2 minute read
Nos habla nuestro Consiliario
Rvdo. Damián Abellán
Consiliario de la Real Hermandad de Caballeros de la Fuensanta
Advertisement
Después de los aprietos y afanes de todo un año, ¡qué bien poder disfrutar de unas agradables fiestas en torno a nuestra Patrona, la Stma. Virgen de la Fuensanta!¡Dichosos los privilegiados! (Pues, privilegiados somos al no estar entre esa aún gran parte de la humanidad que, ni descanso para disfrutar de las fiestas pueden tener, por la flagrante injusticia de nuestro “civilizado mundo”).
Y ese “privilegio”, ¿cómo lo vivimos? Año tras año, lo preparamos con cuidado y detalle. Solos o en familia, apuramos posibilidades. Y luego, los detalles de preparación. Que no falte nada.
Y está muy bien. Pero hay algo más que tampoco debemos olvidar. Todo eso, y más, está muy bien. Pero todo, encuadrado en nuestra condición de buenos cristianos y buenos “Caballeros de la Fuensanta”, la madre guapa y buena a la que prometimos llevar siempre con nosotros…
Por tanto, sigamos apuntando propósitos y “medios” que nos ayuden. Que sea un verdadero y feliz tiempo de fiesta, pero cristiano y mariano. Para ello, aprovechemos este tiempo para una relación más tranquila e íntima con el Señor, contando con las facilidades que nos ofrece: Su Palabra, “lámpara para mis pasos”, alimento y fuerza para nuestra vida. Misa, confesión, oración... Sacramentos con los que Dios sale a nuestro encuentro, ¡no lo olvidemos!... Dedicar un espacio a Su Palabra, meditada. Hay que ordenar bien el tiempo. No fallar en el recuerdo y trato con la Virgen, nuestra Fuensanta. Nuestra relación con los demás, amable y generosa, alegre y servicial, y por tanto testificante… (Nos lo dice Él: “Id por el mundo llevando esta alegría y esperanza a todos”). Sabiendo, que “no soy yo el que lo he elegido a Él, sino que Él me eligió a mí” (Jn 15,16). Él lleva la iniciativa: Él es quien nos busca, nos desea, nos llama… “Mira, estoy de pie a
la puerta llamando. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con
él, y él conmigo” … y termina: “El
que tenga oídos, oiga lo que dice
el Espíritu” (Ap 3,20).