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Amores del Páramo en tiempos de posguerra; por Carolina
Amores del Páramo en tiempos de posguerra
CAROLINA RODRÍGUEZ
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Los años sesenta conformaron una década de grandes cambios para España. Se producía el famoso ‘éxodo rural’ y muchos jóvenes de los pueblos viajaban a las ciudades de la revolución industrial en busca de un porvenir mejor. En las artes, nos estrenamos en Eurovisión con Conchita Bautista y Luis Buñuel ganaba la Palma de Oro del Festival de Cannes por ‘Viridiana’. En el deporte, el fútbol de Alfredo Di Stefano y el boxeo de Juan Manuel Urtain llenaban las pantallas de los primeros televisores. Pero, ¿y en el amor? Durante esa época, España protagonizaba un famoso ‘baby boom’ como resultado de las políticas franquistas para apoyar la natalidad mediante préstamos a los recién casados y premios a las familias numerosas. Esos eran los datos pero, ¿cómo era el proceso?
Hoy en día, hemos pasado de las pistas de baile de los años 80 al uso de aplicaciones móviles para conocer gente e incluso buscar el amor. Pero, ¿y en los años 60? ¿Sabrías decirme cómo se conocieron o, mejor dicho, cómo se enamoraron tus abuelos?
La vida en los tiempos de la posguerra española no era fácil, pero el amor era siempre una salida de emergencia al caos y la miseria que se vivía en aquellos momentos. En los pueblos, la vida era tranquila pero con mucha labor que desempeñar en el campo. Los domingos eran el único día de la semana en el que había tiempo para pensar en el amor. Y en el verano, a pesar de que era la estación de mayor trajín para los labradores y ganaderos del Páramo, las verbenas de julio y agosto eran las más propicias para conocer a alguien. Los veraneantes regresaban al pueblo y el buen tiempo animaba a salir al baile a pesar del trabajo.
Las verbenas
Después de muchos meses sin verse, muchos veraneantes ponían sus ojos en aquellas mozas que ya no eran niñas y que vestían con coloridos vestidos veraniegos. Otros, sin embargo, veían la oportunidad de dar el primer paso y sacaban a bailar a las muchachas que ya conocían desde siempre.
En la mayoría de casos, los chicos superaban en edad a las chicas, ya que solían regresar de la ‘mili’ o servicio militar obligatorio cuando se ‘echaban novia’. En cambio, durante ese tiempo, las chicas no tenían la oportunidad de viajar y quedaban relegadas a un segundo plano para trabajar en casa o en el campo, esperando la ‘oportunidad’ de casarse y formar su propia familia.
“Recuerdo que íbamos al bar de Navianos en bici, con 18 años, antes de ir a la mili. Éramos los amos en Navianos. Teníamos que cruzar el río con la barca y con la ayuda del barquero, que era familia nuestra”. ¿Y con las chicas? “Íbamos una vez con una o con otra hasta que encontrábamos a la definitiva”.
El cortejo
Los paseos en bici por la carretera hasta el Carrascal o los bailes en las verbenas del verano, o en las bodas, eran los primeros nexos de unión entre los mozos y las mozas de Valcabado. “Cuando íbamos en la bici nos pasábamos el día carretera arriba, carretera abajo, hablando. Si querían montar en la barra o en el manillar, era buena señal. Si solo querían montar en el portabultos…entonces nada”. Después, “ellos te acompañaban hasta la puerta de casa para despedirse pero sin beso, eh!!!. Y si tardabas mucho en entrar, tu madre ‘pegaba una voz’ y te llamaba para ir a cenar”.
Cuando algunos se habían ido a Madrid o al País Vasco a trabajar, la relación se mantenía por carta. “Eran unas cartas tan nobles que hasta un niño podía leerlas”.
Y a veces, incluso, se pedían románticas pruebas de amor: “Me viene a la memoria el día de San Valentín, que cayó en lunes ese año, y él venía a La Bañeza en tren. Por carta me había dicho: ‘si me quieres, ven a encontrarme’. Pero claro, yo pensaba… ¿cómo le digo yo a mi madre ahora que voy a La Bañeza y a ver al novio? Entonces le enseñé la carta a mi madre. Y mi madre me dijo: Haz lo que quieras. Y dije: pues yo voy. Recuerdo que en el autobús coincidí con medio Valcabado, todos iban a una boda. Pero bueno, al final, nosotros nos encontramos en la ‘plaza de los churros’ y nos quedamos juntos. Paseamos toda la mañana y, antes de despedirnos, él me compró una sortija de zafiros preciosa”.
¿Y el matrimonio? Antiguamente, ‘se pedía la mano’ de la novia en su casa pero con mucho pudor. “Casi te casabas sin hablar, aunque nos conocíamos de toda la vida. No había timbre así que entrábamos por el corral o por las puertas grandes. Te daba mucha vergüenza… pero bueno. Ambos sabíamos que estábamos de acuerdo pero sin decirlo”.
Las bodas
En Valcabado se celebraban bodas prácticamente cada mes y semana. Eso sí, solo durante la temporada de las matanzas y la recolección de las cosechas. Las bodas se organizaban en cuestión de una semana, a veces, incluso en días. Transcurrían a lo largo de dos días en los que las familias se juntaban en casa de la novia. Sin perder tiempo, se recogían, casa por casa, sillas, escaños o mesas que pudieran reunir a muchos invitados durante la celebración. Se desmontaban las camas de la parte baja de la casa y la gente subía a dormir ‘a granel’ a las paneras. Ese par de días, se contrataba un cocinero que hacía un jato para toda la familia al son de la música. Siempre había una orquesta acompañando la boda hasta la madrugada cuando se hacía la “redondilla” por todo el pueblo anunciando el enlace. Y
por la mañana, se desayunaba una buena taza de chocolate acompañada de unos callos. Sí, de unos callos. Había que coger fuerzas para el trabajo del día siguiente ya que ‘ir de luna de miel’ no era cosa común, y no se podía rechazar un plato de comida caliente. Además, si había luto se casaban de negro, y aunque no lo hubiera, eran pocas las novias que vestían de blanco.
Sin embargo, hay cosas que no han cambiado tanto, ya que durante las celebraciones las gamberradas estaban a la orden del día. “Un día íbamos a dormir caminando después de una boda, cuando vimos a los novios entrar en una casa para pasar la ‘noche de bodas’. Éramos cuatro o cinco pero, oye, nos picaba la curiosidad. Les seguimos y nos colamos por las puertas grandes hasta el dormitorio. Allí, nos escondimos debajo de la cama, pero éramos tantos que se nos veían los pies. Los novios no habían empezado a desnudarse cuando se dieron cuenta y nos corrieron a palos de allí. Se los llevó todos uno que llevaba un tabardo de cuero y tras el que todos nos escondíamos para aguantar el chaparrón. Pero luego, al día siguiente, todo se olvidaba y se tomaba a broma”.
La familia
Los comienzos eran difíciles pero los jóvenes ‘mantenían el tipo’ cargados de ilusión y paciencia. Entonces, muchas parejas que no podían independizarse y continuaban viviendo juntos en casa de los padres. Tras lograr unos cuantos ahorros y con la ayuda económica que daba Franco a razón de la boda, muchos se hacían un hueco en alguna casa humilde del pueblo.
“Con las 3.000 pesetas de la boda nos fuimos a una casa muy pequeña y compramos un par de jatos o terneros-, yo no sé ni lo que eran,- y cuatro sacos de habas, que guardábamos en la misma habitación en la que dormíamos. Después, nos dejaron una tierra para sembrar y ahí empezó todo”.
Al poco de casarse, muchas mujeres se quedaban embarazadas. Se vivía a medio camino entre criar niños y hacerse una casa. “Pusimos las paredes de la casa pero todo estaba sin rematar”. Todo se hacía poco a poco, salvo concebir niños. “No íbamos a por ‘nada’, pero los que ‘vinieran’, eran los que había que sacar adelante”.
Con el paso de los años, todo iba cogiendo forma, hasta que, de pronto, se convertían en las grandes familias que han llegado hasta nuestros días. Hoy aquellos jóvenes comparten con nosotros estas historias y yo me pregunto, ¿tienen esto algo que ver con cómo entendemos el amor hoy en día?
Bar La Moncloa
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