Biblioterapia Leer es sanar
Marc-Alain Ouaknin Traducci贸n de Rafael Segovia Alb谩n
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Edición: Daniel Goldin
Biblioterapia Título original: Bibliothérapie. Lire, c’est guérir © Marc-Alain Ouaknin © 1994 Éditions du Seuil Tradujo Rafael Segovia Albán de la edición original en francés de Éditions du Seuil, París D.R. © Editorial Océano, S.L. Milanesat 21-23, Edificio Océano 08017 Barcelona, España www.oceano.com D.R. © Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Eugenio Sue 55, Polanco Chapultepec, Miguel Hidalgo, 11560, México, D.F., México www.oceano.mx www.oceanotravesia.mx Primera edición: 2016 ISBN: 978-607-8303-06-9 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx
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Índice
Introducción
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LIBRO PRIMERO Primera parte. Leer, curarse I. Mil y una noches para sanar Contar las noches II. Bajo la sombra de las palabras en flor III. Los siete mendigos Un cuento de Rabbi Nahman de Braslav El primer día IV. El Mesías está hecho para no llegar V. “Vivir es nacer a cada instante…” Segunda parte. Las aventuras del nombre I. Don Quijote, un hombre en camino hacia su nombre El libro y el nombre II. Tres viajes al centro del nombre 1. El nombre, una identidad infinita 2. Que nunca en él calle la voz del niño… 3. Soñar en las palabras 4. Primer viaje dentro del nombre: el rodeo, el acontecimiento 5. El viaje a Praga 6. El hombre en rebeldía: Anatoli Chtcharanski
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7. Segundo viaje dentro del nombre: “Levántate, ve a Nínive…” 8. La noche uterina: en lo más profundo de la memoria La historia olvidada 9. Trascendencia y terapia 10. El tercer viaje dentro del nombre: la máscara y el espejo
Tercera parte. Lenguaje, relato e identidad I. Las dialécticas de la identidad personal 1. La identidad como mismidad 2. La identidad como ipseidad II. La identidad narrativa Identidad inacabada III. La carcajada de Freud IV. La dialéctica del ser y de la nada La Ichlosigkeit 1. La dialéctica del Ani y del Anokhi 2. Ética-moral e identidad dinámica V. La enseñanza de Heráclito Terapia y lenguaje en movimiento Una metafísica fluvial Cuarta parte. Traducción, diálogo y terapia I. Terufá-therapeia. Curar es traducir La curación: entre dos lenguas II. Antonin Artaud Un ejemplo de traducción terapéutica III. Viajar entre dos lenguas 1. Un extranjero en su propia lengua
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2. Heidegger 3. Husserl, Joyce y Derrida 4. Louis-René des Forêts y Samuel Wood 5. Los cuentos de Rabbi Nahman de Braslav IV. Diálogo y terapia 1. El Talmud 2.Visita de la casa de estudio: un espacio biblioterapéutico 3. El diálogo: un fundamento de la biblioterapia 4. La función terapéutica del diálogo 5. El libro como squiggle game V. La curación: desanudar los nudos 1. Terapia y desconstrucción 2. Cuando las palabras se echan a reír VI. Estallidos de lectura Pequeñas observaciones sobre el sueño y la lectura 1. El sueño y el libro 2. Sueño y terapia: “estallido de lectura” y lenguaje en movimiento 1) Las palabras en la palabra 2) Las letras dentro de la letra Quinta parte. Lectura, interpretación y terapia I. En el corazón del libro ¡También “cuenta” la estructura! II. El hombre está condenado a interpretar: De la hermenéutica historicista a la hermenéutica existencial
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1. La visión histórica de los textos 2. La lectura existencial de los textos y del mundo III. La cooperación textual 1. La diferencia hermenéutica: el “querer decir” y el “poder decir” 2. La cooperación textual y narrativa 3. ¿Existe el lector modelo? 4. El misterio de las ochenta y cinco letras 5. Interpretar no es repetición sino invención, palabra hablante y palabra hablada: el hiduch IV. La imaginación creativa de la lectura Libertad de imaginar, para imaginar la libertad 1. Interpretación: explicación y comprensión 2. La imaginación creativa de la lectura V. El nombre y la interpretación 1. La regla de la primera ocurrencia: los cuatro ríos 2. El paraíso del sentido: los cuatro niveles de interpretación 3. El nombre y la interpretación VI. La lectura y el destete La lectura y el nombre VII. Un dulce alfabeto de pastelillos de miel 1. Las tres castraciones 2. Ek-sistencia y de-sistencia 3. El cuerpo materno, la tierra y la lectura 4. Lectura y alimento VIII. Lo humano: un aliento parlante
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IX. Cuando un libro tiene una cita con su lector 1. Mimesis: Aristóteles contra Platón 2. Mimesis i: la estructura prenarrativa de la experiencia 3. Mimesis i y psicoanálisis 4. La dialéctica del mito y del rito en el nivel de mimesis i 5. Mimesis ii: fabricar una historia, la configuración 6. Los juegos con el tiempo 7. Mimesis iii: el lector acude a la cita: la refiguración
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LIBRO SEGUNDO El complejo de Abel 353 I. Un libro para curar… 357 II. El libro de los engendramientos 359 III. El complejo de Abel 361 1. Abel: el aliento de la nada 362 2. Contar y ser contado 364 IV. Un rostro para cada quien 367 V. La palabra encadenada 373 VI. Deseo: fundamento de lo humano 381 VII. Aquí hay siempre un “¿por qué?” 385 IX. La Historia contra el destino 397 X. El hijo-pregunta 403 XI. Rechazar la pasividad 407 XII. Por una metafísica del zapato 411 XIII. Dos lecturas de Edipo 415 1. Lectura i: el prisionero del destino 415
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2. Lectura ii: Edipo y sus preguntas 418 XIV. Cuando la A a-éa 423 XV. El criado de Kafka 431 XVI. Respuesta y violencia 439 XVII. La contracción creadora del infinito 441 XVIII. 1 + 1 = uno más uno 447 Bibliografía 453 Índice onomástico 475 Agradecimientos 479
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LIBRO PRIMERO
Primera parte Leer, curarse
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I. Mil y una noches para sanar43 Contar las noches
“Se cuenta que, en la antigüedad de los tiempos y el pasado de las edades y los siglos, había un sabio entre los sabios de Grecia que se llamaba Danial.” Todo era posible en los cuentos, hoy en día lo encontramos con su hijo Hassib. Danial: Hassib, hijo mío, ¿conoces la historia de Las mil y una noches? Hassib: Conozco algunos cuentos, pero ¿de qué trata, bien a bien, esa colección de historias? Danial:Trata de un rey, Schahriar, que es testigo de una 43
A manera de epígrafe a nuestro viaje biblioterapéutico proponemos un fragmento de un texto colectivo dedicado a Las mil y una noches. Ese texto se publicó en Corps écrit, núm. 3, puf, 1989, con el título “Layla: las noches hablan a los hombres de su destino”. Dicho texto fue escrito por ciertos participantes en un seminario del emess (antropología del mundo árabe), animado por los psicoanalistas Gilbert Grandguillaume y François Villa, y lleva el título de Anthropologie et psychanalyse: autour de l’origine de la transmission [Antropología y psicoanálisis: en torno al origen de la transmisión]. Contribuyeron en la elaboración del texto: Wahiba Afrik, Abdallah Bounfour, Claudette Dupraz, Gilbert Grandguillaume, Jacqueline GuyHeinemann, Badia Hadj-Nassar, Michèle Tordjmann y François Villa. Recomendamos también la interesante lectura de “Les Mille et Une Nuits, la parole libérée par les contes” [“Las mil y una noches, la palabra liberada por los cuentos”], de G. Grandguillaume y F.Villa, Psychanalyse, núm. 33, 1989, pp. 140-149. Y también “Les Mille et Une Nuits: un mythe en travail, présence et actualité du récit” [Las mil y una noches: un mito en obra, presencia y actualidad del relato], de F.Villa y G. Grandguillaume, “Mythes et récits d’origine”, Peuples méditérranéens, núms. 56-57, julio-diciembre de 1991, pp. 55-82, con una bibliografía sobre Las mil y una noches. 45
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escena en la que sorprende a su mujer con un esclavo negro. Los mata a ambos y, tras este suceso, cada día toma a una virgen, a la que mata una vez pasada la noche. Pero entonces llega Sherezada, que se pone a contarle historias que despiertan su curiosidad, de tal manera que éste espera cada vez el final de la historia hasta el día siguiente. De esta forma, perdona a Sherezada de una noche a la siguiente. Esto duró mil noches y una noche, al cabo de las cuales, cuando hubo terminado la historia, decidió no matarla. Hassib: Pero ¿cómo pudo ella contar tantas historias? Danial: Esa muchacha era muy inteligente y sabía lo que hacía. Conocía las leyendas de los reyes antiguos, de los pueblos del pasado, y había leído mil libros de historias. Hassib: Pero ¿por qué mil y una noches? Hubiera podido detenerse antes, o continuar. ¿Y por qué ese título: Las mil y una noches? ¿Por qué el rey no la mató cuando se detuvo, como a todas las demás? ¿Qué sucedió? Danial: Muy buenas preguntas. En efecto, ¿por qué después de aquel suceso mató a una muchacha cada noche, repitiendo incansablemente el mismo acto, como si no pudiera hacer sino repetir esa primera escena en la que sorprendió a su mujer y la mató? Como ese suceso no podía ser nombrado, fueron necesarias mil y una noches para que cesara. Hassib: ¿Qué quiere decir “nombrar”? Danial: “Nombrar” es pasar de lo sensible a lo inteligible. Hassib: ¿Eso significaría que fueron necesarias mil y una noches para que pudiera dejar de repetir la misma cosa? Dicho de otra forma, ¿para poder pasar de lo sensible a lo inteligible, para poder nombrar?
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Danial: Exactamente. Hassib: Pero entonces, ¿por qué mil noches y una noche? Danial: La respuesta está en el título: Alf Lailah oua lailah.44 Escucha con mucha atención lo que sigue: sabes que de acuerdo con la tradición de los antiguos, cada letra del alfabeto tiene un valor numérico: así pues, la primera letra corresponde a 1, la segunda a 2, etcétera. De esta forma, la primera letra a corresponde a 1 y el nombre de esa letra se escribe alf. Alf significa “mil”. Lo cual equivale a decir que el nombre de la primera letra se escribe de la misma manera que la palabra que significa “mil”. El radical es el mismo. Sólo cambia la vocalización. Hassib: Lo comprendo, pero ¿qué relación hay con los cuentos? Danial: Debes saber que alf es también la raíz de un verbo que significa “domesticar, educar, enseñar”, y se dice en el preámbulo que las leyendas de los antiguos son una “lección” para los modernos. Hay que tomar, pues, esos cuentos como lecciones. Hassib: Si no me equivoco, esas mil y una noches o lecciones servirían para pasar de lo sensible a lo inteligible, para poder nombrar. Así como para nombrar a, se escribe alf, se pasa por alf lailah, “mil noches”, para poder nombrar. ¿Pero tenemos otros elementos que nos permitan hacer esa interpretación? Danial: Al final de Las mil y una noches, se dice que el rey les ordenó a los escribas que escribieran “todo lo que le había sucedido con su esposa Sherezada desde el comienzo hasta el fin, sin omitir un solo detalle.Y pusieron manos a 44
Traducción literal: “Mil noches y una noche”.
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la obra y escribieron de esta forma, en letras de oro, treinta volúmenes, ni uno más ni uno menos” (Mardrus, ii, 1018). Hassib: ¿Por qué treinta volúmenes, ni uno más ni uno menos? Danial: Justamente a eso quiero llegar: del mismo modo en que alf, nombre de la primera letra, es también la raíz de un verbo que significa “aprender”, existe otra letra cuyo nombre en hebreo, lengua cercana al árabe, es igualmente un verbo que significa “aprender”, es la letra l, llamada lmd, que en nuestra lengua se convirtió en tilmidh, “alumno”.Y esa letra l tiene como valor numérico 30, de ahí los treinta volúmenes. Hassib: Me satisfacen esas explicaciones, pero hasta ahora nos hemos preguntado sobre “mil”, y se trata de “mil noches y una noche”. ¿Qué significa esa noche después de la milésima? Danial: La noche después de la milésima es una nueva era, ya que está escrito en el epílogo que la noche milésima primera “se convierte en la fecha de una nueva era para los súbditos del rey Shahriar” (Mardrus, ii, 1017). Sabe, hijo mío, que todas las respuestas están en el libro, para quien se esfuerza en buscarlas. ♥♣♠ Me llamo Shahriar. Soy el rey de Sassán, hijo de Abraham y de Agar. Estoy en el nonagésimo noveno año de mi vida. Al término de este año, esta noche, el aliento de mi cuerpo va a escapar. No veré la mañana del primer día de mi centésimo año. En este instante en que la Separadora de los amigos, la Destructora de los palacios, la Inexorable me
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someterá a la compasión de Alá, no es ni de mi historia ni de las historias contadas de lo que quiero acordarme. De eso se han encargado los historiadores y los analistas: treinta volúmenes, ni uno menos, ni uno más, constituyen sus anales. En esta víspera de mi muerte, intento comprender lo que en mí surge gracias a la voz a la que Sherezada le dio cuerpo. Mi nombre, os lo he dicho, olvidando que soy aquel a quien siempre se olvida; sin embargo, soy el rey cuya desgracia os dio a vosotros, descendientes de los hombres, El libro de las mil noches y una noche. Gracias a su voz, Sherezada se hizo “precio del rescate por las hijas de los muslemines, para ser causa de su liberación de entre mis manos” (Mardrus, i, ii) liberándome a mí de las garras de la desgracia. Gracias a sus cuentos, noche tras noche, destiló, en mis venas, el dulce veneno de la vida. Sin que pudiese precaverme, hizo renacer en mí el gozo de la vida y se volvió para mí inconcebible “pasar una noche sin sus palabras en mis oídos y sin su vista ante mis ojos” (Mardrus, ii, 917). Eso no pude decírselo sino al cabo de novecientas cincuenta y ocho noches que pasamos juntos. En mi corazón estuvo mucho antes de que pudiera reconocerlo y lo estuvo mucho más después de la milésima primera noche, primer día de una nueva era, cuando por ella supe que durante aquellas mil noches, por su intermediación, el Recompensador me había dado tres hijos. Mi palabra pudo entonces dirigirse a ella, elevándose desde el olvido de la desgracia que sus cuentos habían hecho posible, para decirle que la había “amado en mi espíritu porque en ella había encontrado una mujer pura, piadosa, casta, dulce, indemne de todo engaño, intacta en todos los as-
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pectos, ingenua, sutil, elocuente, discreta, sonriente y sabia” (Mardrus, ii, 1014). Gracias a ella mis noches de angustia y de insomnio encontraron su liberación, nuevamente pude disfrutar del placer de dormir sin temer al sueño en que el alma alcanza su destino. Su voz y sus palabras sacaron de mí el miedo a la negrura de la noche, las noches se hicieron demasiado cortas para el deseo de escuchar su voz que me había cautivado (Mardrus, ii, 905). Hacía tres años que yo estaba sumido en mi mal, como una sombra entre los vivos, todos los gestos propios de éstos, yo los hacía ausente de mí mismo. Cuando quise ver con mis propios ojos lo que sucedía en el jardín de mi palacio en mi ausencia, la razón había huido de mi cabeza, según mi hermano. Apostado en una ventana, había visto la situación que allí imperaba, mi esposa la reina acoplada al negro Massaoud, los esclavos varones tomaban a las esclavas mujeres. Me quedé sin palabras, petrificado por esa visión, sin más reacción que la de la huida. Tras un tiempo de errancia acompañado por mi hermano, y habiendo conocido más poderosos que yo a quienes les habían sucedido desgracias aún peores, volví a mi palacio y ejercí sin gana mis tareas reales. Desde el momento de mi retorno, había hecho decapitar a la infiel y a sus cómplices.Y le había ordenado a mi visir que, a partir de ese día, cada noche me fuera traída una muchacha virgen, a la que despojaría de su virginidad y al amanecer haría decapitar. Noche tras noche, virgen tras virgen, no se agotaba mi desgracia, permanecía sin nombre, insomnes eran mis noches, grande la permanencia sin nombre. Vino entonces Sherezada. Al principio no supe que había llegado, tanto me parecía semejante a las que la habían precedido. Sin embargo, en cuanto quise tomarla, un cam-
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bio apareció, sus lágrimas me impusieron la presencia de su hermana Doniazade, a la que reclamaban. Fue por medio de ésta que vino la solicitud de contar una historia. La idea de un cuento me pareció como un medio para pasar una noche, de evitar la angustia y el insomnio. Así empezó la primera noche de narración, pero no fue sino mucho más tarde, durante la milésima noningentésima cuarta noche, cuando reconocí cómo había sido la primera. Al término de esa primera noche, el cuento no había terminado. Quise conocer la continuación y, “¡Por Alá!, pensé, no la mataré más que cuando haya escuchado la continuación de su cuento”. La segunda noche pasó sin que la historia hubiera llegado a su desenlace. Así, Sherezada sobrevivió a esta noche también. La tercera noche, escuché el final de la primera historia, pero apenas Sherezada había terminado su narración, con una promesa me hacía comprender que conocía una historia más sorprendente aún. Habiéndose despertado mi curiosidad, la invité a contarla. En la madrugada de la cuarta noche, la segunda historia no había terminado. “¡Por Alá! No la mataré más que cuando haya escuchado la continuación de su cuento.” Y así, sin darme cuenta, pasaron las noches, pasaron los días. Prestándole su voz a las leyendas del pasado, Sherezada, detrás de los personajes que hacía presentes, los hacía renacer ante mí. Se hacía olvidar como posible víctima y a través de esta voz prestada, sin darme yo cuenta su vida cobraba un valor considerable para mí. Si bien no olvidaba ninguna noche hacer lo que hacía con ella, cada mañana olvidaba o posponía la ejecución de Sherezada. Ésta tenía buen cuidado, en su narración, de que yo no me fatigara ni perdiera interés. Durante el día, sonámbulo, me ocupaba
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de los asuntos de mi reino, siempre poco presente para los intereses de éste, pero empezando a estar más pendiente de mis asuntos de la noche. Noche cuyo regreso esperaba con impaciencia. Pasaron así ciento cuarenta y cinco noches sin que pensara en hacer morir a Sherezada¸ aquella noche, según El libro, la ternura vino a mi mirada al posarla sobre ella. Por primera vez surgió en mí el arrepentimiento por haber asesinado a tantas adolescentes y pensé que debía perdonar a Sherezada. Sherezada, buena cuenta me doy de ello, estaba atenta al más mínimo movimiento de mi alma, al fruncimiento de mis cejas, a mi aspecto triste o jovial; el más insignificante de mis comentarios guiaba su narración, determinaba la elección de las historias. Ella hacía esto no por vulgar obsequiosidad, sino por el real cuidado que de mí tenía. Estaba siempre atenta a los efectos de lo que me contaba. Ya sea alejándome de mi desgracia mediante historias agradables o extraordinarias, ya sea volviéndome a ella, con el riesgo de perder la cabeza. Tejía a mi alrededor, dándole voz al pasado inmemorial de los reyes y los pueblos pasados, la red mediante la cual me sacaría del océano de mi desdicha, para devolverme la alegría de vivir. Con su voz desviaba mi espíritu de la terrible escena en la que mi mirada lo había encarcelado. A mí que ya no dormía, o tan mal y tan poco, desde hacía noches y más noches, me devolvía la fuerza de los sueños, esa capacidad de ver lo invisible, la densidad del día. Disertaba Sherezada, de su boca manaba miel, brillaba su inteligencia en la noche, resplandecía su belleza, y se convertían en mis bienes más preciados el lunar de su piel,
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el contacto de su voz, que yo no poseía más que por el don que ella me regalaba. Nos volvíamos íntimos, yo gustaba de dormir junto a ella, cada quien soñando por su lado junto al otro. Gracias a ella me volvía la paciencia, se reconstituía mi capacidad de diferir; recuperaba la confianza en la promesa. Desde la ducentésima cuadragésima novena noche, ya no era para ser protegido del insomnio que deseaba oír historias, era para escuchar a mi cuentista que retrasaba el momento de dormir. Al hilo de las historias, podía al fin hablar de lo que me había sucedido, al principio con ira, la que no había sentido en el momento, y luego con un cierto distanciamiento y finalmente como si se tratara de una cosa que me hubiera sucedido en un pasado que no tenía ya ahora actualidad alguna. Para producir en mí el olvido que me permitiría darle un nombre a lo que fue e hizo evaporarse mi razón trabajaba la voz de Sherezada. Gracias a ella no hice más de la noche pesadilla sino sueño. Cuando vino a mí por primera vez, en mi reino los seres humanos estaban en gritos de dolor y en el tumulto del terror, los padres y las madres huían de las tierras de mi reino con las hijas que les quedaban. Con ella, advino la bendición al país y bienaventurados, como ella, fueron mis súbditos. Mil noches le hicieron falta para que mi mirada se alejara de la escena en que estaba aprisionada. Si bien, ignorándolo yo, de mi boca surgieron, desde la ducentésima septuagésima, elogios indirectos, fueron necesarias novecientas treinta y siete noches para que mi conciencia conociera el
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amor que de mi alma se había posesionado y para que al fin aceptara ver a Sherezada en todo su esplendor y supiera que, de ahí en adelante, no podría pasar un solo día de mi vida sin que su voz llegara hasta mis oídos. Gracias a ella volvió a mi espíritu el entendimiento que había perdido. Las palabras volvieron a encontrar todo su sabor.Y, en ellas, me fue posible escuchar el nombre ausente de Alá, el centésimo, y para que esto fuera, la voz tuvo que hacerse escuchar mil noches por el falto de fe en que me había convertido. Mi vida llega a su fin; ni un solo día faltó Sherezada en mi vida. Mañana, la dejaré sola. El tiempo no ha mermado en nada mi amor, en nuestros cuerpos ha labrado los surcos de los encuentros, las huellas de la vida. Sin duda, la figura de Sherezada ha sido marcada por las arrugas, pero sin desfigurarla, haciendo más preciso y más puro el rostro de mi amor. En la piel de quien durante tantos años fuera mi anfitriona quedaron los surcos que dejé, durante tantos días y noches, como su huésped que fui. De la boca de mi compañera, esa mujer de largos muslos de gacela, de ojos de paloma y cabello de arrendajo, manó la miel por entre sus labios, que son “cual hilo escarlata”. Por su voz fueron salvadas de mi locura asesina las hijas de los muslemines, con lo que se aseguró para el pueblo nacido de Abraham y de Agar una descendencia que podrá hacer escuchar hasta el fin de los tiempos sus loas y su gloria a Aquel que permanece intangible en su eternidad. A él va nuestra súplica para que todo tenga un feliz y bienaventurado fin.
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II. Bajo la sombra de las palabras en flor
En un magnífico libro titulado Sur la lecture [Sobre la lectura], Marcel Proust nos introduce, a su manera, a su biblioterapia. Habría que citarlo prácticamente en su totalidad, ya que cada frase nos hace comprender mejor el universo de los libros y la lectura. No obstante, sólo consignaremos una larga cita en la que Proust expone explícitamente ciertas modalidades de la relación entre lectura y terapia: Hay sin embargo ciertos casos patológicos, por así llamarlos, de depresión espiritual, en los que la lectura puede convertirse en una especie de disciplina curativa y encargarse, mediante incitaciones repetidas, de devolver permanentemente a un espíritu perezoso a la vida del espíritu. Los libros desempeñan entonces para él un papel análogo al de los psicoterapeutas para ciertos neurasténicos. Se sabe que, en ciertas dolencias del sistema nervioso, el enfermo, sin que ninguno de sus órganos esté afectado en sí mismo, se encuentra varado en una especie de imposibilidad de tener voluntad, como en una zanja profunda de la que no puede salir solo, y en la que acabaría por marchitarse, si no le tendieran una mano potente y caritativa. Su cerebro, sus piernas, sus pulmones, su estómago están intactos, no tiene ninguna incapacidad real para trabajar, para caminar, para exponerse al frío, para comer. Pero esas acciones diferentes, que sería muy capaz de realizar, es incapaz de quererlas.Y una decadencia orgánica que acabaría por ser el equivalente de las enfermedades que no tiene sería la consecuencia irremediable 55
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de la inercia de su voluntad, si no le viniera el impulso que no puede encontrar dentro de sí del exterior, de un médico que ejercerá la voluntad en su lugar, hasta el día en que sus diversos poderes orgánicos sean reeducados. Ahora bien, existen ciertos espíritus a los que se podría comparar con estos enfermos, y a los que una especie de pereza o de frivolidad impide descender espontáneamente a las regiones profundas de sí mismos en las que comienza la verdadera vida del espíritu. No es sino cuando se les ha llevado hasta allí que pueden descubrir y explorar en ellas verdaderas riquezas, pero, de no ser por esa intervención extraña, viven en la superficie en un perpetuo olvido de sí mismos, en una especie de pasividad que los convierte en juguetes de todos los placeres, los disminuye a la altura de quienes los rodean y los agitan y, tal como aquel caballero que, tras haber compartido, desde su infancia, la vida de los bandoleros de caminos, no recordaba su nombre por haber dejado por tanto tiempo de usarlo, acabarían por abolir en ellos cualquier sentimiento y cualquier recuerdo de su vida espiritual, si no viniera un impulso externo a reintroducirlos, en cierta manera, por la fuerza en la vida del espíritu, donde recuperan de pronto la fuerza para pensar y crear.Y bien, este impulso que el espíritu perezoso no puede encontrar en sí mismo y que debe venirle de alguien más, está claro que debe recibirlo en el seno de la soledad, fuera de la cual, lo hemos visto, no puede producirse esta actividad creadora que se trata justamente de resucitar en él. De la pura soledad no podría sacar nada el espíritu perezoso, puesto que es incapaz por sí mismo de poner en acción su actividad creadora. Pero ni la conversación más elevada, ni los consejos más urgentes le servirán de nada, puesto que no pueden producir directamente esa actividad original. Lo que hace falta pues, es una intervención que, al tiempo que proviene de otra
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persona, se produce en nuestro propio fondo, es efectivamente el impulso de otro espíritu, pero recibido en el seno de la soledad.Y vimos que eso era precisamente la definición de la lectura, y que no convenía más que a la lectura. Por tanto, la única disciplina que puede ejercer una influencia favorable en semejantes espíritus es la lectura: lo que estaba por demostrar, como dicen los geómetras. Pero ahí, una vez más, la lectura no actúa más que a modo de una incitación que en nada puede sustituir a nuestra actividad personal: se conforma con devolvernos el acceso a ella, del mismo modo en que, en las afecciones nerviosas de las que hablamos hace un momento, el psicoterapeuta no hace más que restituirle al enfermo la voluntad de hacer uso de su estómago, de sus piernas, de su cerebro, que permanecen intactos.Ya sea que todos los espíritus tomen parte en mayor o menor grado en esta pereza, en este estancamiento en los niveles inferiores, aun sin serle necesaria, la exaltación que se deriva de ciertas lecturas puede tener una influencia propicia en el trabajo personal. Se cuenta que más de un escritor gustaba de leer una buena página antes de ponerse a trabajar. Rara vez Emerson empezaba a escribir sin haber leído una página de Platón.Y Dante no es el único poeta al que haya conducido Virgilio hasta la entrada del paraíso.45
¡Qué felicidad encontrar un texto tan sencillo y pertinente como éste! No es casualidad que ese texto emane del autor de En busca del tiempo perdido, puesto que la dimensión fundamental que subyace en todas sus reflexiones es el tiempo. El tiempo o —término más filosófico, que deja sentir mejor el proceso dinámico del despliegue del tiempo— la tempo45
M. Proust, Sur la lecture, op. cit., pp. 34-37. Las cursivas son mías.
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ralidad es el núcleo de la biblioterapia.Toda la obra de Proust puede considerarse como “una pequeña fábrica de tiempo” por medio de la narración, la escritura y la lectura. Advenimiento del tiempo, fabricación del tiempo, encuentro entre el ser humano y el tiempo gracias al relato. He ahí la hipótesis de base de toda la reflexión biblioterapéutica, hipótesis que fue admirablemente formulada, comentada y desarrollada en la obra de Paul Ricœur, y en particular en su trilogía Temps et Récit46 [Tiempo y relato]. Ahí replantea de forma sistemática la cuestión que se encuentra textualmente en Aristóteles, san Agustín, Kant, Husserl y Heidegger: ¿qué es el tiempo?47 A resultas del fracaso de la filosofía o de la fenomenología, desde san Agustín hasta Heidegger, para conceptualizar el tiempo en forma satisfactoria, Ricœur propone una nueva vía para intentar resolver esa cuestión. “El título —Tiempo y relato—, por su sencillez y su estructura, está demasiado emparentado con el título El ser y el tiempo de Heidegger, como para no aparecer como su continuación o su réplica.” 48 46
Paul Ricœur, Temps et récit, op. cit. Tres tomos: i: Temps et Récit, 1983 ; ii: La configuration du temps dans le récit de la fiction, 1984 ; iii: Le temps raconté, 1985. Citamos a partir de ahora: tr i, tr ii, tr iii. Dos libros complementan esta reflexión: Du texte à l’action. Essais d’herméneutique ii, Seuil, 1986; Soi-même comme un autre, Seuil, 1990. Algunos artículos respecto a esta problemática de Tiempo y relato se encuentran en Lectures ii. La contrée des philosophes, Seuil, 1992. Hay cuatro volúmenes dedicados a ese tema de Tiempo y relato, con artículos importantes del propio Ricœur. Un número de la revista Esprit,“Paul Ricœur”, 1988; “Temps et Récits” de Paul Ricœur en débat, Cerf, col. Procope, 1990; el núm. 11 de la revista Études phénoménologiques, “Paul Ricœur: temporalité et narrativité”, Ousia, 1990; el coloquio de Cerisy de 1988, publicado bajo el título, Paul Ricœur, les métaphores de la raison heméneutique, Cerf, 1991. 47 tr iii, p. 144. 48 Jean Grondin, “L’herméneutique positive de P. Ricœur”, en “Temps et Récit” en débat, op. cit., p. 127.
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La respuesta de Ricœur puede formularse de la siguiente manera: el fracaso de una filosofía del tiempo es inherente a la naturaleza misma del tiempo. El tiempo no se deja conceptualizar. El tiempo inapresable es un reto para el pensamiento. “Ahora bien, ese reto, ya no es la filosofía, que parece haber agotado sus posibilidades, sino el relato, el que responderá a él.”49 Tesis fundamental: “El tiempo se convierte en tiempo humano en la medida en que está articulado en forma narrativa. A cambio de ello, el relato es significativo en la medida en que dibuje los rasgos de la experiencia temporal”.50 Así pues, existe una circularidad entre la narratividad y la temporalidad, que no es un círculo vicioso, sino un círculo “sano”, que va a hacer posible una forma de “comportarse” mejor. Gracias al relato, el tiempo sale de la filosofía para entrar en la vida… “El relato alcanza su pleno significado cuando se vuelve una condición de la escritura temporal.”51 Es importante distinguir entre tres modalidades de relación del hombre con el tiempo: • pensar el tiempo: tiempo conceptualizado; • ser consciente del tiempo: tiempo experimentado; • vivir el tiempo: tiempo vivido. Estas tres modalidades de relación con el tiempo no son tres tipos de actitud distintos respecto al mismo tiempo único, sino tres acontecimientos enteramente diferentes en 49
Ibid., p. 130. tr i, p. 17. 51 Ibid., p. 85. 50
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sus estructuras ontológicas. Se trata, en efecto, de realidades netamente diferenciadas aun cuando tienen como único nombre común “el tiempo”.52 Aun cuando Tiempo y relato es una reflexión teórica sobre el tiempo y por ello pertenece ante todo a “pensar el tiempo” y a “ser consciente del tiempo”, la biblioterapia, cimentada en los efectos del relato, pertenece sin duda alguna al ámbito del tiempo vivido: El tiempo vivido se distingue del tiempo experimentado en el sentido de que en el tiempo vivido el tiempo mismo no se convierte necesariamente en el contenido de la experiencia de la conciencia. Dicho de otra forma, en este último caso el tiempo no está necesariamente constituido noemáticamente en cuanto objeto de la intencionalidad. En el tiempo vivido, son todos los elementos que constituyen la vida los que entran en el campo de la conciencia, sin que necesariamente la temporalidad aparezca en ellos como tal.
♥♣♠ Volvamos a Proust. En el texto que citamos antes, la palabra “tiempo” no aparece ni una sola vez, tiempo desaparecido al mismo tiempo que la voluntad, “en que el hombre se encuentra varado en una especie de imposibilidad de tener volun-
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En Écrits de psychopathologie phénoménologique, puf, 1992, Kimura Bin insiste en la distinción entre tiempo vivido (vivir el tiempo) y tiempo experimentado (ser consciente del tiempo), pp. 47 y ss. Agregaremos a esa distinción el tiempo conceptualizado y filosófico (pensar el tiempo).
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tad, como en una zanja profunda”.53 El cuerpo está intacto: “ninguna incapacidad real para trabajar, para caminar, para exponerse al frío, para comer. Pero esas acciones diferentes, que sería muy capaz de realizar, es incapaz de quererlas”.54 Tenemos aquí una descripción de “ese malestar extraño al que se llama depresión”.55 En el centro de la sintomatología: fatiga, impotencia, hastío, pero sobre todo rarefacción, y luego desaparición del deseo… De lo que se trata aquí es de una atrofia central de la capacidad de desear. Todo es afectado, la libido, claro está, el apetito, la curiosidad intelectual, la misma voluntad de querer. También desaparece la capacidad de sentir el placer: el anhedonismo. De todo ello resulta una verdadera anestesia en relación con todo lo existente, la cual puede llevar a una extrema dificultad, incluso a la imposibilidad del hacer. ¿El deprimido está estancado en la inacción? En los estados graves, se observa un estupor total. Esas situaciones van acompañadas de baja autoestima, de acumulación de pensamientos desvalorizantes respecto a la salud, las cualidades humanas y profesionales…56 Pero el síntoma primordial de la depresión es una perturbación de la percepción del tiempo, de la facultad de anticipar.57 Estancamiento temporal, callejón sin salida temporal y cerrazón espacial. El mundo se encierra en sí mismo en un universo estanco, sin horizonte alguno. “En relación con el 53
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Ibid., p. 48. M. Proust, Sur la lectura, op. cit., p. 34. Ibid., p. 35. Idem. Título de un artículo de Y. Pélicier, L’Anticipation, clé du temps du déprimé, Euthérapie, 1991, pp. 6 y ss.
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tiempo, el deprimido es un hombre maniatado, condenado a la repetición de los mismos pensamientos dolorosos y desvalorizantes.”58 “La anticipación es el movimiento mediante el cual el hombre se transporta con todo su ser más allá del presente, a un porvenir, próximo o lejano, que es esencialmente su futuro.”59 La depresión es, en cierta forma, una “amputación del futuro”. Es interesante e importante observar que no hay futuro sin pasado, ni esperanza sin memoria. Esta observación nos permitirá entender mejor el papel de ciertas lecturas. Las enfermedades del alma son enfermedades del tiempo, cronopatologías a las que debe responder una cronoterapia. Para Proust, es en estos casos de depresión espiritual donde “la lectura puede convertirse en una especie de disciplina curativa…”60 No se trata de un fenómeno milagroso, sino “de un estímulo que no puede en absoluto sustituir a nuestra actividad personal; tiene que contentarse con devolvernos su uso […] restituir al enfermo la voluntad de servirse de su estómago, de sus piernas o de su cerebro que estaban sanos…”61 La lectura no sólo hace que uno salga de la depresión, sino que podrá, en diferentes modalidades, hacer posible una reinserción en una temporalidad armónica en la que el futuro extrae su fuerza del pasado y en que la memoria le da alas a la esperanza.
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Ibid., p. 12. J. Sutter, “L’anticipation dans l’impasse dépressive”, art. cit., pp. 22 y ss. M. Proust, Sur la lecture, op. cit., p. 34. Ibid., p. 37.
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III. Los siete mendigos Un cuento de Rabbi Nahman de Braslav
1 Había una vez un rey que tenía sólo un hijo. Quiso transmitirle el reino aún en vida. Ofreció una gran fiesta. La alegría fue particularmente grande en aquel día en que el rey, vivo todavía, transmitía el reino a su hijo. Todos los príncipes, todos los duques, todos los nobles asistieron a la fiesta. El país estaba muy contento de que el rey transmitiera el reino en vida a su hijo, ya que era un gran honor para el rey. La alegría era muy grande. Había todo tipo de festejos: orquesta, obras de teatro y otras diversiones; en pocas palabras, todo lo que hace falta en una fiesta. Cuando todos ya estaban muy alegres, el rey se puso de pie y le dijo a su hijo: “Sé leer en las estrellas y he visto que un día abdicarás. Por lo tanto, piensa en no estar triste si abdicas, y sé alegre. Aun si estuvieras triste, estaré contento de que tú no seas rey. En efecto, no merecerías ser rey si no estuvieras contento. Si no eres un hombre capaz de estar contento cuando abdiques, no eres digno de ser rey. Pero si estás contento, yo también estaré muy contento”. El príncipe reinó en el país con rigor. Nombró ministros, duques, nobles, y organizó un ejército. El príncipe era un sabio y le gustaba la sabiduría. Estaba rodeado de sabios eminentes y quien viniera a verlo y poseyera algún saber era bien considerado. El príncipe le atribuía honores 63
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y riquezas a los sabios, y recompensas por su sabiduría. Lo que cada uno de ellos quería, se lo daba. ¿Alguien quería honores? Los otorgaba.Todo ello en recompensa por la sabiduría. Como el príncipe amaba la sabiduría, todo el país se dedicó al estudio de las ciencias. Aquel que quería dinero estudiaba las ciencias, y aquel que quería honores hacía lo mismo. Todos se dedicaban a las ciencias. El país olvidó el arte de la guerra porque todos los habitantes estudiaban las ciencias, y el menos sabio de entre ellos hubiera sido muy sabio en otro país. Los sabios de ese país eran hombres con una sabiduría extraordinaria. Aquellos sabios cayeron en la herejía por causa de las ciencias y con ellos el príncipe. Sin embargo, las personas sencillas no fueron alcanzadas y no cayeron en la herejía. En cambio, los sabios y el príncipe se volvieron heréticos. Sin embargo, el príncipe era bueno, ya que había nacido dotado de bondad y de buenas cualidades. Pensaba con frecuencia: “¿Dónde estoy? ¿Qué es lo que estoy haciendo?”. Y gemía y suspiraba. Se decía: “¿Qué sentido tiene sumirse en estas cosas? ¿Qué me puede traer esto? ¿Dónde estoy?”. Y suspiraba. Sin embargo, en cuanto se ponía a pensar, volvía a las ciencias heréticas. Y eso se reprodujo varias veces. Se preguntaba: “¿Dónde estoy? ¿Qué hago en todo esto?”. Y gemía y suspiraba. Pero en cuanto volvía a sus pensamientos, la herejía volvía con más fuerza aún.
2 Un día, en un país hubo un éxodo. Todos los habitantes huyeron. En su huida atravesaron un bosque en el que perdieron a dos niños, un hombre y una mujer. Alguien perdió
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al niño, y otra persona perdió a la niña. Aún eran pequeños, tenían entre cuatro y cinco años. Los niños no tenían qué comer: lloraban y gritaban. Entonces llegó un mendigo que cargaba unos costales. Los niños echaron a correr a su alrededor y a agarrarse de él. Les dio pan y comieron. Les preguntó: “¿De dónde venís?”. Le respondieron: “No sabemos”, porque aún eran pequeños. Se alejó, pero le pidieron que los llevara con él. Les dijo: “No quiero que vengan conmigo”.Y advirtieron que el mendigo era ciego. Estaban muy sorprendidos de que, siendo ciego, supiera adónde ir. (En realidad, puede ser sorprendente que se hicieran la pregunta, pues aún eran pequeños. Pero como eran inteligentes, se sorprendieron.) El mendigo les dio su bendición: “¡Ojalá pudierais ser como yo! ¡Ojalá pudierais ser tan viejos como yo!”. Luego les dio más pan y se alejó. Los niños entendieron que Dios velaba por ellos y les había enviado un mendigo ciego para darles de comer.Y más tarde el pan se acabó.Volvieron a ponerse a gritar: “¡Queremos comer!”. Llegó la noche y pasaron la noche en el bosque. Gritaron y lloraron nuevamente. Un mendigo, que estaba sordo, llegó entonces. Empezaron a hablarle, pero hizo un gesto con la mano y dijo: “No oigo”. El mendigo les dio la espalda y empezó a alejarse. Querían que el mendigo los llevara con él, pero se negó.Y él también les dio su bendición: “¡Ojalá fueran como yo!”. Les dejó algo de pan y se alejó. Cuando el pan se acabó, volvieron a ponerse a gritar. Llegó otro mendigo, que era tartamudo. Empezaron a hablarle y contestó tartamudeando. No entendieron lo que decía, pero él sí los entendió. Les dio pan y su bendición, y les dijo que ojalá fueran como él, y se fue.
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Luego llegó otro mendigo, que tenía el cuello deforme. Más tarde apareció otro que no tenía manos. Y vino un mendigo que no tenía pies. Cada uno les daba un poco de pan y los bendecía deseándoles que fueran como él. Cuando el pan se agotó, consiguieron salir del bosque y encontraron un camino. Lo siguieron y llegaron al pueblo. Los niños entraron en una casa. La gente se apiadó de ellos y una persona les dio pan. Fueron de casa en casa al ver que eso funcionaba: les daban pan. Los niños decidieron quedarse siempre juntos y se confeccionaron grandes costales. Iban a las casas, participaban en todas las fiestas, circuncisiones y bodas. Siguieron su camino, entraron en las ciudades. Iban de casa en casa, visitaban las ferias, se instalaban con los mendigos. Se sentaban en las bancas, con su escudilla en la mano. Todos los conocían y sabían que eran los niñitos que se habían perdido en el bosque. Un día hubo una gran fiesta en una gran ciudad. Todos los mendigos y los niños fueron allá. A los mendigos les nació la idea de casarlos. Discutieron el asunto y la idea les gustó mucho. Pero ¿cómo celebrar la boda? Se decidió que, puesto que un cierto día sería el cumpleaños del rey, todos los mendigos irían a la fiesta y pedirían pan trenzado y carne. Así tendrían con qué celebrar la boda.Y así se hizo: todos los mendigos fueron a la fiesta y pidieron carne y pan trenzado y tomaron todos los restos del banquete, carne y pan. Se fueron de allí y cavaron un gran hoyo en el que podían caber cien personas. Lo cubrieron con vigas, tierra y estiércol, y entraron. Instalaron un baldaquín nupcial y celebraron la boda de los niños. Hubo mucho regocijo. Los jóvenes desposados estaban también muy alegres y recor-
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daron las bondades que Dios les había hecho cuando estaban en el bosque. Echaron a llorar y a lamentarse: “¿Cómo encontrar al primer mendigo, el ciego, que nos dio pan en el bosque?”.
El primer día Mientras se lamentaban, el mendigo ciego los llamó:“Heme aquí. He venido a vuestra boda y os traigo un ‘regalo de palabra’:62 ojalá que fuerais tan viejos como yo. Ahora os traigo esto como regalo de boda: ¡ser tan viejos como yo! ¿Creéis tal vez que estoy ciego? Nada de eso. El tiempo es relativo. Un pestañear: la eternidad. La eternidad: un pestañear. Así pues, soy muy viejo y, sin embargo, soy joven y no he empezado a vivir aún. Y, sin embargo, soy muy viejo y no soy el único que lo dice, ya que cuento con la aprobación de la gran águila. Les contaré mi historia: Un día, unos hombres partieron por el mar con toda una flota. Se declaró una tempestad y despedazó todos los barcos. Los hombres se salvaron y llegaron a una torre. Subieron a la torre y encontraron todo tipo de alimentos y de bebidas, ropa, todo lo que les hacía falta. Todo estaba muy bien, todos los placeres del mundo estaban a su disposición. Los náufragos decidieron que cada quien contaría una historia antigua, la historia más antigua que recordara desde que había empezado a tener memoria. Entre ellos había viejos y jóvenes.
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En yiddish, droche geshenk: regalo que se da a los casados después del discurso que pronuncia el novio. En hebreo, matana ledracha: un regalo para el discurso, o un regalo sobre el cual hay que discurrir.
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Fue el más viejo de ellos quien tuvo el honor de hablar primero. Dijo: “¿Qué voy a poder contar? Recuerdo el día en que la manzana fue arrancada del árbol”. Nadie entendió lo que había dicho. Pero había entre ellos algunos sabios, que declararon: “Es realmente una historia muy antigua”. Y luego otro anciano, un poco más joven, tuvo a su vez el honor de hablar, y dijo: “¿Es una historia antigua? Yo recuerdo esa historia y recuerdo incluso el momento en que la luz quemaba”. Exclamaron que esa historia era mucho más antigua que la primera. Era por cierto muy sorprendente, ya que el segundo anciano era más joven que el primero, y sin embargo se acordaba de una historia más antigua. Luego tuvo el honor de hablar el tercer anciano. Era más joven que los dos primeros, y dijo: “Recuerdo el momento en que se dio la constitución del fruto, cuando empezó a ser fruto”. Exclamaron: “¡Ésa es realmente una historia muy antigua!”. Y luego el cuarto anciano, que era todavía más joven, se expresó así: “Recuerdo el momento en que trajeron la semilla para sembrar el fruto”. El quinto, que era mucho más joven, dijo:“Recuerdo incluso a los sabios que concibieron el fruto”. El sexto, que era más joven que el anterior, dijo: “Recuerdo incluso el sabor del fruto antes de que éste penetrara en él”. El séptimo dijo: “Recuerdo también la apariencia del fruto antes de que ésta se posara en él”.
El mendigo prosiguió su narración y encadenó con esto: Yo era todavía un niño y estaba ahí presente. Exclamé: “Recuerdo todas esas historias. Incluso no recuerdo nada”. Todos exclamaron: “¡He ahí una historia verdaderamente muy antigua, es la más antigua de todas!”. Estaban estupefactos
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de que el niño se acordara más que los demás hombres ahí presentes. Entonces llegó una gran águila. Llamó a la puerta de la torre y dijo: “Dejad de ser pobres, volved a vuestros tesoros, recordad!” Luego les dijo que salieran de la torre, debiendo salir primero el más viejo, y los llevó lejos de la torre. Antes había hecho salir al niño, que era en verdad el más viejo de todos. Había, pues, hecho salir al más joven en primer lugar. El anciano de más edad salió el último. En efecto, el más joven era el más viejo, puesto que había contado la historia más antigua. Y el viejo de más edad era el más joven de todos. La gran águila les dijo: “Les explicaré todas las historias. El que dijo recordar el momento en que la manzana fue arrancada del árbol quería decir que se acordaba del momento en que su cordón umbilical fue cortado. Recuerda lo que le hicieron al nacer. El que dijo recordar el momento en que la luz quemaba quería decir que se acordaba del momento en que estaba en el vientre de su madre y de la luz que ardía por encima de su cabeza, como lo enseña el Talmud: una luz arde encima de la cabeza del niño que está en el vientre de su madre. El que dijo recordar el fruto en formación quería decir que se acordaba del momento en que su cuerpo estaba en proceso de formación, cuando el niño empieza a ser creado. El que recuerda el momento en que fue traída la semilla para sembrar el fruto quiere decir que se acuerda del momento en que la gota estaba aún en el cerebro. El que recuerda el sabor se refiere a la primera parte del alma.63 El que se acuerda del olor se refiere a la segunda parte del alma.64 Y la apariencia es la tercera parte del alma.65 63
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Es por eso que declaró no acordarse de nada”.66 “Entonces la gran águila les dijo: ‘¡Regresen a sus navíos (es decir, a los cuerpos que se encontraban rotos e iban a regenerarse), regresen a ellos!”. Y los bendijo. Luego me dijo: “Tú, ven conmigo, pues eres como yo, eres muy viejo y muy joven. Aún no has empezado a vivir y, sin embargo, eres muy viejo. Y yo también soy así, ya que soy muy vieja, y soy muy joven”.
“Así pues tengo la aprobación de la gran águila para decir que soy muy viejo y soy muy joven. Ahora os doy esto como regalo de bodas: ¡ser tan viejos como yo!” Grandes fueron la dicha y la alegría y todos se regocijaron… ♥♣♠ Y entonces vino el segundo día, y el tercero… Cada día uno de los mendigos vino a contar una nueva historia, hasta el sexto día. Pero el séptimo día —es decir, cuando el narrador llegó a contar la historia del séptimo mendigo— se detuvo y dijo que no contaría el resto y que no se escucharía el final antes de que llegara el Mesías.
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Es decir, del ayin (que alude al Ein Sof: “Sin fin”). Recordaba pues el momento anterior a la Creación en que todo era parte integral de su unicidad.
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