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CONTRACOSTUMBRE Dichoso mando
~ Contracostumbre ~
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Por Isabel Pavón
¡Dich� o man do!
La mirilla me descubrió su imagen. Era Félix. Yo estaba de trapillos, pero dada la confianza que nos tenemos, le abrí la puerta sin reparo alguno. Tras saludarle, le hice pasar a la salita donde estaríamos más a gusto. Poco después de comenzar nuestra conversación, terminó confesándome que había discutido con su mujer por culpa del mando de la tele y que, más que venir a verme, desahogarse era el principal motivo de su visita.
Mientras tomábamos café torrefacto, el que a él y a mí más nos gusta, me mostré comprensiva sin llegar a poner a su mujer de vuelta y media, pues no quería que cuando hiciesen las paces le contara las cosas que yo había podido decir de ella.
Ser amable fue un error. Lo entendí pocos minutos después, cuando hablábamos de temas baladíes. Noté cómo acercaba su mano al mando que se hallaba sobre la mesita en la que reposaba la merienda. Como camaleón que duda varias veces antes de dar caza a su presa, iba hacia adelante y hacia atrás, adelante de nuevo y atrás. La deslizaba despacio, simulando que caminaba con los dedos índice y corazón. Con su insulsa conversación intentaba mantener mi mirada en alto para que fuera incapaz de darme cuenta. Pero me di. Lo agarró con la lentitud pasmosa del animal mencionado y ya no lo soltó. otro. Sin mirarme, movía la cabeza de arriba abajo queriendo hacerme ver que estaba atento.
La situación entre él y yo se volvió disimuladamente tensa, al menos por mi parte. Justo después de tomarse el café, la vejiga le pidió ir al baño. Con educación me preguntó si podía y si la puerta estaba donde siempre. Sentí cierto alivio porque vi la oportunidad de hacerme con el aparato, no fuera a ser que se lo llevara a casa. Sin embargo, noté cómo, con todo descaro, se lo metía en el pantalón al levantarse. Me indigné.
A su regreso la situación fue la misma. Respondía con monosílabos que no estaban acorde con la conversación que yo intentaba mantener. Nunca me había visto en una situación igual.
Fue durante el minúsculo tiempo que duró un estornudo, el suyo, y se limpió la nariz, que lo soltó. Enseguida le quité una de las pilas que guardé con rapidez en el bolsillo de mi bata. Félix lo cogió de nuevo para proseguir con su tarea.
—¡Qué raro! Parece que no funciona.
Comenzó a darle golpecitos contra sus muslos.
—Eso parece, no funciona. Sabes, estas cosas ocurren cuando menos te lo esperas.
Traté de mantener la charla pero él no oía, sólo prestaba atención a lo que salía en un canal y —¡Vaya! Perdona, tengo que irme. Seguro que a Laura se le ha pasado ya el enfado y ahora ponen un programa que no me puedo perder.
—Dale saludos de mi parte.
Cerré la puerta y el ánimo volvió a mi cuerpo. Coloqué de nuevo la pila y seguí con mi tarea.