5 minute read

COLABORACIONES 3

Historia pétrea de La Solana

Advertisement

Disfrutemos con estas dos imágenes. Son patios embaldosados con muelas de afilar, las mismas que utilizaron nuestros herreros para afilar sus hoces durante varios siglos, hasta convertir a La Solana en la capital española de esta industria. Uno es el patio particular de Conchi Reguillo Díaz, hija de Pedro Reguillo Naranjo, uno de los grandes maestros herreros. Y el otro pertenece a Eladio Reguillo Maroto, heredero de la mítica marca La Langosta, que su hijo Mariano aún fabrica en Tetuán (Marruecos).

Los herreros de La Langosta

La célebre fábrica de hoces La Langosta apagó definitivamente sus hornos de La Solana en el año 1996, setenta y dos años después de su registro como marca gracias a la iniciativa de Eladio Reguillo Pérez. Esta imagen tiene 31 años, está fechada en noviembre de 1989 y corresponde a una de las últimas plantillas de trabajadores, con Jesús Reguillo Morales –izda.- y Eladio Reguillo Maroto –dcha.- a la cabeza. Este último, junto a su hijo Mariano, mantiene viva la emblemática marca, ya que sigue produciendo hoces La Langosta en la ciudad marroquí de Tetuán.

Afilando recocío en La Pajarita

Las hoces y La Solana han sido, y siguen siendo, un matrimonio imperecedero. Eterno. Esta imagen de antaño corresponde a la antigua fábrica de La Pajarita, en el jardinillo de Santa Ana. Fundada por José Romero de Ávila Moreno ‘Pepe Romero’ en el año 1940, la marca pronto creció en La Solana y en Larache (Marruecos). En esta foto de los años 60 del siglo pasado vemos a varios herreros afilando ‘recocío’ en la piedra de remolino. Hoy en día, La Pajarita sigue produciendo en La Solana, más hoces que nunca, en una moderna fábrica en el polígono industrial.

Julián Simón -centro- junto a Nemesio de Lara -izda- y Venancio Fernández, cuando tomó posesión como alcalde (5-9-1983).

JULIÁN

No estoy de acuerdo con el postulado que afirma que en España sólo hablamos bien de alguien cuando ya se nos ha ido. ¿Quién no ha tenido palabras elogiosas hacia Julián Simón González, mientras lo ha conocido? Sólo pretendo desde aquí hacerle caso a Ortega cuando dijo: “No reduzcáis a los muertos a las obras que dejaron. Esto es impío. Recojamos lo que aún queda de ellos en el aire y revivamos sus virtudes.”

Mi vida política y, probablemente, la personal, no serían las mismas si Julián no se hubiera cruzado en mi camino. Lo conocí siendo alumno suyo durante unos días, cuando él hacia prácticas de Magisterio en la escuela de don Manuel. Ya llevaba impresa la marca reservada para los buenos maestros. Y aún recuerdo la extraordinaria amabilidad con que nos trató a todos los chavales en el “antiguo Telégrafos”. Luego coincidimos en el ejercicio profesional y en el político. Y, sobre todo, en la amistad.

Del político, podría relatar mil anécdotas que no cabrían en 10 gacetas completas. Los dos mamamos en la sabiduría del alcalde “Posadas”. Los dos empezamos a hacer política mientras aprendíamos política. Los dos vivimos aquella etapa tan romántica y apasionante de los albores democráticos.

En la asamblea convocada para decidir quién debería encabezar la candidatura del PSOE a las elecciones locales de 10 de junio de 1987, todos convinimos, y yo con especial fuerza, que Julián, alcalde en ejercicio entonces, debería ser el designado. Se negó en rotundo y fue él quien propuso mi nombre. Mi insistencia en torno a la idoneidad de su persona no sirvió para nada, de modo que acepté, con una exclusiva condición: que su nombre apareciera tras el mío en aquella lista. Aceptó y acepté. Sin la seguridad que me reportaba su presencia, es muy probable que yo no hubiera dado aquel paso.

Resulta imposible caracterizar en pocas palabras la personalidad de un gigante. Me quedo con su firmeza ideológica socialista, compatible, en Julián, con el don de la tolerancia. Con su seriedad, entendida como compromiso con las cosas bien y prudentemente hechas. Con su profesionalidad, pues fue un enseñante intachable, absolutamente vocacional. Con su responsabilidad, su serenidad, su afán de quitarle hierro a las dificultades. Con su saberse ganar el pan de cada día sin ninguna concesión al escaqueo. Con su humildad, pues un grande como Julián jamás exhibió pomposa o deliberadamente su grandeza. Con su coherencia, su decencia, su cercanía. Con su sensibilidad, mezclada con una rebeldía sana, ante las causas injustas. Con su discrepancia ante la degradación de cierta política actual, escorada hacia peligrosos derroteros de vocinglería, bronca, odio, ruido y pocas nueces. Con su sentido del humor y su irónica sonrisa, trufados muchas veces de “solanerismos” graciosos al uso (cuánto cariño a La Solana desbordó siempre). Con su inquebrantable amor a su familia (qué orgullo de compañero de vida, Mari Loli, qué orgullo de padre, Chelo, Inma, Juli, y qué orgulloso él siempre de vosotros). Y me quedo con su inmensa humanidad, que es, acaso, el resumen de todo lo dicho.

Gracias infinitas, querido amigo Julián, por tanto como nos has dado a tantos, sin tú, quizás, saberlo. El mejor homenaje que mereces consiste en que quienes te conocimos te sigamos conociendo, sin permitir que el frío olvido haga mella en nuestros corazones. Por eso, a quienes hayáis llegado hasta aquí leyendo estas humildes palabras, os digo, como Calímaco: “Él duerme un sueño sagrado… Nunca digáis que los buenos mueren”.

This article is from: