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El fi el amigo

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Cada día me levantaba muy temprano para ver la salida del sol, era la imagen que siempre guardé en mi retina desde niña…aquellos refl ejos dorados sobre el agua que precedían al más bello espectáculo que la naturaleza me ofrecía.

Allí permanecía apoyada sobre aquella roca hasta que el astro rey subía remontando las nubes que se acercaban a su paso para darle la bienvenida, hasta lo más alto del cielo.

Así pasaban mis primeras horas de la mañana, jugando con las olas dándome el primer baño. De regreso a casa recogía todo cuanto encontraba a mi paso, como cristales de colores, caracolas, conchitas , etc. Y después de comer las clasifi caba e iba haciendo un precioso mural sobre un corcho que decoraba mi habitación.

Pero aquella preciosa mañana, no quise entretenerme en coger aquellos objetos para mi colección, parecía que mis pies me llevaban corriendo hacia un recodo de la playa donde había unos matorrales. Al llegar oí unos maullidos tenues y lastimeros. Al acercarme vi que algo se movía en una maraña de trapos viejos sobre los matorrales, me fui acercando lentamente y descubrí a un gatito blanco y negro con ojos azules que me miraban fi jamente alargando sus patitas para que lo tomara entre mis manos. Estaba temblando de frio y hambriento, como pude lo liberé de su prisión y lo estreche contra mi pecho que aunque mojado por el baño le di el calor que el animal necesitaba.

Corrí hasta mi casa y en un platillo le puse leche caliente que bebió rápidamente, mirándome agradecido…estaba en aquella tarea cuando oi la voz de mi madre que me decía: Hoy has vuelto más temprano que de costumbre, ¿te encuentras mal?

Yo, a medias palabras le contesté mientras escondía tras de mí, aquel pequeño tesoro que había encontrado esa mañana… Me hizo enseñárselo mientras me decía: Sabes que no quiero animales en casa, luego cuando volvamos a la ciudad no podemos llevarlo con nosotras…Hablamos largo rato sobre los pros y los contras de aquel precioso asunto, que yo no estaba dispuesta a abandonar, por lo que llegamos al acuerdo de cuidarlo mientras estábamos en la playa, pero al volver a casa tendría que dejarlo allí muy a mi pesar.

Llegado el fi n de las vacaciones, el corazón se me partió en pedazos al tener que dejarlo allí, pero era lo pactado con mi madre.

Tenía la esperanza de volverlo a ver al verano siguiente, así que fui contando los meses y los días deseando que llegara el momento de volver.

Nada más llegar corrí hacia los matorrales y allí estaba, esperándome con sus ojitos azules mirándome agradecido por verme de nuevo. Lo cogí, lo abracé y lo llevé a casa donde fue bien recibido por todos.

Asi pasaba los veranos jugando con él por la playa, rompiendo mi alma al tener que dejarlo al marchar… pero siempre me estaba esperando al volver el verano siguiente.

El tiempo pasó, la vida cambió y no volví a la casita de la playa… seguramente me esperó cada verano. Pero en mi alma quedó aquel recuerdo feliz de mi niñez junto al gatito de los matorrales. Aún sigo oyendo su maullido dentro de mí.

Paqui González

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