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Al mar pongo por testigo
al Mar
PONGO POR TESTIGO
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MARIANO CIRIQUIAIN ITURRIAGAGOITIA
Nunca pensamos que pudiera ser una opción, sin embargo es lo que tienen los paseos por la Concha al mediodía de los meses de verano. Conversaciones interminables mientras chapoteas con los pies en la orilla y las olas vienen y van.
Esos paseos saludables, se fueron convirtiendo en marchas ágiles y atléticas. Como pequeño regimiento de soldados que cada mediodía salía de las instalaciones del Náutico, hasta alcanzar el tenis con marcha firme y decidida. Pero incluso eso se nos antojaba poco y se iniciaron pequeños trotes y carreras que se alternaban con los mismos paseos que nos reconciliaban con el placer de pisar arena de manera relajada con los pies descalzos.
Y llego el otoño donde el mar marcaba un nuevo ritmo y nos avisaba de que la línea de paseo había que trasladarla más alejada. Las zapatillas de correr, fueron nuestras nuevas compañeras. No estábamos solos. Era un mundo diferente y sin embargo tenía algo que te llamaba. Al principio eran solo algunos kilómetros antes de rendirnos a la evidencia. Ya somos mayores para empezar una novela de aventuras o quizás de terror.
Pero sin quererlo nos vimos mejorando, no tanto con las marcas y las distancias, que también, sino de esa sensación tan personal de la satisfacción con el esfuerzo continuado, con las obligaciones que no son tales y de la sonrisa tras el baño en el mar a doce grados tras correr durante una hora. Ya solo nos quedaba demostrarnos a nosotros mismos que todo ese sufrimiento lleno de satisfacciones, ese dolor lleno de sonrisas, esas heridas que no necesitaban curarse, las podríamos sacar a la luz.
Y como toda aventura épica que se precie, fueron los elementos los que marcaron las diferencias. Una mañana con fuertes rachas de viento, un mar embravecido que parecía
Pero allí estábamos, con frío, mojados, movidos por el viento, empezando a correr por el Paseo de la Concha. Y seguimos y seguimos y seguimos hasta que una pancarta con cientos de personas alrededor nos marcaron el despertar de un sueño. Estaba hecho, habían sido 10 kilómetros, pero no cualesquiera, sino los nuestros. Los que nunca pensamos que podrían ser. Habían llegado y las sonrisas y abrazos habían hecho desaparecer el frío, la lluvia y el cansancio.
Pero el mar seguía ahí, esperándonos para recogernos en un abrazo paternal. Nos volvíamos a reconciliar. Aceptó de buen grado nuestro atrevimiento y nos bendijo acurrucándonos con sus olas. De ahí a la ducha con agua caliente y un desayuno celestial que pudimos disfrutar en el Salón Azul.
Y seguirá.
poner en duda nuestras propias decisiones, un castigo para nuestra arrogancia, una lluvia torrencial que borraba todo atisbo de día placentero, nos reunió en las instalaciones del Club que nos dio cobijo en los minutos previos a la carrera. Dudas de última hora, pero no nuestras, sino de todos aquellos que nos llamaron locos.