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Costumbres y tradiciones en Cheste
EN LOS AÑOS VEINTE DEL SIGLO PASADO
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“El anciano era uno de esos hombres cuya conversación, como las de todos aquellos que han sufrido mucho, a la par que sirve de enseñanza, interesa y conmueve, empero no era egoísta, pues nunca hablaba de desgracias”
El conde de Montecristo de Alexandre Dumas
“Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza”
Paul Géraldy
FIESTAS
En los años veinte de 1900 las fiestas se hacían sin costes al municipio, siendo una la de los “disfrasaus” en chestano y carnaval en castellano. Consistías en disfrazarse tres días a primeros de febrero y se titulaban “de carrastulienda”. Y fue prohibida por las dictaduras por ser fiesta pagana hasta que Primo de Ribera en 1923 la censuró por completo. Con la proclamación de la República en 1931 resurgieron, pero con menos ímpetu y al venir la Guerra Civil Franco la eliminó por completo, por ser fiesta no agradable a la iglesia.
Esta fiesta era tradicional y sencilla y uno se disfrazaba para que fingiendo la voz a un amigo o vecino no se le reconociese. Las tiendas estaban surtidas de careta, o “carasas” como aquí decíamos. Unas eran de cartón y otras de tela y cada cual se la compraba a su gusto para lo que quería con su disfraz representar. El horario lo ponía el de turno, primeramente podías llevar la careta sin límites hasta por la noche, luego se fue agravando y al ponerse el sol teníamos que levantarla so pena de pagar la multa que en el bando estaba estipulada. De esto se encargaban los alguaciles. También estaba prohibido, y se castigaba con la cárcel, disfrazarse de militar o de alguna orden religiosa.
Cada uno se disfrazaba con lo que encontraba en los desvanes, cosas antiguas. Yo me disfracé varias veces de mujer, con el traje de casarse mi madre, y otros con los de sus abuelas. Así que la vuelta de los disfrasaus en estos días se convertía en pasarela de moda. Las mujeres se disfrazaban como es natural con trajes de sus padres y abuelos, pero por la mañana, porque la mujer hubiera sido mal vista si la hubieran visto o reconocido disfrazada al ponerse el sol. Pero las mujeres con la cara tapada eran terribles esos días, ya que durante todo el año estaban sometidas al ostracismo de aquel tiempo donde todo se convertía en pecado. Ahora bien, cuando se ponían la careta algunas que no to saludaban por vergüenza llevaban una botella o frasco y con palabras mordaces para aquellos tiempos y con voz ronca para que no la conocieses te lanzaba un agua con olor al pantalón, y te decía "toma, para que se te pase la calentura". Y luego con el frasco de harina to ponían como payaso de circo.
Había uno o más que se disfrazaban con un traje especie payaso de circo y un sombrero de copa muy alto, para que lo distinguieran los chicos que pululaban junto a él. A este disfrazado se le llamaba el disfrazado del higo "pansón" porque usaba una caña con un hilo especie de los de pescar y colgando tres o cuatro higos secos. Blandía la caña, los higos tintineaban y gritaba: "al higo, al higo pansón". Cuando los habían arrebatado todos decía "esperad que vamos a seguir con el higo pansón" y así transcurría la tarde. Debo advertir que para un niño de 1918 un higo se consideraba el dulce más estimado por la pobreza que había y que los niños del 2006 desconocen por la cantidad de golosinas que hoy se consumen.
Había otros que se disfrazaban de trovador...el preferido por los chicos de corta edad...se situaba en una esquina y con unos maderos formaba una especie de panel donde ponía unos papeles que la mayoría de los chicos no entendían por no saber leer. Pero nos deleitaba con sus cuentos y viajes por toda la tierra de España.
También hubo otro "disfrasau" que en su trayectoria deja huella, este por su dureza, porque durante muchos años para atemorizarnos a los niños nos decían: "que viene el disfrasau de la aliaga"...Su "carasa" simulando el terror para dispersar, una piel sobre su espalda y encima una aliaga...Su misión era dar sorpresas de incognito a la gente cuando se agrupaban en la calle. La vuelta de los disfrasaus pasaba por el castillo y las calles de la morería, calles estrechas donde se agolpaba mucho público para ver la fiesta, y entonces algunos molestos decían: "joder, no se puede pasar, esto está para que venga el disfrasau de la aliaga" y si aparecía enseguida abría paso, por temor a que les rasgaran o pincharan.
Por la vuelta de los disfrasaus también salían grupos que hacían críticas de los acontecimientos que ocurrían durante el año. Estos no iban disfrazados, y aquí se les decían murgas.
La fiesta de todos los santos como nos la contaban nuestros mayores a los niños era la noche de las almas de los difuntos. Salían del purgatorio para regresar donde habían vivido en la tierra pero según nuestras abuelas, que eran las que con más fe nos las contaban, las "almiquias" no se veían y les encendían "luminarias" para que se vieran...en esta noche que Dios les daba fiesta y pudieran regresar luego al cielo... Al preguntarle: "abuela, si no se ven ¿cómo entran en las casas si las tenemos cerradas?". Me decía: "mira hijo, entran por el ojo de la llave y por las rendijas de las puertas". Las luminarias se componían en un vaso, medio de agua y una parte de aceite, se ponía encima un trozo de hojalata pequeño cuadriculado y en los cuatro extremos pedacitos de corcho para que flotara y en el centro un orificio donde se colocaba una mecha de algodón y la luz alumbraba toda la noche.
El día de todos los santos las veinticuatro horas tocaban las campanas a los muertos, salvo cortos espacios que se tomaban para descansar los campaneros. La fiesta, coma hoy, se concentraba más por el día en visitar los cementerios, pero por la noche se organizaba una procesión que encabezaba el aura.
La fiesta de Navidad era más alegre porque representaban la venida del hijo de Dios a la tierra. La noche de la natalidad del niño Jesús se celebraba la fiesta según la posición de cada familia. Unos con pasteles de boniato y tortas finas, que era lo típico para las familias pudientes. Los más humildes lo celebraban con alegría pero con boniato torrado en las brasas del fuego que se consumía en el hogar, que esta noche se encendía con mocha leña para que se calentara el niño que había nacido en un pesebre. Y así iban pasando la noche tocando la carraca y la zambomba.
El día de Navidad era la fiesta más alegre que teníamos los niños durante todo el año. Nuestras madres nos "mudaban" por la mañana y nos decían: "anda ves a casa de la tía que te va a estrenar" y mi tía me estrenaba una peseta y yo más contento...(porque los domingos y fiestas de guardar nos daban una "perriquia").
A la fiesta que se celebraba el día de la Resurrección del Señor le decíamos la fiesta delos masos. El "maso" era un trozo de madera con un mango que se utilizaba para picar el esparto con el que se hacían las alpargatas. El día de la fiesta con estos "masos", bates y llandas, que recogíamos por las calles, las atábamos a una cuerda y en cuanto a las diez de la mañana las campanas tocaban a gloria, la cogíamos y corríamos por las calles arrastrándolas, dándoles palos y otros con los masos pegando a las puertas, levantando una polvareda que no se vela nada.
Cuando las calles van
AL ALMA DE UN PUEBLO
RICARDO MARÍN IBÁÑEZ
Corría el año 1974. Era el día de San Lucas. Para los foráneos una fecha más, para un ches¬tano como yo, estaba lleno de antiguas reso-nancias inolvidables.
Comenzaban nuestras fiestas después del ajetreo de unas vendimias normalmente sobre-saltadas bajo la amenaza y la bendición de las tormentas otoñales. Ya estaba guardada la es¬peranza del vino, años atrás casi única fuente de riqueza. Más bien de pobreza.
Habían llegado entre un revuelo de cam¬panas las fiestas oportunas que se presentan en el momento adecuado en que concluido un ciclo agrícola normal, el cuerpo y el espíritu podían entregarse a un descanso soñado y bien ganado durante un año de febril trabajo.
Durante siglos San 'Lucas ha traído el más prolongado remanso de paz y alegría en medio de una vida dura hasta lo increíble, desde la óptica actual. Lo cual no significa que hoy sea¬mos, sin discusión, más felices. Los que hemos podido vivir y comparar ambas épocas lo sabe¬mos muy bien.
Yo soy de la raza numerosa de los que emi¬graron. Pero siento y valoro mi condición de chestano. No sentirlo es como no serlo, es ha¬ber dejado de ser, a pesar de la partida de nacimiento. Como hay muchas gentes nacidas fuera, cuya chestanía está muy por encima de los que vivimos la luz en esta tierra.
Para mi familia San Lucas es un día sonado, aparte, estemos en Valencia, en 'Madrid o en América.
Tuve que hacer, pues, un hueco en mis ocu¬paciones y empujado por la insistente presión de todos los míos, apreté mi horario, apresu¬ré las tareas, aplacé compromisos y subimos al coche volando hacia Cheste.
Llegamos ya anochecido. Las estrellas brilla¬ban como limpios diamantes recién estrenados, prendidos sobre el terciopelo oscureciente de un cielo acogedor. Al coronar la Loma, Cheste relucía en me¬dio del valle y todos mis hijos coreaban su nom¬bre como si se tratara de una competición de¬portiva.
Un derroche de focos recién estrenados en¬cendían las albas paredes. Era como en esos momentos en que se presagia un sí rotundo a la vida, cuando se otean valores que inesperada-mente afloran como un tesoro ignorado.
Tuve que dejar el coche casi a la entrada. Las calles eran el imperio exclusivo de los tran¬quilos paseantes, enzarzados en charlas sin co¬mienzo ni fin.
Entré a ver la iglesia engalanada y a pedir el coraje para multiplicar mis escasos talentos en favor de los demás, cumpliendo el bíblico mandato.
Inicié mi periplo chestano. Comencé por la "bajadiquia", y después la Avenida del Gene-ralísimo, calle de Laurel, de los Mártires, plaza del Cura González... Quedé deslumbrado.
He viajado a través de decenas de naciones a lo ancho de tres continentes y no soy presto a precipitadas admiraciones, pero hay una cosa que
me fascina siempre: el fuego del espíritu en su tensión máxima creadora. Cuando alguien alcanza la cima de sí mismo y es capaz de decir¬se, y decirnos, todo lo que puede y debe, cuan¬do emplea y regala hasta el último de sus ta¬lentos; me impresiona irremediablemente y es¬polea el corcel de mi vida por empinadas rutas de superación. No hay espectáculo que iguale la generosa donación de sí que se vierte en las auténticas creaciones. Y más aún cuando es por nada, en graciosa entrega total, con el señorío divino de quien nada pide a cambio.
Eso es lo que estaba descubriendo en mi gozoso deambular por las calles tan ingeniosa¬mente decoradas. Era un pueblo que había trabajado miles y miles de horas, robadas a un merecido sueño que había imaginado solucio¬nes hermosas, creado modelos, sugerido pai¬sajes y dado un toque de inesperada, belleza la geométrica blancura de las calles.
Era un esfuerzo colectivo extraño, en un mundo donde la crítica y el egoísmo, la ley del mínimo esfuerzo y las exigencias ilimitadas, tienen si no más realidad, al menos más pren¬sa, eco y hasta cínica propaganda.
Las calles chestanas patentizaban el nervio y el brío de unas gentes con tal derroche de vitalidad que aceptan como un desafío cual¬quier proyecto sugestivo. Mentes creadoras y manos afanosas que querían embriagarnos por un momento con el fuego de su poderío innova-dor, contagiarnos de su lograda originalidad. Dejando agrias tensiones, nos daban una lección de pura y ancha humanidad: cada cual se logra a sí mismo en los instantes de creación, cuando su espíritu nos dice con acento personal de todo lo que es capaz. Me encantaron todas las calles. Y lo digo aun a riesgo de que pueda parecer trivial adu¬lación y fácil manera de quedar bien con todos. Pero mentiría si no lo dijese. A veces la verdad es lo menos verosímil.
Al contemplar ese esfuerzo colectivo sin presupuesto ni ensayo previo, yo me colocaba en el momento en que se gestaban las ideas, se encendían las ilusiones y lo realizaban ma¬nos habilidosas. En el instante mismo en que cada calle aceptó el desafío de ser la mejor.
Luego vendría la comparación inevitable, la cara agridulce de la moneda. No todos pue¬den tener el primer premio, aunque todos lo merezcan. Y llegan las decepciones. Pero qui¬tarle ese acento competitivo era restar uno de los mayores estímulos humanos.
Me impresionó ese prodigioso sentido para conceder a los materiales más humildes, a los desechos de los campos y las casas, toques de gracia y fascinación de belleza. La materia que¬daba transida de un estilo de vida, del alma de un pueblo con alma.
Entre la sorpresa de las calles cuidadas —crisálidas que alumbraron insólitas maripo¬sas— y el tranquilo deambular de unas gentes que saboreaban el valor de la vida, fulgía lo más hondo del espíritu de un pueblo: la sabi¬duría para asimilar todos los valores conquista¬dos a lo largo de siglos y el coraje para remo¬delado todo dando un nuevo acento y vigor a la existencia.
Era todo una lección y un símbolo.
Me sentí más chestano. Mi pueblo me ha¬bía enseñado, una vez más, lo que es una vida creadora.
El habla chestana
ALBERTO SÁNCHEZ
Estado de la cuestión
Si abrimos el Atlas Língiiístico de la Península Ibérica (ALPI) por el mapa de Valencia nos encontramos con una rúbrica un tanto depresiva -”castellano mal hablau”- cubriendo una extensa comarca donde hay que situar a Cheste.
En la obra del excelente poeta y publicista Joan Fuster, Nosaltres, els valencians, se nos engloba dentro de las zonas aragonesas, castellanas y murcianas, como un anejo de escasa importancia adscrito por circunstancias históricas al País Valenciano, representado auténticamente por el territorio y la población de lengua catalana o valenciana. En mis tiempos de opositor (ya bastante lejanos, ¡ay!) un amigo madrileño, ya fallecido, se asombraba de las pretensiones de un chestaino a una cátedra de Lengua y Literatura Española, pues Cheste, donde había pasado algunas temporadas de asueto, era para él uno de los pueblos donde peor se hablaba el castellano de toda España.
Por otra parte, sabemos toda la sonrisilla con que se nos obsequia siempre en Valencia cuando se nos llama churros.
En conclusión, que para los valencianos valencianos (café café) somos elementos alógenos dentro de la familia, porque hablamos otra lengua; y desmerecemos para los castellanos por no hablar correctamente la lengua oficial.
Creo que unos y otros opinan en este punto con ligereza y falta de perspectiva. De una parte, Cheste, como todo el reino valenciano, formó parte de una entidad superior bilingüe, llamada la Corona de Aragón, antes de realizarse la unidad política española. Por otra, los vulgarismos y rusticismos del castellano están extendidos por toda el área nacional. En vez de una división horizontal del castellano, bien o mal hablado, deben apreciarse verticalmente dos capas lingüísticas, vulgar y culta, a lo largo y a lo ancho de toda España.
M. Sanchis Guarner, el filólogo valenciano más importante de la actualidad, estudió hace tiempo el habla de Godelleta, vecina y semejante a la nuestra en muchos aspectos.
Cheste ocupa el extremo de una cuña dialectal castellana que apunta al litoral mediterráneo; en efecto, es el pueblo que no habla valenciano más próximo a la capital valenciana. Pero, naturalmente, el vocabulario chestano abunda en términos valencianos; y en palabras pertenecientes al dialecto aragonés antiguo y moderno; también conserva muchos arcaísmos. Y, desde luego, comparte vulgarismos de expresión con todo el amplio mundo de la lengua castellana, incluida Hispanoamérica.
Copio seguidamente algunos textos con matices dialectales, para establecer un parentesco regional obvio.
Si vas a la catedral
mira por allí p’adrento:
verás a los mociquines
alumbrar el menumento.
He ahí una coplilla de las riberas del Esla (León) con la que no tenemos de común más que alguna prevaricación lingüística de tipo general, a las que podríamos añadir teléfano, amoto, arradio...
Bien distinta es la siguiente jota aragonesa, coincidente con el habla chestana en expresiones muy vivas:
Compañera te doy
—dijo el cura que me casó—.
Al darme aquel regalico,
¡qué descansau se quedó! Nos alejaremos algo, pero conviniendo en lo esencial si recitamos la “Cansera”, de Vicente Medina, en sus Aires murcianos: ¿Pa qué quiés que vaya? Pa ver cuatro espigas
arrollás y pegás a la tierra;
pa ver los sarmientos ruines y mustios
y esniias las cepas
sin un grano d›uva
ni tampoco siquiá sombra d›ella...
En resumidas cuentas: el habla chestana, mosaico fronterizo con teselas castellanas, baturras, valencianas y quizá panochas (o murcianas), merece un estudio extenso que yo ahora no puedo
emprender. Me limitaré a ordenar algunos de sus rasgos primordiales para solaz y meditación del pueblo chestaino, jubilosamente entregado estos días a las fiestas patronales de San Lucas, médico y escritor evangelista.
Fonética
Las vocales en Cheste se pronuncian en general según el sonido más corriente en Castilla.
No tenemos la e tan abierta del valenciano en sepia o débil, pronunciadas aquí a la manera castellana; pero en algún caso, hemos diptongado la e cerrada del valenciano: así, de la palabra séquia, hemos hecho seiquia (acequia). Lo mismo ocurre con la o abierta del valenciano en cor (corazón) y nou (nuevo), desconocida entre nosotros, que pronunciamos gola (garganta) igual que pobre y cosa, como cualquier castellano lo haría.
No obstante, las finales átonas no siempre conservan su timbre puro sino que se hacen mixtas, cosa que no ocurre en castellano; la –e, -o se aproximan a –i, -u en Cheste (i), sine (i), bolo (u)…Incluso puede oírse la frase “coser pa otri”, donde se conserva el otri, otrie medieval.
En cuanto a las consonantes, también es corriente la pronunciación castellana con algunas excepciones. Por ejemplo; la l que en Valencia se articula, según su posición, igual al castellano en pelar, bleda (acelga), glop (sorbo), empeltar (injertar); o de manera cóncava en falca (cuña), falcar, falda, galta (mejilla)…en Cheste, que utiliza todas estas palabras, no hay diferencia apreciable para un oído corriente en la pronunciación de las eles.
En cambio, el castellano no pronuncia la ll al final de sílaba o palabra, por carecer de esta situación en su vocabulario, mientras que el habla chestana la distingue muy bien, sin el menor atisbo de yeísmo (o pronunciación de la ll como y). Ningún chestaino dirá Pi y Margal, Maragal, Masamagrel... como se oye, en Madrid, sino Pi y Margall. Maragall y Masamagrell que es lo propio. Claro que en nuestro léxico no faltan las palabras valencianas con el sonido ll en posición final: badall (bostezo), esparavall (aspaviento), margall (espigadilla), regomell (prejuicio, cavilosidad, aprensión); y en apellidos abundan los Morell, Ripoll y Rosell (tan catalanes como Balaguer, Verduch, Velert o Vida]).
Característica chestana es el seseo, es decir, la exclusiva de la ese sorda castellana, diferente en su articulación de la más fina del seseo andaluz, canario e hispanoamericano. Nuestro seseo conduce al equívoco de pronunciar exactamente igual palabras de distinta significación: cocido y cosido, caza y casa, cazar y casar, cima y sima... Solamente encontramos el sonido ce en los numerales doce y trece; resulta curioso oír contar a un chestano: dies, onse, dose, trese, catorse, quinse... La razón, probablemente, se encuentra en la pronunciación valenciana de esos dos numerales mediante un sonido africado que en castellano desapareció hace siglos.
Formas familiares de pronunciación aragonesa y de otras regiones son las de acachar y cocote (por agachar y cogote). Arjipe por aljibe nos da un cruce de las formas aragonesa y valenciana.
Como ocurre en Castilla, tampoco diferenciamos la articulación de la b y la v, que la lengua valenciana distingue perfectamente, igual que lo hacen en francés y otras lenguas. Para nosotros, vivir y beber, embajador y envidia, presentan el mismo sonido bilabial, escrito b o v por razones etimológicas y no de pronunciación.
Hemos de concluir que la fonética chestana tiene menos variedad de sonidos que la valenciana y se acerca más al castellano. Pero su entonación, muy peculiar y graciosa, se distingue netamente de la de otros pueblos con términos municipales limítrofes.
Morfología
Muchos aspectos de la morfología familiar del chestano son comunes al aragonés o baturro. Veáse, como ejemplo, el principio de la “Escena popular” publicada en la Revista de Aragón, por J. A. Sánchez Pérez:
- ¡Chiquia! ¡Malena!, ¿qué haces hay?
- Vistime, madre.
- ¿Vistite? Pues ¿ande vas, si aún no s’ha hecho de día?
Lo genuinamente chestano es que para la formación del diminutivo se utilicen es que para la formación –ico, -iquía (y no –ico, -ica del castellano clásico y del aragonés actual, o –iquio., iquia del panocho) para el masculino y femenino: gatico, gatiquia, librico, libretiquia… Cabe también la acumulación de los diminutivos: callejoniquio. Un prefijo peculiar del chestano, frente al intensico per del castellano (durable y perdurable, seguir y perseguir), es el atenuante pi, como lo vemos en pitonto y pitrocho. Las formas de los pronombres personales no tienen la variedad y riqueza del español en los casos oblicuos; “no quiere juar con mi” (por jugar conmigo), “esto es pa tú” (para ti), “no quié na con tú” (no quiere nada contigo). Todos estos solecismos están bastante extendidos fuera de nuestro pueblo. También son vulgarismos verbales de amplia difusión nacional, por haber sido correctos en el castellano clásico, el trujo (por trajo), llevastes (por llevaste), supistes (por supiste), vía (por veía) y andé (por anduve). No se usan, en cambio, las formas podís, sabís y tenís (en vez de podéis, sabéis y tenéis), que he oído en Alcublas y siguen vivas en el pueblo chileno.
Asimilaciones del tipo de “vela, sacalo y defendete” (por verla, sacarlo y defenderte) y reducciones corno guió por “quiero” son rusticismos corrientes en Aragón y otras partes, como la diptongación del participio en -ado, transformado en -au: cantau, pensau, bailau.
Entre los participios incorrectos usados en Cheste, el regular rompido, en vez de roto, era recomendado todavía en el siglo XIX por el gramático Bello para ciertos usos. Tuvido (por tenido) se emplea cada vez menos; y, desde luego, sin el acompañamiento con que lo vemos en esta copla baturra:
Ya sabes que t’hi quisido
y lo que te quisiré;
y el amor que t’hi tuvido
siempre te lo tuviré. El imperativo veste lo vemos usado en la locución o dicho popular “Cheste, míralo y veste” (equivalente al castellano “Huete, míralo y vete”; su contrario dice así: “mujer y vino de Cheste, aunque cueste”). El plural analógico vesiros, demasiado vulgar, está en trance de desaparición. En cambio la forma veste continuará por influjo del valenciano.
Términos adverbiales como agora, asina y de continuo, son arcaísmos. El diminutivo continico revela juguetona efectividad. La conjunción che (del adverbio latino ecce) empleada hoy por valencianos y argentinos, tiene en Cheste un uso restringido; pero las mujeres suelen emplear cha con bastante frecuencia y valor semejante.
Sintaxis
La sintaxis o construcción de la frase apenas si difiere en Cheste del castellano común, con toda su libertad en el orden de las palabras.
A veces nos encontramos con expresiones que son adaptación del valenciano, como “hacer tarde” por “llegar tarde” o “ir con el tren” por “ir en el tren”. Construcciones viciosas del tipo de “me se ha perdido”, en vez de “se me” son corrientes en castellano. Jardiel Poncela pudo hacer su chiste de que, según la gramática, habría que decir entresemes y no entremeses.
“Hacer mala orilla” (por mal tiempo, lluvioso y con viento) es fórmula medieval, desaparecida hoy en gran parte de España, aunque se conserva en Andalucía. También son clásicas, y bastante extendidas, expresiones como “tengamos la fiesta en paz”, empleada en el Quijote, y “darse acato” por llegar a comprender algo o capacitarse. Un caso anómalo de concordancia encontramos en el topónimo Cabeza Redondo que, a mi juicio, debió ser Cabezo en su origen, palabra bien castellana para designar una montaña aislada o cerro testigo, tal como lo encontramos, junto al ferrocarril, en la partida campestre de este nombre. Cervantes dió una explicación para el nombre de Nuestra Señora de la Cabeza y sus argumentos nos vienen pintiparados: “allí está el monte, o, por ejemplo decir, peñasco en cuya cima está el monasterio que deposita en sí una santa imagen, llamada de la cabeza, que tomó el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se llamó el Cabezo, por estar en la mitad de un llano libre y desembrazado, solo y señero de otros montes y peñas que le rodean…” (Los trabajos de Persiles y Sigismunda, libro 3º, cap. VI). Pero, además de todo esto, en el caso chestano el calificativo redondo nos lleva a una primitiva y más exacta denominación: Cabezo Redondo.
Lexicografía
El vocabulario chestano que no es de uso general en Castilla podemos clasificarlo en tres grupos fundamentales: aragonesismos, valencianismos y arcaísmos. No tenemos más remedio que dar solamente unos ejemplos escogidos de cada grupo.
Entre los aragonesismos incluiremos el bonito nombre de ababol por amapola; beta o cinta de algodón, en el sentido con que aparece en la siguiente jota, no incluido en el Diccionario de la Real Academia Española:
Te quiero como si fueras
beta de mis alpargatas;
mira si te quiero bien
que te quiero entre las patas.
Cañuto por canuto perdura en Aragón, pero también aparece en el Quijote. Nublo tiene también su copla baturra:
Esta noche ha de llover
que esté raso, que esté nublo,
y he de romper la vihuela
en las costillas de alguno.
El juego de la estornija o de la tala se ha perdido en esta villa; los chicos tienen ahora otros juegos, pero no se ha perdido la palabra, de rancio aroma. Tosolón, en su origen golpe en el tozuelo, tiene música en Gigantes y cabezudos: “el chino por melón se llevó un tozolón”.
Llamar al palmito o margallón con el despectivo mardajón es algo pintoresco.
Derivado del valenciano hay mucho léxico en el habla chestana, la mayoría relacionado con la agricultura, básica en la economía del pueblo. Los aperos de labranza se llaman forcat (que no es horcate, sino
arado), corbella (hoz) y falsonet (hocino y honcejo). Los frutos y productos de la tierra son garrofas o algarrobas, mangranas (granadas), prunas (ciruelas), safanorias (zanahorias), alfals (alfalfa), alfábega (albahaca), dasa (por dacsa, maíz), presquillas (melocotones), albarchinas (berenjenas), pérsoles (guisantes), palletas (pajuelas), corfa (corteza), lisón (amargón o diente de león), cabrot (redrojo, redruejo y redrojuelo), etc., etc.
A veces el árbol tiene nombre valenciano y la fruta castellano, como ocurre con noguera y nues. Otras veces el punto de partida es castellano y el dulce derivado, familiar y casero, se dice en valenciano: tal sucede con el membrillo y su filial codoñate o “carne de membrillo”.
Del reino animal tenemos: oroneta por golondrina, falsía por vencejo, perdigote en vez de perdigón (perdiz macho empleada como reclamo en la caza), ardacho por lagarto y sargantana por lagartija, ric por grillo, apeput por abubilla, estornel por estornino, cucau por agusanado (del valenciano cuc, gusano), ratiquia pená por murciélago (calco de rat penat), y tantísimos más.
Del mundo animado y mineral: sofre por azufre, sucha por hollín, baf por tufo y vaho, confit por confite...
Entre las partidas del campo figuran el Barranquet y el Riuet, Posalet, la Safa y el Safarech. Aunque también las castellanísimas de Campillo, Cascajar, Olmeda y Solana, tan repetidas en toda el área española.
Los arcaísmos, o palabras ya en desuso en buena parte del país, surgen con la mayor naturalidad en el habla chestana. Yantar es comer al mediodía, conjugado como verbo en todos sus tiempos y personas corno en castellano medieval; pero el nombre postverbal la yanta es femenino aquí, al revés del lenguaje clásico que decía el yantar. Esa comida suele consistir en la olla tradicional, que en Castilla se llama hoy cocido (y hasta tiene su canción: “Cocidito madrileño...”), reservando el apelativo de olla para el recipiente. Pero ya sabemos que con el nombre que sigue dándosele en Cheste la conocía Alonso Quijano el Bueno antes de convertirse en Don Quijote de la Mancha, pues comía “una olla de algo más vaca que carnero”, ya que un dicho popular sostenía el prurito de “vaca y carnero, olla de caballero”. Varios refranes insistían en la preparación y destino de este plato típicamente español:
Olla que mucho hierve, sabor pierde.
La mujer rogada, y la olla reposada.
Nunca buena olla con agua sola.
Dos veces olla, amargará el caldo.
Desde luego no conviene atiparse (otra voz arcaica) de esta ni de cualquiera otra comida ni bebida.
El cabe, sinónimo de golpe en el pescuezo, podemos documentarlo en el teatro de Lope de Vega (su pariente calbot ya es otra cosa: se trata de un valencianismo).
El verbo mover en el sentido de “ponerse en marcha”, “partir”, está muy acreditado en el habla chestana que lo emplea al salir de viaje, de excursión, de semana o de casera (caza). Con esta acepción lo vemos ya en el siglo XII: ca a mover ha mio Cid ante que cante el gallo (Poema del Cid, I, 169)
En el castellano de hoy no se emplea ya con este significado, pero sí lo tiene en el valenciano moure, lo que puede explicar su persistencia en Cheste: “¿cuándo movemos?”, “mañana es la movida”, “ya han movido los semaneros” (los que van a pasar su temporadita o semana en el campo)...
La misma cuestión se nos plantea en el verbo caler (no cale o no cal que: “no hace falta”, no es preciso), que se usa todavía en Aragón y por supuesto, en valenciano y en chestano.
Las rancias expresiones castellanas como peras en tabaque” (Don Quijote, 2.ª P., cap. XLIII) y “estar hasta el gollete” (Quevedo, Cuento de cuentos), también por influjo del valenciano las hemos recortado en “como pera en tabac” y “estar hasta el gollet”.
Muy empleado es también el arcaísmo amargor por “amargura”, pero muy poco -y cada vez menos- el de pruiniar para referirse a la lluvia fina de invierno.
Paremiología
Terminaremos esta somera revista del habla chestana con una rápida mención de refranes y locuciones proverbiales. Son máximas y advertencias de la sabiduría vulgar, cristalización primitiva de pensamientos y observaciones empíricas.
En primer lugar distinguiremos los refranes castellanos castizos, recogidos ya en colecciones del siglo XVI y citados por los chestainos de edad madura con ligeras variantes:
“Quien Dios quiere bien, las ratas le paren conejos”. (También se dijo “la perra le pare puercos” o “la perra le pare lechones”: se dice de las personas afortunadas a quienes todo sale a pedir de boca).
“A perro viejo no hay tus, tus” (O “no le vayas con quis quis”).
“Hay más días que longanizas” (“más largo es el tiempo que la fortuna”).
“En menguantes de enero corta tu madero”. En Cheste se recomienda cortar entonces los cañares
o cañavelares; la poda en general también debe hacerse menguante para evitar la corca o carcoma. Con todo, es notables la fama lírica del plenilunio en el mes de los gatos:
A la luna de enero
yo te comparo
porque es la que más brilla
de todo el año.
«San Mateo, la vendimia arreo» adopta en Cheste la forma valencianizada de «A San Matear, vendemos arreu». (Efectivamente, el 21 de septiembre suele darse aquí el apogeo y «fuga» de la vendimia).
Hernán Núñez recoge, en un libro publicado en 1555, estos dos refranes agrícolas: «Agosto madura, septiembre vendimia» y «Santa Ana, uva pintada», que luego se amplifican en el conocido:
A San Jaime y Santa Ana
pinta la uva
y a la Virgen de Agosto
ya está madura.
Un segundo grupo formaremos con los refranes de carácter regional, e incluso localizados por estas tierras, aun admitiendo contaminación e influjo con los de otras comarcas. Así, dos refranes típicamente valencianos, a medio traducir en chestano:
«Donde no hay sangre, no se hacen botifarras» (morcillas).
«En ser negro, botifarra» (Se dice de quienes confunden cosas muy diversas por coincidir solamente en un pequeño detalle).
«Rey cabotudo, saca mendrugo» pondera el valor de la constancia y presenta la adaptación semivalenciana de cabotudo, que también se dice cabota, cabota clavo y caboto, en lugar del castellano cabezón, cabezudo y cabezorro.
En este mismo apartado podemos clasificar varios refranes del género meteorológico:
Troná o las diez. Tronás tres. (Si se da una tormenta a media mañana, se repetirá la suerte dos veces más ese día).
“Agua al Avemaría, aire (de) arriba al otro día”. (Con la acepción clásica del Avemaría por anochecer o toque del Angelus).
“La Casoleta emboairada, a los tres días mojada”.
“Si ves boira en la Perenchisa, veste a casa muy de prisa”. He aquí dos refranes que tienen su precursor en el que recogió Hernán Núñez sigllos atrás: “Nieblas en alto, aguas en bajo”. Son abundantes sus equivalentes a lo largo de la costa valenciana; en Cullera se dice: “C uan Montgó porta capeil, pica espart y fes cordell”. Y en Calpe: “Cuan Ifach porta gorreta, aygua segurte”. “Arreboles al Oriente, agua amanesciente” y “Aurora rubia, o viento o pluvia” son dos refranes clásicos, con variantes extendidas por toda España; en Bilbao se dice “alba gorri, negoa edo uri” (alba roja, viento sur o lluvia); y en Cheste, casi por completo en valenciano: “mañaneta rocha, agua en clocha”. (Cuando tenga tiempo y paciencia dedicaré una monografía a la clocha de nuestros términos, sensiblemente distinta de lo que en valenciano lleva esta denominación).
En el grupo de varios, dentro de los más o menos chestanos, seleccionaremos:
Bonica y me la dan, tararán. Y su contrario:
«A caballo regalau no le mires el pelo».
Si pariente quieres ser, por parte de la mujer.
De rabia mató la llueca y de rabia se la comió.
No es lo mismo pectricar que dar trigo (o abocar la
talega).
Mucho te quiero gatico, pero pan poquico.
El que es golosico, se quema el morrico.
El que no puede segar, espigola.
De lo que se masca, algo se engule.
Cada olliquia tiene su tapadoriquia.
Madana, quien la vende la gana.
Dios da habas a quien no puede inascalas.
El que de joven no trabaja, de viejo duerme en la paja.
Cantarico nuevo, agua fresca.
Por último, deberíamos analizar las locuciones proverbiales en que aparecen tipos, personajes y personajillos más o menos míticos; casi todas ellas, por no decir todas, están documentadas desde hace muchos años en el común acervo folklórico de España. No cambian los nombres propios y muy ligeramente sus atribuciones: «estar hecho un Adán», «aquí está Blasco (Frasco, Fiasco), que nada le da asco», «la carabina de Ambrosio» «el entierro de Bigotillo», «Perico el de los Palotes», «más templara» (por más galán) que Gerineldo», «saber más que Briján», «San Bruno, a tanto por uno», «muera Marta y muera harta», «el sastre del Campillo», «la cuadrilla del Melero», «el galgo de Lucas», «la gata de María Ramos», «el Tato»...
COLOFÓN
Hemos esbozado un panorama del habla chestana, tan diferenciada y sugestiva. Debemos registrar ahora, no sin cierta nostalgia, que va desapareciendo sin remedio. Los jóvenes de hoy son más instruidos que los de ayer. La labor de la escuela, tan meritoria como poco estimada, el mayor número de estudiantes, la biblioteca de la Caja Rural y la del Ayuntamiento, contribuyen a ello; la influencia unificadora de la radio, la televisión, el cine y la prensa son constantes sobre el público en general. A la vuelta de pocos años la lengua de Cheste será el castellano común, acompañado tal vez de un vocabulario valenciano más o menos extenso.
No podemos lamentarlo seriamente si tenemos en cuenta que se trata de unirnos a la cultura general de una lengua de dos mundos. Pero sí nos agradaría que se recogieran en cinta magnetofónica, con la mayor urgencia, conversaciones entre las personas ancianas más castizas, para dejar grabado de manera indeleble ese testimonio venerable que es el habla genuina del pueblo chestano, sangre de su espíritu y nervio de su tradición multisecular. 57
La vendimia en otros tiempos
MARUJA FORTEA
Cada vez somos menos las personas que podemos recordar y contar costumbres, vivencias y trabajos de nuestros antepasados, bien porque los hemos vivido, o porque nos lo han contado nuestros padres o abuelos a través de los años. Para que no queden en el olvido y para las personas que están interesadas en ello, van dedicadas estas pinceladas de forma escrita que, a mi manera, os quiero transmitir.
Especialmente voy a centrarme en la vendimia. Es una vivencia que llevo muy arraigada a lo largo de los años que tengo, que ya son muchos. Todos mis antecesores que yo recuerdo y he conocido a través de documentos y escrituras, fueron agricultores y especialmente se dedicaron a las viñas, vaya un cariñoso recuerdo para ellos.
La vendimia de hace ya muchos arias, como todo,
ha evolucionado, y me propongo explicar cómo en
Cheste, desde colocar la lona al carro en aquella época, hasta la elaboración del vino, era todo un costoso proceso.
Se empezaba poniendo la lona que estaba, cómo diríamos ahora, diseñada para el carro. Se le aplicaba una grasa especial para que no quedase ningún poro par el que pudiese salir el mosto y se acoplaba minuciosamente para aprovechar todos los espacios posibles.
En la viña se cortaba la uva y, una vez llenado el carro, se trasladaba a la casa del agricultor donde se realizaba la vendimia. Estas casas eran grandes, yo viví en la de mis abuelos paternos parte de mi infancia y juventud y tengo vivo recuerdo de ello porque se conservaban todas las instalaciones en las que ellos elaboraban sus cosechas. A la entrada de la casa a, la derecha, había un "trull" que era una especie de piscina pequeña y más honda, toda ella alicatada de azulejos blancos, donde se descargaba la uva.
Posteriormente se pisaba como hacen ahora en la fiesta de la vendimia, haste extraer todo el mosto de la uva, separando el "piñolico" y el orujo. Esto nadie me explicó cómo se realizaba. Se hacía el mosto y lo ponían en "toneles" de madera, que se trasladaban a una pequeña bodega oscura, todavía la recuerdo, donde quedaban almacenados para la elaboración del vino.
Había años en los que la cosecha resultaba complicada y se "picaba" el vino, me refiero a que no era buena la cosecha o no se había elaborado
correctamente, perdiendo así todo su valor. A todo este costoso y complicado proceso, se añadía la comercialización del vino. Cuando yo estaba hecho el vino, les visitaban los "corredores" o sea los que les compraban el vino, y, después de desprestigiar la cosecha, se la compraban por cantidades ruinosas.
La cosecha de las garrofas y, principalmente el viñedo, constituían los principales ingresos de la economía chestana, de ello la importancia de su rentabilidad.
Fue Don Julio Tarín Sabater, un chestano muy amante de su pueblo, allá por el año 1918, quien propuso la formación de una de las primeras bodegas cooperativas de la Comunidad Valenciana en Cheste. Como era de esperar tuvo una gran acogida por todos los agricultores que aportaron generosamente, tanto su trabajo personal, como sus carros y caballerías para la construcción de los edificios e instalaciones. De esta manera la vendimia resultaba mucho más fácil para el agricultor, evitándole todo el trabajo posterior a la recogida de la uva y también mucho más rentable, puesto que la elaboración del vino y su posterior venta se realizaba en condiciones mucho más favorables, dando mayor rentabilidad a sus cosechas.
Fue un gran éxito la Bodega Cheste Vinícola como se denominó desde el principio y en la actualidad gozan de gran prestigio sus vinos y mistelas, obteniendo importantes premios en concursos nacionales e internacionales.
Fue Cheste también un pueblo pionero en tener una caja rural. La Cala Rural de Cheste ha sido una entidad que, en aquella época y a lo largo de los años, ha sido de gran ayuda para la economía
de Cheste. Especialmente en los principios dio oportunidad a muchos agricultores de comprar tierras y casas con los préstamos que les concedía dicha entidad.
En esa época se construyó lo que se denominó Sindicato Agrícola y Caja Rural, un edificio que con su fachada, junto con el ayuntamiento, forman un conjunto que embellece nuestra plaza principal.
En un principio la Cala Rural formó parte del Sindicato Agrícola, coma consto en el rótulo de azulejos de la fachada y fue el 24 de febrero de 1917, cuando fue constituida como continuadora de la antigua Cala Rural del Sindicato Agrícola. Pasaron muchos años hasta que tuvo un edificio propio. Después de algún tiempo surgió otra cooperativa, La Productora Vinícola que, al cabo de los años, se fusionó con la Cheste Vinícola.
Quiero que mi escrito no termine sin un especial recuerdo y reconocimiento a don Julio Tarín, un gran hombre. Fue Procurador en Cortes y, como dije al principio, el gran promotor que, junto con los que creyeron y confiaron en él, llevaron a término todas estas entidades que fueron y son orgullo de nuestro pueblo.
Después de terminado este artículo he encontrado estas fotos que por su interés quiero compartirlas con vosotros. Observo con admiración como en una de ellas, del año 1877, se concede una medalla de perfección al chestano Honorato Velert en una EXPOSICIÓN NACIONAL VINÍCOLA. Y así siguen actualmente recibiendo premios por los excelentes vinos y mistelas que, como dije anteriormente, elaboraba en nuestra Cooperativa.
En la otra foto se aprecia un precioso arco dedicado a Julio Tarín por las juventudes vinícolas, seguramente confeccionado por ellos, situado en la calle Chiva, donde se ve el ambiente de la época.