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Literatura
El Abuelo del Sulayr y sus mineros
Los veía pasar en las cuatro estaciones del año, enmanillados al duro frío o el abrasador calor de antaño, buscando un noble sustento del pan de cada día, para alimentar las bocas de sus familias con sudor y osadía.
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Cuando los groseros vientos del norte bramaban como maras, lanzándoles cortantes cuchillos de frío contra sus caras, hincaban hondo sus pies en la senda entre las nieves del invierno, el barranco de San Juan transmutado en puro infierno.
Sus manos arrugadas, callosas de las espuertas y sacos terreros, ahora tiraban de la soga de un buey, burro o mulos guerreros, luciendo sus pobladas cejas y barbas escarchadas de hielo, pasaban de largo titiritando al ver todavía desnudo El Abuelo.
Con la alegría rimbombante de la primavera, locuelos jolgorios al desperezarse la naturaleza entera, y el rugir del Genil voceando con retumbo tus famas, que ya te vuelven a crecer las melenas de tus ramas.
En el estío los mineros con sus picos y palas al hombro, deseando ver tu tupida copa con eminente asombro, para conquistar un alto bajo tu obscurecida sombra, y hacer desaparecer un sol tirano que tu camino alfombra.
Y los hombres tiznados ya se desarremangan laciamente la camisa, todo se apacigua con la llegada del otoño, ésta es la premisa, la quietud embucha el barranco marchito de colores, adobándose para la venida del invierno con sus rigores.
Castaño tras año que sigues en pie empecinado en tus ingenios, solo tú sabes si de eso hace ya centurias o tal vez milenios, hijo de roma crecido en la Montaña del Sol qué destella bella, capitán y señor, eres ‘El Abuelo’ de la Vereda de la Estrella.
José Ángel Castro Nogales 05/07/2020