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Nota del autor, 19 Introducción, 21 Haití, 2010, 21 Berlín, 2006, 25 Palmira, 1783, 31 De Babilonia a las Torres Gemelas, 33

primera parte. la desaparición de las primeras culturas de la humanidad Capítulo 1. En busca del eslabón perdido, 39 Capítulo 2. El misterioso arte prehistórico, 48 Las piedras del último ritual, 51

segunda parte. las ruinas de las civilizaciones Capítulo 1. El fin de las grandes civilizaciones, 57 Capítulo 2. Las primeras ciudades en ruinas, 69 Capítulo 3. Mesopotamia, 77 Capítulo 4. Asia Menor, 90 Capítulo 5. Grecia, 97

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Capítulo 6. Egipto, 108 Capítulo 7. Roma, 116 La extraña dimensión de Baalbek, 122

Capítulo 8. América, 129 Los anazasi, 131 Caral, la ciudad sagrada de los Andes, 133 Tiwanaku, 134

Capítulo 9. Medio Oriente, Asia y África, 137 Margush y Merv, 143 La gran Zimbabue, 152

tercera parte. de los jardines colgantes a las torres gemelas Capítulo 1. Las seis maravillas perdidas del mundo antiguo, 159 La polémica de la lista, 159 Los jardines colgantes de Babilonia, 162 El templo de Artemisa en Éfeso, 166 La estatua de Zeus en Olimpia, 170 El mausoleo, 171 El coloso de Rodas, 173 El faro de Alejandría, 174

Capítulo 2. De torres y laberintos, 176 La torre de Babel, 176 En busca del Arca de Noé, 181 El templo de Salomón, 183 La gran pirámide perdida de Egipto, 188 El laberinto de Egipto, 194 La Academia y el Liceo de Atenas, 200 El Templo Mayor de los aztecas, 202 Los Budas de Bamiyán, 214

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Capítulo 3. La Edad Media y el Renacimiento, 216 El gran palacio de Constantinopla, 216 La gran mezquita de Córdoba, 224 La fortaleza de los asesinos, 232

Capítulo 4. El mundo moderno, 234 El vandalismo de la guerra, 234 Guerra civil española , 235 La segunda guerra y los “guerreros del arte” , 240 El antiguo centro de Varsovia, 244 La catedral de Coventry, 247 El palacio real de Berlín, 250 El esplendor de Ruan, 257 Monte Cassino, 259 El Salón de Ámbar, 260 El pabellón de Les Halles, 265 Los Jardines del Perfecto Resplandor, 267 La mezquita de Babri, 270 Las Torres Gemelas, 271

cuarta parte. lenguas y escrituras extintas Capítulo 1. La madre de todas las lenguas, 277 Protonostrático, 283 Protoindouropeo, 284

Capítulo 2. Las lenguas de Mesopotamia, 286 Capítulo 3. Lenguas asiáticas perdidas, 288 Capítulo 4. Lenguas indígenas de América, 290

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Capítulo 5. Las primeras escrituras, 293 El sistema cuneiforme, 295 Jeroglíficos egipcios, 297 Avéstico, 298 El disco de Festo y el lineal a, 299 Las antiguas escrituras de España, 300 La escritura de Cartago y Numidia, 301 Los quipus de los incas, 302

quinta parte. las grandes obras desaparecidas del arte Capítulo 1. Pintores y escultores griegos, 307 Polignoto de Tasos (s. v a. C.), La destrucción de Troya, 308 Apeles de Colofón (m. ca. 308 a. C.), Venus nace en el mar, 308 Zeuxis de Heraclea (s. v a. C.), Niño con uvas, 309 Praxíteles (ca. 375-330 a. C.), Afrodita en Cnido, 309

Capítulo 2. El desastre del Renacimiento, 312 Justo de Gante (1410-1480), Siete artes liberales, 312 Pieter Aertsen (1508-1575), Adoración de los magos, 313 Diego Velázquez (1599-1660), Expulsión de los moriscos, 313 Kano Eitoku (1543-1590), Shohekiga de Azuchi, 313 Peter Paul Rubens (1577-1640), Retrato ecuestre de Felipe IV, 314 Caravaggio (1571-1610), San Mateo y el Ángel, 314

Capítulo 3. Entre más vendidos, más destruidos, 316 Vincent van Gogh (1853-1890), Vaso con cinco girasoles, 316 Pablo Picasso (1881-1973), El pintor, 316 Gustav Klimt (1862-1918), Filosofía, Jurisprudencia y Medicina, 317 Diego Rivera (1886-1957), Hombre en la encrucijada, 317

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sexta parte. los monumentos malditos de la historia Capítulo 1. Los símbolos del autoritarismo, 321 Capítulo 2. La Bastilla y la Revolución francesa, 324 Capítulo 3. El muro de Berlín, 326

Notas, 331 Fuentes, 345 Índice de nombres, 361

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Capítulo 1

en busca del eslabón perdido La desaparición de 99% de las especies — Cinco grandes extinciones — No hay vestigios de las raíces culturales — Los orígenes africanos perdidos — De Tumai a la pequeña Lucy — Olduvai: la cultura que duró un millón de años — El Homo habilis, el Homo erectus — La cultura achelense — El Homo ergaster — La encrucijada de Atapuerca — El Neandertal y la revolución cultural — La catástrofe del pequeño y extraño Homo floresiensis

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a primera vez que vi un fósil de dinosaurio fue una tarde lluviosa de domingo en San Félix, mi pueblo natal. Yo tenía cuatro o cinco años y vivía en una pobreza digna que me había regalado como único refugio la libertad absoluta del azar. Mi aldea era un caserío inmolado y fugaz en las amplias márgenes derechas del remoto río Orinoco que, desde el siglo xvi, sirvió como puerto para la llegada y salida de los pesados barcos que sacaron con codicia el mítico oro de El Dorado en la Guayana de Venezuela, tan elogiado por el culto pirata Walter Raleigh, y luego fue el eje tenaz de balandras, goletas y vapores que extrajeron con seguridad el hierro y las piedras preciosas, así como el cuero curtido de tigres feroces, las conchas de tortugas que pa­ recían pequeños islotes, gigantescas anacondas y fósiles prehistóricos que recordaban la novela El soberbio Orinoco del inolvidable Julio Verne. De ese tiempo sin tiempo, quiero recordar ahora el día asombroso en que vino un pro­ fesor alemán de apellido Redelzinger, que terminó huyendo dos semanas más tarde con la hija del jefe civil, y trajo una enorme colección de huesos y piedras que marcarían para siempre mi vida. En ese español ronco y bárbaro que hablaba nos describió la vida en la tierra hace dos­ cientos millones de años como si la hubiera visto y nos presentó los restos de lo que fue el más grande de todos los cocodrilos de la tierra, con su cráneo y sus dientes, nos mostró láminas con dibujos de gliptodontes y monstruos marinos, pero lo que más sorprendió fue el momento final cuando nos advirtió que todos los dinosaurios se extinguieron inexplicablemente debido a la caída de un meteorito. “Las catástrofes inesperadas han acabado con millones de especies”, concluyó el hombre y repitió esta frase varias veces mientras mirábamos con estupor y a media luz sus imágenes de

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esqueletos de reptiles, peces y aves extintas. Era imposible, por tanto, no sentir miedo ante la re­ sonancia de sus palabras, y reconozco que cada vez que he visitado lugares como el Jardín de las Plantas de París o el Museo de Historia Natural de Viena suelo caminar rápido cuando revivo el recuerdo de aquel explorador misterioso y escéptico. Ciertamente, hoy los biólogos estiman que existen actualmente 1.5 millones de especies descubiertas y que esto representa apenas el 1% que logró salvarse de la extinción total desde los comienzos de la vida en el planeta hace 4,400 millones de años aproximadamente.1 Esto quiere decir que 99.9% de los seres vivos ha desaparecido2 de forma natural o por calamidades, la mayo­ ría sin dejar rastro de su intensa presencia.3 Según el paleontólogo David Raup no hay garantías de nada en un mundo donde una especie sobrevive mientras mil desaparecen constantemente. Cinco grandes extinciones han contribuido a aniquilar todo lo que vive: la primera vez fue en el periodo Cámbrico hace 488 millones de años, y la última vez ocurrió en el Cretácico y acabó con formas de vida tan resistentes como los dinosaurios hace 65 millones de años. Por el contrario, es muy probable que baste un siglo para el exterminio de la mitad de lo que cono­ cemos y el final se acelere década tras década. Al menos doce especies del género humano (denominado Homo en la nomenclatura creada por el sueco Carl von Linneo en el siglo xviii), surgidas todas en el fecundo sureste de África, han perecido cruelmente al igual que sus ancestros primates.4 A veces lo que puede verse

Fósil de trilobite. © Colección de Fernando Báez, 2008.

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como huella en los museos y centros de investigación es una mandíbula, un fragmento óseo de la mano o del pie o carcomidos dientes dispersos. Son miles de fragmentos que forman el rompecabezas más heterogéneo de todos los que se conocen en el mundo.5 La extravagancia más grande que haya podido imaginarse es que el origen del primer hombre no supuso necesariamente el origen de la cultura como fenómeno,6 y son tan eviden­ tes los rasgos precarios de los hallazgos que probablemente hayamos perdido, sin remedio, las pruebas de nuestras raíces culturales: “El origen de la vida y los primeros pasos de la evolución tuvieron lugar en un inmenso periodo, del cual conservamos escasos registros. Lo máximo que se puede hacer es especular sobre lo que pudo haber sucedido”.7 Según el modelo estándar de la teoría de evolución, basada en las ideas de Charles Darwin, el árbol de la descendencia humana incluiría numerosas ramas faltantes todavía y un eslabón inicial que pondría en evidencia el vínculo entre primates y hombres. Hace aproxima­ damente 6.6 millones de años habría vivido la especie que dio el paso sin reserva hacia lo hu­ mano en la fase de transición y es una paradoja que no sólo no haya sido encontrado en el siglo xxi sino que haya sido designado como “el eslabón perdido”, término usado por Charles Lyell en la tercera edición de sus Elements of Geology de 1851. Generaciones enteras de hombres de ciencia y aventureros lo han buscado en África, en Europa y Asia, decenas de periodistas lo han anunciado en vano desde el siglo xix, pero sin resultados verdaderos.8 El pensador Ernst Haeckel creía que el eslabón debía llamarse Pithecanthropus alalus, es decir, hombre-mono sin habla, y su discurso convenció al tímido Marie Eugène François Tho­ mas Dubois, médico del ejército holandés, quien realizó excavaciones en la isla de Java y final­ mente creyó encontrar las muelas, fémur y bóveda craneana en 1891.9 Al principio, estaba feliz por su descubrimiento, pero el llamado “Hombre de Java” no resultó ser tampoco el misterioso y elusivo eslabón perdido. Otra vez volvió a aparecer el tema en 2009, por el anuncio precipita­ do de Ida, una hembra de los lémures prehistóricos con 47 millones de años que tenía garras y dedos pulgares. Tumai, una palabra que significa “esperanza de vida” en una lengua africana, fue el nom­ bre del fósil de Sahelanthropus tchadensis que encontró hacia 2001 el equipo de Michel Bru­ net en Chad. Los expertos le atribuyeron, no sin las vacilaciones que produce el estudio de un cráneo deformado, entre seis y siete millones de años, y han discutido sobre su importancia en nuestro pasado evolutivo, su relación con los chimpancés y su comportamiento, aunque es poco lo que realmente se conoce de esta especie desaparecida.10 Casi nada se sabe de los Orrorin tugenensis, un posible bípedo con seis millones de años, nativo de Kenia y reducido a un grupo indescifrable de huesos.11 Con 4.4 millones de años de antigüedad, los Ardipithecus ramidus se encuentran entre los remotos fósiles que forman parte

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de los homínidos desaparecidos. En 2009 fue hallado en Etiopía el esqueleto casi completo de un ejemplar femenino que recibió el nombre de Ardi, con rasgos ardipithecus que hacen creer que podía caminar sobre sus dos pies o ir por las ramas, además de que, probablemente, inter­ cambiaba sexo por comida. Vencidos por circunstancias que nos son ajenas, o no lo son sino parecen, desaparecieron asimismo los Australopithecus (una extensa familia de hace cuatro millones de años integrada por las especies anamensis, afarensis, garhi, africanus y bahrelghazali). Irónicamente, esta especie de “monos del sur”, como los denominó el anatomista Raymond Dart en 1924, fue la que con­ venció a muchos de que África era la cuna de la humanidad,12 un hecho que el racismo y el fanatismo religioso impedían reconocer abiertamente.13 El día que Donald Johansson anunció el hallazgo de Lucy, la Australopithecus afarensis que rindió homenaje a la canción “Lucy in the Sky with Diamonds” de los Beatles, reveló al mundo que los huesos de esta mujer de unos 3.2 millones de antigüedad constituían el testimonio de toda una versión de avance indetenible de los que serían los humanos modernos. El Australopithecus garhi,14 hacia los 2.5 millones de años, usaba herramientas de piedra, y esto lo sabemos porque se encontraron huesos cortados en el lado oeste de Awash.15 Sin escepticismo, algunos autores señalan que seguramente decenas de otros fósiles en­ terrados bajo las arenas y las rocas quedarán ya desde siempre marginados al más rancio olvido junto con sus formidables expresiones y pasiones de vida. Uno de los lugares más interesantes en esta historia es la garganta de Olduvai, en el ex­ tremo sur de Tanzania, donde el entomólogo Kattwinkel, buscando mariposas, tropezó con un remoto sitio donde halló fósiles que envió a Berlín con extrema urgencia. La expedición que quiso comprobar el hallazgo llegó a Olduvai en 1913 dirigida por Hans Reck, quien casi se pier­ de desorientado por los espejismos de la llanura, y un año más tarde se anunciaba la aparición del Hombre de Olduvai. En esa garganta de tierra cálida y con pocas fuentes de agua se encontró el primer miem­ bro admitido como fundador del género: el Homo habilis. Descubierto en la década de los se­ senta del siglo xx por la célebre pareja de paleontólogos Louis y Mary Leakey en Olduvai, se cree que vivió entre los 2.5 y los 1.4 millones de años, medía casi un metro de altura, caminaba erguido y tenía la habilidad (de ahí su denominación) de fabricar adminículos. El hombre, por supuesto, no ha sido el único animal que construye útiles; los chimpancés también utilizan piedras para cascar nueces y ramas para proveerse de hormigas; algunas aves arrojan piedras; los pinzones de las islas Galápagos usan espinas de cacto para hurgar en las hendiduras de los árboles. Lo que ha distinguido al hombre ha sido su capacidad de improvisar, producir en serie y crear incluso herramientas para hacer herramientas.16

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Garganta de Olduvai. © Colección de Fernando Báez, 2011.

Al menos 70% de las culturas prehistóricas no ha llegado hasta nosotros.17 Sobre la im­ portancia de esta pérdida, baste decir que es una tragedia porque nos impide comprender un periodo demasiado extenso del ser humano.18 Richard Lewontin ha comentado que “a pesar de la existencia de una teoría matemática extensa y altamente desarrollada acerca del proceso evolutivo en general, a pesar de la abundancia de conocimientos sobre los primates fósiles y vi­ vientes, a pesar del conocimiento íntimo que poseemos de la fisiología, morfología, psicología y organización social de nuestra propia especie, no sabemos esencialmente nada de la evolu­ ción de nuestras capacidades cognitivas, y hay una posibilidad grande de que nunca sepamos mucho sobre ello”.19 A saber, las primeras muestras de herramientas recopiladas datan de 2.5 millones de años y fueron creadas en el este de África por el Homo habilis. Bajo la presión de un inesperado cam­ bio climático que modificó las selvas y lagos de su entorno y aceleró la existencia de desiertos in­ hóspitos, los primeros hombres utilizaron huesos y piedras como herramientas de superviven­ cia y, poco después, pasaron a elaborarlas por medio de técnicas de complejidad creciente, hoy denominadas olduvayenses. Solían golpear una piedra contra otra y causaban el surgimiento de una lasca delgada que les permitía cortar la piel de animales con facilidad, romper o triturar.

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Fabricaban los famosos choppers o hachas de mano, raspadores, protobifaces, buriles, esferoides y otras piezas que sólo subsistieron por sus materiales resistentes, pero miles de otros objetos más perecederos no llegaron hasta nosotros elaborados a base de hojas y maderas. En el asentamiento flk nni de Olduvai también se encontró un conjunto de piedras ali­ neadas que muestran, no se sabe si con alegría o tristeza, una de las primeras aldeas humanas, que pudo existir hace 1.8 millones de años. Es imposible siquiera imaginar qué provocó la desa­ parición del sitio.20 Con todas las reservas, se cree que esta cultura paleolítica se extendió a lo largo de 1 a 1.2 millones de años, lo que es un periodo asombroso para cualquier experiencia simbólica, y tras el encuentro de vestigios en Gona, Omo, Hadar, Lokalalei o incluso Senge, ha comenzado a pensarse que además del Homo habilis otras especies como el Homo erectus hicieron uso ini­ cialmente de estos inventos. El preolduvayense tuvo una fase de experimentación en la que se destrozaban piedras con el propósito de contar con residuos filosos.21 El Homo erectus, surgido hace 1.8 millones de años, fue la primera especie humana en salir de África con rumbo al Medio Oriente, y se expandió por Ubeidiya en Israel, por Java y por Asia hasta las tierras de China. Por una mera ironía, los fósiles encontrados en el yacimiento chino de Zoukudian fueron trasladados por soldados escépticos con rumbo ignorado durante la segunda guerra mundial y se esfumaron. El Homo erectus ya caminaba totalmente erguido,22 por eso su apelativo de erecto; era as­ tuto, dotado de un mayor cerebro que todos sus predecesores (con un promedio de 1,000 cm3) y acaso pudo subsistir hasta llegar a los trescientos mil años debido a que dominó el fuego, sustituyó la carroña enteramente por la caza y mejoró la tecnología de las herramientas con una técnica que sería conocida como achelense, tras su descubrimiento en Saint-Acheul (Francia). La extinta cultura achelense fue, en cierto modo, la primera cultura mundial dada su ex­ tensión geográfica con registros que finalizan hace ciento cincuenta mil años en África; hay indi­ cios de que especies como el Homo sapiens la usaron como punto de partida en su aprendizaje. Transmitida de forma visual de grupo a grupo, tanto que 40% de origen africano demuestra una completa continuidad, se caracterizó porque las herramientas facilitaron la vida del nomadismo, sirviendo como núcleo de compactación social y distribución de actividades y jerarquías.23 Quien fabricaba la herramienta requería tiempo y materiales que, como sucedió en Olor­ gesailie (Kenia), eran transportados por más de 40 km. Predominó la simetría en las piedras trabajadas, las cuales eran desbastadas con paciencia por ambos lados para crear el filo cortante usado en hachas. Contra las predicciones de avances rápidos, la achelense24 fue imponiéndose progresivamente en la experiencia desde una perspectiva bastante conservadora de grupos que no superaban los ochenta y dos miembros.25

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Limpieza de artefactos de la tecnología achelense. © Colección de Fernando Báez, 2004.

La evolución del hombre fue un reto biológico de adaptación y un desafío contra las con­ diciones más adversas.26 La extinción del Homo ergaster, por ejemplo, ocurrió hace un millón de años, y no bastó su mejor condición física, su cerebro con unidades más especializadas, su uso de un lenguaje primitivo su versatilidad instrumental ni su migración al Medio Oriente. No hay recetas para la supervivencia definitiva. Un espécimen extinto que ha provocado un debate interesante es el del Homo antecessor, localizado, por casualidad, en la sierra de Atapuerca, a 15 km de la ciudad de Burgos, en el nor­ te de España. Cada uno de los lugares excavados en esta región (Trinchera Calería, Trinchera Dolina y Sima de los Huesos) ha proporcionado valiosa información sobre los primeros habi­ tantes de Europa hace ochocientos mil años, con elementos culturales que hoy constituyen un acertijo confuso donde sobresale el uso de la madera y la piedra para confeccionar herramien­ tas complejas. Lo que haya sido lo que acabó con él fue tan inclemente como lo que causó el derrumbe del Neandertal (Homo neanderthalensis, hallado en 1856 en la cueva Feldofer, en el valle de Neander), una poderosa especie que llegó a contar con un cerebro de tamaño entre 1,200 y 1,750 cm3. La cultura musteriense (nombre propuesto por Gabriel de Mortillet tras sus hallazgos en Le Moustier, Francia) ha sido relacionada con los Neandertales y no obvió los rituales prolon­ gados del canibalismo funerario, el adorno simbólico ni la elaboración de lascas con la técnica

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de Levallois que mejoraría las armas de caza al obtener puntas triangulares y dotar de mango cada instrumento. Para fabricar una herramienta de corte Levallois se requería una destreza inigualable debido a que el tallado de la lasca implicaba sobre todo precisión y distancia en el golpe para conseguir la punta adecuada, y esto hubiera sido imposible sin la posesión de conocimientos y habilidades sorprendentemente intuitivas para resolver dudas sobre los mecanismos de este complejo arte no sólo de notable utilidad sino belleza. Se producían discoides unifaciales, uni­ direccionales o centrípetos, bifaciales, etcétera.27 La musteriense fue una cultura que ocupó lugares tan distantes como el mencionado Le Moustier, La Ferrassie o Pech de L’A zé (en Francia), pasando por Hohle Fels (Alemania), Saccopastore (Italia), Karain (Turquía), Teshik-Tash (Uzbekistán), Shanidar (Iraq), Qafzeh (Is­ rael) y Mugaret el Aliya (en el norte de África). Numerosos asentamientos arqueológicos han sido saqueados y se han perdido muestras que hubieran podido ampliar las descripciones de lo que fue esta cultura. Para dar una idea de lo compleja que puede ser una interpretación sobre el asunto valdría la pena considerar que hoy se cuenta con ciento veinte objetos definidos como flautas recu­ peradas en Europa. El hueso de Eslovenia, marcado con el número 652,28 no sería al parecer un instrumento musical musteriense debido a que sus agujeros habrían sido causados por una actividad carnívora como la de un oso.29 Sin que pueda considerarse terminada la investigación sobre los Neandertales, ni ninguna otra sobre estos temas, se piensa que dispusieron de un lenguaje rudimentario tras un estudio de los cráneos recuperados y se les atribuyó un pensamiento con limitados niveles de abstracción.30 No es mucho lo que puede conocerse, porque sólo lo elaborado en piedra subsistió: no es posi­ ble ni siquiera tener una idea de los materiales vegetales que perdimos. Con el lento declive de su escasa población de siete mil miembros dispersos, toda una cultura se hizo añicos hace 29,000 años arrinconada en una gruta aislada en Gibraltar, donde se alimentaban con frugalidad.31 La etapa chatelperroniense, también con nombre derivado del sitio francés de Châtelpe­ rron, fue la última de los Neandertales,32 pero sin duda debe añadirse que fue su momento de mayor réplica e imitación a las creaciones de sus adversarios Homo sapiens.33 El chatelperronien­ se fue una creación paleoeuropea que ha producido ciento veinticinco yacimientos repartidos entre Francia y España y una datación de radiocarbono que oscila entre los 35,000 y los 32,000 años, con adornos de hueso y dientes que sufrieron dispersión y destrucción por las condicio­ nes químicas de sus lugares de origen. En 2003, un equipo de australianos de la Universidad de Nueva Inglaterra, en Australia, encontró los restos de una nueva especie en la isla de Flores, en Indonesia, y desde entonces el

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llamado Homo floresiensis ha sido discutido porque el ejemplar femenino estudiado demostró que poseía rasgos pigmeos y tenía un cerebro de apenas 417 cm3 que, sin embargo, era tan avan­ zado como el del Homo erectus y le permitía dominar herramientas. Lo sorprendente de este caso es que el Homo floresiensis desapareció hace 12,000 años y en su territorio fueron desenterradas herramientas de hace 840,000 años creadas por otro grupo.34 ¿Qué clase de cultura se perdió allí? ¿Quiénes hicieron esos extraños instrumentos? Resulta difícil decirlo porque en 2005 ocurrió una de esas mezquindades tan habituales en las relaciones entre científicos y se perdieron y deterioraron partes que son hoy irrecuperables. Entretanto, nuestra especie, el Homo sapiens, ha sobrevivido de modo inesperado. Según un equipo de científicos de la Universidad de Berkeley, todos los humanos modernos descen­ derían de una mujer que vivió hace 150,000 o 200,000 años en el este de África: se trata de la polémica Eva mitocondrial.35 Al parecer, las mitocondrias se heredan sólo de la madre y siguiendo una cadena biológi­ ca los expertos habrían llegado a la conclusión de que la humanidad actual es el resultado de la mutación de una estructura molecular conocida como nucleótido que se impuso y persistió de generación a generación como un rasgo constante. Al igual que otras especies como el Homo erectus, el Homo sapiens salió de África,36 bien por razones climáticas (calentamiento extremo) o alimenticias (extinción de presas) o por am­ bas, hace unos cien mil años, se estableció en Australia hace sesenta mil años, en Europa hace cuarenta mil años y pobló el mundo37 a partir de entonces, no sin causar el exterminio de sus rivales Neandertales, otra especie que compartiría 99.5% de sus genes (incluso el gen fox2p relacionado con la capacidad del lenguaje).

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Capítulo 2

el misterioso arte prehistórico El rompecabezas de África hace ciento cincuenta mil años — Abstracción y naturalismo — Vestigios de un mundo perdido — El hombre es un animal de símbolos — Rasgos culturales universales — El Perigordiense — El Auriñaciense — El milagro de las cuevas de Lascaux — El arte de Altamira — Las sorpresas de Chauvet y Rouffignac — Los registros prehistóricos destruidos — Las piedras del último ritual

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maginemos —ha escrito Jean Chalin— que nos lanzamos en una operación para recom­ poner un puzzle de más de un millón de piezas de las que tan sólo poseemos entre 150 y 200, y que ignoramos los detalles del dibujo final para el cual sólo disponemos de algunos puntos de referencia en la parte alta del puzzle, es decir, de los datos actuales […]. Ése es el objetivo.”1 Ciertamente, la condición dispersa, escasa, confusa, deteriorada y fragmentaria de los fósiles y objetos recuperados que forman la prehistoria, aunque ha permitido avances asom­ brosos e indetenibles desde el siglo xx para mejorar nuestros conocimientos sobre la evolución humana, es decepcionante porque las pérdidas fueron excesivas. Han sido millones de años hechos polvo.2 La cifra existente de veinticinco mil objetos exhumados en excavaciones del Paleolítico no logra aproximarse a los más de dos millones de objetos estimados que han sido saqueados. Hoy se cree, de modo conjetural por supuesto, que sin la tecnología y la cultura hubiera sido imposible esta victoria sobre la fuerza y la experiencia. En la cueva del Reno en Arcy-surCure, hay algunas evidencias de que hace treinta y tres mil años los Neandertales intentaron copiar las herramientas y adornos de sus vecinos. Merlin Donald ha escrito que las fases evolutivas del arte están relacionadas con los mo­ dos de representar las experiencias. De ahí que sistematizara su idea en un primer periodo mi­ mético hace dos millones de años, un segundo periodo mítico hace ciento cincuenta mil años y un tercer periodo teorético desde hace dos mil años.3 Denis Dutton, en un ensayo fascinante, ha señalado siete rasgos estéticos generales que pueden identificarse en nuestra especie: habili­ dad técnica, representación por placer, estilo, facultad crítica, imitación de la realidad, enfoque

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dramático e imaginación reconstructiva.4 Todas las culturas conocidas del mundo, según este pensador, han contado con alguna forma de arte. El Homo sapiens, cuando se instaló en Europa, ya concebía la creación de imágenes,5 dis­ ponía de una estructura social cohesionada, era innovador, poseía un lenguaje y su tecnología se caracterizó por la talla del sílex, la piedra,6 el marfil y el hueso. A diferencia de sus predeceso­ res, conservadores hasta el extremo de no modificar sus técnicas, se adaptó a sus regiones y sus intervenciones culturales en el Paleolítico Superior provocaron el asombro de quienes las redescubrieron en los siglos xix, xx y todavía en el xxi después del olvido y ruina en que se en­ contraban por miles de años. Se sospecha que casi todo el arte elaborado al aire libre se perdió porque las pinturas empleadas no resistieron los efectos devastadores de la naturaleza, lo que significa que un sector de gran importancia quedó como si nunca hubiera existido.7 De las fases culturales del Homo sapiens, características del Paleolítico Superior, hay que mencionar la perigordiense (desde hace 34,600 hasta 23,000 años), con la región de Périgord, en Francia, como centro geográfico y una expansión progresiva hasta España. Entre otros, el clima frío y los contactos frecuentes estimularon un complejo proceso de comunicación visual y representaciones simbólicas como enterramientos, adornos e imágenes rupestres.8 Dentro de esta misma etapa, la famosa punta de lanza de Gravette sirvió para clasificar el gravetiense, de factura naturalista generalizada en la presencia de abultadas estatuillas femeni­ nas, en homenaje a la fertilidad, en distintos y remotos espacios que van desde Alemania a Rusia como la Venus de Willendorf, desenterrada en los bordes del Danubio, con treinta mil años. No se sabe de los trabajos en madera porque desaparecieron,9 pero en el uso de arcilla, el grado de maestría se ha revelado en yacimientos como en Dolní Vestonice, en la República Checa, donde se encontraron, entre otras cosas, una Venus de hace veintinueve mil años, con los pies mutilados, un taller atiborrado de miles de fragmentos, pedazos de flautas y bolas de arcilla que no fueron culminadas.10 En la misma zona muchos de los asentamientos fueron expoliados por habitantes de los pueblos cercanos que aniquilaron cientos de muestras. En Laussel se halló la Venus del Cuerno, de 42 cm; la Mujer de la Cabeza Cuadrada, en peor estado de conservación, y otra figura que se perdió llamada Venus de Berlín. El auriñaciense (hace 35,000 a 20,000 años)11 también fue naturalista y puede ser detalla­ do en ejemplos como la escultura de Stadel, recuperada con graves deterioros y restaurada por expertos que creen ver en su rostro la imagen de una leona. En Geissenklösterle se descubrieron estatuas de animales como un mamut o la de un oso en pedazos. En la zona franco-cantábrica, correspondiente al sur de Francia, el País Vasco, Asturias y Cantabria, existe un catálogo muy pobre, mínimo, con el arte mueble para estas fechas; no se conocen las causas de esta falta.

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En la cueva de Hohle Fels (Alemania), los excavadores hallaron, en 2008, una flauta de hace treinta y cinco mil años que podría ser el instrumento musical más antiguo de la humanidad, pero los investigadores advirtieron que su estado era deplorable: doce segmentos de hueso y micropartículas. El gran momento del Homo sapiens, que ha sido punto de partida de casi todas las his­ torias del arte, fue considerado un fraude durante muchos años en Europa en consideración al realismo de las pinturas y signos en las cuevas que se extienden por toda Europa. No pocos vacilaron cuando se presentaron en 1994 los hallazgos de Chauvet, que tiene al menos cuatro­ cientas representaciones de animales como bisontes, osos y rinocerontes de hace treinta mil años. Al parecer, esta cueva estuvo deshabitada y tapiada hasta su reaparición. En 1940, cuando se supo de la cueva de Lascaux, llamada Capilla Sixtina de la prehistoria, hubo el temor de que se tratara de una falsificación; era difícil aceptar semejante perfección en tiempos tan remotos como los de hace diecisiete mil años.12 A Marcelino de Sautuola, en 1879, lo tacharon de loco y embustero por anunciar el ha­ llazgo de las pinturas de Altamira hasta que los franceses confirmaron que tenía razón. Hay in­ finidad de casos idénticos; hubiera sido imposible predecir que los inicios del arte en los ciclos solutrense (hace 21,000 a 7,000) y magdaleniense (hace 16,500 a 10,500) iban a ser negados de esta manera porque el dogma de la Iglesia católica se había despedazado. El arzobispo irlan­ dés James Ussher había escrito, con noble precisión y elegancia, que el universo había comen­ zado el 23 de octubre de 4004 a. C., de acuerdo con la versión bíblica, pero ni los paleontólogos ni los arqueólogos lo ayudaron a darle fundamento a su cálculo equivocado. El solutrense fue un paradigma cultural europeo en España y Francia: en lo tecnológico incluso es probable que se haya aplicado calor a las puntas de proyectiles de piedra para ha­ cerlas más precisas, y la llamada industria ósea (con pocos ejemplares conocidos) adquirió tal minuciosidad que se adornaban las azagayas y los bastones. En el caso del magdaleniense, se expandió por Francia, Suiza, Alemania y Polonia; además de buriles “pico de loro” y arpones mortales, este periodo fue el inicio del realismo y de la composición de santuarios con escenas complejas en la historia del arte, la mayoría dañadas en la época actual. La producción artística rupestre convirtió espacios naturales como las cuevas donde se sacó provecho de la profundidad, la forma de los techos y la penumbra para presentar figuras compuestas o simples antropomorfas, animales, ideomorfas e incluso improntas de manos en positivo o negativo como las que se encuentran en Maltravieso (en la región de Cáceres). Los artistas, en su éxtasis creativo, se valían de sus manos o espátulas especiales, usaban colores rojos y negros obtenidos de óxido o carbón, confeccionaban con técnicas de trazado y bajo una perspectiva variable que simulaba el movimiento.13 A su manera, cada cueva era única

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y resultaba una enciclopedia visual de las nociones de su tiempo. Se ha sugerido, por una parte, que eran registros de conocimiento; por otra parte, se ha apelado a la religiosidad y a la magia como explicación o justificación, a una suerte de convocatoria del animal representado en tiem­ pos de escasez. La hipótesis del chamanismo estético, procedente de la etnografía, sin embargo, no cuenta con un respaldo unánime. En Chauvet se pueden ver hasta sesenta y tres animales; en Lascaux hay mil quinientos; en Rouffignac se han contado ciento cincuenta y tres mamutes, lo que otorga al lugar una con­ dición excepcional. En ocasiones, una misma cueva sirvió a hombres y mujeres que dejaron sus obras superpuestas como pasó en el Abrigo de La Viña, que fue intervenida por varios ocupan­ tes de distintas culturas y tiempos. Era común que el nuevo grupo ocupante borrara los signos que no le pertenecían como un mensaje de posesión del sitio.14 En la actualidad se conocen ciento cincuenta cavernas con arte rupestre paleolítico en Francia, ciento diez en España, veinticinco en Italia, dos en Rusia, una en Bosnia, con siete ex­ cepciones de obras al aire libre en los Pirineos, y la mayor parte de estos lugares declarados patrimonios culturales de interés general están en peligro. A casi ningún turista se le ocurre que cuando viaja a Santander, en España, y observa la cueva de Altamira está ante una obra que desaparece lentamente: oleadas incontenibles de turistas entre 1960 y 1978 alteraron las con­ diciones ambientales y las pinturas sufrieron graves daños. El miedo a perder el ingreso por turismo fue una de las causas de que las autoridades locales no cerraran al público mucho antes. La contaminación y el calentamiento global constituyen otros factores de destrucción de insólita velocidad. En la cueva de los Casares, en el Parque Natural del Alto Tajo, se construyó una torre encima de la caverna y su interior fue vandalizado, situación que se repite en decenas de lugares. En febrero de 2009, un hongo amenazaba todo el conjunto de Lascaux.

LAS PIEDRAS DEL ÚLTIMO RITUAL

De las múltiples teorías sobre el origen y función de Stonehenge, el célebre monumento cir­ cular neolítico de la llanura de Salisbury que ha salvado por décadas la economía de Wiltshire (condado de Inglaterra), no hay un acuerdo entre expertos y resulta imposible confirmar algu­ na hipótesis, sobre todo porque las piedras, con seis mil años de antigüedad, hoy restauradas, formaban parte de un gigantesco complejo que no se preservó. Al parecer, lo que inicialmente fue un lugar de enterramiento pasó a ser un centro ceremonial o ritual en el que sus rocas fue­ ron transportadas desde lugares tan lejanos como Marlborough Downs, a 50 km del sitio. Según Alexander Thom, autor de Megalithic Sites in Britain (1967), la alineación de las piedras

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de Stonehenge correspondía a una acertada observación de los astros; se ha comentado que en el solsticio de verano los rayos del sol atraviesan un sector central como si se tratara de un hecho premeditado y no casual. Lo que sabemos: no hubo un solo Stonehenge sino tres construidos superpuestos desde 3100 a. C. El cronista de Historia Regum Britanniae sospechaba que Merlín consiguió que un grupo de gigantes armara tan inquietante monumento dedicado a la magia y la curación, lo que fortaleció una verdadera leyenda nacional. Entre los resultados del Proyecto Riverside, que ha trabajado en 2007 y 2008 con un equipo de Bristol, Sheffield, Manchester, Preston, Bour­ nemouth y Birmingham, hay que destacar la aparición de un terreno donde pueden verse las bases de lo que fueron mil casas en los alrededores, y la colección de hallazgos ha incluido he­ rramientas, joyería y huesos de cerdo en grandes cantidades. Asimismo, en Durrington Walls, el arqueólogo Mike Parker Pearson ha descubierto que existió una réplica en madera de la obra, hoy recreada con el nombre de Woodhenge. Lo que perdimos: de treinta piedras de 50 toneladas quedan sólo diecisiete en pie, con reconstrucciones no siempre acertadas que han contribuido a modificar la obra, falta la avenida principal, las maderas originales del círculo, las de Durrington Walls, y los cientos de objetos fragmentarios recopilados demuestran que tal vez sea necesario insistir con nuevos métodos de extracción.

Ruinas megalíticas de Stonehenge, situadas en Amesbury, condado de Wiltshire, Reino Unido. © Colección de Fernando Báez, 2006.

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A saber, Stonehenge fue un megalito,15 esto es, un monumento de piedra característico del Neolítico (y en parte del Calcolítico), clasificado con el nombre de crómlech. En la anti­ güedad, los famosos menhires (combinación de dos palabras bretonas que significan “piedra larga”) consistían en un ortostato y si adoptaban una disposición circular o semicircular, pasa­ ban a ser considerado un crómlech. También existía el dolmen (“mesa de piedra”), cuyo rasgo más notable era una laja colocada horizontalmente sobre rocas en pie,16 que tuvo el nombre de Hünengrab (“tumba de gigante”) hasta fines del siglo xix. Se cree que estas grandes piedras eran centros energéticos, lo que es posible dado que todavía numerosas personas piensan que determinadas piedras alejan lo que consideran malas influencias o atraen la suerte. Su existencia pudo deberse, en todo caso, a que era un tipo de frontera territorial de un grupo y a la vez como homenaje a los antepasados y a una tradición como en túmulo de Poulnabrone, en Irlanda, o Marco Brando, en Portugal. En las costas europeas hay un cinturón donde se encuentran pródigos vestigios de mega­ litos en España, Portugal, Francia, Holanda, Alemania,17 Suecia, Dinamarca e Inglaterra, crea­ dos de forma autónoma. El más antiguo podría ser el de Carrowmore, fechado en 4700 a. C. En Locmariaquer está el menhir en pedazos, que pudo ser el más alto del mundo para 4300 a. C. con sus 20 m y sus 280 toneladas, reducidos hoy a cuatro fragmentos que permitieron conocer cómo fue pulido con percutores de cuarzo. La cultura llamada trbk (Trichterrandbecherkul­ tur), en la fase tardía del Neolítico, elaboraba un tipo de cerámica con el cuello en forma de embudo, y es un hecho que en Europa asumió los megalitos como expresión arquitectónica de poder. Según Glyn Edmund Daniel, existirían cien mil construcciones megalíticas en Europa; se registran cuatro mil quinientas en el norte alemán. En muchos sentidos venidos a menos, donde su arte decorativo se ha perdido en su mayoría como sucedió en Carnac o el dolmen de Dombate en La Coruña, con figuras geométricas de pintura roja sobre fondo blanco. Muchos de los interiores sepulcrales resaltaban por sus figuras serpentiformes y esteliformes, en las que se ponían en práctica técnicas de pintura destinadas a provocar el asombro de los espectadores. En ocasiones, como en Gravrinis, los materiales procedían de la reutilización de las rocas y el desarme de otro monumento.18 De un total de 254 tumbas megalíticas descritas en la isla de Rügen para el siglo xix, desa­parecieron 200 tumbas saqueadas o destruidas. En Mecklemburgo, de 1,143 tumbas me­ galíticas sólo se preservaron 443.19 Tras una rigurosa investigación, Barbara Fritsch y Johannes Müller descubrieron que en Altmark 75% de los monumentos no sobrevivió.20 Toda una ca­ tástrofe. En las pequeñas islas danesas de Bogø y Møn, se estima que se perdieron más de tres­ cientas tumbas megalíticas por vandalismo. En Herm, la actividad de canteros aniquiló obras

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irrecuperables hoy. En Jersey y en Guernsey, es probable que cuarenta y cinco o sesenta hayan sido devastados, y Hibbs ha señalado que “los monumentos megalíticos preservados en el Canal de Islas representan los vestigios erosionados de un lejano, denso y más complejo es­ cenario ritual”.21 Indudablemente, por su fascinante aspecto y su polimorfismo, habría que incluir los tem­ plos de la isla de Malta y Gozo, donde el culto de la Diosa Madre fue la base religiosa de sus pobladores. De los siete templos declarados Patrimonio de la Humanidad por la unesco en Malta, sobresale Ggantija, una estructura imponente que se derrumbó en parte. Hoy se exhibe la sección inferior (piernas y falda) de una estatua de 2 m que representó a la Diosa Madre en el templo de Tarxien, construido en 3000 a. C. En el templo de Hagar Qim quedan las ruinas de un memorable espacio que fue sagrado, con tres niveles con registros que van desde 3600 hasta 2500 a. C. y en el museo que exhibe las piezas descubiertas está el fragmento inferior de la Venus de Malta. Sólo vagas ruinas (algunos de los postes erguidos de casi 3.5 m) revelan lo que fue el gran templo de Skorba.

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Al lector de esta nueva edición, 21 Introducción, 25

primera parte. el mundo antiguo Capítulo 1. Oriente Próximo, 41 La destrucción de libros comienza en Súmer, 41 Ebla y las bibliotecas sepultadas de Siria, 45 Las bibliotecas de Babilonia, 46 La gran biblioteca de Asurbanipal, 48 Los libros de los misteriosos hititas, 50 La quema de Persépolis, 51

Capítulo 2. Egipto, 53 La desaparición de los primeros papiros, 53 El Ramesseum, 54 La quema de papiros secretos, 56 Las Casas de la Vida, 57 Los escritos prohibidos de Thoth, 58

Capítulo 3. Grecia, 59 Entre ruinas y fragmentos, 59 La destrucción de los poemas de Empédocles, 64 Censura contra Protágoras, 64 Platón también quemó libros, 65 La destrucción del templo de Ártemis, 66

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Un antiguo médico griego, 67 Dos biblioclastas, 68

Capítulo 4. Auge y final de la Biblioteca de Alejandría, 70 Capítulo 5. Otras antiguas bibliotecas griegas destruidas, 82 La Biblioteca de Pérgamo, 82 La desaparición de cientos de obras de Aristóteles, 83 Más bibliotecas en ruinas, 90

Capítulo 6. Israel, 93 El Arca y la destrucción de las Tablas de la Ley, 93 El libro de Jeremías, 94 La adoración del libro hebreo, 94 Los rollos del Mar Muerto, 95 Los profetas bibliófagos, 96

Capítulo 7. China, 97 Shi Huandi y las quemas del año 213 a. C., 97 La biblioclastia oriental, 103 La persecución contra los textos budistas, 106

Capítulo 8. Roma, 107 Censura y persecución en el imperio, 107 Un mundo de bibliotecas perdidas, 108 Los papiros quemados de Herculano, 113

Capítulo 9. Los orígenes radicales del cristianismo, 115 San Pablo contra los libros mágicos, 115 Los libros de Porfirio contra los cristianos, 115 Los textos de los gnósticos, 117 La heterodoxia de los primeros años, 118 El asesinato de Hipatia, 118

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Capítulo 10. El olvido y la fragilidad de los libros, 120 Cuando el desinterés destruye, 120 La lengua como dominio, 122

segunda parte. desde la era de bizancio hasta el siglo xix Capítulo 1. Los libros perdidos en Constantinopla, 125 Capítulo 2. Entre monjes y bárbaros, 130 Cuando las bibliotecas estuvieron cerradas como tumbas, 130 Los manuscritos de Irlanda, 131 Los monasterios, 133 De palimpsestos y otras paradojas, 134 Santa Wiborada y los defensores de los libros, 134

Capítulo 3. El mundo árabe, 136 Las primeras bibliotecas desaparecidas, 136 Los mongoles contra el Islam, 137 Alamut y la biblioteca de los asesinos, 139 Hulagu y la destrucción de los libros de Bagdad, 140

Capítulo 4. Un equívoco fervor medieval, 143 Los libros prohibidos de Abelardo, 143 Eriúgena, el rebelde, 143 El Talmud y otros libros hebreos, 144 La censura contra Maimónides, 145 La tragedia de Dante, 146 La hoguera de las vanidades, 146 Herejías, 149

Capítulo 5. De la España musulmana y otras historias, 151 Las quemas de Almanzor, 151 Los versos prohibidos de Ibn Hazm, 152 La destrucción del Corán en la España de la Reconquista, 152

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Capítulo 6. Los códices quemados en México, 156 La eliminación sistemática de códices prehispánicos, 156 La destrucción de libros por parte de los indígenas, 164

Capítulo 7. En pleno Renacimiento, 166 La desaparición de la Biblioteca de Matías Corvino, 166 La destrucción de la Biblia de Gutenberg, 167 Miguel Servet, el hereje, 168 Los anabaptistas en Münster, 170 La biblioteca de Pico della Mirandola, 171 Persecuciones y destrucciones, 172 Dos pasajes curiosos, 174

Capítulo 8. La Inquisición, 176 El Santo Oficio y la censura de libros, 176 La Inquisición en el Nuevo Mundo, 180

Capítulo 9. La condena de los astrólogos, 183 La destrucción de la biblioteca de Enrique de Villena, 183 Una obra misteriosa: la Esteganografía, 184 El libro prohibido de Nostradamus, 184 La biblioteca secreta de John Dee, 185

Capítulo 10. La censura inglesa, 187 Los delitos de la ortodoxia, 187 El censor perseguido, 188 Las luchas religiosas inglesas, 188

Capítulo 11. Entre incendios, guerras y errores, 190 El gran incendio de Londres, 190 El Escorial y la quema de manuscritos antiguos, 191 Isaac Newton, entre libros destruidos, 193 La biblioteca de Árni Magnússon, 193 Siglos de accidentes y desastres, 194 La biblioteca de Pinelli, 203

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Naufragios célebres, 204 La batalla contra los libros, 205 La quema de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, 207 Los textos de Cotton, 209 La Biblioteca del Colegio Seminario de Mérida (Venezuela), 211

Capítulo 12. De revoluciones y hostigamientos, 212 La hostilidad contra el pensamiento libre, 212 Ataques contra los intelectuales en Francia, 213 La destrucción de libros durante la Revolución Francesa, 215 El despotismo ilustrado y colonial, 216 La Comuna de 1871, 217 Independencia y Revolución en España y América Latina, 218

Capítulo 13. En busca de la pureza, 223 Jacob Frank, 223 Nachman de Bratslav, 224 Los manuscritos oscuros de Burton, 225 Libros quemados por inmorales, 226 Darwin y su polémico libro, 226 Un inquisidor en Nueva York, 227

Capítulo 14. Algunos estudios sobre la destrucción de libros, 228 Capítulo 15. Libros destruidos en la ficción, 236

tercera parte. el siglo xx y los inicios del siglo xxi Capítulo 1. Los libros destruidos durante la Guerra Civil española, 251 Capítulo 2. El Bibliocausto nazi, 261 Capítulo 3. Las bibliotecas bombardeadas en la Segunda Guerra Mundial, 282

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Capítulo 4. Censura y autocensura literaria moderna, 289 Los ataques contra Joyce, 289 Otros escritores con obras destruidas, 289 Censura del Estado en Norteamérica, 290 Escritores perseguidos, 291 Salman Rushdie vs. el fundamentalismo, 292 Cuando los autores se arrepienten, 293

Capítulo 5. Un siglo de desastres, 297 Hanlin Yuan y la gran enciclopedia del mundo, 297 La guerra entre China y Japón, 298 Cuando la memoria está en riesgo, 300 La Biblioteca del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 305 Dos grandes incendios: Los Ángeles y Leningrado, 306 La Biblioteca Anna Amalia, 308

Capítulo 6. Los regímenes del terror, 310 Censura y quemas de libros en la Unión Soviética, 310 El franquismo en España, 314 Regímenes censores, 317 La Revolución Cultural en China, 318 La dictadura en Argentina, 320 Pinochet y el ataque cultural en Chile, 325 Fundamentalistas, 330 La catástrofe de África, 331 Palestina, un país en ruinas, 332

Capítulo 7. El odio étnico, 333 El libricidio serbio, 333 Chechenia sin libros, 340

Capítulo 8. Religión, ideología, sexo, 341 Purgas sexuales, 341 Las purgas culturales, 342 Los estudiantes y su odio por los libros de texto, 344

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El caso de Harry Potter, 346 La quema del Corán, 346

Capítulo 9. Entre enemigos naturales y legales, 349 Sobre los enemigos naturales de los libros, 349 Papeles autodestructivos, 352 Ejemplares únicos, 355 Las editoriales y bibliotecas destruyen libros, 356 El caso de las aduanas, 357

Capítulo 10. Los libros destruidos en Iraq, 358 Capítulo 11. El terrorismo y la guerra electrónica, 378 El terrorismo contra las bibliotecas, 378 El ataque contra el World Trade Center, 379 El caso de los libros bomba, 379 Libros impresos vs. libros electrónicos, 380

Agradecimientos, 385 Notas, 389 Fuentes, 409 Índice de nombres, 435

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Capítulo 1

ORIENTE PRÓXIMO

LA DESTRUCCIÓN DE LIBROS COMIENZA EN SÚMER

L

os primeros libros de la humanidad aparecieron en la ignota y semiárida región de Súmer, en el mítico Cercano Oriente, en Mesopotamia (hoy el sur de Iraq), entre los cauces de los ríos Éufrates y Tigris, hace miles de años, tras un sinuoso y arriesgado proceso de perfeccionamiento y abstracción.1 De un modo extraño, sin embargo, esos mismos libros comenzaron a desaparecer de inmediato, en parte por su material, la arcilla, en parte por desastres naturales, como las inundaciones, o por la mano violenta del hombre. Esta paradoja singular de la civilización ha sido rara vez considerada con atención, a pesar de ser la clave de toda nuestra historia. Por el momento, no se conoce la cantidad de libros destruidos en Súmer, pero no es descabellado suponer que la cifra supera el número de cien mil, a causa de los conflictos bélicos que asolaron esta zona. Debemos a los hallazgos arqueológicos la revelación de la existencia de los libros más antiguos conservados hasta ahora.2 La exploración del estrato iv del templo de la temible diosa Eanna [Inanna], en la ciudad de Uruk, desenterró varias tablillas portátiles, algunas enteras, pero otras en fragmentos, pulverizadas o quemadas, que pueden fecharse entre los años 4100 o 3300 a. C. Este descubrimiento, que no es definitivo, porque la arqueología no es una religión ni un insulto, nos presenta una de las grandes paradojas de Occidente: la prueba del inicio de los libros es también la prueba de sus primeras destrucciones. Este deterioro no fue natural, espontáneo o inmediato, sino provocado, premeditado y lento, pues las guerras entre ciudades-Estado ocasionaban incendios y, en medio del fragor de los combates, las tablillas caían de sus estantes de madera y se partían en pedazos o quedaban ilegibles. El Himno a Ishbi-Erra establecía como objetivo de un ataque: “sobre la orden de Enlil de reducir a ruinas el país y la ciudad de…, le había fijado como destino aniquilar su cultura”.3 Otro elemento destructivo fue la técnica de reciclamiento: las tablillas dañadas se usaban como material para construir ladrillos o pavimentar las ciudades. El otro factor verdaderamente nocivo fueron las aguas. Las inundaciones causadas por los ríos Tigris y Éufrates acabaron con

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De la mayoría de las tablillas de Mesopotamia se conservan sólo pedazos. En la imagen, tablilla MS 2367/1, que contiene un himno a Inanna escrito en el siglo xx a. C. © British Museum

poblados enteros y, por supuesto, con sus archivos y bibliotecas. No es extraño que en Mesopotamia, donde el agua era considerada una divinidad insobornable y caprichosa, enemiga de los dioses de la memoria, apareciera el mito del diluvio universal. Estos factores aceleraron el desarrollo de medios más eficaces para preservar a toda costa los textos. Los sumerios o cabezas negras creían en el origen sobrenatural de los libros, y atribuían a Nidaba, la diosa de los cereales, su invención. Para dar una idea de la importancia que para ellos tuvo la escritura, conviene recordar la leyenda de Enmerkar (h. 2750 a. C.), rey de la ciudad de Uruk, un héroe respetado y temido, que fue condenado a beber agua putrefacta en el infierno por no haber dejado escritas sus hazañas.4 Otro mito habla de un rey de Uruk que decidió inventar la escritura porque su principal mensajero hizo un viaje demasiado largo y al llegar a su destino estaba tan cansado que no pudo decir nada, y desde entonces se consideró más adecuado enviar por escrito los mensajes.5 Los escribas, una casta de laboriosos funcionarios palaciegos, oraban a la diosa Nidaba antes y después de escribir. Formaban una escuela que transmitía los secretos de los signos a través de una religión secundaria. Tenían la disciplina de la magia y el ascenso en su casta suponía un largo aprendizaje. Conocían de memoria la flora, la fauna y la geografía de su tiempo, las matemáticas y la astronomía. Nada les era ajeno, como ha demostrado la traducción de los textos de Nippur. El primer grado era el de dub-sar (escriba); seguía, después de varios años de ejercer

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el oficio, el de ses-gal (gran hermano); y se culminaba como um-mi-a (maestro), una distinción enorme. Este grado liberaba al escriba de toda culpa. Hacia el año 2800 a. C., los reyes, no sin temor, delegaron en los escribas6 el poder absoluto sobre la custodia de los libros. De ese modo, los cambios políticos no modificaron la condición histórica dominante. Los archivos se convirtieron en refugio y garantía de la continuidad ontológica del pueblo. Los acadios, por ejemplo, cuando conquistaron a los sumerios, reformaron los códigos y las costumbres, pero sometieron a los escribas y los obligaron a enseñarles cómo escribir. Los asirios, los amoritas y los persas hicieron lo mismo. De hecho, los mismos signos de escritura sirvieron para la exposición de los más diversos sistemas de lenguas. Es curioso que los zigurats o templos escalonados de Súmer se construyeran con el mismo material con el que se fabricaron los primeros libros, es decir, con arcilla; asimismo, ambos debían ser útiles o mágicos. Los templos eran depósitos y fomentaban la administración puntual de la ciudad; los libros eran una metáfora del templo. A saber, las tabletas estaban hechas con una arcilla calentada hasta adquirir una condición idónea para la escritura; algunas tablillas eran pesadas, por lo cual muchas veces participaban dos personas en su composición. Uno sostenía la tablilla, el otro redactaba. El estilo de la escritura era cuneiforme,7 es decir, con formas de cuñas o incisiones. Se escribía con un cálamo de caña o de hueso. Al principio, esa escritura, que tenía funciones estrictamente mnemotécnicas, era pictográfica y luego se hizo tan compleja que los signos, al adquirir una condición fonética, se redujeron de dos mil a menos de mil. La lengua era, se ha

Tablilla rota con el primer diccionario de términos acadios y sumerios, siglo xiv a. C. © British Museum

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determinado, aglutinante, es decir, construida sobre una raíz invariable a la que se yuxtaponían otras palabras para darle sentido. Un texto comenzaba en la esquina superior derecha y la dirección de la escritura seguía, aunque no siempre, una orientación vertical. Una vez concluido el periodo conocido como Uruk IV, alrededor de 3300 a. C., sobrevino el periodo Uruk III y aumentó considerablemente la elaboración de tablillas y la creación de las primeras bibliotecas, cuyas baldas incluían registros económicos, listas lexicográficas y catálogos de flora, fauna y minerales. En Ur y Adab se han hallado los restos de las tablillas de dos bibliotecas activas alrededor de los años 2800-2700 a. C. Entre el 2600 y el 2500 a. C., hubo varias bibliotecas en Fara, Abu Salabikh y Kish, con los consabidos registros económicos y las listas genéricas, pero también con textos de poesía, magia y escritos paremiológicos. Lo más parecido a un libro actual procede de esta época, cuando los escribas diseñaron textos en cuya parte superior indicaban los nombres del redactor y del supervisor, una innovación memorable. La Biblioteca de Lagash, cincuenta o cien años posterior, contenía inscripciones históricas, la llamada Estela de los Buitres, así como documentos historiográficos. Hacia el 2200 a.C., el príncipe Gudea creó una biblioteca con textos históricos y poemas de la primera escritora conocida del planeta, Enkheduanna, la hija del famoso Sargón de Acad. Estos poemas eran himnos a la terrible diosa Inanna. Había también cilindros con textos. Uno de estos cilindros estaba dividido en dos partes, y el primer cilindro indicaba que era la mitad, en tanto el segundo se refería al fin de la composición. Hacia los años 2000-1000 a. C., hubo bibliotecas activas en Isin, Ur y Nippur, las dos primeras en los palacios reales de sus ciudades, y la segunda en el área donde habitaban los escribas. En Ur (hoy Muqayyar) se conocen las ruinas de unas casas que fueron devastadas, y en su interior se desenterraron tablillas de archivos familiares que datan de 1267 a. C., aproximadamente, esto es, en pleno periodo Casita, el cual osciló entre 1595 y 1000 a. C. En Ur se hallaron archivos y bibliotecas del periodo elamita, particularmente en Kabnak (hoy Haft Tepe) y también archivos en un Palacio de Anshan (Tall-e-Malyan). La mayoría de las tablillas, que en el caso de los hallazgos de Nippur alcanzan a más de treinta mil, repetían los esquemas económicos tradicionales. Por una parte, incluyeron los primeros textos en lengua acadia; por otra parte, presentaron los primeros catálogos de biblioteca, unas listas con los títulos de las obras y la primera frase del escrito. De esa época proceden nuevos géneros: la himnografía dedicada a reyes, las listas reales, las cartas y la propia caligrafía dio un salto. Las bibliotecas recibían el nombre autóctono de é-dub-ba (casa de las tablillas). En los hallazgos de Nippur (hoy Niffer),8 al sureste de Babilonia, se descubrió una zona con miles de tablillas en pedazos, o completamente deshechas; y del periodo Casita se han hallado unas doce mil tablillas y miles de fragmentos de otras.

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Además de las mencionadas, hubo otras decenas de bibliotecas en toda esta franja, aún sepultadas, irónicamente saqueadas tras la invasión de Iraq en 2003, pero el factor predominante es el mismo en todos los casos: las primeras bibliotecas del mundo están en ruinas y más de la mitad de sus libros, destruidos.

EBLA Y LAS BIBLIOTECAS SEPULTADAS DE SIRIA

En 1964, el arqueólogo orientalista Sabatino Moscati, de la Universidad de Roma, emprendió la exploración de una colina artificial localizada en Tell Mardikh, a 55 km al suroeste de Alepo, en Siria. Al principio, sólo encontró una puerta, restos de una muralla, templos y casas, pero en 1968 apareció el torso de la estatua de un rey cuya inscripción señalaba expresamente “soberano de Ebla”, lo que permitió identificar el asentamiento como la antigua ciudad de Ebla, acaso la más importante región paleosemita de Siria. En el tercer milenio antes de Cristo, este enclave tuvo doscientos cincuenta mil habitantes y más de mil doscientos funcionarios administrativos.9 No habían pasado diez años de la primera expedición, cuando el asiriólogo Giovanni Pe­ ttinato fue invitado a descifrar unas tablillas escritas en cuneiforme, en una lengua desconocida. En 1974, fue descubierto el Palacio Real. Pero el gran hallazgo tardó otro año: aparecieron mil piezas, entre tablillas y fragmentos. En septiembre del fatídico 1975, el grupo dirigido por el arqueólogo Paolo Matthiae excavó cuidadosamente dos ambientes del Palacio G del periodo Ebla IIb, dentro del Patio de las Audiencias: en el llamado L. 2712, por ejemplo, se encontraron miles de tablillas y una sala utilizada como biblioteca. El artífice de este descubrimiento comentó: En el primero de los dos ambientes (L. 2712), sin duda un pequeño almacén, se encontraron un millar de tablillas y fragmentos en un relleno de ladrillos crudos resultantes de los derrumbamientos subsiguientes al incendio y a la destrucción [del palacio]. Evidentemente, en el momento de la destrucción, cuando el techo de madera se precipitó hacia el interior de la estancia y se produjeron los derrumbamientos de las altas y gruesas estructuras que en tres de los lados delimitaban el almacén L. 2712, las tablillas debieron caerse sobre el pavimento y entre los escombros, reduciéndose a fragmentos.10

La organización de la biblioteca de Ebla ha llevado a pensar que sus encargados hicieron uso de técnicas avanzadas. En la sala L. 2769, que medía 5.10 × 3.55 m, las tablillas lexicográficas ocupaban la pared norte; las tablillas comerciales, la pared este. Las tablillas se transportaban en tablas alargadas. Las baldas de madera sostenían las tablillas y estaban sujetas por soportes

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verticales; las estanterías tenían al menos dos anaqueles. Las tablillas se depositaban en cada estante, siguiendo un ángulo recto. En esta sala se consiguieron quince mil tablillas, enteras o, por desgracia, en fragmentos. Un cuarto adyacente a la biblioteca servía para la escritura de los documentos. Las tablillas, en ocasiones tabletas de unos 30 cm por lado, estaban escritas por ambos lados y divididas en columnas verticales con líneas de registro. Tenían un colofón al final y un resumen del contenido de la obra. Había textos administrativos de una precisión sorprendente. Asimismo, textos históricos con tratados, listas de ciudades conquistadas, comunicaciones oficiales, ordenanzas del rey y distintas disposiciones legales. También aparecieron los primeros diccionarios bilingües, abundantes listas con palabras en sumerio y su correspondiente significado en eblaíta, lo cual demuestra, como señaló Pettinato,11 que hacia el año 2500 a. C. se hacía en Ebla investigación filológica. Esta biblioteca fue abandonada cuando el Palacio Real de Ebla fue atacado e incendiado y miles de tablillas reducidas a fragmentos. El fuego fue devastador y los saqueadores no vacilaron en robar el oro y los objetos de más valor, dejando únicamente las tablillas hechas añicos. Se atribuye al rey acadio Naram-Sin (2254-2218 a. C.) este hecho, pero Paolo Matthiae, quien primero fue partidario de esta versión, ahora sostiene que fue el rey Sargón. Otra biblioteca de la Siria antigua, aunque de menor importancia, estuvo en el Palacio de Zimri-Lim, en Mari, una ciudad hallada en Tell Hariri, cerca del curso medio del Éufrates. Según se sabe, era un punto de control sobre las caravanas comerciales con rumbo al Golfo Pérsico y su biblioteca contenía minuciosos recuentos administrativos, conservados sólo en parte. El puerto más importante de Siria fue Ugarit, ciudad situada en un promontorio llamado Ras Shamra, en el sur de Latakia. La biblioteca principal de la ciudad era plurilingüe y subsistió hasta la destrucción del lugar en el 1190 a. C. Las tablillas del Palacio Real, preservadas en gran número, han revelado la mitología y religión propias de los cananeos, y el uso multilingüe de diversos textos demuestra que este centro era fundamental como punto de encuentro de diversas etnias.

LAS BIBLIOTECAS DE BABILONIA

Probablemente hacia el año 2000 a. C., el desplome de la dinastía de Ur III, a manos de un grupo étnico de amoritas, supuso el establecimiento de una nueva fuerza política en las llanuras de lo que es hoy el sur de la moderna Bagdad. Durante el periodo comprendido entre 1792 y 1750 a. C., sobresalió una ciudad que vendría a ser conocida como Babilonia y su rey, Hammurabi, sexto miembro de una familia

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Esagila. © British Museum

sanguinaria, se dedicó a organizar su imperio. Impuso una teología que postulaba la existencia de Marduk, el dios de los cincuenta nombres. Cada guerra de conquista le sirvió para saquear archivos y trasladarlos hasta la gran biblioteca de su palacio. La lengua que adoptó fue un dialecto del antiguo acadio; la escritura, por supuesto, asimiló la escritura cuneiforme. Eran tiempos de unificación, y Hammurabi optó por compilar un código temible, basado en el régimen del talión, todavía conocido con ese nombre. La idea del talión puede comprenderse si se conoce la regla 196 del código: “Si un hombre ha sacado el ojo de otro, le sacarán su ojo”. En esa normativa se encuentra una de las primeras referencias a la destrucción de una tablilla: “Si un hombre compra el campo, huerto o casa de un soldado, pescador o arrendatario, su tablilla se romperá y perderá su propiedad”.12 No pocas tablillas contenían advertencias para impedir su daño por parte de usuarios imprudentes: “Quien teme a Anu y Antu la cuidará y respetará”. Las leyes estaban almacenadas, junto con miles de obras literarias, matemáticas, astronómicas e históricas, en la biblioteca del rey. Las primeras traducciones interlineales datan de este periodo, así como los primeros manuales para aprender la lengua sumeria. Se han encontrado restos de otras dos famosas bibliotecas del Imperio babilónico, en Shaduppum y Sippar. Esta última, hoy Abu Habba, fue el hallazgo más sensacional del año 1987. Unos arqueólogos iraquíes, dirigidos por Walid al-Jadir, de la Universidad de Bagdad, excavaron en las afueras del templo del dios solar de Sippar, construido en los tiempos de Nabucodonosor II, y descubrieron la biblioteca del lugar, mencionada por el sacerdote Beroso en su obra perdida sobre Babilonia. Tres paredes de una sala de 4.40 × 2.70 m, en el cuarto numerado como 355, tenían bancos de ladrillo con nichos de 50 cm de ancho por 80 cm de profundidad. Adjunto se encontraba un cuarto de lectura. En total, se recogieron ochocientas tablillas, clasificadas por los expertos en administrativas, literarias, religiosas y matemáticas, en lenguas acadias

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y sumerias. No faltó, como en muchas otras bibliotecas de Mesopotamia, una versión del Poema de Gilgamesh, el Enuma Elish y Lugal. Durante la dinastía de los casitas, que llegaron al poder en Babilonia hacia el año 1595 a. C., existió una intensa actividad en las bibliotecas. El rey Nabucodonosor I (1124-1103 a. C.), una vez hubo vencido a los habitantes de Elam, recobró la estatua del dios Marduk y ordenó preservar el texto sobre ese dios. El poema, salvo por una cantidad de líneas perdidas, puede leerse hoy, bajo el título de Enuma Elish, en siete cantos, con unos mil cien versos. Además de los textos sobre sabiduría popular, se preparó una edición completa del Poema de Gilgamesh, en doce tablillas, con un sorprendente colofón que atribuye al misterioso Sin-leqi-unninni la redacción del mismo. Este escriba era conocido como mashmashshu o exorcista. En el año 689 a. C., las tropas de Senaquerib arrasaron la ciudad de Babilonia; su nieto Asurbanipal fundaría una de las bibliotecas más famosas de esa época en Nínive, ciudad devastada años más tarde, en el 612 a. C. En cada uno de estos acontecimientos, miles de tablillas desaparecieron, fueron robadas, confiscadas o sencillamente reducidas a escombros. No eran, como no lo son ahora, buenos tiempos para la cultura.

LA GRAN BIBLIOTECA DE ASURBANIPAL

Asurbanipal, soberano asirio desde el año 668 hasta el año 627 a. C., perdió las tierras de Egipto, conquistadas a sangre y fuego por su cruel padre Asarhaddón, peleó contra su hermano hasta derrotarlo y pasó sus últimos años en guerra. Su reinado fue difícil, pero él, primer rey en obtener la instrucción necesaria para escribir tablillas, se esmeró por estimular una actividad cultural y religiosa que salvara su nombre del olvido. Probablemente fue el primer gobernante que combinó la espada con la escritura y la lectura. A partir de 1842, arqueólogos ingleses, coordinados por Henry Layard, hallaron las ruinas de la biblioteca del Palacio de Asurbanipal, en la antigua ciudad de Nínive (la moderna Kuyunjik).13 Sacaron 20,720 tablillas con miles de fragmentos de otras y las depositaron en el Museo Británico. Algunos años después se conoció con precisión la organización de la biblioteca. Se confirmó que Asurbanipal fue el primer gran coleccionista de libros del mundo antiguo. Antes que él, el único rey de quien se tiene memoria con la misma afición fue Tiglath Pileser I, rey de Asiria entre el 115 y el 1077 a. C., aunque en menor escala. Asurbanipal se jactaba de su pasión:

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Lo mejor del arte del escriba, que ninguno de mis antecesores lo consiguió; la sabiduría de Nabu, los signos de la escritura, todos los que han sido inventados, los he escrito en tabletas, los he ordenado en series, los he coleccionado y los he colocado en mi palacio para mi real contemplación y lectura.14

Los escribas trabajaban noche y día y copiaban todos los escritos de todas las culturas. No es raro, por tanto, reconocer en algunas de las tablillas el Código de Hammurabi, el Enuma Elish y el Gilgamesh; asimismo contenían relaciones exactas de viajes al infierno y fórmulas para la vida inmortal. Hoy en día el número de tablillas descubiertas en esa zona se ha incrementado hasta alcanzar la cifra de treinta mil, y al menos cinco mil son textos literarios, con colofones. En cierto modo, la destrucción de tablillas no debía de ser rara porque se han encontrado inscripciones como ésta: “Quien rompa esta tableta o la coloque en agua […] Asur, Sin, Shamash, Adad e Ishtar, Bel, Nergal, Ishtar de Nínive, Ishtar de Arbela, Ishtar de Bit Kidmurri, los dioses de los cielos y la tierra y los dioses de Asiria, pueden todos maldecirlo”.15 Los ingleses, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, se toparon con los restos del Palacio de Asurbanipal II. Mientras revisaban un pozo, encontraron dieciséis tablillas de madera, de unos 45 × 28 × 1.7 cm. A un lado, había unas bisagras de metal. Una vez descifradas, se pudo leer el maligno oráculo de Enuma Anu Enlil. Para sorpresa de los expertos, los asirios tenían libros con las páginas enfrentadas y sujetas por bisagras. Además de la célebre biblioteca de Asurbanipal, hubo otras dos en Nínive: la primera se encontraba en los cuartos xl y xli del Palacio Suroeste, construido por el rey Senaquerib, y, probablemente, la del templo del dios Nabu, el dios de la escritura y del conocimiento de los asirios. Por desgracia, hacia el año 612 a. C., babilonios y medos destruyeron Nínive y arrasaron sus bibliotecas. James George Frazer ha dado la siguiente versión de este hecho: La biblioteca se encontraba en uno de los pisos altos del palacio, que se derrumbó durante el último saqueo de la ciudad envuelto en llamas y en su caída redujo a trozos las tablillas. Muchos de ellos se encuentran todavía agrietados y tostados por el calor de las abrasadas ruinas. Más tarde las ruinas fueron saqueadas por anticuarios de la clase de Dousterswivel, que buscaron en ellas tesoros enterrados, no del conocimiento, sino de oro y plata, y que con su codicia contribuyeron aún más a destrozar y deshacer los preciosos recuerdos. Para acabar de completar la destrucción, la lluvia, que penetra a través del suelo todas las primaveras, las empapa en agua que contiene en disolución diversas sustancias químicas, cuyos cristales, depositados en las grietas y fracturas, rompen, al crecer, en fragmentos aún más pequeños las ya destrozadas tablillas.16

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Conviene observar que en el periodo comprendido entre 1500 y el 300 a. C., en al menos 51 ciudades del Cercano Oriente, existieron más de 233 archivos y bibliotecas. Unos 225 eran propiamente archivos, y sólo 55 bibliotecas. De esas bibliotecas, 25 fueron del periodo 1500 al 1000 a. C. y 30 del periodo 1000 al 300 a. C. Y todas están en ruinas.

LOS LIBROS DE LOS MISTERIOSOS HITITAS

Los hititas, habitantes del influyente reino de Hatti, creían en un dios que cada cierto tiempo, y sin aviso previo, desaparecía sin dejar rastro. Sospechaban que, cuando esto ocurría, los amigos de ese dios lo buscaban de inmediato, porque de lo contrario el mundo podía extinguirse. El propio destino de los hititas heredó ese rasgo, pues su civilización fue aniquilada y lo poco que conocemos de ella es siempre fragmentario o lateral, fugaz y parco. Sus admiradores han intentado encontrar estos restos, seguros de poder obtener las respuestas a grandes enigmas de la historia. La capital del Imperio hitita fue Hattusa, hoy Boğazköy, y se encuentra al este de Ankara, en Turquía. Entre los años 1800 y 1200 a. C., ésta fue una ciudad organizada, compleja, y en ella se consolidó, durante seiscientos años, una de las civilizaciones más importantes del Asia Menor, poseedora del más preciado secreto industrial del mundo antiguo: la fabricación del hierro. El primero de los reyes fue Hattusili I; no sabemos quién fue el último rey. Tracios y frigios invadieron estas tierras hacia el 717 a. C., y Sargón II sometió a todos los hititas a un proceso de eliminación. Los hititas establecieron en Hattusa una biblioteca en la ciudadela Büyükkale, con textos cuneiformes escritos en lengua hitita (indoeuropea). Tres tablillas, una de las cuales se ha perdido, recopilaban más de doscientas leyes. Entre 1906 y 1912, dos expediciones de arqueólogos hallaron más de diez mil tablillas, escritas en al menos ocho lenguas diferentes. Entre los textos, no sólo había legislaciones sino reproducciones multilingües del Poema de Gilgamesh, y oraciones para combatir la brujería o la impotencia sexual. Asimismo, cientos de tablillas estaban fragmentadas. En el Templo de Nisantepe, al suroeste de la ciudadela, había un archivo con tablillas reales que sufrieron los ataques al lugar. Las excavaciones también han revelado la existencia de un archivo administrativo en Tappiga (hoy Maşat Höyük), destruido en el 1400 a. C., y de bibliotecas en Sapinuwa (hoy Ortaköy) y Sarissa (Kuşakli). En el área de influencia hitita, se sabe que hubo respetables bibliotecas en Emar (hoy Meskene) y Ugarit (Ras Shamra).

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Persépolis

LA QUEMA DE PERSÉPOLIS

Uno de los grandes visionarios del mundo persa fue Darío I el Grande, quien compensó la falta de triunfos militares importantes con una organización civil irreprochable. Dividió su imperio en veinte provincias, bajo el mando de un sátrapa. Creó un grupo de mensajeros que sería eficaz para mantener la unidad, acuñó monedas y se dedicó a uniformar pesos y medidas. Su concepción más extraordinaria fue Persépolis, a unos 40 km al sur de Pasargadas, residencia comenzada en el 518 a. C. y ampliada por sus sucesores Jerjes I y Artajerjes I. En el interior, colocó miles de tablillas con registros económicos, y hay quienes afirman que todo el conjunto fue construido para albergar un libro sagrado. Ese texto fue el Avesta, una colección de libros persas divididos en cuatro partes: Vendidad, Vispered, Yasna y el llamado Avesta Menor, una serie de himnos. Se dice que el rey Vishtaspa ordenó que se elaboraran dos copias del texto destinadas a ser las únicas fuentes verdaderas: una fue colocada en Sasabigan y la otra en la Casa de los Archivos o Diz i nibist de Persépolis. En el año 331 a. C., Alejandro Magno, ya divinizado, reorganizó sus fuerzas en Tiro y marchó hacia Babilonia con un modesto ejército de cuarenta mil infantes y siete mil jinetes. Cruzó

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FERNANDO Bร EZ

LOS PRIMEROS LIBROS DE LA HUMANIDAD El mundo antes de la imprenta y el libro electrรณnico

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El autor agradece a quienes han permitido la divulgación de las fuentes del material ilustrativo. Las fotografías de la colección del autor tienen todos los derechos reservados, tanto las que fueron tomadas por su cámara como las que se preservan en copia adquiridas.

Diseño de portada: Ivonne Murillo Fotografía del autor: © Vasco Szinetar LOS PRIMEROS LIBROS DE LA HUMANIDAD El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico © 2013, Fernando Báez c/o Guillermo Schavelzon & Asociados Agencia Literaria www.schavelzon.com D. R. © 2015, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Blvd. Manuel Ávila Camacho 76, piso 10 Col. Lomas de Chapultepec Miguel Hidalgo, C.P. 11000, México, D.F. Tel. (55) 9178 5100 • info@oceano.com.mx Primera edición: 2015 ISBN: 978-607-735-490-1 Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx Hecho en México / Impreso en España Made in Mexico / Printed in Spain

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Para Ahmed, librero egipcio asesinado durante la primavera รกrabe.

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sumario

Agradecimientos, 17 Nota, 19 Prefacio, 21

primera parte: del origen de la escritura al nacimiento del libro Capítulo 1. Prehistoria, historia y escritura, 37 Los símbolos de las cavernas prehistóricas, 37 El origen múltiple de la escritura, 40 Capítulo 2. Los primeros libros de la humanidad, 48 El papiro en Egipto, 93 Capítulo 3. La revolución editorial del mundo antiguo, 106 Papiros y pergaminos en Grecia y Roma, 106 Capítulo 4. La Biblia hebrea y la Biblia cristiana, 130 La verdadera historia de los manuscritos del Mar Muerto, 146 La Biblia cristiana, 157 Capítulo 5. Los libros chinos más antiguos, 164 Capítulo 6. Libros sagrados en la India e Indonesia, 182 Indonesia, 195

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los primeros libros de la humanidad

Capítulo 7. Los clásicos del budismo en Asia, 198 Capítulo 8. El arte del libro japonés, 214

segunda parte: auge y caída del códice Capítulo 1. De las tablillas de madera al códice, 235 Códices cristianos, 238 Códices góticos, 244 Capítulo 2. El libro en el Imperio bizantino, 247 Capítulo 3. El Corán y el manuscrito islámico, 268 Capítulo 4. La Edad Media del libro en Occidente, 330 Códices en los monasterios, 334 El palimsesto o manuscrito reciclado, 338 Capítulo 5. El renacimiento carolingio, 345 Capítulo 6. Manuscritos anglosajones, irlandeses y galeses, 351 Manuscritos irlandeses, 359 Manuscritos de Gales, 373 Capítulo 7. La evolución del libro medieval en Europa, 378 Catedrales y universidades, 382 Bibliotecas monásticas y universitarias, 391 Los inicios del scriptorium, 399 El nuevo scriptorium (1100-1450), 408 El sistema de pecia en las universidades, 414 La actividad del escriba, 418 Los códices de El Escorial, 425 Materiales del libro manuscrito, 427 Manuscritos iluminados, 434

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sumario

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Capítulo 8. Los códices mayas y aztecas y los quipus incas, 450 Los quipus incas, 459 Notas, 465 Fuentes, 481 Índice de nombres, 497

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La historia del libro es trascendental por todo aquello que nos revela sobre la evolución humana. David Finkelstein y Alistair McCleery, An Introduction to Book History

El libro sobrevive. En sus más de cinco mil años de historia, ha pasado de una forma material a otra y se ha propagado a casi todas las culturas y tiempos. Ha asumido roles y luego los ha abandonado. Ha registrado, informado, entretenido, provocado, inspirado e indignado. Simon Eliot y Jonathan Rose, A Companion to the History of the Book

No somos conscientes de cuán profundamente arraigados están los libros en nuestras vidas. El auge de la comunicación electrónica pareciera haber eclipsado esa familiaridad, dándonos lo que yo llamo una falsa conciencia sobre la naturaleza de la información y de la denominada sociedad de la información. Yo sostengo que toda sociedad ha sido una sociedad de la información. Sólo que la información se transmitía en otras formas. Robert Darnton, El libro: máquina fabulosa

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AGRADECIMIENTOS

Como Terenciano, creo que cada libro tiene su destino. Quisiera hacer un reconocimiento especial al personal de los siguientes centros: Biblioteca Nacional de España, Biblioteca Nacional de Buenos Aires, British Library (Reino Unido), Houghton Library (Harvard, Estados Unidos), Trinity College (Irlanda), Biblioteca Apostólica Vaticana, Biblioteca Nacional de Venezuela, Universidad de América Latina y el Caribe y Biblioteca Nacional de Colombia. Mención aparte tengo para los doctores Abbass al-Attar, Jadl Mérod, Pedro López, Leigh Christensen, Ellis Mateu, R. J. Glanville, Benito Durán, Javier Alexander Roa, Matilde García, Linda Arias, Penélope Vidal, Carlos Aranguren, Seamus Bailey, Daniel Kleberg, Julián Ojesto, Javier Gimeno Perelló (Universidad Complutense), Kevin MacDonnell, Hal Cain, Eric White, William M. Klimon, Eyal Poleg, Carl McFersson, Jerry Blaz, Reid Byers, Martin J. S. Howley, Henri Calhoun, Hans Blum, Ludwig Morgenthau, Whitney Trettien, Patrick Olson, Laurence Creider, Gabriel Austin, Ramiro Crysset, Susana Vega, Norman Lynn Margulis (Universidad de Massachusetts), Leonor Díaz, Eldrige Massei, Carla Seijas, Jesús Ordóñez, Gregorio Londoño, Michael Turnage (Southeastern Oklahoma State University) y Richard Janko de la Universidad de Londres. También me hicieron comentarios y me dieron consejos más personas de las que puedo nombrar. Entre ellas están James Allard, David Allison, Kent Bach, Lawrence Becker, Joseph Bien, Daniel Breazeale, Robert Butts, Victor Caston, James Childress, Wayne Davis, John Dillon, John Etchmendy, Bernard Gert, Lenn Goodman, Jorge Gracia, James Gustafson, Gary Gutting, John Heil, Robert Kane, George Kline, Joseph Kockelmans, Manfred Kuehn, Stephen Kuhn, William McBride, Michael Agnes, Alan Gold, Kenneth Greenhall, Cathy Hennessy, Christine Murray, Alexis Ruda y Sophia Prybylski. Debo incluir a Margaret Atherton, Claudio de Almeida, Lynne Rudder Baker, Noël Carroll, Roger Crisp, Philip Gasper, Berys Gaut, Paul Griffiths, Oscar Haac, Mike Harnish, Brad Hooker, Patricia Huntington, Dale Jacquette, Robert Kane, George Kline, Manfred Kuehn, Brian McLaughlin, William Mann, Ausonio Marras, Al Martinich, Eduardo Porcel, Arturo Kher, Juan Schroeder, Alfred Mele, Joseph Mendola, David W. Miller, Paul Moser, James Murphy, Jorge Rabinovich, Louis Pojman, William Prior, Wesley Salmon, Mark Sainsbury, Charles Sayward, Jerome Schneewind, Calvin Schrag, Davis Sedley, Roger Shiner, Marcus Singer, Zunilda Sanchez, Brian Skyrms, M. A. Stewart, William Wainwright, Elizabeth Warren, Beatriz Oscherov, Miryam Damborsky, Paul Weirich, y, especialmente, Hugh McCann, Ernest Sosa y J. D. Trout. Por supuesto, un comentario especial para Guillermo Schavelzon y para mi familia que siempre me animó a no desfallecer en una época en la que estuve casi a punto de morir.

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nota del autor

Es inexcusable, en estos tiempos toda memoria es una herejía y he querido transmitir esa impresión al mantener algunas de las denominaciones originales de los manuscritos que se describen en cada una de las páginas de este texto. Por lo general, los términos son explicados entre paréntesis o en casos asiáticos, en los que la longitud del título es impronunciable en una lectura sin complicaciones, he perpetuado la tendencia a traducir directamente. En los títulos chinos, se ha procurado respetar el sistema pinyin sin fervor debido a las dificultades que supondría la confusión de una historia que, desde el punto de vista cultural, se extiende por milenios. En el debatido periodo de la Edad Media, he procurado advertir cuándo me refiero a Occidente y cuándo al Oriente romanizado o islamizado; aunque puede parecer simple establecer márgenes geográficos o dataciones temporales, desde el primer momento acepté ciertas recomendaciones presentadas en sus obras por medievalistas como Jacques Le Goff. Asimismo, en el tema de la polémica concepción de la historia del libro, me dediqué a contar una historia que abarca cinco mil años de labor manual en una síntesis que, seguramente, no deja de ser una antología en un asunto tan discutido y con tantos hallazgos arqueológicos y paleográficos recientes. El propósito desestima una corriente y estimula otra, como era de esperarse. En un tiempo de transición, cuando apareció la imprenta, algunos grandes bibliotecarios y escribas, como Johannes Trithemius, defendieron con argumentos poderosos la actividad del escriba y predijeron la ruina de los libros impresos, lo que nos habla sólo de la melancolía que seguramente sintieron los que vieron cómo el libro pasaba de ser una piedra a un rollo de seda o papiro, para luego convertirse en un códice de pergamino y luego en un libro de papel; y los cientos de cambios que están en marcha, que no pueden entenderse si no se analiza qué elementos son más proclives a la modificación y cuáles suelen perdurar. En otras palabras, el libro como proceso o como agente de permuta social que altera el proceso mismo que le da origen resume perfectamente el arrojo de mis interpretaciones. El libro cambia la historia que lo cambia.

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Primera parte

DEL ORIGEN DE LA ESCRITURA AL NACIMIENTO DEL LIBRO

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CAPÍTULO 1

PREHISTORIA, HISTORIA Y ESCRITURA Blombos: la cueva en Sudáfrica con la primera muestra de signos abstractos — La evolución de la mente prehistórica — El descubrimiento de las cavernas del Paleolítico — Símbolos en Fumane, Chauvet, Lascaux, Altamira — Escribir y pintar: el inicio de la caligrafía — El múltiple origen de la escritura: protoescrituras en Medio Oriente, Asia, Europa y América — Vinča, un lugar misterioso — Escritura cuneiforme — El jeroglífico egipcio — La Piedra de Rosetta — Inscripciones en China — Los glifos de Mesoamérica

Los símbolos de las cavernas prehistóricas

“L

os hallazgos apuntan a África no sólo como cuna del hombre anatómicamente moderno, sino también del comportamiento moderno”, declaró Christopher Stuart Henshil­ wood en 1991, tras anunciar un descubrimiento asombroso que pronto se convertiría, como es habitual en estos casos, en un tema controvertido. El arqueólogo de la Universidad de Bergen excavaba un paradisiaco refugio conocido como Blombos, a cien metros de distancia del mar, en las proximidades de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, y encontró en uno de los estratos que fue habitado por los primeros pescadores, dos piezas de ocre, de cinco a siete centímetros de largo, con representaciones geométricas (trazados de cruz y líneas) de hace setenta mil años, lo que supuso una explicación y, a la vez, un giro interesante de las teorías sobre el origen del arte abstracto en la historia.1 En el mismo lugar se encontraron conchas perforadas de adorno y herramientas de hueso que fueron labradas con técnicas que se juzgaban posteriores. No se trataba de marcas al azar; no eran líneas gestadas por el aburrimiento; eran símbolos elaborados que perfectamente podrían formar parte de una fase intermedia en la evolución cultural, según la teoría de Merlin Donald.2 Para este psicólogo y neurocientífico, autor de El origen de la mente moderna (1991), la humanidad habría pasado por una primera etapa mimética, en la que se impulsó el desarrollo de los movimientos del cuerpo, una segunda etapa mítica, en la que apareció el habla y la necesidad simbólica, y una tercera etapa tecnológica, todavía

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Antiguo libro hecho de hueso. © Colección de Fernando Báez

vigente, en la que los soportes de almacenamiento y recuperación de la memoria estarían creciendo exponencialmente. Hoy sabemos que este proceso abstracto no se perdió y continuó, contra los cambios climáticos más severos, hace treinta y cinco mil años en Europa, donde neandertales y Homo sapiens disputaban territorios. Ambas especies hacían cortes o rascaban huesos y piedras con sellos de puntos y rayas, que fueron calendarios solares, lunares y, en algunos casos, cálculos elementales sobre piezas de animales cazados. Obviamente, los grupos de cazadores y recolectores requerían información segura sobre los ciclos de desplazamiento de las manadas de herbívoros, o de los ciclos de desove de los peces, para organizar las épocas de cacería o pesca con mayor eficiencia. Esta necesidad práctica impuso la elaboración de signos que sirvieran de guía, como ocurrió con el hueso descubierto en la cueva de Taï (Drôme, Francia), en el bastón de mando de Cuetu de la Mina (Llanes, España), que tiene doce mil años, o en el llamado Abrigo Blanchard

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(Dordoña, Francia), donde se comprobó el uso de diversos puntos que siguen una secuencia serpentiforme con las fases de la luna. Las pinturas rupestres del Paleolítico Superior europeo más antiguas corresponden a la cueva Fumane, cerca de Verona (Italia). Los arqueólogos italianos encontraron paredes decoradas de entre treinta y dos mil y treinta y seis mil quinientos años atrás. Sigue la cueva francesa de Chauvet, que se ha datado recientemente en más de treinta y cinco mil años. Las pinturas más conocidas, las de Lascaux y Altamira entre ellas, son muy posteriores, de hace menos de diecisiete mil años. Hay que deducir que la comunicación mediante imágenes fue utilizada por el hombre del Paleolítico Superior para la transmisión del saber y de la experiencia de una generación a otra, información que servía para inducir o intensificar actitudes y acciones específicas, mantener el orden jerárquico del grupo o, simplemente, dejar constancia de la existencia del hombre, de sus mitos, leyendas, historia o mundo espiritual. En estos casos, las imágenes retratan de forma directa lo que representan, y es posible que hayan servido de apoyo mnemónico.

Cueva de Lascaux, con su herencia de signos. © Colección de Fernando Báez

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En numerosas lenguas es estrecho el vínculo entre el verbo escribir y pintar, como recuerdo de un origen común. El gramático Dionisio de Tracia encontraba, por ejemplo, una innegable relación entre la palabra griega para el verbo escribir y el verbo rascar. Decía: “Hay veinticuatro letras de la alfa a la omega. Se llaman letras (grammata) porque están formadas por líneas y rascados. Porque escribir (grafía) significaba entre los antiguos rascar, como en Homero”. “En la raíz de toda escritura se encuentra la pintura”, advirtió por su parte Ignace Jay Gelb.3 Entre los egipcios, el verbo zs3 significaba tanto escribir como pintar. En inglés, el verbo to write, por ejemplo, conserva ese matiz porque deriva del término del alto germánico antiguo rizan, que es “rascar”. En el islandés moderno, el verbo skrifa se formó de rascar y pintar. En alemán, schreiben, que significa “escribir”, retoma la fuente latina, al igual que en castellano, y recupera la expresión indoeuropea para el corte y la separación. En el gótico, el verbo meljan podía significar “escribir” o “pintar”, indiferentemente. La idea recogida por estos nexos refiere que, en el fondo, la escritura es una forma de pintura, la más abstracta. Se sabe que en las cavernas no se pintaron plantas, astros y paisajes, y casi no hay figuras antropomorfas, pero hay, en abundancia, un predominio del zoomorfismo (bisontes, ciervos, cabras, rinocerontes, leones) y de simbolismo ideomorfo, constituido por figuras geométricas y abstractas que no se corresponden con objetos materiales. Estos últimos signos, que abarcarían desde el Auriñaciense hasta el Magdaleniense Superior, fueron plasmados en todas las regiones y en muchos casos asimilan las huellas de animales hasta transformarlas en objetos geométricos. Hace doce mil años se elaboraron inscripciones como las que se encuentran en la entrada de la cueva de La Pasiega, en la zona de Santander, y sólo por ignorancia puede considerarse que no se trata de un conjunto de signos con significado.

El origen múltiple de la escritura

La rueda (el neumático). El martillo (la pistola de clavos). La brújula (el gps). La carreta (el auto). El avión (el jet supersónico). El teléfono (el celular). La computadora (la tableta digital). La palabra invento, que etimológicamente deriva de una expresión latina que aludía al “acto de encontrar” (inventio), designa un objeto nacido del ingenio y perfeccionado de una generación o otra, por gente convencida de que podía mejorarse la idea. Se ha dicho que la escritura4 comenzó en un solo lugar, pero no es cierto. Se ha dicho también que surgió de forma repentina, y aunque la idea es bastante romántica, no es verdad. Como ha comentado Harald Haarmann: “Una de las novedades más importantes en la investigación de los últimos años es que se sabe que los comienzos de la historia de la escritura hay

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En Mesopotamia los libros con forma de clavo incluían crónicas y eran colocados en construcciones. © Colección de Fernando Báez

que situarlos como mínimo dos milenios antes: la cultura escrita de la humanidad empezó hace unos siete mil años”.5 La protoescritura inicial tuvo un avance importante en el sexto milenio a. C., en lo que se ha denominado como Vieja Europa. Debe recordarse que, al finalizar la última glaciación, una oleada humana se abrió paso por las rutas pirenaicas, alpinas, carpáticas y urálicas. Según la arqueóloga lituana Marija Gimbutas (1921-1994), esos grupos constituyeron una cultura que desarrolló la escritura. Durante el inicio del periodo Calcolítico (entre el Neolítico y la Edad de Bronce), descolló el centro de los Balcanes. En Vinča, a catorce kilómetros al este de Belgrado, a orillas del Danubio, el arqueólogo serbio Miloje Vasic comenzó las excavaciones de una antigua metrópoli donde fueron descubiertas más de dos mil figuras de arcilla y objetos inscritos que nos dan a entender que allí se practicó una escritura ritual de carácter religioso. Hoy se cree que los objetos con signos gráficos respondían a un culto y se han reconocido más de doscientos signos individuales, incluso de valor numérico. Lo más asombroso es que los signos se repitieron en la escritura Lineal a, de la mítica Creta.

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Jonathan Mark Kenoyer,6 profesor en la Universidad de Wisconsin, ha pasado temporadas enteras entre Paquistán y la India para comprender el misterio de las ruinas de MohenjoDaro y Harappa, complejas villas desaparecidas, donde la civilización del valle del Indo tuvo una gestión agrícola centralizada y avanzada con un sistema de regadíos único y comercio fluvial. Uno de sus aportes ha consistido en divulgar el hallazgo de una escritura autóctona que tendría cinco mil quinientos años de antigüedad, lo que no ha sido aceptado por todos los expertos.7 Sin embargo, en 1875, Alexander Cunningham ya había descrito un extraño sello con inscripciones de esta zona, y en 2010 ya se habían catalogado cuatro mil objetos con doscientas cincuenta inscripciones que no han podido ser descifradas, pese a la insistencia de que se trata de una lengua dravídica. Además, tampoco se ha entendido bien el predominio de símbolos complementarios con figuras cuya función resulta intrigante dentro del contexto alterno de placas, amuletos y cerámicas. La escritura visibiliza la lengua de un pueblo y su forma de concebir el mundo.8 Cuando el signo ya no es sólo una representación de un objeto, sino de una palabra, ha ocurrido un milagro. La arqueóloga franco-estadunidense Denise Schmandt-Besserat sacudió los cimientos del tema intocable del inicio de la escritura al presentar sus hallazgos, que se tradujeron en el estudio de la presencia de objetos utilizados en el sur de Mesopotamia (cuyo nombre significa “entre ríos”) para la contabilidad, localizados en depósitos de las aldeas agrícolas que se gestaron entre el 8000 y el 7500 a. C. Así, antes de la escritura sumeria habrían existido mecanismos de administración relacionados con la necesidad de disponer de datos fiables sobre la economía, razón por la que podemos ver, en museos de distintas partes del mundo, esas diminutas cuentas geométricas de arcilla que tenían la forma de bolas, conos, triángulos o círculos con figuras de animales o de cereales. Un número importante de cuentas se ensartaban y el resto era almacenado en envases huecos. Con las cuentas sobrevino la iniciativa de los numerales, que reducían el número de símbolos necesarios para identificar cada animal o cereal y, posteriormente, se formaron pictogramas e ideogramas que concluyeron en la escritura. Hoy no se dispone de suficiente información, entre otras cosas, porque la guerra de Iraq, en 2003, trajo consigo saqueos innumerables en los asentamientos, pero parece haber consenso sobre el hecho de que la escritura surgió con los sumerios que habitaban Uruk, una poderosa ciudad-templo poblada en varias ocasiones. Existen muestras de arcilla del periodo denominado Uruk IVb, con fechas que van desde el 3500 al 3300 a. C. Al menos ésa es la conclusión a la que se ha llegado tras treinta y cinco campañas de arqueología alemana en Uruk, entre 1912 y 1985.9 La palabra sumeria con el significado de escribir era gub y escritura era gub-bu.

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Muestra de escritura cuneiforme. © Colección de Fernando Báez

Esta escritura era cuneiforme,10 es decir, con forma de cuñas o incisiones realizadas por medio de un cálamo de caña o de hueso. Al principio, tenía funciones estrictamente mnemotécnicas, como apoyo a la memoria, y es indudable que, por una mezcla del aumento del control y de la desconfianza, llegó a hacerse muy complicada, hasta el punto que una reforma obligó a la reducción de signos, de dos mil a menos de mil. Ya en el 2500 a. C. los textos trataban no sólo de temas contables sino mitológicos, como sucedió en Shuruppak. El sumerio era aglutinante, es decir, construido sobre una raíz invariable a la que se yuxtaponían otras palabras para darle sentido, como en la expresión “ha-ma-ab-sum-mu” (traducida como “debería dármelo”). Era tal el valor que asignaban los sumerios a lo escrito que se formó una leyenda sobre su origen. Contaban en las aldeas, y luego en los pueblos que les sucedieron, que el segundo rey de la primera dinastía de Uruk se llamaba Enmerkar (h. 2750 a. C.) y que no existió jamás un héroe que hubiera igualado sus hazañas, pero no pudo disfrutar del perdón final de los dioses y fue condenado al infierno más terrible por haber olvidado dejar escritas sus proezas.11 Otro mito habla de un rey de Uruk que decidió inventar la escritura porque su principal mensajero hizo un viaje demasiado largo y al llegar a su destino, estaba tan cansado que no pudo decir nada, y desde entonces se consideró más adecuado enviar por escrito los mensajes.12 No estaba de más ser precavidos. Las muestras más antiguas de escritura en Egipto, presentadas por el equipo de Günter Dreyer, datan del 3250 a. C. y fueron halladas en la tumba Uj de la necrópolis de Umm el-Qaab, en Abidos. Se trata de pinturas de tinta sobre vasijas de asas onduladas, grabados sobre huesos y astas de marfil. En el 394 de nuestra era, todavía se usaba la llamada escritura jeroglífica, lo que

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El escriba egipcio en su postura de trabajo. © Colección de Fernando Báez

supone casi cuatro mil años de uso, sin contar que hay dibujos que anunciaban ya su inicio en el periodo predinástico de Naqada I. Se combinaba deliberadamente, en ámbito limitado, el pictograma y el fonograma; se pasó por varios estilos, del hierático al demótico, que era más popular, y finalmente al copto que se mantuvo hasta la transformación del país en una nación islámica. Se estima en más de quinientas el número de inscripciones procedentes de dicha tumba, hasta el declive inevitable del predinástico en el 3150 a. C. Inicialmente, esta escritura no tuvo el propósito de documentar hechos históricos, sino cotidianos. Se intentaba llevar un registro administrativo, como sucedió en Mesopotamia, y todavía no está claro cuál pudo ser la influencia de una cultura sobre la otra en este tema. En el reinado del mítico Narmer o Menes (como quiera que haya sido), de la primera dinastía, se impuso la exhibición de rasgos de poder como las etiquetas de datación. El papiro más antiguo rescatado de las arenas podría ser del 2500 a. C., de la dinastía v, y no es otra cosa que una tabla contable del Templo de El-Gebelein (“dos colinas”) cerca de Luxor. En sus mitos, los egipcios atribuían al dios Toth la creación de la escritura, y lo erigieron patrono de los escribas, algo similar a lo que hicieron los que escribían los símbolos Nsibidi, al sureste de Nigeria, donde Toth habría revelado los secretos de la escritura a una primera raza de

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babuinos, que luego serían los hombres.13 Platón, filósofo al que hoy conocemos por sus Diálogos, citaba en el Fedro una anécdota de su maestro, Sócrates, sobre el origen de la escritura y relataba una versión egipcia: […] oí que había por Náucratis, en Egipto, uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto, está consagrado el pájaro que llaman ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue éste quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además, el juego de damas y el de dados, y, sobre todo, las letras. Por aquel entonces, era rey de todo Egipto Thamus, que vivía en la gran ciudad de la parte alta del país, que los griegos llaman la Tebas egipcia, así como a Thamus llaman Ammón. A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo que decía. Muchas, según se cuenta, son las observaciones que, a favor o en contra de cada arte, hizo Thamus a Theuth, y tendríamos que disponer de muchas palabras para tratarlas todas. Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: “Este conocimiento, oh, rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría”. Pero él le dijo: “¡Oh, artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.14

Un hallazgo casual como la Piedra de Rosetta, que presentaba un texto en jeroglíficos, demótico y en griego antiguo, sirvió para que el erudito Jean-François Champollion descifrara un secreto perdido durante siglos que, no obstante, tal vez nunca se articuló del modo que lo interpretamos, con el rigor que sólo otorga la distancia o la soledad. Paralela a la escritura, obra de sacerdotes y contables, se hizo indispensable una simplificación en el número de signos y entonces llegó la iniciativa de los comerciantes fenicios de

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crear un alfabeto hacia el 1060 a. C., considerado el segundo paso más relevante en la historia de la escritura de la humanidad. Incluso el pueblo griego copió este alfabeto, como lo señaló Heródoto, historiador citado aquí con frecuencia: “Aquellos fenicios que vinieron con Cadmo […] trajeron a la Hélade el alfabeto, que hasta entonces había sido desconocido, creo yo, por los griegos”.15 Cada signo representaba el dibujo del objeto al que se aludía, con lo cual la letra “a” (’alp) se refería al buey, la letra “b” (bēt) asumía el término relativo a una casa, y todo esto en una estructura silábica que se escribía de derecha a izquierda. Irónicamente, noventa y cinco por ciento de las evidencias de este alfabeto, influido por los jeroglíficos egipcios y sin vocales, ha desaparecido sin dejar rastro. Ha permanecido una estela descubierta en 1929 que posee diez líneas, dos tablillas en bronce, tres inscripciones de piedra y cuatro espátulas cuyos textos, si la clave propuesta por Édouard Paul Dhorme es correcta, nos han permitido saber que esa escritura tuvo veintidós signos generales. Los chinos, que aportaron al mundo la seda, la porcelana y la pólvora, tuvieron un sistema de escritura en el siglo xiii a. C., expresado en huesos (los chiaku wen) y conchas, que eran utilizados con fines religiosos y ceremoniales. Este difícil sistema, que hoy continúa en China, fue clasificado como del siglo ii, justo cuando se introdujo el papel, en nueve mil trescientos cincuenta y tres caracteres con quinientas cuarenta claves semánticas. De las ciento cincuenta mil inscripciones conservadas, que apenas suponen diez por ciento de lo que existió y que estuvo tres mil años bajo tierra, se ha podido obtener información sobre los reyes de la dinastía Shang y sobre el proceso de escapulomancia, que era el modo de adivinar sucesos tras calentar los huesos escapulares de animales y luego escribir sobre ellos el resultado, que provocaba el temor o el alivio del bendecido, o condenado, por el anuncio del sacerdote. De los olmecas, cuyo nombre al parecer significa “habitante del país del caucho”, se han estudiado obras como la cabeza colosal, presentada al público en 1862 por José Melgar, en Veracruz; la pirámide de La Venta, en Tabasco; los altares, las pinturas murales, las grandes plazas ceremoniales y las estatuas gigantes de temible dios-jaguar. Pero lo que aquí destacaría son sus estelas, cuyos glifos causan la perplejidad de los lingüistas. La civilización olmeca, activa entre el 1200 a. C. y el 400 de nuestra era, creó monumentos como la Estela C de Tres Zapotes, en Veracruz, si bien hubo que esperar a unirla a la otra mitad que estaba perdida para evidenciar un calendario y registros exactos de su tiempo. También los mayas, que se valieron de logogramas silábicos sucesores de los olmecas, desarrollaron una escritura propia en Mesoamérica con al menos setecientos glifos (divididos en cuatrocientos cincuenta signos principales y doscientos cincuenta adicionales) cuya fecha más temprana de aparición fue el siglo iii a. C. Para trazar los números, tenían dos paradigmas

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de signos; los más increíbles son los que van del uno al trece, que eran glifos con los rostros de los dioses Oxlahuntikú, o trece señores del supramundo —el inframundo estaba presidido por los Bolontikú o nueve señores de la noche. De una coincidencia entre la búsqueda de belleza y de sentido, esta escritura en bloques discrecionales justificó una cosmovisión particular obsesionada con el tiempo, el augurio y la conjetura. Cuando hay inquietud por la excepcionalidad de la escritura en estas sociedades clásicas, basta pensar en lo que ocurre en el mundo actual, que no es tan diferente. En el siglo xxi hay una gran diversidad de lenguas, tal vez seis mil ochocientas, pero son habladas por cuatro por ciento de la población mundial y apenas catorce por ciento son escritas. El libro se ha impuesto socialmente más por su adopción educativa y sobre todo por la voluntad de cientos de editores y millones de lectores, pero la verdad es que compite en unos términos insólitos de desigualdad abismal con medios como la televisión, la radio o la internet.

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