26 minute read
Semana Santa
Puerta de la Justicia hasta la Torre del Cabo de la Carrera.
Donde ahora se levanta la Iglesia de Santa María en otros tiempos había una mezquita.
Advertisement
Además integra destacados edificios de distintas épocas, como el renacentista Palacio de Carlos V, donde se encuentran el Museo de la Alhambra, con objetos procedentes principalmente del propio Monumento, y el Museo de Bellas de Artes. La privilegiada situación de la Alhambra, nos sugiere que había construcciones anteriores a la llegada de los árabes. La forma de este complejo arquitectónico es irregular y limita al norte con el valle del Darro, al sur con la colina Assabica y al este con la Cuesta del Rey Chico. La separan de otras dos señas de identidad granadinas: el Albaicín y el Generalife.
El Arte de la Alhambra
La arquitectura nazarí que legó este majestuoso edificio recoge algunos de los más típicos rasgos del arte andalusí, como el arco de herradura con alfiz o las albanegras, aportando elementos propios como el capitel de las columnas de la Alhambra. Disfrutar de la belleza ornamental de la Alhambra es disfrutar de una concepción de la arquitectura con abundancia de elementos decorativos. Los arcos, en numerosas ocasiones, son hermosos adornos; las paredes se recubren de hermosas cerámicas o yeserías y las cubiertas de madera tienen armazones labrados.
Diversos son los temas de decoración a los que acudieron los artistas y artesanos que dejaron el legado de su talento en este conjunto. Primeramente aparecen elementos de decoración caligráfica que recogen versículos del Corán, pero también aparecen con mucha profusión elementos como la decoración vegetal, las redes de rombos y la lacería. El Patio de los Leones es el lugar más conocido de los Palacios y debe su nombre a la fuente que ocupa el centro del patio.
Esta fuente está integrada por doce leones que ejercen la función de surtidores de agua, descansan sobre una gran taza dodecagonal. Es, sin duda, una de las más importantes muestras de la escultura musulmana.
SACROMONTE Sacromonte
El misterio del barrio no son sólo sus cuevas, ni sus paisajes, ni los versos que todos los poetas escribieron, ni la indescriptible alegría de una zambra, ni la cal de las fachadas, ni las flores, chumberas o pitas. El misterio del barrio es el tiempo detenido en usos, formas y costumbres que no son de este siglo ni de ningún otro y, sobre todo, está en sus gentes, en los gitanos que son tan nuestros como nosotros mismos. Los gitanos, según cuentan algunos, llegaron con las tropas cristianas de los Reyes Católicos y se asentaron en lo que hoy es el barrio. Más tarde, sufrieron persecución y hasta fueron expulsados, aunque con dudoso éxito como se puede constatar. Los gitanos eran los artesanos del ejército cristiano y dedicaban su tiempo a los metales, a las guarniciones de la caballería, al golpe limpio sobre el yunque que acabó siendo compás de martinete y letra de bulería. Lo que vino con los gitanos se mezcló con lo morisco y así nació el flamenco y, sobre todo, la zambra. La fiesta gitana que nació en Granada y sólo en ella pervive en un cariñoso reto a Jerez, a Utrera o a Triana, con bailes ortodoxos y lejanos como la mosca o la cachucha. Diariamente se inicia el vespertino rito: el opaco sonido de las duras suelas de los zapatos de baile sobre el empedrado del barrio señala, como un reloj, el camino de los gitanos hacia las cuevas para que los turistas sorprendidos, aturdidos o admirados se lleven a su casa la sensación feliz de no haber entendido nada, pero haber disfrutado mucho. Ajenos, casi siempre, a la complejidad de un arte que, cuando habla, lo hace con muchos lenguajes diferentes; con el de la fiesta como las bulerías, tangos, alegrías, con el del llanto como los martinetes, los tientos, las saetas o con otros que, perdidos ya en el tiempo, son sólo un grito que se templa o se desgarra sin más sentido que el del propio grito. Pero el barrio no es sólo la fiesta. Subir la relajada cuesta que lleva a la abadía que fundara el arzobispo don Pedro de Castro en el XVII, es la tentación habitual para los visitantes que, a la ida o a la vuelta, podrán pasar un rato en la terraza del Ruanillo y descubrir la íntima frescura de la garganta de Valparaíso. A la Abadía es conveniente subir, no sólo por el paseo de ensueño que allí conduce, sino también porque en ella se guardan obras de los más importantes artistas que trabajaron en Granada desde el XVII como Alonso Cano, Sánchez Cotán, Raxis, Bocanegra y, sobre todo, las planchas que sirvieron para la estampación de los originales grabados que constituyen el más rico capítulo de la historia gráfica de Granada. El plano que grabó Ambrosio de Vico en el XVI y nos ha permitido reconstruir la Granada medieval casi con absoluta precisión o los grabados que Heylan hiciera para contarnos el hallazgo de las reliquias de San Cecilio en las cuevas que se abren junto a la iglesia. Merece la pena, sin embargo, renunciar en algún punto al camino directo que conduce al edificio y entrar en las pequeñas calles que suben hacia el cerro. Es la única manera de entender en su justa dimensión el insólito espacio donde se desarrolla la auténtica vida de los vecinos del Sacromonte.
ALBAICÍN Albaicín
Como una ciudad que habita en otra ciudad, el Albaicín se levanta y vive contemplando desde su altura las zonas bajas de Granada. Extrañado, las más de las veces, del raro vivir de sus paisanos.
De siempre fue así o al menos, ya que de su pasado ibérico y romano poco sabemos, desde su última fundación en los primeros años del siglo XI, cuando sus habitantes tuvieron que abandonar la Elvira de la Vega y subir la colina para buscar defensa en los turbios tiempos de la caída del califato de Córdoba. Desde entonces, y protegidos por la vieja muralla que desde la puerta de Elvira sube por la cuesta de la Alhacaba, los albaicineros continúan contemplando lo que abajo ocurre con un cierto escepticismo y lejanía.
También quizás por eso, se acostumbraron los albaicineros a que en sus decisiones y, sobre todo, en sus acciones, Granada no influyese demasiado.
Aún hoy cuando un vecino traspasa los límites del barrio, comenta: “he bajado a Granada”.
Como si a una ciudad distinta se hubiese dirigido, y cierto es que siempre fue distinta. Granada y su Albaicín, decían siempre las crónicas de la Reina Católica, otorgándole estatuto real a una extraña relación que el tiempo ha relajado. Durante siglos fue la capital de uno de los reinos más importantes de Europa y cuando con el tiempo la ciudad bajó de la colina, cruzó el río y se extendió por la vega, el Albaicín siguió siendo Medina, con su Mezquita aljama y la estructura administrativa propia de una ciudad islámica. De entonces para acá, sigue siendo la misma y sigue siendo distinta, resistiéndose a cambiar con su fortaleza que reconforta a unos y exaspera a otros. Sobre todo al rey Fernando que, con persistencia aragonesa, mandaba una y otra vez destruir voladizos y ajimeces, tirar las calles a cordel y abrir las plazas para dar mayor ornato a la ciudad.
Poco éxito tuvo con el barrio aquel rey que, por lo visto, consiguió unificar España pero no pudo en el Albaicín hacer las calles rectas. Hay barrios parecidos en ciudades andaluzas convertidos en selectas piezas del pasado que se exhiben
en un museo de lo urbano. Se diferencia el Albaicín de ellos en que está vivo y sigue sin renunciar a ser distinto. Es posible que sus calles hayan cambiado con el tiempo y sean algo más anchas y rectas, tenga algunas plazas más y sus mezquitas sean ahora iglesias y conventos. Es posible también que sus cármenes, perfecta mezcla de jardín y huerto, no sean las originales viviendas, aumentadas en tamaño por la despoblación que trajo la conquista. Sus habitantes también habrán cambiado pero, en el fondo, sigue siendo la vieja Medina donde la gente se saluda al cruzarse por las estrechas callejuelas y toma el sol en la recacha de sus plazas cuando llega el invierno. Subir las cuestas del Albaicín y llegar a plaza Larga o a la placeta de Aliatar o la calle Panaderos es entrar en un nivel de civilización que en otros lugares ya no existe o que quizás nunca existió. Entrada que sólo perturba la presencia de algún automóvil que no termina de entender que los coches no tienen sitio en la civilización, ni en el Albaicín.
Las formas de acercarse al barrio dependen siempre de lo que se busque. Lo habitual es buscar sus miradores desde los que la ciudad baja y su entorno se ofrecen como capítulos separados de la historia, desde la Lona, junto a San Miguel bajo, la ciudad cristiana va señalando con sus cúpulas y torres los hitos de la ocupación castellana y los usos posteriores de la ciudad.
Desde San Nicolás o Carvajales, la Alhambra y su alcazaba; espléndidas en la cercanía y en el privilegio de la perspectiva. Desde San Cristóbal, la visión se amplia con la vega, Sierra Nevada y la muralla que el palacete de Dar-al Horra interrumpe. Por fin, el Albaicín más íntimo, el que se encierra ensimismado y eterno, como si aún las tropas castellanas no fuesen más que un peligro lejano que de vez en cuando recorre la vega para asolar sus huertas. Es el Albaicín que se descubre desde la ermita de San Miguel, desde la Cruz de Rauda, desde San Luis o la venerada de Pinchos ya en dirección al Sacromonte.
Se busca también del Albaicín la historia escrita en sus piedras, en sus edificios que suelen ser la mayoría de carácter religioso, como la iglesia del Salvador que conserva aún la pureza del patio de abluciones de la mezquita mayor de la Medina, o como la mezquita del Morabito construida en el siglo XI y hoy iglesia de San José, que con la alcazaba Cadima y el Bañuelo, en la carrera del Darro, forman los restos más antiguos de la ciudad.
El convento de Santa Isabel la Real, misterio enclaustrado al que se accede por un compás de humilde apariencia, encierra en su interior una de las portadas góticas más interesantes de Granada. Entrar en la iglesia, sólo cuando la suerte coincide con el horario de misas, puede convertirse en una experiencia inolvidable.
También se pueden visitar el convento de las Tomasas y el de San Gregorio subiendo Calderería o, de nuevo en el Darro, la casa de Castril, hoy museo Arqueológico y cercano al convento de Santa Catalina de Zafra que fundó el que fuera secretario de los Reyes, don Hernando de Zafra, y más abajo el puente del Cadi. En todo caso, no se puede hablar de piedras, de edificios en el Albaicín, si no se conocen las auténticas joyas que reflejan la forma de vivir de una ciudad que es irrepetible, me refiero a la arquitectura doméstica del barrio, a sus casas que también son variadas y distintas. Las hay con patios columnados que rematan capiteles nazaritas y las hay con simples machones de ladrillo. Suelos empedrados en los jardines o la tierra roja que se despierta en fuentes escondidas entre arrayanes y granados.
Higueras y jazmines junto a la parra, siempre la parra cargada de fruto que rondan en verano las avispas. Y sobre todo, los cipreses góticos que dan sostén a las terrazas y clavan la colina al fondo de la tierra Las casas del Albaicín engañan como lo hacen las fachadas romanas; al exterior, humildes muros blancos pintados de vejez y olvido. El interior, el más sofisticado de los espacios habitados. Casas con nombres propios, el carmen del Agua, el de los Cipreses, la casa Yanguas…, entrevistas o imaginadas tras las cancelas cerradas, porque en el Albaicín la intimidad es un valor sagrado.
También hay otras que son más palaciegas y anuncian en sus fachadas el linaje de sus habitantes, como la casa de los Pisas o la del Almirante de Aragón. Algunas son oficialmente importantes como la de los Mascarones en la calle Pagés o la de Dar-al-Horra, palacio de la Sultana que, también, y si la suerte acompaña, se puede visitar. Y tras las piedras, la vida que palpita en plaza Larga, junto al arco de las Pesas, donde a diario se respira un aire que transmite el acontecer cotidiano del barrio y que hace innecesario leer la prensa para enterarse de lo que pasa en el mundo, si es que el mundo existe más allá de las murallas.
Buscando también se llega a Calderería, ya cerca de la Calle Elvira y de Plaza Nueva, límites del barrio hacia Granada, donde el Albaicín recupera su vieja costumbres de la tolerancia y la religión de cada cual no es más que el acento particular de un lenguaje común. Como hace años, como hace siglos.
Estos últimos años se han recuperado y abierto al público el valioso patrimonio hispanomusulmán como la Casa de Zafra, la Casa Morisca Horno de Oro, el Palacio de Dar-al-Horra o el palacio de los Olvidados, espacio de la cultura sefardí. Más Info: www.granadatur.com
CASA DE ZAFRA Casa de Zafra
La casa árabe de Zafra es una muestra de la vivienda nazarí que afloró durante la Edad Media en la colina del Albaicín en los siglos XIV y XVI.
De las antiguas viviendas nazaríes sobre las que se fundó el Convento de Zafra tan sólo se conserva la que ocupa el ángulo formado por las calles Concepción de Zafra y portería de la Concepción.
Un patio rectangular constituye el elemento distribuidor de las distintas estancias de la casa. Su alberca central con una fuente circular de mármol y los dos pórticos enfrentados en los lados menores norte y sur tras los cuales se disponen las salas principales- ponen de manifiesto el carÁcter noble de la vivienda. En el siglo XVI se le añadió el piso superior.
Desde 2014 se abre al público cono centro de Interpretación ya que su excelente estado de conservación permite que el visitante perciba claramente la fisonomía de las casas nobiliarias tradicionales de la época nazarí. Al mismo tiempo, su ubicación en el antiguo barrio de Axares -próximo a la Carrera del Darro, la calle principal del Albaicín- la hacen idónea para convertirse en el punto de partida de acciones, actividades y experiencias que enriquezcan y potencien la visita turística.
El espacio expositivo está organizado en cuatro bloques temáticos que se desarrollan de lo general a lo específico:
Bloque 1: Patrimonio Mundial de la UNESCO. El Albaicín desde 1994 y la alhambra desde 1984 disfrutan de este título por su excepcionalidad artística e histórica. Bloque 2: Granada, origen y evolución de la ciudad islámica. La etapa islámica es el moemtno fundacional de la ciudad de Granada y la visita a Casa de Zafra acerca al viajero a la importancia de la Alhambra y el Albaicín como dos núcleos urbanos complementarios.
Bloque 3: El Albaicín. Lugar histórico, a través de cuya transformación urbana y los elementos culturales que lo componen motivarán al espectador a visitar el barrio y su patrimonio con una nueva mirada.
Bloque 4: La Casa Nazarí. La vivienda adaptada a un modo de vida islámico y a un entorno singular, la colina del Albaicín, en un contexto histórico convulso, la Edad Media.
EL CUARTO REAL Alcázar de Reinas
El Cuarto Real, era un conjunto palatino de pequeñas dimensiones, propiedad de la reina Aixa ( madre de Boabdil), utilizado como un lugar de descanso y retiro,como en el mes de Ramadán; está enmarcado en un ambiente de jardín, con un gran carácter intimista y privado, tan apreciado por los musulmanes y con unas excelentes vistas hacia el exterior. Muy posiblemente por todo ello la reina Isabel I de Castilla se sintiese seducida y decidiese comprárselo a la reina Aixa, en virtud de los acuerdos de rendición firmados en Santa Fe, donde se recogía que los dueños de las propiedades podían seguir disfrutando de ellas, incluso si se marchaban de Granada.
Posteriormente fue cedida a la Orden de los Predicadores de Santo Domingo junto con la huerta Almaxarra Mayor, contigua al palacete, para la construcción del Convento de la Santa Cruz, y de ahí proviene el nombre con el que ha sido conocido hasta ahora.
El Cuarto Real está datado en el siglo XIII, es el claro antecesor de la construcción de la Alhambra, siendo el origen de la arquitectura y de los temas decorativos nazaríes, siendo el primer esplendor de este tipo de construcciones palatinas.
La propiedad, denominada Huerta Grande de la Almanxarra, se sitúa junto a la Plaza de los Campos, en lo que fue Arrabal de los Alfareros, posiblemente se amuralló durante el mandato de Muhammad II (1273-1302).
Con la Desamortización eclesiástica de Mendizábal, la propiedad del Cuarto Real fue adquirida por manos privadas, pasando sucesivamente por diversos dueños; y construyéndose en 1860 un palacete donde se integró la qubba o pabellón central, en este período estuvo estrechamente ligado a la vida cultural y social de la ciudad granadina; llegándose a construir un pasadizo para comunicar el Cuarto Real con el entonces Teatro Isabel la Católica (que no es actual).
En 1990 fue adquirido por el Ayuntamiento de Granada y desde este momento se han realizado campañas arqueológicas y de restauración para su actual puesta en valor como monumento y lugar de visita.
Debemos especificar que el término árabe qubba se traduce por “cúpula”y aquí se emplea de una forma más amplia pues la sala a la que nos referimos es de este tipo.
El Cuarto Real posee dos características de gran importancia para el desarrollo de la arquitectura nazarí, por un lado se trata de una qubba o sala con un techo no plano, que debido a su escasa superficie
habitable no debía ser utilizado como residencia habitual; y por otro lado se sitúa dentro de una torre de la muralla exterior, con unas excelentes vistas hacia el exterior que aumenta el carácter intimista del mismo.
El acceso a la qubba se realiza a través de un bello arco sobre salientes de mocárabes, decoradas únicamente con una estrella de ocho puntas con epigrafía árabe clásica en su interior.
Su interior cierra una sala cuadrada de siete metros de lado, cuyo arco de entrada tiene zócalo vidriado de alicatados, con la inscripción: “Di: Dios es único”, esta frase que se repite constante en toda la parte inferior de las yeserías del salón; versos del Corán en torno, con caracteres cursivos y encima, azulejos de reflejo dorado con una preciosa labor de hojas. A los lados de la habitación, hay alcobas con adornos e inscripciones en sus arcos, paños de yesería en los muros, con labor tallada de rombos y veinte arquitos con celosías de yeso, sobre los cuales apoya una armadura apeinazada de maderas formando lazo, que es una maravilla de estructura bajo su apariencia decorativa.
En los frentes de la sala se abren tres balcones, el central con arco de colgadura, y, rodeando el aposento, un zócalo de sencillos entrelazados, abriéndose a un jardín con alberca, parterres, y tapias de cerramiento que se extendían hacia un huerto que delimitaba todo el conjunto.
Tenemos constancia de la evolución del Cuarto Real gracias a las descripciones y grabados de los viajeros y artistas románticos de la época como por ejemplo las fotografías de Carpentier de 1853; la reconstrucción hipotética en planta y alzado de Murphy, y la de Girault de Pragney; ambas reconstrucciones coinciden en la duplicidad de las columnas que sostienen los arcos.
Las campañas arqueológicas y de restauración realizadas han confirmado que no era un edificio aislado se han encontrado restos del jardín musulmán, del sistema de regadío de los jardines, restos de una muralla y bóvedas,cerámicas de lujo. Las labores arqueológicas no han concluido por lo cual aún no sabemos que elementos quedan por descubrir.
ABADÍA del Sacromonte
La Abadía del Sacromonte goza de una de las vistas más privilegiadas sobre la ciudad. Merece la pena ver una puesta de sol desde allí mientras el diurno tono anaranjado de la Alhambra se torna en un rojo fuego que nos descubre el significado de su nombre “la roja”. La ubicación de la Abadía del Sacromonte en el monte en otro tiempo llamado Valparaíso no es por casualidad. Cuenta la leyenda que la Abadía se erige exactamente sobre el lugar en el que, en el siglo XVII se encontraron restos humanos y unas planchas de plomo, los Libros Plúmbeos, en los que se relataba el martirio de San Cecilio, San Tesifón y San Hiscio. Unas planchas escritas en extraños caracteres arabescos, que más tarde resultaron ser un intento de dos moriscos granadinos por vincular la tradición cristiana con orígenes árabes para reconocer la herencia morisca en la predominante sociedad cristiana que dominaba la ciudad con la llegada de los Reyes Católicos. Tras diferentes interpretaciones, el arzobispo de Granada, Pedro de Castro, las dio por auténticas y así decide fundar en ese lugar una iglesia colegial en honor a San Cecilio y los mártires que más tarde se convirtió en la Abadía que conocemos actualmente.
El templo, trazado por Juan de Maeda y terminado en 1567, es de un incalculable valor artístico del que podemos destacar los artesonados mudéjares de la nave central, el crucero y la capilla mayor, así como la techumbre renacentista de la primera de las diez capillas, obra de Juan Vílchez. La impresionante portada corresponde al renacimiento andaluz de fines del siglo XVI, de Pedro de Orea. La Abadía aguarda una gran cantidad de patrimonio archivístico, bibliográfico y artístico como la famosa imagen del Cristo de los Gitanos —procesión de Semana Santa más concurrida de Granada que tiene lugar el miércoles santo—, los Libros Plúmbeos o en la parte del museo una tabla flamenca de la Virgen de la Rosa de Gerard David que llegó a Granada con la corte de Carlos V. Bajo la Iglesia se encuentran las catacumbas, de techos bajos y pasillos estrechos con distintas capillas y donde se encuentra el horno en el que fuera martirizado San Cecilio, patrón de Granada, aunque del original solo se conservan los techos.
El día del patrón de la ciudad, San Cecilio, está marcado en el calendario el 1 de febrero. Los granadinos lo celebran el primer fin de semana de este mes. El sábado San Cecilio procesiona por el barrio del Realejo donde se encuentra su parroquia y el domingo se celebra una gran romería en la que miles de personas suben hasta el Sacromonte. Esta fiesta tiene dos momentos diferentes, un acto ceremonial y otro de festivos populares. El primero consiste en un ritual religioso con recepción solemne a las autoridades, misa, ofrendas y visita a las cuevas. La parte festiva tiene su centro en el convite de salaíllas, tortas jayuyas, habas, bacalao, tortilla del Sacromonte y vino que el ayuntamiento ofrece a todos los asistentes; y en los bailes y música locales que hacen del primer domingo de febrero un día de fiesta para los granadinos en un lugar y con unas vistas inmejorables.
EL CENTRO El Centro
Así se ofrece el caminante que puede elegir alternativas en las que algo tienen que ver la hora del día y la estación del año. En épocas cálidas, la vida de la ciudad vuelve sus ojos hacia plaza Nueva y su entorno, Calderería, calle Elvira y, sobre todo, el más hermoso de los paseos, el que sigue la ribera del río Darro hasta el puente de los Tristes con el que coincide en el nombre. Allí, bajo la colina de la Alhambra, una pequeña plaza se llena, durante el día y hasta altas horas de la noche, de mesas y veladores donde se puede hacer casi de todo, pero más que nada, huir del calor de la ciudad en las noches de verano o buscar el sol del mediodía en el invierno. Ya viniendo desde Plaza Nueva, conviene detenerse en algunos puntos de interés: en la propia plaza, la Real Chancillería de Granada, una de las pocas estructuras del incipiente estado que intentan crear los Reyes Católicos y que en la actualidad es sede del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. El edificio, de la primera mitad del siglo XVI y de claro acento clasicista, se integra en la línea de fachadas que dan al río sin romper en exceso los contornos visuales del Albaicín que queda a sus espaldas. El uso de la teja en las cubiertas refuerza ese sentido de integración visual que sólo se interrumpe en su fachada, más claramente representativa de su función política, y en los muros laterales que mediante sólidos sillares adquieren un cierto aire de fortaleza. También en la plaza, donde el rio se oculta, una de las más hermosas iglesias de Granada, la de Santa Ana, que acentúa su carácter mudéjar en contraposición al clasicismo de la Chancillería y, desde allí hacia el paseo de los Tristes, el Bañuelo, el convento de Santa Catalina de Zafra, la iglesia de San Pedro, la casa de Castril, los puentes sobre el río y, sobre todo, el puente del Cadí, que la imaginación nos permite reconstruir sobre sus restos. Un salto, no demasiado largo para el paseante, nos lleva a otro paseo irrenunciable; el que, desde la plaza Romanilla o desde plaza Bibarrambla, en los aledaños de la Catedral, nos conduce por la calle San Jerónimo hasta la plaza de la Universidad, aunque también se pueda llegar a ella desde la plaza de la Trinidad por el Jardín Botánico. Ya en la plaza, la facultad de Derecho y la iglesia de los Santos Justo y Pastor, forman el antiguo núcleo de intervención urbana de la compañía de Jesús en el siglo XVII. La calle de San Jerónimo, que continúa hasta el hospital de San Juan de Dios, se ennoblece con edificios de enclaustrados patios como los de San Bartolomé y Santiago, el Conservatorio o el Colegio de Notarios, y va dejando a su izquierda el antiguo barrio de la Duquesa, al que dio nombre la muy digna esposa del Gran Capitán que allí vivió mientras veía crecer el convento de San Jerónimo que mandó construir como humilde sepultura para su marido y que, como otros edificios de la ciudad, aúna partes góticas con otras de renacimiento. Sus claustros y su capilla merecen una visita detenida. Del conjunto que forman el hospital y la iglesia de San Juan de Dios, casi colindantes con el compás de San
Jerónimo, lo más interesante son los patios. Aunque hay que tener en cuenta que en la actualidad sigue desarrollando funciones ASÍStenciales y el acceso al público está limitado. Para finalizar este paseo hay que subir por la misma calle de San Juan de Dios y llegar hasta los jardines del Triunfo desde donde ya se ve, en sus espaldas, uno de los edificios más importantes de la Granada de los Reyes Católicos: el Hospital Real. Lo ordenaron construir los reyes, extramuros y muy cerca de la puerta de Elvira, para dar ASÍStencia a los muchos heridos de la guerra de Granada. En la actualidad reúne la doble función de ser el rectorado de la Universidad de Granda y sede de su biblioteca central que se ubica en la planta superior. Desde aquí se inicia también el camino que lleva a la Cartuja. Aunque atemorice un poco su lejanía del centro de la ciudad, todo el esfuerzo queda recompensado ante los alardes decorativos de su sacristía. Terminando este paseo es hasta posible que el visitante se encuentre harto de contemplar iglesias, claustros y fachadas góticas, manieristas o barrocas. Entonces es el momento en que el deseo se convierte en simple necesidad de mezclarse con la gente y es también el momento de acercarse a la plaza de Isabel la Católica. Desde allí el paseo se vuelve más suave y sólo hay que dejarse deslizar por la calle que antiguamente fue la ribera del Darro, hasta Puerta Real. En ese corto tramo, no hay que olvidar que la zona que queda a la izquierda de la calle, constituye parte del viejo barrio de San Matías y es ineludible acercarse al Corral del Carbón y a una pequeña plaza que queda junto a él y que adorna la fachada del palacio de Abrantes. El nombre de Corral del Carbón puede llevarnos a engaño ya que en realidad este edificio no es ni ha sido nunca una corrala de vecinos como muchas otras que hay en ciudades españolas y en la misma Granada. En realidad es un fondac, como otros que en la actualidad existen en el mundo islámico y que en la fecha de su construcción tenía la doble función de dar hospedaje a las caravanas de mercancías que llegaban a la ciudad y, al mismo tiempo, controlar los productos para el pago de los impuestos que exigía el mercado. Tras su visita, hasta el autor es capaz de entender que el visitante definitivamente no pueda más. La ocasión exige, con sólo algunos pasos, plantarse en Puerta Real, notablemente recuperada en estos tiempos, y quizás dejarse arrebatar por el afán consumista que tanto placer provoca a los visitantes, pues en su entorno se encuentran los mejores comercios de la ciudad normalmente ubicados en calles donde ya no hay tráfico de automóviles. Tampoco hay que olvidar, por supuesto, los bares y tabernas que llenan plaza Nueva, plaza de la Pescadería, plaza Bibarrambla, o la calle Navas junto al Ayuntamiento. Si aún subsiste alguna resistencia a dejarse arrastrar hacia el consumo, quedan dos últimos paseos que son además un premio a la constancia. Para el primero, sólo hay que bajar desde Puerta Real en dirección a la fuente de las Batallas y desde allí, por la Carrera de la Virgen de las Angustias, llegar a los bulevares que recorren el río Genil por sus dos orillas. El Violón, el Salón y la Bomba, paseos de inspiración francesa que en su día fueron límite de la ciudad donde el Genil y el Darro se encuentran en su viaje hasta el Guadalquivir. Para el otro, la dirección es la calle Recogidas que baja en suave pendiente hasta la vega y hacia el parque Federico García Lorca, nuevo entorno de la huerta de San Vicente, la casa que habitó el poeta en sus años granadinos y que, en la actualidad convertida en museo, recoge el esfuerzo de los que, con respeto, intentan recuperar su memoria para la ciudad.