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ESPECIAL COVID: Dra. Cristina Salazar. UCI Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria.

Dra. Cristina Salazar. UCI Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria “No somos superhéroes y debajo de nuestras mascarillas, la piel también se rasga y se desgasta”

La muerte nunca es punto final, ya que se mantiene en el recuerdo de una manera muy presente. La angustia de lo que hemos vivido en estos meses no se olvidará y quedará latente en nuestro ADN. Algunas noches me despertaba muy temprano, llena de íntima rabia, me embarga la necesidad de correr y buscaba en las montañas la paz que necesitaba. Resulta difícil de describir el contraste de sentimientos acaecidos durante estos meses, pero me he visto con bastante frecuencia en lo que llamaba con ironía mi “síndrome de montaña rusa”: sentimientos contrapuestos en relativamente poco tiempo; como el de alegría cuando se conseguía extubar a un paciente o dar de alta de la unidad o frustración cuando alguien fallecía.

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Los profesionales que hemos trabajado en primera línea hemos demostrado que a veces nos han faltado las herramientas, pero hemos seguido sobrados de motivación. A esta pesada carga, hay que sumar la incertidumbre de nuestro propio contagio. Se ha visto el magistral comportamiento de todos los trabajadores del hospital pero la angustia y la incomprensión de esta enfermedad ha producido una falta de contacto de piel entre los pacientes y sus familiares. Esta soledad extrema ha vulnerado la ley de la muerte digna, esta pandemia ha venido demasiado grande y la improvisación ha jugado un factor negativo.

Hemos trabajado con agotamiento físico y mental, decidiendo dejar morir a unos para permitir vivir a otros siempre regidos por la bioética que es el principio de la autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia. Y aunque fuimos, juntos con los anestesistas, los “escogidos” para ser los “dioses” de esta “guerra”, no nos ha abrumado, hemos

Dra. Cristina Salazar Ramírez

respondido con creces a las necesidades. No somos “superhéroes” y debajo de nuestras mascarillas, la piel también se rasga y se desgasta.

Me ha llamado la atención la pasmosa tranquilidad de los pacientes al ingresar en nuestras unidades. Para mí era el momento más visceral, más emocional, vislumbrar en ellos ningún gesto que delatara nerviosismo o miedo. Notaba como barrían con sus ojo cada uno de nuestros movimientos, con gestos de absoluto sosiego. Estoy segura de que los pacientes al ingresar en UCI eran conocedores de todo lo que se le venía encima hasta que me di cuenta de que, al ponerle las anestesia para realizar alguna técnica necesaria, palpabas la razón de su aparente calma: la ausencia de expresiones era por la rigidez que le impedían realizar cualquier gesto que delatara miedo y por estar despojados de las personas que más querían. Por eso, intentábamos que sólo con nuestros ojos llegarles al alma.

Recuerdo haberme transportado a un lugar frío y fúnebre. No hay duda de que estos meses he estado conectada con esa figura mísera llamada Muerte. He comprobado las distintas formas del ser humano en afrontar la misma situación y me ha invadido con desolación hasta límites insospechados, el conocimiento de compañeros conocidos o no conocidos que se han contagiado no quedándome más que remedio que recogerme en pedacitos para rehacerme y seguir trabajando.

No olvidamos nunca el precioso legado que regalamos: la vida con su esperanza y su magia. Porque en estos meses hemos buscado en lo más profundo de nuestro ser aprender a salvar a los demás para poder salvarnos a nosotros mismos. u

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