuvo unas relaciones excelentes con las empresas del entorno, ya que, dentro del currículo, el alumnado tenía que realizar prácticas en las empresas afines a sus especialidades, graduándose unas promociones con una alta capacitación profesional, que en la actualidad están ejerciendo. Parte del alumnado amplió sus estudios a aquellas carreras universitarias a las que tenían acceso directo: Magisterio, Ingenierías Técnicas, Turismo, etc.
El Instituto recibía alumnado de localidades cercanas, Isla Cristina, Villablanca, incluso Lepe, que disfrutaban de transporte escolar, al no tener en esas localidades oferta educativa de Formación Profesional.
Después de terminar mi etapa como directora del instituto de F.P., ejerzo funciones de tutora y de jefa de departamento.
Vuelvo a ejercer el cargo Jefa de Estudios en el equipo directivo, siendo director D. Aurelio Soto Elvira, cuando comienza el proceso de fusión de los dos Institutos, motivado por la aprobación de la L.O.G.S.E. Ley 1/1990 de 3 de octubre, que sustituye a la Ley de 1970.
Dicha fusión necesitaba una adaptación de las instalaciones y espacios, produciéndose una reforma integral en todo el centro, reforma que se inicio en 1998 y termina en el 2000.
Convivimos unos años con obras, espacios separados, jornadas de mañana y tarde, en fin, incomodidades, que con la buena voluntad de todos, profesorado, alumnado, padres y madres, y personal no docente, pudimos superar.
Primero se produjo, en el curso 1997/98, la fusión de los dos centros, los dos equipos directivos se acoplaron surgiendo un equipo directivo de consenso: Director, D. Aurelio Soto Elvira (Director del I. de F.P.); Vicedirector, D. Pedro Bermejo Castro (Director del I. de Bachillerato); Secretario, D. Juan Ramón Maroto Gallego (secretario del I.de F.P.); Jefe de Estudios Adjunto, D. Antonio Aponte Tobarra (Secretario del I. de Bachillerato); la Jefatura de Estudios la asumí yo, que era Jefa de Estudios del I. de F.P.
Esta fusión hizo que el instituto cambiase sus dimensiones, tanto en profesorado como en alumnado, así como las enseñanzas. Se imparten los cursos 3º y 4º de la L.O.G.S.E (1º y 2º aún en los centros de primaria, hasta la finalización de las obras), se sustituye el B.U.P. y el C.O.U., por el Bachillerato L.O.G.S.E., así como los grados primero y segundo de F.P., por la nueva formación profesional de Ciclos de Grado Medio y Superior, diseñada en módulos profesionales.
Durante tres cursos ejercí las funciones de Jefa de Estudios. Es en el curso 2000/01 cuando vuelvo a ser nombrada directora, cargo que he desarrollado hasta julio de 2013. Me han acompañado en esta tarea directiva unos compañeros y compañeras excelentes, en la Vicedirección, D. Antonio Aponte Tobarra; en la Jefatura de estudios, D. Pedro Bermejo Castro; en la Secretaría, D. Rafael Pérez Castillo y D. Bernardo Izquierdo Tapia, en la Jefatura de Estudios Adjunta, Dª Carmen Torres Hernández, D. Federico Molina Jiménez, Dª Isabel Columé Breval, D. Alonso Bolaños Pérez. A todos mi gratitud, porque además, de su trabajo profesional, me han ofrecido su amistad y visión personal, no siempre coincidente, pero que culminaba con decisiones consensuadas, funcionando realmente como un equipo compacto.
He de destacar las aportaciones y dedicación, recibidas de Dª Mª Ángeles Capote Lavado, Orientadora del Instituto, que han enriquecido las medidas de tránsito de primaria a secundaria y las jornadas de orientación, que anualmente se llevan a cabo con el alumnado. Así como, las de los coordinadores TIC y Bilingüismo, D. Mario Rafael Gil Martín y Dª Mª Isabel Cuadros Colino, que han dado impulso a ambos proyectos.
Han sido 13 años consecutivos en la Dirección, etapa compleja y apasionante, por la aplicación de los cambios en las normas educativas y por las dimensiones del Centro: más de mil alumnos/as, con sus familias, un claustro de profesorado que llegó a contar con casi cien profesores, además del personal no docente.
En mi primer año de directora del I.E.S. Guadiana, se produce la incorporación de los grupos de 1º y 2º de E.S.O., que se estaban impartiendo en los Centros de Primaria, así como del profesorado de esos mismos grupos, que se adscribieron al Instituto. De este profesorado adscrito sólo quedan en la actualidad tres compañeros al haberse ido jubilando la mayor parte.
Se produce un incremento considerable de alumnado y profesorado. Además, el alumnado que se incorpora al Centro tiene unas edades, a partir de 12 años, que obliga a revisar y concretar determinadas Normas de Convivencia, para dar respuesta al nuevo escenario que se plantea, en cuanto a la obligatoriedad de la educación hasta los dieciséis años.
La aplicación de la E.S.O. en los Institutos, supuso una revolución en cuanto a los procesos de enseñanza-aprendizaje y evaluación, motivo por el cual, la mayoría del profesorado siguió cursos de preparación, formó grupos de trabajo en distintas disciplinas, intentando adaptarse y formarse para los nuevos retos en la educación.
La primera década del siglo XXI ha sido la década de la revolución de las TIC (tecnologías de la información y comunicación), y el Instituto no ha sido ajeno a la misma. En el año 2005 se obtuvo la denominación de Centro Digital, que supuso la instalación de ordenadores, impresoras, escáneres, internet, etc. en despachos departamentales, biblioteca, sala de A.M.P.A., despachos del equipo directivo. Pero no se paró ahí: en el siguiente curso se consiguió la denominación de centro TIC. Esto supuso que, en 23 aulas, se instalasen aulas Tic, con un ordenador para cada dos alumnos, más el del profesorado, además de rincones Tic, en determinadas aulas, renovando así mismo el mobiliario de las mismas.
Una vez que dicho material queda obsoleto se sustituyen por el programa ESCUELA TIC, 2.0, que se implanta simultáneamente en primaria y secundaria, y consistió en la entrega un ordenador portátil a cada alumno, a partir de 5º de Primaria, y facilitar el acceso a internet, tanto en los Centros Educativos como en las familias. Medida que tuvo sus apoyos y detractores, pero que supuso que la brecha digital de la población andaluza se redujera en comparación con otras comunidades.
Ahora, además de la utilización de ordenadores y portátiles, en los Centros se está generalizando la utilización de las pizarras digitales, lo que permite abandonar la pizarra tradicional y la tiza, para cambiar los procesos de enseñanza-aprendizaje, utilizando la conexión a internet en las aulas, además de cantidad de recursos digitales, a disposición del profesorado y del alumnado.
Todo esto supone un esfuerzo adicional para el profesorado, que tiene que ponerse al día no solo en las nuevas tecnologías, sino también en la pedagogía de esta generación de jóvenes, que han nacido en la era digital.
Simultáneamente, en la década pasada, y dada la importancia que tiene el aprendizaje de las lenguas extranjeras, conseguimos las enseñanzas bilingües y el Centro se convierte en bilingüe en inglés, impartiéndose en la E.S.O. y Bachillerato distintas disciplinas en dicho idioma, además se participa junto a las localidades de Isla Cristina y Lepe, en el Programa Saramago, ofreciéndose al alumnado el portugués como segunda lengua, además del francés, acercándoles, de esta forma, al idioma y cultura del país vecino, tan cercano y, a veces, tan lejano.
Me siento orgullosa y satisfecha por haber podido liderar en mi cargo de directora. Todas estas innovaciones en las que se ha visto inmerso el Instituto, pero nada hubiese podido llevarse a cabo sin la colaboración e implicación de la mayoría del profesorado en estos proyectos y la unión del equipo directivo. Mi agradecimiento a todos y a las madres y padres que han gestionado la A.M.P.A. en los primeros años de cambios y dificultados, que con sus actuaciones responsables y participación las han permitido.
En dicha década también hemos sido testigo de cambios legislativos, que han hecho que la comunidad educativa en su conjunto abogue porque se llegue a un pacto educativo, a nivel nacional, evitando de esta forma los cambios legislativos según la opción política que gobierne en cada momento. La Educación en un país es tan importante, que no debe de estar afectada por los vaivenes electorales, ya que provoca desconcierto y desánimo, tanto en el profesorado, como en el alumnado y sus familias.
L.O.C.E., Ley Orgánica 10/2002, de 23 de diciembre, de Calidad de la Educación. Vigente hasta 24 de mayo de 2006. No se aplicó en su totalidad.
L.O.E., Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación.
L.E.A., Ley 17/2007, de 10 de diciembre, de Educación de Andalucía. Primera ley de Educación en Andalucía, en armonía con la L.O.E.
L.O.M.C.E., Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa, que parece va a tener poco recorrido.
No puedo terminar, sin hacer referencia a ADIAN, Asociación de Directoras y Directores de Instituto de Andalucía, que tiene entre sus objetivos principales, la mejora de la educación pública y de los institutos de nuestra comunidad. Entré a formar parte de la misma en el año 2000, colaborando activamente en la misma, desde la coordinación en la provincia de Huelva, participando en Jornadas a nivel provincial y autonómico.
Desde el año 2010 al 2012, la provincia de Huelva asumió la coordinación de la asociación y formé parte de la directiva, como tesorera de la misma en esa etapa.
Etapa muy fructífera, pues organizamos dos años las Jornadas de la ADIAN a nivel autonómico y prestamos nuestro asesoramiento y colaboración en la redacción del Decreto 327/2010, de 13 de julio, por el que se aprueba el Reglamento Orgánico de los Institutos de Educación Secundaria y de la Orden de 20 de agosto de 2010, por la que se regula la organización y el funcionamiento de los institutos de educación secundaria, así como el horario de los centros, del alumnado y del profesorado, junto a la Consejería de Educación y en otras cuestiones del ámbito educativo. Además, al ser miembros de FEDADI (Federación de Asociaciones de Directores a nivel nacional), hemos tenido contacto con las distintas asociaciones del resto de autonomías, y hemos podido tomar el pulso a la Educación, de forma directa, a través de las directoras y los directores a nivel nacional, pudiendo hacer análisis comparativos de la situación en los distintos territorios de España.
Considero que ha sido una gran experiencia, muy enriquecedora. El salir fuera del Centro y conocer otras problemáticas, otros recursos, proyectos educativos, etc., te dan una perspectiva más amplia de la complejidad de la Dirección de un centro y a la vez se encuentran soluciones comunes, se comparten experiencias y percibimos que no estamos aislados en nuestro Centro, que formamos parte de un colectivo con similares dificultades e inquietudes.
Finalmente, tengo que manifestar que, pese a las dificultades que me he podido encontrar en mi vida profesional, las he intentado superar con esfuerzo y muchas dosis de optimismo, siendo la balanza muy positiva: he sido feliz en mi trabajo.
Son muchos los compañeros y compañeras que me han facilitado mi tarea, tanto profesorado, como personal no docente, también he sentido el apoyo del Servicio de Inspección de la Delegación Provincial de Educación y otros servicios, como Planificación, Personal, etc., que han dado respuesta a las demandas de mejora
educativa en nuestro Instituto y, por supuesto, mi familia, que ha comprendido que asumir la Dirección de un Centro tan complejo, requería una dedicación personal y horaria extraordinarias. ¡Mi agradecimiento a todos!
En este año 2015, cumplo 60 años y finaliza mi vida profesional como profesora de este instituto, ¡tan querido! Pero no finaliza el espíritu inquieto y expectante, ávido de nuevos conocimientos y experiencias, que encontrará su satisfacción en otros aspectos de la vida.
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Carmen D. Antunez Caracena junto a Juan Manuel López Abreu y un grupo de alumnos y alumnas con los trofeos de la Uniliada (Universidad de Huelva).
50 Aniversario del IES Guadiana. Convento de la Merced.
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Campeonato de ajedrez en la Biblioteca Escolar del IES Guadiana.
ROCÍO CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ Del “SEVERO OCHOA” al “GUADIANA” Recuerdos de una antigua alumna
Más de tres décadas han pasado desde aquella mañana de octubre en la que me convertí en alumna de este Instituto que celebra ahora su sesenta aniversario. Y, a pesar del tiempo transcurrido, me sorprende la nitidez de mis recuerdos de una etapa inolvidable de mi vida. Cuatro años, cuatro cursos, que han dejado en mí una huella indeleble y gratificante. Cuatro años, cuatro cursos, que de alguna manera he vuelto a revivir con el paso de mis hijos, Alberto y Alfonso, por este centro educativo en el que tuve el honor y la suerte de cursar ese BUP que tan lejano resulta, y un extinto COU reconvertido en un segundo de Bachillerato que sigue siendo la puerta de acceso a la Universidad, previo paso por esa temida selectividad que tantos sustos provoca…
No se me ocurrió pensar, en mi adiós al instituto, que volvería a encontrarme con él. Pero así ha sido, felizmente. Mi trabajo como periodista, primero, y la llegada de mis hijos al “Guadiana”, después, así lo han querido. Y a través de ellos, casi sin darme cuenta, se ha producido un reencuentro que me ha hecho rememorar aquella etapa maravillosa de la adolescencia y comienzos de la juventud y tantos y tan buenos momentos.
Recuerdos de aquél viejo instituto “Severo Ochoa” que guarda diferencias y similitudes con el actual “Guadiana”. De ambos fui alumna, curiosamente, dado que sería durante mi época de estudiante en este centro cuando se produjo el cambio de denominación del mismo. Aunque para nosotros, los alumnos, eso sería únicamente un trámite sin mayor trascendencia; para nosotros siempre sería, sencillamente, el instituto.
Mucho ha cambiado este centro de apenas trescientos alumnos a principios de los ochenta, en el que, al llegar, los estudiantes más jóvenes perdíamos la veteranía que nos confería ser los mayores de nuestro colegio, para convertirnos en los novatos de un Bachillerato Unificado Polivalente al que quitábamos los apellidos para convertirlo en el BUP de nuestros recuerdos. Pero la llegada al instituto nos hacía sentirnos mayores. Las puertas abiertas, las cancelas sin candados, nos daban alas y nos llevaban a disfrutar de una libertad que, mal entendida, se convertía en el fracaso de muchos.
Era una etapa en la que el viejo plan de estudios de 1974 permanecía inalterable durante años, en contrapunto con los bandazos de un sistema educativo, el actual, que es objeto de constantes cambios, no sé si siempre para mejor…
Recuerdo mi llegada al centro arropada por el cariño de mi hermano Curri, a punto entonces de concluir su paso por el mismo. Y recuerdo cada aula en las que cursé mis estudios. Aquellas “clases de la rampa”, aún sin reja, donde aguardábamos el cambio de profesor; la clase de la piscina, que tradicionalmente acogía a los alumnos de 3º de letras; el aula de dibujo donde Don Justo nos invitaba a pelearnos con el tiralíneas, primero, y con el rotring, después; sus viejas mesas de madera, que se inclinaban con el chirriar de una oxidada estructura de hierro. Recuerdo las clases de COU, las de los mayores, de nueva construcción por entonces, junto a los vestuarios; y el gimnasio, donde Nenusca se empeñaba en enseñarnos a las chicas los secretos del potro, mientras los chicos corrían en dirección al “pino gordo”, “invitados” por Rúa, el profesor de Educación Física, que controlaba la llegada de los extenuados atletas apostado junto a su Renalt-5, bajo la sombra de un gran árbol que servía de referente para tantas citas… Y recuerdo el salón de actos, tristemente desaparecido, donde protagonizamos más de un encierro en época de protestas y huelgas de las que nos valíamos hasta para conseguir luchar por la contratación de algún conserje que, aún ya como jubilado, no ha podido olvidar el gesto de unos estudiantes que supieron hacer de la unión, la fuerza suficiente para lograr su objetivo. Un salón de actos que en las tardes de domingo se reconvertía en lugar de culto para acoger la celebración de la santa misa.
Recuerdos que me asaltan con cierta melancolía, con la nostalgia que produce echar la vista atrás y evocar los recuerdos. Recuerdos que tanto cuesta asimilar a
quienes, móvil en mano, no aciertan a creer que nuestros recreos se basaran estrictamente en la conversación con los amigos, junto al huerto o alrededor de aquella piscina, ahora enterrada por la ampliación y la reforma radical de la que el centro fue objeto, vacía durante tantos años, y un peligro que hoy hubiera provocado una auténtica rebelión entre unos padres que, en muchos casos, han pasado a darles sistemáticamente la razón a sus hijos en detrimento de unos profesionales que, incomprensiblemente, han perdido parte del reconocimiento que les debe la sociedad.
Un centro, el de Ayamonte, en el que por entonces no se había instalado aún la modernidad a través de las nuevas tecnologías y en el que en las pizarras escribíamos con tiza blanca que eliminábamos con el borrador de madera y gamuza. Un instituto en el que unas “salamandras” en las que quemábamos hasta los exámenes nos servían de calefacción en los inviernos más fríos, así como de mechero para los cigarros que, libremente, fumaban en clase tanto alumnos como profesores. Una estampa difícil de recrear para quiénes no han vivido aquella época en la que el dentista sostenía un “Ducados” en su mano mientras trataba de extraer la muela del juicio. Y unas clases, las de entonces, que se prolongaban, cada día, desde las nueve de la mañana, hasta las siete de la tarde, con un descanso al mediodía, que nos obligaba a reincorporarnos a las aulas a esa hora, las cuatro, en la que uno luchaba contra el sueño mientras ¿aprendía? los logaritmos neperianos o la revolución francesa.
Una etapa inolvidable en la que el respeto de los alumnos por los profesores (algunos, incluso, con el don por delante) no impedía que les pusiéramos sus motes, como “el Mosquito” o “El Pon” y tantos otros. Curiosidades de la vida, ¿cómo hubiera podido imaginar yo que mi profesor de Matemáticas, y director del centro durante algunos años, Don Manuel, “El Pon”, ese que te obligaba “a salir voluntario” al encerado y al que tanto temía, se convertiría años después en mi suegro y en el abuelo de mis hijos…? Bendito capricho de la vida…
Un instituto, el mío, repleto de historia y de historias, que me dio la oportunidad de conocer a mis grandes amigos y al amor de mi vida. Un instituto, el “Guadiana”, que vuelve a estar de aniversario. Gracias por invitarme de nuevo, como en las “Bodas de Oro”, a participar de tan entrañable celebración y por convidarme a compartir mis recuerdos de una de las etapas más hermosas de mi vida, como alumna de mi instituto, ahora el de mis hijos…
¡¡Feliz aniversario, “Guadiana”!!
ALFONSO GARCÍA BARROSO
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Mi Diario de 1960: El tiempo también pinta.
EL TIEMPO también pinta, es un concepto probado sobre la acción del paso del tiempo que modifica la obra de su autor. Referido a la pintura, su acción cambia la pigmentación, el color, pudiéndose llegar al aumento o reducción de su valor artístico o incluso deteriorarlo sin posible restauración posterior.
Algo similar ocurre con el transcurso de la vida de cualquiera de nosotros. La visión también cambia. La retrospectiva de 60 años nos va señalando los hechos y acontecimientos en los que nuestra visión y valoración pueden cambiar con nuestro aprendizaje y experiencia. Esta es nuestra fuerza, las de los mayores y este es el principio de evolución que nos permite alcanzar nuevas ideas y criterios de visión. “Más sabe el Diablo por Viejo que por Diablo”
Al iniciar mi recopilación de datos y recuerdos para la elaboración del cartel y documentales con motivo del 60 aniversario de nuestro Instituto Laboral-IES Guadiana, encontré un cuaderno con ese aspecto y colores de la portada y páginas característicos del paso del tiempo. Se trataba de uno de mis Diarios (los otros aún no los he podido localizar).
Me pareció un periodo muy interesante porque relata un año completo, iniciado en Octubre de 1960, unos días antes del inicio mi último curso en el Instituto con 15 años y terminaba en Octubre de 1961 ya desde Madrid donde iniciaba mis estudios superiores.
Tras ese primer vistazo por diferentes páginas, observo la pulcritud y limpieza de su escritura con pluma y una redacción detallada pero recibo mi primera gran sorpresa: “no me reconozco” con frecuencia. Pero el trato cariñoso que daba al diario como confesor-amigo y las descripciones que aún recuerdo, relatadas con detalles y sinceridad, afianzan la veracidad y la objetividad de lo escrito.
Despojado de perjuicios y usando cierto rigor histórico, continúo con sucesivas lecturas y voy señalando las diferentes descripciones para agruparlas según los temas que allí aparecen: del entorno y tareas familiares, aspectos socio-económicos, de costumbres cotidianas, actividades, trabajos, ocio, gustos y aficiones. Referentes al Instituto como las clases, profesores, estudio, esfuerzos y sacrificios y siempre destacando a compañeros y amigos. En todo ello, no falta mi visión, mis criterios y mis proyectos de futuro.
En cada tema referido en mi Diario, aparecen recuerdos y vivencias entrañables, pero hay algo que resalta y quiero destacar de manera especial: De cómo la Re-
ligiosidad estuvo siempre presente e impregnaba ese periodo, con la religión
como un elemento natural de mi vida personal y social. Por eso, en mi primera lectura que hice de sus páginas “no me reconocí” y aún me cuesta hacerlo dada mi evolución hasta mi laicismo y agnosticismo actual.
En este contexto y volviendo a las páginas de mi Diario, nos encontramos frecuentemente con:
• EXPRESIONES o SIGNOS costumbristas como el uso del símbolo de la “cruz” (+) al comienzo de cada hoja escrita o en cada inicio de un asunto. También las referencias añadidas en las fechas como “Año del Señor”, “Día de Señor” si era domingo o el uso del santoral y vírgenes en días destacados:
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• FRASES también costumbristas, referentes a momentos pasados “Gracias a Dios/virgen/Santo”, “Así lo ha querido… Dios”, “Es la voluntad de Diós”…, en el futuro “… Que Dios lo quiera” y en acciones continuas con el “…si Dios quiere”.
• VALORACIONES POSITIVAS y de APOYO de la presencia religiosa en ritos, costumbres, protocolos y actos religiosos e institucionales tales como Aperturas de Curso, bendiciones de todo tipo, exposiciones, entregas de premios, temario escolar, moral, cine, vida conventual (monjas), evocaciones a la Santísima
Virgen, etc.
• VIVENCIAS y PARTICIPACIÓN religiosas que cronológicamente aparecen con frecuencia en asistencias a misas, confesiones y comuniones, misiones, ejercicios espirituales, procesiones, etc.
• Uso de ciertas simbologías y términos de Lucha y Batalla (simbología de Cruzada) en mis sentimientos y deseos de superación y suerte, como el siguiente:
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Aún admitiendo como normales en la sociedad de las frases y expresiones recogidas en el Diario y la participación religiosa en misas, sacramentos, misiones y procesiones, el capítulo especial que requiere un mayor análisis son el conformismo y las valoraciones con gran dosis ideológica.
La dependencia y presencia sistemática del pecado y ¡la dichosa interpretación del 6º mandamiento! a todo lo contamina.
Consecuentemente, en la CONFESIÓN, a pesar de la “buena voluntad” y “el criterio propio” que se manifiesta en el Diario, siempre aparece el factor de la duda o el miedo y que debe ser expuesta al confesor, de quien se depende. (¡Qué poder se consigue con la confesión: control de voluntades y flujo de información privilegiada! Es motivo de reflexión sobre el ejercicio del poder).
En este sentido, más parece el diario de un seminarista que el de un estudiante de Bachillerato Técnico como era yo.
Para complementar nuestra formación de la época, la asignatura de “Formación del Espíritu Nacional”, el Frente de Juventudes y la emisora “Radio Juventud de Ayamonte” completan las fuentes de adoctrinamiento que por entonces vivimos. Aunque en el Diario no se recogen tantas reseñas como las de religión, no faltan las referencias al Régimen y a ¡nuestro Caudillo de entonces!. He aquí un ejemplo en el Diario:
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Asumido todo lo dicho, vuelvo a destacar cómo mi Diario quiere recordarme los aspectos principales en los que se fundamentaba el Nacional Catolicismo en aquella Enseñanza Pública que recibíamos la generación nacida a mitad de la primera década de una posguerra civil y en ese periodo crucial del ostracismo.
Uno no escoge dónde y cuándo nace, ni tampoco su primera educación guiada, más bien todo ello se agradece, pero reiterándome en la pintura, el tiempo pinta y ofrece el camino de la evolución.
Tras la lectura de esas páginas y los comentarios hasta ahora emitidos, necesitaba buscar una respuesta a mis dos preguntas:
- ¿Cómo yo, sin ninguna costumbre ni tradición familiar religiosa, podía sentir los conceptos por mi expresados? ¿Eran objetivos en la Enseñanza Oficial?
- ¿Cómo yo, criado en el seno de una familia humilde y castigada por los vencedores al dolor y represión, podía transmitir esos sentimientos? ¿Fue el miedo?
Todo ello me llevó a realizar un mayor análisis del tema que estamos tratando:
Cierto que la religión fue un fuerte apoyo en la guerra civil española para los llamados nacionales y una motivación tal que el triunfo de éstos fue, mutatis mutandis, un triunfo del catolicismo, con un resurgir religioso de tintes casi fundamentalistas.
En aquella España de posguerra, los índices de práctica religiosa, la nueva introducción de ritos religiosos en los aspectos más formales de la vida y el pleno apogeo de las nuevas misiones populares dio esa religiosidad que tuvo una década de asentamiento, y como ha dicho R. Gómez Pérez: “La religión era un elemento natural de la vida social; las Navidades con los Belenes y las cabalgatas de los Reyes Magos; las conferencias cuaresmales y ejercicios espirituales abiertos o cerrados; novenas; las procesiones eucarísticas y para el viático a los enfermos, Semana Santa; los rosarios de la aurora; las procesiones del Sagrado Corazón de Jesús; las romerías a la Virgen;
las fiestas de la Patrona, los actos religiosos de cofradías y hermandades… Todo el año estaba acompañado de alguna manifestación religiosa pública”.
Afectó a casi todos los asuntos públicos y a las instituciones. Durante algunos años la España católica tradicional parecía haberse restaurado con ciertos ritos ya fuera por la presión, por convicción o por un nuevo sentido de conformismo social.
Va desapareciendo un sector de la jerarquía eclesiástica de oposición al Régimen, en la que destaca el cardenal de Sevilla, Pablo Segura, que evitó las inscripciones nombres de falangistas caídos en las paredes de edificios eclesiásticos y tuvo la audacia de explicar que el término caudillo en la literatura clásica significaba jefe de una banda de ladrones y que en los Ejercicios Espirituales de Loyola se clasificaba semejante figura como un demonio, provocando su segundo exilio de España.
En el Gobierno, los ministerios de Justicia y Educación se reservaron para los ultra-católicos, para que las normas religiosas se introdujeran en el sistema legal y el educativo. Se establecieron consejerías religiosas bajo otros ministerios e instituciones, se volvió a instaurar el subsidio estatal eclesiástico y se le daba al Estado el derecho de proponer los nombramientos episcopales. Concesiones que animaban a los prelados y católicos en general a que reafirmaran su apoyo a Franco y su participación en ese periodo crucial del ostracismo.
Con la dirección de la censura y de la prensa, que dejó de depender del Movimiento y pasó a manos de dos destacados civiles católicos y conservadores del Ministerio de Educación, las publicaciones católicas, las nuevas Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC) y la mayor variedad de regulaciones religiosas llevadas a cabo por un Estado occidental del siglo XX, se corona con una nueva ronda de disposiciones entre 1950-53, antes de firmar, por fin, un concordato con el Vaticano.
Lo que empezó a llamarse con tono burlón Nacional Catolicismo a finales de los 60, ofrecía enormes ventajas a la Iglesia. Tenía un papel fundamental en la educación, disfrutaba de subsidios económicos y exenciones de impuestos, se renuevan y amplían seminarios, infinitas posibilidades de hacer proselitismo y propaganda, se podía obligar jurídicamente a cumplir las normas católicas, y se contaba con procedimientos jurídicos específicos y de protección para el clero acusado de violar las leyes civiles.
En este marco se crean los nuevos Institutos Laborales, en donde la Subdirección del Centro recaía en el párroco del lugar y todo ello forma parte de las respuestas a mis preguntas… Fueron el logro y las consecuencias de unos objetivos tan reales como efímeros.
Afortunadamente para mí, otros valores también existieron y pude potenciarlos… Nunca olvidé mi conciencia familiar económica-social, mis amigos y continué fortaleciendo otros valores recibidos al esfuerzo, al estudio y tomé los referentes a los caminos machadianos.
Una vez más, puedo corroborar que el tiempo pinta y que en mi caso, sobre mi religiosidad e ideario el TIEMPO PINTÓ. De aquella obra no queda nada, sólo existió. Y de aquella paleta sólo queda mi auténtico Diario del que me quiero despedir diciéndole que:
“Gracias por todos tus gratos e inolvidables recuerdos, pero en aquella religiosidad sigo sin reconocerme, aunque ya he llegado a comprenderlo: Ni tú ni yo fuimos los culpables. Estamos liberados”.
JUAN IGNACIO GONZÁLEZ ORTA Una huella en el tiempo y en el recuerdo
Aceptar el ofrecimiento de participar en la publicación que el lector tiene entre sus manos ha supuesto un regalo especialmente satisfactorio pero, al mismo tiempo, una tarea no exenta de responsabilidad. La satisfacción como antiguo alumno del IES Guadiana se comprenderá si se tiene en cuenta que han sido varios miles los adolescentes que esta institución ha acogido durante sus seis décadas de existencia, aunque, por esa misma razón, el peso de la responsabilidad es más que evidente. Sin embargo, este ejercicio de obligada rememoración me ha permitido no sólo poner cierto orden entre recuerdos, sino, sobre todo, reflexionar sobre la determinante influencia que ejerció el centro sobre muchos de los que maduramos en sus aulas.
La influencia de una institución de la envergadura del IES Guadiana supera sobradamente la de otros centros de enseñanzas medias, al acoger a un heterogéneo conjunto de alumnos de orígenes diversos. Es el caso de muchos jóvenes procedentes de Villablanca, una localidad que ha mantenido una secular relación de dependencia con localidades próximas que, como Ayamonte, presentan una entidad demográfica, económica o administrativa superior. Salvo contadas excepciones, hemos sido centenares los alumnos procedentes de esta pequeña villa vinculados desde la adolescencia al propio instituto, una relación que en ocasiones ha desbordado lo estrictamente académico para pasar a formar parte de lo personal.
Quizá no sea éste el lugar más apropiado para volcar recuerdos personales, salvo aquellos que tengo la seguridad de que pueden ser en cierto modo universales. Porque el paso al instituto desde Villablanca, como punto de inflexión personal en plena adolescencia, venía acompañado de toda un liturgia que se manifestaba por primera vez, con sus propias normas y códigos, desde el momento en el que se tomaba el autobús para asistir a la presentación del curso y continuaba, durante toda la etapa, hasta salir del centro con 18 años camino a la universidad. Hoy albergo el convencimiento de que ese lapso de tiempo nos transformó, no sólo porque permitió ensanchar la visión del mundo que nos rodeaba –nuestro mundo–, sino porque permitió fortalecer relaciones de amistad, forjar otras nuevas e, indirectamente, estimular nuestro autoconocimiento y explorar nuestros propios límites.
Dar el salto al instituto suponía, y aún lo sigue haciendo, abandonar los estrechos límites educativos y vitales que imponía una localidad pequeña, agraria y trabajadora, que históricamente había permanecido en una posición de indiscutible marginalidad espacial; suponía abrir de par en par las puertas hacia una nueva etapa vital, alcanzar cierto grado de madurez personal y, por qué no, de anhelada libertad cuando se cruzaban las puertas de tan grandísimo centro. En este sentido, el IES Guadiana nos supo ofrecer las herramientas necesarias para nuestro crecimiento intelectual y, lo que considero más importante, brindó la impagable posibilidad de promoción social a una juventud procedente, en buena medida, de familias humildes y trabajadoras.
Sin embargo, no acompañaron los tiempos. En pleno proceso de crecimiento económico –hoy ya sabemos que completamente ilusorio–, fueron muchos los jóvenes que decidieron abandonar los estudios para incorporarse de manera inmediata al mercado laboral. La construcción se convirtió de este modo en la salida más recurrente para muchos compañeros, en una vía alternativa para conseguir la libertad o, si se quiere, la autonomía, que por entonces tanto deseábamos. Otros decidimos continuar nuestro camino, convencidos de que la meta se encontraba en dirección opuesta.
Acabado el instituto, tras el protocolario paso por la selectividad, decidí comenzar la licenciatura de Historia, aunque en un principio no lo hiciese tanto por esa rama del conocimiento como por dedicarme en un futuro a la docencia. Después de diversos avatares, muchas horas de estudio y algún que otro recorte político en materia de educación, en noviembre de 2011 pude pisar nuevamente un instituto, aunque esta vez no lo hacía como alumno, sino como profesor interino. Debo reconocer que pocas cosas me han provocado tanto vértigo profesional hasta el momento como aquel primer contacto con un grupo de 30 adolescentes de catorce años, sonrientes y expectantes, simétricamente sentados en el aula con los ojos abiertos de par en par.
La primera experiencia profesional, más aún en educación, suele estar rodeada de inseguridad, por lo que no es habitual que el docente recurra a la búsqueda de referentes pasados en los que apoyarse, que se mire en el espejo de aquellos profesionales que mayor impronta dejaron durante su etapa como estudiante, pero también en esos otros a los que nunca se quiso parecer. A pesar del breve período de tiempo transcurrido entre el final del instituto y la primera clase como profesor –apenas ocho años–, y de la proximidad que sentía con aquellos alumnos de bachillerato con los que muchos compañeros me confundían, a pesar de eso, decía, pude percibir desde las primeras semanas de clase que esos adolescentes que cada mañana se sentaban frente a mí con su libreta abierta tenían aspiraciones cada vez más diferentes a las que había tenido yo mismo durante mi paso por el instituto, aunque las preocupaciones seguían siendo las mismas.
Nunca me incomodó que en alguna clase un alumno cuestionase públicamente el sentido último de tanto esfuerzo, ni que me interpelara sobre la utilidad de la Historia, la Literatura o, incluso, las Matemáticas, aún sin ser especialista en estas últimas materias. Al contrario; me estimulaba intelectualmente, me obligaba a ponerme en su lugar, porque esa misma inquietud la había sentido yo cuando era estudiante e intentaba buscar una motivación externa a mi dedicación. Puede que la conexión que desde entonces he sentido con esos alumnos diluya, al menos en parte, la falta de entusiasmo de una generación desprovista de metas e ilusiones, una generación en la que, cada vez con más intensidad, priman el utilitarismo del conocimiento, la inmediatez del éxito y el cuestionamiento de la formación intelectual. Fue en este contexto en el que, hace escasos meses, pude volver de nuevo a mi etapa en el IES Guadiana.
En una de las muchas clases de la asignatura de Geografía de este pasado curso, en un instituto sevillano, hablé a mis alumnos de mi antiguo profesor de matemáticas en el IES Guadiana. No era la primera vez que les hacía saber los buenos recuerdos que guardaba de algunos de los profesores que conocí aquellos años, pero en esta ocasión el paréntesis había surgido a raíz de una conversación sobre la capital chipriota. Un día después, una alumna de ese mismo grupo, tímida y poco dada a las intervenciones públicas, se acercó al finalizar la clase para hacerme saber que, posiblemente, aquel hombre del que yo había hablado en la clase anterior fuese un profesor de matemáticas ya jubilado que durante muchísimos años había trabajado en Ayamonte, muy buen amigo de su padre.
Efectivamente, se trataba de la misma persona: Nicasio Ledesma Pereña, del que no tenía noticia alguna desde mis últimas clases de bachillerato, hace ahora doce años. Esa feliz coincidencia me permitió reencontrarme con él, y hablar detenidamente sobre nuestro paso por el instituto, sobre la situación actual y las perspectivas futuras de la educación. Recuerdo pocas conversaciones tan fructíferas e
ilusionantes como la que mantuvimos, no ya por el significado emocional que tenía aquel reencuentro, sino, sobre todo, por el provecho profesional que pude sacar de él. Concluí entonces que las instituciones –y, por tanto, su éxito– dependen de los hombres y mujeres que las integran, de los trabajadores de la enseñanza que, cada día, se afanan por conseguir una educación pública de la máxima calidad.
Sólo a ellos debo un profundo agradecimiento que, por diversas razones, nunca pude o supe trasladar debidamente. Pecaría de descortesía si nombrase a una parte de los profesionales que pusieron su granito de arena en la excelente formación académica recibida, pero me resisto a dejar en el olvido, una vez más, el trabajo realizado por muchos de ellos. La memoria, tan selectiva en algunos casos, ha dejado grabado el nombre de muchos de los profesores a los que hoy sé que debo tanto mi trayectoria profesional como mi concepción de la enseñanza.
Antonio Manuel González Díaz fue el que me acercó por primera vez a la Geografía y, más tarde, a la Historia, a la que aprendí a respetar profundamente; de él interioricé la exigencia, la seriedad y la formalidad en el trabajo, además de la importancia del respeto por el alumno. Tampoco olvidé jamás –y, llegados a este punto, no creo que lo haga– que en lo sucesivo debía bailar mi propia música, como tanto nos insistía el profesor Antonio Aponte en sus fructíferas clases, probablemente sin saber que cada una de sus palabras calaban en nosotros más de lo que pudiese imaginar.
La lista de recuerdos sería interminable, como también la de agradecimientos hacia tantos profesores que durante varios años dejaron en nosotros lo mejor de sí mismos: María Isabel Cuadros Colino, profesora de inglés además de inmejorable tutora; Raquel López Ruano, que con tanta dedicación nos acercó el gusto por la lengua y la literatura españolas; José María Piñero, que me enseñó como ningún otro a pensar; Anselmo García Martín, excelente profesor de música; o Juan José Bernal Sánchez, profesor de historia con el que también tuve la suerte de coincidir casualmente pasados los años son sólo algunos de los muchos nombres que recuerdo de aquellos años.
En definitiva, he entendido que por encima de cambios sociales en el contexto educativo, de reformas legales –que han sido muchas, algunas de ellas ciertamente perjudiciales–, del relevo generacional que poco a poco van experimentando los claustros de los centros, de la aparición de nuevas concepciones pedagógicas y metodológicas, por encima de todo eso, decía, hay algo que permanece invariable: que la excelencia de cualquier centro de enseñanza depende de los profesionales que lo integran. Sólo así se puede entender la huella que muchos de los docentes que pasaron por el IES Guadiana consiguieron dejar en sus alumnos gracias al trabajo,
el compromiso y la ejemplaridad; sólo así se explica que esa impronta haya conseguido mantenerse, e intuyo que lo seguirá haciendo, en el tiempo y en el recuerdo.
MANUEL LÓPEZ PARDIÑAS En recuerdo
Cuando Alfonso contacto conmigo, con motivo de la celebración de las seis décadas del Instituto de Ayamonte, me hizo ver las muchas circunstancias peculiares que coincidían en mi caso: última promoción de bachiller laboral (curiosa suma del bachiller tradicional y la formación profesional, en fórmula que tal vez habría que recuperar) y primera del, entonces, “nuevo plan”, el unificado; las primeras promociones en que chicos y chicas compartimos aulas… y algunas otras.
Pero sobre todo, si me lo permitís, yo quiero fijarme en estas líneas en una, la de hijo y hermano de profesores. Mi padre, Manuel López Grién, Catedrático de Física y Química, casi sempiterno Director del Instituto, del cual hizo su vida, y al cual se la dio, mi hermana Nenuska López Pardiñas, profesora de Educación Física, que también dio los mejores años de su vida al Instituto de Ayamonte.
Quiero pensar que quienes fueron sus alumnos y alumnas tendrán de ellos el mismo buen recuerdo que yo guardo de todos y cada uno de los que fueron profesores y profesoras míos, a lo largo de los años.
Mi “curriculum” posterior me califica como un “listo oficial”, oposiciones y “másteres” incluidos. Y nada de eso hubiera sido posible sin mi paso por las Aulas del Instituto.
Todas las etapas en la formación de una persona son importantes, pero el Instituto, o si se prefiere, la formación “secundaria” (no me gusta la palabra, pero), es la que marca, alcanza, el periodo vital en que pasamos de niños, a hombre y mujeres; luego, en su caso, en la Universidad, alcanzaremos la madurez, al menos académica. Por eso es en Instituto, o como quiera que se le llame, cuando formamos nuestro carácter, adoptamos determinadas actitudes u otras, y adquirimos ciertas aptitudes, capacidades (“skills” les llaman ahora…), que determinarán el rumbo de futuro de nuestra vida.
Y por eso, debo cumplir un deber de justicia al escribir estas líneas, y rendir recuerdo y homenaje ya mis profesores y profesoras; porque de ellos, y por cierto también de mis compañeros y compañeras, aprendí y adquirí los hábitos de trabajo
y los conocimientos que luego me han abierto las puertas; desde la capacidad de trabajo y estudio para enfrentar trece meses de preparación de oposiciones, hasta un nivel de inglés que me ha permitido funcionar sin complejos por el mundo, y una cultura que combina desde la formación humanística a la científica e incluso técnica.
Debo concluir o me excedo del encargo. A todos ellos mis profesores, mis compañeros, a todos, gracias y un recuerdo.
RAFAEL MONTAGUT LORENZO
Hay veces en la vida que te es imposible expresar con palabras aquellos momentos que te van marcando una pauta para hacerte, quizás, una mejor persona, o simplemente, algunos piensan que es una etapa más que nos ha tocado vivir, sin más importancia.
En la época de finales de los 70 y principios de los 80, la educación que recibíamos en los centros educativos de entonces (colegios), llegaba hasta octavo de EGB e inmediatamente nos adentrábamos en un mundo que, para los que acabábamos de cumplir 14 años era algo como romper con todo lo anterior y comenzar a ser mayores, o eso pensábamos, ya que al fin y al cabo, seguíamos siendo niños.
Hoy en día, cuando miras atrás en el tiempo, la nostalgia se apodera de tus sentimientos, los recuerdos de una época pasada te hacen revivir momentos únicos y que sabes que jamás volverán.
Compañeros que se quedaron en el camino, amistades que siempre estarán ahí, profesores que jamás olvidarás, y por qué no decirlo, profesores que con los años son amigos con los que siempre podrás contar.
Don Manuel Alberto Vázquez Berrones, gran profesor de Matemáticas y de quien me enorgullezco por tenerme en su lista de amigos. Don Manuel López Grién y su forma de enseñar Física y Química, doña María Jesús Valdés Hevia y sus apuntes de Literatura que había que aprenderse diariamente por si te tocaba salir a la pizarra, doña Juana Palma, recién llegada a Ayamonte, por aquella época, siendo muy joven, por cierto, que nos hizo aprender Latín o por lo menos conmigo lo intentó, don Justo Gutiérrez, nuestro profesor de Dibujo, don Arturo Do Carmo y sus clases de taller donde los pasábamos realmente bien, en un ambiente distendido. Y por supuesto don José Luis Rúa Nácher, hoy amigo de tertulias y con el que comparto muchos ratos en desayunos de trabajo, y que además nos hizo sudar mucho en sus clases de Educación Física, donde creo que más de uno descubrió rincones
de Ayamonte que jamás habían visto, cuando pasábamos corriendo en dirección al pino de la playa.
Recuerdos de otros muchos profesores que pasaron por nuestro instituto, aunque sólo fuera un curso, y que también quedaran en nuestro recuerdo, el recuerdo de una promoción demasiado joven, en aquella época que comenzaba una etapa distinta a lo que estaba acostumbrada.
Sí una etapa distinta donde afloraban los primeros amores en las escalinatas alrededor de la piscina, sí la piscina con la que contaba el centro, que aunque siempre estaba vacía, no perdíamos la esperanza de que alguna vez la llenaran y poder disfrutar de ella.
En definitiva, la nostalgia se hace presente cada vez que intentas revivir aquellos únicos momentos que forman parte de cada uno de nosotros, y que como he dicho forjaron amistades que el tiempo no ha podido olvidar y que son motivo de alegría cada vez que, por casualidad, te encuentras con un compañero, hoy muchos de ellos viven fuera de nuestra localidad, y sabes que en la vida todo les marcha bien.
Por eso desde este pequeño artículo quiero dar las gracias a nuestros profesores que nos hicieron ser mejores personas, y que muchos de nosotros, gracias al trabajo que realizaron, se podría decir, que hemos tenido éxito en la vida que nos ha tocado vivir.
¡Por todo ello muchas gracias profesores!
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Fondo Fotográfico del IES Guadiana. Rafael Montagut y Belén Montagut.
RAFAEL PÉREZ CASTILLO Ayer, muy lejano y mío
En una unidad de longitud temporal y anciana, situado en la misma línea que un día fue portada de una obra cultural y sorprendente, en Ayamonte, el IES Guadiana, me llama a su cauce de argumentos esgrimiendo un cumpleaños educativo e histórico que hace del viejo Instituto Laboral, un ente sexagenario, hoy aliado cultural y contribuyente al proyecto de vida y mercado de una ciudad vocacionada al mar.
A un pueblo que en el ranking estudioso y de investigación – como cualquier otro en estos almanaques - no había sido otra cosa, más que Ayamonte y ya está, pero que estaba avalado por su hacer histórico, por su aportación al devenir de los descubrimientos y a la apertura de caminos del océano, le llegaba la hora de abrir, para cuna y casa de la Cultura, la primera página del libro que hoy cumple sesenta capítulos.
¿Qué perfil académico tenía Ayamonte en aquel 1955?
Yo era un niño, pero en el escenario de mi existir estuvieron los actores del acontecer didáctico y optimista que emergía del Sistema.
El referente educativo de la época, en lo físico, estaba representado por las escuelas de la Casa Cuna, “la Merced”, “San Antonio”, Escuelas de la Villa, de “los Padres”, Colegio Titular, “los Marinos” y las Hermanas de la Cruz. También las Escuelas de “Amigas” - las “Migas” en Ayamonte – preludio de chupete de las actuales Guarderías y renglón de vaticinio del Preescolar y las Escuelas Infantiles de hoy, y que tomaban su nombre de las personas que las regentaban: (Dª Pilar y Dª Mariquita, Isidra, María Dolores, etc.).
En lo humano y profesional existía una gran dotación de obreros de la Enseñanza que entregaban su cuerpo, su tiempo y su saber a la ingrata y no muy reconocida labor de un trabajo de artesanía y encaje: Don Arturo Puntas Vela, Don Virgilio, Don Antonio Villegas, Don Manuel Flores, Don Baldomero, Don Salvador, Doña Maruja, Doña Salvadora, Doña Manolita, y el resto no están en ningún olvido, sino que completan el mosaico del agradecimiento de todos los que fuimos sus discípulos.
Este era el mapa de la Enseñanza de aquellos tiempos en un pueblo en el que abundaban “los sardinales” y la cosecha inagotable de la coquina, el “mechillón” y otros bivalvos en una playa todavía virgen, proyecto de arena turística futura, y testigo de las salidas de los galeones a la pesca de cerco y de las “parejas” a la de arrastre. Tiempos barnizados de una pobreza que, aún siendo pobre, emitía rayos de esperanza y colorido y fueron terreno abonado para que florecieran las pautas que nos encarrilaron en la vida.
Así las cosas…
¡La gran eclosión!
Y Ayamonte nuestra primera facultad.
La calle Jovellanos se tocó con birrete de lujo para asistir al parto del Instituto Laboral de Modalidad Marítimo Pesquera, y que venía nacido para quienes nunca habían soñado que alguna vez iban a ser estudiantes. Este Centro, enroló a su Primera Tripulación, jovencísima e incrédula, por sorprendida, y emprendió una navegación imparable, con rumbo verdadero, estimas y demoras, que a la luz de un faro orientativo atracó en el muelle del éxito y la categoría que en la actualidad tiene el IES Guadiana.
… Y la travesía fue perfecta!
Sus primeros gestores – Don Juan, Don Ignacio, Doña María Jesús, Doña Carmen, Don Justo, Don Clemente, el Padre Fernando, etc. – tuvieron el honor, pero también la responsabilidad, de moldear y hacer hombres de letras y ciencia, a muchos niños de Ayamonte.
Más tarde, haciendo escala en el puerto de la evolución social, se incorpora la mujer como alumna, para sellar una gran y justa aspiración.
¡Nuestro Instituto se completó!
Hoy sigue su rumbo, inequívoco, invariable y programado para su destino, fuera de toda duda, con nuevos regidores y una plantilla de profesionales que son el lujo más feliz de un Ayamonte que les ha confiado a sus hijos.
Tengo que añadir que fui alumno de esa Primera Promoción formada íntegramente a la sombra de la Iglesia de la Merced, y que en el Instituto Laboral, en el IES Guadiana, como profesional de la Enseñanza, he tenido el honor de que siendo su Secretario, llegara la hora de mi jubilación.
JOSÉ LUIS RÚA NÁCHER
El IES Guadiana está celebrando diversos actos con motivo de la celebración del 60 aniversario de su fundación. A lo largo de 37 años desarrollé mi carrera docente en este centro, siendo el único en el que tuve esa responsabilidad. Esa es la razón por la que me piden mi aportación a través del relato de mi experiencia, las diversas fases por la que transcurrió la evolución de los distintos sistemas educativos, mi visión de su funcionamiento, relaciones con los alumnos, profesores, etc. Como tal, es tan solo mi visión personal, pero escrita desde la objetividad que me puede permitir mi carácter y desde el cariño que le guardo a compañeros, alumnos, personal, padres y aquellas personas y entidades que desde su generosidad y colaboración permitieron ayudar en el desarrollo de los programas y de las actividades.
Terminaba de hacer la segunda fase de las milicias universitarias en el Ejército de Tierra, en la Academia Militar de Toledo y esa fue la causa por la que me incorpore al Centro una vez iniciado el curso. Una vez incorporado a Huelva y sabiendo que mi destino era el Instituto de Bachillerato Mixto de Ayamonte, la entonces Delegación de la Juventud que era el organismo que nos contrataba y elevaba la propuesta a la propia Delegación de Educación, consideró oportuna mi incorporación en Aracena, un cambio por necesidades del servicio. Que ya había visitado Ayamonte una vez conocido mi destino, y esto hizo defendiera la tesis de mi inclinación por esta ciudad y no por Aracena, en plena Sierra. Al final gano la cordura y la lógica y fui destinado a este rincón andaluz tan mágico.
Y en la mañana del 14 de enero de 1974, me incorporaba a este Centro del que solo saldría el día de mi jubilación, 37 años más tarde. D. Manuel López Grien director por aquel entonces, tuvo las primeras palabras hacia este profesor de Educación Fí-
sica, al que poco a poco irían intentando rectificar en su actitud, por lo atrevido de su comportamiento tanto a nivel docente como de relación con el alumnado.
La primera impresión que me causo el centro fue magnifica. Un edificio amplio y de una sola planta, alejado de los clásicos institutos donde solo había aulas y jamás se veían zonas verdes, ni instalaciones deportivas. Este por el contrario disponía de un gimnasio coqueto, una piscina que sorprendía en extremo y unas instalaciones deportivas, que aunque pequeñas y vacías, eran suficientes. Y a todo esto, un campo de futbol al que si uno tenía buenas relaciones con el amigo Sosa, podía utilizar en más de una ocasión.
Un centro que compartía bachillerato y formación profesional. Un claustro reducido para un alumnado también reducido. Una docena de docentes por algo más de doscientos alumnos. Una sala de profesores que hoy podría estar ubicada en cualquier sala de espera. Una recepción donde la seriedad y las buenas maneras hablaban de Paco. Un gimnasio que se hacía inmejorable. Un salón de actos propio de cualquier universidad. Habitaciones donde se quedaban los alumnos de las poblaciones cercanas. Y una ilusión, unos miedos y unas ganas enormes por ir superando el día a día, hacían que la aventura fuera más que interesante a primera vista.
Y hoy, pasados tantos años escribo todo esto con la nostalgia entre los dedos y los fotogramas de los momentos saliendo del disco duro de mi memoria. Pero quizás
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el hecho de que lo guarde todo, hace que hoy escriba, (aunque más que escribir es mostrar) documentos diversos que hablan por sí solo de lo que fueron todos estos años. Fotografías, fichas de los alumnos, prensa, revistas, escritos, todos del fondo documental que he ido guardando con el paso del tiempo y que hoy tienen reflejado el transcurrir de la vida en cada una de las hojas.
Quise quedarme en este centro porque intuía que Ayamonte tenía algo de especial, y es cierto. Con el transcurso de los años seguí luchando por esa idea y ni la oferta de un cargo público en Huelva en la década de los 80, ni el traslado a la Facultad de Ciencias de la Educación en la recién creada UHU, ni el ir aprobando las diversas oposiciones hicieron que cambiara de opinión. Ayamonte bien valía esa lucha, porque a Ayamonte hoy, tengo que darle las gracias por tantas y tantas cosas como me dio.
Y aquí estamos recordando, paseando por entre cuadernos, fichas, programaciones, memorias, prensa y fotografías que nos hablan del paso ineludible del tiempo y de las canas que fueron creciendo con las penas y las alegrías, con los problemas y las soluciones.
INSTALACIONES
En un principio las instalaciones utilizadas para la práctica deportiva estaban bastante bien. Decir que no conocí en aquella época, ni siquiera en la mía de alumno de bachiller, ningún instituto que tuviera piscina. Se entendía la presencia en este, por cuanto era un centro compartido y de especialidad náutico-pesquera. Y en el primer año, segundo y tercero pusimos la piscina en funcionamiento en los meses de más calor y en periodo escolar, introdujimos la natación como parte de la actividad curricular. Y en el gimnasio, que también hay que recordar que en la década de los 70 las clases se dividían en niños y niñas, con lo cual la utilización de las instalaciones era en función de que estuvieran los unos o las otras. Pero daba mucho juego, con los aparatos, colchonetas, espalderas, bancos, etc
En las canchas exteriores solo podíamos intentar practicar el voleibol y balonmano o futbito. Esa razón es al que me llevo desde el principio a desplazar a los alumnos a las pistas polideportivas. Era un riesgo sacar a los alumnos del centro, pero en la primera reunión que tuve con el inspector en el propio Departamento me dijo, “Amigo Rúa, pon en funcionamiento tu imaginación y recursos y soluciona los problemas”. Así lo hice, saqué a los alumnos en busca de aquello que no teníamos. El Poli nos daba cuatro canchas, cinco especialidades y material suficiente para poder desarrollar las clases. Y eso fue así hasta el otro día que me jubilé. En la década de los 80, en las obras de mejora del centro, se tiró el
gimnasio para nuevas aulas, se cubrió la piscina y en su lugar se hizo una cancha de balonmano y se habilito el salón de actos como un enorme gimnasio, donde podíamos trabajar dos profesores a la vez en caso de necesidad.
Luego para trabajar la resistencia nos fuimos a la calle igualmente. Dábamos las vueltas al instituto, nos íbamos al Parral, Consumo abajo hasta la huerta de Pataza, a darle la vuelta a Ayamonte, al Puente de Canela, más tarde al campo de Golf y la mayor distancia a la Torre de Canela. Todo ello dentro de la hora destinada a Educación Física.
Con el paso de los años y el crecimiento en Ayamonte de instalaciones deportivas tanto a nivel privado como público, los alumnos en el desarrollo del diseño curricular fueron al pabellón municipal, a los campos de futbol, pistas de atletismo, gimnasios privados y últimamente a la piscina municipal y campos del golf. Era un plan de choque para romper con la idea única del recinto educativo y para facilitar entre otras cosas, la práctica de especialidades imposibles de asumir en el centro. Gimnasio Olimpo, Eurosport, Ociosur. Piragüismo o vela. Y las clásicas rutas de cicloturismo a la vía verde o la playa de Isla Canela.
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En muchas ocasiones eran los propios profesores de distinta procedencia, quienes venían al centro para dar unas clases de judo, bádminton, voleibol, tenis de mesa, escalada, tiro con arco, aerobic, etc. Amén de charlas o conferencias que apoyan las diversas temáticas desarrolladas en clase.
Y finalmente comentar que en más de una ocasión, los alumnos se desplazaron fuera de nuestra ciudad, dentro del horario lectivo, para saborear el trabajo de otra manera. Tuvimos oportunidad de ir a la piscina de Castro Marín o Villa Real de San Antonio. Al pabellón de Villa Real o al Pico del Águila en La Puebla de Guzmán, para hacer escalada.
Un par de años antes de decir adiós, un nuevo inspector me comento la imposibilidad de salir del centro por diversas causas. Fue en tono amistoso y muy respetuoso pero seguí defendiendo lo que había hecho durante todos esos años. Carmen Loli, directora en ese momento, salió en defensa del trabajo que se hacía en el departamento y de los logros que se obtenían, por lo que apoya mantener la iniciativa.
Pero la ventaja con la que conté casi siempre, fue la del apoyo de la dirección del Centro, desde López Grién a pesar de su carácter, Carlos Lora o Manolo Vázquez, Javier Rojas o Aurelio Soto, y Carmen Loli Antúnez.
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Gracias a esa buena colaboración, desde el primer día las instalaciones fueron utilizadas en primer lugar por aquella campaña nacional de Deporte para todos, mas tarde por las Escuelas Deportivas Municipales y finalmente por el PMD en alguna de las actividades o cursos de formación de técnicos. Incluso allí preparaba en alguna temporada físicamente a los jugadores del Ayamonte CF.
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LOS ALUMNOS
Hay una evolución en los alumnos que va pareja a la propia evolución de la sociedad. En la década de los 70 un mayor respeto en el aula, tanto a la figura del profesor como de los propios compañeros. Los estilos autoritarios de algunos profesores marcaban quizás los comportamientos. Cambios de programas de estudio y con ello cambio de roles. Profesores que actúan de manera más progresista o de tuteo con el alumno y permite una interrelación novedosa y que choca con el resto del claustro. Y así con los cambios sociales que se transmiten al aula, apreciamos más relajación en la disciplina, mayor falta de respeto a las normas y a las personas para desembocar en un último tramo donde la responsabilidad es del docente y donde siempre se ve sometido a la pregunta del padre o a la exigencia de la administración.
El esfuerzo ya no se premia. La responsabilidad no forma parte del currículo. Los valores han cambiado. La lucha por la integración permite el enfrentamiento entre quien aprende y quien distrae. Ese por “imperativo legal” hace que se mire hacia la nada y muchos se encuentran en una deriva cada vez mayor.
Sin embargo mi experiencia me dice que mis alumnos en su gran mayoría fueron respetuosos con la asignatura, con la figura del profesor y con los compañeros.
Ello no quita lógicamente, que en todos estos años y donde especialmente en los últimos, (el número de alumnos superaba los MIL), que hubiera casos que podrían contradecir toda esta teoría, pero en términos generales NO. Alumnos exentos sin serlo pero respaldados por un certificado médico, los hubo; alumnos que faltaban a clase pero los respaldaba una justificación, etc, etc pero el balance es de gente buena, interesada, capaz de superarse, esforzándose por hacerlo lo mejor posible y siempre sabiendo que MI nota estaba en función de sus capacidades y nunca en funciones de pruebas y resultados. De su interés, responsabilidad, esfuerzo, asistencia y capacidad de superación, ahí están los resultados y las notas.
Bueno, respecto a alguna anécdota con mis alumnos quizás me llamaron la atención la de alumna que estuvo dos años Exenta conmigo y hoy es licenciada en Educación Física. O aquel alumno que le faltaba una mano (con certificado médico diciendo que estaba perfectamente, vaya tela) y no me di cuenta hasta los controles de Navidad, porque era tal su capacidad de trabajo que logró pasar inadvertido. Sacó un sobresaliente a final de curso, todo un ejemplo. O aquel padre que quiso denunciarme porque las clases las daba utilizando espalderas y bancos suecos y así no se daban las clases, o el mismo padre que igualmente quiso llevarme a los tribunales por suspender a su hija y luego resultó que su hija había aprobado conmigo y la que había suspendido era su otra hija con otro compañero.
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De mis alumnos guardo el mejor recuerdo y el mayor de mis aprendizajes, a ellos les debo mucho, así que gracias a todos y cada uno de vosotros. Y si miramos los
resultados, siempre quedaran en la memoria los nombres de Delgado Cueto, Miguel Fernández o Félix Vázquez. Años más tarde sonarían corriendo los nombres de Vicente Tierra, Diego Aguilera o Martin Pérez y saltando aparatos eran grandes especialistas Mestre López, Concepción García y Cabrera Pérez. Sebastián Mirabent que subió al pódium en los Juegos escolares andaluces Fase de Sector en 1.500 metros. Y en los últimos años me vienen a la memoria los nombre de Ricardo Mora o Javier Pérez; las incombustibles Rosa Fernández o Silvia Castellano y la mujer que superó el record de las dos vueltas al instituto (+_ 1000 mts) 20 años después, María Martin, e invirtió un tiempo de 3´43´´.
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Hay que decir que desde el principio hasta casi el final de mi docencia, sacaba la media por curso y global de cada uno de los controles del test de condición física. Ahí tenía el referente de la mejora o perdida de alguna cualidad especifica o del global, lo que me indica cómo evolucionaba la programación. Precisamente fue el parámetro de Resistencia su estudio y evolución en todos esos años, lo que me sirvió de referente para presentar mi trabajo en la oposición de cátedra, celebrada en la Universidad de Granada.
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LOS PLANES DE ENSEÑANZA
A lo largo de todos estos años, que vienen a ser muchos de la vida de este centro, han pasado varios planes de enseñanza en los que cada uno ha resaltado el valor más importante para el color político del gobierno. Del bachillerato de los 70, memorístico, disciplinado, estamental al del BUP con elección de materias, flexibilidad e introducción de nuevos conceptos al paso de la ESO, que sospecho ha sido el mayor fracaso educativo en ámbitos como el nuestro hay un cambio total de mentalidad tanto en el alumnado, como en el profesorado y en la propia administración.
Ello, llevado al ámbito de la materia que me ocupa ha sufrido una evolución enormemente positiva. Desde aquellos años en los el profesor decidía que daba y como lo daba, a la presencia de materia teórica que eliminaba a los alumnos exentos y a los programas que definían los núcleos de trabajo, hay un mundo. Las fichas de control del alumno así demuestran cuales eran los elementos evaluables o controlables de manera objetiva. Mi opinión, que no la de todos los compañeros por supuesto, es que la materia servía para complementar, formar y transmitir nuevos valores y la nota, venia luego y eso a pesar de que exista la leyenda urbana de mis exigencias, mi dureza y algún que otro adjetivo.
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Es cierto que en la década de los 70 y principio de los 80, el nivel de exigencia para definir la nota era mucho mayor que en los años posteriores. Pero si revisamos una estadística de resultados de los años 70 el nivel de suspensos era del 8.8 %; a principio de los 90 los exentos eran un 28 % y los suspensos un 1.2 % y en el nuevo siglo era de un 3 % pero ya no había exentos. La teoría de un excesivo nivel de exigencia queda diluida como el azúcar en el café de la mañana.
Una de las constantes que se ha mantenido a lo largo del tiempo era el test de condición física, algo que con el paso de los años se introdujo como evaluación inicial. Desde el primer día del primer año, se controlaba el nivel de condición física, precisamente para saber cómo se iba produciendo la evolución del alumno lo que permitía a continuación evaluar no solo al alumno sino a la programación, a su desarrollo y a la implicación de todos los parámetros que condicionaban el buen funcionamiento de la asignatura. Es cierto que hubo evolución y mucha. Las fichas aun en mi poder delatan como era en cada época.
Como base principal estaba la asistencia a clase y el interés en el desarrollo de su actividad y a continuación aspectos más específicos. Así, si en la década de los 70 primaba la condición física, los saltos de aparatos y la gimnasia deportiva, en los 80 eran más explícitos los mismos apartados. Ya en los 80 se hacía más hincapié en las carreras de fondo y los deportes, los aparatos desaparecen con la pérdida del primer gimnasio y la gimnasia deportiva va reculando. En los 90 se introduce la
teoría como aspecto más novedoso y produce cambios sustanciosos en los comportamientos, dando paso a los pocos años a la expresión corporal, bailes de salón, dramatización, etc. Procesos de adaptación a nuevas formas de expresión corporal así como a una mayor tecnificación deportiva e introducción de deportes de raqueta. El trabajo en grupo, la responsabilidad compartida y la creatividad se abren paso de manera definitiva.
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LAS ACTIVIDADES
Dentro de la programación, aunque muchas veces sobre la misma marcha porque las circunstancias así lo presentaban se realizaban actividades que pudieran enriquecer el currículo. En muchas ocasiones eran expertos, profesores o especialistas que venían a las clases a impartir su especialidad, Ángel Muniz, el cubano Calixto Andraix, Andrés Rúa o técnicos de gimnasios donde destaca especialmente Tere Pedregosa, entre otros muchos. En otras ocasiones eran los alumnos quienes se desplazaban a otros centros para recibir las clases. Y como quiera que las relaciones con el Patronato Municipal de Deportes fueron siempre magnificas, la celebración de cursos de formación en las propias instalaciones del centro permitió que en los últimos años determinados alumnos asistieran a los mismos.
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Por este periodo de tiempo, nos pilla ya en pleno siglo XXI y surge un movimiento deportivo que aglutina competiciones de diversos índoles: Juegos Intercentros con IES de la Costa de Huelva, Uniliada dirigido por la propia Universidad de Huelva y donde nos alzamos con la copa de campeón en varias ocasiones. Y los Juegos del Bajo Guadiana en combinación con centros educativos de Portugal. Una experiencia enriquecedora y muy positiva para la identificación de los alumnos ayamontinos, amén de las locales de los Juegos deportivos o de las miniolimpiadas.
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Y quizás uno de los símbolos más identificativos de mis grupos de trabajo, era la uniformidad. La clásica camiseta roja que en sus inicios en la década de los 70 era blanca, más tarde había libertad de selección de color por cursos para pasar definitivamente a unificarse y todos los cursos que tenían clase conmigo se identificaban con la camiseta roja. Era la marea roja cuando salían a la calle, y las gentes ya les conocían como los chavales de Rúa.
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Durante mucho tiempo fue causa de enfrentamiento de opiniones por el hecho de llevar la camiseta, pero los años se mostraron implacables y dejaron esa imagen de cohesión de grupo, de identificación de trabajo y de cierta igualdad social en la clase. Eran opiniones en aquel momento y hoy son recuerdos. La marea roja no existe, pero su recuerdo perdura en las viejas generaciones.
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LOS PROFESORES
Es difícil recordar el nombre de todos quienes formaron parte del Seminario de Educación Física, Departamento años más tarde, a lo largo de todo este tiempo, pero es fácil tenerlos presentes por cuanto aportaron para poner la imagen real de una asignatura que durante mucho tiempo fue considerada una María. Se tuvo que luchar mucho y demostrar mucho más, que la Educación Física formaba parte del proceso educativo en la misma medida que lo hacia cualquier otra asignatura. Cada uno le da el valor a lo suyo en función de su criterio, pero muchas veces se pierde el sentido del conjunto, de la globalidad. Hoy la salud, presente de manera definitiva e importante a través del ejercicio, se incorpora a las nuevas programaciones y la actitud docente se transforma de manera muy acertada.
Desde la figura de Mercedes López cuando las clases se dividían en masculino y femenino a la hora de impartirlas. A José A. Crivicich primer compañero que vino a sustituirme cuando la hernia de disco soltaba amarras y hasta que fue operada. Especial recuerdo para una mujer que dejó por encima de todo su enorme personalidad y generosidad, pero con la que la vida fue injusta, haciéndosela demasiado corta. Un recuerdo eterno, querida Carmen. Y a docenas de ellos que compartimos momentos buenos y malos, que discutíamos o congeniábamos para llegar a buen puerto. A ellos también hay que agradecerles su trabajo y colaboración. Quizás los nombres de los últimos Carlos Cerezo, Rafa Camacho o Pepe Isla junto al siempre admirado y querido Juan M. López Abreu, primero alumno y luego compañero. Juntos compartimos, primero por separado desde FP él y yo desde BUP, para terminar fusionados con la ESO. Gracias a todos también.
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Bueno quizás sirva como ejemplo las anotaciones que hice de Abreu, eran los cronos de las distintas pruebas en vueltas al instituto, a lo largo de casi un curso completo. Magnífico alumno, excepcional compañero.
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En los últimos cursos y como consecuencia de mi interés por la fotografía, los alumnos hacían trabajos igualmente fotográficos. Montaba exposiciones tanto mías como de ellos y dejaba constancia para la revista que durante cierto tiempo publica el Departamento, para la prensa y finalmente para que la Editorial Deportiva Wanceulen de Sevilla las utilizara en la portada de algunos de sus libros deportivos, todo un honor para mi.
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GALERÍA DE IMÁGENES
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AURELIO SOTO ELVIRA Memorias de treinta y nueve años de docencia
Cuando me incorporé a la enseñanza era el año 1974 todavía en la dictadura franquista, estaba recién implantada la segunda ley integral de educación, (Ley General de Educación de 1974), esta fue una reforma total que afectaba desde la enseñanza infantil a la universitaria, entonces en el sector educativo se decía que ya era hora de que hubiera una nueva ley de educación, claro es que la última ley integral data de 1857 y que perduró más de cien años, hasta bien entrado el siglo XX con el ocaso de la dictadura franquista, fue conocida como ley Moyano en honor a su promotor, ministro de Educación, fue una ley centralista con un control completo por el estado y la iglesia, de esta última hasta el punto de que se le reconocía el derecho a vigilar la pureza ideológica de los estudios, si bien es cierto que en la segunda mitad del siglo XX se publicaron una serie de leyes de educación muy importantes pero de menor importancia al no contemplar las reforma de todas las etapas educativas.
Comencé en plena decadencia de la Dictadura, mi destino con motivo de la reforma educativa fue un Instituto de nueva creación en la localidad de Alosno un pueblo precioso y muy flamenco, entré muy joven, lógicamente sin experiencia, recuerdo cuando llegué al pueblo me fueron presentando a una diversidad de personas y fue entonces en esos comienzos cuando empecé a sentir el afecto y respeto que se le tenía al maestro.
Empezamos las clases a mediados del mes de octubre y los talleres puesto que yo soy Profesor de Prácticas no lo empiezan a equipar hasta pasado el mes de mayo, es decir ocho meses después, prácticamente la totalidad del curso sin equipamiento, con veintidós años y con veinticinco alumnos en una nave prácticamente vacía, háganse a la idea, pero ese mayo del 75 fue mágico, primero porque por fin fue equipado el taller y segundo porque también me pagaron por primera vez ese curso con ocho meses de atraso, si con ocho meses.
Me acuerdo, con la Dictadura franquista todavía vigente, de cómo mi amigo Alfonso, que fue profesor de Lengua y Literatura entre otros en el Instituto de Ayamonte, me fue introduciendo en el mundillo sindical en la época en la que el Sindicato Unitario, enemigo acérrimo de la dictadura. Recurerdo aquellas reuniones clandestinas cerca del ayuntamiento de Huelva y cómo alguna vez tuvimos que salir volando en dirección a la Sierra de Huelva por amenazas policiales.
En el año 1976 me caso en Ayamonte con mi actual esposa María y nos trasladamos a mi lugar de trabajo, nos instalamos en la calle Real del Alosno, la famosa calle de las esquinas de acero, allí cosechamos muy buenas amistades, sobre todo
María mi esposa que con dieciocho años era la niña de la calle y las vecinas no solo de la calle Real sino de todo Alosno la adoraban.
Al año de casado tenemos a nuestra primera hija Verónica que dio sus primeros pasos allí, era un vendaval igual que mi nieta Claudia que es la viva imagen de su madre.
Mi segundo y definitivo destino fue Ayamonte, recuerdo aquel lejano octubre de 1979 cuando procedente del Instituto de FP Alosno me destinaron a la Sección de Formación Profesional de Ayamonte dependiente del Instituto Politécnico de Huelva, la FP como coloquialmente se le llamaba, estaba ubicada dentro del recinto del actual I.E.S. Guadiana.
Esa tarde accedo al hall del instituto, a esa conserjería con ese mostrador de madera y esa cristalera que todavía existe, aunque no como receptor de visitante y otros, sino como pequeño almacén de recogida de enseres varios al que todos conocemos, y me topo como es normal con el conserje, un hombre mayor serio y con su preceptivo uniforme al que todo el mundo conocía por Paco el conserje al que siempre acompañaba como compañero de trabajo Acuña, ellos me acompañan y me presentan a Don Félix, entonces profesor delegado de F.P. (al ser una sección de F.P. dependiente de otro instituto, en nuestro caso del Politécnico de Huelva, este delega en un profesor la responsabilidad de dirigir el centro) y también me presentaron a Don Manuel López Grién director del antiguo Instituto de Bachillerato Guadiana.
Don Félix el compañero al que venía a sustituir se mostró eufórico, no por mi persona sino porque al fin había llegado su recambio y podía irse destinado a Badajoz ciudad de donde procedía su señora esposa doña Isa, muchos años directora del Colegio Público Rodrigo de Xerez conocido popularmente como el Gurugú.
Bueno, comienza mi andadura en el Instituto con la primera de las reformas educativas de las trece que he conocido, si digo bien, trece, aunque es cierto que la mayoría de ellas eran más de carácter organizativas pero que de una u otra forma afectaban a los alumnos.
El Claustro lo componíamos seis profesores y alguna vez celebrábamos el mismo en torno a una mesa de camilla en el Parador Nacional de Turismo, como podéis ver éramos muy pocos profesores y alumnos. Desde mi llegada entendí que si de un curso al otro no se aumentaba el número de alumnos un 20%, rama o especialidad cerrada, recuerdo que entonces teníamos unos 50 alumnos comprendidos en dos ramas administrativo y metal, esta última con un escaso número de alumnos. Recuerdo que los últimos trimestres de cada curso nos dedicábamos a visitar colegios de Ayamonte e Isla Cristina haciendo publicidad de las ramas que ofertábamos teniendo
un éxito aceptable, bueno ese 20% se superaba con creces a pesar de las reticencias de muchos padres y tutores de primaria a orientar a los alumnos a la F.P., aquí tengo que romper una lanza por los tutores del Hogar Provincial (Casa Cuna) en especial por Carmelo Agudo, instructor y tutor entonces de los alumnos del Hogar infantil, recuerdo no pocos comentarios de “estos van todos a bachillerato pero mira este y aquel solo sirven para la F.P”. Claro ante esa disyuntiva poco se podía hacer, basta decir que Ayamonte estaba implantada la creencia de que había un solo Instituto, el de Bachillerato, el otro era simplemente la F.P., uno se pronunciaba con orgullo y el otro de forma despectiva.
En el año 1984 y con una matrícula consolidada, termina nuestro ciclo como sección de Formación Profesional dependiente del Instituto Politécnico de Huelva y nos convertimos en un Instituto de Formación Profesional, en esta nueva etapa se consigue implantar en el instituto la rama de Electrónica tanto de primer como mas adelante de segundo grado consolidándose con el tiempo. En estas enseñanzas estuve impartiendo las Prácticas de Taller de segundo de Metal, la Tecnología así como la Técnica de Expresión Gráfica o Dibujo como coloquialmente se decía de Metal y Electrónica, eso suponía una carga lectiva semanal de 18 horas repartidas como sigue: nueve de Prácticas, tres de Tecnología y seis de Dibujo, tres a cada grupo. El nivel de los alumnos como he explicado anteriormente era muy variopinto, eran de clase media/baja, la mayoría tenían como nivel académico el Certificado de Escolaridad, siendo los mínimos los que se incorporaban con el Graduado Escolar, claro eso daba lugar a que en una misma clase había alumnos con distintos niveles de conocimiento.
Tengo que decir que en esa época de los años 80 salvo raras excepciones aun estando el alumno menos controlado fuera de clase, había un mayor grado de convivencia, posiblemente el alumno de entonces era más hipócrita que el de la actualidad, a pesar de que los padres de entonces en líneas generales estaban menos implicado en la vida de los centros, parece que ejercían más autoridad sobre sus hijos que en la actualidad, es por eso que el alumno estuviera más condicionado a la hora de tratar a los profesores, ¿quien tiene la culpa de ese deterioro, la sociedad, la familia, el sistema, ¿ambos?, no lo sé pero la realidad es esa.
Después de la creación de los Consejos de Dirección (1980) y posteriormente los Consejos Escolares (1984) donde se integraban los padres por primera vez a un órgano colegiado del centro dio pie a tener más conocimiento de primera mano de la vida del Instituto a través de dichos órganos o de las APAS, por lo que la participación de los mismos en la vida de los centros fue una realidad.
Fue una época muy bonita, en la F.P. éramos entonces 30 y pocos profesores, un Centro pequeño con mucha complicidad entre sus miembros. Éramos una gran
familia con la excepciones puntuales. De aquella época guardo un gran recuerdo de todos pero en especial de Antonio González, Javier Jarillo y José Luis Anarte amigos estos que coincidimos en varias épocas en distintos equipos directivos y que en la actualidad seguimos manteniendo el mismo grado de complicidad.
Recuerdo como anécdotas de aquella época y dado que la banda terrorista ETA estaba desgraciadamente todos los días en la portada de todos los diarios del país y lógicamente con las fuerzas y cuerpos generales del estado en plena alerta, determinados alumnos en épocas de exámenes no se le ocurrían otra cosa que llamar al Instituto avisando de una bomba, lógicamente informábamos a la Guardia Civil y enviaban a través del Gobierno Civil de Huelva una dotación de personal y perros artificieros terminándose siempre con la conclusión de que había sido una falsa alarma o broma pesada, estos avisos eran tan asiduos que últimamente se limitaban a mandar una pareja de guardias civiles para cubrir el expediente esto ocurría tanto en uno como en otro Instituto, y se interrumpieron en el momento que se intervino la llamada de un alumno y se tomaron las medidas oportunas, ya no volvió a ocurrir más.
La entrada en vigor de la LOGSE fue sin lugar a dudas el reto más complicado e ilusionante de mi vida docente y lo fue por muchas razones, a mediados del curso 96/97 la administración educativa con Don Eduardo López Molina Inspector de Educación, tristemente fallecido recientemente, me notificó que la inspección educativa había decidido proponerme para dirigir el proyecto de la unificación de los institutos Guadiana y León Ortega además de la sección de nueva creación El Banderín, después de no pocas reuniones y previa consulta con mi esposa María y mis hijos Verónica y Raúl decido aceptar la propuesta, convocan a los Consejos Escolares de los Institutos y les notifican la propuesta, de esta manera este que escribe fue director de la fusión resultante de la unificación del Instituto de Bachillerato y el de Formación Profesional además de llevar la dirección del nuevo Instituto el Banderín, Instituto este denominado en la actualidad IES López Aguilar. También me encargé de la incorporación por primera vez de los alumnos de 14 años al 2º ciclo de la ESO, impartiéndose entonces el 1º ciclo en los colegios hasta el año 2000.
Esta etapa que duró tres años, fue diría la más complicada que ha tenido nunca el Instituto, se preveía de posibles tensiones con el profesorado de bachillerato al saber que a partir de ese momento su Director y casi todos los cargos directivos procedían de F.P. y eso podía dar lugar a algunas suspicacias, pronto se disiparon las dudas ya que hubo señales inequívocas de ciertos grupos de profesores mostraron su apoyo al nuevo proyecto, baste decir que en la comida de convivencias de Navidad celebrada en los talleres del Instituto asistieron prácticamente la totalidad de profesores y personal no docente.
Salvo pequeñas anécdotas todo se fue estructurando con cierta normalidad, lo que ocurre es que a nuestro pesar estábamos inmersos en una obra descomunal en todo el recinto, basta decir que solamente podíamos utilizar la llamada zona de FP y la rampa, teniendo dos accesos, la puerta de FP orientada al sur (carretera general) y otra en la parte norte, en la calle Amador Jiménez, teniendo jornada de mañana y de tarde, por todo lo expuesto la califico de complicada aunque insisto, el reto fue ilusionante.
El Instituto entonces tenía las puertas abiertas en todo momento y por tanto los alumnos tenían la libertad de de entrar y salir entre clase y clase cuando les apeteciera, ya entrando en los 90 se detecta cierto movimiento de trapicheo de estupefacientes de jóvenes ajenos al centro en los aledaños del antiguo campo de fútbol, movimientos que se denunciaban con asiduidad tanto a la Guardia Civil como a la Policía Local, haciendo cada uno lo que podía para evitarlo, pero claro entonces tanto en el instituto de BUP como en el de FP nos planteamos el cerramiento del Instituto encontrándonos siempre con que entonces las enseñanzas no eran obligatorias y el recinto no reunía las instalaciones básicas para poder atender a los alumnos llámese por ejemplo la falta de una cantina para poder suplir a los puntos de ventas de bocadillos que tenían el exterior del recinto.
El tiempo fue transcurriendo y no fue hasta que llegó la implantación de la LOGSE donde la obligatoriedad de las enseñanzas pasa de los catorce a los dieciséis años y por tanto siendo la ESO una enseñanza obligatoria, el Centro estaba obligado a custodiar al alumno a lo largo de su jornada escolar.
En el curso 98/99 con las instalaciones remodeladas y considerando que el Instituto reunía ya los requisitos necesarios, decidimos prohibir la salida a todos los alumnos menores de edad, ello dio pie a algunos problemas como el de una huelga de alumnos así como el malestar de los establecimientos cercanos al Instituto quejándose de dicha medida, pero no había marcha atrás, la decisión estaba tomada, la huelga se sofocó de una manera muy peculiar, los miembros del equipo directivo fuimos visitando a los alumnos de los cursos de 2ºde FPII y COU, todos mayores de edad para hacerles ver la idoneidad de la decisión tomada por los peligros que en aquella época se cernían sobre los alumnos menores al estar en contacto con grupos indeseables que merodeaban alrededor del recinto en busca de alguna victima que pudiera convencer, los alumnos mayores entienden la decisión y aceptan ir en pequeños grupos con algún cargo directivo a las clases de los menores de edad haciéndoles ver que había sido una decisión acertada, así se sofocó la huelga; por cierto fue el primer Instituto de la provincia de Huelva que prohibió la salida alumnos menores de edad y además el primero en la que los profesores hacían guardia de recreo, después vinieron otros poniendo como ejemplo el Guadiana de Ayamonte pionero en esa medida.
Termine mi cometido como director según lo acordado en el año 2000, si bien es cierto que la administración me presiono mucho para seguir desempeñando mi labor, por motivos familiares no renové y los últimos trece años estuve impartiendo clases en el departamento de Servicios a la Producción tanto en los Ciclos Formativos como en el PCPI.
Esta etapa fue muy tranquila aunque con un cúmulo de reformas parciales que le han hecho un daño terrible al sistema educativo, sin consultar nunca con el profesorado que son los verdaderos profesionales de la educación y no los políticos de turno que tanto daño le han hecho.
En el año 1999 nace mi primera nieta Claudia, es entonces cuando hago una reflexión de los años que le he dedicado tanto a la labor docente como directiva, privándome muchas veces de haber visto crecer a mis hijos y no queriendo que me pase lo mismo con mi nieta, además y siendo coherente con mis ideas de que el sistema se tambalea cuando los enseñantes pasan de la vocación a la profesión, decido después de treinta y nueve años retirarme y darle paso a gente joven que vengan al menos con las mismas ganas que cuando yo empecé.
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Fondo Fotográfico del IES Guadiana. Aurelio Soto Elvira en su etapa de Director del IFP León Ortega inaugurando el busto en honor al escultor ayamontino Antonio León Ortega.
JOSÉ VÁZQUEZ SÁNCHEZ
Nací en 1948 en el barrio de la Villa. Cursé estudios en nuestro centro, por tanto he sido alumno en las primeras etapas del instituto. Mi vuelta al centro educativo fue como trabajador del mismo, concretamente como ordenanza en la década de los años 80; por entonces Ignacio Ríos era su Director. He desarrollado toda mi vida laboral, hasta mi jubilación, en el IES Guadiana. He conocido a todos los directores de sus últimas etapas, a Carmen Antúnez, a Aurelio Soto, a Pedro Bermejo y a Javier Rojas.
Mi familia también ha estado vinculada al instituto, mis dos hijos estudiaron aquí y actualmente un nieto estudia ESO.
Casualmente cursando mis estudios coincidí como compañero con Antonio Boza, con el cual posteriormente volví a coincidir como compañero de trabajo y nos jubilamos los dos casi en la misma fecha.
Mi vida laboral la he compaginado con mi gran afición, el fútbol. Estuve vinculado al Patronato Municipal de Deportes de Ayamonte como monitor, al fútbol profesional como jugador, pasé en 12 años por equipos como el Betis, el Calvo Sotelo, Extremadura, Badajoz, Ayamonte y Balompédica Linense. También he sido entrenador del San Roque de Lepe, del Isla Crsitina y del Ayamonte.
Mantengo buenos recuerdos de mi paso por el centro, en el que he conocido a miles de alumnos y también ha muchísimos profesores.
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Fondo Fotográfico del IES Guadiana. Antonio Boza y José Vázquez en la conserjería.
TAMARA VELÁZQUEZ BLANCO El punto de partida
Como si de una foto antigua se tratase, la visión que conservo de mi época en el I.E.S. Guadiana está teñida del color amarillento que imprimen los años. El filtro del tiempo va difuminando los recuerdos y únicamente nos permite rescatar algunas anécdotas, instantes entrañables o, por el contrario, momentos de angustia antes de un examen decisivo o, en el caso de mi promoción, de desasosiego ante las modificaciones constantes que se vivieron en la Educación española entre los años 1998 y 2002 en que formamos parte del alumnado de este centro. En esos días, la palabra LOGSE se repetía incesantemente en los pasillos, en las aulas y en los informativos a la hora de comer pero nadie era capaz de traducírnosla para que pudiésemos comprender cuáles iban a ser los verdaderos cambios que implicaba y cómo iban a condicionar nuestro día a día, nuestro futuro.
Inauguramos la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). Experimentaron con nosotros llevándonos por caminos imprecisos, programas lectivos variantes y remodelaciones que, sobre la marcha, improvisaban nuevos temarios. Este titubeo dejaba mudos a los profesores cuando les pedíamos información sobre trimestres posteriores, cursos más avanzados o acerca de la temida Selectividad. Nos pedían paciencia y prometían informarnos en cuanto tuviesen datos fiables, pero dicha inestabilidad hizo de este periodo un desafío también para ellos, a quienes exigían versatilidad, flexibilidad y una constante renovación, prueba que sólo los buenos pasaron con éxito y que otros, en cambio, catearon como el más atolondrado de sus alumnos.
A esta situación se sumaron la ampliación de las instalaciones, para poder acomodar a los estudiantes de los nuevos cursos que acogería el instituto, y el cambio de directiva, hechos que aumentaron el vaivén de decisiones y acentuaron la falta de respuestas convincentes a nuestros interrogantes.
En estas circunstancias vivimos esa fase decisiva de la vida en que los alumnos, generalmente adolescentes distraídos y aún muy verdes bajo la protección del hogar, necesitan de orientación para desarrollar sus habilidades sociales, identificar sus aptitudes naturales y escoger con sensatez los instrumentos adecuados con los que llenar la mochila para afrontar la adultez, para decantarse con criterio por la opción que determinaría su perfil profesional, que lo acompañaría, si es certero y si las circunstancias económicas que lo rodean son favorables, el resto de su existencia. Demasiada responsabilidad para cualquier joven de esa edad.
Yo tuve suerte, a mí la vocación por la Comunicación me visitó con siete años y se quedó conmigo. Fue entonces cuando decidí que sería periodista. Viví la época del instituto como un trámite necesario, como un puente que me encaminaría
hacia la Universidad donde, por fin, podría dar rienda suelta a mi creatividad y sumergirme en un océano de actualidad, géneros periodísticos, recursos estilísticos, identificación de hechos noticiables y de sus 5 W’s; de información atrapada en gestos y de estructuras de mensajes, muchos mensajes, todos los imaginables y más, encerrados tanto en formatos fácilmente reconocibles como en soportes inopinados. Hasta que llegó ese momento, me dediqué a empaparme de lo que el IES Guadiana me ofrecía, de mis compañeros, de mis amigos y de mis profesores, de los que aprendí muchísimo.
José, un joven profesor de Francés que se había licenciado en Historia, nos enseñó a conjugar los verbos en negativo entonando el “Me gustas tú” de Manu Chao y nos transmitió algo muy importante: la posibilidad de diversificar nuestra carrera y la importancia de aprender idiomas y de viajar, aunque no se tuviera dinero, como hizo él, intercambiando paroles por manzanas que recogía de los campos galos.
A Maribel García Nisa, que me enseñó Lengua y Literatura en 1º de Bachillerato, le agradeceré eternamente que me prestase aquél día “La casa de los espíritus” de Isabel Allende. De su mano descubrí el Realismo Mágico y pasé innumerables tardes de playa recorriendo rincones de Chile que nunca he pisado.
Juan José Bernal sabía muchísimo y también imponía bastante. Aún me pregunto cómo el borrador sobrevivió a sus tundas -lo utilizaba para dar golpes en la mesa y así atraer la atención de los más distraídos, por eso en más de una ocasión se lo encontró pegado a su escritorio con Super Glue. Era un profesor excelente que hacía sencillo que memorizásemos fechas y acontecimientos pasados. Su talante conservador hacía que se enervase con ciertos temas y nosotros, que sabíamos de qué pie cojeaba, si algún día próximo al verano en el que el calor apretaba no nos apetecía escucharle hablar sobre guerras mundiales y concilios, sabíamos que solo hacía falta preguntarle acerca de algún tema conflictivo y él caería en nuestra trampa iniciando un debate que nos permitiría dejar aparcados los apuntes hasta la siguiente clase. Sufridor de la fragancia que supuraba un aula con 30 adolescentes que venían directos de una clase de Educación Física con Rúa, con la tormenta hormonal que eso conlleva, se erigió en responsable de recordarnos las normas de higiene y nos recibía con un dibujo enorme de una alcachofa de ducha en la pizarra.
Nicasio, con su colorido jersey de grecas, su sonrisa amable y la habilidad para transmitir conocimientos que da una larga trayectoria frente al encerado, consiguió que me gustasen las Matemáticas, por lo menos durante el año que él fue mi profesor.
La Filosofía y la Ética, en cambio, han sido siempre las clásicas “asignaturas peñazo”, materias difíciles de digerir para jóvenes más pendientes de explorar el aquí
y ahora que de lo que pudieran decir los Presocráticos hace siglos. Sin embargo, Javier Castaño, más conocido como “Javi el de Ética”, se afanaba en mantener la atención de una clase que, temerosa de no comprender esas intrincadas corrientes de pensamiento que debían memorizar para el examen, acudía al aula con cierto recelo y desánimo, convencida de la dificultad de la asignatura. Para luchar contra este prejuicio, Javi el de Ética se ayudaba de su atropellada verborrea, que hacía a los jóvenes esforzarse doblemente para no perderse una palabra de lo que decía. En su empeño por captar el entusiasmo de su alumnado, se convertía en el “profe” cómplice y comprensivo que accedía, a veces, a dar la clase en el patio del recreo, cualquier cosa para darle un poco de emoción y agilidad a su disciplina, genuinamente compleja.
También le tocó a Emilio Lechuga lidiar con esta asignatura y con la de Sociología, que fue la que impartió a mi clase. Aparecía en el aula con una elegancia original, siempre vistiendo chalequillos y corbatas de estampados arriesgados que combinaba con un toque personal y distinción. Recuerdo su voz tomada y sus manos ambarinas a causa del cigarrillo que siempre llevaba entre los dedos. Cercano y elocuente, su pasado político lo convirtió en un profesor persuasivo, convincente.
Más que convencerme, lo que a mí me motivaba, en este caso de las clases de Antonio González, era su amplio conocimiento y la actualizada visión que tenía de su asignatura: la Geografía. Su estilo organizado y práctico al enseñar me fue de mucha ayuda a la hora de preparar la prueba de acceso a la universidad. Disfrutaba con sus lecciones y su determinación me aportaba tranquilidad y confianza a la hora de enfrentarme a esta materia, una de las decisivas en el Bachillerato.
También lo era el inglés, que venía formando parte de los planes de estudio desde que era alumna del Colegio Público Padre Jesús. Allí tuve mi primer contacto con el lenguaje anglosajón de la mano de Pepe Segovia que después se mudó al instituto, donde a mi me dio clase Maribel Cuadros. Ella me enseñó una fórmula que, en su momento, me parecía mágica para conjugar pasivas y estilos indirectos y que algo habrá tenido que ver con que lleve más de tres años viviendo en Londres. Aunque ya no necesite ese truco, muchas gracias, Maribel.
Los idiomas siempre me han apasionado. Me parecían una herramienta maravillosa para abrir la mente, un vehículo para explorar el mundo y conocer gente diferente que me enriqueciera. Por eso, además del inglés y del francés, también estudié italiano en la facultad, pero mi lengua favorita es, sin duda, el español. De mi predilección por él y, sobre todo, de mi comprensión de su gramática y del origen del léxico castellano tiene mucha culpa Raquel López Ruano. Ella ha sido mi mentora en una disciplina clave para mi carrera. Su pasión al explicar y su excelente manejo de la sintaxis y el diccionario me dejaban embobada en clase. Desde
pequeña, siempre me ha obsesionado saber el porqué de las cosas y las respuestas de Raquel nunca me defraudaron. Jamás vacilaba ante ninguna duda que le plantease, sus explicaciones estaban fundamentadas en una base sólida, en un conocimiento profundo que me transmitió las ganas de seguir su ejemplo y trabajar para convertirme en una profesional competente, eficiente y entusiasta de lo que hago.
Como ella, todos mis profesores influyeron en la persona que soy hoy. Algunos dejaron una huella positiva; otros, en cambio, hicieron más difícil que digiriese su materia porque no me gustaba o, simplemente, porque, a pesar de que me interesase la asignatura, su manera de impartirla no congeniaba con mi forma de procesarla.
A ellos les agradezco que, por aquel entonces, fuesen “los malos de la película” pues es cierto eso de que sin villanos no hay conflicto y, como bien me enseñó Pilar Bellido, mi profesora de Literatura Española Contemporánea de la Universidad, “sin conflicto no hay historia”. Aunque a veces encontremos obstáculos, debemos sortearlos y seguir por nuestro propio “sendero de baldosas amarillas”, porque nuestra existencia, la del IES Guadiana y la de cada uno de nosotros, continúa su devenir hacia Oz o hacia cualquier otro destino que marquemos en el mapa. Por eso, deseo que irremediablemente las dificultades acechen a este centro, pero para que la pericia al salvarlas prevalezca, para que crezca y para que sean muchos más los alumnos bien formados que se despidan de sus aulas listos para enfrentarse a la vida que les espera.